Otto

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Otto » Capítulo 2

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Capítulo 2

 

 

—“Y ¿por qué sabe entonces, que Gretta está en el despacho ahora? Y ¿por qué sabe tantas cosas sobre Otto? Es imposible que René le ofrezca tanta información y su forma de operar, si únicamente necesita de Yuls para que sea su anzuelo y desvele sus bases de datos ¡Cómo le va a contar que utiliza a mi padre para robar castillos!  Y claro, Yuls se queda tan ancho cuando le cuenta que cada semana entran a robar por aquí o por allí. Es verdad que René habla mucho pero sería el primer policía que se delata a sí mismo. Es demasiado listo me parece a mí” —sus dudas golpeaban con fuerza su caminar entre setos—. “Pero lleva ya un año aquí ¿por qué aquí y no en otras residencias? ¡Ostras! Se me olvidó preguntar eso” —abrumada de nuevo por otro crucial olvido, la poca energía que le quedaba mostraba alarmantes signos de querer evaporarse.

A medida que se internaba dentro del laberinto su enfado se acrecentaba. De nuevo le habían dejado a medias en las explicaciones y quizás, dada su incipiente carrera policial, aún le faltaban muchas clases de vuelo. Llegó al centro del mismo, de manera fácil y rápida, sorprendida pensaba “bueno, esto mejora, algo es algo”. En segundos tomó la salida contraria e instantes después, se plantó en el exterior opuesto encontrándose de nuevo, con una pequeña tela de color morado anudada a una rama.

La noche era ya profunda y la ausencia de luz aumentaba la percepción de soledad. Los ecos de la fiesta habían dejado de recorrer el ambiente y el único sonido perceptible era el de su corazón. Sin tener claro el rumbo cogió un sendero que partiendo de la parte opuesta del laberinto zigzagueaba hasta perderse en la montaña. Mientras caminaba su coraje le obligaba a dar pasos firmes y seguros pero en cambio estos, eran débiles y taimados. El miedo a lo desconocido era mal compañero de viaje. No tardó mucho en divisar una casa a unos pocos cientos de metros. Los árboles delimitaban un camino que se notaba, había sido recorrido frecuentemente por coches, a tenor de las rodadas que se divisaban.

No era un cobertizo de aperos, como le insinuó Gretta, ni tampoco una casona antigua de las típicas que colman cualquier paisaje rural. Para su sorpresa era una especie de pagoda totalmente escondida a los ojos de todos. Lo colores rojizos de toda la estructura se asimilaban perfectamente con la naturaleza no causando contaminación visual. Las alas del tejado rompían suavemente, en su aproximación al suelo, ofreciendo una cálida sensación de adecuación al entorno. La puerta, de recia madera, pulcramente decorada con dragones sobrevolando un adormecido paisaje daba paso a un patio cuadrado donde una pequeña piscina cobijaba a varias decenas de peces de colores.

Pequeñas piedras resonaban con estridencia al ser pisadas, lo cual, provocaba manifiesto nerviosismo en la enóloga “Si sigo con este griterío me oyen desde Haro” se decía contrariada. Lo primero que sintió Aba al flanquear la puerta fue, una humedad y calor asfixiante casi similar al que, en un viaje años atrás, había padecido en Vietnam. Con esta visión o efecto, Los Picos de Posadas se situaban ahora, a miles de kilómetros de distancia ya que nada de lo que tenía frente a sí, se correspondía con el paisaje montañero cercano. Varias columnas, de colores rojizos, soportaban el descanso del tejado en el interior. Cubierto por una enorme cristalera, protegía de los rigores del invierno y sobre todo, mantenía la poderosa humedad reinante.

Una superposición de rocas, formaban un pequeño canal, por donde un pequeño caudal de agua discurría hasta parar en el pequeño estanque. Junto a las propias pisadas de la enóloga era los únicos sonidos que se percibían. Una puerta, frente a ella, permanecía abierta. Sin más remedio y con los nervios a flor de piel, sus pasos, le hicieron flanquearla. El calor atosigaba sus pulmones. Las manos, empapadas de sudor y ante la casi total ausencia de luz, intentaban hacer de guías. Un buda, apareció ante sus ojos. Con nutridas ofrendas bajo sus pies y palitos aromatizadores, era protegido por una suerte de velas rojas que velaban su paz y meditación.

—¿Ha leído a Jocho?[17]

Una voz profunda, angulosa, pausada y marcada por un lejano sabor alemán partió de algún lugar indeterminado. Reverberaciones del sonido de la cascada se filtraban, lanzando tímidas y casi imperceptibles sensaciones de frescor frente a la densidad asfixiante predominante en el ambiente. Reflejos de luz no lograban el éxito de iluminar ni tan siquiera la pared. Aromas, excesivamente profusos, contribuían a enturbiar el ambiente.

—Si se fundamenta el razonamiento sobre el yo, se puede conseguir una actuación astuta y prudente, pero nunca sabia[18] —citó la misma voz.

En lo que pudiera ser una especie de rincón una figura quiso delatar su presencia. Un suave movimiento de piernas, adoptando una nueva posición, lo situaban sentado. Con el torso desnudo, totalmente pintado de color ocre y la cabeza rapada al cero, Otto se aparecía ante Aba. Alto y algo obeso o por lo menos eso denotaba, desde los cinco o seis metros, donde se hallaba.

—¿Por qué mataste a mi padre?

Ni ella misma tuvo claro quién lanzaba la pregunta hasta que esta, luchando por encontrar destino, sobrevoló el condensado aire. Su tono de voz resultó cohibido e incluso apagado. Toda la energía y fuerza que había pretendido insuflarse con el disfraz quedó disipada en segundos.

—¿Es eso lo único que sabe preguntar? ¿Es esa la principal conclusión a la que ha llegado tras este tiempo? —sus palabras seguían sonando secas y bruscas—. No, no fui yo quien lo mató. ¿Satisfecha? Ahora déjeme en paz y váyase de aquí.

Cierta inquietud serpenteó el cuerpo de Otto en la respuesta. Volviéndose hacia Aba, unos profundos ojos azules, se posaban sobre ella. Se levantó y fue hacia la imagen del Buda donde encendió, de nuevo, una vela que se había apagado. Las propias llamaradas, contagiadas por el revuelo, parecían tintinear con excesivo nervio. Aba había enmudecido. Ansiar encontrarle, buscar sus huellas hasta la extenuación y ahora, frente a él, no poder articular ni tan siquiera una frase coherente.

—¿Me tiene miedo? —preguntó.

El sonido devolvió la respuesta. Ninguna.

—Llevo quince años encallado aquí dentro esperando una señal y en fin, llega una colegiala.

—Entonces… ¿quién? —intentando retomar el hilo de la conversación y manteniendo el mismo tono enérgico en su voz.

—¿Solucionará sus problemas si soy yo quien le da todas las respuestas? Váyase, por favor.

Aba permanecía rígida. Sus músculos habían dejado de dar órdenes y simulaba ser más un objeto decorativo dentro del conjunto que una simple persona. Obediente, sus piernas dieron la vuelta y con lágrimas en los ojos comenzó a buscar la salida. Ni tan siquiera sabía por qué lloraba pero se sentía cansada y desconsolada. Seguía igual, totalmente embriagada por la soledad.

—Su padre siempre me habló de ti —cambiando el tono de voz intentaba ser condescendiente y cariñoso—. Estaba profundamente orgulloso de su hija, ¿por qué entonces huye ahora si nunca tiene a bien hacerlo? Es más, de hecho está aquí por no huir de tu destino. Entonces ¿por qué se va?

Aba flanqueaba ya la puerta cuando sus pasos cedieron. Dándose la vuelta Otto pudo apreciar como su cara, ennegrecida por las lágrimas al contacto con el rímel, imploraba ayuda.

—Sois todos una panda de patéticos ladrones, ¿por qué leches me hacéis esto? —enfadada y muy cabreada, sin poder ni tan siquiera llorar, balbuceaba.

—Bien. Es un buen inicio su reflexión —respondió sonriendo—. Usted es la llave para liberarme. Necesito su ayuda y su fuerza. Esa energía de la que su padre tan orgulloso se sentía y no esas lágrimas de niña malcriada —sin apenas escucharla o sentir sus pesares—. En fin… Tenemos poco tiempo y debemos poner fin a esta mascarada. Demasiado tiempo enclaustrado me han hecho olvidar mis modales. Mis huesos chirrían pero menos mal que la vida me llama de nuevo. Le apetece un té verde, nos lo traen desde lo más profundo de China, seguro le gustará.

—Pero entonces, ¿tú no eres el puto malo de todo este rollo? —un poema era la cara de la enóloga al hacer la pregunta. Una mezcla de lloros, risas, miedos y temores se unían en el fin, de que algo pudiera ayudarla a comprender.

—No —soltando una enorme carcajada—. Aunque lo fui y no te preocupes porque entiendo tu frustración ¡En menudo lío te hemos metido!, ¿verdad? —y de nuevo estalló en una tremenda carcajada.

—Oiga, me está tocando las narices y no me tutee ¡leches! —dijo extenuada y casi anonadada por la situación.

Y la verdad que era así, Aba desde hacía unos minutos había perdido el absoluto control de su vida y se sentía rehén y muñeco de trapo de todos.

—Hace poco —prosiguió Otto sin prestar atención a su imprecación— tenías tu vida controlada, localizabas rápido cualquier tipo de necesidad y vivías en un cómodo mundo de palabras, hechos y gentes conocidas. Los policías suelen decir con cierta sorna que a altas horas de la madrugada y en la soledad de las calles, el deambular del más tranquilo de los viandantes, puede resultar sospechoso. Ahora, estás inmersa, en ese otro lado de la vida, donde cualquier sombra puede ser peligrosa, donde no hay rostros familiares y las personas que puedas encontrar muestran engañosas apariencias. Formas parte de una película real donde el bueno no siempre gana. Es lógico, por tanto, que tus sensaciones sean siempre horribles. En fin, tranquila, vayamos paso a paso —emitiendo una paternal y confortable sonrisa.

El sorpresivo cambio en los modales de Otto aturdió a la enóloga sobresaltándola. Aun así, seguía sin poder articular frases con excesivo sentido.

—Sí… quizás té…bueno, sí… no me sentará mal —emitió atontadamente.

—¿De qué vas disfrazada? —preguntó irónico—. ¿Cuál es tu objetivo yendo de tal pinta?

Contarle el cambio de vida pretendido. Hablarle de un personaje sacado de una película de héroes de cómic o simplemente describir sus sensaciones eran empresas demasiado complicadas al albur de su situación actual, así que sonrió como si de una niña pillada in fraganti se tratara, dando la callada por respuesta.

Con un mando a distancia la cristalera superior del patio central se fue abriendo poco a poco. Cogiéndola por el brazo salieron hasta situarse en el medio. El frescor de la noche comenzaba a penetrar, cambiando el atascado y denso aire por otro limpio y renovado. Tras segundos de silencio, bebiendo tímidos sorbos de té, Otto se adelantó a hablar.

—Mi padre era un nazi muy inteligente. Sin un rango distintivo que le hiciera estar en la órbita de unos u otros, se dedicó a robarles a todos. Se llamaba Hermann Brandl y durante unos años campó a sus anchas por París. Se le ordenó hacer un inventario general de bienes a expoliar, es decir, crear una lista. Su nombre en clave, Otto. Bajo el nombre de esa misma lista, horrores sin nombre y daños a la humanidad fueron cobijados. Todo el porqué de tu estancia aquí y la razón de tus males actuales, deviene de esa lista. Mi padre, al observar la inminente caída del Reich intentó aprovecharse y simplemente embaló en varios vagones de tren de mercancías, esos mismos que se utilizaban para enviar a judíos a las cámaras de gas, incontable número de objetos de arte, joyas, divisas, dinero u oro. Uno, lo mandó a Suiza y el otro, al sur de Francia.

Siguiendo el tren, Hermann llegó hasta Hendaya pero antes de que pudiera pasar la frontera la Gestapo le atrapó a él y a su compañero. Él pudo escapar pero parece ser que su camarada fue asesinado en segundos.

»Visto lo que pasó con su amigo decidió regresar e ir a por el otro tren en su camino hacia Suiza, cosa que logró a medias. Sintiendo que era perseguido por las SS y por los propios aliados, recuperó lo que pudo y fue escondiéndolo en decenas de lugares diversos. ¿Su rastro? Con los años he intuido su presencia en muchos sitios, es decir, un palacio de Champagne donde, en unos extintores, aparecieron decenas de diamantes y diferentes gemas preciosas. En casas de amigos suyos, perdidas en el campo, fueron ocultados cuadros de los mejores pintores tras puertas corredizas ocultas. Y así, innumerables datos puedo facilitarte. Al llegar a Alemania y, justamente días después de finalizar la guerra, cambió su nombre y se mudó a vivir en Dachau. Siguiendo el mismo procedimiento enterró en sacos de cemento, alhajas y divisas o en lóbregos sótanos, cuadros de Sisley o Manet, Renoir o Boudin. Evidentemente la idea era que descansaran, pasaran los terribles días de la postguerra y años después volver a recogerlos. Aun así, un año después fue traicionado y detenido. El verano de 1946 fue el último de su vida. Se ahorcó en la prisión de Stadelheim. ¿Por qué se ahorcó sin tener crímenes de guerra a sus espaldas? La razón es muy sencilla, era el albacea de una lista que ya estaba en boca de todos, la Lista Otto. Suicidándose él, pensaba se llevaba una parte no descubierta del botín a la tumba pero ahí está el quid de la cuestión, como ves no tuvo el éxito esperado. Esa parte es la razón por la que tu padre murió.

—El otro tren de mercancías con sus vagones ¿no? El que se perdió tras pasar la frontera y se supone está…

—En Haro, tras los muros de una bodega. Es lógico pensar en ese escondite, dado lo profundo y escondido de sus calados. En Francia, la tradición viene de lejos, ya que muchos bodegueros franceses escondían de los nazis sus mejores caldos. En las guerras prusianas, los soldados alemanes robaban las barricas de camino al frente y en la primera guerra mundial más o menos pasó lo mismo. Así pues, tomaron nota de los hechos y las nuevas generaciones, aprendieron. Hay constancia de muchos ejemplos para hurtar las buenas botellas de la vista de los soldados. Desde poner etiquetas falsas a vinos emparentándolos con grandes añadas hasta llegar a aguar los que enviaban a Alemania. Los enterraban en huertas bajo guisantes y judías, las botellas y barricas, incluso llegaron a echar laxantes en muchas botellas que provocaron que, en determinadas compañías, la afluencia a las letrinas fuera mayor que a los burdeles —tras escucharle Aba prorrumpió en una sonora carcajada al imaginar la historia.

—Es que los bodegueros… ¡son la caña! Si te digo yo lo que algunos hacen, lo flipas. Me ha venido bien reírme, por fin —manteniendo la misma sonrisa en su cara.

—Supongo que mi padre tomó como ejemplo esa situación y pensó en Haro, pero en este caso, no solo para evadir la mirada sobre cientos de buenas botellas. Es decir, tras los muros de alguna bodega se halla un inmenso botín —dijo meditando cada palabra.

—Y ¿dónde está entonces? ¿Por qué no vas y lo desentierras y así, por fin, termina de una vez esta locura?

—El único que lo sabía era tu padre y ahora tú. Nunca quise saberlo, renegué y reniego de él —afirmó triste pero taxativo.

—Ya estamos —dijo, de nuevo, apesadumbrada Aba—. No tengo ni idea de dónde puede estar.

—Lo sé y ni tan siquiera, insisto, yo quiero saberlo pero sí puedo ayudarte a encontrarlo.

—No entiendo nada —apesadumbrada y enfadada a la par de nuevo—. Hace dos minutos me dijiste que me fuera y en cambio ahora somos casi amigos de toda la vida. El famoso Otto, pintado como un indio, en plan gurú místico o vendedor de humo hippie, digno de hacer las delicias de los veraneantes en cualquier playa del mundo. Lo flipo, la verdad, me dices que estás secuestrado e incluso que deseas ayudarme. Solo por darte la mano, muchos de los residentes, morirían. Buen elemento de marketing ¡sí señor! —casi aplaudiendo con sus manos—. Todos insinúan que eres tú el asesino de mi padre pero, si tú no has sido, entonces ¿quién lo mató? ¿Cuál es el papel de Gretta en todo esto y René…? —desbocadas ya sus palabras solo buscaban respuestas inmediatas—. Y total para qué, para que alguien más me mienta y sea yo, otra vez más, un simple y vulgar reclamo para conseguir sus intereses. Estoy harta de ti y tus absurdas pinturas de lama del puto desierto, del payaso del policía belga, de Gretta y sus modales prehistóricos, del pijo que quiere cuidarme pero a saber lo que realmente busca, de la maldita residencia y de mi padre… ¡mi maldito padre! Por su culpa estoy aquí enterrada. Yo sí que estoy secuestrada aquí dentro cuando justo, hace tres meses, era la tía más feliz del mundo con mis uvas y mis barricas.

El aire se posaba en la terraza refrescándola rápidamente. Aunque hubiera llegado tarde, el invierno entraba con vehemencia. Aba estaba sentada con la cabeza entre sus manos. Las lágrimas se le habían agotado y no tenía ganas de nada que no fuera la palabra, irse. Extenuada y rota por el tormento interior padecido temblaba, no tanto por el frío externo, sino por estar sola, desesperada y sin protección de nadie.

—¿Pensabas que iba a ser el malo de la peli? Decirte, yo maté a tu padre y entonces… que sucedería ¿me matarías tú a mí? ¿Cómo lo harías? ¿Llamarías a Renne, quizás a Gretta? Querías encontrarme y hablar, entonces ahora que ya me has encontrado y tienes las soluciones, dime ¿qué vas a hacer? Otto el místico. Otto al que nadie conoce. Otto el sanador. Otto el emprendedor multimillonario dueño de una compleja red de residencias para locos. Otto… Otto… —suspirando miraba hacia el oscuro cielo—. Hace años enterré el hacha de guerra, probablemente gracias a su padre, desde entonces vivo aislado. Su aparición, el sentir sus pasos en los Picos me ha hecho volver a la vida y probablemente, gracias a ello he vuelto a creer. ¡Debemos terminar con esto!

El silencio se hizo sepulcral. Temerosos, los peces de la pequeña piscina, no se atrevían a moverse por temor a romper la momentánea paz que la calma ofrecía.

—Pero, ¿por qué le tienen aquí, según usted dice, secuestrado? No lo termino de comprender. Usted es el dueño de todo esto, es el…

—¿El que inicio toda la búsqueda de la Lista Otto? Sí, es verdad, yo soy. Mi madre murió pocos años después de la guerra, creo que en 1950 exactamente. Éramos muy pobres, como la mayoría de las familias alemanas de la época. Tendría yo no más de cinco años cuando, en su lecho de muerte, me entregó un pequeño cofre donde decenas de cartas se agolpaban. Eran el posteo entre mi padre y mi madre durante la guerra. En todas esas cartas, en ninguna de ellas, mi padre nombraba la Lista Otto y tampoco hablaba de su implicación en el genocidio o cualquier otro tipo de acto delictivo pero sí hablaba de amor, de vida y de seguir adelante juntos después de la guerra. Ahí conocí, de alguna manera a mi padre pero, como para tantos hijos de soldados alemanes, tras la guerra, no pregunté nada más. Estudié psicología y me aficioné a las filosofías orientales, en concreto al Bushido. Sin recursos creé un pequeño estudio que comenzó a dar los resultados necesarios como para poder vivir dignamente. En los años sesenta mi país necesitaba ayuda para superar la devastación producida por la guerra y sobre todo ayuda psicológica para comprender el porqué de nuestra complicidad en el holocausto.

A principios de los años ochenta, un día, entró en mi consulta una preciosa dama llamada Gretta. Sacando de su bolso una joya, me dijo que me pertenecía y me la dio inmediatamente. Para alguien como yo, sin exceso de recursos, esa gema era mi salvación, así que sin entender nada, pregunté por su origen. Ella pasó a relatarme el origen de mi padre y su papel como SS en el París ocupado. Un humilde capitán que previendo la caída del Reich, intentó quedarse con una parte y así poder ayudar a su familia. Mi primera percepción fue, dinero fácil y la segunda ¿por qué no buscar ese otro resto si encima me pertenecía? ¿Difícil decir que no y mucho menos, hacer más preguntas de las necesarias? Pero no vino sola, junto a ella apareció un vulgar oficial de policía belga.

—¿René? —preguntó Aba.

—Sí, René, corrupto hasta la extenuación nos ofrecía libertad de movimientos y lo que es más importante, nos daba acceso a todos los archivos creados por los aliados con el fin de intentar recobrar lo robado. Es, en ese momento, cuando decidí vender mi alma al diablo —dijo cariacontecido.

—¿Vender?

—Las cartas entre mis padres no eran simples y sentidos mensajes de amor o de espera. Descubrimos que, dentro de cada misiva, había muchos mensajes encriptados. La razón fácil, una vez mi padre hubiera salido del presidio, su misión debiera ser recobrar todo lo escondido y las cartas, su recordatorio. Así pues, durante unos años fuimos, casa por casa y sótano tras sótano encontrando pequeños trazos de lo que fue una gran parte del gran botín pero obviamente, siempre se nos escapaba encontrar el hallazgo principal. Cansados de dar palos de ciego, fue cuando necesitamos la ayuda de un profesional, es entonces cuando René encontró a su padre. Bueno, más bien y por ser exactos, le tendimos una trampa.

—René me contó que le brindó protección tras un asunto de tráfico de armas o algo así pero obviamente, no me dijo que él mismo, fuera el desgraciado que le tendiera la emboscada.

—Sí. Puso sus huellas en un envío de armas a la guerrilla kurda. Lo increíble de todo esto es que su padre ni tan siquiera participó en la trama pero claro, explicarlo en una rueda de interrogatorio en un sucio calabazo a los turcos o a la CIA o cualquiera de las peligrosas mafias que pueblan este mundo…

—No era una opción a tener en cuenta —dijo Aba entendiendo perfectamente la idea subyacente.

Aba ganaba calor y sus pupilas descubrían poco a poco, cómo la vida reverberaba en su interior. A su vez, la claridad en sus pensamientos se desplegaba con vigor y la energía brillaba de nuevo.

—No tengo mucho tiempo, debo irme. Andreas me va a acompañar a mi antigua casa familiar en Haro. Ha cogido el coche de nuestra habilitadora y dado como viene la nochecita en la residencia, estoy segura que podremos pasar desapercibidos. Creo que sé dónde encontrar lo que buscamos.

—¿Lo sabes? ¿Andreas? —preguntó interesado Otto.

—Es un residente que se hace pasar, como yo, por enfermo. Nos conocimos en Hendaya en el funeral de mi padre y me citó esta noche en el laberinto. Parece ser que René le fichó para…

—¿Ficharle? —preguntó sumamente interesado e incluso nervioso.

—Sí, eso me ha dicho. Debe trabajar en un departamento de la comisión europea en Bruselas para recuperar todo lo robado por los nazis. René necesitaba información y gracias a su trabajo, él se la podía ofrecer. Trabajar en común, fue la propuesta. Uno investiga y une pruebas y el otro captura sobre la base anterior.

Otto pareció querer hablar pero enmudeció. Cabizbajo y pensativo, comenzó a dar vueltas sin ton ni son buscando respuestas inalcanzables a sus sentidos.

—Vaya, ahora parece que el que está perdido es el mismísimo Otto —recuperando calor en su sonrisa pero sin pretender ser mordaz.

—Hay algo… —intentó comenzar a hablar pero frenó en seco.

Metido de nuevo en ondas cavilaciones sin fin volvió de nuevo a la tierra. Logrando entresacar, de nuevo, un gesto de amabilidad, le preguntó a Aba:

—Lo siento, me he perdido un poco en tontas elucubraciones… decías, entonces, que sabes dónde está ¿no?

—Sí, en la parte antigua de Haro.

Muchas de las casas tienen pequeñas bodegas o por lo menos profundos sótanos. Se dice que algunas de ellas están intercomunicadas por pasadizos que pueden extenderse, hasta incluso fuera, del propio pueblo. Hay un lugar oculto donde, de pequeña solía esconderme y quizás, pueda ofrecernos algo de luz a todo este lío. No sé, es el único lugar donde creo que mi padre pudiera haber dejado algo si quisiera que yo lo encontrara.

—Vamos dando un paseo, te acompaño hasta el camino de vuelta.

Salieron de la pagoda, hacía una noche cerrada, silenciosa y oscura.

—Su padre encontró el tesoro y de alguna manera se lo ha comunicado a usted.

—Mataron al notario. ¿Tampoco has tenido nada que ver en eso? —fiscalizó con ojos punzantes la enóloga.

—Desconozco muchos detalles de toda la historia. Ten en cuenta que la última información que tengo me la dio tu padre y de eso, hace ya muchos años, desde entonces estoy al margen. Aun así el notario no creo que haya podido desvelar mucho. Pero por dejarlo claro definitivamente… no, no he tenido nada que ver con su muerte —enfatizando y dando credibilidad a cada una de sus palabras.

—¿Por qué no quisiste saber, es decir, si mi padre encontró el lugar por qué no te lo dijo? ¿Sospechaba de ti? —preguntó secamente Aba quien todavía no las tenía todas consigo sobre el talante de Otto.

—Hubo un momento en el que sentí que todos y cada uno de mis pasos estaban únicamente motivados por la codicia. Yo comencé mi trabajo intentando ayudar a olvidar o al menos, comprender el porqué muchos ciudadanos normales se incorporaron, sin dilación, a una orgía masiva de muerte y destrucción. Volver a situarme frente a los campos de concentración y ser, como mi padre, un nuevo cómplice y ejecutor, revolvió todas mis entrañas. Seguir yo, su misma estela, me haría también cómplice de todo ello. Esté donde esté, el botín nunca debe ver la luz —sentenció—. Además, sucedió algo inesperado que me hizo retirarme definitivamente bajo estos muros. Tras aquel suceso valoré la vida en sí, valoré mi propia vida en definitiva. Había cedido al chantaje de Gretta, cuando apareció en mi oficina pero decidí poner fin a toda esa sinrazón.

Aba percibió una dura inflexión en la voz de Otto, la cual, parecía causarle un dolor pronunciado.

—¿Qué sucedió? —preguntó sin dilación.

—Durante una época viví amparado bajo el influjo de las mieles del éxito. Empresario de moda y creador de un nueva filosofía en la gestión de residencias de reposo durante el día y ladrón consumado, junto a su padre por la noche. Dinero, disparates y poder sin control. En aquellos días un tipo se acercó a Maurice en París, supongo que tendría unos sesenta años. Según su versión pudiera bien tener cien o doscientos años de edad dado el lastimoso estado en el que se encontraba. Sucio y harapiento en un principio, simplemente intentó quitárselo de encima. Antes de lograrlo pronunció un nombre, Otto. Escucharlo removió todo su interior y obviamente, se puso en alerta. Su primera reacción fue la de pensar que nos habían cazado y bueno, esperó sin éxito que esta vez sí, la policía verdadera le rodeara. Se llamaba Marcus y según su historia fue la persona que ayudó a cruzar el tren de mercancías entre Francia y España a mi padre. Debía dedicarse al estraperlo en la frontera y por tanto, era idónea su colaboración. Tras la guerra le acusaron de traidor contra Francia y tuvo que huir para siempre de Hendaya. Lo perdió todo y eligió esconderse del mundo. Simplemente, intentó olvidar y quizás, conseguir el perdón para sus actos. Según le contó a Maurice, la única manera que encontró para lograr la ansiada redención fue proteger y guardar, de nuevo, lo que una vez pasó delante de sus ojos. Manchado por la sangre de millones de justos, allí debía consumirse hasta el final de los tiempos. Ermitaño en los montes de Bilibio cercanos a Haro, durmiendo bajo la luz de luna durante años o protegido por las paredes de la rigidez extrema de los monjes camaldulenses del monasterio de Herrera imploró obtener clemencia. Pero siempre, siempre… como si estuviera poseído, teniendo a ojos vista la bodega donde se encontraba el tesoro. Como las noticias vuelan, a sus oídos llegó, la noticia de la creación de una residencia en Posadas por un eminente psicólogo alemán. Obviamente, en su cabeza, la palabra alemán sonó de manera estridente y convendrás conmigo que dicha información, le puso en alerta porque presintió que estábamos tras la pista. Me imagino, que desde entonces, estudió cada uno de nuestros movimientos.

—¡Joder! Así es cómo encontró a mi padre —dijo sobresaltada Aba.

—Eso es. Su padre daba palos de ciego y no teníamos ninguna pista por más que robáramos aquí o allá. Incluso el propio René se mostraba ya partidario de cejar en el empeño. Incluso y para que vea, lo perdidos que estábamos, el motivo por el que creamos la residencia aquí fue patéticamente ridículo, algún gurú atolondrado nos dijo que el terreno tenía importantes dosis de geosmina.

—Pero la geosmina es un aroma no deseado en el vino —dijo concienzuda la enóloga.

—Y un aroma procedente de la tierra. Captado por los animales tienden hacia ella porque detectan que, en algún momento, encontrarán agua. Hábilmente nosotros explotamos dicho conocimiento y fue el marketing, quien hizo el resto. Ofrecimos un lugar, idóneo para el crecimiento vital. Una tierra llena de agua es un espacio puro para las energías positivas, decían los carteles.

—Pero claro, eso Marcus no lo sabía y pensó que el famoso psicólogo, había encontrado una pista y es así como da con los pasos de Maurice.

—Exacto mi querida amiga. Una coincidencia terrible pero real, desde ese momento Marcus se puso en busca de su padre y gracias a ella, usted está aquí…

—Y por ella mi padre murió.

El silencio cortó la conversación y Aba entró en pequeño trance lleno de pena y pesar. Reconocer que por un hecho tan nimio ahora su padre, estaba muerto, le hirió profundamente.

—Y ¿por qué Marcus confió su secreto a mi padre? Tenía que saber que era un ladrón y encima compinchado con usted —sin espacio para recomponerse del trance pero sabiendo que no tenía tiempo, prosiguió con su sed de saber.

—Marcus fue la persona que negoció con los nazis y él fue quien, en todo momento, sabía el destino del tren y lo que es aún peor, según su padre me contó, dentro de ese vagón, estaba el propio nazi que hizo el encargo. Por lo visto, Marcus lo dejó morir ahí dentro.

—Pero ¿por qué no fue tras el botín, hubiera sido lo más fácil, no?

—Tras la guerra sus propios compatriotas le acusaron de apoyar a los nazis. Tuvo que ser terrible para él constatar que en cada vagón, que ayudó a entrar en España, estaba la huella del genocidio y en cada madera habitaba la muerte. En esos vagones murieron cientos de pobres desgraciados, cuando no miles. Lucrarse de todo ello, hubiera sido una losa todavía más difícil de soportar. Cuando su vida declinaba fue en busca de su padre y le contó todo. Buscaba redención y paz. Maurice era una buena persona, nunca lo olvide. Marcus, le observó durante mucho tiempo y apeló a su corazón en su reunión de París, de alguna manera intuyó, que su padre iba a ser su mejor aliado. Tras ella su padre, tuvo que tomar una decisión y como puede observar, tomó la mejor.

—Desaparecer con su secreto cargado a su espalda. Desde ese momento, él se convirtió en Marcus —dijo profundamente conmovida por el gesto de su padre.

—Maurice, desde ese momento cambió. Estoy seguro… estoy convencido —parecía reflejar en cada una de sus palabras miles de emociones que ahora de alguna manera atormentaban su cabeza— que él, estuvo allí dentro. Sea el sitio que sea, el vio todo lo esquilmado. Estoy seguro que lo tocó, incluso pudo ser seducido en su contemplación pero, simplemente y ante esa visión, solo pudo resignarse y morir de pena porque en ese lugar, habitaba la constatación de la muerte injusta de millones de pobres desgraciados. Así pues…

—Prefirió mantener el secreto y un día simplemente se fue —orgullosa de su padre Aba, comenzó a llorar con lágrimas verdaderas.

Un limitado espacio de tranquilidad se abrió entre ellos. Aba se dejó abrazar por la noche, la cual y aunque pareciera lo contrario, le ofrecía denso calor. Sus ojos intentaban adivinar la luna que aunque escondida, lanzaba señales fijas y constantes de presencia que imperceptibles para todos, en ese momento, iluminaban y marcaban el camino de la enóloga.

—No termina la historia ahí y quizás y por eso, yo, desde esos días, también comencé a cambiar. Como te contaba, en París Maurice asistía a una conferencia sobre el mundo del vino…

—Yo estuve en París dando varias conferencias sobre mis vinos… —y justo recordó el comentario de Miguel el notario cuando le reveló que su padre siempre seguía su trabajo con pasión.

—Te pasa algo —dijo Otto al observar que de nuevo la tristeza invadía su blanca piel.

—No… no… sigue, por favor.

—De acuerdo. Bajo el manto de Marcus, se encontraba un niño de unos diez años. Con alguna tara irreversible de nacimiento, su destino más probable era la muerte. Marcus se lo entregó a Maurice para que este, me lo diera a mí y lo cuidara, quizás y simplemente con un fin, tomar en consideración lo que supuso, para millones de seres humanos, el sufrimiento de ser lanzados al exterminio sin tener pecado alguno. Nunca supe la relación del niño con Marcus pero el caso es que días u horas antes de irse Maurice me lo dio en custodia. Tuve un ataque de ira y me enzarcé con su padre en una pelea, en la cual y en ese momento si hubiera podido, lo hubiera matado. La codicia como obcecación solo me mostraba la luz majestuosa y única del dinero. Tras la disputa, me ofreció decirme el escondite pero a condición, de cuidar unos días del chico. Así pues, lo acogí en un primer instante pero sin realmente preocuparme por él. Y mayor fue mi discusión con Gretta, al no entender el porqué acogía al niño. Aun intentando convencerla de mi buen fin, ambos estábamos tan obcecados por el dinero que no me creyó, cosa lógica, por supuesto. No le conté nada de mi conversación con su padre pero por favor, no lo tome como algo valeroso o galante, sino simplemente porque yo ya solo deseaba el botín para mí.

»Aun así, decidimos llevar al niño a un orfanato en Francia y librarnos de él. Tener a Gretta en mi contra era demasiado lesivo para mis intereses. Es verdad y quiero contarle, que ya en esos momentos comenzaba a unirme un pequeño pero férreo germen de amistad y confianza con su padre, pero en ese momento, solo ansiaba tener en mis manos el secreto de su escondite. Así pues, nuestro plan era, tras dejar en custodia al niño, ir a por su padre y no dude que en aquel momento, hubiéramos utilizado todos los medios a nuestro alcance para sonsacarle —y con su mirada Otto hizo ver a la enóloga que eran ciertas sus palabras.

»Tras cenar en San Sebastián y ebrios como de costumbre, Gretta y yo, nos enzarzamos en una discusión, justo cuando íbamos conduciendo por los bellos acantilados entre Hendaya y San Juan de Luz. Tuvimos un horrible accidente. No nos pasó nada pero el niño salió despedido y bueno, fue terrible. Cayó por las rocas y como consecuencia tuve que correr para socorrerlo y así poder salvarle la vida. Caí —remangándose el pantalón mostró una enorme cicatriz que le atravesaba toda la pierna deformándola— y bueno, como ves… por eso no muestro todo mi cuerpo completo —intentando sonreír con la tímida broma.

—¿Y el niño?

—Bueno, le salvé, y estuvo casi un año entero recuperándose del accidente. Pero lo peor de todo fue, que al salir despedido por el cristal delantero, este cercenó una de sus orejas. Para no despertar más sospechas con la policía Gretta y yo fingimos que era mi sobrino y claro, tuvimos que darle definitivamente asilo en Los Picos de Posadas pero, desde el primer instante que puso sus pies en este lugar, se me negó todo acceso a estar con él.

Otto acentuó el peso de sus palabras las cuales, se notaba, le hacían evocar días terribles y que tiznaban de pesadillas sus sueños.

—Es en ese momento cuando comienzo a redefinir mi vida, aislarme y cuando decido no seguir con el juego. Es en ese momento cuando no hago nada por ponerme en contacto con Maurice y es en ese momento, cuando mi vida, comienza a fluir. Su padre desapareció y Gretta intuyó, que de alguna manera, yo actuaba en connivencia con él. Desde ese momento, perdí, toda su confianza. Como chantaje, Gretta definitivamente, me cerró a cualquier tipo de movimiento exterior que no fuera controlado y por supuesto, al chico.

Recuperando el resuello y volviendo a la realidad, tras tanto derroche de profunda evocación Otto, retornó al mundo de los vivos.

—Desde entonces simplemente me exhiben como herramienta de marketing. Encontrar a Maurice y localizarte, les ha devuelto las esperanzas. Ahora mismo están de nuevo de caza y no repararán, esta vez sí, en conseguir sus objetivos.

Triste y alicaído Otto, necesitaba ponerse en paz definitivamente con el mundo. Haciendo acopio de nueva fuerza resurgida tras su confesión ante Aba, cambió su tono de voz, estiró sus agarrotados músculos y se puso en marcha.

—No tenemos tiempo.

—Justo lo que llevo diciéndote desde hace un rato —dijo animada y presa de la misma energía y fuerza que Otto.

—Escúchame atentamente, debes hacer esto, por favor. Sigue estas instrucciones…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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