Otto

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Otto » Capítulo 3

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Capítulo 3

 

 

—Tu padre me dio dos opciones —las últimas palabras de Otto, sin pausa, replicaban desde su interior—, tomé una. Tras esa decisión, desde esa nueva perspectiva, obtuve una nueva oportunidad en la vida.

El camino hasta llegar al coche era relativamente corto y aunque la luz, brillara por su ausencia, no tuvo problemas en encontrarlo rápidamente. Según caminaba se sentía con más fuerza y determinación. El cambio o la nueva percepción interna era por inesperada, expectante e incluso feliz. De ser una persona más bien cohibida, tímida y sobrepasada por la situación, su ser, había mutado a otro valiente y tenaz. Hasta entonces su vida había transcurrido desde una forma relativamente cómoda, pese a los pequeños problemas que el cuidado de la viña acarrea. En cambio, nunca se había enfrentado a estadios donde, perder el umbral de comodidad a cada paso dado, era la variable más normal. Su conversación con Otto le había enraizado una nueva y fuerte simiente.

A su vez, Aba percibía que las palabras de Otto no eran impostadas, por alguna extraña razón le creía. Los verbos anudados a ideas como “debes hacer”, “me tienes que ayudar” o “nadie logrará desvelar su secreto” colmaban una conversación que, constantemente, era cortada por referencias al porqué, de sus muchos años enclaustrado.

Un Honda de color blanco, con el motor en marcha y perfectamente cuidado, esperaba a Aba en el parking.

—Has tardado mucho, ¿has visto a Otto? —la cara de Andreas no mostraba excesiva elocuencia, se notaba que estaba enfadado.

—Está loco —dijo compungida Aba—. Me ha estado hablando del Sentido Otto y el bien que produce a la humanidad. Me ha revelado su método, una especie de cóctel de filosofías orientales, dietas nutricionales y enrevesados embrujos de esos de la Edad Media, ¡un rollo! —mientras sus profundos ojos verdes se posaban en Andreas ofreciéndole calor e incluso deseo, con el fin de que fuera tragada la mentira.

—Me habías preocupado —enfatizó más tranquilo—. Tenemos unas cuatro horas hasta que amanezca y todo el mundo comience a hacerse preguntas por nuestra ausencia. Debemos darnos prisa.

—¿Y la seguridad y la puerta de entrada? —haciéndose la rubia tonta preguntó.

—Tranquila, mientras tú estabas de paseo he estado saltando vallas —mientras su sonrisa dirigía su mirada hacia los pantalones, rotos y  magullados, por tal efecto—, trepando para entrar por un balcón y así hasta llegar a la entrada. En la sala de espera hay un mando que abre la puerta principal. La administrativa de las mañanas puede abrir la puerta desde ahí, así que bueno, no he tenido problemas. He dejado ya la puerta abierta y así podremos regresar sin problema y mañana lo acharan a los desordenes producidos por la fiesta. Sobre la cámara de seguridad, he desconectado la que hay en la salida, en el porche —y con sus manos señaló una cámara que permanecía escondida tras unos arbustos— y la de la propia entrada principal.

—Vaya, veo que lo tienes todo controlado —manifestó dubitativa.

—Muchos paseos y muchas sonrisas cómplices, me ayudaron a tener una visión exacta de la residencia.

—¿Aún había gente en el salón? —preguntó Aba.

—Sí. Creo que la cosa va para largo —mientras una sibilina sonrisa amanecía en su cara—. Esta noche hay cierta relajación en las normas y bueno, se sirve algo de alcohol, lo cual hace que la desinhibición sea la reina de la velada.

—¿Y tú crees que eso debe ser así? No sé, no me gusta esa forma de curación.

—Bueno, supongo que eso mismo le habrás dicho a Otto en vuestra larga conversación ¿no? —esperando que la enóloga acusara el dardo implícito a su pregunta.

El coche salió sin problemas del ámbito de la residencia y en minutos sobrepasaba Ezcaray para tomar la carretera que daba a Santo Domingo de la Calzada. Mientras conducía Andreas hablaba, sin parar, sobre sus miles de aventuras estando tras la pista de la Lista Otto. Para Aba, tanta verborrea denotaba, exceso de nerviosismo y ansiedad.

— “Obviamente sospechas de mí. ¡Pues claro y yo de ti! Paso de momento, de decirte nada guapito” —se decía a sí misma para quien en su fuero interno la sospecha sobre el holandés, se anclaba cada vez más y más, profundamente arraigada.

En el trayecto Aba fue recordando las múltiples historias que Otto le había contado.

—Supongo que la información obtenida de cada paciente, dependiendo de su interés, era luego entregada a mi padre ¿no? —había preguntado con esmero detectivesco la enóloga.

—Sí —dijo Otto muy a su pesar—. Si en un principio el único fin era, encontrar rastros de la Lista Otto por nuestros propios medios, poco a poco comenzamos a pensar en crear otros modos más rápidos, fáciles y sobre todo sencillos. Estar exponiéndonos en la búsqueda constante de nuevas bases de datos más lo que suponía, el acceso ilegal a mansiones o castillos, era obvio que al final nos hubiera cazado la policía. Realmente Gretta tuvo una idea magnífica, no puedo negarlo. Elevamos los precios a la enésima potencia ofreciendo un servicio exclusivo y una experiencia filosófica, mística y curativa digna de reyes. Nos dirigíamos a un público habituado a esos entornos de ostentación y búsqueda de la diferencia. Estaba claro que por esa diferencia y dicha exclusividad iban a pagar oro. Poner nombre a todo ello como, el Sentido Otto, fue una gran idea de marketing y como modelo de negocio, un éxito. Hacer que cada paciente nunca abandonara la residencia, establecer la Fiesta del Fuego en cada solsticio y la posterior purga fueron, de nuevo, grandes ideas de Gretta. Lo importante era fidelizarlos y que realmente nunca llegaran a curar ninguna de sus adicciones…

—De ahí la Fiesta del Fuego —interrumpió de nuevo Aba.

—Eso es. Tras la noche las conciencias hablan y determinados médicos se ocupaban que pacientes escogidos cayeran en la más absoluta depresión.

—Un bucle, justo cuando me voy a curar…

—Te condeno de nuevo, sí. Y si luego alguien no atiende los pagos… Gretta aparecía serena, amable y conciliadora. “No te preocupes” les dice siempre “puede haber otros métodos…” Ese despacho que tú, hábilmente supiste reconocer su uso, contiene en sus ordenadores una ejemplar base de datos de todas las grandes fortunas de Europa. Ahora, la Lista Otto ha mutado a un enorme catálogo de nuevos nichos a explotar, es decir, volver al origen que ideó mi padre. ¿Quién tiene qué y dónde?

Reflejos de la residencia se vislumbraban rompiendo la profundidad de la noche. Un búho quiso alertarles con su presencia y algunos limacos intentaban cruzarse en su caminar aprovechando la humedad del terreno.

—Has hablado antes de médicos, quieres decir que en esa captación de información ¿tienen algo que ver los habilitadores? —preguntó alterada Aba. La sola idea de pensar que Úrsula o Isabel siguieran sus pasos o lo que es peor, que una de ellas fuera la que dejó el recorte de periódico en su habitación le inquietó fuertemente. De alguna manera había comenzado a tener cierto cariño por ambas y esa sensación de engaño y temor le perturbaba.

—Sí y no. Es decir, ellas son las que administraban los tiempos y las altas. Pero determinados diagnósticos solo son emitidos por algunos médicos fieles a Gretta. Ambas y todo el resto del equipo médico no están a favor del método curativo del Día del Fuego pero, como te he dicho antes, hay causas mayores que hacen que se necesite que muchos de los presentes reincidan en sus adicciones y pasiones. Por tanto, no saben nada de los hilos que se mueven por detrás pero están formadas y enseñadas para alargar los plazos de curación o por lo menos, cuando a sus manos llegan determinados itinerarios curativos, callarse. Con lo cual y de alguna manera sí que son un poco cómplices. En el Reich alemán, sucedió un poco lo mismo, aunque fueron muy pocos los que cerraban las puertas de las cámaras de gas, todo el pueblo sabía lo que sucedía tras los alambres electrificados de los campos.

—Isabel y Úrsula no creo que estén de acuerdo en este tipo de métodos…

—No, no lo están pero bueno y entonces qué, enfrentarse a Gretta o enfrentarse al mismísimo Sentido Otto. En todas las empresas hay personas disconformes con sus procesos internos y ellas, aunque no estén del todo alineadas tampoco nunca opusieron resistencia.

“Es verdad”, afirmaba la mente de Aba. La mayoría del cuerpo profesional del centro no estaba muy por la labor de seguir a rajatabla todas las instrucciones del centro pero el éxito y el crecimiento, no les dejaba huecos para plantear quejas. El absoluto control con el que Gretta dominaba todo el complejo hacía imposible cualquier atisbo de mínima rebelión. Recordando las caras de Isabel, Úrsula o Gustavo comprendía que, en su interior, había miles de emociones a poder desarrollar pero, eran imposibles de hacer eclosionar bajo el yugo de Gretta.

Parados y despidiéndose, Otto preguntó:

—Y tú, ¿crees realmente que existe un Sentido Otto?

Las caras de ambos eran un poema. Demacradas por las intensas emociones vividas, en la confesión y exteriorización de cada instante, intentaban mostrar esperanza en la despedida.

—La verdad es que empiezo a generar sensaciones sin nombre pero, aún no estoy tan avezada, como para poder expresarlas. De momento solo puedo responderte eso ¿Cómo era mi padre? —preguntó cambiando taxativamente de tema.

La reflexión se hizo eco en la mirada de Otto. Años viviendo en soledad le habían martirizado en exceso, ahora simplemente en paz, cada palabra expresada era estimada como un regalo.

—Al entrar hace un rato en mi casa —Aba seguía recordando cada una de las palabras dichas por Otto— las llamas de las velas tintinearon. Quizás se asustaron de tu presencia o simplemente me predijeron cautela. Cuando tu padre, años atrás llegó hasta mi puerta, sucedió lo mismo. Las velas sintieron la nueva fuerza, el nuevo tiempo de decisión que llegaba. Las velas, desde entonces, marcaron ya mi destino.

—¿Entonces?

—Como tú desplegaba vida, garra y energía. Era inteligente, realmente era un tío terriblemente inteligente. Se parecía a ti, cabellos rubios y ojos verdes, tenía las manos de un pianista y el corazón de un león. El último día que le vi, sentados ambos y tomando un té me dijo “Tomé una decisión. Quizás pudiera mentirte diciéndote que estuve sopesando durante días pros y contras, pero fue fácil e incluso rápido. He elegido salvar lo poco que queda de mi familia y creo haber hecho todo lo posible para lograrlo. La única persona que va a poder dar con el escondite serás tú y tengo también claro cuál será tu elección. Ambos nos vamos a recluir de modo eterno. Simplemente te pido, porque confío en ti, que siempre veles de mi bien más preciado, mi hija”. En aquel momento no le entendí, como te dije pero hoy, doy gracias a Dios por no haberle matado en ese instante.

De nuevo el silencio, el pertinaz frío de la noche se posó en su conversación. Sin tener lágrimas para llorar, más las internas que el alma procura, Aba lloró desconsolada.

—Y después encontraron a mi padre —rehaciéndose rápidamente de nuevo.

—Eso es, su padre murió asesinado y todo, volvió de nuevo, a convertirse en una vulgar cacería donde la nueva pieza a abatir, eras tú. Alertado, decidí intervenir porque tu padre depositó su confianza en mí —perdiendo su mirada en el oscuro cielo concluyó—. Creo totalmente en la misión que a ambos, nos fue encargada.

Aba, antes de despedirse, se había abrazado con Otto y con profundas sonrisas, no exentas de emoción, intentaba autogenerarse calor ante las dificultades que las próximas horas traían.

—Pensé que eras el malo de la peli —dijo la enóloga con sentida melancolía—. Pensaba que al verte un tipo raro y complejo, peligroso y lleno de odio se enfrentaba a mí…

—¿Y? —le cortó expectante ante su respuesta.

—Bueno, llevaba razón, eres el malo de la peli —manifestó sonriendo—. Gracias por no delatarme y ayudar a mi padre.

—No, solo he ayudado en una mínima parte. Mis esfuerzos durante todos estos años han sido para restablecer el honor de mi familia, mancillada por la locura fanática, del nazismo. He ayudado a esas miles de personas que una noche, sentadas en sus casas alegremente cenando, se vieron invadidas por hordas de animales despojándoles de todo y enviándoles a las cámaras de gas. He ayudado a esas personas que hacinadas iban en vagones, sin espacio y sin comida y que, despojadas de cualquier condición humana eran lanzadas a la muerte sin la más mínima consideración. He ayudado a la raza humana en pos de que no olvide y no se deje endilgar por los muchos que dicen ahora que nada sucedió. Simplemente he pintado mi torso de rojo, como barrera, para que ayude a perdonar nuestro horrible pasado o para que al menos, pueda yo descansar en paz. Los Picos de Posadas deben cambiar y esa tiene que ser tu misión cuando esto termine.

—¿Sabes? Pensaba que yo era pura fuerza y orgullo, pasión y tesón. A veces incluso por encima del bien y de mal. Pero ahora comprendo que para morar en las mallas de la vida tal y como yo creo hay que arriesgar para crecer más. Gracias a esas dudas, se coló René y atacó mis cimientos. Ando reconstruyéndome y bueno, comienzo a saber decir que no. ¡Qué puto rollo el de la asertividad esa! —y su mente se retrotrajo a la bodega cuando con el policía fue fácil presa de sus deseos—. Solo puedo decirte que hay algo que se mueve por dentro de mí. Tampoco quiero ser como las cabras que cada día saltan una valla pero es verdad que, roto el primer umbral de comodidad, mi cuerpo comienza a exigirme más y más. Comienzo a saber muchas cosas de las que habitan dentro de este enjambre. Hasta ahora cada uno me ha dado su verdad, intentando con ella, tratar de engañarme. Incluso, espero tú no lo hayas hecho ya. Si es así, sabes que estoy cerca de descubrirlo todo. Es verdad que comienzo a ver, que como mi padre, puedo elegir un camino u otro pero sabes, lo mejor de todo es que tengo la sensación de elegir yo y eso es algo que me está llenando de bellas sensaciones, difíciles de poner nombre en estos instantes. Así pues, tranquilo que optaré por el mejor camino y si mi padre, estuvo orgulloso de mí durante toda su vida… no seré yo, quien ahora, sea lesiva para los intereses de los Deschamps —mirándose a sí misma con altivez pero con tímido sonrojo por el rollo que se había marcado, flipada por sentirse tan feliz y con la piel de gallina al, tras muchos años, apropiarse y declamar con orgullo lo que siempre fue suyo, su apellido.

—“Cuando se ataca no se ha de despreciar el buen momento. Esperando el buen momento, no se debe despreciar el ataque”[19]. He estado años esperando el buen momento pero no tenía armas para vencer y poder enfrentarme a la adversidad. Ahora las tenemos mi querida hija de Maurice.

El silencio en el coche era denso y aunque de vez en cuando Andreas, intentaba sacar un tema de conversación este, era recibido con desdén. Las abstracciones de Aba, le hicieron pasar por alto que circunvalaban Santo Domingo y que el coche les acercaba a Casalarreina, como prólogo de Haro. La carretera solo era iluminada por los haces de luz de los faros, los cuales, iban descubriendo un paisaje tétrico y sombrío marcado, por la entrada del invierno.

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