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Piso 412 » Capítulo 3

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Capítulo 3

Estaba preocupada. Mientras limpiaba el baño, Masako no dejaba de pensar en ello, pero no lograba dar con la respuesta.

Limpió con una esponja la suciedad incrustada en la bañera y empezó a aclararla esperando a que la espuma desapareciera por completo. Sin embargo, cuando estaba a punto de terminar, el mango de la ducha se le resbaló y se le cayó al suelo, con lo cual el tubo empezó a retorcerse como una serpiente y soltó un chorro de agua fría que la dejó empapada. Al agacharse para recoger el mango, un escalofrío le recorrió la espalda.

Había estado lloviendo desde primera hora de la tarde y había refrescado. Era un día frío, típico de finales de diciembre. Se secó la cara con la manga del jersey y cerró la ventana del baño, dejando fuera el frío y el sonido de la lluvia. Mientras observaba su ropa mojada, se quedó unos instantes pensando; el frío de los azulejos le subía por las piernas.

El agua que había rociado el baño bajaba por las paredes hasta formar pequeños riachuelos y desaparecer por el sumidero. La sangre y los fluidos corporales de Kenji, así como los de ese otro hombre, habían desaparecido por ese mismo sumidero y debían de haber llegado al mar. Los trozos del anciano, dondequiera que Jumonji los hubiera llevado, debían de haberse convertido en cenizas que también reposarían en el fondo del mar. Mientras escuchaba la lluvia, que caía sordamente al otro lado de la ventana, recordó el rumor del agua en la alcantarilla durante el tifón e imaginó los desechos que arrastraba atascados momentáneamente en el desagüe. También en su cerebro había algo atascado, pero no era capaz de concretar qué. Rememoró los acontecimientos de la noche anterior.

Como había pasado por casa de Yayoi, llegó al trabajo más tarde de lo habitual.

Le disgustaba llegar con retraso, pero estaba preocupada por que Yoko hubiese desaparecido de casa de Yayoi sin dejar rastro. ¿Iba tras el dinero del seguro o bien era otro su objetivo? ¿Debía hablarlo con Jumonji o quizá él también estuviera involucrado en su aparición? Ya no podía fiarse de nadie. Se sentía desamparada, como si estuviera hundida en el fondo del mar, en plena noche.

Al llegar al parking vio que la nueva garita estaba iluminada. No había ningún guardia, pero la luz le pareció algo similar a un faro en la costa. Aliviada, puso marcha atrás para aparcar el Corolla en su plaza de parking. El Golf de Kuniko ya estaba allí.

En seguida apareció el guardia, avanzando por el camino de regreso de la fábrica. Se detuvo frente a la garita y apagó la linterna. Se dio cuenta de que había un nuevo coche en el parking y volvió a encenderla. Enfocó un instante la matrícula del Corolla para comprobar el número en la lista que le había proporcionado la dirección de la fábrica. Aun así, Masako consideró que se entretenía demasiado.

Masako paró el motor y escuchó los pasos del guardia acercarse por la gravilla. Era un hombre de mediana edad, alto y robusto.

—Buenas noches. ¿Va a la fábrica? —preguntó con una voz suave y agradable al oído. De hecho, lo era tanto que Masako se preguntó por qué ese hombre habría escogido un trabajo tan solitario.

—Sí —respondió Masako.

El haz de la linterna se paseó por su rostro durante lo que también le pareció una eternidad. Eso la incomodó, sobre todo porque él se mantenía oculto en la oscuridad, y levantó el brazo para protegerse.

—Lo siento —se disculpó el guardia.

Masako cerró el coche y echó a andar hacia la fábrica. Cuando vio que el guardia la seguía a varios pasos de distancia, se volvió, molesta.

—La acompaño —se explicó él.

—¿Por qué?

—Para protegerla de los ataques. Es una nueva medida…

—No se preocupe —lo cortó Masako—. Ya soy mayorcita.

—Pero si le pasa algo, será culpa mía.

—Llego tarde. Debo darme prisa.

Se volvió y echó a andar de nuevo, pero el guardia insistió en seguirla enfocándole el camino con la linterna. Enfurecida, se detuvo en seco y dio media vuelta, consciente de que le sería imposible librarse de su oscura mirada. Por un instante tuvo la sensación de que lo había visto antes. Él la miraba fijamente.

—¿No nos co…? —empezó a decir, pero en seguida se dio cuenta de que no lo conocía de nada—. No, nada…

Aquellos pequeños ojos la observaron serenamente bajo la visera de su gorra. Por el contrario, sus labios eran gruesos y carnosos. Masako apartó la vista de tan extraño rostro.

—Está muy oscuro —dijo él—. La acompaño hasta ahí.

—No insista —repuso ella—. Iré sola.

—De acuerdo.

Al darse la vuelta, Masako creyó entrever un rastro de rabia en sus ojos. Le pareció raro que alguien se enfadara por eso.

A la mañana siguiente, cuando Masako volvió al parking, él ya no estaba. Eso era todo lo que había sucedido… pero aun así fue suficiente para darle que pensar.

¿Por qué de repente aparecían todas esas personas? Nada la incomodaba tanto como las situaciones que no podía controlar. Se encaminó a su habitación para cambiarse la ropa mojada, pero en ese momento sonó el teléfono. Lo cogió en ropa interior.

—¿Diga?

—Hola. Soy Yoshie.

—Maestra. ¿Pasa algo?

—No sé qué hacer —dijo Yoshie con voz llorosa.

—¿Qué pasa?

—¿Puedes venir? Necesito tu ayuda.

A Masako se le puso la piel de gallina. Aún no habían encendido la calefacción, pero esta súbita reacción no era sólo por el frío. Temía que hubiera ocurrido algo grave y deseaba saberlo de inmediato.

—¿Qué pasa?

—No puedo contártelo por teléfono —murmuró Yoshie para que su suegra no la oyera—, y tampoco puedo salir.

—De acuerdo —accedió Masako—. Voy para allá.

Se puso los vaqueros y la camiseta negra que se había comprado hacía unos días. Había empezado a vestir la ropa que le gustaba, como cuando trabajaba en el banco. Y sabía por qué lo hacía: estaba recuperando la personalidad que había abandonado hacía mucho tiempo. Sin embargo, a medida que reunía las diferentes piezas se daba cuenta de que, al igual que era imposible recomponer una muñeca rota, también le sería imposible volver a ser la mujer que había sido.

Veinte minutos más tarde, aparcaba cerca del callejón donde vivía Yoshie.

Abrió el paraguas y, evitando los charcos, llegó a la vieja casa de su compañera. Yoshie la esperaba impaciente. Llevaba un chándal gris y una chaqueta color mostaza cubierta de pelusa. Estaba pálida y parecía que hubiera envejecido diez años. Cogió su paraguas y salió a recibirla hasta el callejón.

—¿Podemos hablar aquí? —dijo echando pequeñas nubes de vaho por la boca.

—Como quieras —respondió Masako desde debajo de su paraguas.

—Siento que hayas tenido que venir.

—¿Qué ha sucedido?

—El dinero ha desaparecido —anunció Yoshie con lágrimas en los ojos—. Lo tenía escondido en el suelo de la cocina, y ya no está.

—¿Todo? ¿El millón y medio?

—No. Lo que me quedaba. Me gasté un poco y te devolví lo que te debía. Ha desaparecido un millón cuatrocientos mil yenes.

—¿Y sabes quién se lo ha llevado?

—Sí —asintió Yoshie vacilando—. Creo que Kazue.

—¿Tu hija mayor?

—Sí. He salido a comprar y, al volver, Issey ya no estaba. Al principio he pensado que habría salido a jugar, pero después he visto que era imposible, con esta lluvia. Entonces he empezado a buscarlo y he visto que su ropa también había desaparecido. He preguntado a la abuela y me ha dicho que Kazue ha venido en mi ausencia y se ha llevado al niño. Entonces he mirado en la cocina y…

Yoshie estaba destrozada.

—¿Es la primera vez que hace algo así?

—Creo que Kazue tiene esta manía —dijo avergonzada—. Ya sé que debería haberlo ingresado en el banco, pero temía que los servicios sociales lo descubrieran.

—Maestra, ¿lo sabía alguien más?

—No… Sólo le comenté a Miki que iba a cobrar una importante suma de dinero.

—¿Cuando le dijiste que le ibas a pagar la universidad?

—Exacto. Se puso muy contenta —respondió Yoshie echándose de nuevo a llorar—. ¿Cómo puede haber robado un dinero que era para su hermana?

—¿No habrá sido Miki?

—Imposible. No iba a robar su dinero. Y, además, Issey ya no está. Seguro que Kazue llamó a casa y Miki le dijo que iba a ir a la universidad… Voy a echar de menos a Issey.

El recuerdo de su nieto hizo que Yoshie se echara a llorar aún con más fuerza.

—¿Estás segura de que ha sido Kazue? —insistió Masako. Necesitaba saberlo, si bien aún no le había contado las razones a Yoshie—. ¿No puede haber sido alguien más?

—Tiene que haber sido ella —respondió Yoshie—. Conoce el agujero de la cocina desde que era una mocosa.

Entonces, pensó Masako, debía de haber sido Kazue. No había nada que hacer. Se quedó en silencio mientras observaba el tejido viejo y empapado de su anorak. Su intuición había apuntado hacia la mano de esa «presencia» invisible.

—¿Y qué voy a hacer ahora? —le preguntó Yoshie—. ¿Qué puedo hacer? —preguntó, siguiendo su costumbre de repetir las cosas.

—Y yo qué sé. No puedes hacer nada.

—Masako… —dijo entonces en un tono de súplica.

—¿Qué?

—¿Puedes prestarme algo?

Masako vio los ojos desesperados de su compañera debajo del paraguas.

—¿Cuánto?

—Un millón. Bueno, setecientos mil.

—Imposible —dijo Masako negando con la cabeza.

—Por favor. Tengo que trasladarme —le suplicó Yoshie juntando sus manos y sosteniendo el paraguas contra el pecho.

—Si te dejo esa suma, tendrás que devolvérmela y no podrás. Es difícil prestar a alguien como tú.

—Pareces un banco —dijo Yoshie—. Tienes a tu marido, y no necesitas el dinero.

—Eso no es asunto tuyo —le espetó Masako.

Yoshie se quedó en silencio, paralizada por las palabras de Masako.

—Tú no eres así —le dijo mirándola a los ojos.

—He aprendido a serlo.

—Pero si me dejaste el dinero para el viaje de Miki…

—Eso es diferente. Es increíble que te hayas dejado robar por tu hija.

—Ya lo sé —admitió Yoshie.

Masako esperó en silencio, moviendo los dedos helados con los que sostenía el paraguas.

—No te prestaré el dinero: te lo daré.

—¿Eh? —exclamó Yoshie esbozando una sonrisa—. ¿Qué quieres decir?

—Te doy un millón.

—¿Estás segura?

—Sí. Me has ayudado mucho. Te lo traeré pronto.

Masako creía que Yoshie lo merecía.

—No sabes cómo te lo agradezco —dijo Yoshie haciendo una reverencia bajo la lluvia—. Por cierto…

—¿Qué?

—¿Tendremos otro encargo?

Bajo el paraguas, su rostro parecía más pequeño.

—De momento no —respondió Masako.

—Me llamarás, ¿verdad?

—¿Tantas ganas tienes de hacerlo? —preguntó Masako con un tono apagado, pero Yoshie, que nada sabía de la presencia que la perseguía, asintió convencida.

—Sí. Necesito el dinero, y ésa es la mejor manera de ganarlo. Supongo que estoy más desesperada que la pobre Kazue.

Yoshie se volvió y se metió en su casa, vieja y destartalada. El agua bajaba con fuerza por el canalón agujereado y golpeaba ruidosamente en el suelo. Masako tenía los pantalones empapados hasta la rodilla y se puso a temblar de frío. Igual que le pasaba cuando estaba a punto de pillar un resfriado, le pareció que todo necesitaba de su atención.

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