Otto

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Otto » Capítulo 6

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Capítulo 6

 

 

—Pero ¿qué es lo que está pasando Aba? —profundamente seria y cariacontecida, preguntaba Isabel—. Hasta hace unos días Otto era simplemente un reflejo incluso, para la mayoría de nosotros un bonito sueño o idealización como medio de alcanzar las metas y ahora, a cada instante, tenemos noticias suyas. ¿Una cata de vino y organizada por ti? Y ¿Otto es el que la convoca? Pero ¿qué es eso de una cata de vino? —preguntó de nuevo alterada—. No podemos permitirnos semejante alteración en la vida de los pacientes, ya no es solo por la desagradable orgía de anoche sino porque a muchos, les fue arrebatado el silencio y el necesario descanso. En la zona reservada para enfermos críticos una mujer ¡fue violada! —afirmó con tristeza—. Y al amanecer, dentro del laberinto había un grupo de personas dedicadas a pintar las estatuas del centro. Incluso, un residente, se atrevió a decir que con ello ayudaba a redefinir el concepto visual de Los Picos pero ¡por Dios! que con spray, han pintado de rosa y azul todas las piedras del río. Por favor Aba ¿qué está pasando? Desde tu llegada se palpa el caos en el ambiente ¿quién eres? ¿Quién eres, por Dios? —la emoción hasta llegar casi a las lágrimas se reflejaban en el rostro de la agotada médico.

El día no trajo demasiadas sonrisas o bellas palabras, como sucedía cada mañana al despertar. La sensación general o el sentir de muchos, era de abatimiento y angustia. Los que habían participado rehuían las miradas y buscaban en cualquier lugar perdido, auto castigándose, lograr su propia redención. Aquellos que lo habían oído todo desde sus habitaciones, reprochaban con sus gestos y ademanes su estado soliviantado. Todo el personal del centro mostraba, con su silencio, su profunda perplejidad. Incluso Gustavo que cada mañana amanecía locuaz y ufano con sus aventuradas creaciones gastronómicas, simplemente se limitó a servir de manera átona, el desayuno.

Aba, sentada junto a Elena, desdeñaba las miradas, las palabras e incluso, hasta el propio desayuno. Su tez amanecía todavía más blanca que de costumbre y bajo, una pura camisa blanca, aún se escondían frescos, los arañazos producidos en el vano intento de evadirse del acoso de Yuls. No había música. El gurú que cada amanecer, imploraba por la llegada de las buenas energías, brillaba por su ausencia. La mañana fría, limpia, radiante y luminosa alzaba el vuelo sin recoger, a sus espaldas, a nadie que estuviera dentro de los límites de los Picos de Posadas.

—¿Estás bien? —preguntó con una voz tenue y frágil Elena intentando romper el silencio.

—No, la verdad es que no estoy bien. Esto se está convirtiendo en una locura y debo ponerle fin —Aba hablando para sí, sin casi atender a los amistosos ojos de su compañera, intentaba cerrar con palabras la tormenta de pensamientos que le asolaban.

—Yo estoy de tu parte —sin realmente tener claro que significaban sus palabras Elena conjeturó.

—Creo que voy a tener que pedirte un favor.

Aba no había podido dormir. Unas veces frente al espejo desmaquillándose otras, sentada en el suelo con su espalda en la pared o las más, llorando amargamente bajo la almohada. Repetía, a cada instante, los hechos sucedidos. Cada minuto era relatado por su mente intentando sacar efímeras y confusas conclusiones.

El chirrido del teléfono de la habitación le había sacado de su sopor. Alarmada, quizás incluso mareada, lo cogió sin dilación.

—Aba soy tu habilitadora —la voz de Úrsula se mostraba tajante y desafiante, sin ningún tipo de concesión—, queremos verte en el despacho de la directora tras el desayuno. Gracias —sin despedida cortó la comunicación.

Isabel fijaba su mirada en ella y aunque intentaba reflejar seriedad, tras sus ojos, el cariño era amparado. Años y años trabajando con cientos de pacientes y con cada una de sus problemas le habían hecho modular sus comportamientos y proclamar a la escucha activa como bandera de su trabajo. Escuchando comprendía e imaginaba los trastornos, escuchando encontraba las terapias y escuchando, mostraba caminos, que hacían que sus diagnósticos fueran realmente sorprendentes por sus satisfactorios resultados.

—Necesito saber para poder ayudarte Aba, tengo que comprender lo que ha pasado —acercándose tomó su mano y la agarró con fuerza intentando ofrecerle calor.

—Por favor Aba, necesitamos nos digas que ha pasado —cerró malhumorada su habilitadora.

El amargor se reflejaba en su mirada. Realmente Aba suponía un punto de inflexión en su trabajo e Isabel intuía, por alguna oscura razón, que la enóloga era un peligro para la comunidad. Definitivamente debía poner remedio. Úrsula seria, reposando su gran cuerpo sobre uno de los sillones ansiaba justicia. La habilitadora con sus gestos buscaba sentencia. Honesta y amable, no lograba hacerse con la amplia paleta de gamas de colores que componen la mente del enfermo. Fiel y plegada en el desarrollo del Sentido Otto, Isabel en cambio sospechaba, que realmente no comprendía lo que todo ello significaba.

—Le he acompañado a cada instante en la residencia. Le he introducido en cada terapia y siempre me he mostrado amable y conciliadora con ella pero es terca como una burra —decía minutos antes de que Aba apareciera, Úrsula a su jefa—. Hay versos sueltos que son imposibles de reconducir, recuerda que hemos tenido ya varios casos de estos y siempre al final, ha prevalecido la lógica del Sentido Otto, los versos sueltos han de ser extirpados.

—Entonces si piensas así, si ese es para ti la filosofía o el secreto del Sentido Otto igual la equivocada eres tú —enfocando sus profundos ojos marrones sobre la habilitadora la cual no tuvo más remedio que esquivar la mirada—. Tranquila Úrsula, debemos hablar con ella y ahondar en el problema, es nuestra misión.

—¿Y Gretta? —preguntó sabiendo el peligro que suponía mentar el nombre para ambas.

—También eso es extraño porque al revés, la he visto esta mañana y bueno, incluso parecía más amable que de costumbre. Todo es confuso, todo es excesivamente raro y complejo —y la directora del centro dejó que las palabras se perdieran sobre la amplia galería.

Aba, incómoda, cambiaba de posición constantemente. Perdida en ondas cavilaciones a caballo entre el llanto y la paranoia estaba sumida en el caos. Aun así, tenía claro lo que a corto plazo debía hacer, mantener el mismo perfil simpático y cariñoso de siempre pero al mismo tiempo debía estar prevenida para ante, cualquier acontecimiento, estar preparada para actuar al instante. “Algo pasará en la cata. Algo tiene pensado Otto y según sea, sabré qué hacer”. Con resolución y autoafirmándose intentaba que la fuerza y el optimismo penetraran en una entristecida y temerosa cabeza. Debía seguir adelante y llegar al final, fuera cual fuese.

—Entonces ¿hablamos? —preguntó Isabel.

—No tengo ni idea qué decir, la verdad. Lo que sigo sin entender es por qué me hacéis culpable a mí de todo el estropicio de anoche.

—No creo que sea bueno, para tus intereses, mostrarte altiva —dijo Úrsula visiblemente enojada.

—No te culpamos pero es verdad que desde que tú has llegado todo parece haber cambiado.

“Y es verdad” pensó Aba. “Ni yo misma ya sé quién soy”. Lo cierto era que su paso por la residencia no lo contemplaba ya como casual. De no conocer nada sobre temas que por su sinuosidad o complejidad permanecían ajenos a su vida cotidiana, la entrada en los Picos le habían abierto muchas nuevas formas de visión o comprensión. La palabra enfermedad la tenía alejada de su repertorio, si a ella se agregaban todas las particularidades que cohabitaban en el centro, la distancia ya era total. Conocerse a sí misma comenzaba a ser un reto e incluso un bonito objetivo. Desestructurado su núcleo familiar, hizo que desde pequeña tuviera que crear una especia de coraza basada en un férreo carácter, para así contrarrestar el dolor por dicha perdida. Sin grandes problemas para sacar adelante su vida profesional sí que adolecía de un pequeño debito al contemplar, en su vida personal, la falta de compañías duraderas. Líder en sus entornos más cercanos, fueran profesionales o personales, cuando la puerta de su casa se cerraba siempre un poso de dolor, insatisfacción y pena amanecían al ser mecida en los brazos de la soledad. Aun así la coraza le había protegido hasta el día de hoy y si no fuera por lo absurdo de lo situación, sus días, hubieran seguido en la misma forma y manera.

En cambio, la piel de la enóloga mutaba. El calor, desde hacía días estaban instalados en su corazón y aunque no sabía para qué, la forma de situarse en la vida, había cambiado para ella. Se cuestionaba hasta su propia existencia tras las dinámicas de grupo e intentaba conocerse y reconocerse al finalizar cualquier conversación. Nunca había indagado tanto en la búsqueda de su yo y verse ahora, frente al espejo no le condicionaba, sino al revés, le hacía crecer o al menos encontrar bellas sensaciones perdidas.

—La verdad que es curioso —sin casi transmisión entre pensamiento y acción Aba comenzó a hablar—, desde siempre he pensado que todo lo que imagino tiende a concretarse o suceder. Pero muchas veces, tengo la sensación de que una vez alcanzado el objetivo, lo reviento. Me meto en lugares donde es imposible respirar, espacios que aun explicados con grandes carteles de peligro, me seducen y atrapan quitándome la respiración. Es increíble mi capacidad autodestructiva en esto de conservar cualquier cosa, si le ponemos nombre de amor o relación, el final siempre es conocido. Toco algo y lo destruyo. Siendo todo sabido intento saltar desde el minuto uno la línea que conduce al abismo. Me empeño en crear mundos imposibles de alcanzar. Debo quedarme con los pies en el suelo y me empeño en saltar. No hay miedo pero sí hay mucho dolor porque siempre el golpe es más terrible que el anterior. Siempre en el mismo pie la misma bala. Supongo que llegar aquí, aunque inexplicable para mí, estaba escrito desde hace mucho tiempo. Las soluciones que cada día encuentro abren los poros de mi sangre ofreciéndome renovado oxígeno.

La voz de Aba, profunda, pausada y convencida, resonó en toda la galería. Isabel, con cientos de experiencias a sus espaldas intuía que se acercaba al momento clave, cuando muchos pacientes, tras el impacto de las terapias, ya reblandecidos, comenzaban a bajar la guardia, colaborar y por tanto, iniciar su crecimiento.

—¿Aún echas de menos a tu familia? —preguntó.

Un imperceptible cambio aquietó el cuerpo de la enóloga. Sin exteriorízalo sí que sus ojos resaltaron el cambio.

—Debí protegerme de todos incluso de mí misma. Es verdad que tuve la suerte de ser acogida por alguna familia en Haro y que realmente no puedo decir que me faltara de nada pero siempre, el espíritu de la pérdida, caminaba conmigo. Me hallaba en mesas llenas de ricas comidas y cariñosas sonrisas pero buscaba solo las mías. Buscaba una puerta que al abrirse, me rescatara y me llevara de nuevo a mi casa. No estoy, para nada, desagradecida ante tanto cariño pero busqué, como compañera de viaje, la soledad, intentado me diera soluciones de las que el destino me había birlado.

—¿Intentas destruir ahora la residencia? Es decir, un lugar que te ofrece calor a cambio de nada.

—Es curioso porque al final se trata de otra familia. Al principio me hicieron gracia todas esas farfulladas sobre el Sentido Otto, me parecían burdas herramientas comerciales para atraer a un determinado público. Ahora, quizás, he comenzado a comprenderlas y la verdad, algo ha cambiado dentro de mí. No, no creo que sea destruir un entorno porque me parece excesiva la palabra, pero si es verdad que me siento… no sé describirlo pero siento algo nuevo, algo muy bello dentro de mí.

La pausa se hizo más larga lo cual obligó a Isabel a interrumpir y dejar que Aba se recuperara de su exposición.

—Tómate todo el tiempo que necesites. Si quieres puedo pedir que nos traigan un té o algo que te ayude, se nota que la noche ha sido larga —intentado descubrir una amable y tranquilizadora sonrisa.

—No, estoy bien, es verdad que la noche ha sido complicada, por decirlo, de una manera fácil y sencilla pero no, prefiero continuar.

Un pequeño gorrión impactó contra el cristal lo cual sobresaltó un poco la paz de la estancia. Solía ocurrir a menudo dada la profunda pulcritud con que eran limpiadas las galerías.

—Si quiere entrar es que percibe que aquí dentro hay paz —dijo Úrsula quien en todo el discurso de Aba, había permanecido abstraída e incluso en momentos, profundamente emocionada. Se notaba que la confesión de la enóloga le estaba llenando y por tanto, su actitud hacia ella, mejoraba exponencialmente.

—Empiezo a sentir como cuando exhalo todo el aroma de un vino. Penetra en mi interior y de alguna manera, armonizo con la génesis de su ser. De repente, descubro el campo, los paisajes y la tierra. Encuentro el agua que penetró hasta sus raíces e hizo crecer la cepa. Crezco por su interior y absorbo cada minuto de su vida. Es casi místico, hay algo que me llama o hace empatizar con su historia. Una escondida voz, al oído, me cuenta sus porqués y yo simplemente soy la transmisión de sus esencias. Interiorizado todo ello, ¿cómo voy a destruir semejante creación si al final es como retrotraerme e imaginar mis propias vivencias? ¿Cómo mancillar el espíritu de una cepa que te cuenta, confidencialmente su impronta y a mí, me cede, relatar sus hechos al mundo? No, simplemente ahora la cepa soy yo y quizás por fin, hoy, he comenzado a comunicarme con el mundo.

Los tiempos de la conversación destilaban fina armonía y hasta casi dulzor. Lo que había comenzado con complicación y frialdad se fue transformando en calma.

—Quizás te estás acomodando a una nueva persona o quizás tu yo anda, por fin, enfocándose hacia nuevos ámbitos donde ahora te reconoces. Igual era pulsar teclas diferentes, escuchar otro tipo de voces o sentidos para encontrar nuevos caminos —enfatizó plácidamente la médico.

—No lo sé, la verdad es que no lo sé pero sí que ya no percibo con hostilidad mi presencia en la residencia o al menos la pondero de otra manera.

—Bueno, vamos caminando por fin. Lo que ha pasado esta noche no debe volver a repetirse. El descontrol y el caos no tienen nada que ver con nuestra filosofía y mucho menos con lo que se pretende en la Noche del Fuego. No debes incluirte en esa clase de ritos que solo alteran tu espíritu y sobre todo rompen con todas las buenas energías que el Sentido Otto proclama.

—Lo siento —dijo arrepentida.

—¿Y Andreas? Os encontramos en una posición embarazosa —preguntó, esta vez, algo menos conciliadora la habilitadora.

—Mejor no seguir —contundente respondió con gesto y mirada Aba—. Es quizás mejor, dejar ciertas cosas, de momento, en lugar seguro para darles espacio en el momento oportuno.

—Por favor Úrsula, creo que de momento es suficiente —con su voz firme, hacía valer que la directora no iba a permitir ninguna otra salida de tono por parte de la habilitadora.

La regañina, más por necesidad de forma que por creencia en el castigo, le fue administrada con total esmero y dosis de cariño superlativas. Las palabras de la enóloga habían dado de pleno en el corazón de ambas y daban por bueno, el espíritu con que Aba, afrontaba sus retos. Al fin y al cabo, ese era el porqué de la creación de Los Picos de Posadas. Como una niña que se ha visto sorprendida en una mala acción Aba se levantó buscando la salida. Comenzaba a verse satisfecha en el relato de sus emociones. Haberlas tenido soterradas, toda la vida, no había sido la mejor de las decisiones. Notaba cómo cuando, cada vez, que ofrecía una explicación en profundidad sobre su ser, sus entrañas se dulcificaban y de alguna manera, encontraba una nueva paz y armonía. Sin comprenderlo y desde hacía días se había visto participando, activamente, en miles de actividades internas e incluso trabajando con residentes con enfermedades de diversa y complicada resolución. Su interacción con ellos, no solo le procuraba nuevos saberes sino que le ayudaba en un proceso de maduración interna del cual, cada vez más, se sentía profundamente satisfecha.

—Pero, ¿hay algo más y quizás, ese es el verdadero motivo por el que te hayas aquí, verdad? —dijo Isabel sentada y observando cómo Aba ya se disponía a abrir la puerta.

El grave sonido de su voz invadió la estancia. Por un momento Aba pareció congelada y sin capacidad de reacción. Poco a poco y dándose la vuelta, evadía su mirada. No tenía valor para enfrentarse a sus ojos ya que probablemente, delataría todos sus pensamientos.

—Sí —simplemente admitió y con esa afirmación Isabel comprendió.

—También nosotras nos hemos dado cuenta del esplendor de la residencia, incluso menor, si lo comparas con otras que se hallan en Centroeuropa. La política de Gretta siempre ha sido buscar un determinado tipo de cliente que no simplemente ofreciera un pago por estar en nuestro centro. Realmente no sé de que hablo —y cierta amargura, pesar y dolor se reflejaba en su forma de hablar—, pero está claro que algo hay detrás, totalmente ajeno al Sentido Otto.

Úrsula miraba preocupada a su jefa. Su aportación al diálogo no había sido excesiva y cuando lo había hecho, siempre estuvo marcado en el mapa de lo agridulce. Honesta y franca, nerviosa pero leal, intentó de nuevo interrumpir con el fin de poner palabras a lo que, para ambas, suponía una siniestra duda. Inoportuna en sus intervenciones, acertó a preguntar:

—No habrá algo ilegal en todo esto ¿verdad? No habrás visto algo que…

—Por favor Úrsula —esta vez alterada por el súbito corte de la habilitadora, Isabel, finalizó cualquier signo de seguir en el diálogo—. Lo siento Aba, no es cuestión nuestra hacer cábalas sobre algo que no nos atañe pero sí que es verdad que desde hace ya muchos años tenemos dudas manifiestas sobre determinados fines de este lugar. Espero que esta conversación sea confidencial.

Algo sonrojada y quizás azorada Isabel, pretendía ya cerrar el encuentro. Se notaba que deseaba indagar más pero el miedo a encontrarse con peligrosas respuestas o peor aún, hacer frente a Gretta, le hicieron ser más conservadora y frenar cualquier intento de mayor averiguación, por el momento.

—De todas formas sí me gustaría… —comenzó a decir Aba plantaba frente a la puerta de salida.

—¿Sí? —casi al unísono respondieron las dos, expectantes por lo que fuera a decir.

—Si en un determinado momento os pudiera pedir un favor o necesitar ayuda, rápida e inmediata… sin preguntas… ¿la podré obtener? Insisto, sin preguntas ni respuestas de momento —adoptando el matiz más serio que su cansado cuerpo podía atesorar, preguntó.

Los segundos parecieron congelarse en el tiempo y la galería pareció más bien ser, otra fotografía más, de las múltiples revistas que se agolpaban en las mesas. Úrsula miraba curiosa a Aba. Un brillo especial partía de sus ojos denotando predisposición, incluso felicidad, ante la contemplación de una supuesta inminente batalla. Isabel en cambio, más contemplativa, parecía sumida en profundas y complejas disquisiciones mentales.

—De acuerdo —terció—, pero sea lo que sea, quiero que me des tu palabra ¿por favor —y sus ojos evidenciaron una profunda súplica—, que me contarás toda la verdad y el porqué de tu presencia aquí, lo antes posible, de acuerdo?

 

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