Otto

Otto


Marcus. 1944 » Capítulo 3

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Porcentualmente había más o menos el mismo número de residentes entre hombres y mujeres pero sí que variaban los rangos de edad, dado que, según la doctora, “los humanos son adictos perennes a cualesquiera de las definiciones de la palabra locura o pasión y según nos hacemos mayores, parece que empeoramos en vez de mejorar con la madurez”. Úrsula, aunque manteniendo un rictus severo de impostado enfado, miraba con cierta simpatía a Aba pensando en cuál sería su tara verdadera, problema o deseo acuciado en ponerle freno. Sabía que en el centro no tenían por norma poner excesivo énfasis o verosimilitud a los diagnósticos llegados del exterior hasta, ellos mismos, no tener una propia composición de lugar, la cual solía tardar un tiempo en exponerse. Primero reconocían y observaban, después emitían pequeños parches correctores o moduladores de comportamiento, con el fin de ver errores o resistencias del paciente, para ya después emitir un diagnóstico final y comenzar los tratamientos. No es que desdeñaran las medicaciones farmacológicas o los paliativos, simplemente intentaban que el Sentido Otto guiara todos sus pasos desde el inicio. La habilitadora se había visto en decenas de situaciones en las que el paciente era recibido contemplando una determinada anomalía para, a los pocos días, determinar un diagnóstico totalmente diferente. Así pues, aunque pareciendo enojada, analizaba con detenimiento a la enóloga deseando encontrar las huellas que declamaran su mal.

Cogiendo el ascensor y haciendo un inciso Úrsula le dijo:

—Aunque haya botón para el primer piso, solo se accede con una llave que se inserta aquí.

—¿Pacientes conflictivos?

—¿Conflictivos? —miró con estupefacción la habilitadora—. Otros problemas, otros síntomas, ni mejor ni peor, versos sueltos, quizás. Dentro de la composición global de los Picos de Posadas no podemos dejar —volviendo al tono protocolario que comenzaba a sacarle de sus casillas— de lado a personas que tienen mayores problemas que nosotros y que requieren control exhaustivo. Males del espíritu, expuestos y promovidos muchas veces desde la cabeza, como la falta de fuerza para bregar en las mallas de la vida, el pesimismo existencial o trastornos del sueño se reparten por las habitaciones. Algunos de ellos, pobrecitos, con tendencias muy claras hacia el suicidio. Hay pacientes con cuadros de bulimia o anorexia, ansiedad extrema o enfermedades catalogadas como raras. Y luego, dentro del propio espacio pero diferenciada del resto hay unidad especial totalmente equipada para determinadas demencias. Pero bueno, siempre está llena la segunda planta, donde estáis los ricos —haciendo una mueca en señal de broma.

—Pero si no tengo un euro —dijo perpleja.

—Ah y entonces ¿cómo pagas todo el dineral que cuesta aquí la estancia? —preguntó interesada.

—Bueno, pues la verdad… en fin, temas familiares —su mente gritaba enfadada “¡René me ha metido aquí! Pero claro, cómo le voy a decir eso” se decía con visible muestra de contradicción.

Cerrado con silencio el tema y sabiéndose perdedora en la pequeña batalla, siguió a Úrsula hacia los jardines. En el recorrido pudo apreciar como distintos grupos, alrededor de lo que parecían piedras ornamentales finamente talladas, se disponían en atenta escucha. Todavía no distinguía si la persona que presidía la reunión era un médico, un psicólogo o uno de los habilitadores del centro pero el caso es que todos parecían pertenecer a un mismo todo. Túnicas de colores, bufandas irisadas, grandes sombreros de ala ancha, blusas y pantalones de aspecto ibicenco rompían con inusitada estridencia por doquier. El mestizaje, las raíces o los gustos de cada cual vivían sin recelos.

—No permitimos ir desnudos a nadie aunque si dejamos al libre albedrío los gustos en el atuendo. Efervescencias anímicas y felicidades momentáneas, a veces, requieren proyectar al cuerpo libre de ataduras, pero no podemos saltarnos ciertas reglas de decoro que el Sentido Otto persigue —le había dicho Úrsula al advertir, la cara de indisimulada sorpresa con la que Aba miraba el amplio abanico de atuendos—. Al final, la vestimenta, es como un termómetro vital que nos permite observar y anticipar nuestros estados. Como comprenderá, en este lugar, la previsión de los posibles comportamientos es muy necesaria.

Entre los moradores del centro aparecían estrellas de la música o actores venidos a menos, ilustrados pertenecientes a la alta sociedad o profesionales con renombre, empresarios de éxito o altos ejecutivos que no solamente habían sido relegados por sus fans, clientes o empresas sino que, morían de soledad, al ser abandonados incluso por sus más cercanos. A cada nuevo residente se le asignaba un pequeño grupo al que el Sentido Otto llamaba comunidad. Lo normal es que cada grupo tuviera en sus componentes, padecimientos de alguna manera similares, para así facilitar la interacción. El de los adictos a las metanfetaminas y drogas en general, permanecían en un régimen de tratamiento más aislado y especializado ya que, alguna vez se había descubierto, intentos de tráfico de estupefacientes dentro del centro. Otra pequeña comunidad, trabajaba con el afán de poder desengancharse del mundo viral de las redes, sexo compulsivo, juego y alcohol mientras otra, se circunscribía a la desintoxicación del trabajo extenuante o búsquedas de caminos, que hicieran deglutir, la palabra éxito, en vetas de humildad.

En cambio y, a diferencia del mal de cada cual, si que había una característica común a todos los internos. La mayoría de todos ellos pertenecía a clases, lo suficientemente altas, como para poder pagar el desorbitado precio de admisión.

El cambio climático acechaba en las montañas conllevando que, el otrora caudaloso manantial que atravesaba el jardín fuera, prácticamente un recuerdo de lo había sido. Aun así y aprovechando la ocasión, Úrsula, como habilitadora de todo el grupo había dispuesto una serie de cómodas sillas alrededor del cauce para, según ella “aprovechar los sonidos del agua con el fin de poder llenar nuestros sentidos de frescor”. Ruborizada y azorada, intuyendo lo que en breve le iba a tocar, Aba llegó a su comunidad. El grupo departía en orden y en entretenida escucha activa.

“¡No estoy loca! ¡Estoy aquí por culpa de mi padre que me ha metido en un puto lío! ¡Mierda! Soy una enóloga genial ¡Yo no tengo pasta como para poder pagar todo esto! ¡No estoy loca!” Velada y agriamente, gritaba su mundo interior. Sentada, con lo que iba a ser su pequeña nueva familia, no pudo más que admitir la realidad, estaba en una residencia para enfermos de la mente y el alma.

Su mente alucinaba al verse en semejante situación. Su comportamiento externo repleto de sonrisas, corteses y simpáticas, suponían clara afrenta hacia unas cavernas donde la sangre hervía.

Todos estaban allí sentados formando una especie de cónclave. Unos ahondando sobre el complicado pasado de sus vidas y lo que les trajo a Los Picos y otros simplemente abstraídos en sus propios mundos perdidos. Anhelos o creencias sobre nuevas construcciones personales y retos a conseguir eran compartidos. Bocanadas de aire fresco, refrendadas en palabras que salían del alma y que luchaban por ponerse en paz con el mundo. Sonidos reverberando luces de vivos colores en un día, algo ya más fresco, prolegómeno del cercano invierno. Aba, atónita, escuchaba. Anulada, rogaba porque una escalera proveniente del cielo la rescatara.

—¡Hola a todos! —la habilitadora, sonriendo, intentaba hacerse paso entre el amasijo de conversaciones superpuestas—, creo que es momento de comenzar. Por favor, un poco de silencio y tranquilidad —volviendo a intentar hacer valer sus órdenes.

El ruido y los diálogos fueron cesando hasta que el silencio, roto por el discurrir del pequeño hilo de agua, inundó el lugar.

—Bien comunidad, antes de comenzar nuestro día y tal como el Sentido Otto aconseja vamos a estar unos pocos minutos meditando y asumiendo la naturaleza en nuestro interior —y cerrando sus ojos, mientras proclamaba su tranquilidad, se desplomó hacia su mundo interior.

El grupo siguió sus pasos y todos caminaron hacia la contemplación, fuese la que fuese, menos Aba, que andaba a un paso de soltar una carcajada o ponerse a llorar, no creyéndose que estuviera inmersa en semejante dilema.

Los ojos de todos permanecían cerrados. Aba, ansiosa, buscaba una composición de lugar fiable para comenzar a ubicarse. Necesitaba hacerlo ya o terminaría, de verdad, loca. “¿Y si el propósito de René era simplemente meterme aquí para poder controlarme? O quizás que vaya poco a poco perdiendo el sentido y desde ahí hacerme sumisa para Dios sabe qué”. Pensar dichas premisas le causaba profundo terror. Aún luchaba, por no coger la puerta de salida y largarse en ese instante, como para aparentar un estado del que ni tan siquiera sabía interpretar. Necesitaba encontrar respuestas y registrar conexiones entre Otto y su padre. Los nervios y el desasosiego trastocaban su mente y ahora urgía frenarlos para poder llevar al límite su inteligencia. Otto era un ente presente y constante para todos en Los Picos de Posadas pero totalmente invisible. Su filosofía de la vida se manifestaba en cada frase pero su voz permanecía escondida y alejada del ruido. René le había convencido para ser su anzuelo, comenzaba a tener clara su pretensión, pero no lograba vislumbrar correctamente cuál era el fin de lo perseguido por el policía. ¿Detenerlo o quizás quedarse con una parte del botín? ¿Saldar cuentas con Otto y Maurice ya que le dejaron tirado y ahora buscaba venganza o desmembrar una organización global mafiosa? Múltiples posibilidades sobre ninguna premisa válida. El caso es, que cada vez tenía más claro, que alguien intentaba dominarla y hacerla rehén de sus deseos o metas y esa pretensión, le generaba escalofríos. No tenía argumentos o razones de peso pero, por alguna extraña razón intuía, que había una gran verdad escondida de enormes proporciones. La muerte de su padre respondía a una parte, dentro de un gran todo, de algo inexplorado para ella. Constatar la mano de su progenitor en el gran salón, donde los más exclusivos objetos se agolpaban le había supuesto un duro golpe. Ya no eran mentiras o cuentos contados por un policía extraño sino retorcidas verdades. “Será por lo que hay en el salón supongo e imagino que René, necesita evidencias o constatar que lo que hay ahí expuesto es lo robado. Por tanto, ¿soy yo la persona que ha de delatar el hallazgo y denunciar a Otto?” Pero por otro lado, había una sensación interna que, sin poderla poner nombre, se expandía con fuerza por su ser. Comenzaba a entender que el sí, dado al policía, respondía más a su avidez y necesidad por entender su pasado renombrando sus orígenes que a resolver un robo o un asesinato. Su padre había muerto, sí, pero el relato de los hechos no se correspondía para nada con las sensaciones y recuerdos, recibidos e interiorizados como hija. Por lo tanto, necesitaba más respuestas próximas a sus sentidos y sentimientos que testamentos o liturgias sobre asesinatos o expolios. Debía comenzar a dominar ya la situación. Era el momento de ponerse a trabajar. La paz reinaba en el ambiente y los sonidos del viento, del agua o de cercanos pájaros ayudaban a desarrollar y mantener la armonía.

Un poco más tranquila y mejor situada fue viendo como los ojos de todos se iban abriendo y recomenzando su flujo vital. Sonrisas tras venir del más allá aparecían en cada una de sus muecas y aunque hacía algo de fresco, densa humedad cargaba el espacio.

—¡Qué bien sientan estos minutos cada día! —exclamó Úrsula abriendo el diálogo—. Como podéis ver y antes de comenzar nuestras conversaciones hoy recibimos a Aba entre nosotros —un sonoro, protocolario y coral “hola Aba” emergió del grupo—. Aba es enóloga de una importante bodega en Haro y tras años de extenuante trabajo está buscando, gracias a nuestro Sentido Otto, relajación, tranquilidad y espiritualidad.

—“Y dale con el Sentido Otto, ¡qué petardos!” —hablaba su mente—. ¡Hola a todos, estoy encantada de estar aquí! Como bien dice nuestra habilitadora, llevo trabajando muchos años, casi al borde del colapso. Vendimia tras vendimia, buscando la calidad absoluta en cada vino y con un nivel de auto exigencia altísimo han hecho, que me sature. Hubo un momento en que me enfrenté, incluso, a grandes instancias institucionales con el objetivo que no pasara el tren de alta velocidad por nuestros viñedos y rompiera un equilibrio que nos ha costado tanto conseguir. No poder combatir contra gente tan poderosa, constatar mis limitaciones me hizo claudicar y buscar paz y tranquilidad en este precioso lugar —“madre mía lo que he soltado, me parto”, volvió a confesar su mundo interior alucinando con su alocución.

—¡Buen espíritu! —exclamó encantada Úrsula con su auto presentación—. Ya que hemos abierto la veda, me gustaría que cada uno de vosotros os presentarais y así Aba os pueda conocer.

La comunidad de Aba estaba compuesta por nueve personas, incluida ella. Dos sillas permanecían vacías, así que era obvio que en el grupo faltaba por llegar dos residentes. Aparentemente parecía gente muy normal y más simulaban, estar disfrutando de unos días de asueto que esforzados por revitalizar su psique.

—Me llamo Sofía —intervino la primera de ellas. De una manera seria y responsable comenzaba a presentarse—. Llevo ya aquí casi un año pero cada día, afortunadamente, es como si fuera el primero —y su cara reflejaba condescendencia y realización a partes iguales—. Antes trabajaba en la Bolsa como bróker. Largas jornadas de trabajo, competitividad desmedida y extenuación pertinaz me llevaron a necesitar la ayuda de una larga lista de opiáceos. No terminaron ahí mis problemas, en mi delirio, me vi abocada a una profunda depresión casi con tendencias suicidas. Incluso un par de veces terminé autolesionándome. Sin saber qué hacer conmigo, mi familia me trajo aquí donde comencé en la comunidad de la primera planta hasta que, hace unos meses, el bienestar creció en mí y ahora estoy, gracias al Sentido Otto, aquí con todos vosotros.

Un sincero aplauso partió del resto de sus compañeros quienes se sentían coparticipes de su éxito. Sofía parecía algo mayor que los treinta y muchos reflejaban en su carnet. Imbuida por el espíritu de Los Picos de Posadas iba vestida con una túnica azul celeste con un gran sol cosido a su espalda. De aspecto débil costaba imaginar su exigente paso por su anterior vida. En cambio, su poderosa gestualidad, delataba muchas heridas sin cicatrizar.

—Ay que tonta he sido —dijo un poco azorada Úrsula—, he sentido la mirada de Aba buscando los propietarios de estas dos sillas…

—No, tranquila, simplemente estaba observando y me chocó —corrigió rápidamente ella.

—¡Buena observadora! —prosiguió encantada—. Se nota que trabajas en el mundo del vino…

—“¿Y qué tendrán que ver churras con merinas?” —se interrogó Aba.

—…el caso es que una, y siempre en cada comunidad, es reservada para nuestro fundador Otto, que aunque nunca suele aparecer, demostramos así nuestra cortesía y le ofrecemos espacio…

—“Otto que estas en las alturas” —con sorna rezaban sus neuronas.

—…la otra es para Andreas, un miembro de nuestra comunidad que siempre se retrasa. Es un error mío que debo corregir, no encuentro herramientas para hacerle entrar en vereda a este hombre —mientras un rictus de profundo amargor se reflejaba en su rostro—. En fin, siguiente…

La mirada de la habilitadora buscaba un nuevo participante. Inmediatamente y casi sin dejarle terminar de hablar, un hombre de unos sesenta años, aparentemente muy alto y voluminoso, canoso y con larga barba tomó la palabra.

—Hola Aba, encantado de tenerte con nosotros —mirándole francamente y dirigiendo una complacida sonrisa—. Me llamo Damián y hasta hace no mucho tiempo no he sido capaz de responderme, ni a mí mismo, sobre el porqué estoy aquí. Reconocerlo me ha liberado rellenando mi vida con mucha paz y armonía —sus palabras parecían vaporosas dado el cuidado esmero con que pronunciaba cada una de ellas—. Procedo de una familia muy humilde del sur de España. Desde siempre trabajé en el contrabando hasta que hice algo de dinero y cree una pequeña red logística que daba apoyo al desembarco de estupefacientes. Mi trabajo, desde ese momento, fue dirigir una red de compra y venta de fuerabordas que se utilizaban para dar soporte a las mafias de la droga. Medré en fortuna, reinvertí de nuevo y mi siguiente paso fue, comprar barcos pesqueros que hicieran el trayecto entre puertos de Venezuela y España. Así pues, era un intermediario necesario en el tráfico entre los dos continentes. Un día uno de nuestros barcos se hundió en alta mar y unas doce personas murieron por mi culpa. La policía me detuvo y pusieron ante mí cientos de escuchas y pruebas que me involucraban. Tras pasar diez años en prisión, mi abogado, pactó con el juez rehabilitarme en Los Picos donde llevo ya algo más de tres años. Como decía antes llegué aquí solo por librarme de una condena y hacerla más asequible, ahora doy las gracias al Sentido Otto de haberme liberado de mis cadenas.

—Has comenzando diciendo que al principio no supiste el porqué de tu presencia aquí ¿ahora lo sabes? —moderando la habilitadora la conversación.

—Bueno, todos mis actos tenían una constante u objetivo perseguido, como era, la acumulación de bienes materiales, pasase por encima de quien pasase. Mis manos estaban llenas de sangre. Esa forma de ver la vida me hizo obviar el daño que mis fines podían acarrear a otros y sobre todo a los que más me querían. Mi trabajo escupía constantemente indeseables compañeros de viaje que solo amaban el dinero que podían ganar a través mío. Tan fácil como llegaban se iban. Al llegar aquí no tuve preguntas, solo respuestas, con ellas fui construyéndome hasta hoy. Por fin estoy en paz conmigo mismo, doy y recibo, todos nos ayudamos. No necesito mentir o mancillar la confianza que alguien depositó en mí por tener un pasado tan brutal como el mío. Sé quien soy por fin, sé a quién pertenezco y por todo ello me siento muy querido.

De nuevo y con estruendo, un generoso aplauso irrumpió en toda la comunidad de Aba. Ecos lejanos de otras aclamaciones, provenientes de otros grupos se simultaneaban, con lo cual el silencio, se diluía recurrentemente.

—Me llamo Minerva y antes tenía dos trabajos. Durante el día trabajaba como ingeniera de sistemas en una empresa de software —de una manera pausada, casi languidecida y con un tono de voz extremadamente bajo se presentaba. Como consecuencia motivaba que todo el grupo, apercibido por otras ocasiones, ostensiblemente, echaran sus cuerpos un poco hacia adelante con el fin de captar mejor sus palabras—, y por la noche echaba las cartas. Es decir, cree una aplicación para móviles en la que se adivinaba el futuro. Lo que al inicio fue un pasatiempo derivó en un hábil truco para lucrarme de los anhelos de los demás. Por definirlo mejor de una manera llana y concisa, me convertí en una auténtica estafadora. Ahí no queda todo y lo que es peor, todos los datos personales de mis clientes, que eran muchos, los vendía a empresas para que explotaran sus confidencias —otra pausa amortiguó todavía más su voz pareciendo que quien hablaba se situaba a kilómetros de distancia—. Literalmente, me forré en pocos meses y…

—¡Hola! ¡Como siempre llego tarde compañeros! —y a la séptima silla llegaba su ocupante. Cariñoso y muy afectuoso con todos repartía sonrisas por doquier.

—“¡Ostras! ¡No puede ser!” —enfurecida, absorta, perpleja exclamó la mente de Aba al reconocer al extraño.

—Lo siento Úrsula pero soy un caso perdido —y acercándose a ella le plantó dos besos que ruborizada, agradeció con gusto.

Un hombre muy atractivo, de aspecto físico muy cuidado, con pelo engominado y vistiendo de manera clásica, aunque informal, rompió el sopor que estaba suponiendo la intervención de Minerva. Incluso alguno pareció alegrarse por la interrupción.

—Siempre igual —llevando sus ojos a las oscuras nubes que, aun de manera solitaria, comenzaban a predecir que los primeros fríos se acercaban—. ¡Andreas! —gimió Úrsula—. Tenemos que poner fin a tus retrasos porque aunque no lo creas rompes nuestro crecimiento y esfuerzo.

—Está bien, lo siento y pido perdón de nuevo —poniendo una mano en el corazón y bajando su cabeza, compungido parecía implorar clemencia. Aun así se sabía ganador de la jugada. Su bello y equilibrado aspecto físico endilgaba a los presentes y lo que quizás a otros no les era permitido a él, le amparaba cierta bula—. En fin, me llamo Andreas —y sus dientes blancos y perfectos lanzaron un amistoso fogonazo a Minerva—, y apelo a tu generosidad para que me perdones por interrumpirte —acercándose cogió su mano y la besó.

—Por favor ¿puedes continuar? —intermedió Úrsula intentando poner fin al caos creado pero alborozada de las finas maneras y ademanes que su pupilo demostraba.

Mientras todos prestaban atención a la continuación del soliloquio de Minerva, Aba, simplemente, vivía evadida sobre mares de farragosas y tenebrosas conjeturas. Los escasos decibelios de la voz de Minerva se habían convertido en imperceptibles a sus sentidos mientras su mente gritaba, farfullaba y gesticulaba.

—“¿Pero cómo es posible? ¿Cómo me has encontrado? ¿Y ese aire pijo y melindroso? ¡Pero es que aquí todos mienten! ¿Qué haces aquí?” —cientos de preguntas sin origen ni fin se agolpaban exigiendo respuestas imposibles.

La última vez que vio a Yuls fue en la estación de Hendaya. Nada había vuelto a saber de él y menos aún, lo recordaba. Un tipo joven que con una tabla de surf le abordó contando una lúgubre historia. Barba desaliñada, melena en estado de guerra, chancletas que soportaban delgadas piernas y una camiseta rota, muy alejada del día que fue concebida, eran todos sus recuerdos, verlo allí y de esa guisa, le llenó de temor. Demasiadas cosas habían pasado desde aquel día como para tener en cuenta un episodio que hasta entonces, para ella, era simplemente menor y sin conexión aparente con nada. A su alrededor observaba caras felices mientras, con atención, escuchaban con deleite las palabras de Minerva. Ella, hierática, intentaba articular explicaciones coherentes sin que ninguna fuera comprada por su yo. Conclusiones como “me ha seguido” se combinaban, rápida y seguidamente, con preguntas imposibles “¿pero por qué me ha seguido?” “¿Por qué?”, que hacían que todo volviera el principio convirtiéndose en una especie de desesperado círculo maldito. Todas permanecían constantes lacerando su piel. Comenzaba a sentir lo que siempre había denostado u odiado para su vida, ser títere de alguien. Ahora mismo se sentía rodeada y observada. Nadie parecía ser quien era, incluso sus propios compañeros comenzaban a aparecer en su mente como sospechosos. Llena de miedos y temores, seguía sin respuestas y lo que es peor, todos a su alrededor de una manera u otra parecían tenerlas todas. Necesitaba encontrar conexiones más pronto que tarde porque los cercanos nubarrones del invierno presagiaban peligro.              

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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