Perfect

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Capítulo 3

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El mundo puede cambiar en un instante cuando lo ves a través de los ojos de otra persona.

Estábamos en el partido final de la temporada de béisbol. Noah era la estrella del equipo local, los Tigers. Era el último año que jugaría. Al cabo de unos meses empezaríamos en el instituto. Noah era un gran jugador, por lo que era evidente que también allí formaría parte del equipo.

Mis conocimientos sobre béisbol eran prácticamente inexistentes. Llevaba casi toda la vida asistiendo a los partidos de Noah, por lo que uno pensaría que debería haber retenido información, ni que fuera por osmosis, pero los deportes no eran lo mío. Emily era la deportista de la familia. Jugaba al baloncesto desde los diez años y practicaba atletismo desde que entró en el instituto. Había ganado trofeos en ambos deportes. Menuda sorpresa, ¿no? El caso es que yo solo iba al campo para animar a mi mejor amigo.

Noah empezó a practicar deportes de pelota con cuatro años y se enamoró enseguida del béisbol. Aunque yo nunca entendí las reglas del juego, no se me ocurría mejor manera de pasar un sábado que viéndolo jugar. Siempre que jugaba al béisbol estaba feliz, entusiasmado. No me importaba tragarme un partido que no entendía solo por ver lo mucho que disfrutaba.

Un día invité al partido a Beth Sanders, una potencial nueva amiga. Su familia acababa de mudarse a la casa de al lado hacía tres semanas. De momento estaba en período de prueba como amiga, y las cosas no pintaban mal, pero todavía no le había presentado a Noah.

Tenía un aspecto exótico, con la piel muy bronceada, una larga melena negra como el azabache y los ojos de color verde esmeralda. Sus rasgos faciales eran muy marcados; tenía la nariz, los pómulos y la mandíbula muy definidos, a diferencia de los míos. Yo tenía la cara redonda y las mejillas regordetas; al menos, yo me veía así. Beth era más alta y más delgada que yo. Tenía unas piernas kilométricas. Me lo pasaba bien con ella. Estaba un poco loca y era muy bruta, pero al menos no parecía ir camino de convertirse en un putón.

—¡Vaya! Creo que esto me va a encantar. Este lugar está plagado de tíos buenos —comentó Beth mientras subíamos por las gradas cargadas de comida—. ¿Quién es ese de ahí?

Me volví hacia el campo.

—¿Quién?

—El bateador, Stewart.

—Es mi Noah.

—¿

Tu Noah? Pensaba que solo tenías una hermana y que os llamabais Kelly de apellido.

—No es mi hermano, es mi mejor amigo.

—¿Tu mejor amigo? —Beth hizo una mueca de confusión—. No puedes tener a un tío de mejor amigo.

—¿Por qué no?

—No es normal; es raro —insistió frunciendo los labios.

Me costaba mucho imaginarme qué podía tener de raro mi amistad con Noah. Entre nosotros, las cosas siempre habían fluido de manera muy natural.

Beth siguió con su palabrería.

—Y todavía es más raro si el tío en cuestión está tan bueno como ese.

—¿Qué dices? ¿De qué tío bueno hablas?

—¿No me digas que no te has fijado en lo buenísimo que está?

—Nunca me lo había planteado.

Beth resopló.

—No me lo creo. —Hizo una pausa—. ¿Eres lesbiana?

—¡No!

—Te lo pregunto porque solo una lesbiana no se daría cuenta de lo buenísimo que está Noah.

—Me parece que tú y yo no vamos a ser amigas. —Le solté muy seria.

Ella sonrió.

—Oh, venga ya. Míralo. ¡Qué locura! Tiene un cuerpo de escándalo.

—Tú sí que estás escandalosamente loca.

—Fíjate bien. Su cuerpo es un triángulo perfecto: hombros anchos, cintura estrecha y un culo increíble.

—Lo que me parece es que tú piensas con el culo.

Estaba empezando a perder la paciencia. No me hacía ninguna gracia que hablara así de Noah.

—Pues todavía no te he dicho nada sobre sus brazos y sus piernas. —Beth estaba casi jadeando.

Alcé una mano, con la intención de detener su diarrea verbal.

—¿De qué lo conoces? —me preguntó casi sin aliento.

—Nos criamos juntos. He pasado toda la vida con él. No hemos estado separados ni un solo día. Incluso vamos juntos de vacaciones.

—¿Dónde vive? —Beth se estaba volviendo demasiado preguntona respecto a Noah.

La miré con los ojos entornados, pero no respondí.

—¿Vive en nuestro barrio? —Yo permanecí en silencio—. ¡Oh, Dios mío! ¡Vive en nuestro barrio! ¿Por qué no nos has presentado? Has estado ocultándomelo; tienes que presentarnos.

Cuando empezó a hablar sobre Noah se aceleró tanto que casi no la entendía. Hablaba tan deprisa y con tanta excitación que estuve tentada de darle un puñetazo en el cuello para que se callara.

—Sí, claro, un día de estos —repliqué sarcástica, poniendo los ojos en blanco.

No conocía lo suficiente a Beth como para dictar sentencia definitiva, pero me daba la sensación de que esa chica necesitaba algún tipo de medicación.

—Vamos, Amanda. Necesito comprobar si está tan bueno por delante como por detrás.

La miré enfadada, negando con la cabeza.

Durante el resto del encuentro, Beth estuvo comiéndose con los ojos no solo a Noah, sino a todos los chicos que le parecía que estaban buenos, vamos, a prácticamente todo el equipo. Incluso llegó a decir que el entrenador Sawyer estaba bueno, y eso que era un viejo: por lo menos tenía cuarenta años.

El partido estaba acabando. Le tocaba batear a Noah. Ambos equipos iban empatados; si Noah anotaba puntos con esa carrera, los Tigers serían campeones de la ciudad por primera vez en la historia.

La multitud guardó silencio. El

pítcher se preparó unos instantes y luego lanzó una bola directa hacia Noah. El sonido del bate al impactar contra la pelota resonó con tanta fuerza que pareció un cañonazo. Noah lo soltó y echó a correr más deprisa de lo que lo había visto correr nunca. Llegó a la primera base, a la segunda y luego a la tercera y se deslizó con los pies por delante hacia el plato. Cuando el árbitro dio por buena la jugada, mi Noah se convirtió en una leyenda de la liga local, como el jugador que logró que los Tigers consiguieran su primera victoria. La multitud se volvió loca; no dejaban de corear su nombre y de saltar.

Vi cómo los compañeros de Noah corrían hasta él, lo levantaban a hombros y coreaban: «¡STE-WART! ¡STEWART! ¡STE-WART!» mientras lo colocaban de cara a la multitud.

Beth contuvo el aliento.

—Oh, sí. Es igual de impresionante por delante que por detrás.

Le dirigí una mirada amenazadora.

Los cánticos se hicieron más intensos cuando el público se unió a los jugadores, que seguían coreando: «¡STEWART!». Noah me buscó entre las gradas hasta que sus ojos se encontraron con los míos. Tenía una enorme sonrisa en la cara, igual que yo. Se quitó la gorra y la agitó sin apartar los ojos de los míos en ningún momento. Para mí no existía nadie más que él en el campo y, por su expresión, parecía que para él no existía nadie más que yo en las gradas. Mientras lo miraba, una sensación de calor me recorrió de arriba abajo. La verdad era que sí, era agradable a la vista.

Estaba abrumada, muy orgullosa y feliz por él. Beth se equivocaba: la conexión que existía entre Noah y yo no tenía nada de raro.

Bajamos la escalera de la grada y fuimos al campo, buscando a Stewart. Lo rodeaba una gran multitud que le daba la mano o palmadas en la espalda. Yo me quedé a un lado, con Beth. Quería verlo disfrutar de su momento. Unos minutos más tarde, la multitud empezó a dispersarse. Noah me buscó hasta localizarme. Dio la mano a varias personas más, pero sin apartar los ojos de mí.

Cuando llegó a mi lado, me abrazó por la cintura, me levantó del suelo y me hizo dar un par de vueltas, haciéndome gritar.

—¿Puedes creerlo, Piolín? ¡Somos campeones de liga! —exclamó, irradiando entusiasmo.

Sentí un escalofrío cuando me dejó caer deslizándome por su cuerpo. Mientras recobraba el equilibrio, tragué saliva.

—¡Lo sé! ¡Enhorabuena! ¡Lo has hecho! Estoy muy orgullosa de ti.

Noah se quitó la gorra y me la puso en la cabeza. Estaba empapada de su sudor, pero no me importó. Le dirigí una sonrisa radiante durante unos segundos, hasta que me sorprendió el sonido de alguien que se aclaraba la garganta.

—Oh, Noah, te presento a Beth. Acaba de mudarse al… —dejé la frase a medias.

No sé por qué no le dije que vivía en nuestro barrio; no es que quisiera mantenerlo en secreto. Además, Beth se encargaría de decírselo, estaba segura, pero de repente se me despertó un gran instinto de protección. No me hacía ninguna gracia cómo lo miraba o cómo hablaba de él. Beth iba a tener que buscarse su propio Noah. Este estaba ocupado: era mío.

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