Perfect

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Capítulo 11

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CAPÍTULO 11

Creo que soy un bicho raro. Tengo casi dieciocho años y solo he besado a un chico en una ocasión. El único con el que he tenido fantasías es Noah, aunque Zac Efron se cuela en alguna de vez en cuando. Sí, es guapo, muy guapo. Sus ojos son una pasada, y tiene el pelo tan brillante…

Zac y Amanda Efron. ¡¡¡OH, DIOS MÍO!!! ¡¡¡SUENA ALUCINANTE!!!

¿Qué quería yo escribir? Ah, sí, me preguntaba si soy un bicho raro porque todavía no me he acostado con ningún chico. Un montón de chicas de la clase ya lo han hecho. Me han invitado a salir varias veces, pero siempre pongo alguna excusa. No sé a qué estoy esperando; total, solo es sexo, no hay para tanto. Vale, estoy mintiendo: para mí es muy importante. Desde que fui consciente de lo que era el sexo, siempre me imaginé que Noah sería el primero, pero eso es absurdo, porque nuestra relación no va por ahí. Necesito afrontar la realidad y salir al menos una vez con otro chico.

Me pregunto si Zac Efron vendrá alguna vez por Carolina del Sur. Estoy escribiendo tonterías. Adiós, tengo a Zac en la cabeza; no puedo seguir.

Han pasado cuatro meses desde que Noah y yo rompimos. Nos veíamos en el instituto, pero no interactuábamos mucho. Dejamos de comer juntos y él empezó a comer con sus compañeros del equipo de béisbol. Estuvimos juntos en algunas reuniones de las dos familias y, no sé cómo, logré superarlo.

Beth no había vuelto a dirigirme la palabra desde la última conversación que mantuvimos en las taquillas, pero por lo que ponía en la carta de dieciocho hojas —por las dos caras— que me envió, nuestra relación parecía insalvable. Me entristecía que ya no fuéramos amigas, pero perder su amistad era mucho más soportable que no tener a Noah en mi vida. Técnicamente seguíamos siendo amigos, aunque no lo parecía.

Beth, Noah y yo habíamos sido inseparables en otra época, pero ahora cada uno de nosotros había tomado un camino distinto. El verano nos había puesto las cosas un poco más fáciles. Beth y su familia fueron a París a pasar las vacaciones. Estábamos a punto de empezar el último año de instituto y Noah y yo pasamos mucho tiempo visitando universidades (por separado, evidentemente). Además, él pasó el mes de julio en un campamento de béisbol.

Por primera vez en mi vida, me sentí totalmente sola. Tenía a mi familia, pero no era lo mismo. Cada vez que pasaba tiempo al lado de mi hermana, mi mediocridad florecía en todo su esplendor. Ir con ella al cine o a tomar algo no me importaba, pero ir a la playa ya era otra historia. A Emily el biquini le sentaba a la perfección, menuda sorpresa, ¿eh? No me importaba ir sola a los sitios, pero si iba acompañada pensaba menos en Noah. Y, ya que no podía contar con Beth, empecé a salir más con Emily. Mi hermana me animaba a contarle lo que me ocurría, pero ¿qué iba a decirle? No podía decirle: «Eh, Emily, desde que tengo uso de razón, siempre he sentido que no estaba a tu altura en todos los aspectos de la vida: aspecto físico, personalidad, inteligencia. Y, por culpa de esas inseguridades, no puedo entregarme a la única persona que me importa, mi mejor amigo. Traté de mantener a raya nuestra relación, impidiendo que evolucionara hacia algo más que una amistad para no perderlo, pero acabé perdiéndolo de todos modos. Soy idiota. Ah, ¿he mencionado ya que buena parte de la culpa es tuya por ser tan perfecta?».

No odiaba a mi hermana por ser hermosa y perfecta; se merecía toda la atención que recibía. Solo deseaba haber nacido antes para haber vivido su vida. Tal vez así ahora estaría con Noah.

Permanecer lejos de él no disminuía mi deseo de verlo. Al revés, los sentimientos que me despertaba cada vez eran más intensos. Lo añoraba todo de él: su sonrisa, su voz, sus abrazos, su facilidad para hacerme reír. Los ratos que compartíamos en nuestro refugio secreto, hablando de todo un poco y de nada en particular. Me había esforzado mucho en mantenerlo todo igual y me había salido el tiro por la culata. ¡Qué irónico! En vez de conservar su amistad, había perdido a Noah definitivamente. En esos momentos habría necesitado a mi mejor amigo a mi lado, para que me ayudara a superar ese trance tan amargo, pero no podía contar con él. Me dijo que necesitaba tiempo y se lo estaba dando; se lo debía.

Finalmente, llegué a la conclusión de que tenía que pasar página. No quería que mi último año de instituto se evaporara ante mis ojos sin disfrutarlo. Debía extender las alas y abrirme a nuevas experiencias con gente distinta.

Brad Johnson se había mudado al barrio durante el primer curso y era un tipo muy apetecible. Tenía el pelo rubio ceniza y se lo cuidaba mucho. Lo llevaba muy corto por los lados y un poco más largo por arriba, con un estilo peinado-despeinado. Tenía los ojos de color azul zafiro; eran bonitos, aunque no eran preciosos como los de Noah. Medía por lo menos un metro ochenta, igual que Noah. Jugaba en el equipo de béisbol, así que tenía un cuerpo espléndido y sabía cómo vestirse. La ropa que llevaba siempre hacía destacar su torso tonificado y sus abdominales. No sabía si tenía una tableta de chocolate como Noah, pero lo que sí estaba claro era que su torso no era tan ancho. Tenía los brazos musculados, pero sin exagerar; eso sí, sus manos eran enormes. Me imaginé que esa era una buena cualidad a la hora de jugar a béisbol.

Brad y yo no éramos amigos, ni siquiera conocidos; no habíamos intercambiado más que algún saludo ocasional. Pero, aunque no lo conocía personalmente, su reputación dejaba mucho que desear. Se decía por ahí que era un niño rico y malcriado que mentía y hacía trampas para triunfar en la vida y con las mujeres.

Pero me dije que no debía hacer caso de los cotilleos. Al fin y al cabo, ya era una estudiante madura de último curso y los cotilleos eran cosa de gente inmadura. Además, había sufrido años de rumores sobre Noah y yo que eran falsos. Igual que otros rumores, como los que decían que Brittani y Noah habían tenido algo, y sabía que no era verdad. Así que decidí mantener la mente abierta en relación con Brad y no dejar que las opiniones de los demás me influenciaran. Todo el mundo se merece una oportunidad.

Brad y yo coincidíamos en unas pocas asignaturas. Durante la segunda semana de clases, lo descubrí mirándome un par de veces. Luego empezó a pasarse por mi taquilla a menudo. Me decía «Hola», me sonreía y se marchaba. Tras dos semanas de esa actitud acosadora, decidí hacer algo.

Las clases habían terminado. Estaba en la taquilla y lo vi de reojo, observándome a unos tres metros de distancia. Me volví hacia él y sonreí.

—¿No te ha enseñado tu madre que es de mala educación observar a la gente? —le pregunté con ironía.

—No te estaba observando, te estaba admirando. —Se acercó a mí despacio, con una sonrisa canalla, y se detuvo a un palmo de distancia.

—Vaya, menuda frasecita. ¿Te funciona bien?

—No es ninguna frase estudiada. —Se trazó una cruz sobre el corazón—. Palabra de boy scout.

—¿Boy scout? A ver, rápido. ¿En qué patrulla estabas?

—En la 543. Mi padre era el guía.

Yo sonreí, negando con la cabeza.

—¿Por qué me estás acosando?

Él apoyó el hombro en las taquillas y me dirigió una sonrisa burlona. Se tomó su tiempo para enumerar las razones, y su sonrisa iba creciendo cada vez que añadía una a la lista:

—Porque eres guapa. Y lista. Y divertida. Y guapa.

—Has repetido guapa.

—Tu belleza merece la repetición.

No pude evitar poner los ojos en blanco.

—Bueno, al menos en lo de divertida te doy la razón.

Su sonrisa creció hasta iluminar el pasillo, y contuve el aliento. ¿Mi primera impresión? Era un poco gilipollas, pero un gilipollas muy sexi.

Se acercó un poco más y dijo con mucho aplomo:

—Los padres de Jeremy Pratt lo dejan dar una fiesta en su casa de la playa este fin de semana. —El azul de sus ojos se intensificó—. ¿A qué hora te recojo?

—Hace tres años que vamos juntos a clase. ¿Por qué me invitas a salir ahora, de repente? —No acababa de fiarme de él.

—¿La verdad? No te había invitado a salir antes porque pensaba que tenías algo con Stewart.

—Noah es mi mejor amigo.

—Siento oírte decir eso.

—¿Por qué?

—Porque he desperdiciado tres años. Así que… ¿qué dices? ¿Me vas a hacer esperar más tiempo o tenemos una cita? —Y ahí estaba otra vez, en el momento justo, la sonrisa de un millón de vatios.

—¿Qué ha cambiado? Noah y yo seguimos siendo amigos.

—¿Ah, sí? Pues últimamente no se os ve muy amigos, la verdad. ¿Estás segura de que todavía es tu amigo? —No respondí porque, aunque odiaba admitirlo, no le faltaba razón—. Así que, preciosa, ¿a qué hora te recojo?

—Eres todo un conquistador. —Hice una pausa antes de responder—: A las ocho en punto. Puede ser divertido.

—Oh, te aseguro que será divertido. Vivo para complacer. —Se separó de la taquilla—. Venga, coge tus cosas, que te acompaño al coche.

—¿Te han dicho alguna vez que eres un mandón?

Él se inclinó hacia mí. Si no hubiera sido tan guapo, me habría parecido que se acercaba demasiado.

—No soy mandón. Sé lo que quiero y no me gusta perder el tiempo. —Me guiñó el ojo.

En ese momento entendí lo que Noah había querido decirme aquel día acerca de que sentía que me estaba poniendo los cuernos cuando salía con otras chicas. Tenía la sensación de estar haciendo algo que no debía; era como si estuviera traicionando a Noah solo por hablar con Brad. Estuve a punto de coger mis cosas y salir corriendo, pero no lo hice. Era el momento de mantenerme firme; de abrir las alas y experimentar cosas nuevas. Saqué los libros y los puse en la mochila. Al volverme, Brad me la quitó de la mano y me acompañó al coche. Abrí la puerta del acompañante y le indiqué que la dejara allí. Luego me siguió al otro lado del vehículo. Abrí la puerta y colgué el bolso del asiento.

Al volverme, me encontré cara a cara con Brad, que se interponía entre la puerta y yo. Tenía el brazo apoyado en la misma. Estábamos tan cerca que noté su aliento en mis labios cuando me dijo en voz baja:

—Me alegro mucho de que quieras… —hizo una pausa, bajó la vista hasta mis labios y volvió a mirarme a los ojos. Yo tragué saliva— que te lleve a la fiesta.

Me aclaré la garganta y repliqué, nerviosa:

—Yo también.

—¿Sabes qué?

—¿Qué? —susurré.

Con la vista clavada en mi boca, él se succionó el labio inferior, recorriéndolo con sus perfectos y blancos dientes antes de añadir:

—El sábado va a ser el principio de un último curso espectacular.

Yo me quedé paralizada. No podía apartar la vista de sus ojos, azules como zafiros. Tenía el estómago lleno de mariposas; Brad me había dejado fuera de combate con su confianza. Tenía un aire de misterio y de peligro que despertaba mi curiosidad.

—Sí…, bueno…, gracias por, eh…, invitarme… y por… acompañarme —dije finalmente. Él sonrió mientras volvía a mirarme los labios un instante. Respiré hondo y añadí—: Tengo que irme.

—Eres una monada, ¿lo sabes?

Madre mía, ese tío estaba buenísimo. Tenía que largarme de allí; me estaba poniendo como una moto. Con una risita histérica, comenté:

—Sí, yo soy la mona de la familia. Mi hermana es la guapa. Eh…, ¿conoces a mi hermana? —pregunté en un tono de voz tan agudo que solo los perros debieron de oírlo. Él sonrió, negando con la cabeza—. Pues se llama Emily, Emily Kelly. Se llama igual que yo, claro, siendo hermanas… No quiero decir que las dos nos llamemos Emily. Las dos nos llamamos Kelly; compartimos apellido, por eso somos hermanas. Bueno, en realidad no es por eso. Hay mucha gente que se apellida Kelly y no son parientes míos. Es un apellido bastante habitual. Tenemos los mismos padres, por eso somos hermanas… —Me detuve al fin, haciendo caso a la voz de mi cabeza, que no paraba de gritar: «¡CÁLLATE DE UNA VEZ, AMANDA KELLY!».

—Sí, realmente monísima. —Me dirigió una sonrisa irónica.

Se separó un poco del coche, dejándome algo de espacio. Tras sentarme y buscar las llaves, me armé de valor y me volví hacia él. Brad seguía en el mismo sitio, con las manos en los bolsillos y una sonrisa de lo más besable.

«¿Una sonrisa besable? ¿Pero qué te pasa?, ¿te has vuelto loca?».

Finalmente metí la llave en el contacto y puse el coche en marcha. Salí del aparcamiento y, cuando me hube alejado un poco del instituto, me calmé lo suficiente como para pensar con claridad. No entendía cómo ese chico había logrado alterarme tanto en tan poco tiempo. Aunque el encuentro había sido apabullante, estaba orgullosa de mí misma por haberle dicho que lo acompañaría a la fiesta. Tenía que hacerlo; lo necesitaba. Había llegado el momento de remangarme y ver qué me ofrecía el mundo exterior.

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