Perfect

Perfect


Capítulo 14

Página 17 de 44

CAPÍTULO 14

Conoces de verdad el carácter de una persona cuando ves que no se aprovecha de la situación.

Debí de quedarme dormida en el coche porque, poco después, estaba en la habitación de Noah, sentada en su cama. Él estaba junto al armario, de espaldas a mí. La cabeza me daba vueltas y la habitación también, lo que me hizo caer de espaldas en la cama.

—Noah, tu habitación es como un parque de atracciones.

Oí una risilla encima de mi cabeza. Abrí un ojo lentamente y vi a Noah frente a mí, con un bóxer de cuadros blancos y verdes en la mano y una camiseta blanca. Ya no estaba enfadado; parecía sentirse triste y culpable.

Esbocé una mueca de confusión.

—¿Llevas calzoncillos de cuadros escoceses?

Noté el roce de la tela de la camiseta y del bóxer cuando los dejó a mi lado en la cama.

Con la voz ronca, me dijo:

—Ponte esto; voy a buscarte agua y aspirinas.

—¿Qué voy a hacer con mis padres? No puedo volver a casa así.

—Nuestros padres están pasando el fin de semana en Myrtle Beach, ¿no te acuerdas?

Oí que cruzaba la habitación, pero se detuvo cuando empecé a quejarme:

—Noah, no puedo sentarme. ¡Ayúdame!

Levanté los brazos hacia el techo y noté la calidez de sus manos cuando me agarró y tiró de mí hasta que quedé sentada. Me incliné a un lado y a otro mientras la cabeza me daba vueltas.

Traté de desabrocharme los vaqueros, pero las manos no me obedecían. Habría jurado que solo tenía un botón en los pantalones cuando salí de casa, pero al parecer había tenido bebés, porque ahora veía cuatro.

Le dirigí una mirada desvalida, batiendo las pestañas un par de veces.

—Parece que tengo dificultades para encontrar el bontón auténtico y la crema-liera. —Me eché a reír.

Noah se arrodilló frente a mí, sonrió y susurró:

—Yo te ayudaré.

Me quitó las chanclas y las dejó a un lado. Me desabrochó los vaqueros y bajó la cremallera. Sentí un escalofrío cuando sus dedos me rozaron la piel.

Me miró a los ojos, tragó saliva y dijo:

—Iré a buscar el agua y las aspirinas mientras te cambias.

Se levantó, se volvió y se dirigió hacia la puerta.

Traté de sentarme en la cama, pero al echarme hacia delante, la habitación empezó a dar vueltas rápidamente. Volví a dejarme caer de espaldas.

—Noah, no puedo levantarme; te necesito.

Volvió a acercarse.

—Piolín, ¿te encuentras bien?

—Sí, pero te necesito. No me abandones —susurré.

Se arrodilló frente a mí de nuevo y dijo:

—Nunca te abandonaré. Apóyate en mis hombros mientras te incorporas.

Noah me ayudó. Le apoyé las manos en los hombros y me levanté. Cuando al fin logré sentarme, mis pechos quedaron a la altura de su cara. Sentí un cosquilleo cuando su mejilla me rozó el torso mientras se levantaba. La cabeza siguió dándome vueltas, pero si no me soltaba de sus hombros, podía permanecer de pie.

Noah me sujetó por las caderas, metió los dedos por la cintura de los pantalones y los bajó a la altura de los muslos. Incliné la cabeza y vi que trataba de no fijarse en mis piernas desnudas ni en las braguitas de encaje morado. Notaba su aliento frente a la parte delantera de las mismas. Permanecimos inmóviles unos segundos y luego lo oí inspirar hondo. Me ayudó a sentarme otra vez y después acabó de bajarme los vaqueros. Se lo veía tan incómodo que resultaba muy mono.

Alargué los brazos y metí una pierna en el bóxer y luego la otra. Volví a levantarme apoyándome en sus hombros y él me lo subió hasta la cintura. Noah carraspeó y dijo en voz baja:

—Seguro que podrás acabar tú sola. Voy a por el agua y las aspirinas.

El tequila me había vuelto atrevida y olvidadiza, y me había puesto muy cachonda. Lo que había pasado hacía unas horas ya no me dolía tanto. Quería saber cómo sería notar las manos de Noah en mi cuerpo. Quería saber cómo era ser como Brittani.

Mientras Noah permanecía arrodillado a mis pies, me quité la camiseta y la tiré al suelo. Él se quedó mirándome, paralizado.

Sonriendo, le pregunté:

—¿Qué miras? No te imaginabas que llevaba lencería de encaje, ¿eh? —Me succioné el labio inferior y lo solté lentamente antes de añadir—: Tengo un conjunto negro, uno rojo, uno blanco, uno rosa, uno amarillo y, como puedes ver, uno de color lila. Las braguitas son a juego. —Sonreí.

«Joder, ¿qué me está pasando? No me reconozco». Ya no era la sencilla y sosa Amanda Kelly. Me había convertido en una especie de putón tequilero: en una Putequila. «¿Qué hago hablándole a Noah de mi lencería? Oh, Dios, le estoy hablando a Noah de mis bragas. Bueno, no, no soy yo, es la señorita Putequila».

Sin apartar la mirada de mi sujetador, Noah cogió la camiseta y me la dio. Soltó el aire entrecortadamente y me ordenó:

—Ponte esto. ¡Rápido!

La cogí y me la puse. Noah estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la vista apartada. Apagué mi cerebro y dejé que la señorita Putequila se pusiera al mando. Levanté una pierna y le acaricié la cadera a Noah con la pantorrilla.

Mirándolo con los ojos entornados, le pregunté:

—¿Quieres ver lo hábil que soy?

—¿De qué estás hablando? —Se notaba que seguía abrumado por mi soliloquio sobre lencería.

—Mira y aprende, colega.

Manteniendo el contacto visual, Noah se echó hacia atrás, preparándose para el espectáculo.

Me llevé un brazo a la espalda y me peleé con el cierre hasta que lo abrí. Luego fui a buscar el sujetador por dentro de la manga y saqué uno de los tirantes. Repetí el movimiento con la otra mano, y esta vez saqué el sujetador completo, lo sostuve sobre la cabeza y exclamé:

—¡Tachán!

Noah sacudió la cabeza y se echó a reír, más relajado.

—Estás loca.

—Pero soy muy hábil. —Le guiñé el ojo.

—Sí, muy hábil. —Me sonrió.

El silencio de la habitación se hizo muy evidente en los segundos siguientes, en los que permanecimos mirándonos fijamente. Me recliné en la cama, me apoyé en los codos y ladeé la cabeza, dejando que el pelo me cayera a su aire sobre el hombro.

No sabía si quería ponerlo celoso o hacerlo sentir culpable por lo de Brittani cuando le pregunté:

—¿Quieres saber lo que me ha hecho Brad? —No esperé a que me respondiera—. Me acarició la espalda por debajo de la camiseta, me agarró de las caderas y, luego, del culo.

Noah se enfureció. Lo vi primero en sus ojos; luego en su modo de apretar la mandíbula y los puños y en su respiración alterada. Volví a acariciarle la cadera con la pierna. Él me agarró por las rodillas y tiró de mí hacia el borde de la cama hasta que quedé casi pegada a su pecho. Contuve el aliento. Me agarré del colchón mientras él me sujetaba por detrás de las rodillas. Nuestras narices casi se tocaban, y nuestros pechos subían y bajaban al ritmo de nuestra respiración entrecortada.

Con la vista clavada en sus hipnóticos ojos azules, le pregunté:

—¿Quieres tocarme?

—Joder, claro que quiero —susurró echando la cabeza hacia atrás y suspirando.

—Pues hazlo —lo provoqué.

Él se acercó un poco más. Me acarició las caderas y deslizó las manos bajo la camiseta. Sentir sus dedos sobre mi piel hizo que me aumentara la temperatura entre las piernas.

Con los labios casi rozando los suyos, susurré:

—Tócame, Noah.

Él me miró durante varios segundos con una mezcla de deseo y conflicto interno. Sus manos descendieron por mi espalda hasta salir de la camiseta. Se apartó de mí y se sentó sobre los talones.

—Joder, joder, joder… —murmuró.

No entendía lo que acababa de pasar. Me sentí avergonzada y confusa. Era evidente que había hecho algo mal. Noah no me deseaba.

Armándome de valor, le pregunté:

—¿Qué pasa? ¿Por qué no te gusto?

—Eso no es verdad. Lo que sucede es que has bebido y no quiero que pase nada entre nosotros mientras estás borracha.

Estaba a punto de llorar; Noah no me deseaba. La humillación era casi insoportable. Bajé la vista y susurré:

—Quiero irme a casa.

Él me secó las lágrimas y me dijo en voz baja:

—No llores, Piolín, háblame.

No podía mirarlo a la cara.

—Brittani también estaba borracha, y tú sí que… —Dejé la frase a medias—. Por favor, quiero irme a casa.

Dios, era tan patética. Si así era como me ponía cuando me emborrachaba, no pensaba volver a emborracharme nunca más. Él me abrazó y apoyó mi cabeza en su pecho.

—Lo siento. Siento todo lo que ha pasado esta noche. Me odio por haberte hecho daño. —Apoyó su frente en la mía—. Me daba igual si Brittani estaba borracha o no. Brittani no me importa, y ella lo sabe. Yo tampoco le importo a ella. Nos estábamos usando mutuamente. Pero tú no eres solo un cuerpo cálido en el que perderse cuando uno quiere olvidarse del resto; lo eres todo para mí. —Me besó la frente con delicadeza y susurró—: No te vayas; quédate conmigo esta noche.

Asentí. Quería quedarme.

Cuando Noah se fue a buscar el agua y las aspirinas, me tumbé en la cama y me quedé mirando al techo. Estaba agotada y la cabeza empezaba a darme martillazos. Me arrastré hacia arriba, me tumbé de lado y me tapé con la sábana.

Oí que la puerta se abría y se cerraba silenciosamente. Noah se acercó a mi lado de la cama. Me incorporé y me tomé la aspirina que me dio. Él había aprovechado para cambiarse; llevaba pantalones de pijama y una camiseta. Dejé el vaso en la mesilla de noche y apoyé la cabeza en la almohada. Se apagó la luz y noté que la cama se hundía por el peso de Noah acostándose a mi lado. Me atrajo contra su pecho y me abrazó con fuerza por la cintura. Sentí su cálido aliento en la nuca y me relajé.

Tenía muchas ganas de que ese día acabara de una vez, así que me sorprendí a mí misma abriendo mi bocaza una vez más.

—Noah, ¿puedo preguntarte algo?

—Puedes preguntarme lo que quieras, Piolín —me susurró en el cuello.

—¿Aunque sea sobre Brittani?

Noté que su pecho se extendía y se encogía mientras respiraba hondo y soltaba el aire.

—Sí.

—¿Por qué no querías besarla ni oírla hablar?

El silencio se hizo más notorio. Noah me abrazó con fuerza y susurró:

—Porque no eras tú.

Eso era justo lo que necesitaba oír en ese momento para dormirme con una sonrisa de felicidad en la cara.

Ir a la siguiente página

Report Page