Pan

Pan


XXX

Página 32 de 48

XXX

Heme aquí en lo alto de la montaña ahondando el barreno que he de llenar de pólvora. La atmósfera otoñal es de cristalina transparencia y los golpes del pico se dilatan en ella a intervalos regulares. Esopo no aparta de mí sus ojos interrogadores, sin explicarse por qué el orgullo hincha de tiempo en tiempo mi pecho. ¿Cómo va a discernir él mi alegría de sentirme solo, preparando en secreto una gran obra?

Los pájaros migratorios se han ido: «¡Buen viaje y pronta vuelta!». Sólo algún gorrión travieso y la sedentaria garza merodean aún entre los nidales colgados en las piedras y ocultos entre los arbustos. Las cosas han cambiado de aspecto y algún fruto tardío pone su mancha de sangre sobre la nota gris de la piedra; más lejos, una campanilla azul y una flor silvestre se balancean en una obstinación primaveral; y un martín-pescador vuela lentamente, con el cuello tendido…

Al caer la noche oculto mis herramientas y, sentado en una piedra, descanso. Todo duerme en derredor; la luna asciende despaciosa y proyecta las gigantescas sombras de las montañas, que parecen ir a echarse con mal propósito sobre el llano. Cuando llega al cénit dijérase el astro una isla de fuego o un inmenso disco de cobre. Estoy contemplándolo con esa renovadora sorpresa que permiten siempre los espectáculos de Dios, cuando Esopo comienza a dar muestras de inquietud.

—¿Qué te pasa, Esopo? ¿Acaso te sientes como tu amo, cansado de sufrir, y deseas ahogar la pena en el olvido…? Yo sólo anhelo una cosa: paz; no quiero turbar a nadie ni que me turben. Eva, tú la conoces bien, me pregunta: «¿Piensas de vez en cuando en mí?». «Pienso siempre», le respondo. «¿Y eso te hace feliz?». «Mucho, sí». «Pues te han salido algunas canas». «Es verdad». «Debe ser algún pensamiento que no te deja». «Puede ser». Y ella entonces concluye: «Ya yes que no piensas únicamente en mí…». Esopo, mi fiel, mi inseparable Esopo, échate y no estés intranquilo… Hablemos, si quieres, de otra cosa.

Mas el animal salta, se excita, y una ansiedad terrible lo impele a tirarme de la ropa y a ladrar. Me decido al fin a seguirlo, pero no lo bastante de prisa para su anhelo, pues siempre delante, se vuelve, aúlla más y echa a correr…

Un resplandor súbito se alza hasta el cielo de detrás de los árboles, y cuando llego al camino veo una enorme hoguera y me detengo inmovilizado mi estupor: lo que arde así, consumiéndose irreparablemente, es mi cabaña.

Ir a la siguiente página

Report Page