Pan

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XXXVII

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XXXVII

El vapor debía partir casi de noche; pero como todo mi equipaje estaba ya a bordo, me fui hacia el muelle a media tarde. El señor Mack acudió a despedirme, prometiéndome entre dos apretones de mano una travesía magnífica y asegurando envidiarme el placer de viajar así. Poco después llegaron el doctor y Eduarda; al verla, mis piernas flaquearon y tuve necesidad de toda mi energía para no delatar la impresión.

—Hemos querido despedirlo con todos los honores —aseguró el doctor.

—Gracias.

Eduarda, mirándome fijamente, dijo:

—Sólo he venido a darle las gracias por el perro.

Tenía los labios pálidos y se los mordía con frecuencia. El doctor, haciendo bocina de las manos para ser oído desde el buque, que estaba fondeado muy cerca gritó a un marinero:

—¿Cuándo levan anclas?

—Dentro de media hora.

Yo permanecí silencioso, comprobando que la excitación no dejaba a Eduarda estarse quieta. Y quizás por sentirse observada, propuso, dirigiéndose al doctor:

—¿Quiere que nos volvamos? Ya dije lo que tenía que decir.

—Ya «he dicho», es mucho más correcto, señorita.

Ríe humillada de la enmienda del doctor, y pregunta:

—¿Acaso no viene a ser lo mismo?

—No —decide él con tono inapelable.

Yo contemplo al mísero hombrecillo, viejo y cojo, y casi envidio su frío aire resuelto. Al menos él sabe seguir su camino; se ha trazado una norma de conducta y la seguirá obstinadamente hasta el fin. Si pierde la partida nadie lo notará, porque su voluntad sabe enfrenar los nervios e inmovilizar los músculos que se contraen con la decepción y el dolor.

Como el crepúsculo avanza, me vuelvo hacia ellos con la mano tendida:

—Adiós y gracias por todo…, por todo.

Eduarda me mira en silencio y después vuelve la cabeza para fijar la vista en el buque. Bajo al bote, que desatraca en seguida, y cuando subo a bordo del buque me asomo a la cubierta y la veo aún en el muelle y oigo el estentóreo adiós con que el doctor me despide. Al verme aparecer, Eduarda echa andar a pasos rápidos, seguida trabajosamente por su caballero, y se pierde tras de las casas. Es la última visión que he tenido de ella.

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