Otto

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Capítulo 4

 

 

—Bueno, pues ya hemos llegado. Justo ahí delante está el Palacio Paternina, la verdad que desde hace años este pueblo tiene un brillo especial. La pasión por el vino comenzó hace mucho tiempo al llegar grandes bodegueros franceses a Haro. Hubo muchos problemas en sus viñas por la filoxera…

—¿La qué…? —preguntó confuso Andreas despertando de su letargo.

—Bichos —sonriendo amistosamente—, es decir, sufrieron una enorme plaga de insectos… la filoxera es una especie de pulgón parásito de la vid —intentando ser lo más pedagógica posible—. Dada la magnitud de la catástrofe buscaron una nueva tierra, similar a la suya. Es así como llegan a La Rioja y es así cómo, nos contagiaron su pasión y su talento enológico.

—¡Vaya! Estás viva —sonriendo gesticulaba Yuls mientras conducía—. No me has hecho caso desde que salimos de Los Picos. La verdad, comenzaba a pensar que este viaje era un absurdo.

—Lo siento —ofreciendo una amable y cameladora sonrisa—, estoy un poco desbordada. La conversación con Otto ha sido frustrante y la situación creo que me ha sobrepasado ya definitivamente.

—Pero Otto, se ha portado mal contigo o realmente ¿qué te ha dicho? —se notaba que, ansiosamente, buscaba información.

—Me hablado de los orígenes de los Picos y de su misión con las personas necesitadas de…

—Sí. Eso ya me has dicho antes y de que nada era realmente relevante pero ¿te habló de tu padre? —preguntó sin atender el inicio de respuesta de Aba—. Siento mis malos modales —observando la mirada de sorpresa y casi estupor que se reflejó en su compañera— pero cuanto antes descubramos lo que hay detrás de esta locura, mejor para todos nosotros. Tengo la sensación de que todo va mal últimamente.

—Tranquilo. Todos estamos realmente alterados estos días pero como te he dicho no hay nada más que contar.

Aba intentó hacer un relato de los hechos no demasiado alejado de la realidad. Cualquier historia enrevesada hubiese sido descubierta por Yuls. Así pues y para no verse pillada obvió lo que consideraba realmente relevante pero no escatimó en detalles sin importancia. Le comentó que su padre tuvo una fuerte discusión con Otto por el reparto de los beneficios de lo incautado y que esa fue una de las razones por las que se fue. En algún momento Otto sintió que Maurice se estaba quedando con una mayor parte del botín o por lo menos, no compartía toda la información significativa con respecto a la Lista Otto. Sospechaba que la huida de Maurice era una simple estratagema para que el olvido sepultara todo.

Mientras relataba los acontecimientos observaba la cara de absoluta concentración con la que Yuls escuchaba cada una de sus palabras, sin hacer preguntas, tragaba cada palabra como si fuera la última que iba a escuchar en su vida.

—Y Otto, ¿no le mencionó donde pudiera estar el resto o alguna pista al menos? Me refiero que Maurice, entonces, nunca llegó a decirle nada de su paradero ¿no?

—No y supongo que ahí comenzaron las fricciones y los celos. Pienso que Otto tenía y tiene absolutamente claro que mi padre conocía el lugar exacto donde se encontraba. Haro tiene una estación de tren colocada expresamente para favorecer las labores logísticas de las bodegas, por lo tanto, ahí desembarcó y desde allí comienza la investigación. No creo que disten muchos metros entre la estación y donde esté oculto, pero eso lo sabes tú, lo sabe René, Otto, incluso yo que soy nueva en esto. Supongo que mi padre aprehendió algo del total, lo cual le generó dividendos suficientes para desaparecer y sobre todo vivir. Sabiendo o presintiendo eso, Otto le puso una trampa esperando volviera a recoger algo más para seguir manteniéndose. Ya sabe que codicia y dinero suelen ser inseparables amigos de viaje. Esa trampa hizo efecto cuando, tras los años, mi padre regresó.

—Ah pero ¿regresó? Y eso ¿cuándo fue? ¿Este pasado verano? —preguntó con inusitada avidez Yuls.

—Bueno es una conjetura mía, pero imagino que es lógico porque obviamente necesitaría más dinero para vivir — “cuidado tía que te está buscando” saltó como un resorte la alarma neuronal de Aba.

—Sí, supongo que puedes llevar razón.

—“No la llevo pero no te voy a dar el placer de que me caces tronco” —pensó feliz desde su rol policial—. En fin, el resto puede ser relativamente sencillo. Desde años atrás Otto tiene pensada una trampa para cazar a mi padre y esta, un día da resultado y bueno, todos sabemos cómo termina Maurice. Si no, ¿cómo piensas que da con su paradero? — “te toca ahora a ti responder” irónica y plácidamente sonreía su mente.

—Sí, supongo que esperó a que regresara —lacónico afirmaba.

—El resto, bueno… pues como ya sabes. Yo asistiendo sin razón alguna, al funeral de un señor al que prácticamente no sabía ni quien era —“¡Toma ya! Qué bien me ha quedado. La enóloga detective Deschamps en perfecto estado de funcionamiento”. Se dijo exultante.

—¿Otto le dijo que había matado a Maurice? —en su mismo tono gris y casi apagado, sin dar énfasis a nada pero observando al milímetro cualquier cambio en la gestualidad de Aba, preguntó Yuls.

—No, pero lo dio a entender constantemente. Va de gurú, de hippie y de postmoderno. Tenerme delante, soltarme el rollo de la paz y la bondad eterna del ser humano y después decirme que había matado a mi padre, pues la verdad, no creo que hubiera sido la mejor idea. Es un tío listo, veladamente y en momentos de la conversación, era obvia su intención de ponerse la medalla.

—¿Y no intentó matarla a usted? ¿No intentó sonsacarla? Si es tan agresivo como dice lo normal es que pensara que su padre le había hecho llegar el conocimiento del lugar ¿no? —mirando a Aba con una sonrisa maliciosa que partía de su oscuro mundo interior.

—He dicho listo e inteligente pero nunca agresivo —matizó.

Aba estuvo a punto de continuar hablando pero seguía sin tener claro a quién representaba Yuls. Hasta no tener esa duda resuelta, sus sensaciones, le obligaban a mantener el mayor de los recelos. Recordó a Otto. Recordó las frases que jalonaban cada una de sus largas descripciones y pensamientos. Confinado en aquella casa, esperando a que cada momento fuera el último y en el que quizás, un día cualquiera, de un coche descendiera un matarife, cuando su presencia, ya no fuera necesaria para nadie.

Las calles de Haro les recibieron solitarias. Luces amarillentas iluminaban el asfalto haciendo recordar que sobre sus aceras, pronto la vida, sería retomada. Mientras, algún gato, que a sus anchas gobernaba los espacios se cruzaba altivo, denotando, quién era el propietario de la noche en ese momento. El hermoso palacio barroco de la plaza de la Cruz quedó a su izquierda y en seguida, llegaron al destino.

—Lucrecia Arana. Esta es mi calle, aquí vivía cuando era pequeña. Sea lo que sea que busquemos y si, tal como dices mi padre me dejó una señal, esta, se hallará aquí dentro. Aparca ahí —ordenó resolutiva Aba.

—Es bonito —dijo Yuls al observar el edificio donde justo habían aparcado.

—Es el Palacio de Tejada. Creo que es plateresco, me gusta lo sobrecargado que está. La verdad es que Haro siempre ha tenido cierto estilo y categoría. Fíjate todas las balconadas de la calle, son realmente bonitas, típicas de aquí, las de la calle de La Vega son magníficas…

—Sí… bueno otro día haremos visita turística —cortó algo borde Yuls enfatizando que sus nervios eran los que realmente hablaban—, ¿tienes las llaves?

Como en muchos pueblos, a eso de las tres y media de la mañana, el silencio era sepulcral. Noche cerrada, frío intenso y recias paredes de piedra que, como únicos testigos, eran cómplices de cada movimiento.

—Es ahí enfrente —mostró con su mano Aba.

La casa había pertenecido al conjunto del Palacio de Tejada. Siendo utilizada en los primeros tiempos como lugar de aperos o caballerizas fue reconvertida, decenas de años después, en almacén de suministros. Ahora, situados ambos frente a ella, simplemente era una puerta cerrada y abandonada al paso de los años.

—Espero que esta llave sirva —dijo con sigilo Aba.

Tras varios intentos y a regañadientes la llave entró. A simple vista, era obvio, que el lugar ya no tenía ningún cometido dado su aspecto sucio y destartalado. Aba cerró la puerta y una cierta sensación de claustrofobia y ahogamiento se desparramó sobre ella. Tras encender dos potentes linternas dieron luz a lo que en tiempos pareció ser un espacio para el almacenamiento de material eléctrico. Enormes bobinas para transportar cables se dispersaban en el camino haciendo complicado el tránsito. Alternadores, sogas, escaleras, contadores, variadores de frecuencia, transformadores de diversas intensidades, pinzas amperimétricas y un largo etcétera, diseminados por doquier, eran abrazados por el polvo.

—De pequeña vivía en el primer piso  —compartiendo la complicidad con Yuls—. Recuerdo que en épocas de fuertes inclemencias meteorológicas, tendía a irse la luz con cierta frecuencia. No sé por qué pero constantemente nos llamaban a casa. Supongo que pensaban que podíamos bajar y apretar la tecla de encendido —dijo cínicamente la enóloga.

Poco a poco se fueron internando en la cavidad del almacén, el cual era alargado y estrecho. Las sombras se alargaban produciendo imágenes en las que, cualquier empresa de efectos visuales, seguro pagaría su peso en oro por ellas. Una especie de enfangada babilla verdosa, provocada por la humedad, hacía que sus pies se pegaran al suelo. Finalizando su tránsito por el alargado pasillo, dieron con unas escaleras que se precipitaban hacia una cavidad inferior.

—Es por ahí. Estamos solo a unos metros —enfocó Aba con la linterna.

—¿Hacia dónde conduce esto?

—La mayoría de las casas de la parte vieja de Haro están interconectadas por pasadizos. Dicen que servían de huida en épocas antiguas y algunos de ellos, en concreto, llegan hasta pueblos cercanos.

—Bueno también puede servir para esconder algo.

—Y que se conserve, en el caso del vino es un sitio realmente ideal.

—No me refería al vino exactamente —Yuls permanecía absorto en sus meditaciones.

—Puede ser. Son angostos y lóbregos y alguno, como este, asquerosamente sucio —haciendo una mueca de asco al observar los restos putrefactos de lo que fue una rata.

—Sigamos —insinuando, con manifiesta constancia, de no atender mucho las explicaciones que con cariño, iba ofreciendo la enóloga.

—Vaya veo que estás muy borde. Tranquilo tío que ya llegamos.

Llegaron hasta lo que parecía ser una sala donde una alargada bóveda de cañón les daba la bienvenida. Las paredes rezumaban humedad y pequeñas plantas crecían en las oquedades de la piedra. Aunque el olor era nauseabundo la temperatura estaba sostenida, provocando incluso, calor.

—¡Huele fatal! Esto se ha convertido en un cementerio de excrementos—expresó con vehemencia la enóloga.

Al fondo de la misma sala aparecía lo que era una especie de verja de hierro que con los años se presentaba enmohecida y prácticamente, alejada de cualquier uso. Enfocando con las linternas, nada pudieron observar.

—¿Nos acercamos? —resultando la pregunta de Yuls, más una orden que una petición.

Los ojos y su mirada, desde hacía minutos, habían cambiado. Aba percibía sensaciones distintas en su compañero las cuales, le preocupaban. Distancia, a pesar de estar a menos de un metro e incluso temor, por el sesgo con el que acompañaba muchos de sus gestos. Cada paso que daba era escrutado milimétricamente. Muchas veces, dándose la vuelta, se encontró, con que las manos de él buscaban, desenterraban o abrían supuestas estancias secretas donde poder encontrar cualquier pista posible y necesaria para sus fines.

Cada pisada que daban era respondida por el sonido de agua estancada que, con el paso de los años, había generado pequeños e incómodos ennegrecidos charcos.

—Bueno, vamos allá —dijo Aba frente a la puerta—, creo que lo mejor es que dejemos sobre esas sogas una linterna, parecen secas y así podremos iluminar un poco todo. Con la otra iluminaremos el interior y en fin, a ver si encontramos la cueva del tesoro —y le guiñó un ojo, esperando se hiciera eco del sarcasmo sin obtener resultado.

Tuvieron que trabajar juntos en forzar la verja ya que, como preveían, estaba enganchada al suelo. Tras varios esfuerzos lograron que esta diera muestras de querer negociar y en segundos, se mostró, abierta de par en par. Tenso silencio se hizo de nuevo eco en el lugar. La oscuridad impregnaba el espacio y las sensaciones de Aba, no eran nada alentadoras. Quizás hubiera algo o quizás no, realmente eso no le preocupaba sino, más bien, la actitud de Yuls quien, desde hacía ya demasiados minutos seguía ausente. Como un perro de caza que al olfatear la presa muta su estado poniendo el cuerpo en tensión, así estaba al imaginar, tras la pared, el botín.

—Si quieres entro yo primero —dejó caer Aba.

Sin dejar que terminara la frase sintió que había cometido un error. Sin ofrecerse una mínima explicación razonable por dicha conjetura, pensó que dejaba su espalda, libre de protección. No había nada que advirtiera de indómitos peligros pero en cambio, el temor arremolinaba sus sentidos.

Las paredes iluminaron un universo totalmente diferente y desconocido a lo anteriormente visto. Un pequeño calado de unos cinco metros de profundidad se presentaba ante sus narices.

—¡Encontré el tesoro! —gritó Aba sonriendo.

—¿Cómo? ¿Qué has encontrado? —respondió rápidamente Yuls rompiendo su aislamiento.

—¡Setas! —riendo abiertamente—. Mi padre plantó, cuando era pequeña, un par de sacos de setas. Supongo que igual quería montar un negocio nuevo —su tono seguía marcado por divertida sorna—. Este espacio es el mejor para el desarrollo de los hongos. Ya sabes, humedad, condensación, temperatura sostenida… ¡Vamos! Un paraíso para ellas. Así pues la naturaleza hizo su trabajo y como ve, muy bien por cierto, ahora está esto lleno —mientras, enfocando con la linterna hacía una panorámica de su localización—. Me da el pálpito que no son una delicia gastronómica —matizó—, pero igual Gustavo puede hacer algo.

—¿Y eso? —señalando Yuls con la linterna.

—Vaya, sigues sin darme bola ¿eh? Eres un tipo extraño Andreas o Yuls o como leches te llames.

Señalando al fondo, una serie de botellas de vino, se divisaban. No supondrían más de tres o cuatro decenas pero estaba claro que allí estaban. Alguien, en su momento, quiso colocarlas con esmero para que, con el paso de los años, el tiempo de alguna manera, las respetara.

Las sombras emitían poderosas siluetas dentro del calado. Las setas se alargaban e imitaban ser poderosos árboles y cada objeto, por pequeño que fuera, tendía a ser poseído de vida propia formando ingeniosas formas. Agachada, Aba, casi gritaba de felicidad, sorprendida por lo que veía.

—¡Son los vinos que mi padre fue coleccionando! Aquí hay autenticas barbaridades de hace decenas de años. ¡Miré, fíjese! Conde de los Andes, Paternina, Gomez Cruzado, Lopez Heredia, Muga, Carlos Serres, Rioja Santiago, Bilbainas, CVNE, la Rioja Alta… —un largo etcétera se iba abriendo ante sus ojos y por cada nuevo descubrimiento el grito de deleite y felicidad era mayor—. Algunas son casi como si fueran incunables, como esos libros de la Edad Media, llenos de historia pero repletos de vida. Hemos descubierto la Capilla Sixtina de mi padre.

—Pero esto no es lo que buscamos. Déjalo, debemos irnos e ir a por otras cuevas o pasadizos subterráneos. Antes has dicho que esto estaba lleno de ellas, ¿no? ¿Es posible que tu padre pudiera tener algunos otros sitios ocultos? ¿Lo recuerdas?

—Me estás empezando a cabrear bastante con este tonito Yuls. Además, no entiendo este interrogatorio.

De alguna manera la tensión iba creciendo a cada paso que daban. Yuls estaba frenético. Movía y removía cajas por doquier intentando encontrar nuevas señales que dieran pistas definitivas. Al no descubrir nada que le otorgara una mínima victoria, resoplaba y carraspeaba, aumentando su irascibilidad. El tiempo pasaba y el éxito que para Aba supuso encontrar los caldos de su padre para él, en cambio, eran pura pérdida de tiempo.

—¡Mira! —gritó haciendo que la tensión decayera en ese mismo instante—. No lo había visto al no haberlo enfocado con la linterna pero allí hay una especie de baúl —mientras el haz de luz mostraba un ennegrecido mueble, casi desvencijado por la agresión de mohos y humedades.

Ambos se acercaron. Sellada estaba su cerradura con lo que tuvieron que ayudarse de una barra de hierro para forzar su apertura. Al abrirlo, lo primero que vieron fue un Romanée-Conti del 1941, un Beaune Clos de Mouches de 1938, un Clos Blanc de Vougeot de 1940 y un Nuits Château-Gris de 1929. Perfectamente conservados, al estar lacrada su estancia al exterior, el paso del tiempo no les había afectado.

—Y ¡fíjate por Dios! —exclamó extasiada la enóloga mientras comenzaba a mirar uno por uno—. Yo pensaba que era simplemente una bobada que me contabais pero es real ¡madre mía! Esta botella es un champán que se etiquetó exclusivamente para la Whermacht, es un Domaine Pol Roger —extasiada miraba la botella una y otra vez—. Es verdad por tanto, algunos bodegueros franceses con tal de congraciarse con las fuerzas de ocupación etiquetaban sus botellas con el nombre de “especiales para la Whermacht” pero ahí estaba la trampa, eran realmente vinos de baja calidad. Por un lado intentaban no meterse en líos con el enemigo pero por otro lado, escondían los mejores champanes de sus zarpas. ¡Así que es verdad! —repetía una y otra vez —. Escondido el vino en falsos suelos o paredes, en tejados o mil sitios alejados a la vista de los nazis, para que no se los llevaran. Y yo que no me lo creía —suspirando de emoción y placer, al tener frente a sí, semejante colección de vinos.

Aba estaba casi en estado de trance. En su vida había tenido en sus manos semejantes joyas de la historia enológica mundial. Los Château Cos d´Estournel, Château Aut-Brion, Châteauneuf-du-Pape, Hermitage, Mercurey, Chambertin, Bonnes Mares o los Mouton-Rothchild, todos paridos en el anterior siglo, se paseaban por su campo de visión como si fueran llamadas del pasado clamando por ser rescatadas. Los “oh” alborozados y llenos de emoción daban pasos a otros largos “ah” al descubrir otras nuevas, que incluso para ella, eran desconocidas. El gozo y la ventura le dejaron en un estado casi místico cada vez que observaba una etiqueta o solo cuando, con sus dedos, rozaba cada una de las botellas. El éxtasis se visualizaba con fuerza en sus ahora, vibrantes ojos verdes.

—¿Y quién se lo contó, además de yo mismo? —errático preguntó Yuls.

—¿Cómo? —interpeló al no percatarse casi ni, de la propia pregunta.

—Sí, ha empleado el plural.

—Sigo sin entender muy bien qué quieres decir.

Aba comenzaba a detectar que había metido la pata en algo aún ignoto para ella. La admiración ante lo descubierto nubló su constante estado de alerta.

—Sí —Yuls intentaba sonreír sin conseguirlo. Disimulando y mostrando vanos intentos de mostrar tranquilidad y cordialidad, no pasaban inadvertidas sus intenciones—. Has dicho antes que hace poco alguien te habló de estas etiquetas “trampa”, por llamarlas de alguna manera, quiero decir.

—Sí… sí claro. Me lo has contado tú antes ¿recuerdas, no? y sí, recuerdo haberlo escuchado en algún foro de estos que asisto de brujería para los enólogos —sabía que tenía un problema, así que mostrando su mejor sonrisa y la primera idea que se le pasó por la cabeza buscaba salir del brete.

Yuls no picó el anzuelo y su mirada, si cabe, se hizo más incisiva. 

—Pero… no sé Aba, me has dado la impresión de que has hablado con otras personas sobre esto y…

—Vaya —dijo alterada sin poder disimular la sorpresa y cortando e intentando cambiar rápidamente el sesgo de la conversación.

—¿Sucede algo? —preguntó sobresaltado al observar el profundo gesto de la enóloga.

—No nada, vi una botella, difícil de encontrar para todos en aquel tiempo.

De nuevo sintió que sus nervios le estaban jugando una mala pasada y por simple intuición, debía reponerse rápidamente.

—Aquí todas son realmente joyas. Es un Musigny, la verdad que de este solo tenía referencias lejanas —y mostrando y ofreciéndole la botella intentó volver a rellenar el espacio de mutua confianza.

Sin disimulo y con rapidez, palpó el pequeño papel que siempre le acompañaba. Recordó su mensaje y sintió que algo no cuadraba. De alguna manera necesitaba la presencia y el calor cercano de Maurice. Anclado bajo su camiseta por unos imperdibles, permanecía sin peligro aparente. Al tocar su legado, al sentirlo recuperó cierta seguridad y tranquilidad. Recordó que en esas pocas líneas, se definían el nombre de seis de las mejores botellas francesas de la época. Tumbadas en el suelo, frente a ella solo había seis. “Pero papá son doce. Dos botellas de cada dijiste ¿verdad?” su mente, necesitaba esta vez, conclusiones exactas. Aun así, alborozada, descubría que de alguna manera todo, por fin, comenzaba a tener sentido. Casi emocionada se decía “gracias por no mentirme papi”. Su mente se aceleró e intentó volver a su anterior estado de concentración. No podía permitirse más errores y mucho menos exteriorizar lo que su mente preguntaba. “De acuerdo tengo que buscar sus pares pero y ese click ¿qué significa? y… ¿quién dices que me puede picar?”. Sus ojos se levantaron observando con preciso detalle todo a su alrededor.”¿Las ratas? Entonces, el resto está aquí escondido por las ratas pero, ¡joder, las ratas muerden, no pican! Puf se me está yendo la pinza”.

Memorizado el testamento y ahora repasado de nuevo, no podía encontrar nada que delatara más información o pistas sobre el paradero de las otras. Había llegado muy lejos. Estaba claro que la historia de Maurice era cierta y que Otto era su aliado pero también era cierto, que le faltaban muchos pasos por dar. Como el juego del gato y el ratón debía volver a revisar toda su vida buscando lugares, pistas o espacios donde su padre hubiera podido guardar el resto. Visto lo visto, si daba con las otras seis, encontraría el tesoro. Por primera vez en su cabeza comenzó a aparecer, la secuencia de palabras tan nombrada por todos “Y entonces el vagón del tren del muelle de carga de la estación ¿adónde fuiste tío?”. Imbuida en semejante abstracción no reparo en un fugaz movimiento que las sombras señalaban. Sus ojos, atentos, captaron cómo la silueta de Yuls enfocada frente a la pared, hacía acción de levantar un brazo. Sujetando algo, pretendía golpearla. “¡Joder pero qué leches!” —alertada pensó.

—¡¿Qué haces?! —Aba se enfrentó a sus ojos, los cuales adoptaban el negro presagio que los últimos bosquejos de su disfraz mostraban, la muerte.

Azorado al verse sorprendido intentó zaherirse evadiéndose con disculpas que, llenas de nervios e incoherencias, le delataban aún más.

—Nada, simplemente iba a tocar tu espalda para irnos. El efecto de la luz hace que las sombras parezcan alargadas y tenebrosas. Siento que con este disfraz parezca una especie de Conde Drácula a punto de lanzarse a por una doncella —aduciendo amargamente una pesarosa sonrisa.

—No me ha dado esa impresión pero es verdad que las sombras producen efectos indeseados.

Quizás llevara razón Yuls y simplemente, sus nervios, habían comenzado a pasarle factura mostrando escenas idealizadas e irreales. Aun así, desde ahora en adelante nunca debiera bajar la guardia. Demasiados errores para su excursión nocturna. En su fuero interno reconocía, que muchos de sus silencios eran interpretados como una especie de omisión en pos de no ofrecer mayor información, con lo cual el riesgo, fuera del tipo que fuese, aumentaba.

—Esto no es lo que buscamos. Algo se nos escapa. Por qué no volvemos a repasar un poco todo lo que pasó aquel día en Hendaya ¿te parece? ¿Pasó algo más en la iglesia? Cualquier detalle que tú pienses que es menor, puede ser vital ahora mismo para nosotros —olvidando el supuesto percance volvía a la carga.

Aba aprendió definitivamente la lección. Rápidamente debía relegar su rapto de felicidad, casi enajenada y, enfrentarse de nuevo, a la realidad. Había sentido bellas emociones. Sensaciones casi imposibles de relatar incluso para su propia lógica pero por otro lado, había percibido otras, demasiado peligrosas por terribles como para no ser dejadas de lado. Estaba segura que la silueta observada, no delataba un brazo que buscaba despertarla sino más bien, aviesas intenciones señalaba. El porqué de esa corazonada le era imposible de ni tan siquiera, imaginar. Desde que habían salido de Ezcaray Yuls era otra persona. Concentrado, huraño e incluso excesivamente meditabundo, simplemente buscaba hechos y pruebas concretas que dieran por éxito la misión. “¿Y si lo hubiéramos encontrado, me hubiera matado?” Elucubrar sobre tal fin, no solo mareaba sus sentidos sino que le atemorizaba “¿ese será mi final, matarme?” Nerviosa imaginaba.

—No, no recibí nada, te lo he dicho mil veces, ¿por qué desconfías constantemente de mí? —le preguntó abiertamente la enóloga recomponiendo su vigor.

—No, no es que desconfíe pero a veces tengo la sensación de que me ocultas cosas o no quieres confiar del todo en mí. Fuiste a ver a Otto y prácticamente no me has dicho nada de lo que pasó y hemos llegado hasta aquí, pudiendo ser descubiertos, y tampoco hemos hallado nada. Esto empieza a cansarme.

—Tengo una idea —dijo felizmente Aba, adoptando una aire conciliador y cambiando de tema—. Hagamos una cata con estos vinos o una cata a ciegas o una cata en definitiva. Invitaremos al mismísimo Otto y estoy segura que ese día descubriremos muchas cosas. Tengo la certeza de que Otto es la clave de todo esto. La enología es mi territorio. Será fácil descubrir cualquier pista que nos acerque al objetivo —afirmó resolutiva.

—No entiendo ¿una cata de vino? Pero ¿por qué motivo? —dijo Yuls sin comprender nada y claramente pillado en fuera de juego.

—Estoy segura que estas botellas guardan muchos secretos y ambos sabemos que Otto es la clave. Imagina que al observar las botellas siente que le hemos descubierto y por tanto le hacemos ver que estamos tras su pista o mejor aún, que como mi padre, sabemos el lugar donde se halla el tesoro.

—No lo veo, la verdad ¿y Gretta? Estoy seguro que se negará a hacer una cosa así.

—Bueno y ¿si ella tiene algo que ver también? Me dijiste que llevan toda la vida juntos, seguro que son cómplices en todo esto. Ella será la primera que acceda porque estoy segura necesitará averiguar lo que tú y yo sabemos. Creo que será un buen momento para, por fin, acercarnos a la verdad ¿no crees?

Aba estaba satisfecha. Su cuerpo se afirmaba sobre el suelo como si fuera un rígido palo. Hierática no permitía que sus nervios delataran su estado de ansiedad total. Un fallo en su concentración daría al traste con el artificial embuste creado por Otto.

“Bueno, vamos a ver en qué bando andas. Si conoces el porqué de la situación de Otto o si como yo, acabas de llegar a este paraíso. Si es así, te pediré humildemente perdón pero necesito asegurarme. Lo siento Yuls”. Amagó con sonreír, intentando pensar que todos sus sentimientos preconcebidos sobre Yuls eran erróneos pero de nuevo, su neurona de guardia, frenó cualquier intento. Demasiadas nubes negras giraban alrededor del holandés y de momento, debía estar segura de que todo lo que se movía a su alrededor, no estaba corrompido.

En pocos minutos cargaron todas las botellas en el coche. El alba se aceraba y debían alcanzar pronto los Picos de Posadas. Sin tiempo para poder haber digerido con calma toda la secuencia de su viaje a Haro, su mente enunció a Yuls más como enemigo que como amigo. Manteniendo la compostura, sus nervios le gritaban desmesurados. “¡Ya tienes la cata Otto que me pediste! Ahora dime por favor ¿qué quieres que haga ahora?” imploraba muerta de miedo.

 

 

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