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Capítulo 19

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CAPÍTULO 19

DAEMON

Habíamos logrado salir.

Pero todavía no estábamos en libertad.

No todos los vehículos habían quedado fuera de servicio. Nos persiguieron por tierra y por aire, pero nosotros nos movíamos con rapidez. Con el ópalo, Kat casi podía alcanzar mi velocidad, pero con el ruido de las palas de un helicóptero aproximándose con rapidez a unos quince kilómetros de distancia, Archer se separó de nosotros y fue en dirección oeste.

«Los distraeré —dijo—. Recordad: Ash Springs».

Entonces salió corriendo, un borrón que desapareció en el horizonte. No tuvimos oportunidad de preguntar qué iba a hacer, ni tampoco de pararlo. Unos segundos más tarde hubo un estallido de luz, y después otro a un kilómetro y medio de distancia. No miré hacia atrás para comprobar si los focos del helicóptero se habían apartado de nuestra trayectoria, mordiendo el anzuelo. No pensé en lo que le sucedería si lo capturaban. No podía permitirme pensar en nada ni preocuparme por nada que no fuera llevar a Kat a un lugar seguro, incluso aunque fuera solo durante la noche.

Corrimos por el desierto, y nuestros pies hicieron elevarse el olor de la salvia. No había nada más durante varios kilómetros, y entonces llegamos hasta un rebaño de ganado que deambulaba libremente. Después, nada otra vez, mientras permanecíamos cerca de la carretera.

Cuanto más nos alejábamos, más me preocupaba yo. Incluso con el ópalo, Kat no sería capaz de mantener el ritmo mucho más tiempo, no durante ciento treinta kilómetros. Los híbridos se cansan con rapidez, incluso a pesar del potenciador. A diferencia de nosotros, a quienes de hecho nos cuesta más energía ralentizarnos, ella iba a estallar. Demonios, ciento treinta kilómetros me cansarían hasta a mí, pero Kat… Por ella correría un millón de kilómetros. Y sabía que ella haría lo mismo por mí, pero no podría. No estaba en su ADN.

No había tiempo de detenernos para preguntarle cómo se encontraba, pero su ritmo cardíaco estaba por las nubes, y respiraba con dificultad para después expulsar el aire de inmediato.

El miedo que fluía por mis venas crecía más con cada paso y cada rápido latido de mi corazón. Eso podría matarla, o al menos dañarla seriamente.

Lancé una rápida mirada al cielo nocturno. No había nada salvo estrellas, y no se veían luces en la distancia. Todavía nos quedaban casi cincuenta kilómetros por recorrer, y sería demasiado arriesgado que cobrara mi auténtica forma para acelerar el proceso. Una luz que atravesaba el desierto sería demasiado obvio, y además daría algo de que hablar a todos esos entusiastas de los ovnis.

Me detuve inesperadamente y tuve que rodear la cintura de Kat con un brazo para evitar que cayera. Estaba respirando con fuerza mientras me miraba, y la piel alrededor de su boca estaba pálida y demacrada.

—¿Por qué…? ¿Por qué nos detenemos?

—No puedes seguir mucho más, gatita.

Ella negó con la cabeza, pero el pelo se le quedó pegado a las mejillas.

—Puedo… puedo hacerlo.

—Sé que quieres hacerlo, pero esto es demasiado. Dame el ópalo y yo te llevaré.

—No. No puedes…

—Kat. Por favor. —Mi voz se rompió en la última palabra, y ella abrió mucho los ojos—. Por favor, déjame hacerlo.

Sus manos temblaron mientras se apartaba el pelo empapado de sudor de la cara. Su obstinada barbilla se alzó un poco, pero se quitó el brazalete de ópalo.

—Odio… la idea de que tengan que llevarme.

Me entregó el brazalete y yo me lo puse, sintiendo una pequeña sacudida. También cogí su pistola y me la metí en la cinturilla de los pantalones.

—¿Por qué no te subes a mi espalda? Así no te estaré llevando… me estarás montando. —Hice una pausa y después le guiñé un ojo. Ella se quedó mirándome—. ¿Qué? —Me reí, y ella estrechó los ojos inmediatamente—. Tendrías que verte ahora mismo. Pareces una gatita, es lo que digo siempre. Tienes todos los pelos erizados.

Ella puso los ojos en blanco y se colocó detrás de mí.

—Deberías conservar tus energías y dejar de hablar.

—Au.

—Lo superarás. —Colocó las manos sobre mis hombros—. Además, tendrías que bajar esos humos.

Me agaché y rodeé la parte posterior de sus rodillas con los brazos. Con un saltito, deslizó los brazos alrededor de mi cuello y me rodeó los costados con las piernas.

—Cariño, estoy tan alto que hasta aquí no llega ningún humo.

—Vaya —dijo—. Esa es nueva.

—Te ha encantado. —La sujeté con fuerza y dejé que la Fuente llegara hasta el ópalo y se fundiera con él—. Agárrate, gatita. Voy a comenzar a brillar un poquito, y vamos a ir rápido.

—Me gusta cuando brillas. Es como tener mi propia linterna personal.

Sonreí.

—Me alegra ser de utilidad.

Ella me dio unos golpecitos en el pecho.

—¡Arre!

Sintiéndome mucho mejor, salí corriendo y alcancé la clase de velocidad que no podía permitirme corriendo junto a Kat. Su peso no era nada, lo cual resultaba bastante preocupante. Necesitaba que se comiera unos cuantos filetes y hamburguesas pronto.

Cuando vi que nos aproximábamos a las luces de la ciudad, me acerqué más a la carretera, y ahí estaba. Ash Springs, a quince kilómetros.

—Ya casi estamos, gatita.

Había ralentizado el ritmo lo suficiente como para que ella pudiera soltarse.

—Puedo ir corriendo el resto del camino.

Quería discutir, pero sabía que si lo hacía tan solo serviría para tardar más en llegar a un lugar seguro, así que mantuve la boca cerrada. También sabía que era algo más que eso. Kat quería demostrar, y no solo a mí sino también a sí misma, que podía ser de utilidad, y no un obstáculo. Esa necesidad de demostrar que podía ser igual que yo y los otros Luxen era lo que la había llevado a confiar en Blake. Me quité el ópalo y se lo devolví.

—Vamos allá entonces.

Ella asintió con la cabeza.

—Gracias.

Tomé su mano, más pequeña que la mía, y corrimos el resto del camino hasta Ash Springs. El camino entero nos llevó alrededor de unos veinte minutos, pero me parecieron una vida entera. Dependiendo de cómo nos estuviera buscando Dédalo tendríamos una ventaja sobre ellos de unas buenas dos horas, más si habían seguido a Archer.

En cuanto llegamos a las afueras de Ash Springs, ralentizamos el ritmo hasta quedarnos caminando, y nos mantuvimos alejados de las aceras y las farolas. La ciudad era pequeña, tanto como Petersburgo. Había señales por todas partes que conducían a alguna de las muchas aguas termales naturales.

—Apuesto a que huelo fatal —dijo Kat, mirando con ojos deseosos la señal de una de las aguas termales—. Cómo me gustaría poder tomar un baño ahora.

Los dos estábamos cubiertos por una fina capa de polvo del desierto.

—Sí que hueles un poquito.

Ella me lanzó una mirada envenenada.

—Gracias.

Solté una risita entre dientes y le apreté la mano.

—Hueles un poquito a rosa a punto de florecer.

—Sí, lo que tú digas. Ahora estás siendo un idiota.

La conduje alrededor de un seto con forma de… Demonios, no tenía ni idea de lo que se suponía que era. ¿Un elefante cruzado con una jirafa?

—¿Qué harías por un baño? —Me volví y la levanté por encima de una rama caída—. ¿Cosas malas y sucias?

—Tengo la sensación de que vas a convertir esto en una conversación pervertida.

—¿Qué? Yo jamás haría nada parecido. Tienes un cerebro muy retorcido, gatita. Me horroriza lo que sugieres.

Ella negó con la cabeza.

—Lamento haber corrompido tu inocencia y tu virtud.

Sonreí mientras nos deteníamos en un cruce. Más adelante había varias señales iluminadas de hoteles. Las calles se hallaban vacías, y me pregunté qué hora sería. No había pasado ni un solo motorista.

—Creo que apuñalaría a alguien por una ducha —dijo Kat mientras cruzábamos la calle—. Incluido tú.

Solté una risa de sorpresa.

—No podrías conmigo.

—No subestimes mi necesidad de quitarme de encima toda esta porquería… Eh. —Se detuvo y señaló una calle lateral—. ¿Es ahí?

Había una señal en la distancia. La «S» era de un rojo tenue, de modo que parecía que pusiera «THE PRINGS MOTEL».

—Creo que sí. Vayamos a mirar.

Nos apresuramos por la estrecha calle lateral, pasamos por delante de escaparates oscuros y llegamos hasta el aparcamiento. Definitivamente, estaba muy alejado del camino principal, y…

—Oh, vaya —dijo Kat, soltándome la mano—. Creo que es uno de esos moteles que cobran por hora, y la gente viene aquí a colocarse.

No le faltaba razón. Era de estilo rancho, con una sola planta y en forma de «U». El recibidor estaba en el centro, y había una plataforma de madera que rodeaba las entradas a las habitaciones. La iluminación era tenue tanto en el edificio como a su alrededor, y en el aparcamiento había unos cuantos coches; la clase de coches que estaban a unos pocos días de acabar en el desguace.

—Bueno, ahora sabemos qué clase de lugares le gusta visitar a Archer —dije, estrechando los ojos mientras observaba la luz amarilla que se derramaba sobre los tablones de madera frente al recibidor.

—No ha estado en muchos sitios. —Movió su peso de un pie a otro—. Ni siquiera ha comido en el Olive Garden, así que no creo que sea un experto en hoteles.

—¿Nunca ha comido en el Olive Garden? —Ella negó con la cabeza—. Vaya, tenemos que conseguirle palitos de pan y ensaladas infinitos. Qué fuerte —murmuré—. ¿Has hablado mucho con él?

—Él era el único que realmente se portaba… bien conmigo. Bueno, a su manera. No es que sea un tío cálido y cariñoso. —Hizo una pausa e inclinó la cabeza hacia atrás mientras observaba el cielo plagado de estrellas—. No hablábamos mucho, pero siempre estaba ahí conmigo. Al principio no pensé que sería él quien nos ayudaría. Supongo que las primeras impresiones realmente no importan.

—Supongo que no. —Una repentina expresión de recelo cruzó su rostro mientras bajaba la barbilla. Pude ver el peso de todo cayendo sobre ella. Era prácticamente la misma mirada que había visto en el rostro de Beth la mañana que me marché, antes de que comenzara a flipar.

No sabía qué decir mientras cruzábamos el aparcamiento. Realmente, no había palabras que sirvieran para lo mucho que se había descarrilado la vida de Kat. Nada que pudiera decir haría que la situación mejorara, e intentarlo parecía infravalorar todo por lo que había tenido que pasar. Era como decirle a alguien que ha perdido a un ser querido que la persona fallecida está en un lugar mejor. Nadie quiere oír eso. No cambia nada, no hace que el dolor se vaya, ni te hace comprender por qué ha sucedido.

A veces las palabras son inútiles. Pueden ser poderosas, pero en algunas raras ocasiones, como aquel momento, las palabras no significan nada.

Nos detuvimos bajo una lámpara de luz débil que había a un lado del hotel, frente a varios bancos y mesas de pícnic. Kat tenía la cara cubierta de polvo, y en sus mejillas había manchas de sangre seca. El estómago me dio un vuelco.

—¿Estabas sangrando?

Ella negó con la cabeza y miró nuevamente hacia el cielo.

—No es mía. Es de un soldado. Le… le disparé.

El poco alivio que pudiera haber sentido quedó ensombrecido por lo que había tenido que hacer, y lo que tendría que volver a hacer si la situación se complicaba. Le entregué la pistola.

—Vale. De acuerdo. —Le acaricié las mejillas—. Quédate aquí. Voy a cambiar de forma e ir a por las llaves. Si algo te resulta sospechoso, dispara primero y haz las preguntas después. ¿De acuerdo? No utilices la Fuente a menos que tengas que hacerlo. Pueden rastrear esas cosas.

Asintió con la cabeza. Me di cuenta de que no dejaba de mover las manos. La adrenalina seguía bombeando a través de ella, manteniéndola en pie. Iba a necesitar una sobredosis de azúcar muy pronto.

—No voy a ir a ningún sitio —aseguró.

—Muy bien. —La besé, y quise quedarme para no dejarla ahí sola, pero ni de coña podía llevarla al recibidor con ese aspecto. Hubiera o no gente vigilando, atraería la atención sí o sí—. Enseguida vuelvo.

—Lo sé.

Seguí sin moverme. Mis ojos buscaron los suyos, que estaban cansados, y mi ritmo cardíaco se aceleró. La besé una vez más y me obligué a apartarme. Después, me giré y me dirigí hacia la parte frontal del motel. Recordé la imagen de uno de los guardias y cobré su forma. Mis recuerdos me proporcionaron unos vaqueros y una camiseta. Todo aquello era una fachada, como el reflejo de un espejo. La diferencia era que la imagen que yo reflejaba era falsa, y si la mirabas durante demasiado tiempo y con intensidad, comenzabas a ver grietas en el disfraz.

Una campana produjo un jovial tintineo cuando entré en la recepción. El aire olía a cigarros aromáticos. Había una tienda de regalos a la derecha, varias sillas viejas colocadas frente a unas máquinas expendedoras, y el mostrador de recepción a la izquierda.

Un hombre mayor esperaba junto al mostrador. Sus ojos parecían de insecto detrás de sus gruesas gafas, y llevaba un pantalón a cuadros con tirantes. Un atuendo impresionante.

—¿Qué tal? —dijo el hombre—. ¿Necesita una habitación?

Me acerqué al mostrador.

—Sí. ¿Tiene alguna disponible?

—Por supuesto. ¿La necesita durante unas cuantas horas, o la noche completa?

Casi me reí por lo que Kat había dicho en el exterior.

—La noche completa, y quizá también la de mañana.

—Bueno, comenzaremos con una noche solo y después ya veremos. —Se volvió hacia la caja registradora—. Serán setenta y nueve dólares. Aquí solo aceptamos efectivo. No tiene que firmar nada y no pedimos identificación.

Aquello no era ninguna sorpresa. Metí la mano en el bolsillo y saqué el fajo de billetes. Joder, ¿por qué llevaba Archer varios cientos de dólares encima todo el tiempo? Por supuesto, no era como si fuera fácil robarle.

Le entregué un billete de cien.

—¿Le importa si echo un vistazo a la tienda?

—Adelante. No tengo mucho que hacer. —Asintió en dirección al televisor que había encima del mostrador—. La señal siempre llega algo mal por aquí en mitad de la noche. Pasa lo mismo con el televisor de su habitación. Es la número catorce, por cierto.

Asentí, cogí el cambio y la llave de la habitación, y me dirigí a la zona de regalos. Había una pila de camisetas unisex con las palabras «RUTA 375: CARRETERA EXTRATERRESTRE» de un llamativo color verde en la parte frontal. Cogí una talla L para mí y una S para Kat. Había unos pantalones de chándal que le quedarían un poco grandes, pero servirían. Cogí unos también para mí y después me giré, en busca de comida.

Mis ojos cayeron sobre un muñeco de peluche verde con la cabeza en forma de óvalo y unos grandes ojos negros. Lo cogí y fruncí el ceño. ¿Por qué demonios pensaban los humanos que los alienígenas éramos así?

El recepcionista del hotel se rio entre dientes.

—Si le gustan las cosas de alienígenas, ha venido al lugar adecuado. —Yo sonreí—. Ya sabrá que estamos a unos ciento treinta kilómetros o así del Área 51. Aquí vienen muchos visitantes de camino a buscar algún ovni. —Se le deslizaron las gafas por la nariz—. Por supuesto, no pueden entrar en el Área 51, pero a la gente le gusta acercarse todo lo posible.

Puse el muñeco de nuevo en su sitio y me giré hacia el pasillo de la comida.

—¿Usted cree en alienígenas?

—He vivido aquí toda mi vida, hijo, y he visto algunas locuras inexplicables en el cielo. O son alienígenas o es el Gobierno, y no me hace mucha gracia ninguna de las dos cosas.

—A mí tampoco —respondí mientras cogía tanto azúcar como pude encontrar. Añadí también un bolso de mano con las palabras «ESTÁN ENTRE NOSOTROS», uno de esos teléfonos cutres con tarjeta prepago, y algunas otras cosas que me llamaron la atención. Antes de volver al mostrador, me di la vuelta y cogí el estúpido muñeco del alienígena.

Mantuve el ojo en el aparcamiento mientras pagaba. No se había movido nada, pero estaba deseando volver junto a Kat.

—Hay un congelador ahí fuera por si lo necesita. —Me entregó la bolsa—. Y si necesita pasar otra noche, tan solo venga por aquí.

—Gracias. —Me volví, echando un vistazo al reloj que había por encima del mostrador. Era poco más de las once, pero parecía mucho más tarde que eso. Y era extraño de narices que la ciudad estuviera tan muerta siendo tan pronto.

De vuelta al exterior, me saqué la llave del bolsillo y esperé a doblar la esquina antes de recobrar la forma del Daemon con el que Kat estaba familiarizada.

Estaba esperándome donde la había dejado, apoyada contra la pared, lo que la dejaba envuelta en sombras. Una chica lista. Se giró y se alisó el pelo con las manos.

—¿Cómo ha ido?

—Genial. —Metí una mano dentro de la bolsa—. Te he traído algo.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado mientras me detenía frente a ella.

—¿Un baño portátil?

—Mejor. —Saqué el muñeco del alienígena—. Me ha recordado a ti.

Ella soltó una risa corta y ronca mientras cogía el muñeco, y mi pecho dio una extraña sacudida. No recordaba la última vez que la había oído reír, ni nada que se le pareciera remotamente.

—Es igualito que tú —dijo—. Voy a llamarlo DB.

—Una elección perfecta. —Pasé el brazo alrededor de sus hombros—. Vamos, nuestra habitación está por este lado. Tu ducha te espera.

Se apretó a DB contra el pecho y suspiró.

—No puedo esperar.

La habitación no estaba tan mal como había supuesto. La habían limpiado recientemente, y el olor de los productos de limpieza y suavizante eran desde luego aromas bienvenidos. La cama era doble, con las sábanas abiertas. Había una cómoda enfrente de la cama con un televisor con aspecto de tener problemas con la señal en cualquier momento del día. Al lado se encontraba un pequeño escritorio.

Puse las compras sobre la mesa y eché un vistazo al baño. Había toallas, jabón y los productos esenciales, lo cual era bueno, porque había sido tan estúpido como para olvidar comprarlos. Volví a la habitación y me encontré a Kat allí de pie, aferrándose todavía a DB. Era ridículo y extraño y otras mil cosas más lo mona que me parecía que estaba, cubierta de tierra, sudor y sangre.

—¿Te parece bien si me ducho yo primero? —preguntó—. Porque estaba de broma. No voy a apuñalarte.

Solté una carcajada.

—Sí, métete en la ducha a quitarte toda esa porquería antes de que te meta yo allí.

Ella arrugó la nariz en mi dirección y colocó a DB sobre la cama, de modo que parecía que el alienígena de peluche estuviera a punto de ver algún programa malo en la tele. Después dejó la pistola sobre la mesita de noche.

—No tardaré.

—Tómate tu tiempo.

Dudó durante un momento, con aspecto de querer decir algo, y después cambió de opinión. Me dirigió una larga mirada, y después se giró y desapareció en el cuarto de baño. El ruido de la ducha fue tan inmediato que me provocó una sonrisa.

Fui hasta la bolsa, saqué el teléfono desechable y abrí el paquete. Ya estaba cargado con cien minutos. Quería llamar a mis hermanos, pero hacerlo tan pronto era demasiado arriesgado, así que lo aparté y fui hasta la ventana. Al otro lado se veían la carretera y el aparcamiento, lo cual era perfecto.

Miré desde detrás de las gruesas cortinas de color borgoña y me pregunté cuánto tardaría Archer en encontrarnos, o si lo haría siquiera. Puede que eso me convirtiera en un cabrón despiadado, pero no me importaba lo que le pasara a Archer. No era que no apreciara lo que había hecho por nosotros ni lo que había arriesgado, pero no tenía tiempo para preocuparme por los demás. Habíamos logrado salir. Y nunca íbamos a volver. Me cargaría a un ejército, quemaría hasta los cimientos de una ciudad entera y sumiría el mundo en el caos para mantener a Kat lejos de aquel lugar.

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