Pan

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XIX

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XIX

Su voz penetra como un rayo de sol por la puerta de mi cabaña, y mi sangre dormida acelera su curso y me sube al rostro.

—¡Glahn…! ¿Cómo está Glahn?

Y oigo que mi planchadora responde:

—Casi curado.

El acento con que ha sido mi nombre dicho me llega al corazón, y ninguna dádiva podía conmoverme ni regocijarme tanto como este nombre, repetido así por la voz estremecida y luminosa.

Sin inquirir si se puede pasar, entra y se me aparece de súbito con todo el atractivo, con toda la autoridad sobre mis pensamientos y deseos que antes. Me parece que no ha pasado el tiempo; está junto a mí con su chaquetilla teñida, con su delantal bajo para aventajar el talle, con sus ojos profundos, su piel casi cetrina, sus cejas perfectamente dibujadas; y siento de nuevo cerca el revolotear tierno de sus manos —mariposas inteligentes que parecen ir a posarse en mí—. Esta especie de resurrección me conmueve, me aturde, y no puedo menos de decirme, mientras ella me sonríe antes de hablar: «Yo he besado esa cara, esos ojos»; y su voz canta en mis oídos continuando la sensación feliz de que algo muy bueno, muy bueno, acaba de renacer:

—¡Ah! ¿Ya se levanta usted? ¡Menos mal! Siéntese, que todavía el pie debe estar delicado. ¿Cómo se hirió, Dios mío? ¿Y cómo no me he enterado yo hasta hoy? Muchos días me preguntaba: «¿Qué le pasará a Glahn? No se le ve»; y pensaba todo menos que pudiera estar herido, sin que el presentimiento me lo advirtiera. ¿Se encuentra usted mejor? Está pálido, desconocido casi… ¿Le hace daño el pie? No se quedará cojo, ¿verdad? El doctor asegura que no, y yo pido a Dios que no se equivoque. Perdone que haya venido así, sin avisarle…; pero saberlo y echar a correr fue todo uno.

Se inclina hacia mí con un gesto delicioso de solicitud, que me hace sentir su aliento como otras veces. Mis manos se anticipan a la voluntad y se anticipan para atraerla del todo; pero entonces se aparta y veo que sus ojos están húmedos y que es preciso hablar, hablar no importa de qué, para que no nos domine la emoción.

—Fue un accidente, un accidente estúpido; figúrese que iba a poner mi escopeta ahí y lo hice distraídamente, sin mirar que los cañones estaban hacia abajo.

—¿De modo que un accidente? —murmura con aire soñador—. Déjeme ver. Da la casualidad de que también es el pie izquierdo.

—La casualidad, eso es. ¿Por qué había de ser el derecho? Yo tenía la escopeta así, ¿ve usted?, y no era posible herirme de otro modo… Le aseguro que no ha sido cosa divertida.

Me mira y titubea antes de continuar:

—Menos mal que ya está casi curado. De todas maneras debió ocurrírsele enviar por la comida a casa. ¿Cómo ha podido arreglárselas solo?

Todavía hablamos un momento de cosas baladíes, y al fin le digo:

—Cuando entró usted, su cara, sus ojos brillantes y el ademán con que me tendió las manos, revelaban una emoción para mí preciosa. Luego, sus ojos han recobrado la indiferencia de los últimos días que nos vimos… Dígame la causa.

No responde sino al cabo de un rato, con esta evasiva:

—No se puede estar siempre igual.

—Contésteme a esta sola pregunta: ¿Qué he podido hacer hoy que la contraríe? Dígamelo para que me sirva de lección en lo futuro.

Sentada ante mí, la veo contemplar el horizonte y contraer la boca en un mohín equívoco.

—Nada, Glahn, se lo aseguro —dice—. A veces nos pasan por la cabeza pensamientos extraños y… ¿Se ha disgustado? No olvide que hay personas a quienes otorgar la menor concesión cuesta un gran esfuerzo, mientras otras lo dan todo sin esfuerzo, sin trabajo alguno… ¿Quién da más? En fin, veo que la enfermedad le ha hecho ponerse melancólico, obligándonos a hablar en este tono grave.

Se vuelve repentinamente hacia mí, y con la cara iluminada de júbilo, exclama:

—¡Cúrese usted lo antes posible…! Ya nos volveremos a ver.

Al tenderme la mano adopto la resolución súbita de no aceptársela y respondo con una ceremoniosa inclinación, mientras le doy las gracias por su visita:

—Perdóneme que no la acompañe.

Cuando me deja solo me pongo a reflexionar mucho tiempo, y después tomo papel y escribo una carta solicitando que me envíen mi uniforme lo antes posible.

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