Perfect

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Capítulo 27

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CAPÍTULO 27

Cuando te diagnostican una enfermedad grave pasas unos días en shock, incapaz de asimilarlo.

Después pasas a vivir en una especie de limbo. Sigues siendo la persona de antes, sigues viendo la misma imagen en el espejo y, de vez en cuando, te olvidas de que estás enferma.

Cuando las visitas al médico y las pruebas diagnósticas se hacen más frecuentes, te conviertes en un paciente con una enfermedad grave. Empiezas a olvidarte de cómo era tu vida antes del diagnóstico. La persona que eras antes desaparece y es sustituida por una desconocida triste, asustada y cansada que a veces quiere tirar la toalla.

El aparato que hacía las resonancias magnéticas era un auténtico festival del horror. Parecía un enorme pene con dos pelotas. Bueno, de hecho, solo con una pelota. No me extrañó. Sin duda, un engendro como ese solo podía haberlo inventado un tipo mal dotado.

Me tumbé sobre el enorme pene blanco y el técnico me metió en la bola, donde tuve que permanecer absolutamente quieta durante una hora. Cuando noté que me sacaban, respiré aliviada. En la vida me había alegrado tanto de alejarme de un pene.

Al salir, decidimos ir a comer fuera. Mis padres, Noah y yo permanecimos en silencio o hablamos de cosas intrascendentes que no tenían nada que ver con lo que estaba pasando. Todos estábamos confundidos, no teníamos claro cuáles eran nuestros roles ni cómo debíamos actuar en ese nuevo mundo.

Después de comer nos dirigimos a la consulta del oncólogo y esperamos cuarenta y cinco minutos en la salita antes de que nos atendiera.

El doctor Lang era un hombre de mediana edad. Eso me gustó; no me apetecía nada que me atendiera un jovenzuelo acabado de salir de la facultad, que tuviera que ir buscando dónde estaban las distintas partes del cuerpo en su libro de texto. Era un hombre muy directo, de los que no se andaban con tonterías. Yo tenía poca paciencia, así que me gustó que fuera así. Noah se quedó al fondo de la consulta y yo me senté al otro lado de la mesa del doctor, flanqueada por mis padres.

—Tengo buenas noticias —dijo el médico mientras examinaba los resultados—. No parece haber evidencia de cáncer en ninguna otra parte del cuerpo. La pierna izquierda es la única área afectada. —Cuatro profundos suspiros de alivio resonaron en la habitación—. Pero me temo que se ha infiltrado en el tejido muscular que rodea el hueso, y por eso debo recomendar la amputación por debajo de la rodilla.

Me miró a los ojos, supongo que para comprobar mi reacción. Yo permanecí observándolo. No es que sus palabras me tomaran por sorpresa, pero hasta ese momento habían sido una posibilidad. De pronto, eran una realidad. Tardé unos momentos en hacerme a la idea. El doctor rompió el contacto visual conmigo y volvió a estudiar los papeles.

Durante el breve espacio de tiempo en que nuestras miradas se cruzaron, supe que estaba pensando en su hija. Cuando entramos en su consulta, vi una fotografía de su familia sobre el escritorio. Parecía tener más o menos mi edad.

—Se ha avanzado mucho en el campo de las prótesis. He visto algunas tan reales que apenas se notaba que eran artificiales.

Supuse que me estaba dando el típico discurso optimista de «Si la vida te da limones, haz limonada».

Oí que mi padre se aclaraba la garganta antes de preguntar:

—Entonces, si solo está en la pierna, cuando… —Se le rompió la voz. Se tomó unos instantes para calmarse antes de seguir hablando—. Cuando la hayan operado, ¿quedará libre de cáncer para siempre?

El doctor Lang permaneció con la vista clavada en mi expediente mientras le respondía:

—Técnicamente, sí, pero antes tendrá que someterse a quimioterapia.

—Pero si solo está en la pierna, ¿por qué tienen que darle quimio? —preguntó mamá.

El médico alzó la cabeza y dijo:

—Señor y señora Kelly, Amanda y… joven.

—Es mi mejor amigo, Noah —expliqué, y el doctor lo saludó con una inclinación de la cabeza.

—Amanda tiene osteosarcoma. Es un tipo de cáncer de hueso muy agresivo. Por lo que sé de su caso, diría que me quedo corto. Los síntomas se han presentado a gran velocidad. Tenemos que asegurarnos de matar cualquier célula que tenga el potencial de hacer metástasis en los pulmones. Y la mejor manera de impedirlo es mediante la quimioterapia. Sé que todo esto es abrumador. Les aconsejo que se lo tomen con calma, día a día. La enfermera les programará la cirugía y les dará información sobre la amputación y sobre los principales protésicos de la zona.

—¿Qué es un protésico?

—Es el encargado de hacerte una pierna nueva —respondió—. Pasarán unas semanas antes de que podamos empezar las sesiones de quimioterapia. Debes estar curada de la operación antes de empezar. ¿Tienen alguna pregunta más?

Lo que teníamos todos era un exceso de información que no nos permitía pensar con claridad. Yo todavía estaba tratando de asimilar la idea de que me iban a serrar la pierna.

—Seguro que en cuanto salga por la puerta se me ocurrirán mil preguntas. —Respondí, tratando de sonreír.

El doctor me dirigió una mirada cálida con sus ojos castaños.

—Tengo una hija que es un par de años más joven que tú. Si enfermara, me moriría de preocupación. Te aseguro que te ayudaremos en todo lo que podamos, Amanda.

—Lo sé.

Titubeó un poco antes de seguir hablando.

—Normalmente no toco este tema con los pacientes. Si lo hago es por el tipo de cáncer que tienes, el tipo de quimio que habrá que darte y porque eres muy joven. La mayoría de los jóvenes no piensan en estas cosas, pero creo que no estaría de más que hablaras con tus padres de los arreglos necesarios… por si acaso.

Oí que mi madre contenía el aliento.

—Voy a vivir con mi hermana Emily —le expliqué—. Tiene un apartamento en Radcliffeborough, cerca del hospital. Es una planta baja, así que me será cómodo. La casa de mis padres tiene escalones en el porche. He pensado que en casa de Emily estaré bien.

Mientras hablaba, vi que la expresión del médico se apagaba. Me volví hacia mi madre y luego hacia mi padre. Sus expresiones eran iguales que las del doctor.

—No está hablando de arreglos para vivir, cariño… —me aclaró mi padre.

De repente, me di cuenta. El médico me estaba aconsejando que empezara a preparar mi funeral. Curiosamente, hasta ese momento ni se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que pudiera morir.

Salimos de la consulta con un montón de folletos sobre el tipo de cáncer que padecía, qué esperar de la cirugía y tarjetas de gente que hacía piernas. No me gustaba llamarlos protésicos. La palabra me hacía pensar en prostitutas.

No estaba de humor para encerrarme en casa. Mis padres me abrazaron y me besaron y se fueron en su coche. Nunca los había visto tan alterados y disgustados. Creo que todos necesitábamos pasar un tiempo a solas.

Noah y yo nos sentamos en su camioneta y permanecimos en silencio, procesando todo lo que acababa de pasar. Con el rabillo del ojo vi que él estaba inquieto, tamborileando con los dedos sobre el volante. Parecía estar a punto de decir algo.

—Noah, no, por favor. Necesito un poco de tiempo para asimilarlo todo.

—Lo sé. ¿Qué quieres hacer?

Seguí mirando al frente.

—Huir muy lejos.

Sin decir nada, él puso en marcha la camioneta y salió del aparcamiento.

Nos dirigimos al centro, pasamos por Colonial Lake y, dejando atrás la Universidad de Charleston, entramos en el barrio de Emily con sus calles arboladas. Nos detuvimos frente a una bonita casa de tres plantas de color verde pálido. Era una de esas casas tan típicas de Charleston, con las molduras, las puertas y las ventanas blancas. Tenía un porche que rodeaba la construcción en la planta baja y porches cubiertos con persianas en los dos pisos superiores.

Noah apagó el motor y se volvió hacia mí.

—Estaré aquí unas semanas —dijo—. La casa está dividida en tres apartamentos.

—Qué casa tan bonita. ¿Por qué estás aquí?

—Es el apartamento de Carter Perry. Suelo venir a menudo porque está muy cerca de la facultad. Me pidió que me instalara aquí mientras él visitaba a su familia. No volverá hasta después de Año Nuevo. Mola tener un poco de intimidad.

—La casa de Emily está aquí al lado, a un par de calles. Estaremos muy cerca.

—Sí, ya ves, es curioso. —Me sonrió antes de salir del vehículo, y tuve la sensación de que no era coincidencia que estuviera allí.

Lo observé mientras rodeaba la camioneta y me abría la puerta. Le di la mano y nos dirigimos juntos hacia la puerta de la casa.

El apartamento era muy bonito. Tenía dos habitaciones, y se notaba que allí vivía un chico. Casi no había muebles; solo un enorme sofá y una tele de pantalla plana.

Nos quitamos los abrigos y los dejamos en el sofá.

—¿Te apetece comer o beber algo? —me preguntó Noah.

—No, gracias.

—Ponte cómoda; enseguida vuelvo.

—Vale.

Me acerqué a la gran cristalera y, mirando hacia la calle, empecé a planificar mi funeral. ¿Qué clase de música me gustaría que sonara? ¿En qué tipo de ataúd querría que me enterraran? Me pregunté si harían ataúdes amarillos. ¿Había ataúdes de colores? Estaba tan absorta en mis pensamientos que no oí que Noah volvía a entrar.

—Piolín, ¿estás segura de que no quieres nada?

Seguí mirando por la ventana.

—No quiero morir —repliqué en voz muy baja, como si estuviera hablando conmigo misma.

Tras unos instantes, Noah dijo:

—No vas a morir.

Cuando me volví, vi que estaba bebiendo agua junto a la encimera de la cocina.

—¿Cómo lo sabes?

—No quiero hablar de eso ahora —respondió antes de dar otro sorbo.

—Pero yo sí; necesito hablar de ello con mi mejor amigo. Sé que no es fácil, pero no hemos hablado de esto en ningún momento. Las cosas se van a poner feas; necesito saber que lo entiendes.

Noah agachó la cabeza e inspiró profundamente. Vi que empezaban a temblarle los hombros. Un instante después, la botella de agua de plástico salió volando y se estampó contra la pared. Me miró con impotencia y mucho dolor, mientras sus preciosos ojos azules se llenaban de lágrimas.

—¿Crees que no entiendo lo jodidas que están las cosas? Estoy estudiando cirugía ortopédica. ¿Crees que no sé que, si el cáncer no acaba contigo, las medicinas que van a meterte en el cuerpo podrían rematar la faena? ¿Crees que no he buscado que las probabilidades de que sobrevivas cinco años son del sesenta y cinco por ciento? Para la mayoría de la gente, esa estadística me parecería bastante buena, pero para ti, no. Tú te mereces una garantía de supervivencia del cien por cien —añadió llorando abiertamente.

Se plantó ante mí en tres zancadas. Me empotró contra la cristalera, apoyó las manos a ambos lados de mi cara y me miró a los ojos. Nuestros labios casi se rozaban cuando me dijo:

—No puedo perderte, lo eres todo para mí. No tenerte en mi vida me destrozó, pero si no estuvieras en el mundo, no podría seguir adelante. Mi objetivo en la vida es cuidar de ti, protegerte, pero no puedo luchar contra esto. No sé cómo ayudarte.

—Noah… —susurré sin aliento.

—Por favor, no me apartes de tu lado, Piolín —me rogó.

—No pensaba hacerlo —murmuré.

Le acaricié el pelo, enredándolo entre mis dedos. Noah me recorrió el cuerpo con las manos, que se detuvieron debajo de mis nalgas. Me levantó y yo le rodeé la cintura con las piernas. Cada vez que empujaba con sus caderas, me clavaba más firmemente contra el cristal. Quería que me hiciera olvidar el dolor. Quería sentirme segura y protegida como siempre que estaba con él. Quería sentirme normal, aunque fuera por última vez. Nunca le había confesado a Noah lo mucho que lo amaba; tenía que hacerlo antes de que fuera demasiado tarde.

Mi pecho chocaba contra el suyo con cada rápida inspiración. Nos mirábamos fijamente.

—Noah, yo… —Antes de que pudiera acabar la frase, oímos que se abría la puerta principal y que alguien lo llamaba.

Rápidamente, le solté el pelo y me deslicé por su cuerpo hasta que los pies tocaron el suelo.

Él se peinó con las manos y se apartó de mí un instante antes de que Brooke hiciera su aparición. Al verme, se detuvo en seco.

—No sabía que íbamos a tener visita.

Su elección de palabras me chocó. Tenía la impresión de que aquella no era la casa de Noah: ¿qué estaba haciendo ella ahí?

Sin dejar de mirarme, Noah dijo:

—Brooke, ¿puedes dejarnos un momento a solas, por favor?

—No, no puedo —respondió ella enfadada.

—Por favor.

—Noah, se suponía que íbamos a tener la casa para nosotros solos hasta Año Nuevo.

Él se volvió bruscamente hacia Brooke, la agarró del brazo y se metió con ella en lo que imaginé que debía de ser un dormitorio.

Me había quedado paralizada. No sabía qué hacer. Los oía discutir al otro lado de la puerta.

—Noah, siento que se esté muriendo, pero no pienso permitir que utilice eso para meterse entre nosotros y estropearnos las vacaciones. El mundo no gira alrededor de Amanda Kelly.

—No te atrevas a hablar así de ella.

—No quiero actuar como una zorra, pero es que estos días iban a ser para los dos solos, sin tener que preocuparnos por tu compañero de cuarto o por si vuelve mi madre. Esto no es lo que habíamos hablado…

Oh, Dios mío, habían planeado jugar a las casitas durante las vacaciones de Navidad. Cuando Noah me había comentado que estaría bien tener un poco de intimidad, estaba pensando en Brooke y en pasar esos días follando con ella sin parar.

Salí del apartamento tan rápido como pude, mientras le enviaba un mensaje a Emily para que viniera a recogerme. Caminé tan deprisa como pude para llegar lo más lejos posible. Cojeaba cada vez más. No iba a poder aguantar mucho tiempo andando…, pero tampoco podía aguantar a Noah en ese momento.

¿En qué estaba pensando? ¿Cómo se le había ocurrido llevarme ahí? Debía de saber que Brooke volvería. Había estado a punto de decirle lo mucho que lo amaba. ¡Habríamos acabado en la cama! ¡Oh, Dios! Las palabras de Brooke diciendo que estaba a punto de morir se repetían en bucle en mi cabeza.

De repente me di cuenta de algo: Noah sentía lástima de mí. Quería hacerme sentir mejor y había estado a punto de acostarse conmigo por pena. Me rodeé la cintura con los brazos tratando de evitar que salieran los sollozos que se me estaban acumulando en la garganta. Temblando de arriba abajo, seguí cojeando hasta que Emily vino a buscarme y me llevó a su casa.

Había llegado el momento de meterme en la cama, cubrirme la cabeza con el edredón y quitarme de la mente a Noah, a Brooke y al cáncer. Sabía que debería enfrentarme a todos ellos muy pronto, pero en ese momento necesitaba desconectar.

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