Otto

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Los Picos de Posadas » Capítulo 7

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Capítulo 7

 

 

Lo que esa noche iba a suceder en los Picos de Posadas no era una fiesta al uso ni por concepto ni por desarrollo. Tampoco la idea consistía en una larga jornada de exaltación de la meditación o el yoga, ni tampoco, un olvido de las restrictivas dietas con las que muchos obligatoriamente penaban sino más bien, una especie de fiesta de disfraces en la que cada uno adoptaba el papel que deseaba. No es que fuera algo diferente al carnaval de cualquier ciudad sino más bien la diferencia se vislumbraba en los rituales que acompañaban a la cita desde el anochecer. Si en el carnaval de Haro, Aba se disfrazaba en función de lo que, en los últimos días su cuadrilla decidía, en Los Picos simplemente cada residente debía explicar lo que pretendía conseguir a medio plazo tras adoptar una determinado rol. No todo se quedaba ahí, tras el carnaval y en cada comunidad, cada residente debía relatar lo conseguido tras la inmersión en el disfraz. Eso hacía que días antes, la biblioteca se llenara de residentes, los cuales leían a importantes próceres del mundo para intentar adoptar algo de su filosofía vital. Evidentemente no se permitía engalanarse de cualquier manera sino que había una serie de normas a seguir por todos. Alusiones a déspotas, grupos xenófobos, minorías excluyentes u otros, que atentaran contra la dignidad humana no eran permitidas. Aun así, se constataba que algunos, simulando pretender disfrazarse de Chaplin en la película el Gran Dictador, lo utilizaban como pretexto para poder vestirse de nazis o con tendencias a lo autoritario o militar. Ese tipo de conductas eran vivamente seguidas por los médicos y habilitadores del centro, una vez terminado el carnaval y diagnosticado de nuevo al paciente.

La residencia amaneció rendida a los colores, olores y sensaciones del cambio de estación. Cada espacio estaba nítidamente decorado procurando que las gamas blancas ganaran en preeminencia. Personal del centro, residentes o los propios médicos, imbuidos por cierto nerviosismo, recorrían raudos cada espacio, muchas veces sin tener un objetivo definido. Se daba tal fundamento a los solsticios o equinoccios que incluso, durante esos días, el Sentido Otto olvidaba la reunión diaria con los habilitadores dejando las jornadas, única y exclusivamente, para engalanarse. Dado el poder adquisitivo de los residentes era común, desde días antes, observar un continuado trajín en la recepción entregando grandes bolsas e incluso cajas, con todos los útiles necesarios, para conseguir el atuendo previsto. El hermetismo y la cautela eran santo y seña y a excepción del personal del centro, que podían optar por disfrazarse o no, nadie hablaba del atuendo con el que iba a ser recibido el cambio de estación.

—No se lo digas a nadie, pero voy a ir disfrazada de Coco Channel —le dijo confidencialmente Elena a Aba tras desayunar—. Me han mandado mis hijos unas enormes perlas negras y un vestido negro precioso. Te va a encantar, ya verás. Si me quieres decir el tuyo, no te preocupes que guardo el secreto —y sus ojos como látigos se clavaron en la enóloga intentando saber su disfraz.

—Pues tendrás que esperar un rato mi querida amiga —abrazándola con cariño—. Ya sabes que el Sentido Otto es muy estricto en estas cosas y hasta esta noche nada de nada.

—Menudo morro tienes nena —enfatizó sarcásticamente—. Para lo que quieres utilizas el dichoso Sentido Otto y para lo que no, te saltas todas sus normas. Veo que te has adaptado demasiado bien al entorno —sonriendo salieron ambas del comedor mientras los operarios de mantenimiento comenzaban a preparar el salón para la noche.

El caso es que Aba no tenía aún ningún tipo de idea sobre el disfraz que se iba poner.

—Estás como una cabra tía —le había dicho tres días antes Vega cuando le llamó para pedirle le mandara algún disfraz—. ¿Recuerdas que trabajas en esta bodega y que esto es un caos sin ti? —mientras sin dilación y sin esperar respuesta alguna comenzaba a contarle los cientos de miles de males que parecían estar ocurriendo en la bodega.

—Tranquila, que sé que puedes con todo pero por favor, vete a mi casa y mándame lo que pilles cerca.

—No te entiendo Aba, estoy preocupada. Que sepas que si no sé nada de ti, llamo a la policía y que suban a buscarte ¿de acuerdo?

—Pero que pesadilla eres, estoy muy bien, la verdad, cada día me encuentro mejor —y aunque en sus palabras, había una parte que no compraba a la otra, sí que esa sensación de redescubierta paz interior, aunque desconocida, comenzaba a causarle profunda satisfacción.

Una enorme caja, desparramada y abierta de par en par, estaba en medio de la habitación de Aba. Tres o cuatro disfraces más varios tipos de pelucas, maquillajes y zapatos se dispersaban por doquier. El popurrí era tal que incluso elucubraba conjuntar diseños para poder evaluar los resultados. El día anterior Úrsula todavía más nerviosa que ella le abordó:

—Pero Aba ¿aún no sabes de qué vas a disfrazarte?

—Estoy en ello pero bueno, ya lo tengo más o menos decidido, tranquila —mintiendo para ganar tiempo.

—Por favor, ya sabes que el Sentido Otto…

—Sííí… —jocosa cortaba a su habilitadora—. No debemos vestirnos con disfraces que puedan herir la sensibilidad de otros o la del mundo mundial —soltando una carcajada y sabiendo el pánico que tenía a sus ocurrencias.

—Hay que ver lo borde que eres a veces Aba. Tienes todo el día para estar descansada en tu habitación y si necesitas consejo, no dudes en decirme.

De carácter bonachón pero con un sentido estricto profesional, Úrsula temía por la elección de su habilitada.

—Tranquila, que no pienso defraudarte —ofreciéndole un cariñoso abrazo.

—Por favor no lo hagas. No veas lo que me están preguntando para saber tu elección.

Sin casi haber concluido la frase, Úrsula ya tomaba la dirección de las oficinas. Aba, en cambio, se quedó en el mismo lugar, incapaz de moverse y algo perpleja ante tal afirmación. De nuevo, miles de preguntas acudieron en tropel a su mente. “¿Preguntando? ¿Quiénes?”.

Sentada sobre la cama o contra la pared, tirada en el suelo e incluso aireándose en el balcón, no encontraba una idea que le sedujera lo suficiente. Sus ojos vagaban sin rumbo mirando y remirando sin encontrar solución. En uno de estos espacios, vacíos y casi inertes en los que vagaba por la habitación buscando ideas para el disfraz perfecto, sus ojos se apercibieron de un pequeño recorte de periódico que desde dentro de un zapato intentaba sobresalir. Acostumbrada a vivir en muchos aspectos de su vida de un modo mecánico y protocolizado, supo inmediatamente, que algo distorsionaba en esa cadena de control. Rauda sacó la hoja y desdoblada, aparecía escrita una frase en rotulador rojo.

“A la una de la mañana en la entrada del laberinto”. La primera reacción que tuvo fue la de un pequeño shock al sentirse espiada u observada. Levantándose, temblorosa, corrió hasta cerrar el balcón y mirando las esquinas esperó encontrar una cámara o volteando, suavemente el espejo, un micrófono. “A ver flipada que esto no es una película de James Bond” se decía a sí misma intentando reducir su incipiente nerviosismo. La segunda reacción, le sorprendió. Había comenzado a mimetizarse en nuevo rol policial y aunque cierto hielo paralizador intentaba congelar sus sentidos, este no obtenía el éxito deseado. Aun así, miraba y miraba por doquier intentado buscar respuestas. Recordaba, ella misma, haber abierto la caja y revolviendo todo, no haber encontrado nada. “La puerta” pensó de inmediato. Mirándola de manera desafiante, acusándola de no protegerla, la observaba con desdén. “Quizás alguien se coló mientras me hacían la habitación” reflexionaba. “¿Una copia de la llave electrónica?” y aunque este pensamiento le causaba malestar porque alguien pudiera tener acceso constante a su espacio, no lo veía del todo razonable. Vistas todas las posibilidades seguía sin tener claro ni el cómo ni el quién. Sentada en la cama observaba de reojo las letras manuscritas que impregnaban el papel. Ya calmada y pausado su ritmo cardiaco, sin pretenderlo, dio la vuelta a la hoja. Horrorizada, esta vez sí, cayó presa del pánico. “Conocido notario de San Sebastián aparece muerto en extrañas circunstancias”. La soga apretó con fuerza su cuello. El miedo atenazó sus constantes vitales y el tímido acto de valentía, al observarse como detective, quedó en el olvido. “Demasiado pronto para tanto puesto” mascullaba. De nuevo, miró con pánico a su alrededor buscando claves y respuestas. Corriendo, puso una silla en la puerta, haciendo imposible la entrada a nadie. Sus manos, húmedas y frías intentaban agarrarse a cualquier cosa que le diera un mínimo bosquejo de calor. “Esto ya va en serio. Saben que tengo algo. Debo encontrar ya respuestas o… ¡joder!”.

Intentando poner coto a tanta pregunta sin respuesta y a tanto temor encapsulado, se dispuso a darse un largo y cálido baño. Los pasos taimados le condujeron hasta el baño. Su delgado cuerpo, en apariencia frágil, necesitaba recobrar el brío para enfrentarse a los desafíos de la noche. Mirándose al espejo no observó tanta fatalidad en su vida. Semanas de meditación y trabajo personal comenzaban a darle resultados. “No está todo perdido” hablaba inmersa dentro del primer vaho que salpicaba las paredes del baño. “No me he cagado viva, si es eso lo que pretendes ¡Otto de las narices!”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 8

 

 

La tarde noche comenzó a echarse bajo los lomos de los montes de la Sierra Ibérica. Tras el baño, Aba bajó a comer algo. La cena se había cambiado por un cóctel nocturno en plena fiesta pero esperar, hasta entonces, se le hacía demasiado largo. De todas formas, era una excusa para poder abandonar la habitación y volver, de nuevo, rápido para quizás, encontrar una nueva misiva o lo que es aún peor, al propio emisor de la misma. Dado que todo el mundo ultimaba los detalles del evento, le fue relativamente fácil pasear por el edificio, sin que nadie pareciera apercibirse de sus movimientos. En su recorrido se fue encontrando con varias oficinas donde el personal del centro trabajaba ultimando los detalles. Cariñosos y rápidos “hola”, “luego nos vemos” o “¿estás nerviosa?” eran recibidos o emitidos en su discurrir por el pasillo. Lo que para todos era ansiedad y preparativos para ella, simplemente significaba, atención a todos los detalles para, en un determinado momento y si se diera el caso, poder saber actuar.

Los ventanales salpicaban el corredor. Como en el resto del edificio la luz era un sujeto activo que igual que paredes o columnas, también tenía su función. La luz suponía vida y crecimiento interior. Cualquier vestigio de luz era siempre bien recibido y más, si se trataba del último sol del otoño. Un poco alucinada por el resplandor anaranjado del final del atardecer no se dio cuenta que el pasillo daba a su fin y ante sus ojos, una puerta se situaba. Protegida por un lector de huella digital era imposible su acceso. No era distinta a otras que había pero si era diferente su ubicación, fuera del tránsito normal de las personas. O se iba con un fin o no se iba, en definitiva. Alertada por ese aspecto, Aba, interrogaba su cometido. Observado el entorno ninguna conclusión obtuvo hasta que, de repente y procedente de su interior un sonido le alertó, alguien abría la puerta. Sin poder esconderse, simplemente se hizo la tonta haciéndose la perdida como cuando bajaba al botellero, so pretexto de buscar cualquier cosa pero con el fin de auditar el correcto cumplimiento de sus órdenes. Flanqueada por la enorme figura de Lucien una señora vestida totalmente de negro, con apariencia cercana a los setenta años, aparecía tras la puerta.

—Por fin nos conocemos mein lieber Aba[16] —dijo con marcado acento alemán—. Me llamo Gretta Hollstein y soy la responsable general de Los Picos de Posadas.

Por un momento el espacio y el tiempo parecieron quedar congelados. Durante unos segundos, no hubo luz, ruidos o aire e incluso los propios latidos del corazón de Aba redujeron su ritmo. Los pálidos ojos azules de Gretta inundaban el todo y fiscalizaban cualquier movimiento. Su delgadez extrema para nada reducía la poderosa energía que su cuerpo traslucía. Sus manos huesudas y azuladas casi no daban fe de que por debajo, torrentes de sangre caliente circulaban. Un ceñido vestido negro ribeteado que más bien parecía haber sido rescatado de cualquier baúl del siglo XIX acompañaba los pasos de Gretta. Dos alargados y dorados pendientes se descolgaban de los lóbulos de sus orejas, soportando dos bellas perlas en su interior y un collar, con una gran amatista, era anudado a su cuello. Pero algo no concordaba en toda su exposición, detrás del bello colgante otro más pequeño aparecía y una especie de tosca cajita remataba su final. Fijando Aba sus ojos, por escasas décimas de segundo en el colgante, observó que ni tan siquiera pudiera tener la categoría de collar, sino mas bien, era una fina y tosca cuerda la que pendía de su cuello.

—Estaba paseando y conociendo un poco mejor el sitio —dijo algo ruborizada Aba. “No sé por qué me auto justifico si realmente no estaba haciendo nada” pensaba con espíritu de contradicción—, la verdad que es precioso.

—Me alegro le guste, sinceramente no reparamos en gastos para que ustedes, los residentes, tengan los mejores servicios.

Ninguno de los tres se movía de su posición inicial lo cual agarrotaba la situación y por ende, la propia conversación. La puerta permanecía abierta dejando al descubierto una sala donde varios ordenadores, por el destello que emitían, parecían estar activados. Fiscalizados los ojos de Aba por Lucien y viendo donde se posaban, cerró de golpe la puerta evitando la intromisión visual. Greta, cogiendo con cierto brío el brazo de Aba, comenzó a retomar el camino de vuelta hacia los espacios y pasillos compartidos.

—Este hombre a veces es un poco rudo pero como puede apreciar su trabajo es excepcional —dirigiendo una comprensiva mirada a Lucian—. Y bien, ¿qué le trajo a nuestro centro, mucho estrés, es así?

—Sí, la verdad que mucha carga de trabajo durante muchos años. Parece ser que mi cuerpo no daba para más —complaciente, intentaba liberarse de la zarpa de los dedos de Gretta que apretaban con fuerza.

—Pues espero sepamos comprender bien sus males y pronto la podamos devolver a su casa.

El tumulto las acogió al llegar al centro del edificio. Médicos y enfermeras, con frenesí, ultimaban el correcto cumplimiento de sus prescripciones en una noche que tendía, por parte de muchos, al voluntario olvido. Personal de mantenimiento limpiaba y decoraba los pocos espacios que quedaban libres y algún residente, despistado, intentaba salir del embrollo luchando por perderse tras las puertas de su habitación. Isabel apareció presurosa al encuentro de Gretta, con papeles bajo el brazo y en la mano, buscaba cerrar últimos detalles.

—Hola —dijo seria y comedida intentando templar los nervios—. Por favor señora, me gustaría que me pudiera dar la aprobación sobre el gasto del nuevo juego de luces del salón de las Mil y Una Noches para esta noche.

“Estás excesivamente nerviosa Isabel, ¿qué te pasa?” Se preguntaba Aba. Su recién adquirido nuevo instinto policial le mantenía en alerta y le mandaba claras advertencias. “Nadie nos está mirando. Pasan a nuestro lado pero es como si estuvieran a mil kilómetros de distancia. Nos evitan. ¿Impone respeto Gretta o miedo? Interesante, la verdad”.

—Bueno, pues he de dejarla, espero esta noche tenga el placer de poder volver a saludarla aunque mi edad no creo me permita mucha algarabía. Aun así, les acompañaré en los primeros minutos del advenimiento del nuevo tiempo —de manera tosca Gretta intentaba parecer simpática y cortés, cosas para las que se veía no estaba excesivamente preparada.

Cansada de tanta pregunta y respuesta protocolaria Aba, sin casi meditarlo y fiel a su forma de ser, preguntó:

—¿Y Otto? ¿Tendré el placer de conocerlo esta noche? Vine aquí por todo el reconocimiento que su experiencia tiene y me gustaría, por fin, saludarle y aprender de su avanzado conocimiento.

Los ojos de Gretta se afilaron y dibujaron una maligna reverberación que sacudió el mundo interior de Aba. Isabel enmudeció y su faz, si ya de por sí era un poema, mutó a un color casi lácteo y macilento. Lucien en cambio, entornó los ojos, como si le divirtiera la situación. Por primera vez Aba, apreciaba vida en el gigante que, aunque rápidamente difuminó el gesto sí lo contempló como un interesante hallazgo a tener en cuenta.

—Nuestro querido Otto es imprevisible desde hace ya muchos años. Así pues es posible que de nuevo, nuestros residentes y compañeros, deban conformarse con el mensaje que esta anciana ofrecerá.

—Bueno, espero conocerle, la verdad. Fue él quien me invitó y simplemente me gustaría darle las gracias.

—No te preocupes querida que yo mismo se las daré complacida.

—Bueno, lo tiene cerca ¿no? Vive en la casa próxima a la montaña.

Sin haber terminado de declamar las palabras Aba, ya se daba cuenta, del profundo sobresalto que el significado de las mismas causaba. Incluso, ella misma, se mostraba perpleja por incluso haber podido proferirlas. Surgieron espontáneamente, como la lava surge de un volcán y precipita la misma convulsión.

—¿Cerca? —preguntó Gretta sin disimular el profundo malestar que había causado su pregunta—. ¿Cómo sabe usted de esa casa? Creo que le han informado mal porque ni yo misma creo conocerla —el profundo acento alemán resonaba en toda su garganta asemejándose a rodillos de piedras desplazándose. Buscando respuestas ante el chivato que había filtrado la información miraba, de manera acusadora a Isabel, quien languidecía bajo el peso de su mirada.

—No te preocupes Gretta —el cuerpo hacia adelante, cortés pero inflexible de Aba no ofrecía señales de amedrentarse frente a la directora del centro. Aun comprendiendo que cada palabra musitada comenzaban a suponer una afrenta continuó—. Vi la foto de una cabaña en un enorme cuadro que hay en uno de los salones e hice mi composición de lugar —manteniendo la misma contundencia en la respuesta.

La gestualidad provocativa y sarcástica de Aba soliviantó a la anciana mujer. No estaba acostumbrada a que nadie le contradijera y mucho menos le interrogara. Sus dedos se contrajeron y cerrándose sobre sí mismos emularon ser una roca. Lucien e Isabel, contemplaban impávidos el diálogo, permaneciendo al margen de su desarrollo. La médico, cariacontecida por el peligroso devenir del momento imploraba con su mirada, que Aba cesara cualquier nuevo comentario. En cambio la enóloga, enaltecida, esperaba el embate de la gerente para proseguir la lid. Gretta, sonrojada, dominada por una terrible fuerza interior intentaba contener su respuesta. A punto de hablar, su boca se cerró rápidamente y su pose volvió a la síntesis anterior. Mirando a su alrededor y observándose rodeada de gente pausó cualquier discurso y amagando una sonrisa dijo:

—Es una vulgar casa de aperos que obviamente, un buen pintor, no dejó que fuera desdeñada por pertenecer a nuestro maravilloso paisaje. Me alegro que le haya gustado y anoto lo buena observadora que es. Es un buen camino para su completa y próxima recuperación —y con estas palabras giro sobre sí misma retomando los pasos antes dados junto a la enóloga.

Isabel, asustada y enojada, se acercó rápidamente junto a Aba. Estaba a punto de estallar cuando de repente Gretta, girándose sobre sus pasos, se colocó a escasos centímetros del oído izquierdo de la enóloga.

—Tenga cuidado con esos paseos nocturnos que da, no vaya a ser que un día, hagan que se extravíe para siempre —dicho esto giró sobre sí misma y se perdió por el corredor seguida de cerca por Lucien.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 9

 

 

Dos formas coexistían en el ser de Aba. Sentada en su cama ambas mitades se repartían y pleiteaban proporcionalmente. Una, le recordaba a su época de joven rebelde universitaria, batalladora por mil causas perdidas y pletórica de fuerza y energía. La otra, se correspondía a aquella donde los miedos, el pánico, los fantasmas de la niñez y porqué no, el terror anidaba. Minutos antes, Isabel le había dejado en la puerta de su habitación amonestándola mil veces por su falta de respeto. De manera pertinaz, enumeraba todas las normas que había infligido poniendo en juego, incluso, hasta el propio nombre de la institución. Por miedo, a la pérdida de su propio puesto de trabajo, la médico le pedía explicaciones insinuando que incluso, si así el consejo de dirección lo estimaba Aba, pudiera ser echada de los Picos de Posadas sin terminar su tratamiento. En todo el camino no paró de reprocharle e increparla con altisonantes y abigarradas gestualidades hasta que, junto a la puerta de su habitación, se calmó y observando que ni a derecha e izquierda nadie la observaba, le guiñó un ojo haciéndole saber que, todo era una añagaza. Desde ese momento y veladamente comprendió que, alguien más estaba de su parte, fuera la parte que fuera.

Contradicciones como centelleantes cometas del universo se reproducían en su interior, estos se gestaban, crecían y finalizaban como rápidos torbellinos. Intentando simplificar los detalles de la conversación con Gretta y sacar algún dato positivo, estos ahora removidos, aumentaban sus dudas. No se entendía a sí misma. Era incapaz de comprender sus actos y menos de lograr atinar con sus sentimientos. No sabía cuál era su bando porque tampoco tenía claro las diferencias entre cada uno de ellos y lo peor de todo era, que no tenía claro cuál era su trinchera ya que ni su habitación era un lugar seguro. Se adentraba a marchas forzosas en un embrollo en el que todos, menos ella, sabían dónde se hallaba su posición. Su cabeza, banalizaba con pertenecer al equipo de los buenos sin tener constancia dónde estos se hallaban.

“¿Protagonista, rehén o muñeca de trapo en manos de todos?” De manera obsesiva se preguntaba. Necesitaba encontrar respuesta porque según la conclusión, su papel en la historia, iba a ser de una manera u otra. Sentada sobre la cama se sentía en medio de un todo sin cara o al menos sin apariencia definitiva. “Jarrones o cuadros, que se colocan aquí o allí y por eso ¿ya son ladrones? Tengo un testamento y el relato sesgado de la vida de mi padre pero ¿es real? ¿Y si realmente mi padre es peor que Otto? O incluso, ¿y si lo mataron por ser peor que todos ellos? Pero ¿estoy segura, realmente, de que lo han matado? Y si fue así, ¿es aquí donde hallaré al supuesto asesino? He heredado unas botellas de vino de hace cien años pero ¿es aquí donde esconde el resto mi padre? ¿Le asesinaron y su legado, simplemente significa que me adentre en Los Picos, haga justicia y descubra todo este entramado y a la propia organización? Otto… ¡Puto Otto de las narices!” Preguntas, miles de millones de preguntas, constantes e hirientes, perdidas en el limbo de las paredes de su habitación.

Pero no todo estaba mal y eso quizás, era lo peor, sus sensaciones estaban muy lejanas de cualquier palabra sinónima del concepto miedo. “Estoy gilipollas y encima voy a por más bronca ¡joder, estoy de verdad para que me encierren!”, argumentaba. Amagaba con mostrar una sonrisa victoriosa pero no quería pronunciarla por temor a parecer presuntuosa. La adrenalina, expresada en su energía, y fe en sí misma le preocupaban aun más. Se reconocía en esa tormenta visceral de buenas sensaciones, las cuales, mal gestionadas, podían lanzarla al abismo. Sus pies debían caminar cercanos al suelo y evitar cualquier combate que no supiera fuera a ser ganador y ahora mismo, ninguno llevaba las de ganar. Debía aprender y recapacitar sobre la fiereza encontrada en los ojos de Gretta. Era una mala compañera de viaje y más, sabiendo que, ahora mismo, se manejaba sobre un alambre de espino dentro de una cámara oscura. Bajar su propia tensión, crear una buena estrategia y esperar acontecimientos para una vez llegados, actuar correctamente debían marcar las próximas horas. Su propia percepción del miedo se mostraba atenuada. Buena señal pero no por ello, debía olvidar, que el peligro caminaba cada vez más junto a ella.

Las sensaciones llegaban y se marchaban como profundas galernas en el mar. Leyendo de nuevo el papel del periódico, guardado en uno de sus bolsillos, el pavor sobrevino de nuevo al preguntarse “entonces ¿Gretta se cargó al notario? Así pues ¿me has amenazado, me has advertido o qué leches has querido decir antes? La siguiente puedo ser yo o, realmente, seré yo”. De nuevo miró los entornos de la habitación buscando cámaras escondidas. “Saben que he visto algo pero también tengo claro que les soy necesaria… hasta que obtengan lo que quieren de mí”. Visualizar ese pensamiento le produjo una terrible mueca de terror.

La puerta del baño estaba abierta. Lanzándose rápidamente, buscó la mejor solución para el momento, un recuperador y aromático baño de agua caliente. “Segundo baño del día ¡ole! voy camino de convertirme en pez abisal”. Aunque intentaba autosugestionarse con su pertinaz energía y sentido del humor, el miedo le atenazaba y la necesidad de ser abrazaba por el calor, como único remedio para sus males, seguía siendo total. “Menudo día llevo y lo que queda…” pensaba mientras su cuerpo se hundía bajo el agua.

Media hora después y recuperado el brío comenzó a prepararse para la guerra. Con una mezcla de interrogación e infantil deseo, sus ojos escrutaban todas las ropas que tiradas sobre la cama, debían de componer su disfraz. Pelucas de colores fosforescentes, pantalones estridentes y conjuntos disonantes componían todas sus posibilidades. Buscaba algo que le acomodase a su nuevo rol sin olvidar el carácter lúdico que cualquier carnaval tiene. “Quién me ha visto y quién me ve, yo aquí pensando en conjuntar el Sentido Otto con un disfraz. Definitivamente estoy fatal de la cabeza. Cuando lo cuente en Haro me tiran al río”.

Tras cientos de vueltas, cambios y enfados por no verse con nada de lo que se probaba y teniendo como único testigo el espejo, se decidió por una mezcla de atuendos. Como la bruja en el cuento de Blancanieves pero, esta vez, sin esperar respuesta del espejo, intentaba seducirse a sí misma para luego poder hacerlo ante el resto. Entonando rimas imperceptibles, para nadie que no fuera ella, Caledonia de Dougie MacLean sonaba suavemente en su habitación. La melancolía de su letra le arrastró hasta la pequeña terraza de su habitación. Abiertas las ventanas y reclamado el influjo del frío viento de la noche, este comenzó a golpear su piel, como fino punzón. Agarrada con fuerza la balaustrada miró hacia Haro, hacia su casa y hacia su pasado. Intrépidas lágrimas iniciaron su descenso que, aunque no eran desdichadas o temerosas sí que eran resignadas ante lo que el destino le iba a deparar. Un disfraz contenía un cuerpo y un cuerpo soportaba un disfraz, ambos debían ser uno, alineados tendrían una oportunidad. Meses atrás la simple contemplación de su situación actual supondría una broma de mal gusto, inmersa ahora en ella, una agónica realidad. La melena al viento y su piel enrojecida por el pertinaz frío no hacían que la presión cediera en sus dedos, asidos al balcón. Sus ojos verdes que generalmente para una gran mayoría resultaban fríos ahora ardían, como volcanes desatados, deseando expandir la fuerza de sus llamas. Sin querer huir pero asumiendo el caos que comenzaba, sin pretender vencer pero intuyendo que el precipicio era más profundo y oscuro de lo imaginado, así se encontraba Aba, minutos antes de partir a la fiesta en honor del advenimiento del Dios Invierno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 10

 

 

El cambio fue radical. Saliendo del ascensor un popurrí endemoniado de colores y olores impactó contra sus sentidos. Sin casi espacio para el movimiento sus pasos parecían colapsados por el gentío. Como si de un salto en el tiempo se tratara o como si se encontrara ante el reverso de un agujero negro, la realidad de la fiesta se presentó de manera alocada y desinhibida. Aun sin entrar en situación e intentando comprender algo de lo que allí sucedía, una mujer vestida de odalisca, colocó sobre sus manos una copa de champán brindando efusivamente con Aba. Bebiéndose la suya de un trago y riéndose a carcajadas desapareció entre la multitud dejando el rastro de su presencia en las manos de la enóloga. Sin haber dado prácticamente un paso desde su salida del ascensor, atónita por la escena recién vivida, alguien se le acercó por detrás diciéndole:

—Soy un minotauro. Mi madre es la reina cretense Pasífae y mi padre un hermoso toro blanco enviado por Poseidón pero puedes llamarme Damián —mientras, partiéndose de risa, dejaba entreverse tras la máscara que le cobijaba.

—¡Joder esto es una puta locura! —dijo Aba en estado de shock—. Estás genial Damián, no te hubiera reconocido en la vida.

—Bienvenida a tu primera fiesta en la comunidad querida compañera, si quieres te puedo acompañar hasta el salón de Las Mil y Una Noches. Será un placer para mí llevar a la mujer más bella de la noche —manifestó ceremonialmente mostrando sentimiento a cada una de sus palabras.

Cogiéndola de manera protocolaria por el brazo se adentraron en el pasillo que les llevaba hacia el salón.

—Por cierto, ¿de qué vas vestida? —preguntó tras mirarla de arriba abajo.

—¡Vaya! Comienzo bien la noche… ¡menudo exitazo! —respondió apesadumbrada.

Algo menos de una centena de personas discurrían vivamente y sin destino aparente por los entresijos de la residencia. La planta del edificio simulaba una especie de “L” con lo cual, se podía habilitar un ala clausurando la otra, en pos de que la zona de oficinas y servicios médicos, no se viera abordada por la locura de la fiesta. De todas formas, personal de seguridad velaba para que nadie tomara al asalto la zona cerrada cuando, por el influjo de la noche, algunos pudieran decidir hacer alguna perrería. Acotado el comedor y el salón principal y utilizando como vía de comunicación el pasillo, todo parecía estar perfectamente controlado.

—Pero ¡qué sorpresa Aba! Estás, no sé cómo definirlo, exultante —dijo Úrsula al encontrarse con ella y haciendo el mismo gesto que, minutos antes Damian había hecho, tras mirarla de arriba abajo. Asombro total al no tener ni idea de qué iba disfrazada—. Fíjate yo, creo que he metido la pata con este disfraz aunque todo sea por el Sentido Otto.

Úrsula llevaba una cogulla de color rosa. En la parte frontal del hábito un enorme conejito de “Playboy” había sido toscamente cosido. Recortado desde una sábana de color negro era sujetado con algunos imperdibles, recordando la mala labor que el mal zurcido había provocado.

—La verdad es que me has dejado alucinada con el tuyo —manifestó al ver así a su habilitadora—. Nunca pensé que te gustara tanto la provocación.

—Pues lo mismo digo querida —mientras Úrsula seguía mirándola de arriba abajo sin sacar conclusión aparente.

—Bueno, voy de Harley Quinn —entendiendo el mensaje de su mirada.

—¿Quién? —dijo Úrsula totalmente perpleja.

—Sí, es una supervillana y una especie de antiheroína de un cómic. Vi la película hace no mucho y la verdad es que me fascinó su personaje. Postpunk, para que me entiendas mejor, una tía cañera, irónica y empoderada, como yo —dijo sonriendo y disfrutando con la descripción de sus palabras—. Bueno en realidad, ella es una psiquiatra que trabaja en una cárcel y un día ve la luz lo cual hace que se transforme —y sus ojos lanzaron adrede un tenebroso destello que alteraron la jocosa tranquilidad de Úrsula.

Quizás el propio cuerpo y belleza de Aba daban pábulo para contener el embuste que supone un disfraz pero el caso es que, sorprendía lo bien que cuadraba en su ser la composición creada. Unos puntiagudos zapatos rojos de alargadísimo tacón soportaban una figura a caballo entre lo siniestro, lo pijo, lo incorrecto y lo erótico. Ajustadísimos pantalones cortados por debajo de la rodilla, de centelleante color rojo bermellón, componían sensual pose que era rematado por una escueta camiseta rota de color blanco con el logotipo del símbolo de la paz invertido. Por lo múltiples espacios, dejados al aire por la camiseta, puntillas de un sujetador de color negro eran delatadas aguzando la sensualidad de la enóloga. Dos enorme coletas, como si de una joven universitaria se tratara, partían de su rubia cabeza que hacía nítido contraste con los labios rojos, vivamente pintados. Adrede, su maquillaje pretendía ser decolorado como si hubiera pasado un vendaval por su cara. La composición final subyugaba. Parecía como si sus manos hubieran querido borrar todo vestigio de color en su blanquecina tez y todo era más un garabato que maquillaje. Una cascada, hábilmente pintada de rímel, partía de unos ojos cuyas oquedades eran rellenadas de negro. Si sonreía el personaje asumido por Aba era cómico y divertido, si en cambio permanecía seria, un profundo poso de peligro era irradiado.

—Pareces la novia del Joker, Aba —dijo Minerva que se unió a la conversación.

—¡Madre mía! —el suspiro de todos los presentes quedó volcado en la frase que Aba pronunció al presentarse delante de ellos una sensual Barbarella.

—Había que buscar un porqué y un propósito a aplicar para el próximo cuatrimestre ¿no? —preguntó jocosa—. Bueno pues, según las normas del evento y aplicando la mejor versión de mí, he pensado que lo mejor era juntar un punto de agresividad, la mía innata, junto con un bonito cuerpo que ya es hora para que el mundo lo vea —y diciendo esto, Minerva se giró en redondo, haciendo las delicias de Damián y de algún otro varón cercano— y la inteligencia de Jane Fonda en Barbarella.

—Bueno, pues espero ande cerca esta noche tu Flash Gordon porque estás impresionante —dejando claro que el minotauro deseaba partir en una posición inicial si hubiera posibilidades de cautivo cortejo.

—Aun así has pasado del blanco al negro en un minuto. De crear una Web para presagiar el futuro de los demás a quizás leer el tuyo propio, interesante —enfatizó Úrsula con marcado tono interrogativo intentando ya estudiar el propósito de tal disfraz.

El grupo fue ampliando su número y hacia él llegaron Isabel, Sofía y otros residentes que animadamente comenzaron a departir mientras una rueda de pinchos era servida por camareros vestidos de librea morada y peluca azul celeste al modo del S. XVIII. Isabel lucía un austero disfraz de ama de llaves victoriana que como ella misma era, no dejaba mucho espacio a la improvisación o a la libre expresión de los sentimientos.

—Creo que se nos está escapando esto de las manos —dejó entrever la gerente a Úrsula mientras dirigía su mirada a una especie de Eva, cubierta con tan solo unas hojas de árbol platanero.

—Es el único día que se permite cierta ruptura en los hábitos —intentó mediar la habilitadora aunque viendo el rictus de incomodidad en el rostro de Isabel, cortó de inmediato terminando su frase—, aunque es verdad que me parece un poco censurables ciertos disfraces. Quizás habría que volver a redefinir todo el concepto de esta noche.

Elena apareció por el fondo del pasillo acompañada de un pirata y un samurái. Se notaba que el traje de los tres había sido fielmente trabajado y que pocas cosas quedaban al libre albedrío.

—La noche viene calentita, me temo —observando, con cierto gesto de desaprobación, como una especie de hombre imitando ser una tarasca vivía anclado en el cuello de una mujer disfrazada de vampira.

—Si empezamos así, la noche será muy larga para muchos —enfatizó con sorna la enóloga.

—Demasiado estricto para unas cosas el Sentido Otto y libre albedrío para los placeres de la carne en esta fiesta. Yo creo que no debe ser ese el fin —dijo con brusquedad Elena.

—Bueno —intentando conciliar Aba—, son solo unas horas, cuatro en todo el año, no me parece tan mal Elena. Me parece precioso tu disfraz de Cocó Channel aunque más me parece a mí que eres una pitonisa ¿me echarás luego las cartas? —picándola para hacerle reír.

—Creo que por lo que veo, tienes mucho más peligro tú que yo y me da que no me equivoco —mientras observaba con detenimiento el disfraz de la enóloga—. Vamos a saludar a Gustavo y ya de paso que nos prepare algo que tengo hambre.

Sonriendo las dos y cogidas de la mano se desplazaron entre una nube de equilibristas, payasos y corsarios, demonios, brujas y hechiceros, romanos, gondoleros venecianos, sirenas, roqueros, Marylins o Elvis, caballeros y reyes y otros, que por la profusión de colores, el dudoso gusto o la difícil categorización se aparecían en su recorrido. Una especie de diablo oficiaba de DJ y calentando el ambiente con “The Pipe” de Rebuke intentaba presagiar una noche sin luz. Los colores de decenas de rosas rojas se entremezclaban con violetas africanas causando placer a los sentidos, diseminadas por el pasillo, le dotaban de profunda clase y estilo. Un olor profundo, denso y embriagador, más los primeros efectos del alcohol, hacían que algunas cariátides junto a diablillos alados de color verde movieran sus cuernas buscando presas de altura.

Sofía recordando al burlesque apareció acompañada de un hombre y una mujer que, disfrazados de pintores bohemios, intentaban pintarla haciendo de ella un lienzo viviente.

—Este lugar es puro virtuosismo para los sentidos, el Sentido Otto es magia —dijo al acercarse de improviso al grupo presa de una especie de rapto místico.

—Creo que debes dejar de beber ya por esta noche Sofía —dijo Isabel intentando ser tajante—. Esto no es lo que se pretende con este baile de disfraces. Recibimos el nuevo estadio como esperanza y presagio de tiempos mejores para todos.

—¿Mientras unos se forran? —preguntó sarcástica Sofía bebiendo de un trago una copa de champán—. Llámalo como quieras querida pero todos sabemos que detrás de estas paredes todo tiene un fin, robar nuestras fortunas y quien sabe sino otras cosas más. ¿Por qué no imbuirnos del verdadero Sentido Otto por esta noche? Es, el único momento en el que se nos está permitido saltarnos un poco las normas, así pues ¿por qué no nos dejas volar por un rato y realmente alcanzar un rato de felicidad?

Sofía desapareció entre la multitud enfervorizada dejando un amargo poso en los labios de todos y una alarma profunda, resonando en el cuerpo de Aba “Cada uno crea su propia visión de todo esto. Es increíble porque realmente todos compran la fuerza y vitalidad del mensaje de Otto adecuándolo a su ser. Pero por otro lado, todos son conscientes de que algo sucede. Nadie nace tonto en esta vida, simplemente parece que aquí se dejan llevar porque son felices olvidando su propia realidad”.

—Bueno, en breve esta locura se frenará, creo que es la única vez en mi vida que estoy deseando escuchar el discurso de Gretta. Después de sus palabras el bar se cierra y espero que esta vez sea, por una larguísima temporada —reponiéndose e intentando calmar la situación Isabel mostraba necesaria cordura.

Todo era demasiado distinto y excesivamente cambiante. Había comenzado a sentir cierta consideración por los matices que el Sentido Otto proclamaba pero incluso para ella misma, la noche comenzaba a tener más vientos de pesadilla que de cualquier otra cosa. El ambiente era más denso que claro y las miradas más provocadoras y displicentes que conciliadoras o amables. Demasiada metamorfosis y demasiadas personas saliendo de sí mismas en busca de supuesta paz y tranquilidad pero observado el conjunto, todo indicaba lo contrario. Excesivos gestos y maneras que irradiaban confusión e incluso caos. Ojos henchidos de fiereza y abrazados por el manto lascivo de los deseos desbocados. “¿Y si, todo esto fuera, una especie de droga que simplemente prorrogara la estancia de los más ricos aquí dentro? ¿Y si, tras la noche, confesados los pecados cometidos el centro aconsejara nuevos meses de terapia convirtiendo todo en una especie de pernicioso bucle sin fin donde realmente era difícil escapar? ¿Y si, reconocido el hecho del exceso en la noche, la única forma de pago para muchos fuera el dar información de tesoros ocultos o joyas perdidas? ¿O si como pago, arruinados muchos de ellos, solo pudieran ofrecer las joyas de la familia?” su mente se martirizaba con un juego de locura de preguntas condicionales sin respuesta. Los que allí estaban pertenecían a élites que, aunque algunos no pudieran mantener el mismo ritmo de vida del resto sí podían, acceder a los pozos de la información que solo el poder, otorga a unos pocos. “Por lo tanto, muchas piezas que aquí llegan pudieran ser pagos o incluso chivatazos” en una marasmo de ideas, de negaciones y afirmaciones conjeturaba la mente de Aba. La música frenó en seco:

—Por favor, en cinco minutos tendrá lugar el discurso de la regeneración y el crecimiento personal, diríjanse hacia el salón de Las Mil y Una Noches —sonaron los altavoces.

—Salvados por la campana —dijo Úrsula confundida por las palabras de Sofía.

—Vaya ahora que justo Gustavo me iba a traer mi cena —confesaba molesta Elena.

Gustavo se encontró delante del grupo con varios platos recién hechos. Con cara de contradicción dijo:

—¿¡Y yo ahora que hago con esto!?

—Tranquilo, vendremos rápido, aburridas y con más hambre. Gretta siempre dice lo mismo y la verdad es un rollo —respondió Elena—. De todas formas, ilumíname y vete creando ansiedad en mis papilas gustativas ¿qué nos has hecho?

Feliz por al menos poder relatar su creación el camarero comenzó a desarrollar, feliz, su exquisiteces creadas.

—Esta noche, por ser tan especial, me he esmerado todavía más. Rápidamente os cuento estos platos nuevos que he ideado para que adornéis los nuevos meses con nuevas fuerzas —mirando hacia el primer plato, exquisitamente presentado y amparado en una especie de bol cerámico ricamente labrado con figuras chinas—. Este es un salteado de seitán con verduras de temporada… mira que me duele no os lo comáis ahora porque está recién hecho. Mirad como huele —ofreciendo sus aromas a la fidelizada concurrencia.

—Creo que me quedo contigo y paso del rollo de Gretta —dijo embelesada Minerva.

Feliz por el comentario de Minerva, Gustavo prosiguió:

—Bueno, pues la idea de este seitán es unir los cinco elementos a los cincos sabores, es decir, amargo, agrio, dulce, picante y salado. Notaréis varias especias como hinojo, clavo, canela, pimienta, anís estrellado y junto con las verduras harán que esta noche purguéis los malos espíritus y rejuvenezcáis.

—Eso quisiera yo —dijo sarcásticamente Elena.

—¡Nos vamos! —cortó ya Isabel, nerviosa por llegar al comienzo del evento.

—Nos falta el otro —más por picar a Isabel, Aba lanzó su petición.

—Es una tarta de pasta de violetas y vainilla —intentando no se fueran Gustavo, les ofrecía una porción.

La exclamación de felicidad prorrumpió en el grupo. Una tarta de color morado, decorada simulando ser pétalos de flores se presentaba sobre una hermosa piedra blanca. Una mujer que disfrazada de emperatriz Sisi justo pasaba por el medio del grupo, no pudo menos que aplaudir al ver la obra del maestro pastelero.

—En diez minutos venimos —dijeron prácticamente todas al unísono.

El salón de las Mil y Una Noches resplandecía. La fuente interior manaba agua dorada y las luces, perfectamente colocadas, otorgaban grandiosidad incomparable. El silencio, poco a poco, fue cobijando a los asistentes. Los gritos, los excesos y las altisonancias fueron relajándose en la contemplación del lugar. En exceso sobrecargado y fastuoso irradiaba una energía que incluso podía lindar con lo erótico. Las columnas salomónicas, retorcidas sobre sí mismas y ahogadas por sus propias enredaderas, las esculturas y pinturas colocadas por doquier y la ostentación de muchos de los muebles o cerámicas allí expuestos agredían los sentidos. Estos, aletargados o simplemente en estado de éxtasis, daban gracias por tener la fortuna de estar, un solsticio más, bajo su techo.

El templo de Los Picos de Posadas estaba repleto. La música había cedido totalmente y las luces poco a poco fueron bajando su intensidad. Las cortinas se abrieron, suavemente, dejando aparecer el jardín que llevaba hasta el laberinto. Perfectamente iluminado, presuponía ser largo y eterno mientras hierbas y flores, intentaban ser cuasi fluorescentes. El silencio se hizo total y solo los ecos de la respiración de algunos, a veces incluso jadeante ante semejante impacto visual, lograban romperlo.

—Gracias, una vez más por estar aquí.

Nadie parecía haber contemplado la figura de Gretta que imponente apareció ante todos. Aba y su grupo, situadas en medio del salón, permanecían atónitas contemplando la bóveda y la gran lámpara de araña, que con más de cuarenta luces de vidrio transparente, imitaba estar colgada del mismo cielo. Gretta no iba disfrazada de nada aunque realmente tampoco le hacía falta. De negro impoluto parecía una viva estampa de la reina Victoria pero sin kilos de más. Demacrada, extremadamente delgada y con semblante serio nada parecía restarle un ápice de energía a su mirada. Los destellos emitidos por sus ojos impactaban en cada uno de los allí presentes, haciendo que cada uno tuviera una sensación de culpa por los excesos cometidos o por los pensamientos lascivos a punto de hacerse realidad. Los desmanes, hasta unos minutos antes santo y seña de la fiesta, ahora habían cedido de tal manera que todo parecía ser una gran farsa o mentira, siendo ahora los disfraces enormes cargas a soportar. Tras segundos que casi suponían minutos y silenciada totalmente la concurrencia Gretta, reanudó su discurso.

—Me gustaría de nuevo agradeceros vuestra confianza en los métodos y filosofías que nuestro creador, Otto, nos cedió para poder desarrollarlas dentro de todos y cada uno de vosotros. Siento comunicaros que nuestro gurú no ha podido venir en este nuevo cambio de estación pero esperamos pueda reunirse con nosotros para el solsticio de primavera…

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