Perfect

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Capítulo 13

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CAPÍTULO 13

No se puede superar la ruptura con alguien acostándote con otra persona, porque lo único que consigues es darte más cuenta de con quién quieres estar.

Brad y yo íbamos de camino a la fiesta en Folly Beach, también conocida como el Extremo de Norteamérica. Noah y yo crecimos jugando en esa playa. La teníamos solo a veinte minutos de casa, así que en verano pasábamos allí todo el tiempo que podíamos. Era una playa muy chula, donde convivían lo antiguo y lo moderno. Center Street está llena de bares pequeños, de colores brillantes, de restaurantes y de tiendas para turistas. Las casas son tan variadas como sus habitantes. Por un lado, están los casoplones de los ricachones y, por el otro, las cabañas de playa para los hippies de toda la vida.

Los Pratt vivían en uno de los pretenciosos casoplones en primera línea de mar, por supuesto. Aparcamos cerca de la casa y entramos. Inmediatamente me sentí fuera de lugar. Había gente por todas partes: parejas montándoselo en los sofás del salón, parejas montándoselo mientras bailaban y parejas montándoselo en la escalera. Era como estar en una versión de Calígula dirigida por John Hughes. Parecía que todos mis compañeros de curso estaban ahí. La música estaba exageradamente alta; el bajo me resonaba por todo el cuerpo. El salón se veía salpicado de vasos de plástico rojos, lo que significaba que el alcohol había empezado a fluir.

Mientras avanzábamos entre el laberinto de cuerpos, Brad me mantenía pegada al suyo, con la mano sobre mi trasero. Me había puesto unos vaqueros desteñidos y rotos y una camiseta de tirantes de color lila pálido que no llegaba a cubrirme del todo la cintura. Brad deslizó los dedos bajo la camiseta y me rozó la piel, provocándome un ligero escalofrío. Siempre estaba guapo, pero esa noche estaba especialmente sexi. Llevaba unos shorts de camuflaje color canela y una camisa de vestir azul zafiro con las mangas dobladas hasta los codos. El color de la camisa hacía juego con sus ojos, y el de los pantalones hacía juego con su olor; olía a canela. Normalmente los adolescentes no huelen muy bien. Hasta ese momento, el único chico que conocía que olía bien era Noah, que tenía un agradable aroma cítrico, como de naranja.

Varias personas detuvieron a Brad para hablar con él. Él los saludaba con prisas y volvía a centrar toda su atención en mí. Al llegar a la cocina, vimos que las encimeras estaban llenas de licores. Había vino, tequila, vodka y ron, y también varias cocteleras. Al fondo distinguí unas puertas correderas que daban a una enorme terraza donde habían colocado un par de barriles de cerveza. Y para comer había snacks… y nada más. Muy variados, eso sí: había patatas fritas de varios tipos, nachos…

En la cocina nos encontramos con el anfitrión: Jeremy.

—¡Hola, colega! Me alegro de verte, tío. Ahora empezará la fiesta de verdad. —Jeremy saludó a Brad chocándole los cinco. Estaba claro que el anfitrión ya había probado las bebidas.

—Pratt, ¿conoces a Amanda?

—Ah, sí, sí; eres la chica de Stewart. —Noté que la mano de Brad se tensaba a mi espalda—. Me alegro de verte por aquí. —Al ver dónde apoyaba Brad la mano, se inclinó sobre él y le dijo en un susurro demasiado alto—: Ten cuidado, tío. Cómo te vea Stewart tocando a su chica, se va a liar. Cómo se puso ayer; nunca lo había visto tan cabreado.

—No es su chica. —Brad me miró antes de dirigirle una sonrisa tensa al anfitrión.

A mí se me formó un nudo en el estómago.

—¿Dónde está Noah? —le pregunté a Jeremy.

Él alzó las manos y las sacudió por encima de la cabeza, mientras decía arrastrando las palabras:

—Por ahí, en alguna parte. —Perdió el equilibrio y chocó contra la encimera. Dándole una palmada a Brad en la espalda, añadió—: Estáis en vuestra casa; comed, bebed, haced lo que os dé la gana.

Mientras Jeremy se alejaba, miré a mi alrededor para ver si localizaba a Noah antes de decirle a Brad:

—No ha sido buena idea venir; aún no he podido hablar con Noah.

Él se inclinó hacia mí y me rozó la oreja con los labios.

—Estar contigo siempre es buena idea. Esto está abarrotado, no creo que nos lo encontremos. Relájate, yo cuidaré de ti. —Me besó muy delicadamente debajo de la oreja—. ¿Qué te apetece? Hablo de bebidas ahora mismo; luego ya me ocuparé de otras cosas más agradables. —Me guiñó el ojo.

Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza.

—¿En serio?

Brad me dirigió una sonrisa de actor de Hollywood.

—Preciosa, no tienes ni idea de lo en serio que hablo.

No estaba acostumbrada a beber. Había probado el vino alguna vez, pero de ahí no había pasado. Además, Brad me afectaba demasiado, así que pensé que lo mejor sería mantener la cabeza despejada.

Lo miré y sonreí con timidez.

—Un refresco light, gracias.

—Un refresco light. Vale, ahora vuelvo.

Me dio un beso en la mejilla antes de irse. Sí, ese chico era para desmayarse de gusto.

Poco después, volvió con dos vasos llenos de refresco. Me sorprendió que él no bebiera nada más potente. La curiosidad pudo conmigo, así que se lo pregunté.

—Tal vez más tarde —me respondió—. Quiero tener la cabeza clara para conocerte mejor. —Me tomó del codo y me llevó hacia la terraza—. Vamos afuera, hay menos gente.

Hacía una noche preciosa. El cielo estaba tan claro que las estrellas parecían lucecitas de Navidad. Hasta se veía el faro de la isla de Morris en la distancia. Soplaba una suave brisa procedente del océano, y el sonido de las olas chocando contra las rocas era relajante. Nos acercamos a la barandilla de la terraza con vistas al mar. Mientras disfrutaba de la brisa y el espectáculo, Brad me observaba a mí. Noté que me ruborizaba; me estaba haciendo sentir un poco incómoda.

Me volví hacia él y le pregunté, tratando de sonar juguetona:

—Qué manía tienes con observar, ¿no?

—Ya te dije que no te observo, te admiro. ¿Por qué te molesta tanto que los chicos te miren?

Esta vez sí que me puse como un tomate.

—En primer lugar, nunca he tenido a más de un chico mirándome. Y, en segundo, no soy del tipo de chicas que los chicos observan, al menos por nada bueno.

Él se inclinó hacia mí hasta que nuestros ojos quedaron a la misma altura. En voz baja, replicó:

—No tienes ni idea de lo buena que estás, ¿no?

—¿Estás seguro de que solo hay refresco en ese vaso?

Brad negó con la cabeza y sonrió.

—Eres increíble; estoy tan contento de que me dijeras que sí.

Me dio un beso delicado. Automáticamente, cerré los ojos mientras una corriente de electricidad me recorría el cuerpo. Él me mordisqueó el labio inferior y luego le pasó la lengua por encima. Sus labios eran suaves y sabían a refresco. Nuestras bocas se encontraron en una caricia lenta, intencionada y sexi como una cosa mala. Se notaba que no tenía prisa por acabar el beso, y yo tampoco.

De repente, se apartó de mí. Oí gente gritando y abrí los ojos. Estaba tan desorientada por el beso que al principio no entendí lo que estaba pasando. Cuando me recuperé, vi que Noah estaba arrastrando a Brad escaleras abajo, hacia la playa. Varias personas los estaban siguiendo. Cuando llegué a la arena, oí el sonido de un puño golpeando carne.

—¡TE ADVERTÍ QUE NO LA TOCARAS! —exclamó Noah, dándole un puñetazo a Brad en el costado.

A diferencia del día anterior, esta vez Brad se defendió. Le dio un empujón y luego le alcanzó la mandíbula de un puñetazo. Noah se tambaleó hacia atrás, dio varios pasos y negó con la cabeza para despejarla. Después se abalanzó sobre Brad, tirándolo al suelo. Lo atacó sin descanso dándole un puñetazo tras otro.

Yo me acerqué corriendo y gritando, con los ojos llenos de lágrimas:

—¡NOAH, PARA, LO VAS A MATAR!

Finalmente, Jeremy y dos más se acercaron y apartaron a Noah.

Me acerqué a Brad, me arrodillé a su lado y traté de ayudarlo a incorporarse.

—Dios mío, ¿estás bien? Tenemos que llevarte a urgencias.

Él negó con la cabeza y susurró respirando con dificultad:

—No, estoy bien. Dame un segundo.

Levanté la cara hacia Noah, rogándole con la mirada que se calmara. Tenía la respiración alterada y el pecho le subía y le bajaba rápidamente. Tenía los dientes muy apretados, igual que los puños, pero al menos ya no trataba de acercarse a Brad. Me estaba fulminando con la mirada. El día anterior me había parecido que estaba furioso, pero no era nada comparado con la rabia que desprendía en ese momento. Nunca me había mirado con tanta furia.

Con una sonrisa irónica, me preguntó:

—¿Es esto lo que quieres? ¿Estar con un hijo de puta que solo pretende bajarte las bragas?

No supe qué responder. Estaba muerta de vergüenza, y la culpa era de Noah. Lo miré con los ojos llenos de lágrimas. No entendía lo que estaba pasando. Sabía que él odiaba la idea de que saliera con Brad, pero solo era una cita. Noah actuaba como si estuviera a punto de casarme con él y de condenarme a una vida de infelicidad. Sin decir nada más, se volvió y se abrió camino a empujones escaleras arriba y hasta la casa.

Tratando de recuperar el tono festivo de la reunión, Jeremy exclamó:

—¡Venga! ¡Es una fiesta! ¡Aquí ya no hay nada más que ver! ¡Todo el mundo a pasarlo bien!

La multitud se dispersó y volvió a la casa.

Yo ayudé a Brad a levantarse.

—¿Estás seguro de que estás bien?

—Sí, muy bien —refunfuñó.

Me rodeó los hombros con un brazo mientras yo hacía lo mismo con su cintura. Él se apoyó en mí para subir la escalera y luego tuve que ayudarlo a reclinarse en una de las tumbonas de la terraza. Todo eso era culpa mía, me sentía terriblemente culpable. Me senté a su lado, sin parar de disculparme. En ese momento, no sabía qué decir o qué hacer.

Le dirigí una mirada compasiva y le pregunté:

—¿Puedo traerte algo? ¿Puedo hacer algo por ti?

Su cara se iluminó con una sonrisa sexi a rabiar.

—Se me ocurren unas cuantas cosas que me gustaría que hicieras por mí. Pero espera un poco a que se me pase el dolor.

Sacudí la cabeza.

—¿Es que nunca dejas de ligar?

—No cuando estoy delante de alguien que vale la pena. —Me guiñó el ojo.

—Tal vez debería hacer caso de lo que se dice de ti.

—No voy a mentirte: me he imaginado estando contigo en distintas posturas, y en todas ellas tú tenías las piernas alrededor de mi cintura, pero quiero algo más.

Sentí un escalofrío, seguido de otro, seguido de otro. Tras lo que me pareció una eternidad, le pregunté nerviosa:

—¿Qué más quieres?

—Lo quiero todo de ti —respondió con aquella sonrisa sexi, marca de la casa, de las que se derriten en tu boca.

¿Qué me pasaba con ese chico? No paraba de soltar impertinencias, pero cuantas más soltaba, más me derretía. ¡Estaba hecha una niñata!

Brad y yo permanecimos en la terraza durante una hora aproximadamente. Charlamos sobre el instituto, los planes para el verano y sobre las universidades en las que esperábamos entrar. También flirteamos un montón. Bueno, casi todos los tejos los tiró él, claro. Al fin y al cabo, tenía más práctica. Yo no acababa de estar cómoda a su lado, pero cada vez lo estaba un poco más. Su personalidad me tenía en la cuerda floja: se mostraba agresivo a ratos, pero otras veces era pura dulzura. Eso sí, era encantador, y me lo estaba pasando muy bien con él.

Llevábamos ya un buen rato en la fiesta y tenía ganas de ir al lavabo.

—¿Me perdonas un segundo? Tengo que ir al baño —dije con timidez.

—Claro, pero no tardes. Todavía necesito que me impongas tus manos sanadoras en las heridas. Por cierto, hay otras partes de mi cuerpo que han empezado a protestar: también quieren que las toques —dijo dirigiéndome una sonrisa canalla y alzando las cejas.

Le devolví la sonrisa.

—Estás encantado de haberte conocido, ¿no?

Él reflexionó unos momentos antes de responder:

—Sí, la verdad es que sí. Y tú también lo estarás, pronto.

—¿Puedes decirme dónde está el lavabo?

Él se echó a reír.

—Hay uno abajo y dos arriba.

—Gracias, ahora vuelvo.

Entré en la casa por las puertas correderas que daban al enorme salón. Había más o menos la misma gente que antes, pero no hacían tanto ruido. Miré a mi alrededor buscando a Noah para evitarlo. Lo mejor era mantener las distancias de momento. No había vuelto a verlo desde la pelea, pero no podía quitarme su mirada de la cabeza.

Le pregunté a una pareja si lo habían visto y me dijeron que se había marchado después de la pelea. Me alegré; era lo mejor que podía hacer. Tenía que tranquilizarse; yo podía cuidarme sola.

Vi a Jeremy en la improvisada pista de baile, frotándose animadamente nada más y nada menos que con Beth. Debía de haber llegado mientras yo estaba en la terraza con Brad.

Beth y yo aún no nos hablábamos y, por su modo de mirarme, pensé que íbamos a seguir así, pero me equivoqué.

—¿Qué?, ¿has venido a quitarme a Jeremy también, Amanda?

—No. Y nunca te he quitado a nadie, Beth.

—¡No ni poco!

—Señoras, nada de peleas. Ya ha habido bastantes peleas esta noche —protestó Jeremy, arrastrando las palabras.

—¿Puedes decirme dónde está el lavabo?

—No uses el de abajo. Hay mucha cola —me advirtió Jeremy—. Ve a alguno de los de arriba.

Me volví a buscar la escalera mientras Beth y Jeremy comenzaban a sobarse de nuevo como si no hubiera un mañana. Al llegar arriba me di cuenta de que no sabía qué puerta era la del baño, así que no me quedó más remedio que ir abriéndolas todas. Tampoco debía de haber tantas. No podía ser difícil encontrar uno de los dos lavabos.

La primera puerta que abrí era un armario; la siguiente, un despacho. Tal vez no iba a ser tan fácil como pensaba. Por suerte, vi que alguien salía de una puerta situada al final del pasillo. ¡Bingo! El baño. Me dirigí hacia allí cuando oí un ruido que provenía de detrás de la puerta que tenía a mi lado. Fue un golpe seco, como si hubieran empotrado a alguien contra la madera, seguido de un gemido femenino:

—Oh, sí, sí, fóllame duro.

Me quedé paralizada; las piernas no me respondían. Sabía que debía largarme de allí, pero era incapaz. Tras un par de golpes más seguidos de gemidos, la chica protestó:

—Bésame en la boca. ¿Por qué no me besas en la boca? Quiero que lo hagas. —El chico protestó entre gruñidos, y ella dijo—: Ah, tampoco puedo hablar. Pues acaba de follarme de una vez. —Tras unos cuantos gemidos más, se hizo el silencio.

Al darme cuenta de que habían acabado, me dirigí al baño lo más rápidamente posible, esperando que no hubiera nadie. Por suerte, estaba vacío. Hice lo que tenía que hacer, me lavé las manos y me revisé el maquillaje en el espejo. Sabía que estaba entreteniéndome a propósito para dar tiempo a los empotradores a desaparecer de allí. Me parecía increíble que alguien tuviera la cara dura de montárselo en la casa de otra familia durante una fiesta. No es que fuera una mojigata, pero me parecía cutre. Había gente subiendo y bajando constantemente; cualquiera podía oírlos.

Abrí la puerta con cuidado para asegurarme de que no había moros en la costa. Cuando llevaba tres pasos dados, lo oí. La puerta de la habitación del sexo se estaba abriendo. Me quedé helada. Debería haber salido corriendo en cuanto oí la puerta, pero no lo hice. Reconozco que sentía curiosidad por saber quiénes eran los empotradores. La puerta se abrió lentamente. Fueran quienes fuesen, querían asegurarse de que nadie los veía salir de la habitación. El chico salió primero.

«Amanda Marie Kelly, ¿por qué demonios no saliste corriendo al ver que la puerta se abría?».

Noah salió al pasillo con la cabeza agachada. Supongo que notó que no estaba solo, porque inmediatamente levantó la cara hacia mí. Se quedó pálido como un muerto. Yo me quedé bloqueada; el cuerpo no me respondía. No podía pensar, hablar ni moverme. Cuando creía que las cosas no podían empeorar, ella salió detrás y me miró por encima del hombro de Noah.

—Anda, hola, Amanda. ¿Qué estás haciendo aquí? —me preguntó Brittani con una sonrisa de suficiencia y satisfacción. Sentí unas ganas enormes de borrársela de un puñetazo.

Yo permanecí en silencio. ¿Cómo podía ser que no la hubiera visto en la fiesta hasta ese momento? Era fácil verla, sobre todo era fácil ver su culo gordo. Rodeó la cintura de Noah con los brazos y él se apresuró a apartarse. Brittani pareció enfadarse, pero se recuperó rápidamente.

Con una voz edulcorada, se dirigió a Noah:

—Cariño, has estado increíble, como siempre. Nadie me folla como tú. Y cómo me chupas el…

—Cállate, Brittani —la interrumpió Noah. Su voz mostraba que estaba enfadado, pero su mirada era triste. Cuando ella le acarició el pelo, él se la quitó de encima con brusquedad.

Brittani se plantó las manos en las caderas, resopló y protestó con voz de pito:

—¿Se puede saber qué te pasa?

Con los dientes apretados, Noah le soltó:

—Vete de aquí.

Ella se volvió hacia mí con su sonrisa de gato de Cheshire plantificada en la cara. Dios, cómo odiaba aquella jodida cara. Luego se dirigió a Noah, ronroneando:

—Estaré abajo cuando estés listo para el segundo asalto, nene. —Y, con una última sonrisa de comemierda dirigida a mí, se marchó.

Noah y yo no habíamos perdido el contacto visual en ningún momento. De repente, recuperé la sensibilidad en el cuerpo y me entraron ganas de vomitar. Volví corriendo al lavabo y permanecí unos segundos sobre la taza antes de vaciar todo lo que tenía en el estómago. Hacía nueve horas desde la última vez que había comido, así que no tenía gran cosa que echar. Las arcadas hicieron que me convulsionara de arriba abajo. Me dolía horriblemente la cabeza, y el dolor en el pecho era tan intenso que sentí que se me estaba rompiendo el corazón.

Cuando me convencí de que ya no me quedaba nada más que echar, me senté en el suelo con la espalda apoyada en la bañera y empecé a llorar desconsoladamente, sin poder evitarlo. Alguien llamó débilmente a la puerta. Guardé silencio, pero insistieron. Luego oí a Noah:

—Piolín, ¿te encuentras bien? ¿Puedo pasar, por favor?

¿Me estaba tomando el pelo? En menos de tres minutos había pasado de estar herida a estar destrozada, enfadada y ahora furiosa. Tratando de controlar los sollozos, grité:

—¡NO, NO Y NO! —La puerta se abrió lentamente. Había entrado con tanta urgencia que me había olvidado de cerrar con pestillo. No me podía creer que estuviera entrando—. ¡ALÉJATE DE MÍ, NOAH, JODER, DÉJAME EN PAZ!

Me puse de pie con dificultad mientras la puerta acababa de abrirse y me vi reflejada en el espejo. Estaba espantosa. Tenía los ojos inyectados en sangre, y la cara emborronada por las lágrimas.

Él entró y cerró la puerta.

—Sé que no quieres oír esto ahora —dijo con un hilo de voz—, pero lo siento. Lo siento mucho.

—¿Qué es lo que sientes? Tú y yo no somos nada —repliqué tratando de mostrarme indiferente.

—Lo que has visto no significa nada. Solo ha sido un polvo.

—Vaya, estás hecho un romántico.

Él se frotó la cara con las dos manos.

—Estaba furioso contigo por haberlo elegido a él.

—No serás capaz de culparme a mí por lo que acabas de hacer con ella… ¿Cómo has podido? ¿Con ella? —Traté de salir de allí, pero él lo impidió agarrándome del brazo.

—No lo sé. Cuando te vi arrodillada junto a aquel follapitufos…, perdí la cabeza.

—Así que te has tirado a Brittani para vengarte de mí.

—No, no pretendía vengarme de ti. Solo quería ahogar el dolor.

Continuábamos mirándonos a los ojos, y yo no podía dejar de llorar.

Me solté y di un paso atrás.

—¿Por qué tenía que ser con ella? No has visto la cara que ha puesto cuando ha salido de la habitación y me ha visto allí plantada. Estaba tan satisfecha. Me miraba como si ella fuera la dueña de algo que yo nunca iba a poder tener. —Cada vez sollozaba con más fuerza.

—Me tienes. Soy todo tuyo; siempre lo he sido, pero tú no me quieres.

Sus palabras fueron como una bofetada. Noah tenía que saber que eso no era verdad. ¿Por qué no me entendía? Nunca había sido cuestión de no quererlo. Se trataba de que no quería perderlo. Ya se lo había explicado. Empezaba a faltarme el aire; tenía que salir de allí. Le di un empujón y esta vez me dejó marchar.

Ya en el pasillo, eché a correr. Bajé corriendo la escalera, crucé el salón y la terraza, donde Brad seguía esperándome. No tenía ni idea del rato que había pasado. Podrían haber sido minutos u horas. Cuando llegué a la arena, me quité las sandalias y corrí por la playa. No tenía ni idea de adónde iba. Solo sabía que necesitaba salir de allí.

Corrí tan rápido y tan lejos como me permitieron las piernas, antes de caer rendida en la arena. Respiraba tan deprisa que empecé a marearme. Oí que alguien gritaba mi nombre a lo lejos. Me daba igual quién fuera; me daba igual todo, excepto olvidar lo que había pasado. Cuando la voz se acercó, no levanté la cabeza, ya sabía quién era. Brad llegó a mi lado y se dejó caer en la arena, respirando agitadamente. Yo me llevé las rodillas al pecho y me las abracé. Miré hacia el océano, esperando que las olas me calmaran y me ayudaran a olvidarme de lo sucedido.

Cuando Brad recuperó el aliento, se volvió hacia mí y me preguntó:

—¿Qué puedo hacer?

No lo miré.

—Nada. —Respondí sin expresión.

Permanecimos sentados en silencio unos minutos.

—Siento que hayas tenido que ver eso.

Me volví hacia él lentamente.

—¿Cómo sabes lo que he visto?

—A Brit le gusta presumir. —Se encogió de hombros.

Volví la vista hacia el mar.

—Quiero olvidarme de esta última hora —murmuré. Y, mirando a Brad, añadí—: Ayúdame a olvidar.

Él se inclinó hacia mí y me acarició la mejilla con delicadeza antes de besarme. Luego se levantó y me ofreció la mano para ayudarme a levantarme. Durante el camino de vuelta a la casa, me abrazó por los hombros. Al llegar a la escalera, dudé. No sabía si Noah seguiría dentro, pero lo que sí sabía era que no quería verlo.

Brad notó mi inseguridad y dijo:

—Todo va a salir bien. No dejaré que se acerque a ti, te lo prometo. —Me sujetó la barbilla y me levantó la cara para mirarme a los ojos—. ¿Confías en mí? —me preguntó con los ojos brillantes y una expresión sincera.

—Sí. —Respondí casi sin aliento por la intensidad de su mirada.

Él trató de aligerar el ambiente haciéndome sonreír.

—Bien, quédate aquí, vuelvo dentro de un minuto. Va a dar comienzo la «Operación Olvi Darnos Detodo» —anunció poniendo acento neoyorquino.

Me guiñó el ojo y subió los escalones a la carrera.

Cuando volvió, llevaba una manta bajo el brazo y una bolsa de plástico llena de trozos de lima, un salero, dos vasos de chupito y una botella de tequila.

Con el codo, me indicó que cogiera la manta.

—Anda, ayúdame. —Yo se la quité de debajo del brazo—. Ven, sígueme.

Nos alejamos unos metros playa abajo. Todavía llegaba un poco de luz de la casa. Además, la luna brillaba con fuerza, así que veíamos lo que hacíamos, pero quedábamos bastante protegidos de las miradas de los curiosos.

—¿Me equivoco o nunca has tomado chupitos?

—No se equivoca usted, caballero. —Extendí la manta y miré todo lo que cargaba—. Parece complicado; llevas un montón de cosas.

—Bueno, por suerte para ti, preciosa, estás con un experto chupitero —dijo haciéndome sonreír.

Nos sentamos uno frente al otro, con las piernas cruzadas. Brad colocó todos los ingredientes sobre la manta. Cogió un trozo de lima y lo sostuvo en alto. Con sus ojos azules clavados en mí, se lamió el dorso de esa mano y la espolvoreó con sal. Luego señaló la botella de tequila con la barbilla y me pidió que le sirviera un vaso.

Sonriendo, hice lo que me pedía. Él me quitó el vaso de la mano y me dijo, muy solemne:

—Presta atención, después te haré un examen.

Me eché a reír. Brad realmente estaba logrando animarme.

En un movimiento rápido y fluido, sorbió la lima, lamió la sal y se bebió el tequila. Negó con la cabeza y gruñó.

—¡Oh, nena, qué rico! —exclamó, haciéndome reír.

A continuación, me observó con atención mientras yo me preparaba mi primer chupito. Tenía ya la lima y la sal a punto.

Me sirvió un vaso de tequila y me lo ofreció, dándome instrucciones:

—Lo mejor es que vayas lo más rápido posible. Y recuerda: CLT.

Lo miré sin entender nada.

—¿CLT?

Él me dirigió una sonrisa traviesa.

—Chupa. Lame. Traga. —Noté que me ponía roja como un tomate. Inclinándose hacia mí, añadió en voz baja—: El CLT puede aplicarse en otras situaciones. —Me dirigió una mirada canalla y me guiñó el ojo.

Me senté más derecha, echando los hombros hacia atrás y repetí lo de «CLT» en mi cabeza. Chupé la lima, lamí la sal y me tragué el tequila lo más rápido que pude. En cuanto el tequila me alcanzó la garganta, me atraganté y empecé a toser.

Brad se acercó a mí y me dio palmaditas hasta que me calmé. Mientras me frotaba la espalda, admitió:

—Probablemente debería haber mencionado que los dos primeros son un poco duros.

—Gracias por decírmelo ahora. —Repuse, ahogándome.

Brad tenía razón. Una vez superado el segundo, los siguientes entraron suaves como la seda.

Seguimos con la «Operación Olvi Darnos Detodo» hasta que acabamos con casi todas nuestras reservas. Había perdido la noción del tiempo, pero era una sensación maravillosa. No me preocupaba nada en este mundo. Ni siquiera me dolía pensar en el innombrable.

—Vaya, la botella está casi vasssisssa, vaciiiiza, vacía —dije arrastrando las palabras.

—¿Cómo te encuentras?

Ladeando la cabeza, respondí:

—Borracha y relajada.

Nos echamos a reír los dos.

—Eres un encanto… y una experta en chupitos.

—He tenido un buen maestro —repliqué con los ojos entornados.

Llegados a ese punto, el alcohol corría ya libremente por mis venas, haciéndome sentir muy valiente. Nunca había coqueteado de esa manera con un chico; esperaba que Brad no se riera en mi cara.

No lo hizo. Se acercó más a mí, me acarició la nariz de arriba abajo con la suya y susurró:

—Me gustaría enseñarte más cosas.

Inclinándose sobre mí, me mordisqueó la oreja. Me hizo cosquillas y me provocó un escalofrío por todo el cuerpo. Me eché a reír. ¿Qué demonios me estaba pasando? Me aparté un poco porque notaba que el cuello me ardía donde él lo había besado.

Mirándolo de reojo, pregunté:

—¿Como cuáles?

Brad se apoyó en el brazo y volvió a besarme detrás de la oreja.

—Ven aquí —susurró.

Me sujetó por la cintura y me atrajo hacia sí para que me sentara sobre su regazo. El movimiento fue tan rápido que me cogió por sorpresa y él aprovechó para trazar una línea con la lengua a lo largo de mi cuello. Yo ladeé la cabeza para darle un acceso libre de obstáculos. Me gusta ayudar a mis semejantes cuando puedo. Era una sensación increíble. Estaba ardiendo, pero tenía escalofríos al mismo tiempo. Me recorrió las caderas con las manos hasta llegar a las nalgas. Agarrándome por ahí, me acercó a su pecho. Notar que sus grandes manos me sujetaban y me estrujaban las nalgas hizo que me cosquilleara todo el cuerpo.

—¡Eeeeh! —Miré por encima del hombro y vi los dedos de Brad clavándose en mis nalgas. No sé por qué me pareció muy divertido, y me eché a reír—. ¡Me estás tocando el culo! —Noté que él sonreía con la cara enterrada en mi cuello—. Nadie me había tocado el culo.

—¿Ah, no? —murmuró él, sorprendido, sin dejar de besarme el cuello.

—No expresamente.

Me besó en los labios. Me succionó y me mordisqueó ligeramente el labio inferior. Mi cuerpo se derretía entre sus manos. Me apretó el culo con más fuerza, haciéndome gemir, y susurró con los labios pegados a los míos:

—No lo entiendo; tienes un culito monísimo.

Noté que me humedecía entre las piernas. Él me deslizó la lengua en la boca y la exploró a conciencia antes de retirarse y volver a trazar una línea en mi cuello. Su aliento cálido me hacía arder la piel mientras sus manos se deslizaban bajo mi camiseta.

Con la voz ronca, me dijo:

—Hay muchas más partes de tu cuerpo que quiero tocar expresamente. —Me lamió detrás de la oreja y murmuró—: Eres tan dulce…, quiero lamer cada centímetro de tu cuerpo.

Pensé que iba a explotar. Sus palabras me estaban despertando sensaciones que no sabía que existían. Me estaba volviendo loca.

Hasta ese momento me había estado sujetando a él por el cuello. Subí un poco las manos y las hundí en su suave pelo rubio. Cuando enredé los dedos en él y tiré ligeramente, Brad gruñó. Los dos respirábamos con dificultad, jadeando, y no podíamos frenar.

Tras un nuevo gruñido, Brad susurró:

—Por si no te había quedado lo bastante claro, me gustas, me gustas mucho.

—A mí también me gustas —repliqué, riendo.

No sé si era Brad, el tequila o la combinación de ambos, pero me sentía muy feliz.

Me apretó contra sus caderas.

—¿Notas cómo me pones?

—Mmmm —gemí.

—Vayamos a un sitio menos arenoso.

—Vale. —Me eché a reír de nuevo.

La cabeza me daba tantas vueltas que no sabía exactamente a qué acababa de acceder. Lo único que sabía era que tenía mucho calor y un cosquilleo de excitación.

Bajé del regazo de Brad y él luchó por ponerse de pie. Tardó unos momentos en recuperar el equilibrio y luego me ofreció las manos. Cuando se las di, tiró de mí, sacándome de la manta.

Empecé a recoger las cosas, pero él me dijo que lo dejara todo ahí.

—No deberíamos dejarlo todo hecho unos zorros —protesté.

A él le hizo mucha gracia y se echó a reír. Cuando tiró de mis brazos y choqué contra su pecho, me uní a sus risas.

—Ya recogeremos luego. Ahora mismo hay otras cosas que reclaman mi atención.

Me besó rápidamente en la boca, me dio la mano y me arrastró hacia la casa.

La fiesta estaba mucho más tranquila. Brad me sujetaba la mano con fuerza mientras me guiaba por el salón en dirección a la escalera. Cuando había subido un par de escalones, alguien me agarró de la otra mano, haciendo que me detuviera en seco. Choqué contra la barandilla. Estaba tan borracha que tardé unos segundos en darme cuenta de quién era.

—¡¡NOAH!! —Debía de estar como una cuba, porque me alegré sinceramente de verlo.

Me solté de Brad y caí sobre él, agarrándome de su cuello. Noah pareció muy sorprendido al verme tan cariñosa.

—¡Mira, Brad! ¡Es Noah, mi Noah! Es tan dulce y sexi. Es dulcexi. Me lamió el muslo bajo la mesa del comedor de mis padres. ¿Te acuerdas de cuando me lamiste el muslo, Noah? —le pregunté con voz chillona.

Él me apoyó las manos en los hombros para ayudarme a mantener el equilibrio y dijo en voz baja:

—Venga, te acompaño a casa.

Levanté la vista hacia su preciosa cara y repliqué:

—Pero es que Brad estaba a punto de hacerme cosas expresamente. No sé muy bien qué, pero me estaba divirtiendo mucho. Eh, ¿te unes a nosotros?

Miré a Brad, que tenía los puños apretados, igual que los dientes, y estaba fulminando a Noah con la mirada.

Noah me abrazó por la cintura y me alejó de allí. Brad nos siguió.

Me agarró del codo y tiró de mí.

Con voz amenazadora, casi un gruñido, Brad le preguntó:

—¿Es que no le has hecho bastante daño por una noche? Se lo está pasando bien conmigo, así que quítale las jodidas manos de encima.

Sonreí a Brad y luego le dije a Noah:

—Es verdad, me lo estoy pasando bien. En realidad, no es un follapitufos.

Noah tiró de mi otro brazo, librándome del agarre de Brad y arrastrándome hacia la puerta. Antes de llegar, Brad volvió a agarrarme del otro brazo. Empezaba a cansarme de que me zarandearan arriba y abajo. Por no hablar de que me estaba mareando cada vez más. Sin decir una palabra, Noah me soltó, se dirigió hacia Brad y le dio un puñetazo en el estómago. Mi otra mano quedó libre cuando Brad cayó al suelo, sujetándose el estómago con las dos manos.

Noah se agachó y me cargó sobre su hombro.

Mientras nos dirigíamos a la puerta, me agarré de la cintura de los pantalones de Noah, levanté la cabeza y grité:

—¡ADIÓS, BRAD! ¡GRACIAS! ¡SI QUIERES, OTRO DÍA PUEDES LAMERME EL MUSLO! ¡ADIÓS!

Cuando salimos por la puerta, él seguía hecho un ovillo en el suelo.

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