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Piso 412 » Capítulo 5

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Capítulo 5

Desde el exterior le llegó el sonido de unos altavoces que anunciaban algún producto.

Satake abrió los ojos y echó un vistazo a su reloj: eran las tres de la tarde. Sin salir de la cama, encendió un cigarrillo y miró el techo, intentando averiguar si las manchas de color marrón eran reales o un efecto producido por las rendijas de las cortinas.

Encendió la lámpara que había al lado de la cama y miró la montaña de papeles que reposaban en el suelo. En la moqueta había manchas de comida de los anteriores inquilinos, pero los informes estaban ordenados y bien apilados: eran el resultado de la investigación que había encargado a una agencia de detectives. Yayoi, Yoshie, Kuniko y Masako. Y, gracias a las pistas obtenidas de Kuniko y Masako, Jumonji. En total le había costado casi diez millones de yenes.

Encendió otro cigarrillo y cogió los informes para releer la información que prácticamente se sabía de memoria. El primero era el de Yoko Morisaki, que había conseguido meterse en casa de Yayoi.

Informe sobre Yayoi Yamamoto

 

Hijo mayor de los Yamamoto (5 años): «Aquella noche —la de la desaparición de Yamamoto— oí que papá había vuelto a casa. Mamá fue a recibirlo y estuvieron hablando en la entrada, pero a la mañana siguiente mamá me dijo que lo debía de haber soñado, o sea que no estoy seguro. Pero la noche anterior se pelearon y papá pegó a mamá. Tuve tanto miedo que no pude dormir. En el baño, vi varias veces el morado que mamá tenía en el estómago».

Hijo menor de los Yamamoto (3 años): «Papá y mamá se peleaban a menudo. Como yo estaba siempre en la cama no lo sé, pero creo que cuando papá regresaba siempre gritaban. Entonces yo tenía miedo y me tapaba con el futón, como si estuviera dormido. De aquella noche —la de la desaparición de Yamamoto— no me acuerdo. Pero Milk —el gato— huyó y ya no quiere entrar en casa. No sé por qué».

Vecina (46 años): «Ella es muy guapa, de modo que cuando me enteré de que empezaba a trabajar de noche imaginé que habría otro hombre. De hecho, a menudo les oíamos discutir a media noche o a primera hora de la mañana. Ahora está más guapa que antes, y eso ha provocado muchos rumores en el barrio».

Vecina (37 años): «He oído que el gato se acerca a los niños cuando éstos lo llaman, pero no quiere saber nada de su madre. Dicen que al verla sale corriendo asustado. Al saber que desde esa noche no ha querido entrar en casa, todo el mundo dice que debió de ver algo raro. Cuando pienso que su sangre y sus vísceras pudieron colarse por el sumidero de esa casa, se me ponen los pelos de punta».

 

Yayoi Yamamoto no está muy bien vista en el barrio, especialmente por la transformación que ha experimentado desde el incidente. Las sospechas tienen su origen en su aparente indiferencia ante la muerte de su marido, da la sensación de que se ha liberado de una carga, además de que se la ve más guapa y más arreglada que antes.

Durante mi estancia en su casa, he podido observar varias muestras de alegría por la muerte de su marido.

Por otro lado, tuve la ocasión de observar su reacción ante la llamada de la policía anunciándole la desaparición del propietario del casino que había sido detenido como sospechoso, y puedo asegurar que fue una reacción de alegría. Quizá pensara que la policía se centraba sólo en ese sospechoso y creyera que podría relajarse y olvidar el incidente.

Cuando le pregunté por el hematoma que había mencionado su hijo mayor, me respondió que su marido le había pegado, pero no ofreció más explicaciones.

Como está a punto de recibir el dinero del seguro de vida de su marido, dice que va a dejar la fábrica. Sin embargo, cuando sus compañeras (especialmente Masako Katori) llaman por teléfono, suele adoptar una actitud sumisa; incluso parece temer a Masako.

No he descubierto pruebas ni rumores de la existencia de otro hombre.

Está previsto que a finales de noviembre le ingresen cincuenta millones en su cuenta corriente.

Informe sobre Masako Katori

 

Vecina (68 años): «Su marido trabaja en una constructora. Parecen llevarse bien. Sin embargo, nunca les he visto salir juntos. Dicen que su hijo (diecisiete años) no habla con ellos. Antes nos molestaba con su música, pero últimamente no le oímos. Si me lo encuentro por la calle, nunca me saluda. Su madre tampoco es muy sociable, pero al menos saluda. Con todo, es una mujer un poco rara, y no cuida mucho su aspecto».

Chica que estudia para los exámenes de ingreso en la universidad y vive al otro lado de la calle (18 años): «No pasa desapercibida, ya que siempre se va con su coche antes de medianoche y vuelve al amanecer. Desde mi escritorio veo su casa, de modo que puedo observar lo que pasa durante el día. Aquella mañana —el día siguiente a la desaparición de Yamamoto— recibió la visita de dos mujeres. Una iba en bicicleta y la otra en un coche verde. Creo que se fueron hacia el mediodía».

Agricultor del barrio (75 años): «Aquella mañana —el día siguiente a la desaparición de Yamamoto—, una chica que salió de casa de los Katori intentó dejar su basura aquí y tuve que reprenderla. Llevaba unas bolsas que parecían pesar bastante, quizá diez kilos cada una. Cuando le llamé la atención, no opuso resistencia y se fue sin decir nada. Los Katori nunca han hecho algo así».

Encargado de la fábrica (31 años): «Lleva dos años trabajando con nosotros. Es responsable y trabajadora. He oído que antes trabajaba en una empresa relacionada con la contabilidad, de modo que contemplo la posibilidad de ofrecerle un contrato fijo. En la cadena, sus capacidades están desaprovechadas. Se llevaba muy bien con Yoshie Azuma, Yayoi Yamamoto y Kuniko Jonouchi. Solían trabajar en equipo, pero desde lo sucedido con el marido de Yayoi sólo Masako y Yoshie trabajan juntas casi cada día».

Antiguo compañero en Caja de Crédito T (35 años): «Masako era una empleada muy competente, pero su testarudez le hizo perder la confianza de sus superiores y de sus compañeros. No sé qué ha sido de ella».

 

Masako Katori está bastante bien considerada tanto en su barrio como en su trabajo actual. Sin embargo, la mayoría de los que la conocen afirman no saber muy bien lo que está pensando. No existen rumores de relaciones extramatrimoniales, y su vida familiar parece estable. Aun así, nunca ha formado parte de ninguna organización y apenas se relaciona con sus vecinos.

En cuanto a su marido, tampoco hay relaciones extramatrimoniales. Sus compañeros afirman que muestra poco interés por su trabajo. Quizá por eso no tiene perspectivas de ascenso en la empresa constructora donde trabaja. Al hijo de los Katori lo expulsaron del instituto cuando cursaba primero. Actualmente trabaja por horas como enlucidor. Se rumorea que no se habla con sus padres.

En una fecha posterior al incidente, Yoshie Azuma y Akira Jumonji (Akira Yamada), del Million Consumers Center, se reunieron en casa de Masako Katori. Jumonji llegó en un Nissan Cima azul marino e introdujo un paquete de dimensiones considerables en la casa. Tres horas después, salió con ocho cajas y las metió en el coche. Desconozco el contenido y el destino de las cajas. A Jumonji pude identificarlo por la matrícula del Cima.

Informe sobre Akira Jumonji (Akira Yamada)

 

Ex empleado de Million Consumers Center (25 años): «El jefe alardeaba de haber formado parte de una banda de Adachi llamada Los Budas de Seda. Al parecer, el cabecilla es el jefe de los Toyosumi. A la menor oportunidad nos echaba a sus colegas, lo que nos amilanaba bastante. Me estaba planteando dejar el trabajo. Ya sé que era una agencia de crédito de pacotilla, pero no tenía por qué ir proclamando a los cuatro vientos sus relaciones con las mafias».

Empleado de una sala de juegos de Kabukicho (26 años): «Como le gustan las jovencitas, siempre venía a ligar con las colegialas. Yo solía reírme de él, pero lo cierto es que no le iba nada mal y siempre salía con una niña mona agarrada del brazo. Aseguraba que los negocios le iban viento en popa, pero creo que lo pasaba peor de lo que quería admitir. Era un tipo raro. Ya debe de saber que se había cambiado el nombre».

Empleada de un club de su barrio (30 años aprox.): «El otro día vino diciendo que había cobrado una buena cantidad de dinero, pero como sé que se dedica a los créditos, sólo lo creí a medias. Es un buen cliente, pero a veces resulta un poco pesado».

Los informes describían a la perfección lo que habían hecho Masako y sus compañeras. Sin embargo, últimamente se había juntado con ese tal Jumonji y, al parecer, había emprendido un negocio a pequeña escala: descuartizar cadáveres. Su tenacidad era increíble, se dijo Satake esbozando una sonrisa.

Cansado de leer, dejó los informes a un lado. Los altavoces aún sonaban en la calle. Corrió un poco las cortinas para que los débiles rayos del sol invernal entraran en el piso y contempló las minúsculas motas de polvo que flotaban en el aire, esperando con impaciencia a que se pusiera el sol. Quedaban varias horas hasta las siete, hora en que debía partir hacia su nuevo trabajo.

Al cabo de unos minutos sonó el interfono. Satake se levantó de un salto y escondió los informes debajo de la cama.

Al descolgar el interfono, oyó la voz afectada de Kuniko.

—¿Señor Sato? Soy Kuniko, la del cuarto.

La había pillado al vuelo. Satake sonrió y se aclaró la voz.

—Un segundo —dijo—. En seguida abro.

Descorrió las cortinas y abrió la puerta de la terraza para airear el apartamento. Mientras arreglaba las sábanas, se aseguró de guardar los informes en una bolsa.

Al abrir la puerta, una ráfaga del gélido viento del norte le hizo llegar el fuerte olor del perfume que llevaba Kuniko. Era Coco, de Chanel. Satake lo recordaba porque un cliente se lo había regalado a Anna y había tenido que decirle que no se lo pusiera para trabajar: los perfumes fuertes se pegaban a la ropa de los clientes y causaban problemas.

—Siento molestarle —dijo Kuniko mientras se alisaba el pelo y la falda.

—No se preocupe —repuso él—. Adelante.

—Gracias —dijo ella entrando en el apartamento.

Su voluminoso cuerpo ocupó el recibidor. Iba con un vestido negro, unas botas nuevas y un grueso collar dorado, como si fuera a salir. Fiel a su costumbre, Satake se fijó en sus prendas y accesorios: todos de imitación.

Mientras esperaba a que Satake la invitara a pasar al comedor, Kuniko miró con descaro hacia el interior del piso.

—Vaya, qué piso tan espacioso.

—Mi esposa se llevó todos los muebles. Es un poco triste, pero esto es todo lo que me dejó —explicó Satake señalando la cama al lado de la ventana.

Kuniko echó un vistazo a la cama e inmediatamente apartó la mirada, fingiendo incomodidad. Fue un gesto bastante coqueto, pero de haber sabido lo que Satake planeaba hacerle en esa cama hubiera salido de allí como alma que lleva el diablo.

—¿Le he despertado? —preguntó—. Me preguntaba si estaba bien. Como ayer no fue al trabajo…

—Era mi día libre.

—Ah. Bueno, en realidad venía a despedirme.

—¿A despedirse? —preguntó Satake sorprendido.

—He dejado la fábrica.

—Qué pena —comentó, intentando aparentar decepción.

—Pero no me mudo del bloque —le anunció alegremente—. Seguiremos siendo vecinos.

—Oh, cuánto me alegro —dijo Satake—. No es que sea un piso muy cómodo, pero si quiere pasar… —Kuniko se agachó para quitarse las botas. Las cremalleras le habían dejado una marca en las pantorrillas—. Espero que no le importe sentarse en la cama.

Kuniko se acercó a la cama sin decir una palabra, mientras Satake la observaba de espaldas, calculando los pasos que iba a dar. Todo sucedía más rápido de lo que había planeado, pero no se le presentaría una ocasión mejor. No había necesitado ninguna excusa para invitarla y, como había dejado el trabajo, nadie iba a echarla de menos.

—No tengo ni una mesa —dijo.

—Pues a mí me gusta así —respondió Kuniko sentándose en la cama—. Mi piso está tan lleno de trastos… —añadió, mirando extrañada a su alrededor—. Es como una oficina, ¿verdad? ¿Dónde guarda la ropa?

—No tengo nada más —respondió Satake señalando la cazadora y los pantalones que llevaba, arrugados después de la siesta.

Kuniko lo observó con detenimiento.

—Los hombres sois muy afortunados —dijo por fin Kuniko—. Podéis vivir casi sin nada —añadió, antes de sacar un cigarrillo de su bolso imitación Chanel. Satake dejó un cenicero limpio encima de la cama—. Cerca de aquí hay un bar que está bien —comentó mientras encendía el cigarrillo—. ¿Le apetece ir?

—Es que no bebo —respondió Satake.

Quedó decepcionada por la respuesta, pero pronto se recuperó.

—¿Y si vamos a cenar?

—De acuerdo. Estoy listo en un minuto.

Satake entró en el baño y se lavó la cara y los dientes. Al mirarse en el espejo vio que el pelo y la barba le habían crecido. Su aspecto ya no era el de un empresario de Kabukicho, sino el de un guardia de seguridad de mediana edad. Sin embargo, en el fondo de sus ojos vio que la fiera que había estado en letargo durante tantos años empezaba a despertar.

Se secó con una toalla y abrió la puerta. Kuniko seguía sentada en la cama, esperando.

—Kuniko, ¿qué le parece si pedimos algo de comer?

—¿Por ejemplo?

—¿Le apetece un poco de sushi?

—Buena idea —aceptó Kuniko con una sonrisa.

Satake no tenía la menor intención de llamar a ningún sitio: no quería que nadie supiera que Kuniko estaba en su apartamento.

—Le prepararé un café —dijo poniendo agua a hervir.

Lo del café era mentira: la cocina estaba tan vacía como el resto del piso. No obstante, abrió un armario y se quedó mirándolo, como si buscara algo. De repente, al sentir una presencia detrás de él, se volvió y se topó con Kuniko, que miraba por encima de su hombro.

—Pero si está vacío… —murmuró ella.

—¿El qué? —dijo él secamente.

Kuniko se quedó petrificada, como si acabara de pisar una serpiente en mitad de un camino.

—Sólo quería ayudar… —se excusó dando un paso hacia atrás.

Al volverse para dirigirse a la cama, Satake le pasó el brazo derecho por el cuello y le tapó la boca. Sus palmas se embadurnaron de pintalabios. Levantó el voluminoso cuerpo de Kuniko y, pese a que ésta pataleó unos segundos, su propio peso acabó por hacerla ceder a la presión de su brazo. Cuando Kuniko cayó al suelo inconsciente, Satake se encaminó hacia la cocina a apagar el fogón.

Al regresar al comedor, arrojó su cuerpo flácido sobre la cama y empezó a desnudarla. Terminada la operación, le ató las muñecas y los tobillos a la cama, tal como había imaginado esa misma mañana. Era un ensayo perfecto para lo que iba a hacerle a Masako. Sin embargo, al ver el cuerpo rollizo de Kuniko ante él, su deseo se esfumó y con él, el complicado plan que había elaborado. Con una mueca de hastío, hizo una bola con las bragas que le había quitado y se las metió en la boca.

Kuniko volvió en sí al instante y, con los ojos abiertos de par en par, miró desesperadamente a su alrededor para intentar averiguar qué estaba pasando.

—No vas a gritar, ¿verdad? —le advirtió en voz baja pero con un tono amenazante.

Kuniko negó con la cabeza, y Satake le quitó las bragas de la boca, de manera que un hilo de saliva quedó suspendido en el aire.

—No me hagas daño, por favor —le suplicó ella—. Haré todo lo que me digas.

Satake la ignoró. Estaba ocupado poniendo bolsas de basura debajo de su cuerpo para que no le ensuciara las sábanas.

—¿Qué haces? —preguntó ella mientras se revolvía en la cama.

—Nada. No te muevas.

—Por favor —insistió ella, con lágrimas en los ojos—. No me hagas daño.

—Yayoi mató a su marido, ¿verdad?

—Sí, sí —confesó Kuniko asintiendo con la cabeza.

—Y tú, Masako y Yoshie descuartizasteis el cuerpo.

—Sí.

—¿Fue idea de Masako?

—Sí.

—¿Y cuánto os pagó Yayoi?

—Quinientos mil a cada una.

Satake soltó una carcajada al darse cuenta de que lo habían hecho por una miseria. Aun así, por su culpa él había perdido los negocios que tanto esfuerzo le había costado levantar.

—¿Masako también?

—No, ella no cobró nada.

—¿Y por qué?

—Porque es una arpía —dijo Kuniko soltando la primera palabra que le pasó por la cabeza.

Satake volvió a reír.

—¿Cómo se conocieron Masako y Jumonji?

Kuniko dudó unos instantes, sorprendida de que ese hombre supiera tantas cosas sobre ellas.

—Creo que ya se conocían.

—¿Y por eso te prestó el dinero?

—No. Fue una casualidad.

—Menuda historia —le espetó mientras ella rompía de nuevo a llorar—. Un poco tarde para echarse a llorar, ¿no crees?

—No me hagas daño. Te lo suplico.

—Un momento —dijo él—. ¿Cómo se enteró Jumonji?

—Yo se lo conté.

—¿Se lo has explicado a alguien más? —No.

—¿Sabías que tus compañeras han abierto un pequeño negocio haciendo lo mismo que hicisteis a Yamamoto? —Mientras hablaba, Satake se sacó el grueso cinturón de cuero. Al verlo, Kuniko empezó a mover la cabeza con frenesí—. ¿Lo sabías? —insistió Satake.

—¡No! —exclamó Kuniko.

—O sea que no confían en ti. Ya no te necesitan.

Satake le enrolló el cinturón alrededor del cuello, y Kuniko intentó soltar un grito que ahogó en un gemido. Al ver que aún necesitaba amordazarla, Satake recogió las bragas del suelo y se las metió hasta la garganta. A pesar de que Kuniko dejó de respirar y se quedó con los ojos en blanco, él dio un último tirón al cinturón con todas sus fuerzas. Era el segundo asesinato que cometía, pero no sintió ninguna emoción.

Desató el cadáver de la cama y lo puso en el suelo, donde lo envolvió en una manta. A continuación, lo sacó a la terraza y lo colocó en un rincón, a salvo de las miradas indiscretas de los vecinos. Al alzar la cabeza, vio que el sol se estaba escondiendo detrás de las montañas que había visto esa misma mañana y que ahora se fundían con la oscuridad que las rodeaba.

Después de cerrar la puerta de la terraza, examinó el contenido del bolso de Kuniko. Cogió varios billetes de diez mil yenes de la cartera y dos juegos de llaves: el primero, del Golf, y el segundo, tal vez de su apartamento. A continuación, metió la ropa y los zapatos en una bolsa y, después de coger sus llaves y la cartera, salió al pasillo con la bolsa en la mano. Había anochecido y, si bien el viento había amainado, era incluso más frío que el de la mañana. Subió al piso de arriba por la escalera de emergencia y echó un vistazo al pasillo. Por suerte, no había nadie. Entonces, evitando como pudo los triciclos y las plantas que abarrotaban el pasillo, llegó hasta la puerta del piso de Kuniko y la abrió con la llave que le había cogido del bolso.

Vio ropa nueva, bolsas y envoltorios. Vació la bolsa con las prendas de Kuniko y salió de la vivienda. Después de comprobar que no había nadie en el pasillo, cerró la puerta y se dirigió al ascensor.

Al llegar a la planta baja, arrojó la llave a una papelera y se encaminó al parking que había detrás del edificio para recoger su bicicleta. Pocos instantes después se convertiría en un guardia de seguridad de camino a su trabajo.

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