Otto

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Los Picos de Posadas » Capítulo 7

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Aba observaba con meticulosidad y atendía con curiosidad todo lo que a su alrededor acontecía. Los rostros, antes llenos de fuerza y energía, ahora parecían haber mutado como un ejército en espera de órdenes. La atmósfera era de tensa calma, rota por los miles de destellos que las luces provocaban al chocar con las decoradas paredes. El discurso era moralizante y absorbente incluso en determinados momentos Gretta, parecía regañar por sus comportamientos a los allí congregados. Su tono de hablar bajo y pausado no eludía que, con cada una de sus palabras, una fina astilla se clavara en cada uno de los cuerpos de los residentes. Mensajes de autoconfianza y autoestima eran lanzados por Gretta sin mostrar, ni tan siquiera, un amago o bosquejo de sonrisa. El crecimiento, la meditación y la introspección eran santo y seña de todas sus frases dejando de lado, misteriosamente la curación o la sanación total de los pacientes. “Todo está más enfocado en los medios que en los fines. Curioso” pensaba la detective enóloga.

—Para terminar este pequeño discurso y como en cada velada, me gustaría presentaros un claro ejemplo de superación y de íntima comprensión del Sentido Otto para, en su adecuación, lograr la luz y por tanto, la curación —las palabras de Gretta, ahora, sonaban poderosas y llenas de energía, casi desmedidas hacia un público casi acomplejado.

A su atril se acercó un hombre disfrazado de Darth Maul. La primera sensación que se albergó en muchos de los presentes fue la de miedo, al observar el aire tenebroso y oscuro del aparecido pero en segundos, se tornó en un desacomplejado aire de felicidad al sentir que era…

—Joder es Yuls —la voz de Aba no pudo ser frenada al reconocerlo.

—¿Yuls? Es Andreas querida —dijo suavemente Elena al sentir alborotada a su compañera—. ¿Estás bien? —percibiendo la congoja en su rostro.

—Sí, tranquila —recomponiendo la compostura—. No me imaginaba que iba a venir disfrazado del malo de la Guerra de las Galaxias —intentando restar preocupación, latente ahora, en el rostro de Elena.

—Callas demasiadas cosas querida, y eso, comienza a preocuparme.

Perfectamente caracterizado y lanzando una cálida sonrisa al resto Andreas, abrazaba a Gretta con abundante exteriorización de gestos y cariños. La cara pintada de rojo y negro hacían resaltar sus brillantes ojos azules. Una máscara, perfectamente adherida a su cabeza y con varios cuernos de plástico lograba que, realmente consiguiera, el efecto de imitación deseado del personaje. Su completado atuendo se cerraba con una ceñida túnica de color negro que cubría un atuendo interior del mismo color.

Gretta separándose del atril, dejó el testigo a Andreas quien, lleno de satisfacción comenzó a hablar generando una enorme ovación y desconsolado fervor en los residentes.

—La verdad que nunca pensé y ni tan si quiera imaginé poder tener la oportunidad de estar aquí, frente a vosotros, celebrando un triunfo… el triunfo del espíritu y el alma —de nuevo una intensa ovación partió de la concurrencia.

—“Vaya morro tiene el tío” —airada, Aba no atendía o escuchaba simplemente alucinaba con la escenificación.

—He tomado este hábito como símbolo de lo que fui. En el próximo solsticio, iré vestido de blanco, asumiendo que ya estaré dentro una nueva esfera llena de luz en mi vida. Es realmente lo que quiero llegar a ser, es decir, el Sentido Otto nos hace albergar esperanza e ilusión, aunque el camino sea duro y difícil. Por eso mi disfraz de hoy, simboliza, lo complicado de mi esfuerzo que es el mismo de todos vosotros.

—“Eres listo, tío, muy listo, la verdad. Dentro de cuatro meses la misma monserga en un bucle sin fin. Eres de ellos ¿verdad Yuls?” —enjuició Aba.

La ovación duro más de lo esperado y los gestos y aspavientos de cariño de Andreas se asemejaban más a los de una estrella de rock que a los de un enfermo en proceso de rehabilitación. Aun así, todo lo que parecía perfectamente hilvanado y estudiado para endilgar a la concurrencia cambió en segundos de registro. Algo totalmente inesperado sucedía. Primero la perplejidad acompañada del susto para después, la emoción, se adueñara de los residentes al percatarse de lo que pasaba. En el jardín y de repente, alguien lanzó un bote de color morado el cual, al estallar, comenzó a irradiar bocanadas de denso humo. Andreas dejó de ser el foco de las miradas y todos, instintivamente, volvieron sus cabezas mirando el acontecimiento con inusitado interés. Intuyendo que algo no funcionaba Andreas intentaba proseguir a un público que ya le era esquivo:

—Bueno, entiendo que es otro acto más del evento dentro de esta preciosa noche. Si me dejáis que continúe…

Pero tuvo que frenar su disertación porque percibía que nadie le hacía ya caso. Alterada Gretta se situó frente al micrófono y comenzó a hablar:

—Esta noche se nos está escapando de las manos y esto no es lo que el Sentido Otto quiere o desea, deberemos de reflexionar… —había aumentando su tono de voz, sus palabras cortantes y cristalinas intentaban frenar la situación totalmente fuera de guión.

Se notaba que algo pasaba incluso para su propia comprensión porque, con su mirada, buscaba soluciones imposibles para ese momento—. Por favor, un poco de calma —mirando a Isabel en busca de explicaciones, estaba presa de los nervios—. Estoy segura que nuestra seguridad pondrá remedio a este desvarío en breve.

De las sombras y hasta entonces totalmente oculto surgió la enorme figura de Lucien quien, con solo una mirada de Gretta, comprendió las órdenes recibidas. Situado en un lateral comenzó a cerrar las puertas acristaladas de acceso al jardín sellándolo con sus cortinas. Aun así, muchos de los residentes no hacían caso al esfuerzo del operario y sin traspasarlas, contemplaban embelesados la estela del tupido humo morado.

—¡Mirad! —un grito, casi desesperado, partió de alguien situado ya en el jardín.

—¡Es Otto! —sonó otro grito emocionado.

Entre los huecos que la dispersión del humo originaba una figura apareció en los lindes del inicio del laberinto. Cubriéndole una especie de taparrabos oscuro, rapado el pelo y totalmente el cuerpo pintado de color ocre, parecido al del barro con el que se hacen las cerámicas, un hombre miraba desafiante desde la distancia. Alto, fuerte y grande denotando aparentar algo más de sesenta años provocaba, con su presencia, los ánimos de todos desde la distancia.

El silencio y el miedo, el temor por su contemplación, hizo presa en todos. Sin saber qué hacer, casi congelados por la dicha esperaban acontecimientos. La figura, levantó su brazo e hizo un gesto queriendo señalar a algo o alguien. Su mano se levantó firme y por unos segundos, un dedo acusador, lanzó un dardo en forma de pregunta o búsqueda. Tras la seña, juntó sus manos y como signo de respeto bajó su cabeza intentando armonizarse con todos los allí presentes. Segundos después, desapareció entre el laberinto cuando el bote de humo lanzado, ya comenzaba a poner su punto final.

No hubo reacción de nadie durante unos segundos. El silencio ahogó a la concurrencia fueran residentes o no. Todos se sentían señalados y agradecidos por la presencia de Otto. Algunos lloraban presas de un rapto casi místico y otros se abrazaban intentando comprender algo de lo que acababan de contemplar. El silencio era roto por sollozos y por pequeñas conversaciones que elucubraban los misteriosos porqués. En cambio y para Aba todo era distinto “es a mí, quiere que vaya, no puede ser de otra manera” gritaba su mente desaforadamente.

—Debo ir a por él, es el momento, ahora o nunca —de nuevo sus palabras fluyeron de su boca sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

Esta vez no pudo mentir o relatar alguna excusa barata que frenara la preocupación de Elena que, sin saber, intuía muchas turbulencias en su amiga.

—Ten cuidado cariño —le dijo veladamente—. Yo te cubro pero por favor aunque cada día la tierra, con más ansia me reclame, por favor, necesito hables conmigo. Necesito ayudarte. Necesito volver a tener una hija, por favor.

Sin poder decir nada más, mirándola a los ojos con inagotable sentimiento de dulzura y cariño, Aba se despedía con lágrimas en sus ojos. Una mujer disfrazada de Harley Quinn de manera disimulada y aprovechando el estrépito que la aparición de Otto había producido se adentraba en las sombras que la profundidad del jardín regalaba. Detrás de ella los acordes de “My love” de Kovacs comenzaron a sonar. Las figuras, mecidas por su caliente voz, volvieron a moverse ahora fanatizadas y pletóricas por los acontecimientos. Intuir a Otto, les impulsaba a seguir con más fuerza sus ansias de curación y por ende, en la creencia de sus particulares métodos. La Noche del Fuego continuaba y las pasiones y deseos, como el fuego interno de cada cual, comenzaron a explotar en el salón de las Mil y Una Noches.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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