Osada

Osada


Capítulo 4

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Capítulo 4

No importaba cuánto empeorase, ni lo solo y aislado que se sintiese al mando de la flota, siempre le quedaban sus antepasados.

Cuando la flota alcanzó finalmente el lugar exacto, cerca del sol de Baldur, y entró en el punto de salto en dirección a Sendai, Geary pudo ver a través de la vista exterior que el paisaje cambiaba de un negro salpicado por estrellas a un gris pálido e infinito en el que de vez en cuando brillaban puntos de luz que, casi al momento, desaparecían. En la época de Geary no se sabía lo que eran las luces, puesto que resultaba imposible explorar el espacio de salto, y con la llegada de la hipernet, se perdió el interés. También era posible que las líneas de investigación que podrían haber explicado aquel fenómeno nunca llegasen a materializarse ante la necesidad de apoyar la guerra con todos los medios científicos, técnicos y económicos posibles.

La capitana Desjani descubrió a Geary mirando las luces, se percató de que él la había visto, y desvió la mirada rápidamente. Desjani le había contado, al poco de asumir el mando de la flota, que muchos tripulantes creían que Geary había sido una de esas luces, un espíritu descansando, imperturbable, en el espacio de salto, hasta que la situación de la Alianza fue tan desesperada que el legendario Jack Black Geary volvió para salvarlos. ¿Seguirían creyéndolo después de saber que Geary había estado vagando en una cápsula de supervivencia en mal estado, orbitando durante años una estrella llamada Grendel, situada en el extremo del espacio de la Alianza, con la baliza inoperante, y con un equipamiento de supervivencia que lo mantenía vivo a duras penas, hasta que aquella flota se topó con él?

¿Volvería a ver Grendel alguna vez? Ahora, tampoco es que se muriese de ganas. De hecho, era más bien una estrella inútil, el tipo de lugar por el que pasan las naves y los convoyes en dirección a otros lugares más importantes. Le habían dicho que aquel sistema había sido abandonado porque estaba demasiado cerca de los Mundos Síndicos, y no había nada valioso que defender allí, salvo, como mucho, los restos de docenas de batallas que orbitaban aquella estrella y que eran lo único que quedaba de la presencia humana en ese lugar. No obstante, algunos de aquellos restos pertenecían a su antigua nave, que había sido destruida mientras cubría la retirada del resto del convoy. Gran parte de su tripulación había muerto en Grendel. Les debía una visita de respeto al lugar en el que habían luchado y perecido bajo sus órdenes.

Desdichadamente, no eran los únicos que habían muerto bajo su mando, incluyendo casi seguramente a su resobrino, cuya nave, la Resistente, había sido destruida cubriendo la retirada de la flota en el sistema nativo síndico. Michael Geary probablemente descansaba ya con sus antepasados, a los que no había honrado desde hacía mucho tiempo.

—Capitana Desjani, durante la siguiente hora, más o menos, ocúpese de todo salvo de las llamadas de emergencia.

Ella asintió con la cabeza, con expresión de cansancio dado el tiempo que había pasado en el puente de mando en el espacio enemigo.

—Es bastante raro que haya alguna emergencia mientras estamos en el espacio de salto. Puede que sea aburrido, pero ahora mismo aburrirse parece lo mejor que puede pasar.

Geary se giró para abandonar el puente del Intrépido, mirando, durante un momento, el asiento de observador, vacío en aquel momento. La copresidenta Rione había ocupado aquel lugar incluso en momentos de rutina como los saltos. Tengo que averiguar qué le pasa. Llevo bastante tiempo teniendo que hacerlo, pero mientras estuvimos en el sistema estelar Baldur tenía una excusa.

Abandonó el puente pero, en lugar de dirigirse a su camarote, fue hacia las profundidades de la nave, hacia los compartimentos más escondidos del crucero de batalla, protegidos al máximo del enemigo y de los accidentes. Con todo lo que había cambiado desde su época, poder encontrar dichos compartimentos era todo un alivio.

La tripulación y los oficiales lo saludaban a su paso, sonriendo y mirándolo con la admiración y la adoración que se siente por un héroe. Él les devolvía la sonrisa, aunque en sus adentros desease zarandearlos y preguntarles por qué no podían creer que era una persona normal, tan propensa a fallar como cada uno de ellos. Devolvió tantos saludos que su brazo se cansó con rapidez al realizar tantas veces el gesto, y llegó incluso a preguntarse si había hecho bien reintroduciendo aquella tradición en la flota.

Había algunos tripulantes cerca de la zona ancestral, pero le abrieron paso al verlo llegar. Después de avanzar entre ellos, escuchó murmullos. A la tripulación le gustaba saber que hablaba con los antepasados, que buscaba sus consejos y su desahogo, como cualquiera.

Entró en una pequeña estancia, cerró la puerta, y se sentó en un banco de madera, frente a un estante sobre el que había una vela. Cogió el encendedor más cercano, la prendió, y estuvo un rato en silencio, relajándose mientras esperaba a que los antepasados se reuniesen.

Finalmente, comenzó a hablar.

—Gracias, antepasados, por llevar esta flota a salvo hasta otro sistema estelar enemigo. Gracias por guiarme en mis decisiones y por ayudarme a no perder hombres en Baldur. —Geary se detuvo, mientras divagaba, pensando en lugares en los que no les había dejado estar desde hacía un tiempo—. Espero que Baldur no haya cambiado. Todavía espero poder ir algún día; ver si realmente es como todo el mundo dice. Pero nadie en esta flota se acuerda. Nadie en la flota lo recuerda como algo que no sea un sistema estelar enemigo.

Hizo otra pausa mientras dejaba su mente volar.

—Espero estar tomando la decisión correcta al ir a Sendai, y a la siguiente estrella. Si estoy equivocado, por favor, encontrad un modo de comunicármelo. Esta gente cree en mí. Bueno, más bien la mayoría. Otros… mierda, otros no sé ni lo que piensan. No es que me guste demasiado este trabajo.

Miró más allá de la candela, al mamparo, imaginando el vacío que había más allá del casco del Intrépido.

—Es una gran tentación. Ya saben, lo de la vocecilla. Sé Black Jack Geary. Haz lo que creas que está bien, sin más. Eso sería mucho más fácil. No intentes convencer a nadie. Enséñales cómo hay que hacerlo y punto. Tengo que seguir recordándome a mí mismo que no soy quien creen que es Black Jack, un héroe perfecto. Si empiezo a comportarme como alguien que no soy, podría resultar desastroso ya no solo para la Alianza, sino para toda la humanidad.

»¿Está bien? No puedo creer que pregunte esto, pero… ¿está bien ver a los síndicos como personas? Sus líderes son gente horrible, y hay que detener a sus naves de combate y a sus fuerzas armadas, pero si empiezo a pensar que son monstruos, cuyas muertes no importan, ¿estaría equivocado? Si realmente hay una raza inteligente no humana al otro lado del espacio síndico, una raza que se la ha jugado a los humanos poniendo unas armas destructivas con un poder increíble en cada sistema estelar importante ocupado por nosotros, ¿no deberíamos recordar aquello que nos une? Podríamos enfrentarnos a un enemigo común.

Pasó un rato largo sentado, intentando no pensar, dejando su mente vacía de forma que estuviese abierta a cualquier tipo de mensaje. No obstante, no le llegó inspiración alguna. Geary suspiró y se preparó para levantarse. Luego habló por última vez.

—No sé qué le sucede a Victoria Rione, pero algo le pasa, algo que no compartirá conmigo, ni con nadie. Sé que no tiene familia, pero si hay algo que pueda hacer por ella, díganmelo, si es posible. Sinceramente, no sé qué siento por esa mujer, pero ha dado mucho por los demás.

Mientras apagaba la vela, recitó las antiguas palabras.

—Otórguenme paz, otórguenme orientación, otórguenme sabiduría.

Al marcharse de allí, se sintió bastante mejor.

«Hemos encontrado material interesante entre los documentos que los infantes de marina consiguieron recuperar en la instalación minera síndica de Baldur».

El mensaje del teniente Íger, de Inteligencia, no es que aportase mucho, pero a los de su departamento les gustaba parecer crípticos y misteriosos, como si supiesen algo más de lo que dicen. En este caso, el mensaje consiguió que Geary fuese hasta su sección.

—¿Qué sucede?

El teniente Íger y uno de sus suboficiales le ofrecieron una tableta de lectura.

—Aquí, señor —le indicó Íger.

Geary leyó el primer documento. «Querida Asira». Se trataba de una carta personal. Primero leyó rápido, pero luego se paró a leer con atención. «No hemos podido conseguir las partes que necesitamos para mantener todo operativo, por lo que hemos tenido que canibalizar parte del equipamiento para seguir con el resto… La semana pasada casi volvemos a quedarnos sin raciones… hay rumores de que habrá otro llamamiento a filas, por favor, dime que no es verdad… ¿Cuándo va a terminar esta guerra?». Alzó la vista.

—¿Lo han sacado de los archivos de la sección de seguridad de la instalación? Supongo que, fuese quien fuese el que escribió esto, estaba arrestado.

Íger negó con la cabeza.

—Estaba en la cola de envíos, señor. Los revisores de seguridad ya le habían dado el visto bueno.

—Está de broma. —Geary volvió a mirar la carta, extrañado—. Supongo que no me han hecho bajar hasta aquí para decirme que los Mundos Síndicos permiten más libertad de lo que me habían hecho creer.

Tanto el teniente como el suboficial sonrieron.

—No, señor —respondió Íger—. Siguen siendo un estado policial. Esta es solo una carta, pero hay un montón, todas preparadas para ser enviadas, y la mayoría de ellas contienen el mismo tipo de sentimientos. Hemos buscado los nombres que aparecen en las cartas en los archivos que los infantes de marina sacaron de las oficinas de seguridad y, aparte de entradas rutinarias, no hay nada sobre ellos.

—¿Por qué? —Geary levantó la tableta—. ¿No son el tipo de cosas por las que envían a la gente a los campos de trabajo de los Mundos Síndicos?

—Así es, señor. —Íger se puso serio—. O al menos debería. Por lo que parece, en ese complejo se habían estado tolerando quejas abiertas hasta extremos nunca antes vistos. O el nivel de seguridad era bastante laxo, o el desencanto por los asuntos de estado es tan palpable que ese tipo de sentimientos es demasiado común como para intentar contenerlo. —Señaló la tableta—. Además, los archivos de la instalación también incluyen correo procedente del mundo habitado que todavía no había sido entregado a los mineros y al resto de obreros. Muchos de ellos dicen más o menos lo mismo. Hay escasez de todo, y están preocupados porque piden más gente o recursos para la guerra.

—¿Alguno de ellos critica directamente al gobierno?

Los pocos síndicos que Geary había conocido desde que había asumido el mando de la flota se habían mostrado aterrados ante la posibilidad de decir algo en contra de sus líderes.

—Solo uno, señor. Los demás evitan criticar abiertamente a los líderes de los Mundos Síndicos. —Íger introdujo un par de comandos—. Esta es la excepción.

Geary leyó con atención.

«¿En qué están pensando nuestros líderes? Alguien está cometiendo errores serios, pero nadie paga por ello excepto tú o yo. Esto no puede seguir así».

—¿Censuró la seguridad de la instalación esto? Debería.

—No, señor. —Íger logró evitar por bastante poco que se le escapase una sonrisa—. La persona que escribió esto era el jefe de la sección de seguridad de la instalación.

—Está de broma… —Geary volvió a mirar al teniente—. ¿Podría ser un truco, algo pensado para despistarnos?

—Por lo que sabemos, es real, señor.

—He hablado con los síndicos que capturamos. Usted los interrogó, y ninguno dijo nada parecido.

—No a nosotros, señor —dijo Íger—. Comentar asuntos de este tipo entre los suyos es una cosa, pero contárnoslo a nosotros sería casi un suicido para cualquier síndico que volviese a casa y fuese acusado. «¿Le dijo algo a la Alianza?». «¿Qué le contó al personal aliado?». Ese tipo de cosas. Entonces detectarían que mienten y los someterían a… métodos de interrogatorio más duros, y los acusarían de traición.

Parecía razonable.

—¿Qué opina entonces del hecho de que los civiles síndicos hablen de esto entre ellos, teniente?

Íger tardó un instante en responder, y adoptó de nuevo una actitud solemne.

—Hemos consultado el sistema experto en análisis sociales. Afirma que si esos mensajes son auténticos, y por lo tanto reflejan con exactitud el estado de los sentimientos del pueblo de Baldur, y no han sido penados con acciones en contra, o con arrestos, entonces el liderazgo político síndico no está en su mejor momento. El estrés derivado de la guerra debe de hacer cada vez más difícil mantener a raya a los insatisfechos y a los disidentes. Algunas de las demás cartas cuestionan los anuncios oficiales de las victorias síndicas sobre la Alianza, casi siempre con tono desdeñoso. No obstante, este no es más que un sistema olvidado por la red hipernética, por lo que podría existir una gran variación en la intensidad y en el grado de descontento en otros sistemas estelares. Pese a todo, no hay razón para pensar que la situación de Baldur sea única.

—En Sancere no observamos nada parecido —observó Geary.

—No, señor, pero Sancere es… o mejor dicho, era, antes de que lo hiciésemos trizas, un sistema rico y con astilleros militares. Contaba con muchos contratos con el gobierno, prioridad en los recursos, conexión con la hipernet, y probablemente la mayor parte de la gente trabajaba en puestos básicos relacionados con la guerra, por lo que estaban exentos de ser llamados a filas. No tenían demasiadas razones para quejarse. —El teniente Íger puso cara de circunstancia—. Yo procedo de un sistema aliado del mismo estilo, señor: Marduk. La vida es bastante buena en esos sistemas. Son los mejores en tiempos de guerra.

Geary clavó los ojos en el teniente.

—Pero, pese a todo, se unió a la flota en vez de optar por uno de esos buenos puestos exentos.

—Eh… así es, señor. —Íger miró a su suboficial, que sonreía en aquel momento—. La gente suele hacer bromas sobre eso, ya sabe, sobre que acabé en Inteligencia porque no demostré tener demasiada precisamente.

Obviamente los chistes sobre oficiales de Inteligencia no habían cambiado demasiado en un siglo. Geary volvió a centrar su atención en las cartas de Baldur. Parecía demasiado bueno para ser verdad. La moral enemiga por fin comenzaba a quebrarse.

—¿Qué dicen de la Alianza?

Ninguno de los dos respondió al momento, por lo que Geary miró tanto al teniente como al suboficial.

—¿Dicen algo sobre la Alianza?

Íger vaciló, claramente incómodo.

—Prácticamente solo repiten la propaganda síndica, señor. Uno de los últimos mensajes de la cola se firmó después de que nos detectasen, y es casi un testamento. Hay otros del mismo estilo, pero sin terminar y que no llegaron a confirmarse. Todos esperaban que nuestra flota eliminase todo lo que había en el sistema Baldur. Pensaban que no haríamos distinciones entre objetivos civiles y militares, y expresaban su temor por la seguridad de los suyos. Uno hablaba sobre un pariente que había sido capturado por nosotros, y creía que lo habíamos matado. Ese tipo de cosas.

—¿Propaganda? —repitió Geary—. Teniente, sé que las fuerzas de la Alianza han bombardeado objetivos civiles. Sé que han ejecutado a prisioneros.

Íger pareció sorprenderse.

—¡Pero fue algo coyuntural, señor! Nos vimos obligados a hacerlo. La política de la Alianza nunca ha sido como la de los síndicos.

—Parece que a la población síndica le cuesta encontrar la diferencia. —Geary señaló la tableta—. Puede que estén descontentos con sus líderes, pero nos temen. ¿No es verdad?

—Yo… sí, señor, es posible.

—De lo cual se podría deducir que la razón principal por la que la población síndica apoya a sus líderes y a la guerra es el miedo que sienten ante la Alianza, un miedo que nosotros alimentamos.

El suboficial tomó finalmente la palabra.

—Pero señor, lo hicimos porque debíamos hacerlo.

Geary intentó no resoplar.

—Supongamos que eso es realmente cierto, y no tengo ninguna duda de que el personal de la Alianza lo cree sinceramente. ¿Lo saben los síndicos? ¿Acaso los ciudadanos de los Mundos Síndicos no nos juzgan por nuestras acciones, y no por las justificaciones?

El teniente Íger miraba fijamente a Geary.

—Señor, detuvo los bombardeos sobre objetivos civiles y las ejecuciones de prisioneros en cuanto asumió el mando. Todos los sistemas síndicos en los que hemos estado saben que, bajo su mando, esta flota no es una amenaza para sus familias. ¿Cómo supo lo que sentían? ¿Cómo supo qué hacer?

Recuerda que el teniente, el suboficial y cada hombre y mujer de esta flota han pasado su vida en guerra con los síndicos. Recuerda que sus padres pasaron toda su vida en la misma situación. Recuerda las atrocidades, las venganzas, las interminables provocaciones y las represalias. Recuerda que yo no he tenido que aguantar lo que ellos, y que no tengo derecho a juzgarlos por pensar de un modo diferente.

—Hice lo que hice —dijo en tono calmado— porque era lo correcto. Es lo que me enseñaron; lo que los antepasados y lo que nuestro honor nos piden. Sé por lo que han pasado. Lo que ha aguantado la Alianza durante esta guerra. Bajo esa presión, es fácil olvidar por qué luchamos realmente.

El suboficial asintió con la cabeza, como afligido.

—Tal y como usted nos dijo en Corvus, señor. Tal y como nos lo ha recordado. Nuestros antepasados tenían que decirnos que habíamos ido por el mal camino, por eso lo enviaron, porque sabrían que escucharíamos sus palabras.

Perfecto. No solo les recordaba lo que eran, también debía de ser el mensajero de los antepasados. Aunque en realidad lo era, ya que traía consigo lo que los antepasados creían un siglo atrás.

Era uno de esos antepasados. No le gustaba tener presente ese detalle porque le recordaba que su mundo se había perdido en el pasado, aunque fuese verdad.

El teniente Íger puso una mano sobre la mesa, mientras la miraba.

—Tenemos que convencer a los síndicos de que ahora es distinto, de que ya no somos más peligrosos para ellos que sus propios líderes. Es algo que podemos conseguir si seguimos demostrándoselo, ¿verdad, señor?

—Así es —afirmó Geary.

—Y si su moral sigue desmoronándose, y deciden que tienen menos que temer de nosotros que de sus propios líderes, podrían también quebrarse los Mundos Síndicos.

—Sería un resultado más que deseable. —Geary le dio la vuelta a la tableta que tenía en la mano mientras reflexionaba—. Debemos estar atentos ante estas cosas, y si su sistema experto sugiere algún modo de explotar este tipo de problemas que afectan a la moral síndica, háganmelo saber.

A lo mejor, solo a lo mejor, se veía realmente un poco de luz al final del túnel. La Alianza no tenía posibilidades de derrotar a los Mundos Síndicos mientras sus líderes siguiesen consumiendo de ese modo los recursos de los mundos bajo su dominio. Pero si un pequeño porcentaje de ellos se rebelaba y no apoyaba la guerra con su gente y sus recursos, le proporcionaría a la Alianza la ventaja que necesitaba para conseguir lo que había buscado durante todo un siglo.

Victoria Rione evitó a Geary con éxito durante los seis días que se necesitaban para llegar a Sendai. Él pasó el tiempo imaginando escenarios de batalla potenciales, intentando encontrar la manera de no perder cruceros de batalla, y a sus respectivos oficiales, hasta quedarse sin nada. Dejarlos fuera de combate con el fin de conservarlos, sin más, no era una buena excusa.

Volvió a sentarse en el puente del Intrépido cuando la flota salió del espacio de salto. Las posibilidades de que los síndicos colocasen minas a la salida, o incluso que hubiesen descubierto que la flota de la Alianza se dirigía a Sendai, eran bastante remotas. No obstante, Geary quería estar preparado para reaccionar en caso de que los líderes síndicos tuviesen suerte con sus especulaciones.

Se le aceleró el corazón al atravesar el espacio de transición hacia el espacio normal. El gris mate del espacio de salto desapareció al mismo tiempo que un mar de estrellas infinitas se hacía visible.

No podía permitirse perder el tiempo admirando el paisaje. Sus ojos se centraron en el visor del sistema estelar en busca de cualquier signo que representase naves o minas síndicas.

—Parece totalmente despejado —anunció Desjani—. Ni siquiera hay naves de vigilancia. Tenía razón, señor. Los síndicos ni se imaginaban que veníamos a Sendai. —Al terminar lo miró con una sonrisa de admiración.

—Gracias —masculló Geary, incómodo—. ¿Tampoco hay satélites monitorizando el sistema?

—No, señor —dijo un consultor—. La razón es esa —dijo señalando el centro de la pantalla. Parecía nervioso.

El visor solía centrarse en la estrella principal, el objeto con suficiente masa como para combar el espacio a su alrededor y crear las condiciones necesarias para los puntos de salto. Sendai había sido una de esas estrellas, pero en el pasado. Una muy grande. Seguro que había tenido un montón de planetas por aquel entonces, hace millones de años.

Una vez se quedó sin combustible, explotó en una supernova que convirtió los planetas en restos carbonizados, y finalmente se contrajo sobre sí misma, haciendo que la materia de Sendai se comprimiese cada vez más, volviéndose cada vez más densa, hasta que toda la masa de aquella estrella gigante quedó comprimida en poco más que una esfera del tamaño de un planeta pequeño, tan denso que su gravedad ni siquiera dejaba escapar la luz.

La capitana Desjani asintió con la cabeza y tragó saliva, también nerviosa.

—Un agujero negro.

El ojo humano era incapaz de apreciar nada de lo que todavía quedaba de Sendai. No obstante, en las pantallas de amplio espectro se podía ver la radiación emitida desde el agujero negro, en dos haces procedentes de los polos norte y sur de la estrella muerta, gritos agónicos de la materia siendo succionada hacia el agujero a velocidades increíbles.

Geary miró a su alrededor y vio a cada hombre y mujer presentes en el puente de mando observar las pantallas del mismo modo. Incluso los veteranos curtidos en innumerables batallas parecían inquietos ante la presencia del agujero.

—¿Alguna vez visitan las naves los agujeros negros?

Desjani negó con la cabeza.

—¿Por qué iban a hacerlo?

Buena pregunta. Cuando utilizaban los saltos, las naves pasaban por cada estrella intermedia entre ellos y su destino. Con la hipernet, las naves iban directamente de una a otra. Los sistemas estelares de agujeros negros, que en realidad ya no eran sistemas estelares dado que absorbían con avidez toda la materia que los había orbitado, ofrecían a las naves poco más que el peligro de la radiación emitida al espacio. Ni siquiera los escudos modernos podían aguantarla indefinidamente.

Pese a todo, no era más que eso. No iban a quedarse allí, sino avanzar con rapidez hasta el siguiente punto de salto, evitando los haces de radiación de los polos del agujero. Geary se inclinó hacia Desjani.

—¿Cuál es el problema?

Ella bajó la vista, y dijo a regañadientes.

—Es… antinatural.

—¿Antinatural? Los agujeros negros son totalmente naturales.

—No me refería a eso. —Desjani suspiró profundamente—. Se dice que si miras un agujero negro durante demasiado tiempo… acabas sintiendo unas ganas irrefrenables de adentrarte, de llevar a tu nave más allá del horizonte para ver qué hay al otro lado. La que una vez fue una estrella te llama, intentando consumir las naves humanas igual que hace con todo.

Nunca había escuchado historias como aquella, pero los tripulantes con los que Geary había servido cuando era oficial disfrutaban contándole todo tipo de invenciones de fantasmas y otros relatos sobre amenazas misteriosas que devoraban a las naves y a la gente en los fríos confines del espacio. Cien años habían sido tiempo suficiente para crear nuevas historias.

—Nunca he estado cerca mucho tiempo, pero sí un poco, y nunca me pasó nada parecido.

—Apostaría a que es usted el único que ha estado cerca de uno —respondió Desjani.

Lo desconocido. El suelo más fértil para los miedos humanos. Cuando Geary echó otro vistazo a la pantalla, esta vez al tanto de las creencias de los que lo rodeaban, casi pudo sentir un escalofrío producido por la masa invisible del corazón de Sendai. Algo más que simple gravedad, y tan potente que podía encarcelar la luz.

—Por eso no hay síndicos —dijo Desjani de repente—. Sabían que si intentaban dar la orden de situar naves vigía aquí, las tripulaciones se sublevarían en lugar de permanecer tanto tiempo cerca de un agujero negro.

—Buena conjetura. —Geary elevó el tono de voz y dijo calmadamente—: He estado cerca de agujeros negros. —Se podría decir que todo el mundo del puente le estaba prestando atención—. Siempre que no nos acerquemos demasiado, no hay peligro, y no lo haremos. Dirijámonos al siguiente punto de salto.

Se percató de que la orden de salir de Sendai seguramente sería la única con la que incluso sus peores enemigos de la flota estarían de acuerdo incondicionalmente.

—Mierda. —Acababan de explotar otros tres cruceros de batalla aliados.

Geary apagó la simulación dando un golpe en los controles, irritado. La táctica que había probado parecía un poco alocada, y en apariencia lo era. De hecho, no había valido para nada. En lugar de reducir el riesgo al que estaban expuestos los cruceros, estos se habían visto inmovilizados por fuerzas síndicas superiores y habían saltado por los aires. Era muy posible que la simulación fuese más lista que los comandantes síndicos con los que la flota de la Alianza se encontraría, pero los que Geary había conocido y respetado hacía cien años le aconsejaron no basar nunca sus planes en el supuesto de que el enemigo fuese estúpido. Una trampa ingeniosa solía funcionar mejor que imaginar que el enemigo era tonto y no veía lo evidente. Todo lo que necesito ahora es una trampa ingeniosa.

Escuchó el sonido de la escotilla que anunciaba una visita. Era la capitana Desjani. Realizó un saludo militar, con cara seria.

—Quedan dos horas para llegar al punto de salto de Daiquón, señor. Me pidió que le informase al respecto.

—Sí, pero no hacía falta que viniese en persona a decírmelo.

Desjani se encogió de hombros, claramente incómoda.

—Usted es… tranquilizador, señor. Seguramente se dio cuenta de lo mucho que la flota agradeció verlo tan calmado mientras estábamos cerca del agujero negro. Le aseguro que sus palabras se extendieron por cada una de las naves y nos ayudaron a todos a templarnos.

—Ah. —Era extraño que lo elogiasen por no sentir miedo ante un agujero negro. No obstante, Geary había notado que cada vez se sentía más reacio a mirar a aquella cosa, influenciado por las supersticiones de los que lo rodeaban—. Gracias, pero tampoco me importaría decirle que no voy a echar de menos este lugar.

—Ni usted ni nadie de esta flota —dijo Desjani con una leve sonrisa en su boca—. Siento haberlo molestado, señor.

—No se preocupe. Solo estaba realizando una simulación, y tampoco es que fuese muy bien. —Geary se recostó y suspiró—. Siéntese. Me gustaría hablar de algo que no fuesen tácticas, estrategias, síndicos y guerra.

Desjani vaciló, luego entró y se sentó enfrente a Geary, tensa, como cada vez que estaba en aquel camarote.

—Esos temas han dominado la vida de la Alianza incluso desde antes de que yo naciese —comentó—. No sé de qué hablaríamos si no fuese por ellos.

—Hay otras cosas, cosas que nos hacen seguir adelante cuando la guerra parece ser lo único que hay en el universo. —Los ojos de Geary se posaron sobre las todavía distantes estrellas de la Alianza—. ¿Qué hará cuando vuelva a Kosatka, Tanya?

Desjani pareció sorprenderse ante la pregunta. Sus ojos parecieron perderse en el espacio estelar.

—Mi planeta natal —murmuró—. Hace mucho que no voy por allí. Es posible que no pueda hacerlo… incluso aunque volvamos al espacio de la Alianza.

—Entiendo. La guerra no se va a acabar por el mero hecho de que volvamos a casa. —Geary se mantuvo en silencio un momento—. ¿Todavía viven allí sus padres?

¿Todavía viven? A eso se refería, pero no quería hacer una pregunta tan brusca.

Ella se percató de su intención, y asintió con la cabeza.

—Sí, viven allí los dos. Mi padre trabaja en una fábrica que abastece a los astilleros orbitales. Mi madre forma parte de las fuerzas planetarias de defensa.

Claro, economía de guerra, incluso en un planeta situado tan lejos del frente de batalla como Kosatka. ¿Qué otra cosa iba a esperar de un siglo de lucha continua?

—¿Cómo se sienten sabiendo que es capitana de un crucero de batalla?

La capitana Tanya Desjani, una regia veterana endurecida por docenas de batallas estelares, se ruborizó y bajó la cabeza.

—Están… orgullosos. Muy orgullosos. —La expresión de su cara cambió—. Conocen los riesgos que uno corre al ser oficial de la flota. Estoy segura de que han estado esperando la notificación de mi muerte en combate desde que me subí a mi primera nave. Hasta ahora he roto la estadística, y ellos lo han aguantado, pero es posible que ahora crean que estoy muerta, junto con el resto de la flota.

Aquellas palabras provocaron una mueca en Geary.

—¿No será eso lo que le ha contado el gobierno de la Alianza a la población, verdad? No es que la gente no tenga derecho a saberlo, pero los gobiernos tienden a creer que pueden mentir cuando se trata de malas noticias.

Había examinado una historia oficial de la guerra poco después de asumir el mando de la flota, y había descubierto que contenía interminables datos más que optimistas, además de una supuesta sucesión de victorias de la Alianza. No obstante, tampoco respondía a la pregunta de por qué aquellas victorias no les habían llevado ya a ganar la guerra. Geary se percató de que era preocupantemente similar a los sinsentidos que el mercante síndico les había contado. El mismo gobierno que se ocupaba de escribir la historia parecía no tener la intención de confesar que su flota principal había desaparecido tras las líneas enemigas y que posiblemente había sido destruida.

—Seguramente —admitió Desjani—, pero también lo habría anunciado la propaganda síndica. Envían unidades de emisión automáticas a las fronteras de nuestros sistemas estelares para lanzar tantas mentiras como pueden hasta que nuestros sistemas de defensa las destruyen. —Geary asintió con la cabeza, pensando que seguramente la Alianza hacía lo mismo en sus fronteras con los sistemas estelares síndicos—. Oficialmente —continuó Desjani—, se supone que nadie repite lo que dicen los síndicos, pero ya sabe, la gente habla. Al contrario que ellos, los ciudadanos aliados todavía pueden expresar su opinión y no creerse todo lo que le dicen sus políticos. —Se encogió de hombros, con expresión sombría—. Seguramente mis padres han escuchado afirmar a los síndicos que esta flota se perdió en su espacio. Seguramente no se lo creerán, pero tampoco se conformarán con lo que el gobierno diga para desmentirlo. Deben de estar preocupados.

—Lo lamento. —Una frase tan corta era inadecuada, pero en aquel momento no se le ocurrió nada mejor—. Supongo que, cuando vuelva, tendrán dos motivos para estar contentos.

Desjani sonrió.

—Sí, claro. —Miró a Geary casi con timidez—. Y cuando mi mundo natal escuche que la nave de su hija llevó al mismísimo Black Jack Geary, que comandó la flota desde mi puente de mando y nos llevó a casa contra todo pronóstico, serán las personas más famosas de Kosatka. Estoy segura.

Geary se rió para no mostrar la vergüenza que sentía.

—He pensado en ir a Kosatka cuando volvamos. —Se le vinieron a la cabeza las palabras que una vez le dijo Victoria Rione: «Kosatka no es suficientemente grande para ti, John Geary»—. De visita, quiero decir.

—¿En serio? —Desjani pareció asombrada.

—Ya le dije que había estado allí una vez. Hace mucho. —Geary consiguió no darse un golpecillo en la frente fruto de la exasperación. Había pocas cosas en su vida que no se encuadrasen en un «hace mucho»—. No me importaría volver a verlo.

—Seguro que ha cambiado, señor.

—Seguro. Supongo que necesitaría un guía.

Desjani vaciló.

—Podríamos ir, quiero decir, si quiere venir cuando yo… es decir…

—Estaría bien —respondió Geary—. Quizá lo haga.

Tener una cara familiar cerca, alguien conocido, podría estar muy bien. Y ya había empezado a plantearse cómo se sentiría una vez llegase con la flota a casa y la dejase, una vez completada su misión, e incluso más. Lo que en una ocasión había sido un grupo de naves desconocidas y gente anónima se habían vuelto, poco a poco y cada vez más, su flota, llena de gente a la que conocía y, en algunos casos, a la que quería y admiraba. Qué coño, si incluso después de ver a las tripulaciones del Intrépido, el Arrojado y la Diamante mantenerse firmes mientras la puerta hipernética de Sancere colapsaba, Geary había comenzado a sentirse realmente orgulloso del coraje y la dedicación que demostraban aquellas personas. ¿De verdad quería cambiar aquello por un mundo civil desconocido, en el que le sería incluso más difícil escapar de la adoración a Black Jack Geary?

¿Debería siquiera hacerse esa pregunta? No podía seguir al mando de la flota una vez que volviese al espacio de la Alianza. No era ya que no se sintiese competente para lo que esa posición requería; temía que Victoria Rione tuviese razón cuando le habló de las tentaciones a las que tendría que enfrentarse. Black Jack Geary, el héroe mítico, que había vuelto de entre los muertos para salvar a la Alianza, con la flota bajo su mando. Podría tener todo lo que desease. Le resultaría tan simple como estirarse y cogerlo.

—¿Señor? —preguntó Desjani—. ¿He dicho algo malo?

—¿Cómo? No, lo siento. Estaba pensando en otra cosa. —Geary volvió a sonreír tranquilizadoramente—. Vamos al puente a prepararnos para despedirnos de Sendai.

Todos los que estaban en el puente de mando intentaban evitar mirar al visor desde el que se veía el agujero negro, que dominaba el espacio. Al entrar se dio cuenta de que todo el mundo lo observaba del mismo modo, con aquella mezcla de esperanza y confianza. Al igual que Desjani, lo veían como una especie de talismán contra cualquier demonio que acechase desde el interior del agujero.

Una lástima que no tuviese dicho talismán.

Quedaba una hora y media para que la flota llegase al punto de salto. Geary tardó un momento en ordenar sus pensamientos. Después manipuló los controles para hablar con toda la flota. Cuando estuviesen en el espacio de salto, se limitarían bastante las comunicaciones, como mucho unas pocas palabras por cada mensaje entre las naves. Necesitaba decirles algunas cosas mientras estuviesen en el espacio normal, eso siempre y cuando al espacio que rodea un agujero negro se le pueda llamar normal.

—A todas las naves de la Alianza, al habla el capitán Geary —dijo con un tono deliberadamente tranquilo—. No sabemos lo que nos aguarda en Daiquón. Los síndicos no esperaban que viniésemos a Sendai, pero probablemente ya han descubierto que no hemos ido a ninguno de los demás destinos posibles desde Baldur. Por lo tanto, es posible que sepan con suficiente antelación que nuestro rumbo actual es uno de los posibles objetivos, por lo que podrían posicionar sus fuerzas en poco tiempo gracias a la ventaja de poder usar la hipernet. Quiero que todas las naves estén preparadas para el combate en cuanto abandonemos el espacio de salto en Daiquón. Podríamos tener que enfrentarnos a los síndicos nada más salir, y si así fuese, quiero enviarlos de una patada al sol más cercano, tan rápido, que ni siquiera sepan lo que ha pasado. —Realizó otra pausa, pensando en la mejor manera de terminar la transmisión—. Por el honor de nuestros antepasados.

Ya solo quedaba esperar. Geary pasó el tiempo repasando los informes de la flota. Las auxiliares habían estado produciendo células de combustible y munición a una velocidad vertiginosa, como si los ingenieros quisiesen maquillar los errores que habían propiciado la escasez de elementos traza. No obstante, incluso sin lo que se había producido, las naves de combate de la flota estaban en un estado suficientemente bueno como para enfrentarse a los síndicos que los esperasen en Daiquón. Todas excepto la Orión, la Majestuosa y la Guerrera, claro. La mayoría del daño que había sufrido el crucero de batalla del capitán Tulev se había subsanado, y la Leviatán, la Decidida, la Dragón y la Valiente volvían a estar preparadas para el combate.

—Capitán Geary —Desjani interrumpió su flujo de pensamiento—, la flota ha llegado al punto de salto hacia Daiquón.

—Bien. Larguémonos de aquí de una vez. —Volvió a usar los controles de comunicación—. A todas las naves de la flota de la Alianza, salten hacia Daiquón.

En cuanto la flota entró en el punto de salto y dejó atrás el agujero negro llamado Sendai, un sentimiento de liberación inundó al Intrépido, tan potente, que Geary podría haber afirmado que la misma nave suspiró de satisfacción.

Quedaban cuatro días y unas cuantas horas para llegar a Daiquón. Victoria Rione consiguió evitarlo durante todo ese tiempo, por lo que empleó su tiempo en hacer más simulaciones, viendo como sus cruceros de batalla explotaban a la vez que se sentía cada vez más frustrado en todos los sentidos de la palabra.

Había síndicos en Daiquón.

Justo enfrente del punto de salto.

Al ver los símbolos de las naves enemigas aparecer en la pantalla del sistema estelar, Geary se centró en los dos acorazados y los dos cruceros de batalla, que aparentemente estaban vigilando la salida.

—¡Están colocando minas! —dijo Desjani.

El camino que la flota de la Alianza iba a seguir pasaba parcialmente por las zonas en las que ya había minas, por lo que Geary pensó en una maniobra para evitarlo.

—A todas las unidades de la flota de la Alianza, giren inmediatamente a estribor cuarenta grados, dirección ascendente veinte grados. —Se volvió hacia los consultores, y emitió bruscamente otra orden—: ¡Rápido, marquen el trazado por el que las naves síndicas pueden haber dejado minas al avanzar!

Cuatro acorazados mayores. Los ojos de Geary recorrieron a gran velocidad el visor, buscando el resto de la fuerza síndica. Tres cruceros pesados, cinco cruceros ligeros, y una docena de naves de caza asesinas. Seguramente habían sido enviados para colocar las minas enfrente del punto de salto, y después dejarían solo algunas unidades ligeras para informar sobre si la flota de la Alianza había pasado por el sistema. No obstante, los habían pillado colocando el campo de minas. Los acorazados no constituían una amenaza importante para la flota de la Alianza, no al menos si tenían tiempo para preparar el enfrentamiento. Pero la flota estaba ya sobre los acorazados síndicos, con ambas formaciones enzarzadas ya en un combate cuerpo a cuerpo, por lo que no había tiempo para planes elaborados.

—A todas las naves, disparen a las unidades síndicas más cercanas.

Un escuadrón de destructores emergió justo frente a de los acorazados síndicos. Las naves ligeras se apartaron desesperadamente, mientras disparaban su escaso armamento, que hacía poco más que emitir destellos según chocaba con los poderosos escudos de los acorazados enemigos. Estos respondieron. Su potente armamento atravesó las débiles defensas de los destructores, casi como burlándose de ella. El Kethen explotó a causa del ataque, y el Espada quedó reducida a un montón de escombros.

Lo que salvó al resto de destructores fue la aparición del escuadrón de cruceros ligeros de la Alianza, que salió del espacio de salto justo sobre el armamento de los acorazados síndicos. Estos cambiaron de objetivo y dispararon sobre los recién llegados. El Glacis quedó reducido a añicos, más o menos igual que el Égida y el Hauberk.

Pero en ese momento los cruceros pesados y los cruceros de batalla de la Alianza alcanzaron los acorazados síndicos, pertrechados con unos escudos suficientemente resistentes como para entablar combate, y con un poder ofensivo tan potente como para reducir drásticamente las posibilidades del enemigo.

Seis de las naves asesinas síndicas habían escoltado a los acorazados y, de ellas, cinco saltaron por los aires cuando un enjambre de destructores aliados superaba a gran velocidad a los acorazados y disparaba sobre sus compañeros más ligeros. La última asesina intentó escapar, pero no tuvo tiempo para acelerar lo suficiente antes de ser reducida a cenizas. Dos cruceros ligeros intentaron resguardarse tras los acorazados, pero fueron interceptados por tres divisiones de cruceros pesados de la Alianza, y después destruidos. El crucero pesado solitario síndico y los acorazados se encontraron frente a frente con la división de cruceros de batalla de Tulev, por lo que explotaron en mil pedazos ante la primera descarga de las naves más poderosas de la flota de la Alianza.

—Primera, Segunda, Tercera y Cuarta División de Acorazados —ordenó Geary—, ignoren a sus homólogos síndicos y ataquen los cruceros de batalla enemigos y a su escolta. —Recorrió la pantalla con la mirada, en busca de alguien a quien poder darle más órdenes—. Segunda, Quinta y Séptima División de Acorazados, alcancen los acorazados síndicos. Que todos los cruceros pesados intenten entablar combate con la escolta síndica superviviente que haya alrededor de los cruceros de batalla enemigos. Que todas las unidades ligeras de la Alianza abran fuego en cuanto tengan oportunidad.

Era un anuncio muy poco táctico; de hecho, era más bien un intento de superar a las fuerzas enemigas lo antes posible. Es ese momento, parecía la mejor opción.

Además, también tenía que ocuparse de los síndicos que intentaban contraatacar desesperadamente.

—Cuarta y Décima División de Acorazados, cubran la división de auxiliares. Asegúrense de que nada llega hasta ellas.

No estaba seguro de que todos los acorazados fuesen a obedecer aquellas órdenes en el fragor de la batalla, pero con que unos pocos lo hiciesen, sería suficiente.

Once cruceros de batalla giraron el arco de su trayectoria y aceleraron en dirección a los cruceros de batalla síndicos, seguidos de una maraña formada por divisiones de cruceros pesados, cruceros ligeros y destructores.

—Aceleren hasta una décima parte de la velocidad de la luz —ordenó la capitana Desjani—. Quince grados dirección ascendente, cero cuatro grados a babor. Que todo el armamento apunte al crucero de batalla síndico más adelantado. Preparados para lanzar los misiles espectro.

Al mismo tiempo, los once acorazados aliados de la Segunda, Quinta y Séptima División cayeron sobre sus naves equivalentes síndicas. Geary vio que los dos acorazados supervivientes de la Cuarta División giraban y se lanzaban contra los enemigos. No obstante, no intentó ordenarles que se detuviesen. La Vindicta y la Venganza se lo debían por la pérdida de la Triunfante en Vidha, y por el tremendo daño que había sufrido la Guerrera en esa misma batalla.

Trece acorazados de la Alianza arremetieron contra sus homólogos síndicos, a una distancia demasiado corta como para disparar misiles espectro. En lugar de eso, gran parte de las naves cercanas lanzaron metralla. Las bolas de metal, bien orientadas, chocaron contra los escudos enemigos y se vaporizaron con el impacto. Entonces, todos los acorazados aliados emplearon sus baterías de lanzas infernales desde tres flancos, por lo que los escudos enemigos de los acorazados, ya bastante debilitados, colapsaron casi al momento. Las lanzas atravesaron las defensas y penetraron hasta las entrañas de las naves síndicas, abriendo agujeros por los que salían ráfagas de aire procedentes de los sistemas de ventilación, al mismo tiempo que se sacudían con cada impacto.

La Vindicta y la Venganza destrozaron a su paso todo lo que tenían a corta distancia, disparando sus proyectores de campos de anulación. Las brillantes esferas de estos dispositivos chocaron contra los cascos de las naves síndicas, deshaciendo sus campos atómicos. Secciones enteras de los acorazados síndicos, situadas dentro del área de los proyectores, se vaporizaron, lo que produjo grandes daños en las naves.

Los dos cruceros de batalla síndicos pudieron haber intentado escapar mientras los cruceros de batalla aliados se abalanzaban sobre ellos, pero su comandante pareció dudar. Aquella pequeña indecisión selló su fin.

—Misiles espectro —dijo Desjani.

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