Otto

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Otto

Capítulo 1

 

 

Las sombras cobijaban a Aba. Agazapada, caminaba lentamente, intentando que su presencia pasara desapercibida. Su cita esperaba. Fuera cual fuese, el laberinto se presentaba como un tránsito necesario hacia su destino. Salir del mismo significaba, por fin, conseguir llaves que le abrieran su, hasta ahora, imposible caminar. La fiesta acaba de comenzar, desmadrada y como un coche que sin frenos se dirige al abismo, nadie pretendía ponerle fin. Excitados, los residentes habían recibido la visión de Otto como si se tratara de un símbolo cuasi místico. Sus duros esfuerzos, las extenuantes pruebas pasadas cada día eran merecedores del premio de la contemplación del creador por tanto, ante el revelador éxito, difícil poner coto a las pasiones desbordadas.

La densidad de las sombras devenidas de un cielo poblado de nubes, provocaban que su silueta fuera apenas perceptible. A veces agazapada al escuchar un extraño ruido u otras mimetizada tras un árbol, poco a poco, iba dando pasos hasta llegar a la entrada del laberinto. Tras la excursión con Úrsula sabía que había dos entradas posibles al laberinto por tanto, al acceder al centro, simplemente debiera considerarlo como un intermedio hasta dar con la parte opuesta. Desde ahí intuía que otro camino le iba a hacer de guía hasta llegar al refugio de Otto. Estaba claro que él había utilizado el laberinto para dejarse ver y como vía de escape pero “¿por qué tanto misterio?” se preguntaba. Aparentando maña y altas dosis de energía se plantó frente a la entrada. Aun así el miedo caminaba junto a ella. Alguien le esperaba, no estaba acostumbrada a no reconocer las situaciones y menos, no tener información de las mismas. Extrañamente, una especie de lazo de color morado, se encontraba anudado a una de las ramas, lo cual le reconfortó.

Sorpresiva e inesperadamente, una mano tapó su boca. Intimidándola y sin casi haber entrado en el laberinto, un fuerte brazo le agarró intentando dominarla. Con fuerza inusitada fue desplazada hasta el interior donde poder sustraerse de miradas lejanas e indiscretas. El pánico inundó todo su cuerpo viéndose, como si de una marioneta se tratara, atrapada y en manos de un demente.

—¿Pero qué coño haces? —gritó Aba al verse, de repente, liberada. Sus manos se cerraron formando un puño y casi por instinto de supervivencia, lanzaron un puñetazo a su raptor, el cual no pudo evitar.

—¡Joder! ¡¿Pero qué leches haces?! ¡Me has reventado el puto ojo!

Agazapado, Yuls intentaba zaherirse del embate y curar su maltrecho ojo. Algo más rehecha Aba, se limpiaba la boca con un pañuelo, intentando recuperar el resuello y evadirse de la momentánea crisis de pánico tenida. Mirándole a la cara, indignada y enfadada, se encaró:

—¡Me has mentido! ¡Eres un puto cerdo! ¿Qué quieres de mí? Llevamos casi dos meses aquí dentro ¿y es esta, la única forma que tienes de acercarte? ¿Dejando vulgares notas y colándote en mi habitación como un ratero?

—Lo siento pero no he tenido ninguna otra oportunidad en todo este tiempo y esta ha sido, la única manera, de no levantar sospechas —contrariado por el enfado y vehemencia de Aba, intentaba excusarse de cualquier manera.

—¡Llevas más de un año aquí dentro! ¡No me vale nada de ti, tío!

Empujando y quitando de en medio a Yuls comenzó a adentrarse entre los setos que componían el laberinto.

—René me llamó. Me convenció. Me dijo que debía ayudarte… que estabas en peligro de muerte. Me embaucó para investigar obras de arte robadas y fui entrando, residencia por residencia, en todas las del grupo. Un día vino y me habló de ti. Me dijo que tú podías ser la clave de todo y por eso, fui a Hendaya. Tras la estación regresé de nuevo aquí, René me dijo que en breve ibas a ingresar —de manera torpe y atolondrada intentaba que la enóloga frenara sus pasos.

El eco adentró su voz en las profundidades del laberinto provocando que resonara con fuerza en la conciencia de Aba. Frenando la vehemencia de sus pisadas y sin pensarlo, retrocedió hasta volver a su altura. Aún sentado en el suelo, intentaba con parsimonia, curar su perjudicado ojo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó sin consideración alguna por su estado.

—Yuls…Yuls Van Dick —intentó decir de manera entrecortada—, Andreas es un señuelo, como mi expediente médico. Sabes de eso, René te hizo uno igual.

Aba comenzó a rebajar su tensión interna y redefinirse ante la nueva situación. Sin perder la compostura pero escuchando la cautela que su cerebro demandaba intentó, de alguna manera, mostrarse más comprensiva. Aun así, inquieta, algo le decía que no debía relajarse.

—¿Te duele?

—Me has dado de lleno, claro que me duele.

—Tú has empezado y no voy a pedirte perdón. Aun así, estoy dispuesta a escucharte pero, esta vez, no me mientas —dejando claro que no iba a permitir demagógicos y falaces discursos.

El golpe había hecho que saltara por los aires uno de los cuernos que componían el disfraz de Darth Maul. Al tocarse con fruición el ojo, intentando calmar el dolor, había hecho que se decolorara todo su maquillaje otorgando, más si cabe, siniestralidad al personaje creado.

—Bueno, tenemos pinta parecida —dijo sonriendo Aba—. Parecemos casi dos payasos —y terminó ofreciendo una decadente sonrisa.

Observando que Yuls se recomponía y adoptando de nuevo la seriedad en su rostro, volvió a la carga.

—¿Y entonces?

—Conozco a René desde hace varios años, más de diez supongo. Trabajo en un departamento cuya misión principal es la catalogación del arte expoliado en las distintas guerras. El arte realmente es mi pasión. Tras doctorarme en Bellas Artes comencé a trabajar para un departamento de la comisión europea que se dedicaba a la investigación de pinturas, esculturas o libros antiguos robados. Con el tiempo, terminé haciendo cierta labor casi policial en la búsqueda de piezas sustraídas o por lo menos, estar al tanto, de los movimientos de compra y venta de lo expoliado por grupos mafiosos. Hace unos años la comisión europea creó un departamento para identificar las obras de arte expoliadas a los judíos durante la guerra con el fin de, en los casos que fuera posible, restituirlo a sus legítimos dueños. Para mí es un honor trabajar en este departamento. Con todo esto, es verdad, te mentí en decirte que no conocía a René, lo siento —con sus solícitos gestos intentaba dar verosimilitud a sus palabras.

—Continua —sin darle excesivo pábulo a su intento de acercamiento Aba seguía manteniendo el mismo gesto severo.

—La unidad que René dirige, sigue la pista de los robos que se producen en ciertas grandes mansiones, castillos o enormes propiedades en la Europa más profunda. Pero su misión no era, estrictamente, seguir el típico robo de unas joyas sino más bien averiguar el paradero de todo arte desaparecido a consecuencia la guerra. Cuando lo conocí era ya un huésped, más o menos habitual, en la sala de archivos del edificio donde yo trabajo. Allí tenemos uno de los mayores catálogos de obras supuestamente robadas y concretamente una, muy pormenorizada, del expolio nazi en Centroeuropa y Rusia. Pero no todo son grandes obras de grandes maestros reconocidos mundialmente, sino que hay muchas obras de gran valor pero de carácter secundario mucho más difíciles de clasificar y por lo tanto, encontrar.

»Después de la guerra, aparecieron cientos de buscavidas reclamando cualquier bien, fuera una casa o una simple joya. Simplemente decían que eso era suyo pero sin aportar nada más que un tatuaje. Al entrar en cualquier campo de concentración a los presos que no iban directamente a la cámara de gas, se les tatuaba con un número desposeyéndole así, incluso de su propio nombre. Una vez que nos enseñaban el tatuaje y sin aportar mayor documentación, nos decían que en el salón de su casa había un Picasso o una bella escultura, el caso era intentar probar si colaba. El problema, entonces, que se nos presentaba era terriblemente complicado. Los campos de concentración se habían llevado a más de once millones de almas, cómo saber quién decía la verdad y quién no.

»Muchas veces lo que en nuestros archivos consta, es un simple dibujo realizado por una de las víctimas del recuerdo de los haberes o enseres de los que se componía su propiedad. Ese dibujo, tras la guerra se guardó y fue olvidado hasta que alguien reclamó ser descendiente de su legítimo dueño. ¿Verdad o mentira? ¿Cómo saberlo? Por tanto, la conexión entre propietario real y ladrón está compuesta por una delgada línea roja. Imagine la escena, un superviviente de los campos escucha a otro, antes de morir, relatar emocionado lo que en su casa se hallaba. El ladrón recoge el recuerdo y lo hace propio, fácil y sencillo. Usurpando la información, acude a una comisaría y se legitima como dueño.

»Ahora, imagine nuestro trabajo 50 años después —soplando y mirando hacia una inexistente nube, validada la dureza de su trabajo— es una locura porque, lógicamente el dueño actual siempre dirá que esta o aquella obra de arte siempre perteneció a su familia y que por tanto, nada tiene que ver con el holocausto. Nuestra labor es minuciosa, lenta y oscura. Buscar al verdadero propietario, después intentar encontrar el paradero de la obra de arte expoliada y desde ahí tener suerte. Así pues todo lo que te he dicho es una vulgar quimera para nuestra organización. Lo normal es que simplemente intentemos encontrar las obras para devolverlas a museos y así todos podamos beneficiarnos de ellas.

»Aun así a veces, nuestro principal enemigo son los estados, que no quieren saber nada de estas cosas y menos de devoluciones, cuando afectan a las grandes fortunas. De ahí que comenzáramos a colaborar, vivamente con la policía, dado que ellos al estar en la calle, nos proveían de mucha información para nuestro trabajo. Con los años, con éxitos y fracasos fui haciéndome especialista en la materia y así conocí todo lo que este opaco mundo contiene. Es así cómo y a través de René, en un momento dado, llegó el nombre de su padre hasta nuestro departamento. Desde aquí y siguiendo el protocolo y procedimiento de trabajo habitual, me puse tras su pista.

—¿Mi padre?

—Sí, Maurice Deschamps, tu padre.

De repente, el mero hecho de evocar de nuevo al recuerdo de su padre, revolvió todo el mundo interior de Aba. Desde que había entrado en los Picos de Posadas su presencia había comenzado, suavemente, a ser difuminada. Con vigor, todo el porqué de su estancia en el centro, con estridente fuerza emergió de nuevo. Su cara que poco a poco, había tendido a ser proclive en la conciliación, mutó de nuevo a otra seria y distante.

—Sigue —denotando nula emoción en su rostro.

—Maurice debía ser muy bueno en el robo o espionaje pero le acompañaba siempre el mismo problema, era un jugador compulsivo. No tengo claro cómo se conocieron ambos pero el caso es que tuvo que esconderse de algo o alguien. Un trabajo salió mal y desde ahí saltó la trampa.

—Sí, parece ser que sus huellas aparecieron en mil sitios —meditando asentía Aba—. Un chantaje perfecto… Algo pasó en Turquía relacionado con un asunto de tráfico de armas. Delatado, papá desapareció sin dejar rastro —“¡joder le he llamado papá!” interrumpió su mente, mientras cálidos afectos y sentimientos, embriagaban su interior.

—Sí, eso es. El único que podía esconderlo de la justicia era la propia justicia.

—Mantener fuera del alcance de la ley a Maurice tuvo que tener su precio y sus conocimientos, el pago por todo ello, desde ahí… fácil sacar conclusiones. Un perfecto chantaje. Ser la mano ejecutora y entrar en todos las propiedades de media Europa a cambio de esquivar la ley para siempre ya que era la propia policía quien le protegía —anclada en sus cábalas Aba iba poco a poco captando el sentido de los hechos.

—Eso es. Ahora imagina, René tiene documentada información, clara y concisa, de todo lo expoliado en la guerra a los judíos, franceses o cualesquiera fuera, la cual obtiene a través de mi departamento. La misión de tu padre, encontrarlo y robarlo, una vez obtenido el botín, se lo entrega al policía.

—Y lo robado llega aquí ¿no? Pero, ¿por qué llega aquí? ¿Por qué no lo entrega a la policía?

—Chica lista —dijo sonriendo Yuls—. Bien… vamos paso a paso y luego te daré mis razones para sospechar que Los Picos de Posadas es un museo viviente de los rescoldos del holocausto. Nuestro querido fundador y creador de una decena de complejos de vacaciones en Europa se llama Otto Brandl. Otto es hijo del capitán de las SS Hermann Brandl, un siniestro nazi ubicado en París al final de la guerra. Su misión simple pero realmente compleja es muy interesante al estudiarla. Él fue el encargado de confeccionar la Lista Otto…

—¿Lista? ¿Otto?

—Sí, la lista Otto era un inventario muy pormenorizado donde poder encontrar todas las obras de arte u objetos de alto valor económico susceptibles de ser beneficiosos para el Reich. La pertenencia de esta u otra mansión o palacio a una determinada familia e incluso la localización exacta de minas o bienes materiales con el fin de proveer a la industria armamentística alemana. Confeccionada la lista y requisado el botín era mandado a Alemania. Lo curioso de todo esto es que mucho de ese arte robado fue a parar, concretamente, a la casa del Reich Mariscal Hermman Goering, que por aquel entonces se estaba construyendo el mayor museo privado del mundo. En fotos que conservamos de la época se observa cómo ese museo quería competir con el mismo Louvre ¿sabe cómo lo llamó?

—¡Claro que no!

—Carinhalle, en honor a su primera mujer Carin, muerta de tuberculosis.

—Me estás poniendo de los nervios Yuls, vete al grano tío —dijo Aba. Se le iba el tiempo y debía apresurarse para ver a Otto, no era el momento para largas lecciones de historia.

—Tranquila. Lo curioso de la Lista Otto es que, de alguna manera, era menor y esa es su mayor virtud porque nunca levantó grandes sospechas. Como en cualquier empresa moderna o institución moderna, la rivalidad y competencia eran tremendas en el Reich llegando casi hasta el paroxismo. Alfred Rosenberg, ideólogo y filósofo nazi muy cercano a Hitler tuvo el encargo por parte de este de saquear todo el arte de Francia. Recuerde que Hitler era un artista fracasado pero aun así, quería construir en torno a él, la esencia del arte puro y no degenerado como llamaban a las nuevas tendencias y modernidades. En Paris montaron el almacén del expolio o el “Jeu de Paume” donde entre 1940 y 1944 más de 20.000 obras de arte fueron decomisadas para luego ser llevadas a Alemania. Imagínese cuadros de Rubens, Velazquez, Rembrant y un larguísimo etcétera… Rosenberg no sabía nada de Otto, ya que le bastaba con lo suyo pero en cambio, Goering, sabía de ambas. Otto era escaso, así que pocos la tomaron en consideración y no levantó sospechas. Además y a diferencia de la principal, esta estaba escondida en sucios barracones cercanos a la estación de tren de París con lo cual, no atrajo demasiadas miradas indiscretas.

Yuls pausó su oratoria. Exhausto, parecía ido al imaginar la magnificencia de lo allí expuesto. Tomando aire, continuó:

—Aun así, pequeña o no, de valor incalculable —dijo reflexivamente—. El éxito de Hermann Brandl y su equipo es que, a excepción de Goering, pocos tuvieron conocimiento de ella y por tanto, esa opacidad, benefició sus intereses. ¿Usted cree que Goering hablaría más de la cuenta y perder un filón, hecho solo para él? La lista Otto es sumamente simple y solo trata de responder a dos preguntas, quién tiene qué y dónde. Daba igual el tipo de pintura o escultura. Una vez fijado el objetivo lanzaron a comandos de las SS en su búsqueda. Pero, no piense únicamente que el objeto del expolio era únicamente hacia los judíos, sino y en general, sobre todo el pueblo francés. El ingenioso señor Brandl, observando el final de la guerra lo que hace es, muy simple, se queda con una parte. Esa parte, aún ínfima con respecto a la global, es increíblemente valiosa. Llegado el final de la guerra intenta huir y desaparece sin dejar rastro. Según lo que pensamos esa ingente pequeña porción, es la que su hijo, Otto, está intentado recuperar.

El silencio se hizo de nuevo hueco en la conversación. Fogonazos de música llegaban desde el gran salón sin apenas ser sentidos o apreciados. De nuevo el pasado y de nuevo las miles de dudas que, aunque nunca alejadas, ahora de nuevo resplandecían frente a Aba.

—Entonces, es obvio, que Otto conoce a mi padre, ¿no? —sin premeditación sus labios soltaron palabras no pensadas ni reflexionadas pero ansiosas de concebir respuesta.

—Supongo que sí aunque no lo tengo claro. Sí que sé que Otto, de la noche a la mañana, creó una serie de residencias de lujo en toda Europa. De repente, el paisaje se llenó de ellas. Publicidad y marketing se confabularon para atrapar a las élites de cada país prometiendo a precios exorbitantes, la liberación de las drogas, el juego, el sexo, el estrés o casi de la misma vida. Pero lo sorprendente no fue eso, con el tiempo he llegado a comprender que el único fin de Otto, no era en sí la curación del paciente sino recoger toda la información con un único fin, catalogar de nuevo el arte y crear una nueva Lista Otto para, obviamente después…

—Robarla con ayuda de mi padre.

—¡Eso es! Pero lo que todavía no acierto a entender es el porqué de crear aquí, en la Rioja Alta, uno de los complejos más modernos e innovadores de todo el grupo.

—¿Por qué?

—Pues debo decirle que me parece que la respuesta la tiene usted. Por eso está aquí. Quizás crear de nuevo, un gran museo, esta vez escondido a los ojos del mundo pero incorporando, por fin, la perdida Lista Otto. Mucho me temo que el contenido de dicha lista está muy cerca de aquí.

El peso, la presión y el miedo la atenazaron. La tranquilidad que parecía haberla llegado tras adaptarse a la residencia era, simplemente, una vulgar comedia con el fin de evitar pensar en su angosta realidad. Su padre, de nuevo, aparecía como brazo ejecutor del todo y Otto como su mentor.

—Entonces, mi padre indirectamente, tras órdenes de René, roba para Otto. Lo esconde aquí o en otros centros. De acuerdo, ese es el fin, obtener toda la información posible para luego ejecutarla pero y Gretta o Lucien, ¿qué tienen que ver en todo esto? ¿También, son simples medios, dentro de todo este maremágnum? —ansiosa, intentaba de nuevo, volver a rehacer una nueva y mejorada composición de lugar.

—No lo sé, la verdad. Tengo claro que Lucien es el mamporrero de todos pero Gretta… —reflexionando sus palabras— Greta apareció aquí el mismo día en que la primera piedra se depositó impulsando los primeros cimientos de los Picos. ¿De dónde, para qué o por qué? Es un absoluto misterio para mí.

—Sabes lo del sótano ese o cuarto escondido al final del pasillo ¿no?

Por un segundo, la poca luz existente quiso reflejar una tímida contradicción en Yuls, repuesto instantáneamente respondió:

—No, ese punto no lo tenía controlado, al final y como te decía antes, me es muy difícil moverme por aquí sin delatar sospechas. Adopté el rol de simpático residente y no suelo estar solo mucho tiempo —haciendo que su respuesta fuera lo más veraz posible.

—Lo descubrí el otro día y estoy segura de que ahí hay algo realmente interesante pero será difícil entrar porque Gretta guarda celosamente al cuello la llave.

—Sí, tiene pinta de ser complicado —cerró Yuls sin querer ahondar más en la conversación.

—No has terminado, entonces René te llama ¿para?, ¿cómo aparezco yo en todo esto?

—Como te decía antes yo ofrecía información a René, gustosamente porque era policía y por tanto, dados los pocos medios con los que contamos, le necesitaba. De vez en cuando, traía este u otro documento, que aunque fueran menores dentro de todo lo expoliado, sí hacía que confiáramos en él. Así que le dejamos libre acceso a nuestros archivos. Cotejaba datos, ampliaba información y nosotros, satisfechos porque como le digo, cada cierto tiempo encontraba algo que luego nosotros podíamos restituir.

—Carnaza, ¿no? Como policía entrega un pequeño porcentaje del total robado por mi padre y así consigue mantener viva la llama.

—Sí, eso es. Sin casi presupuesto, era la única manera de poder desarrollar nuestro trabajo de una manera más o menos profesional. Hace un par de años que le conozco y ahora reconozco que yo también fui su carnaza, por eso yo también estoy aquí —y mirando hacia el suelo parecía reflexionar—. Tras mil pesquisas mal dadas me dijo un día “vete a los Picos de Posadas. Allí está la clave y si no encuentras nada, no volverás a verme”.

—Sí, eso me dijo a mí también —concedió amargada la enóloga— y piqué igual que tú.

—Hace un par de meses se presentó en Los Picos fingiendo que era un familiar. Estaba exultante porque había encontrado la esquela de Maurice en el periódico. Me dijo “estoy seguro que al funeral irán muchos peces gordos para cerciorarse de que está muerto o simplemente, mala gente, deseosa de saldar su deuda.

 

»Además, ¿sabes? Tiene una hija. Seguro que acude al sepelio. Piensa ahora en el testamento que puede haberle dejado. Cientos de folios de documentos e información confidencial que pueden ser vitales para nuestras pesquisas. ¡Lo que con todo eso podremos descubrir!”. Evidentemente entré en combustión, pensé “toda la Lista Otto en mis manos” y claro, me fue muy difícil rechazar la oferta.

—Un momento, yo aún no conocía a René…

—Sí pero él ya lo sabía todo de ti. Cuando comienza a trabar contacto con tu padre un tipo como René, no deja nada al azar, así que estoy seguro que sabía más de ti, que tú de ti misma —recuperando de nuevo, en todo su esplendor su bella sonrisa, la cual hizo que, un amago de dolor volviera a aparecer en su cara procedente de su dolorido ojo—. Como ves, nos tenía a todos controlados y supongo que la mano que mece todos estos hilos es, Otto. Estoy seguro que si lográramos bajar a ese sótano que has comentado antes, tu foto y la mía, son sujetos principales de la pared.

De nuevo el silencio. De nuevo todo un mundo a su alrededor del que por desgracia era sujeto principal y de nuevo, la perenne sensación de soledad aderezada esta vez, con enormes nauseas y ganas de vomitar. Títere de todos y mecida bajo los designios de un viento llamado Otto.

—Así pues me mandó protegerte aunque, visto lo visto, yo lo llamaría sonsacarte. Estoy seguro que él no tenía ni idea de qué relación tenías con tu padre y si la tenías, bueno, yo podía ser la persona idónea para sacártela.

—Yo te contaba todo y tú se lo relatabas por un buen fin, curiosa estrategia la suya. Ante todo, tú hablabas con un policía y por tanto confiabas.

—Eso es, así pues… me dice, “la hija de Maurice viene al funeral y va a recoger su testamento, sería bueno que te hicieras amigo suyo y así poder protegerla. Ambos sabemos lo que pudiera pasar si cae en otras manos el testamento”.

—Pero ¿cómo sabe lo del testamento? Yo nunca he hablado con nadie de haber recibido ningún legado de mi padre.

—Es verdad, pero no es una intuición fuera de lugar, ¿no crees? Supongo que alguien te daría algo ¿no?

De la boca de Aba, desbocado, prorrumpía un sí claro y rotundo cuando de nuevo, desde sus recientes nuevos recursos encontrados, la reflexión y el comedimiento, lo frenaron en seco. Estaba congelada de frío y muerta de hambre, lo cual devenía en una terrible sensación de miedo. Vestida de una manera ridícula a la una de la madrugada y atormentada por cientos de sentimientos encontrados seguía en la misma posición inicial, no sabía qué hacer. Momentos eufóricos sintiéndose policía y capaz de sortear todos los envites de la situación con otros, los más, claramente claustrofóbicos. La explicación dada le encajaba perfectamente pero “¿por qué todo sigue sin cuadrarme?”, ansiosamente auditaba su mente. Andreas, Yuls o como quisiera llamarse, en ese momento denotaba, timidez y apocamiento. Su disfraz parecía haberle abandonado e incluso su belleza aparentaba estar desnortada. Cada gesto emitido simulaba un intento de agrado y cada palabra un deseo por ser comprada pero, detrás de todo ello un oscuro reflejo, incluso maligno, seguía acogotando los pensamientos de Aba quien, no podía dejar de evitar sentirse cómoda con él a su lado. Aun así, se arriesgó:

—Sí. Sí había un sobre. Lo encontré dentro de un confesionario —omitiendo su viaje a Hendaya con el notario.

—¿Dónde te encontró René? ¿Qué había? —Yuls no pudo resistirse a escupir con vehemencia la pregunta—. Lo siento —dándose cuenta que la ansiedad le había hecho cometer un error—, es muy importante para mí toda esa información, tenerla tan cerca y lo que, su contenido, puede suponer para tantas víctimas de la barbarie. Lo siento.

—No te preocupes. El testamento consistía en una pequeña lista de seis botellas de vino y supongo que sé dónde están.

La perplejidad, de repente, se aferró con fuerza sobre el rostro de Yuls. Estaba claro que esa no era la respuesta que esperaba pero también, la segunda parte de la respuesta, le interesó sobremanera.

—Bueno pues vamos a por ellas ahora.

—Tranquilo tío —dijo Aba sonriendo—, no tenemos cómo y es imposible salir de aquí, además tengo que hacer algo esta noche.

—¿Otto?

—Sí, Otto.

—Es una tontería. Gretta me ha dicho que era un acto más dentro del festejo. Un actor contratado de Logroño para dar credibilidad a la noche y así agrandar todavía más el mito de nuestro fundador. Realmente, cada día creo más, que Otto es René o si realmente existe Otto, debe estar loco y perdido en cualquier parte del mundo. Aun así lo que realmente creo es que no debes adentrarte en el laberinto —cambiando la expresión ahora parecía serio, incluso, casi enfadado.

—A mí me pareció muy real, la verdad y no me parece a mí que, que como tú dices, René sea Otto. Es demasiado patético para llegar a pretender ser tanto —dijo con aparente desdén.

—Aba vayamos a por el vino ahora. Es el momento, la gente está desfasada, libre y extasiada, nadie nos tendrá en cuenta.

—Pero es imposible, ¿cómo lo hacemos?

—Tengo las llaves de un coche —dijo sonriendo encontrando la mejor resolución al problema—. Es el de Úrsula, siempre lo deja mal aparcado en la entrada. Hoy le dije que necesitaba conducir un poco, tanto tiempo aquí dentro me había producido mono, así pues le dije que si me lo dejaba, yo se lo aparcaba mejor. Utilicé un poco mis encantos —sacando a relucir su sedosa y cameladora bella sonrisa— y me fue fácil. Mañana se las devolveré y le diré que con el estrépito de la fiesta había olvidado dárselas.

—¿Y Lucien? Se supone que estará vigilante y más en esta noche ¿no?

—Lo vi por última vez dirigiéndose al cuarto… ese que tú dices con Gretta, con tanto jaleo no creo que salgan en un rato. Estoy seguro que están tras la cámara fisgándolo todo. Dada la locura que la noche trae, no creo que reparen en nosotros. Por si acaso, saldremos con las luces apagadas y bueno, creo que es un riesgo que debemos correr. Tenemos hasta el amanecer para ir a Haro. Tiempo suficiente, seguro.

“Demasiado perfecto y cuidado todo. Todo ensamblado, sin improvisación y detalles en estado óptimo de revista. Incluso ahora me dice que Gretta está en el cuarto, cosa que antes, ni sabía existía. A mí que me cuesta dar un paso un mundo y que, por cada uno que doy, casi me cago viva, va el artista y siempre acierta con la correcta acción a realizar. En fin, puta mierda” se mortificaba su mente. “Me he metido en todo este jardín solita por bocazas y no mandarles al carajo al primer instante. Y encima, voy de detective por el mundo”. Cariacontecida reflexionaba sin exceso de fe.

—De acuerdo. ¿Y cómo quedamos?

—Es fácil, vamos ahora mismo a por el coche y desde ahí, a por esas botellas que te dejó tu padre. Estoy seguro que encontraremos muchas pistas y posibilidades —apareciendo, de nuevo en su semblante, un oscuro deseo de codicia que inmediatamente reconoció la enóloga.

—De acuerdo, pero es peligroso, la oscuridad no da para dos sombras. Vete tú primero y en tres cuartos de hora nos encontramos en la puerta de la entrada principal.

—Es mucho tiempo pero sí es lo que quieres… —la respuesta no le gustó a Yuls aunque no tenía muchas más opciones de negociación. Cabizbajo y denotando enfado comenzó a caminar cuando, en seco, sus pasos frenaron—. No hagas tonterías —bajando su tono de voz, la manera seca e imperativa con la que enfatizó sus palabras asustó a Aba.

—Tranquilo en breve estaré allí, no te preocupes —dijo Aba, empleando la misma táctica que antes Yuls había empleado con ella, suavidad, ternura y bella sonrisa procedente de una desmaquillada pero bella cara—. “Vamos a empezar a ver quién es la más lista de la clase querido” —reaccionaron con fuerza sus neuronas al recibir nueva energía su cerebro.

Yuls sin exceso de convicción se perdió dentro de la noche de los Picos de Posadas. Varias veces miró hacia atrás e incluso amagó, como queriendo retroceder pero, encontrándose con la recia mirada de Aba, casi desafiante, optó por continuar el camino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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