Perfect

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Capítulo 15

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CAPÍTULO 15

La fuerza invisible es la dueña de mi cerebro y, por tanto, también de mi cuerpo. He sido su rehén desde que tengo memoria. Desde que tengo uso de razón siempre ha estado ahí. Yo no tengo ni idea de cómo huir de ella.

Si pudiera verla, tocarla, razonar con ella, tal vez podría vencerla; pero solo la siento y la oigo. Sus mensajes siempre han estado presentes en mi vida. ¿De dónde salió? ¿Por qué me eligió a mí? Se coló en mi vida tan sigilosamente que no me di cuenta de que estaba acabando conmigo. (Y de que a mi amiga solían llamarla ida de olla).

Cuando me desperté, tardé unos minutos en darme cuenta de dónde demonios estaba. Me pareció que una motosierra me estaba cortando la cabeza en dos. Me dolía hasta el pelo. No podía ni levantar el cuello de la almohada. Lentamente empecé a recordar momentos de la noche anterior.

Recordé que había ido a la fiesta; que Noah y Brad se habían peleado; que me había emborrachado de mala manera; que Brad me había toqueteado todo lo que había querido; que Noah me trajo a su casa y que yo traté de hacérmelo con él. Tenía la sensación de que había pasado algo horrible, pero no sabía qué. Seguí dándole vueltas a la cabeza, tratando de poner orden en los recuerdos. Brad me besó y los chicos se pelearon. Recuerdo haber subido al piso de arriba. Mi cabeza comenzó a aclararse un poco y al fin las piezas encajaron: ¡JODER! ¡Había pillado a Noah montándoselo con Brittani!

Sentí un escalofrío. Me ardía la garganta, y un regusto amargo me llenó la boca. Cubriéndomela con una mano, me levanté de la cama de Noah, con cuidado de no despertarlo. Corrí hasta el baño y llegué justo a tiempo. Me sorprendió comprobar la cantidad de… lo que fuera que salió de mi cuerpo. Parecía la puta niña de El exorcista.

Me tumbé en el suelo del baño, con la mejilla apoyada en las baldosas, que estaban frescas. Era una sensación muy agradable; podría haberme quedado así todo el día. Estaba segura de que había despertado a Noah. Era consciente de que en cualquier momento llamaría para saber si me encontraba bien. No soportaba la idea de verlo. Sabía que los culpables de que estuviera desayunando sopa ácida eran los chupitos de tequila que había bebido con Brad, pero la imagen de Noah saliendo de aquella habitación con ella pegada a su espalda no había ayudado.

Tenía que levantarme. Si permanecía más tiempo allí, me dormiría otra vez. Me apoyé en la bañera para incorporarme y al tercer intento lo conseguí y me acerqué al lavamanos. Me enjuagué la boca varias veces. Tenía tanta sed que podría haberme bebido un océano de agua dulce. Me lavé la cara y me pasé las manos por el pelo con mucho cuidado. Quería volver a la habitación a buscar mi ropa. Quería largarme de allí cuanto antes. No podía enfrentarme a Noah en ese momento. Estaba avergonzada y me sentía humillada.

No se oía ruido en su habitación, así que o seguía durmiendo o estaba duchándose en el baño de sus padres. La imagen de Noah, desnudo y mojado, me pasó por la mente. ¡Tenía que salir de allí ya!

Abrí la puerta de su dormitorio sigilosamente. Estaba durmiendo, gracias a Dios. Al entrar en el cuarto, el fuerte latido de mi corazón me ensordeció. Mi camiseta y los vaqueros seguían al pie de la cama, donde los dejamos el día anterior. Despacio, me acerqué, me agaché y los recogí. Miré a mi alrededor buscando el resto de mis cosas. Las chanclas estaban en el lado de la cama de Noah. Decidí dejarlas ahí; ya las recuperaría más tarde. Tenía que darme prisa.

Al echar un último vistazo a mi alrededor, me recorrió una oleada de pánico. El cosquilleo me nació en el pecho y se extendió por todas las extremidades. El corazón y los pulmones me iban a toda velocidad y tenía los ojos abiertos como platos. Los cerré un momento, tratando de calmarme. Tal vez no lo estaba viendo bien. Abrí los párpados lentamente y, al volver a mirar, nada había cambiado. Me encogí. Sí, lo había visto bien: mi sujetador de encaje lila estaba colgando de la lámpara que había sobre la cómoda de Noah. Estaba ahí, burlándose de mí.

Me acerqué de puntillas y me quedé mirándolo, buscando la mejor manera de liberarlo, porque se había quedado enredado en la lámpara. Uno de los tirantes había caído por dentro de la pantalla, había quedado rodeando la base y se había enganchado del interruptor.

¿Cómo demonios había pasado? Pensé en dejarlo ahí, pero la situación ya era lo bastante humillante como para tener que suplicar después que me devolvieran la ropa interior.

Liberé el tirante del interruptor sin problemas y tiré de él hacia arriba. Cuando pensaba que iba a conseguirlo, di un último tirón. El encaje se enganchó en algo y la lámpara se cayó. La cogí antes de que llegara al suelo, pero igualmente hizo ruido. Conteniendo el aliento, miré por encima del hombro para ver si Noah se había despertado. Era imposible que siguiera durmiendo con el escándalo que estaba armando. Lo observé unos segundos. Respiraba acompasadamente y no se movía.

Seguía tratando de liberar el sujetador cuando una voz ronca y profunda me sobresaltó:

—Déjalo ahí, me gusta ver tu ropa interior de encaje en mi habitación. —Inspiré hondo—. ¿Cómo se encuentra mi Piolín esta mañana?

Sabía que se estaba riendo de mí. Sabía que yo estaba avergonzada por el tequila y por andar medio desnuda por su cuarto, y lo estaba disfrutando. Qué cabrón. No me volví hacia él; no quería darle la satisfacción de verme humillada, pero me vi en el espejo. Había manchado su camiseta de vómito. Me di cuenta de que él también me estaba viendo la cara en el espejo.

Traté de hablar, pero las palabras se me encallaban en la garganta. Haciendo un gran esfuerzo por sonar animada, respondí:

—Genial. Me voy a casa a darme una ducha y a lavarme el pelo. —Mi voz sonó como la de un fumador compulsivo, de los de cuatro paquetes al día.

Noah se levantó, vino hasta mí y me apoyó las manos en las caderas. Nos miramos a través del espejo. Joder, qué bueno estaba con ese pijama que le colgaba de las caderas y esa camiseta gris, gastada, que le cubría su impresionante torso.

Acercó la boca a mi oreja y me susurró con voz ronca:

—No te vayas; puedes ducharte aquí. —Dio un paso atrás, se quitó la camiseta y la lanzó sobre la cama. Ahí estaba ese torso maravilloso que quería recorrer de arriba abajo. Cuando volvió a hablar, me despertó del trance—: Voy a darme una ducha rápida y luego prepararé tostadas. Te ayudarán a asentar el estómago. —Me dio un beso en la coronilla. Después miró mi camiseta manchada y dijo—: Puedes quedártela.

Bajé la vista y me ruboricé. Él me sonrió y me dio una palmada en el culo antes de salir de la habitación.

¡Me dio una palmada en el culo y me gustó!

Era oficial: tenía que salir de allí cuanto antes.

Esperé hasta que abrió el grifo de la ducha y me escapé. Sabía que iba a tener que hablar con él, pero en ese momento no podía. La cabeza me daba vueltas y estaba mareada. No podía pensar con claridad. Por no mencionar que estaba asquerosa y que necesitaba una ducha. Me puse los vaqueros a toda prisa encima del bóxer, me calcé las chanclas y corrí hacia la puerta.

Me dio el tiempo justo de ducharme. Al acabar, oí a Noah, que gritaba:

—¡PIOLÍN! —Parecía furioso.

Salí de la ducha rápidamente y me tapé con una toalla grande. Mientras me secaba el pelo con otra toalla, la puerta del baño se abrió de golpe. Al volverme, vi que Noah me estaba dirigiendo una mirada asesina, apoyado con una mano en el quicio de la puerta y agarrando el pomo con fuerza con la otra.

Inclinándose hacia delante, me ordenó, gruñendo:

—¡Tú y yo vamos a hablar ahora mismo!

—Podré vestirme antes al menos, ¿no?

—No, te doy diez segundos para que salgas de aquí. —Se volvió bruscamente y se alejó a grandes zancadas, dejando la puerta abierta.

Me sequé el pelo lo mejor que pude y me lo dejé suelto. Un montón de mariposas se habían apoderado de mi estómago. Recorrí el pasillo y me dirigí hacia el salón con la cabeza gacha. No tenía ni idea de qué nos íbamos a decir. Al llegar al salón, levanté la vista, pero no había ni rastro de Noah. Me sentí aliviada. Tal vez había cambiado de idea y se había marchado para calmarse antes de hablar conmigo. Sin embargo, en ese momento oí que se aclaraba la garganta. Estaba en la cocina, apoyado en la encimera, cruzado de brazos. Llevaba unos pantalones de baloncesto de color azul marino y una camiseta sin mangas color naranja. Iba descalzo y tenía el pelo húmedo. Incluso así, enfadado, era el chico más guapo que había visto nunca. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarme sobre él y rodearlo con mis brazos… y mis piernas.

Entré en la cocina y me quedé al otro lado de la isla central. Pensé que mantener cierta distancia sería buena idea.

Al principio, ninguno de los dos dijo nada. Luego su expresión se suavizó un poco. Me envolví con más fuerza en la toalla. Noah me recorrió con la vista de arriba abajo mientras se pasaba la punta de la lengua por el labio inferior. Se me aceleró el pulso y volví a sentir esa sensación de sofoco que se apoderaba de mí cada vez que estaba cerca de él. Cuando no pude sostenerle más la mirada, la aparté y me mordí el pulgar, nerviosa. Cuando volví a mirarlo, su expresión volvía a ser muy seria.

—Habla —me ordenó con decisión.

—¿Sobre qué? —Le dirigí una mirada inocente mientras seguía mordiéndome la uña.

Él soltó un gruñido muy sentido mientras sacudía la cabeza.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no te hagas la tonta? No se te da bien.

Dejé de torturarme el pulgar.

—Esta vez no me estoy haciendo la tonta. No tengo ni idea de qué quieres que diga.

—Muy bien, pues a ver, para empezar, ¿por qué te has ido así de mi casa?

—Porque estaba hecha un asco y tenía que ducharme.

—Podrías haberte duchado en mi casa.

—No quería hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque mi champú estaba aquí y me gusta mi champú.

La respiración de Noah cada vez estaba más alterada. Los músculos de sus brazos se tensaban cuando abría y cerraba las manos. Estaba perdiendo la paciencia.

—Ya te vale.

Descruzó los brazos, dio un paso adelante, se apoyó en la isla central y se inclinó hacia mí. Me estaba mirando con una expresión que solo le había visto otra vez. Era la misma cara que había puesto al verme echar a correr hacia Brad. En voz baja y calmada, me preguntó:

—¿Por qué te has marchado corriendo esta mañana? Y no me vengas con mierdas.

Manteniendo el contacto visual, respondí:

—Me estaba costando recordar lo que pasó anoche. Sé que tenemos que hablar, pero necesitaba tener la cabeza clara. —Hice una pausa—. No recuerdo nada de lo que sucedió después de beberme los chupitos de tequila.

—¿No te acuerdas de nada de lo que pasó estando borracha?

Negué con la cabeza.

—Nada de nada.

—¿No recuerdas que te saqué de la fiesta a rastras y te llevé a mi casa? —Volví a negar con la cabeza—. ¿No te acuerdas de que te desnudé? ¿Ni te acuerdas de mis manos deslizándose bajo tu camiseta, acariciándote la espalda? ¿No recuerdas cuando me preguntaste si quería tocarte ni cuando me pediste que te tocara? —Respiré hondo y negué con la cabeza—. ¿Ninguna de esas cosas te suena de nada? —insistió con la voz ronca.

Todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo explotaron, y ni siquiera me había rozado. El vello se me erizó en brazos y piernas. Abrí la boca para respirar antes de desmayarme. Una oleada de calor me recorrió el cuerpo empezando en la cabeza, y otra en la punta de los pies. Las dos se encontraron entre mis piernas. Estaba mareada y no tenía nada que ver con el tequila.

Permanecí inmóvil. No podía apartar la mirada. Sabía que debía decir algo; que él no se iría a su casa hasta que habláramos, pero no podía pensar en palabras lo bastante largas como para formar una frase coherente. Lo único que salió de mi boca fue «No».

—¡Eso es una tontería, y lo sabes! —Noah clavó la vista en un punto fijo de la encimera. Soltó el aire con fuerza y gruñó antes de seguir hablando. Me dirigió una mirada desanimada al añadir—: Anoche, cuando te vi en el pasillo…, tu mirada me destrozó. Parecías tan herida y decepcionada. Pensaba que te había perdido para siempre. Cuando vi que él te besaba, perdí la cabeza. Y luego, cuando tú corriste hacia él…, nunca me había sentido tan fuera de control. Quería dejar de sentir tanto dolor, olvidarme de todo, así que cogí un pack de cervezas y el primer chochito que se me puso a tiro y me la follé.

—Noah… —susurré.

Lo entendía. Ambos habíamos hecho lo mismo la noche anterior.

—Siempre le digo que no hable, porque así puedo imaginarme que estoy contigo. Es patético; lo sé. No quiero seguir fingiendo, Piolín. Estoy haciendo un gran esfuerzo por tratarte como a una amiga. Es durísimo y, después de lo de anoche…, de cómo te comportaste… Ya sé que habías bebido, pero pensé que las cosas habían cambiado entre nosotros.

—«¿Siempre?» —repliqué, dolida.

Noah acababa de abrirme su corazón. ¿Por qué tuve que centrarme en esa palabra? ¿Qué me había hecho pensar que lo del día anterior había sido cosa de una sola noche, un error puntual? Al parecer, los rumores eran ciertos. Las mariposas dejaron de revolotear, ya que su lugar lo había ocupado una roca que se instaló en mi estómago.

—Alguna que otra vez —susurró Noah, agachando la cabeza.

—Tu primera vez… ¿fue con ella?

Las lágrimas que había logrado contener hasta ese momento empezaron a caer. Mi mente no paraba de dar vueltas a un montón de cosas. Odiaba que ella hubiera sido la primera. Odiaba que él hubiera compartido esa parte de sí mismo con otra persona que no fuera yo. Pero lo habría hecho conmigo y habríamos sido el primero el uno para el otro si yo no me hubiera empeñado en poner distancia entre los dos. Mi cabeza estaba tan jodida que, si Freud me hubiera visto, habría levantado los brazos con impotencia y se habría jubilado.

Noah me miró con los párpados entornados; no hacía falta que dijera nada. Los ojos me escocían por las lágrimas. Estaba agotada, sin fuerzas.

Sin mirarlo, me disculpé:

—Siento no poder estar contigo de esa manera. —Y me tragué un sollozo que pugnaba por escapar.

Levanté la vista y me encontré con los ojos de color azul claro de Noah. Él rodeó la isla de la cocina y se dirigió hacia mí con decisión. Me tomó la cara entre las manos y me echó la cabeza hacia atrás, obligándome a sostenerle la mirada. Su cálido aliento me acarició los labios, haciéndome estremecer. Con la nariz, me rozó la mejilla y siguió ascendiendo hasta llegar a la sien.

—Deja de apartarme de ti.

Me besó en la cara, me recorrió la mandíbula y fue a parar al cuello.

Cerré los ojos y dejé que las sensaciones me invadieran. Sería tan fácil perderme en él, pero no podía.

—Noah, me prometiste que seríamos solo amigos —susurré mientras él seguía besándome el cuello.

—Eso fue antes de anoche.

Mientras sus labios recorrían mi hombro desnudo, recobré las fuerzas, tragué saliva y lo aparté de mí. Él dejó caer las manos y agachó la cabeza.

—No puedo hacerlo, Noah. ¿No lo entiendes? Por favor, deja de empujarme —le supliqué.

Él enderezó la espalda, se volvió y salió de la casa, sin decir nada más y sin mirar atrás.

Tardé toda la tarde en recuperarme un poco de los acontecimientos de la noche anterior y de esa mañana. Tras una buena siesta y una comida ligera, me vestí y volví a sentirme como algo parecido a la Amanda de antes de la fiesta. Tenía que hablar con Noah; tenía que recuperar nuestra antigua amistad. Acababa de recuperarla, no quería volver a perderla otra vez.

Llamé a la puerta trasera de los Stewart en vez de entrar directamente como solía hacer. Permanecí junto a la puerta para que, cuando la abriera, lo único que viera fuera mi mano sosteniendo un plato con un gran trozo de pastel de chocolate. Cuando abrió, vi que sonreía.

Cogió el plato.

—Gracias, me apetecía algo dulce —dijo, y cerró la puerta antes de que pudiera entrar. Estaba jugando conmigo, lo que era buena señal.

Cuando entré en su casa, vi que estaba en la cocina, apoyado en la encimera, comiéndose el pastel. Me dirigí hacia él. Con la boca llena, me preguntó:

—¿Querías un trozo?

—Si vas a echarte a llorar, no. —Respondí fulminándolo con la mirada.

Él me ofreció el tenedor. Lo acepté y lo clavé en el trozo de pastel donde había más cobertura. Noah siempre me lo reservaba porque sabía lo mucho que me gustaba. Le devolví el tenedor y me impulsé para sentarme sobre el mármol, al lado de donde él estaba apoyado. Seguimos pasándonos el tenedor hasta que el pastel se acabó. Luego él dejó el plato en la encimera.

Se pasó las manos por la cara y el pelo. Soltó el aliento y me preguntó:

—¿Qué vamos a hacer, Piolín?

—Te necesito en mi vida.

—Yo también te necesito en la mía.

—Seamos amigos.

—Siempre.

Sabía que para que las cosas funcionaran entre nosotros, tenía que ser sincera; que Noah permaneciera en mi vida dependía de mí.

Me aclaré la garganta mientras buscaba las palabras adecuadas.

—Noah, aparte de mi padre, eres el mejor hombre que conozco. No soporto la idea de no formar parte de tu vida.

—Piolín…

Empezó a volverse hacia mí, pero se lo impedí. Eso ya iba a ser lo bastante difícil sin tener que mirarlo a los ojos. Noah volvió a apoyarse en la encimera y bajó la cabeza, suspirando.

—Te mereces a alguien mejor que yo. Si empezamos a salir juntos, algún día la cagaré y entonces te perderé y no me quedará nada, no tendré ninguna parte de ti. —Se me hizo un nudo en la garganta y se me empezaron a llenar los ojos de lágrimas—. Me aterra la idea de perderte. Estos cuatro meses que hemos pasado separados han sido los más solitarios de mi vida.

Noah se cruzó de brazos y vi cómo se le tensaban los músculos. Tenía que contárselo todo; necesitaba que me entendiera.

—Me sorprende no haber roto nuestra relación todavía. Bueno, es posible que lo esté haciendo ahora. Quiero lo mejor para ti, y yo no soy la mejor. Ojalá lo fuera. No tienes ni idea de lo mucho que me gustaría cruzar esa línea contigo, pero hay algo que me lo impide. No es culpa de nadie, es que soy así. He tratado de mirarme con buenos ojos, te juro que lo he intentado. Por favor, sigue siendo mi amigo. Todo será más seguro si permanecemos como amigos. Eres el único amigo que tengo y el único amigo al que necesito. Debemos superar esto.

Con la voz ronca y temblorosa, replicó:

—No sé de dónde has sacado la idea de que no eres lo bastante buena para mí. Eres preciosa, inteligente, divertida y amable. Eres perfecta para mí; siempre lo has sido. Ojalá te lo creyeras.

—Ojalá —susurré.

Noah carraspeó.

—¿Qué significa Brad para ti?

—Nada. —Respondí sin dudar—. Me invitó a la fiesta y nos divertimos…, hasta que tú le diste un puñetazo en el estómago, claro.

Nos echamos a reír los dos, aligerando el ambiente.

Noah se volvió hacia mí y me miró con tanta preocupación y tristeza que me sentí abrumada.

—No es lo bastante bueno para ti, ni de lejos. —Me apoyó la mano en la mejilla y me la acarició con el pulgar—. Si te hace daño, lo mataré, lo juro ante Dios.

—Gracias por preocuparte por mí —dije en voz baja.

Luego nos echamos hacia delante y unimos nuestras frentes.

—No es solo preocupación, Piolín.

Se me escapó un sollozo mientras las lágrimas me caían por las mejillas. Lo abracé por el cuello y él me abrazó por la cintura. Permanecimos así; ninguno de los dos tenía prisa por separarse. Ambos sabíamos que, cuando nos separáramos, las cosas entre nosotros cambiarían. Ya no estaríamos solos los dos. La vida nos llevaría en distintas direcciones, hacia nuevas experiencias, nuevos retos, nuevas personas. Mientras seguíamos abrazándonos, recé en silencio, pidiendo ser algún día lo bastante buena. Pedí que la vida volviera a llevarme hasta sus brazos y que, cuando ese día llegara, sus brazos siguieran vacíos, esperando a que yo los llenara a la perfección.

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