Pan

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XXXVIII

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XXXVIII

Todo lo anterior ha sido escrito por matar el tiempo, para procurarme el goce de evocar aquel verano, cuyas rápidas horas huyeron sin dejarme apenas tiempo de saborearlas… Ahora todo es distinto, y los días me parecen interminables.

No es que deje de pasar buenos ratos, no; pero el caso es que el tiempo dura más. He pedido mi licencia absoluta, soy libre del todo, he corrido mucho mundo y correré aún, y sin embargo… De tiempo en tiempo guiño un ojo y me pongo a mirar la luna y las estrellas, diferentes ahora, sin que tampoco sepa por qué, a otra luna y a otras estrellas vivas en mi memoria, y se me antoja que se ríen no sé si de alegría o de burla al verme mirarlas… ¡Bah, no es de burla!, el mundo me sonríe. A menudo descorcho una botella para invitar a otros compañeros divertidos, y lo pasamos bien, muy bien. En cuanto a Eduarda, jamás pienso en ella. ¿Cómo no olvidarla en tanto tiempo? Además, no cabe duda que tengo mucho amor propio…

Si alguien me pregunta si sufro alguna pena, respondo con un «no» tan áspero que no me vuelve a interrogar…, Cora, mi nueva perra, me contempla cual si también quisiera interpelarme. El tic tac del reloj suena sobre la chimenea, y por la ventana me llega el ruido confuso de la ciudad… Alguien llama: es el cartero que me trae un sobre lacrado… Ya sé de dónde viene; lo sabía antes de verle llegar… ¡A menos que todo esto no sean alucinaciones de una noche de insomnio!

El sobre no contiene carta alguna; sólo me trae unas plumas de pájaros del Norte… Y un terror súbito transforma en corrientes heladas mis venas, y me digo: «¿Para qué quiero yo estas plumas verdes? ¿Por qué siento este frío…? Entra demasiado aire por las ventanas…». Y cierro; pero los pensamientos continúan. Me parece recordar un incidente fútil de mi estadía en aquella cabaña del extremo Norte que un día se convirtió en hoguera. El tiempo no ha amortiguado el brillo de estas plumas… ¡Qué gusto me da verlas otra vez! Y de pronto surge ante mí una cara y oigo una voz que me dice: «Señor teniente, aquí tiene usted sus plumas… No las quiero».

Cora, estáte tranquila… ¡Si te mueves te pego un tiro!

—¡Ah, hace un calor intolerable! ¿A quién se le ocurre tener cerradas las ventanas…? Que las abran, que abran también la puerta… Entrad, amigos, vamos a beber, y que venga también un recadero a llevar una carta que he de escribir… Pero no, no; sólo amigos y vino…, mucho vino… ¡Mientras más mejor…!

Y el día se acaba sin que me abandone la sensación terrible de que el tiempo apenas transcurre.

Ya está terminado este relato, escrito sólo por distraerme. No tengo ya ninguna preocupación; sólo siento deseos de irme muy lejos, no importa dónde, a África, a la India, a cualquier lugar en que haya muy poca gente y muchos árboles… Quiero consagrarme al bosque y a la soledad.

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