Palo y palo. ¿Así quién aguanta?

Palo y palo. ¿Así quién aguanta?

Onó, el Insuperable


¡Qué difícil se hace vivir en un país en el que todo se critica! Despiadadas críticas a granel, la mayor riqueza argentina.

Si un ministro pierde la paciencia con el personal doméstico, ¡palo! Si lo favorece con una changa en un sindicato intervenido, ¡palo! Si el presidente se humilla pidiéndole a sus amigos que inviertan en low cost para que los más necesitados puedan volar, ¡palo!

Si los funcionarios se ocupan de sus negocios, ¡palo por materialistas! Si se van a un retiro espiritual, ¡palo por místicos! Si Píter Robledo invita a una demonizada e incomprendida agrupación vecinal a la Rosada, ¡palo por pro nazi! Si manda fotos desde Estados Unidos, ¡palo por pro yankee! Si el diputado Tonelli dice que los jubilados van a perder plata, ¡palo! Si dice que van a ganar en poder adquisitivo, ¡palo! Y así todo el tiempo. ¿Quién aguanta?

Crédito: NA

Toto Caputo se desloma para conseguir dinero barato en el exterior. ¿Para qué? Para sostener al menesteroso, al subsidiado, al indigente, al que vive de la ayuda estatal... En una palabra: humanismo. Se mata para colocar los bonos. Ayuda comprándonos una parte con sus sociedades. En dos palabras que riman: humanismo y patriotismo. Cosecha: airados reproches, denuncias, juicios... Palo de la prensa, palo del vecino, palo de la izquierda, palo de la derecha. Federico vive enclaustrado en el Banco Central. Perdió hasta el pelo por el estrés. Lucha con la navaja de la tasa contra una inflación armada hasta los dientes. ¿Qué cosecha? Ser acusado de bicicletero apátrida. Palo. ¡Y palo en la rueda!

El Jefe de Gabinete se rodea de gente de confianza, de sangre pura familiar; tiene, al menos, veinte pretorianos de genealógica confianza ─ que sabe, a ciencia cierta, no van a robar─ reclutados para el ingrato trabajo a destajo del funcionarato A1. Predica con el noble ejemplo y así ha logrado convencer a la mayoría de los ministros, por no decir a todos. ¿Premio? Ser tildado de primer abanderado del nepotismo, soportar que a su parentela se la llame clan, que a la humilde cadena familiar de mercaditos se le bastardee el nombre y se le critique hasta la venta de huesos de pollo con nutritivos cartílagos adheridos. En fin, palo y a la bolsa reciclable. La crítica nos inunda cual fugazzeta, diría García con razón.

El noble empresariado que abrazó el cambio sin más interés que bregar por la pobreza cero, tampoco se salva del apaleo. Si algún representante de la esforzada industria del medicamento, por nombrar nada más que a uno de los mártires, tras años de ahorro de sus ínfimas ganancias, decide darse el gusto de una fiestita de cumpleaños, palo por obsceno y derrochón, por dilapidar el centavo del jubilado enfermo, por tirar las plusvalías de sus obreros por la ventana y, así, hasta la última astilla imaginable del as de bastos marxista-ateo-camporista

Como si tanto palo fuera poco, garantistas y abolicionistas hacen la pata ancha encolumnados detrás del pope Zaffaroni ─canonizado nerd de la jurisprudencia abstrusa y la garantía giratoria─. Critican con aire doctoral desde el cachetazo al reo hasta el défict fiscal. Más adustos que semblante papal con antipopulista enfrente, más letales que garrote vil, se pasean por los hipercríticos multimedios sembrando discordia. Con la complicidad de una mayoría abrumadora de  comunicadores antimacristas, se ensañan con el presidente y dudan de la idoneidad, cuando no del republicanismo de sus ministros. 

Crédito: La Gaceta

El primer mandatario, ante los embates impiadosos, derrocha más virtud de la que los ciudadanos le exigen: pone la otra mejilla y se refugia en su biblioteca a seguir quemándose las pestañas para perfeccionar ─¡más todavía!─ la erudición de estadista que lo desvela incrementar al infinito. El asesor ecuatoriano, que debería preservarlo del castigo impiadoso, la crítica infundada y la maledicencia, disfruta sin esfuerzos los honorarios que están agotando la fortuna familiar del presidente que, como se sabe, satisface de su bolsillo las exigencias pecuniarias del escrupuloso experto. ¿Quién podría desmentir que vivimos en el reino de la indolencia y la ingratitud?

Ante el castigo impiadoso del verbo camporista, ante tan avanzado panorama hipercrítico de palo y garrote, injusto por donde se lo mire, habría que interpelar a los medios dominantes para que recuperasen la objetividad, enaltecieran como es debido la figura presidencial y reivindicasen a sus colaboradores; a la justicia, para que desestimara la azotaina infinita de denuncias infundadas y, sobre todo, a la Oficina Anticorrupción, para que se ocupase más del pasado kirchnerista y menos de un presente que cualquier hombre de bien, honesto e imparcial, consideraría prístino, ejemplar, inmaculado. ¿O no?


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