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Capítulo 20

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CAPÍTULO 20

KATY

El chorro constante de agua casi hirviendo se había llevado la mugre y cualquier otra cosa que se me hubiera pegado a la piel. Di unas cuantas vueltas y finalmente me detuve, presionándome la cara con las manos temblorosas. Ya había utilizado la botellita de champú —dos veces—, y tenía que salir de allí, pero estar en el plato de ducha con manchas de óxido cerca del desagüe y una presión irregular era tan distinto a los baños del complejo que no quería irme. Era como estar dentro de una burbuja, a salvo de la realidad.

El agua recorría mi cuerpo, cayendo en cascada sobre las cicatrices dentadas que tenía en la espalda, acumulándose a mis pies. Bajé las manos y miré hacia abajo. El agua no se estaba yendo rápido, sino que se quedaba en el fondo de la ducha. Tenía un ligero tono rosado.

Tragué saliva y cerré los grifos. Salí de la ducha al cuarto de baño lleno de vapor, cogí una toalla y me la envolví alrededor del cuerpo, sujetándola por arriba. Hice lo que pude por quitarme el exceso de agua del pelo, de forma metódica. Envolver con la toalla. Apretar. Envolver. Apretar. Cuando terminé, me di cuenta de que no tenía ninguna otra razón para esconderme en el baño.

Y eso era lo que estaba haciendo: esconderme. No sabía por qué, solo sentía que mi interior estaba amoratado y desgastado, demasiado expuesto. Habíamos escapado… Éramos libres por el momento. Eso solo ya era razón para alegrarse, pero estábamos muy lejos de encontrarnos a salvo. Todavía no sabíamos qué había sido de Archer ni lo que haríamos después, y había dejado atrás una vida entera en Petersburgo: mi madre, el instituto, mis libros…

Tenía que salir del cuarto de baño antes de que Daemon pensara que me había desmayado o algo parecido.

Me aferré a la parte superior de la toalla y salí a la habitación. Daemon se encontraba junto a la ventana, con la espalda recta como si fuera un guardia, y cuando giró la cintura, sus ojos me recorrieron desde la cabeza hasta los pies. La luz que había junto a la cama estaba encendida y era tenue, pero cuando me miró de ese modo sentí como si me hubieran iluminado con un foco. Enrosqué los dedos de los pies sobre la alfombra.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó, sin apartarse de la ventana.

Asentí con la cabeza.

—Mucho mejor. Puede que quede algo de agua caliente.

El lateral de sus labios se curvó hacia arriba.

—¿Sabes qué día es? —Negué con la cabeza, y él señaló el escritorio—. Ahí hay uno de esos calendarios que van a página por día, de los que arrancas la página con cada día que pasa. Si está actualizado, es el dieciocho de agosto.

—Dios mío —susurré, sintiéndome muy inquieta—. Hemos estado ahí… Hemos estado ahí prácticamente cuatro meses.

Él no dijo nada.

—Sabía que había pasado bastante, pero el tiempo era muy extraño allí. No pensaba que hubiera sido tanto tiempo. Cuatro meses…

—Parece que fue hace una eternidad, ¿eh?

—Sí, eso parece. —Me acerqué a la cama—. Cuatro meses. Mi madre probablemente pensará que estoy muerta.

Él volvió a girarse hacia la ventana, con los hombros tensos. Pasaron unos momentos antes de que hablara.

—Te he traído algo de ropa limpia, está en la bolsa. Creo que te gustará la camiseta.

—Gracias.

—No hay de qué, gatita.

Me mordí el labio.

—¿Daemon…? —Él se giró hacia mí, y sus ojos parecían antinaturalmente brillantes. Dos hermosos ojos verdes—. Gracias por todo. No hubiera logrado salir de allí si no…

De pronto apareció frente a mí, y me acarició las mejillas. Tomé aliento, sobresaltada, mientras bajaba su frente hasta la mía.

—No tienes que darme las gracias por nada de esto. Nunca te hubieras encontrado en esta situación de no ser por mí, y no tienes que darme las gracias por algo que quería y necesitaba hacer.

—Esto no ha sido tu culpa —le dije, y lo decía en serio—. Lo sabes, ¿verdad?

Él me besó la frente.

—Voy a limpiarme. También hay comida en la bolsa, por si tienes hambre. Si no, deberías tratar de descansar un poco.

—Daemon…

—Lo sé, gatita. Lo sé. —Bajó las manos y me dirigió esa sonrisa engreída suya—. Si alguien aparece mientras estoy en la ducha, no lo dejes pasar, incluso aunque sea Archer. ¿De acuerdo?

—Dudo que una puerta vaya a detenerlo.

—Para eso está la pistola. No creo que vaya a jugárnosla, pero más vale prevenir que lamentar.

Tenía razón, pero, mientras lo observaba coger unos pantalones y desaparecer en el cuarto de baño lleno de vapor, odié la idea de volver a empuñar esa pistola. Pero lo haría si tenía que hacerlo. Tan solo esperaba no tener que volver a hacerlo nunca, lo cual era estúpido, porque era más que probable que la violencia de mi vida diaria reciente no hubiera acabado ni por asomo.

Cogí la bolsa y la llevé hasta la cama. Me senté y comencé a hurgar en ella mientras el agua empezaba a correr en el cuarto de baño. Levanté la mirada, que cayó sobre la puerta cerrada, y un cálido rubor recorrió mis mejillas. Daemon estaba en la ducha, completamente desnudo, y yo tan solo tenía una toalla. Nos encontrábamos solos, por primera vez en cuatro meses, en la oscura habitación de un motel.

El estómago me dio un vuelco.

La calidez del rubor se intensificó, y gruñí con exasperación.

¿Qué estaba haciendo pensando en esas cosas en un momento así? Durante el último par de meses había oído a Daemon en la ducha un millón de veces. No estábamos en una escapada romántica en el Ritz, salvo que correr para salvar la vida contara como preliminares.

Negué con la cabeza y volví a concentrarme en la bolsa. Dentro encontré una amplia selección de delicias llenas de azúcar, lo cual me hizo pestañear para contener las lágrimas, ya que sabía que las había traído para mí. Dios, cuando realmente importaba, cuando ni siquiera sabía que lo estaba intentando, podía ser muy considerado.

Saqué las botellas de refresco y me levanté para colocarlas junto a las patatas y los dulces en el escritorio. Sonreí cuando vi el bolso de mano, y la camiseta hizo que la sonrisa se ampliara de una forma que parecía poco familiar, como si fuera a agrietarme la piel.

Miré al alienígena de peluche.

—DB…

Volví a la cama y encontré unas zapatillas en la bolsa. Perfecto: no quería volver a ver esos malditos zapatos en la vida. Metí la mano hasta el fondo de la bolsa y mis dedos tocaron una caja cuadrada. Saqué el último objeto.

El calor invadió mi rostro y casi se me saltaron los ojos.

—Oh… Oh, vaya.

El agua dejó de sonar, y un segundo después Daemon salió con los pantalones bajos en las caderas. Tenía la piel húmeda y reluciente. Mis ojos se quedaron fijos en su estómago y las gotas de agua que descendían por él hasta desaparecer tras la cinturilla de los pantalones. Yo seguía llevando solo una toalla.

Y tenía una caja de preservativos en la mano.

Mi rostro estaba rojo como un tomate.

Él levantó una ceja oscura.

Mi mirada fue hasta la caja, y después de nuevo hacia él.

—Eres muy confiado, ¿verdad?

—Prefiero pensar que estoy preparado para cualquier ocasión. —Fue hasta la cama a paso tranquilo, como tan solo Daemon sería capaz de hacer sin parecer un completo imbécil—. Sin embargo, me decepciona un poco que no tengan caras de marcianitos como todo lo demás.

Tomé aire y me atraganté un poco.

—¿Qué clase de motel vende preservativos?

—¿Mi clase favorita de motel? —Cogió la caja de entre mis débiles dedos—. Te has pasado todo el tiempo mirando esto en lugar de comer nada, ¿verdad?

Solté una risa; una risa real y normal.

Daemon abrió mucho los ojos, y su color resplandeció. La caja se le cayó de entre los dedos y aterrizó con un suave golpe sordo sobre la alfombra.

—Hazlo de nuevo —dijo con voz ronca.

El sonido me provocó un escalofrío en la espalda.

—¿Que haga el qué?

—Reírte. —Se inclinó sobre mí y me acarició las mejillas con las puntas de los dedos—. Quiero volver a oírte reír.

Quise reírme otra vez para él, pero todo el humor se había esfumado bajo la cruda intensidad de su mirada. La emoción se hinchó en mi interior, como un globo sujeto por un fino cordel, pero cuando abrí la boca no sabía qué decir. Se me tensaron los músculos por todo el cuerpo, y sentía como si tuviera en el estómago un nido de mariposas a punto de echar a volar. Levanté una mano y la coloqué sobre su mejilla. Su barba incipiente me hizo cosquillas en la palma y provocó que mi corazón diera un salto. Deslicé la mano por la curva de su mandíbula y después por su cuello, hasta su hombro. Él dio una sacudida bajo mi tacto, y su pecho subió bruscamente.

—Kat —dijo como si estuviera respirando mi nombre; llevándolo hasta su interior como si se tratara de alguna clase de plegaria.

No podía apartar la mirada, y por un momento me quedé congelada. Después me estiré y llevé mi boca hasta la suya. El ligero roce envió una sacudida por todo mi cuerpo. Moví los labios, familiarizándome con la sensación de estar tocándolo. Era extraño, pero parecía como si estuviéramos besándonos por primera vez. El corazón me latía con fuerza, y mis pensamientos eran un remolino embriagador que me mareaba.

Deslizó una mano por mi pelo, y sus dedos se enroscaron en la parte posterior de mi cabeza. El beso se profundizó hasta que su sabor estuvo por todas partes, y después solo quedamos nosotros… Tan solo nosotros. El resto del mundo se hizo añicos. Ninguno de nuestros problemas desapareció, pero quedaron relegados mientras mi boca se abría para él. Nos besamos como si estuviéramos muertos de hambre el uno del otro, y lo estábamos. Esos besos me embriagaban, y sus dedos se movieron por mi mandíbula y bajaron por mi garganta, trazando un camino delicadamente. Pero mis manos estaban ávidas y se apresuraron a deslizarse por su pecho, y recorrí las líneas de su duro estómago. El modo en que mi tacto le afectaba me maravillaba. Produjo un sonido ronco, y yo me derretí.

Me echó hacia atrás con suavidad y colocó su cuerpo sobre el mío, apoyando el peso sobre un brazo, pero nuestras bocas fueron lo único que se tocó en la más dulce de las torturas. Habíamos tenido situaciones de intimidad antes, dos veces, pero parecía que aquella fuera la primera vez. Sentí los nervios y la emoción que bullían a través de mí, mientras mi sangre se calentaba.

Daemon levantó la cabeza. Tenía los ojos entrecerrados, pero pude ver sus pupilas como diamantes pulidos que seguían el movimiento de su mano. Me tensé mientras sus dedos se acercaban peligrosamente al borde de la toalla: cada vez que pasaba lentamente junto al tejido, mi corazón latía con fuerza. Mi mirada recorrió sus anchos pómulos, y después permaneció fija en la perfección de sus labios.

Su mano permaneció junto al nudo que había hecho en la toalla, y sus ojos fueron hasta los míos.

—No tenemos por qué hacerlo —dijo.

—Lo sé.

—Realmente no compré los condones pensando que lo haríamos esta noche.

Esbocé una sonrisa.

—Entonces… ¿no estabas siendo excesivamente confiado?

—Siempre soy excesivamente confiado. —Bajó de repente y me besó con suavidad—. Pero no sé si esto es demasiado ahora mismo. No quiero…

Lo silencié llevando las manos hasta la cinturilla de sus pantalones, y enganché mis dedos bajo ella.

—Eres perfecto. Quiero hacerlo… contigo. No es demasiado.

Él tomó aire y se estremeció.

—Dios, estaba esperando que dijeras eso. ¿Me convierte eso en una persona terrible?

Solté una risita.

—No. Tan solo te convierte en un tío.

—¿Oh? ¿Eso crees? —Volvió a capturar mi boca, y después me dio un mordisquito y se apartó—. ¿Tan solo me convierte en un tío?

—Sí —jadeé. Mi espalda se arqueó mientras bajaba la mano por mi cuerpo y después la llevaba de vuelta hasta el nudo de la toalla—. Vale. Eres mucho más que solo un tío.

Él soltó una risita desde la garganta.

—Eso pensaba.

Su aliento era cálido contra mis labios hinchados, ardiente y abrasador mientras recorría mi cuello. Depositó un beso en el lugar donde mi pulso latía en mi garganta. Cerré los ojos, feliz de dejarme llevar por el torrente de sensaciones. Necesitaba hacer eso… Los dos lo necesitábamos. Un momento de normalidad, tan solo él y yo, juntos, como teníamos que estar.

Me besó mientras sus dedos deshacían el nudo, distrayéndome mientras apartaba la toalla. Unos escalofríos siguieron al aire frío que recorrió mi cuerpo. Murmuró algo en ese lenguaje lírico suyo, un lenguaje que desearía poder comprender, porque las palabras sonaban hermosas.

Mientras levantaba la cabeza, su mirada me recorrió, quemándome desde dentro hasta fuera. Los contornos de su cuerpo se difuminaron en una débil luz blanquecina.

—Eres preciosa.

Pensé en mi espalda.

—Toda tú —añadió, como si me hubiera leído la mente.

Tal vez lo había hecho, porque cuando lo atraje más a mí por la cinturilla de sus pantalones, él obedeció y encajó su cuerpo con el mío. Pecho desnudo contra pecho desnudo. Enredé las manos en su pelo mientras rodeaba sus caderas con una pierna.

Él tomó aliento bruscamente.

—Me vuelves loco.

—Es mutuo —dije con voz ronca, moviendo mis caderas con las suyas.

Los músculos de sus brazos se abultaron mientras producía un sonido que salía de la parte posterior de su garganta. Tenía la mandíbula apretada, y las líneas de su boca estaban tensas mientras deslizaba una mano entre nosotros. Esos dedos inteligentes pasaron de calmarme a robarme el aliento en un segundo, y sentí en mi interior una espiral…

Una brillante luz amarilla inundó la habitación repentinamente, rompiendo el momento.

Daemon se apartó de mí con tanta rapidez que agitó el pelo alrededor de mis sienes mientras salía disparado en dirección a la ventana y apartaba ligeramente la cortina. Yo me incorporé y rebusqué sobre el colchón hasta que encontré la toalla. Me cubrí mientras salía rápidamente de la cama y cogí la pistola.

Notaba el terror subiendo por mi garganta. ¿Nos habían encontrado tan pronto? Me giré hacia donde él se encontraba, aferrando todavía la toalla alrededor de mi cuerpo. Me temblaba tanto la mano que la pistola vibraba.

Daemon soltó un largo aliento.

—Tan solo son las luces de un coche… Algún idiota con las luces largas está saliendo del aparcamiento. —Dejó que la cortina volviera a caer en su sitio y se volvió—. Eso es todo.

Mi mano se tensó alrededor de la pistola.

—¿Las luces de un coche?

Su mirada cayó hasta lo que estaba sujetando.

—Sí, eso es todo, Annie Oakley.

Notaba la pistola pegada a la mano. Mi corazón seguía latiendo con fuerza por el terror residual, y ese terror iba a tardar en desaparecer de mis venas. Entonces me di cuenta con alarmante claridad de que a eso era a lo que habían quedado reducidas nuestras vidas: a ponernos a la defensiva y en modo de pánico cada vez que unas luces aparecieran por la ventana, alguien llamara a la puerta o algún extraño se nos acercara.

Siempre sería así.

Mi primera reacción ante las luces había sido coger la pistola, prepararme para disparar… disparar para matar si era necesario.

—¿Kat…?

Negué con la cabeza. Notaba un fuego que se arrastraba por mi estómago y subía hasta mi garganta. Las lágrimas me quemaban los ojos. Tenía la mente llena de pensamientos frenéticos, y notaba una presión en el pecho que se aferraba a mis pulmones con dedos helados. Un escalofrío bajó por mi espalda. Cuatro meses de lágrimas que no me había permitido derramar se acumularon en mi interior.

Daemon estuvo frente a mí en un instante, y separó mis dedos de la pistola con suavidad y cuidado. La colocó sobre la mesita de noche.

—Eh —dijo, cogiéndome las mejillas con ambas manos—. Eh, no pasa nada. Todo está bien. No hay nadie aquí, solo nosotros. Estamos bien.

Eso ya lo sabía, pero era más que las luces en la noche. Era todo: la acumulación de cuatro meses sin control alguno sobre ningún aspecto de mi vida o mi cuerpo. Lo noté todo amontonándose sobre mí: el miedo agrio que nunca desaparecía, el pánico que sentía cada día al despertar, los exámenes médicos y las pruebas de presión. El dolor del bisturí y el horror de ver morir a los humanos mutados. Todo me atravesó como un puñal. Nuestra angustiosa huida, en la que había disparado a gente (gente real y viva que tenía su propia familia y su propia vida); y sabía que había matado al menos a uno de ellos. Su sangre me había rociado toda la cara.

Y también estaba Blake…

—Háblame —me rogó Daemon, cuyos ojos color esmeralda estaban llenos de preocupación—. Vamos, gatita, dime lo que te pasa.

Giré la cabeza y cerré los ojos. Quería ser fuerte. Me había dicho una y otra vez que tenía que ser fuerte, pero no era capaz de superarlo todo.

—Eh —dijo con suavidad—. Mírame.

Mantuve los ojos bien cerrados, a sabiendas de que, si lo miraba, el globo que había estado tan lleno y se elevaba con tanta delicadeza estallaría. Me sentía destrozada por dentro, y no quería que él lo viera.

Pero entonces giró mi cara hasta la suya y depositó un beso en los párpados de mis ojos cerrados.

—No pasa nada —dijo—. Sientas lo que sientas ahora mismo, no pasa nada. Yo estoy contigo, Kat. Estoy aquí para ti, solo para ti. No pasa nada.

El globo estalló, y entonces perdí el control.

DAEMON

Se me rompió el corazón cuando la primera lágrima bajó deslizándose por su mejilla y ella soltó un ronco sollozo que se escapó de entre sus labios.

La abracé a mí con fuerza y la envolví con mis brazos mientras ella temblaba por la intensidad de su pena, su dolor. No sabía qué hacer. No iba a decirme nada, las lágrimas no se lo permitían.

—No pasa nada —dije una y otra vez—. Déjalo salir. Tan solo déjalo salir.

Y me sentí estúpido por decirlo. Las palabras estaban tan vacías…

Sus lágrimas se derramaron por mi pecho, y cada una de ellas resultaba cortante como un cuchillo. Impotente, la levanté en brazos y la llevé hasta la cama. Me quedé pegado a ella, cogí la manta que parecía demasiado áspera para su piel y la envolví con ella.

Ella se acurrucó junto a mí, y sus dedos se aferraron a los mechones de pelo de mi nuca. Las lágrimas… seguían saliendo, y mi corazón se rompía por el crudo sonido de cada uno de sus sollozos. Nunca me había sentido tan inútil en mi vida. Quería arreglarlo, hacer que se sintiera mejor, pero no sabía cómo.

Kat había sido muy fuerte todo el tiempo, y si yo había pensado por un solo instante que no había quedado profundamente afectada, era un idiota. Lo sabía. Tan solo había esperado… no, rogado, que las cicatrices y las heridas fueran solo físicas. Porque esas podía arreglarlas; podía sanarlas. No podía reparar las cosas que sangraban y se pudrían por debajo, pero lo intentaría. Haría lo que fuera para que dejara de sufrir.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que se calmó, hasta que las lágrimas parecieron secarse y su aliento entrecortado se estabilizó, y se quedó dormida por el cansancio. ¿Minutos? ¿Horas? No lo sabía.

Me metí bajo las sábanas, me estiré junto a ella y pegué su cálido cuerpo al mío. Ella no se movió ni una vez durante todo el proceso. Con su mejilla contra mi pecho, no dejé de acariciarle el pelo con las manos, esperando que el movimiento llegara hasta ella en sueños y de algún modo la aliviara de alguno de sus problemas. Sabía que le gustaba cuando jugaba con su pelo. Parecía algo muy insignificante, pero era todo lo que podía hacer entonces.

En algún momento me quedé dormido. No quería haberlo hecho, pero las últimas seis horas o así me habían pasado factura. Debí de dormir durante un par de horas, porque cuando abrí los ojos la luz del día entraba por el hueco entre las cortinas, pero parecía que solo hubieran pasado unos minutos.

Y Kat no estaba junto a mí.

Pestañeé con rapidez y me incorporé apoyándome sobre los codos. Estaba sentada en el borde de la cama, vestida con la camiseta y los pantalones que le había comprado la noche anterior. Su pelo le caía hasta la mitad de la espalda y las ondas se movieron cuando se giró hacia mí, subiendo una pierna a la cama.

—No te he despertado, ¿verdad?

—No. —Me aclaré la garganta y miré a mi alrededor, a la habitación, ligeramente desorientado—. ¿Cuánto tiempo llevas despierta?

Ella se encogió de hombros.

—No demasiado. Son poco más de las diez de la mañana.

—Vaya. ¿Tan tarde?

Me froté la frente con el dorso de la mano mientras me sentaba.

Ella apartó la mirada y comenzó a examinar la tira de sus zapatillas. Tenía las mejillas rojas.

—Siento lo de anoche. No quería empaparte con mis lágrimas.

—Eh. —Me moví hasta quedar junto a ella y le rodeé la cintura con el brazo para acercarla más a mí—. Necesitaba la segunda ducha. Fue mejor que la primera.

Ella soltó una risa ronca.

—Menuda forma de arruinar el momento, ¿eh?

—Nada puede arruinar el momento en lo que se refiere a ti, gatita. —Le aparté el pelo de la cara y lo coloqué por detrás de su oreja—. ¿Cómo te encuentras ahora?

—Mejor —dijo, levantando la mirada. Tenía los ojos rojos e hinchados—. Creo… creo que lo necesitaba.

—¿Quieres hablar sobre ello?

Ella se lamió los labios con nerviosismo mientras jugaba con los mechones de su pelo.

Me alegró ver que el brazalete de ópalo seguía en su delgada muñeca.

—Yo… Han pasado muchas cosas.

Contuve el aliento, sin atreverme a moverme, ya que sabía que a veces le costaba mucho esfuerzo sacar las palabras. Interiorizaba muchísima mierda, la mantenía dentro de ella. Finalmente, me miró con una sonrisita insegura.

—Tuve mucho miedo —susurró, y noté un espasmo en el pecho—. Cuando vi las luces… Pensaba que eran ellos, y entonces me asusté mucho, ¿sabes? He estado cuatro meses en ese lugar. Sé que no es nada comparado con Dawson y Beth, pero… No sé cómo lo hicieron.

Solté aire con lentitud. Yo tampoco sabía cómo lo habían hecho, cómo era posible que Dawson y Beth no estuvieran mucho más desquiciados de lo que ya estaban. Permanecí con la boca cerrada mientras subía la mano por su espalda y después volvía a bajarla otra vez.

Ella mantuvo la mirada fija en la puerta del cuarto de baño, y permaneció en silencio durante lo que pareció una eternidad. Entonces, muy lentamente, las palabras salieron de su boca a trompicones. Los baños de ónice. Los intensivos exámenes. Las pruebas de presión con los híbridos, y cómo se había negado a participar, y lo que eso había significado para ella hasta que la hicieron enfrentarse a Blake. Cómo él la había provocado para que luchara contra él y accediera a la Fuente. La culpa que sentía por su muerte era evidente en su voz. Me lo contó todo, y durante todo el tiempo me vi obligado a mantener el control alrededor de un millón de veces. Una furia que jamás había sentido me llenaba por dentro.

—Lo siento —dijo, negando con la cabeza—. Estoy divagando… Tan solo… tan solo necesitaba sacarlo.

—No lo sientas, Kat. —Quería atravesar la pared de un puñetazo. En lugar de eso, me deslicé hasta quedar sentado junto a ella, muslo con muslo—. Sabes que lo que pasó con Blake no fue culpa tuya, ¿verdad?

Ella retorció un mechón de pelo entre dos dedos.

—Lo maté, Daemon.

—Pero fue en defensa propia.

—No. —Soltó el pelo y me miró. Tenía los ojos vidriosos—. No fue en defensa propia, en realidad no. Él me provocó y yo perdí el control.

—Kat, tienes que ver la situación entera. Te estaban dando palizas… —Decirlo en voz alta hacía que me entraran ganas de volver al complejo y quemarlo hasta los cimientos—. Estabas sufriendo muchísima presión. Y Blake… Fueran cuales fuesen sus razones para hacer lo que hizo, él te puso a ti y a mucha otra gente en peligro repetidamente.

—¿Crees que se lo merecía?

Una parte sádica de mí, muy real, quería decir que sí, porque era cierto que algunos días pensaba eso.

—No lo sé, pero lo que sí sé es que entró en esa habitación para provocarte y que lucharas contra él. Y eso hiciste. Sé que no querías matarlo a él ni a nadie más, pero fue lo que pasó. No eres una mala persona. No eres un monstruo.

Ella frunció el ceño y abrió la boca.

—Y no, no eres como Blake, así que ni se te ocurra ir por ahí. Jamás podrías ser como él. Eres buena por dentro, gatita. Sacas lo mejor de la gente… incluso de mí. —Le di un golpecito con el brazo, y ella sonrió—. Solo por eso ya deberías ganar el premio Nobel de la Paz.

Ella rio con suavidad, y después se puso de rodillas. Rodeó mis hombros con los brazos, se inclinó y depositó el más suave de los besos sobre mis labios, de la clase que atesoraría para siempre.

—¿Por qué has hecho eso? —Rodeé su cintura con los brazos.

—Para darte las gracias —dijo, y dejó reposar su frente contra la mía—. La mayoría de los tíos probablemente se hubieran ido en mitad de la noche y hubieran corrido bien lejos de una histérica como yo.

—Yo no soy como la mayoría de los tíos. —Tiré de ella de modo que quedara sentada sobre mi regazo—. ¿Todavía no te has dado cuenta de eso?

Ella bajó las manos hasta mis hombros.

—A veces soy un poquito lenta.

Yo me reí, y ella respondió con una sonrisa.

—Menos mal que no me gustas por tu cerebro.

Ella se quedó boquiabierta y me dio un golpe en el brazo.

—Eso es una actitud muy ignorante.

—¿Qué? —Moví las cejas sugestivamente—. Tan solo estoy siendo honesto.

—Cállate.

Rozó mis labios con los suyos. Yo le mordisqueé el labio inferior, y un rubor rosado apareció en sus mejillas.

—Hum, ya sabes cómo me gusta cuando te pones en plan listilla conmigo.

—Estás loco.

Mis manos se detuvieron en la parte baja de su espalda, y la acerqué más a mí.

—Voy a decir algo muy cursi. Prepárate.

Ella recorrió la línea de mi mandíbula.

—Estoy preparada.

—Estoy loco por ti.

Ella rompió a reír.

—Oh, Dios mío, eso sí que es cursi.

—Te lo he dicho. —La cogí de la barbilla y bajé sus labios hasta los míos—. Me encanta el sonido de tu risa. ¿Es eso demasiado cursi?

—No. —Me besó—. En absoluto.

—Bien. —Subí las manos por su cintura, y las puntas de mis dedos se detuvieron por debajo de su pecho—. Porque tengo…

Entonces noté una sensación que se arrastraba por mis venas, extendiéndose por todo mi cuerpo.

Kat se puso rígida y tomó aire bruscamente.

—¿Qué pasa?

La sujeté por las caderas y la deposité sobre la cama, junto a mí. Cogí la pistola de la mesita de noche y se la entregué. Ella la aferró con los ojos muy abiertos.

—Hay un Luxen aquí.

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