Pandora

Pandora


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—¿Sí?

—Bien, mi historia, suponiendo que la tenga, está precisamente relacionada con los puntos que has destacado. —De golpe me ocurrió algo muy extraño.

Volví a soltar una breve risita y dije—: ¡Te comprendo! No, no el que veas espíritus, pues éste es un tema demasiado trascendente, pero ahora comprendo el origen de tu fuerza. Has vivido toda una vida humana. A diferencia de Marius, a diferencia de mí, no se apoderaron de ti en la plenitud de tu existencia, sino casi en el mismo momento en que se produjo tu muerte natural. Es por ello por lo que no quieres saber nada de las aventuras, y los defectos de los espíritus que vagan errantes por la tierra. Estás decidido a seguir adelante con el coraje de un hombre que ha fallecido en su vejez y comprueba que se ha alzado de la tumba. Has propinado una patada a las coronas fúnebres. Estás preparado para el Olimpo, ¿no es así?

—O para Osiris, que habita en el más profundo de los abismos —respondiste—. O para los fantasmas de Hades. Ciertamente, estoy preparado para los espíritus, para los vampiros, para aquellos que ven el futuro y afirman conocer el pasado, para ti, que posees una inteligencia extraordinaria dentro de un envoltorio muy bello, que ha perdurado un sinfín de años, una inteligencia que quizás ha destruido todo en ti salvo tu corazón.

Te miré estupefacta.

—Perdóname. Ha sido una grosería por mi parte —dijiste.

—No, explícate.

—Siempre les arrebatas el corazón a tus víctimas, ¿no es cierto? Deseas su corazón.

—Tal vez. No esperes que pronuncie unas frases tan sabias como haría Marius, o las ancianas gemelas.

—Me siento atraído por ti —dijiste.

—¿Por qué?

—Porque llevas una historia dentro de ti; detrás de tu silencio y tu dolor yace una historia, perfectamente articulada, que espera ser escrita.

—Eres demasiado romántico, amigo mío —repuse.

Aguardaste con infinita paciencia. Creo que sentiste el tumulto que se agitaba en mi interior, el modo en que mi alma se estremecía ante tantas emociones nuevas.

—Es una historia insignificante —dije. Vi unas imágenes, unos recuerdos, unos instantes, los elementos que incitan a las almas a la acción y la creación. Vislumbré una minúscula posibilidad de recuperar la fe.

Creo que ya conocías la respuesta.

Tú sabías lo que yo iba a hacer, antes que yo misma.

Sonreíste con discreción, pero estabas impaciente, sobre ascuas.

Mientras te miraba, pensé en el esfuerzo de narrar toda la historia…

—Quieres que me vaya, ¿no es cierto? —dijiste. A continuación te levantaste, tomaste tu abrigo, un tanto húmedo debido a la lluvia, y te inclinaste elegantemente para besarme la mano.

Yo seguía sosteniendo las libretas.

—No —contesté—. No puedo hacerlo.

Te abstuviste de hacer ningún comentario.

—Vuelve dentro de dos noches —dije—. Prometo devolverte las libretas, aunque sus páginas estén en blanco o sólo contengan una explicación más satisfactoria sobre el motivo que me impide recuperar mi vida perdida. No te decepcionaré. Acudiré a la cita y te entregaré estas libretas, pero no esperes nada más.

—Dentro de dos noches —apostillaste— volveremos a encontrarnos aquí.

Te observé en silencio mientras abandonabas el café.

Como ves, David, ya ha comenzado.

Y como ves, también, he utilizado nuestro encuentro como introducción a la historia que me has pedido que narre.

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