Perfect

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Capítulo 18

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CAPÍTULO 18

En algún sitio leí que no hay dolor más grande que sufrir la pérdida de un ser querido. Yo, sin embargo, creo que hay un dolor aún peor: el de no poder despedirte. No poder decirle lo importante que ha sido en tu vida. No poder decirle lo mucho que agradeces todo lo que ha hecho por ti. No poder decirle lo mucho que lo quieres y que lo echarás de menos.

Cuando no puedes despedirte, no puedes dar las gracias. Todo el mundo se merece que le den las gracias y que le digan adiós.

Llamé a la puerta con delicadeza.

—Noah, soy yo —dije.

Me respondió con la voz ronca:

—Pasa.

Entré y cerré tras de mí. Noah estaba tumbado en su cama, tapándose los ojos con las manos. Bajó los brazos, se incorporó y me miró con un dolor y una desolación tan grandes que se me doblaron las rodillas de la impresión.

Nos miramos a los ojos en silencio durante unos momentos y luego me dijo:

—Le dio un ataque al corazón en el trabajo. Murió antes de que llegara la ambulancia. —Intentó calmarse un poco antes de continuar, pero se trababa a cada palabra por culpa de los sollozos—. Lo vi esta mañana y estaba bien. Íbamos a ir a Fenway el mes que viene, Piolín.

Yo tenía los ojos llenos de lágrimas. Nunca había sufrido tanto por el dolor de otra persona. Quería quitarle el dolor, pero no sabía cómo. En silencio, crucé la habitación, me deshice de los zapatos, subí a la cama y me senté a su lado. Noah se refugió en mi pecho. Lo estreché con brazos y piernas mientras él lloraba y gritaba de dolor.

—Tu padre fue un gran hombre y estaba muy orgulloso de ti —le susurré.

Poco a poco, nuestros sollozos se fueron aplacando, pero permanecimos en la misma postura. Poco después, alguien llamó a la puerta.

—Noah, soy Brooke, ¿puedo pasar?

Sin esperar respuesta, la puerta se abrió y ella entró en la habitación. Al vernos abrazados en la cama, no pudo disimular su enfado. Noah seguía entre mis brazos, con los ojos cerrados. Mirándome fijamente, Brooke me preguntó:

—¿Qué está pasando aquí?

Noah se frotó la cara.

—Brooke, no tengo ganas de ver a nadie ahora mismo. Lo siento; te llamaré mañana.

Ella me miró entornando mucho los ojos. Tenía el cuerpo cada vez más rígido y los labios muy apretados. Su rostro se contrajo en una mueca de enfado. Estaba dolida, y era normal; ella era su novia, la que debería estar consolándolo. Empecé a apartarme de Noah para que ella pudiera ocupar mi lugar, pero él se aferró a mi brazo y no me soltó.

Me volví hacia Brooke, suplicándole con la mirada que entendiera que estaba roto de dolor. Probablemente él no era consciente de lo mal que había sonado lo que le había dicho. Sin decir nada más, Brooke se marchó.

—Tal vez debería irme y dejar que ella te consolara.

Noah me tumbó en la cama, me abrazó con fuerza por la cintura y apoyó la cabeza en mi pecho.

—No me dejes —murmuró—. Te necesito a ti, solo a ti. No quiero estar con nadie más. Solo contigo, Piolín.

Empezó a temblar y noté que se me humedecía la camiseta con sus lágrimas.

Lo abracé con más fuerza y susurré:

—Estoy aquí. No voy a irme a ningún sitio.

No salimos de la cama de Noah en toda la noche, y así, abrazados, nos dormimos.

A la mañana siguiente, Noah y su madre tenían que ir a la funeraria a ocuparse de los detalles. Me pidió que los acompañara y lo hice. No me moví de su lado en todo el día, y él mantuvo contacto físico conmigo en todo momento. O me daba la mano, o se sentaba a mi lado o me abrazaba por los hombros o por la cintura. Era como si el hecho de tocarme lo calmara y le proporcionara paz.

No vi a Brooke en todo el día; no sabía si por voluntad propia o de Noah. Me parecía raro que no estuviera. Sabía que la escena de la noche anterior había sido incómoda y que estaba dolida, pero el padre de Noah acababa de morir y él estaba destrozado. Todavía no me había formado una opinión firme sobre Brooke, pero no creía que fuera tan rencorosa como para enfadarse con Noah en un momento como ese.

La casa de los Stewart era un hervidero de actividad. La gente entraba y salía constantemente, trayendo comida y ofreciendo sus condolencias a la madre de Noah. Mi familia trataba de ayudar en todo lo que podía, ya que para nosotros los Stewart eran parte de la familia. Mi padre y el señor Stewart eran como hermanos, y su muerte le afectó mucho. Los dos tenían la misma edad, y el señor Stewart parecía estar tan en forma como mi padre. Iban a correr juntos varias veces a la semana e incluso jugaban algún partido de baloncesto. Descubrir que podía darte un infarto aunque estuvieras tan en forma asustó mucho a mi padre.

Por la tarde, puse una lavadora. Poco después, mientras iba por el pasillo en dirección al armario de la ropa limpia para guardar las sábanas y las toallas, pasé por delante del despacho del señor Stewart. Me detuve recordando que, cuando éramos niños, él siempre guardaba alguna chuchería allí. El padre de Noah nos sobornaba con caramelos Skittles para que saliéramos a jugar al patio y lo dejáramos trabajar.

Oí que Noah estaba hablando por teléfono.

—No, ahora no puedo. —Hizo una pausa para que quien fuera que estuviera al otro lado de la línea hablara—. Joder, Brooke, mi padre acaba de morir y mi madre está deshecha. La necesito a mi lado. —Otra pausa—. Ya te lo he dicho mil veces: es mi mejor amiga. —La siguiente pausa fue mucho más larga que las anteriores—. Sí, ya me imagino lo que parecía, pero no se va a ir a ningún sitio. Ella es muy importante en mi vida, así que, si quieres que sigamos juntos, tendrás que acostumbrarte. —Una pausa breve—. Tú misma, tengo que dejarte. Te veo mañana en el funeral.

Noah colgó sin decir adiós. Salió del despacho y me encontró escuchando.

—Supongo que lo has oído. —Me apoyó una mano en el hombro. Al ver que yo seguía la dirección de su mano con la mirada, me preguntó—: ¿Te parece raro?

—¿El qué?

—El hecho de que no pueda pasar más de dos segundos sin tocarte.

—Es raro en el buen sentido. —Le sonreí.

—Si te molesta, paro. —Negué con la cabeza—. Es que tengo la sensación de que, si te suelto demasiado tiempo, te perderé.

—Estaré aquí todo el tiempo que necesites. Y no hace falta que me sueltes, si eso te hace sentir mejor, pero no quiero causarte problemas con Brooke. No le hizo ninguna gracia encontrarme en tu habitación.

—Se le pasará… algún día. —A Noah se le escapó una sonrisilla—. Brooke está furiosa, ¿te lo puedes creer? Mi padre acaba de morir y ella está furiosa porque te necesito a mi lado.

—Solo quiere ayudarte, Noah.

—Tiene que entender que lo que yo necesito ahora mismo eres tú. Nadie puede ocupar el lugar que tú tienes en mi vida, Piolín.

Me sonrojé, no pude evitarlo. Sentir que me necesitaba era muy agradable.

Aquella noche me estaba costando mucho dormirme. Los dos últimos días habían sido tan frenéticos que no había tenido ni tiempo de escribir en mi diario. Por mi cabeza pasaban tantas ideas y emociones que sentí la necesidad de anotarlas. Normalmente, después de hacerlo veía las cosas más claras y podía dormir, pero en ese momento un mensaje de móvil me sobresaltó:

Mira por la ventana.

Me levanté, me acerqué a la ventana y la abrí. Noah estaba al pie; con los ojos vidriosos y rojos, supuse que de tanto llorar.

En voz baja, le pregunté:

—Eh, ¿qué haces aquí a estas horas? ¿Estás bien? —añadí, aunque sabía que era una pregunta tonta.

—No, no estoy bien. ¿Puedo entrar?

—Claro. Da la vuelta y te abro la puerta.

—No hace falta.

Noah escaló hasta llegar a mi ventana. Me pareció que estaba un poco inseguro, así que lo ayudé a entrar. Una vez dentro, me llegó el olor a alcohol. Ya me había parecido que su voz sonaba rara, pero no podía culparlo por emborracharse después de lo que había pasado. Camino de mi cama, tropezó, así que lo seguí y lo ayudé a sentarse. Cuando me miró, se me rompió el corazón. Parecía tan solo y perdido.

Noah me abrazó por las caderas, acercándome a él. Mi cama era bastante alta, así que al estar de pie delante de Noah sentado, mi pecho le quedaba a la altura de los ojos. Sin decir nada, lo abracé por el cuello para atraerlo hacia mí y le acaricié el pelo. Aunque el olor del alcohol era inconfundible, su sedoso pelo seguía teniendo su aroma fresco, cítrico.

—Ojalá pudiera quitarte el dolor —le susurré con la cara hundida en su pelo. Él me abrazó más fuerte.

Permanecimos así un buen rato, hasta que empecé a notar que Noah deslizaba los dedos por debajo de mi camiseta y que me daba besos en el pecho. Era tarde y ya iba en pijama. Los pantalones eran largos y la camiseta de tirantes. En cuanto él enterró la cara entre mis pechos, noté que se me endurecían como piedras. Estaba muerta de vergüenza. En vez de consolar a mi amigo, me estaba excitando.

Traté de echarme hacia atrás, pero él me agarró con más fuerza y no me lo permitió. Alzó la cara y me miró entre sus largas y oscuras pestañas. Tenía los ojos apagados por el dolor. Esa mirada me mataba; quería hacerla desaparecer.

Ambos teníamos la respiración cada vez más alterada. Sin romper el contacto visual, Noah empezó a besarme los pechos por encima de la camiseta. La sensación era increíble, incluso por encima de la tela. Un escalofrío seguido de otro y de otro me encendieron la piel.

Movió los labios hacia abajo, hasta encontrar la pequeña porción de piel que quedaba al aire justo encima de la cadera. Le agarré el pelo con fuerza y contuve el aliento al notar que su lengua me rodeaba el ombligo antes de hundirse en él profundamente. Sus manos fueron a buscar mis nalgas mientras sus labios se desplazaban por mi torso, succionando y lamiendo mi piel ardiente. Estaba borracho, sufriendo mucho, y tenía novia. Cuando yo me emborraché fue Noah quien se encargó de evitar que cometiéramos ese error. Tenía que hacer lo mismo por él; tenía que parar. Aquello se nos estaba escapando de las manos.

—Noah —dije sin aliento y en un tono de voz tan bajo que no estaba segura de que me hubiera oído.

—Tu piel es tan suave…, tan dulce —murmuró con la boca pegada a mi torso.

—No podemos hacer esto —susurré.

Le solté el pelo. Le deslicé las manos por sus brazos musculosos y fui a parar a las suyas, que estaban pegadas a mis nalgas como con pegamento. Traté de separarlas, pero él se resistió. Me recorrió la mandíbula con los labios y siguió mordisqueándome hasta llegar detrás de mi oreja.

—Te necesito —susurró—. Para mí no hay nadie más que tú. Cada vez que estoy con ella, pienso en ti. Necesito estar dentro de ti; me muero de ganas, por favor, no me pidas que me vaya.

No sé de dónde saqué las fuerzas para no rendirme. Lo deseaba tanto como él me deseaba a mí.

—Noah, has bebido y estás triste. No puedes pensar con claridad. Además, tienes novia. Tú no eres así, tú no eres de los que engañan a su pareja.

Me soltó el trasero y me rodeó la cintura con los brazos mientras yo hacía lo mismo con su cuello. Nos abrazamos con tanta fuerza que apenas podíamos respirar. Él empezó a temblar ligeramente y noté lágrimas en el cuello.

—No me dejes, por favor —me suplicó.

—No voy a ir a ningún sitio; solo iré a donde tú vayas.

—Gracias —susurró.

—Quédate a dormir aquí. Tu madre está con tus tías, ¿no?

Él asintió con la cabeza.

Le quité los zapatos y lo ayudé a vaciar los bolsillos de los vaqueros. Estaba lo bastante sereno como para quitárselos solo. Retiré las sábanas de mi cama y se metió, vestido con bóxer y camiseta.

—Voy a buscar un vaso de agua y una aspirina —dije, tapándolo.

Noah me sujetó la mano y me miró con los ojos brillantes.

—No podría soportar esto sin ti. Te quiero tanto, Piolín.

Tragué con dificultad al oírlo decir que me quería. Era la segunda vez que me lo decía, y yo aún no se lo había dicho nunca. Pero, al parecer, a Noah no le importaba que no se lo dijera; solo quería que supiera el lugar que yo ocupaba en su corazón. Esperaba que él supiera lo mucho que lo quería, aunque no fuera capaz de decírselo.

—No vas a tener que soportar nada sin mí. —Le sonreí con timidez.

Su cara mostró el alivio que le causaron mis palabras. Le di un beso en la frente antes de ir a buscar el agua y la aspirina. Cuando volví a la habitación, estaba profundamente dormido. Sabía que no había podido pegar ojo las dos noches anteriores, así que no lo molesté. Lo estuve observando un buen rato. Se lo veía tan tranquilo y relajado. Decirle adiós a su padre al día siguiente iba a ser lo más duro a lo que había tenido que enfrentarse en su vida. Al menos, podría descansar unas horas antes de ese momento.

De camino hacia la puerta, apagué la lamparita de la cómoda. Antes de salir, me volví una vez más hacia él. La luz de la luna que brillaba por la ventana iluminaba su rostro.

—Yo también te quiero, Noah —dije antes de cerrar la puerta y de acostarme en la habitación de invitados.

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