Otto

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Aba » Capítulo 6

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Capítulo 6

 

 

Un sábado de septiembre en Hendaya con sol en lo alto, presagio de calor incipiente y ansias de levitar sobre la playa supone, un pequeño caos de gentes que van y vienen casi sin dirección o motivo aparente, sin prestar más atención que a los deseos devenidos por sus anhelos. Aba caminaba sin ritmo y de manera pausada hacia el hall de la estación. Su lento caminar no era tanto provocado por su temeroso estado anímico sino más bien por la gran afluencia de gentes. Sus pasos eran interrumpidos constantemente por familias que se apeaban de los trenes y raudas iban a coger el autobús con dirección a la playa, jóvenes que regresaban de una noche en exceso alargada o en definitiva, una estación de tren en plena efervescencia matinal.

Desde que René se había ido de la bodega apenas había podido concentrarse en su trabajo y mucho menos conciliar algo el sueño. Continuas y constantes pesadillas le acompañaban mientras intentaba buscar recuerdos de su niñez en oscuros baúles sellados a cal y canto. Se levantaba, empapada de sudor en la madrugada, y se encontraba con la mirada de su padre implorándole ayuda mientras su cuerpo se desangraba.

Ya en el hall de la estación se sentó en un banco donde poder observar mejor y percatarse de la llegada del policía. A través de sus cascos escuchaba “She” de Alice Phoebe como única alternativa para auto insuflarse energías y crear, un mundo propio, fuera del ruido y movimiento constante de la estación.

Un hombre de mediana edad se sentó a su lado dejando en el suelo una tabla de surf. Con barba de varios días, camiseta azul descolorida y unas chanclas parecía más bien un pez fuera de su elemento. Aunque a fin de cuentas, mirando a su alrededor y en el microcosmos que cualquier estación del mundo forma, sus apariencias parecían diluidas dentro de un todo de miles de variopintas maneras de enfrentarse al vestuario y por ende a la vida. Ensimismada en sus pensamientos y sin apercibirse, un tercer personaje se colocó al lado de ambos. El hedor que desprendía era insoportable y claramente denotaba que las noches las pasaba al ras de las estrellas. Haciendo gestos con su mano, rogaba le dieran algo de comer.

Aba, abstraída, apenas había entendido nada y aun, un poco sorprendida por la presencia del hombre apenas atinó a responder un sordo “no, lo siento”. Sin acusar la negativa, insistente, el hombre volvió a la carga pero esta vez con peor gesto y algo mal encarado. Tocándole el hombro para que le prestara atención, más parecía querer zarandear a la enóloga que solicitar un bocado o un par de euros.

Un poco asustada pero enfadada por el arrebato del hombre le dijo:

—Le he dicho que no —repitió de nuevo enfatizando el no.

—Por favor, no le moleste —dijo el hombre de barba mostrando rotundidad en su mirada.

Tras varios sonidos guturales imperceptibles y viendo que poco iba a sacar teniendo como rival al joven, el sin techo se largó dejando un pestilente olor en el lugar.

—¿Está usted bien Aba? —preguntó solícito su compañero de banco.

Aba retorció su cuello como si este pudiese girar sobre sí mismo describiendo una circunferencia.

—¿Cómo dices? —preguntó asombrada.

—Si estás bien —repitió de manera cariñosa y casi sonriente.

El hombre de barba absorto, como ella, en sus pensamientos, desaliñado y con pinta de no haber roto un plato en su vida, de repente cambió la percepción de sus sentidos, lo cuales se pusieron en modo de alerta. Sus ojos, que quizás antes le parecían perdidos ansiando grandes olas en playas paradisíacas, ahora, brillaban de una manera distinta.

—Lo siento, pero creo que no tengo ni idea de quién es usted ¿cómo sabe mi nombre? —preguntó atónita y algo enfadada Aba.

—Es verdad, me llamo Julius Sprenger, como ve por mi acento soy holandés. Puede llamarme Yuls, le será más fácil —marcando una sonrisa cómplice que delataba unos brillantes y bien cuidados dientes blancos.

—Sigo sin saber por qué sabe mi nombre —Aba se había quitado los audífonos mientras mostraba la misma cara de mosqueo y contradicción.

Viendo que poco podía lograr, únicamente por el efecto de su sonrisa, comenzó a hablar:

—Siento si la he podido asustar…

—Pues sí, lo está haciendo —cortó irritada.

—Si me deja unos segundos se lo explico —intentado irradiar calma a sus palabras—. Trabajo para la Comisión Europea, concretamente para el departamento de arte robado por los nazis —enfatizando bien cada palabra para no perdiera el significado de ninguna de ellas—, desde hace años nos dedicamos a seguir las huellas del expolio acaecido durante la shoah[6] con el fin de poder restituir lo robado a sus legítimos dueños —estaba claro que la fuerza con que aseveraba sus palabras le daba cierta veracidad a toda su explicación.

—¿Eres policía?

—No, para nada —manteniendo el mismo tono conciliador y amistoso con el fin de generar confianza—, pertenezco como le he dicho para un pequeño departamento de la Comisión Europea, algo así como una especie de asociación sin ánimo de lucro —sonriendo.

A pesar de que todo lo relatado tenía cierto sentido de verosimilitud, Aba permanecía con todos sus sentidos en modo alerta. Recuperada ya la compostura y el calor interno, en su cabeza aún resonaban las palabras de René instándole a sospechar de todo. Yuls intuyendo su estado, continuó ofreciendo explicaciones con el ánimo de abrir más sus canales receptivos.

—No soy policía pero mi departamento se coordina con las policías de todos los países, con entes que están tras la pista de jerarcas nazis fugados o incluso con museos u organizaciones que puedan sospechar del origen de alguna de sus obras o bienes.

—¿Una especie de Interpol? —enigmáticamente Aba preguntó.

—Bueno, la Interpol facilita la cooperación policial transfronteriza y ayuda a cada país cuando, digamos, solícita una orden de búsqueda intentando ser facilitadora de información de todo tipo de criminales ya que tiene unas enormes base de datos, pero en este caso, como le digo, nosotros no estamos liderando ninguna investigación, simplemente buscamos de manera paciente y soterrada para ayudar a los que realmente siguen actuaciones policiales ¿lo preguntas por algo especial? ¿Quizás por mi inadecuado aspecto?

—No, no… son cosas mías. Prosiga.

—Bueno, he pensado que así me sería más fácil acercarme a usted sin levantar sospechas, no me veía diciéndole “hola señora Aba Deschamps”, de manera seria y con un traje de almidón, “soy un buscador de bienes robados a los judíos”. La verdad que así expuesto pues no suena muy bien. Debe saber que nuestro trabajo es muy metódico y profesional. Cada paso que damos está pensado al milímetro y en este caso, dada la enjundia del mismo y el lugar donde estamos, opté por esta disposición —y le guiñó un ojo mientras miraba a su alrededor.

Estaba claro que intentaba ser simpático en el fin de ganarse la confianza de Aba. Esta, comenzaba a acostumbrarse a que en este tipo de ambientes donde, no por capricho o vocación sino por obligación se adentraba, las personas con las que iba a coincidir iban a ser cuando menos, peculiares. Aun así Aba sintió la necesidad de seguir manteniéndose alerta. No tanto por el consejo recibido por René, sino más bien por un sentido interno de precaución recién adquirido al entrar en este nuevo mundo. Preguntar y escuchar más relegando, por tanto, la acción de caer en la trampa al hablar más de la cuenta.

—Nuestro trabajo —prosiguió el joven— es seguir la pesquisa de cualquier indicio que nos pueda llevar a la aprehensión de uno de esos bienes. Según el Congreso Mundial Judío existen todavía más de 100.000 pinturas o esculturas sin localizar y aquí, solo en Francia, creemos que más de un tercio del coleccionismo privado fue robado. Hace unos años tuve el enorme placer de pertenecer, al equipo operativo, que restituyó a Maria Altman el cuadro pintado por Klimt el “Adele Bloch Bauer I”. Maria fue sobrina de Adele y ni que decir tiene lo que supuso para su familia —se notaba que era gran apasionado del tema y que, con su emocionada exposición de los hechos, intentaba otorgar certidumbre a su declamación—. Así pues mi vida, mi pasión y mi esfuerzo es poder, de alguna manera ayudar a restituir el honor de los represaliados por el holocausto.

—Pero sigue sin decirme cómo ha llegado hasta mí y me ha reconocido. Tengo últimamente la sensación de que todo el mundo me conoce —dejando en el aire su amarga duda inconclusa.

El amable y simpático chico desaliñado y con barba se había transformado. Si en un primer momento aparentaba olisquear, cualquier cambio en el aire que se produjera para así poder coger la mejor ola, ahora más bien daba la impresión de ser un ejecutivo impartiendo una conferencia. Quizás porque Aba también ofrecía ponencias o era consumada especialista en catas a ciegas le sedujo ese aire de “sabioncillo” que todo formador tiene. Aun así no se iba a dejar engañar por ningún hábil embaucador.

—Es verdad. He de confesarle que no ha sido del todo complicado.

—¡Ah! ¿No? —expresó contrariada pensando que, según le había confesado René, a él sí le había costado mucho.

—Pues no —expresó con total rotundidad y normalidad—, relativamente fácil, la verdad. Hace unos días apareció en varios periódicos el fallecimiento, como sabrá de su padre, por cierto le doy mi más sentido pésame.

—Gracias —asintiendo cortésmente.

—Por alguna razón que desconozco su padre era sujeto conocido en los archivos de varias policías. Es muy complicado encontrar restos del expolio a los judíos, si se para un momento a pensarlo, en aquella época no había los medios digitales actuales. Es decir, la información que tenemos es muy escasa. Para localizar o tener, al menos noticias de lo robado, nos basamos en recuerdos, alguna foto rota que aparece aquí o allí pero realmente poco más. Además, por enfatizarlo de alguna manera y sin que suene mal, somos un poco como una mosca cojonera para muchos países como el suyo.

—¿El mío?

—Sí. El suyo, como la gran mayoría, es uno más. A pesar de haber firmado con la Unión Europea el reconocimiento a la devolución siempre se nos presentan miles de problemas. Si no se reconoce debidamente la obra de arte o título este se valida con el tiempo a favor del dueño actual. Como es difícil que haya fotos o testigos que den veracidad a que una obra tenía un legítimo dueño, ya que muchos terminaron en los campos de concentración…

—No entiendo —cortó mientras reflexionaba.

—Sí mujer. Hoy en día nos hacemos una foto a la mínima oportunidad. Entenderá que en aquella época no había tantas cámaras de fotos y mucho menos, medios digitales. Así pues, es difícil encontrar a un propietario auténtico, haciéndose un retrato junto a su Manet o Picasso… ¡ojalá fuese lo común! —manifestó suspirando.

—¡Ah! Es verdad, ando lerda con tanto dato —dijo sonriendo Aba.

—Sí, siento abrumarla con tantas ideas pero espero así entienda mejor la situación. Lo normal es que, el poseedor actual de un determinado tipo de bien sea ilegítimo y claro, esas obras permanecen escondidas por si las moscas —y su mirada hizo amago de perderse por el techo de la estación—. Es probable que su padre encontrara o robara alguna de ellas, la intentara vender y por lo tanto después, subastarla en el mercado negro. Como le digo, desconozco cómo llega su nombre a los archivos policiales pero estoy seguro que tras esa supuesta maniobra, alguien le delató y desde entonces su figura está pervertida.

Aba comenzaba a impacientarse. El castillo mental crecía y crecía y todas las combinaciones precisas de resolución caían y caían. Los atisbos de luz eran cercenados de manera constante y lo que era aun peor, ninguna de sus intuiciones funcionaba. Sus manos comenzaron a entrecruzarse nerviosas, además había quedado con René y no quería que este le viera con Yuls. Apenas en media hora comenzaba la misa funeral y necesitaba contarle muchas cosas, entre ellas, hablarle de su nueva inquietante amistad.

—Veo que el tiempo le apremia —observando cómo Aba miraba sin cesar el reloj y su cara, ya de por si blanquecina, se tornaba aún más pálida.

—Sí. Estoy esperando a una persona y el funeral de mi padre comienza en poco tiempo.

—De acuerdo, espero tener más ocasiones para poder seguir hablando con usted ya que el tema es terriblemente importante. Por otro lado tenga cuidado con quien se rodea, no todos pueden querer ayudarle como yo.

—¡Vaya! Todo el mundo parece advertirme últimamente por lo mismo. La verdad es que estoy encantada de estar tan bien cuidada —el sarcasmo inundaba su cara—. Pero en fin, creo que quien debiera cuidarse es usted, parece que la última ola le dejó la mano averiada —fijando su mirada en un aparatoso vendaje que cubría una de sus manos.

Yuls acusó la inflexión en las palabras de Aba al ser pronunciadas. Sin más dilación, se levantó y cogió su tabla del suelo. Ya levantado y frente a ella, le lanzó una poderosa mirada que más bien sonaba a advertencia.

—Ten cuidado Aba, esto no es un juego —y tal cual ponía fin a sus palabras se perdió entre la multitud que como él, iban y venían, sin destino aparente.

Aba permanecía sentada, atónita, e incluso enfuruñada por la fría despedida. Todos sus sentidos vivían en permanente estado de alerta pero se le escapaban pequeñas gotas inconclusas de saber que, como presentía, podían devenir en inundación peligrosa. Los “porqués” o “paraqués”, los “dónde” o “con quién” resonaban con estridencia en su pequeño mundo interior sin soluciones aparentes obvias. Adrede había sido borde con Yuls. Odiaba la mentira o tener indicios de la misma, con toda la fuerza de su corazón, pero aún odiaba más, ser un títere, dentro de un mapa sin comprensión aparente.

Las pasadas noches sin dormir, no fueron únicamente provocadas por el torrente de hechos recién conocidos y descritos sino que también su desvelo fue causado por admitir que, durante muchos años, la mentira habitó bajo las paredes de su casa. Según la forma de ver la vida de Aba, aunque la ausencia de conocimiento de todo lo que su padre hizo le eximía de ser enjuiciada, comprender el porqué y el para qué de sus ausencias, le mancillaban tanto o más que haberlo, simplemente, sospechado. Las vigilias nocturnas comenzaban siempre por algo terrible, su incapacidad total para, ni tan siquiera, imaginar la situación. Ubicarse, situarse, cerciorarse o algo tan básico como comprender saturaba su comprensión. Aun así y poco a poco, inició camino en pos de localizar de su interior nuevas fuerzas, que recordaba, siempre estuvieron ahí. Fuerzas que le iban a ser vitales si, como intuía en no mucho tiempo, su cara se iba a ver salpicada con pinturas de guerra.

—¡Joder! ¡No me ha dicho el cómo me ha encontrado! —de manera casi sorda y únicamente perceptible para sus sentidos exclamó mientras sus ojos ya se posaban en René, quien rápidamente, hacía acto de presencia en la estación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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