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Recompensa » Capítulo 6

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Capítulo 6

El sol del atardecer otoñal vertía sus suaves rayos sobre los fajos de billetes que había encima de la mesa.

Eran tan nuevos y tan perfectos que parecían irreales, como si fueran pisapapeles de broma. Sin embargo, ahí había más dinero del que ganaba en un año en la fábrica, e incluso después de más de veinte años trabajando en la caja de crédito no había conseguido ganar más del doble de esa cantidad. Mientras observaba los dos millones que había recibido de Yayoi, Masako pensaba en los acontecimientos de los últimos meses y en las perspectivas del nuevo «negocio».

Al cabo de unos minutos, se puso a pensar dónde podía esconder el dinero. ¿Debería ingresarlo en el banco? Por un lado, si pasaba algo no podría sacarlo rápidamente y siempre sería una prueba en su contra, pero por otro, si lo escondía en casa, cabía la posibilidad de que alguien lo encontrara.

Mientras se debatía entre esas opciones, sonó el interfono. Antes de abrir la puerta, escondió el dinero en el armario de debajo del fregadero.

—Disculpe —dijo una titubeante voz femenina.

—¿Qué quiere?

—Es que… estoy pensando en comprar el terreno de enfrente, y me gustaría hacerle unas preguntas.

A su pesar, Masako abrió la puerta. Delante de su casa había una mujer de mediana edad con un soso traje de color lila. A juzgar por su cara, tenía más o menos la misma edad que Masako, pero su cuerpo estaba más ajado. Su voz era aguda y estridente, como si no supiera controlarla.

—Siento molestarla así, sin avisar…

—No se preocupe.

—Estoy pensando en comprar ese terreno —repitió al tiempo que señalaba el solar que había al otro lado de la calle.

De hecho, no era la primera vez que Masako oía que había alguien interesado en comprarlo, pero siempre se habían echado atrás y ahora estaba abandonado.

—¿Y qué quería saber? —preguntó Masako yendo al grano.

—Bueno, pues me preguntaba por qué es el único que no se ha vendido.

—Pues no tengo ni idea.

—¿No sabe si ha habido algún problema? No me gustaría enterarme después de comprarlo.

—La entiendo —repuso Masako—, pero no sé nada. ¿Por qué no se lo pregunta a la inmobiliaria?

—Ya lo he hecho, pero no me han dicho nada.

—Quizá no haya nada que decir —le espetó Masako nerviosa.

—Mi marido dice que el suelo es demasiado rojo. —Masako ladeó la cabeza. Era la primera vez que oía algo así. Miró a su interlocutora, que se apresuró a añadir—: Al parecer, es muy inestable.

—Pues es el mismo sobre el que hemos construido nosotros.

—Ah, lo siento —dijo la mujer arrepentida de su comentario.

Masako se dispuso a dar media vuelta para poner punto final a la conversación.

—No creo que haya ningún problema —le dijo.

—Así, ¿el drenaje es bueno?

—Como está un poco elevado, el agua no se acumula.

—Sí, claro… —dijo la mujer mirando hacia el interior de su casa—. Bueno, muchas gracias —añadió con una ligera reverencia.

Había sido una conversación breve, pero a Masako le dejó mal sabor de boca. Especialmente cuando recordó lo que una vecina le había dicho hacía unos días.

—Masako —le dijo su vecina al encontrarla por la calle.

La mujer, que vivía justo en la casa de detrás de la suya y daba clases de ikebana, era directa y sensata, cualidades que Masako apreciaba.

—¿Sabe una cosa? —le dijo cogiéndola de la manga y bajando la voz—. El otro día pasó algo un poco raro.

—¿Qué sucedió?

—Un hombre de su empresa estuvo por el barrio preguntando sobre usted.

—¿Un hombre de mi empresa?

Masako pensó que no debía de buscarla a ella y que debía de tratarse de alguien de la empresa de Yoshiki o de algún banco. Sin embargo, no había ningún motivo por el que alguien quisiera investigar a Yoshiki, y Nobuki era demasiado joven para encontrarse en esa situación, de modo que quizá sí la buscaran a ella.

—Sí —confirmó la vecina—. Dijo que era de la fábrica de comida, pero a mí me pareció más bien un detective o algo así. Estuvo preguntando varias cosas sobre usted.

—¿Por ejemplo?

—Con quién vive, qué costumbres tiene, qué fama tiene en el barrio. Evidentemente, yo no le respondí, pero algún vecino debió de contarle todo con pelos y señales —dijo señalando la casa de al lado donde vivía un matrimonio mayor que a menudo se había quejado de la costumbre de Nobuki de escuchar la música a un volumen demasiado fuerte.

Sin duda habrían respondido encantados a las preguntas sobre la vida privada de Masako.

—¿De veras preguntó por todo el barrio? —preguntó Masako preocupada.

—Eso parece. Lo vi merodear por su casa y más tarde vi cómo llamaba a la vivienda de al lado. Es un poco raro, ¿no?

—¿Y no dijo por qué quería saber todo eso?

—Eso es lo más extraño. Dijo que se estaban planteando hacerla fija en la fábrica.

—Ya… —murmuró Masako.

Las empleadas por horas como ella sólo podían ascender después de tres años en la fábrica, pero nunca llegar a ser fijas. Era obvio que el hombre había mentido.

—¿Cómo era?

—Un chico joven, trajeado.

Por un momento pensó en Jumonji, pero la conocía desde hacía muchos años y no tenía por qué investigar su entorno. También pensó en la policía, pero no creía que los agentes tuvieran necesidad de trabajar en secreto.

En ese momento, y por primera vez después del incidente, sintió la presencia de «alguien más», alguien que no era la policía pero que estaba detrás de todo el asunto, sin mostrar su rostro. De repente se le ocurrió que tal vez Yoko, la amiga de Yayoi, estuviera relacionada con esa presencia. El hecho de que Yayoi no sospechara nada era un poco raro, quizá la prueba misma de que eran especialistas en mantener sus planes en secreto. Definitivamente, no podía tratarse de la policía.

Primero Yoko metiéndose en casa de Yayoi; después el chico investigándola, y finalmente esa mujer preguntando por el solar de enfrente. Era posible que estuvieran relacionados y trabajaran en equipo. ¿Quién y por qué las vigilaba? Masako sintió un miedo repentino, un escalofrío ante lo desconocido. Se preguntó si no sería mejor contárselo a Yoshie y a Yayoi, pero pensó que no tenía pruebas concluyentes y que de momento sería mejor no decir nada.

Cuando esa noche llegó al parking de la fábrica, vio que habían terminado de construir la garita de vigilancia. La pequeña estructura se alzaba vacía, con la ventana aún a oscuras.

Masako se bajó del Corolla y, sin cerrar la puerta, se quedó mirando la garita. Al cabo de unos instantes, el Golf de Kuniko entró en el parking levantando una lluvia de gravilla a su paso. Al notar la violencia y la hostilidad contenidas en esa maniobra, Masako se estremeció.

Kuniko dio marcha atrás, aparcó el coche de mala manera en una plaza y puso el freno de mano con gran estrépito. Finalmente saludó a Masako a través de la ventanilla.

—Buenas noches —dijo con su habitual simpatía forzada.

Vestía una chaqueta nueva, de piel roja, que debía de haber comprado con el dinero que había cobrado de Yayoi.

—Buenas noches —le dijo Masako devolviéndole el saludo.

Hacía mucho tiempo que no encontraba a Kuniko en el parking. Desde que habían dejado de esperarse la una a la otra, apenas se habían cruzado de camino al trabajo y, a juzgar por la cara que ponía Kuniko en ese momento, ella lo prefería así.

—Hoy llegas más pronto —observó Kuniko.

—Supongo que sí —dijo Masako mirando su reloj en la oscuridad.

Efectivamente, había llegado diez minutos antes de lo habitual.

—¿Sabes de qué va eso? —le preguntó Kuniko al tiempo que subía la capota de su Golf y señalaba la garita con el mentón.

—Supongo que pondrán un guardia.

—La policía se enteró de lo del violador y ha obligado a la dirección a poner vigilancia.

Lo que decía Kuniko podía ser cierto, pero sin duda la dirección había accedido a poner vigilancia para evitar que la gente aparcara de forma ilegal, como sucedía últimamente.

—Vaya, es una pena que no puedas conocerlo —dijo Masako.

—Pero ¿qué dices? —respondió Kuniko torciendo sus labios pintados y sin ocultar su antipatía.

Iba perfectamente maquillada, como si hubiera salido para ir de compras al centro de la ciudad, pero a los ojos de Masako el maquillaje sólo enfatizaba la imperfección de su rostro.

—Veo que aún tienes ese coche —comentó Masako mirando el Golf recién abrillantado—. Si fueras en bici ahorrarías un poco.

—Voy tirando —dijo Kuniko por toda respuesta, obviamente molesta, antes de marcharse.

Sin añadir nada más, Masako se quedó en el parking, frotándose los brazos, pues tenía carne de gallina; incluso para estar a primeros de octubre, hacía más fresco de lo habitual. El aire era frío y seco, y en el ambiente podían distinguirse con claridad varios olores: las frituras de la fábrica, el humo de la carretera y la hierba del descampado. En algún lugar cercano se escuchaban los últimos insectos del verano.

Masako cogió un jersey del asiento trasero y se lo puso encima de la camiseta. Encendió un nuevo cigarrillo y esperó a que la figura roja de Kuniko desapareciera en la oscuridad.

Al cabo de unos instantes, oyó el ruido sordo de un motor y una motocicleta de gran cilindrada entró en el parking. Se le acercó con la rueda trasera derrapando ligeramente y el faro delantero traqueteando por las irregularidades del terreno. ¿Quién sería? Que ella supiera, ningún empleado acudía en moto al trabajo. Masako observó al motorista con curiosidad.

—Masako —dijo una voz masculina detrás de la visera.

Era Jumonji.

—¡Ah, eres tú! Me has asustado.

—Suerte que la encuentro —dijo Jumonji parando el motor.

Acto seguido, el parking quedó envuelto en un denso silencio. Incluso los insectos habían callado, tal vez sobresaltados por el ruido del motor. Jumonji apoyó la moto en el caballete con un gesto ágil.

—¿Qué pasa?

—Tenemos un trabajo.

Había llegado el momento. Nada más ver la moto había tenido una especie de presentimiento. Cruzó los brazos frente al pecho para controlar su pulso acelerado. Después de más de medio año en el armario, el jersey desprendía un familiar olor a detergente. En ese momento se le ocurrió que quizá se estuviera separando de ese olor y se abrazó con más fuerza.

—¿De lo que hablamos?

—Sí, claro —confirmó Jumonji—. Acaban de llamarme diciéndome que hay un cadáver que debe desaparecer. He pensado que no la encontraría en casa y por eso he venido hasta aquí… pero temía que Kuniko reconociera mi coche —añadió con voz temblorosa.

—Y por eso has venido en moto —dijo Masako.

—Hacía tiempo que no la usaba, y me ha costado ponerla en marcha.

Como un actor que se quita una peluca, Jumonji se quitó el casco y se arregló el pelo con los dedos.

—¿Qué quieres que haga?

—Iré a recogerlo en coche y lo llevaré a su casa. ¿A qué hora termina de trabajar?

—A las cinco y media. Vuelvo al parking hacia las seis —dijo dando golpecitos con el pie en el suelo.

—¿Y a qué hora está en casa?

—Poco más de las seis. Pero tendrás que esperar hasta las nueve, que es la hora en que mi marido y mi hijo ya se han ido. ¿Podrás deshacerte de la ropa antes de traerlo?

—Lo intentaré —respondió él con expresión sombría.

—¿Podrás moverlo solo?

—Ya veremos… Por cierto, he comprado un juego de bisturís. Se lo traeré.

—Perfecto —dijo Masako mordiéndose las uñas e intentando pensar en algo que se les pudiera olvidar. Sin embargo, con las prisas no se le ocurría nada. Finalmente se acordó de algo—. Piensa en las cajas para meterlo.

—¿Las quiere grandes?

—No. Que sean lo más parecidas a las de cartón que hay en las tiendas de comestibles. Así no llamarán la atención. Pero que sean resistentes.

—Mañana las tendré. ¿Tiene bolsas de plástico?

—Sí, siempre tengo —repuso Masako—. Y otra cosa: ¿qué hago si mañana no me va bien que vengas? —preguntó pensando en la posibilidad de que Yoshiki o Nobuki no fueran al trabajo.

—¿Qué puede pasar? —preguntó Jumonji alarmado.

—Que haya alguien en casa, por ejemplo.

—Ah, eso… Entonces llámeme al móvil.

Jumonji se sacó una tarjeta del bolsillo de los vaqueros y se la dio. El número del móvil aparecía en la tarjeta.

—Vale —dijo Masako—. Si surge algún problema, te llamo antes de las ocho y media.

—De acuerdo —concluyó Jumonji alargándole la mano. Masako la observó durante unos segundos y, finalmente, le ofreció la suya. La mano de Jumonji estaba fría y áspera a causa del aire helado—. Hasta mañana —añadió dándole al contacto.

El ruido sordo y potente del motor retumbó por el parking.

—Espera —le dijo Masako cuando estaba a punto de irse.

—¿Qué quiere? —preguntó Jumonji alzando de nuevo su visera.

—Alguien ha estado merodeando por mi casa. Quizá un detective.

—¿Qué? —exclamó Jumonji sorprendido—. ¿Y por qué?

—No tengo ni idea.

—¿No será de la policía?

Al escuchar las palabras de Jumonji, Masako quedó desolada. Pensó que quizá debieran rechazar ese trabajo, al menos por el momento. Pero ya era demasiado tarde.

—No lo sé —dijo tragando saliva—, pero debemos hacer el trabajo.

—Tiene razón —convino Jumonji—. Ya que hemos llegado hasta aquí, debemos seguir adelante. De lo contrario, alguien iba a quedar muy mal.

Jumonji dio la vuelta y salió del parking levantando gravilla con la rueda trasera.

Masako echó a andar hacia la fábrica, y durante el trayecto empezó a repasar el proceso mentalmente: primero había que cortar la cabeza; después los brazos y las piernas, y finalmente abrir el torso… Recordaba perfectamente lo duro que había sido con Kenji. De pronto se preguntó en qué estado llegaría el cadáver y sintió que un escalofrío le recorría el espinazo. Le flaquearon las piernas, como si se negaran a acercarle a ese horror. Como le costaba andar, se paró en medio de la oscuridad.

Sin embargo, no la aterrorizaba el cadáver en sí, sino la presencia de ese «alguien» desconocido.

Al entrar en la sala de descanso, Kuniko se levantó y se marchó, evitando mirarla. Masako ignoró el comportamiento infantil de su compañera y buscó a Yoshie. La encontró poco después: estaba cambiándose en el vestuario junto con Yayoi.

—Maestra —le dijo dándole una palmadita en el hombro mientras Yoshie se subía la cremallera del uniforme.

Yayoi, que estaba a su lado, también se volvió, con su expresión alegre e inocente. Masako tenía la intención de no involucrarla en el nuevo trabajo, pero cuando vio su cara (libre del menor rastro del horror que habían vivido) le asaltó un deseo incontenible de que le temblaran las piernas como le habían temblado a ella hacía sólo unos instantes. Sin embargo, apretó los dientes para reprimir la tentación.

—¿Pasa algo? —preguntó Yoshie cariacontecida, como si ya supiera la respuesta.

—Tenemos un trabajo —dijo Masako.

Yoshie apretó los labios y guardó silencio. Masako decidió no decirle nada sobre esa «presencia». Estaba segura de que Yoshie se echaría atrás, y era imposible que pudiera hacer el trabajo ella sola.

—¿De qué estáis hablando? —intervino Yayoi.

—¿Quieres saberlo? —le dijo Masako mirándola a la cara y agarrándola por la muñeca.

—¿Qué pasa? ¿Qué estás haciendo? —murmuró Yayoi empalideciendo.

Masako le soltó la muñeca y la agarró por el hombro.

—Vamos a cortar por aquí. Tenemos otro trabajo.

Yayoi retrocedió sin deshacerse de Masako. Yoshie miró a su alrededor, preocupada porque alguien las estuviera observando, e hizo un gesto a Masako para que actuara con precaución. Sin embargo, las otras mujeres que había en el vestuario no les prestaban ninguna atención y se limitaban a cambiarse, abatidas, pensando en la dura jornada de trabajo que se les avecinaba.

—No me lo creo —murmuró Yayoi con voz infantil.

—Pues es verdad. ¿Quieres ayudarnos? Si es así, sólo tienes que pasarte mañana por mi casa. —Cuando Masako la soltó, Yayoi se quedó con los brazos colgando sin fuerza a ambos lados. El gorro le cayó al suelo—. Y otra cosa —añadió Masako—: antes de venir, deshazte de Yoko.

Yayoi se quedó mirándola horrorizada unos instantes antes de encerrarse en el lavabo.

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