Pandora

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Me es imposible no pensar en que si yo hubiera nacido en otro lugar o en otra época mi suerte habría sido diferente. En una de esas culturas en las que una mujer gorda, al igual que el ganado bien alimentado, es un símbolo de riqueza, yo hubiera vivido feliz. Estaría junto a un hombre pudiente que a través de mi cuerpo generoso le mostraría al mundo que podía alimentarme en exceso mientras que otros padecen de hambre. Una vez vi un lugar así en el canal del National Geographic. No recuerdo el país: allí lo estético son las lonjas del vientre que caen como cascada, las caderas que se multiplican con sus pliegues, las estolas de grasa de una papada doble o triple. Allí la máxima insignia de belleza femenina son las estrías plateadas que adornan los brazos, los pechos, el vientre y las nalgas de esas mujeres hermosas. El experto del programa afirmaba que las gordas somos biológicamente correctas. Las hembras de la especie humana en edad reproductiva están diseñadas para ser redondeadas y depósitos de grasa en los senos, caderas, muslos y nalgas. Toda esa grasa, que marca la diferencia con los hombres, es para que ellas puedan afrontar los rigores físicos de tener hijos. Una mujer bien acolchada está lista para reproducirse y no morir de inanición al alimentar a sus crías. De allí que los primeros humanos representaran la fertilidad con estatuillas de barro de mujeres como yo. No se puede negar que se asocia lo materno con una mujer rolliza, que recuerda el confort de un bebé al apretar la carne suave de la madre al amamantarse. Durante la carrera, en una clase de Psicología, leímos que por esa razón a todos los hombres, incluidos los de nuestro tiempo y nuestra cultura, les fascina tocar, amasar, chupar los pechos de las mujeres; mientras más grandes, mejor. No sé por qué esta obsesión por el tamaño, ese deleite con la suavidad de la carne, no se trasmite al resto del cuerpo de la mujer. Nadie se cuestiona que a los hombres les gusten los pechos enormes. Así es y punto. Sin embargo, la misma actitud no se sostiene con las otras partes femeninas. Intento convencerme a mí misma que no estoy mal, que solo estoy en el lugar equivocado y en un pésimo tiempo para tener proporciones desbordadas. Eso es todo.

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