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Capítulo 25

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CAPÍTULO 25

KATY

El tiempo se detuvo. Mi corazón se paró durante un segundo, y después dio varios saltos. Tenía una sensación en el estómago como de haber estado saltando montañas. Me quedé mirándolo durante tanto tiempo que acabó alzando una ceja oscura.

—¿Gatita? —Inclinó la cabeza hacia un lado, y unos mechones de pelo húmedo le cayeron sobre la frente—. ¿Estás respirando?

¿Estaba haciéndolo? No estaba segura. Lo único que podía hacer era quedarme mirándolo. No podía haber dicho lo que creía que había dicho. «Casémonos». La afirmación, porque estaba bastante segura de que no se trataba de una pregunta, había venido tan de improviso que me había quedado estupefacta.

Una sonrisa torcida apareció en su rostro.

—Vale. Tu silencio está durando más de lo que pensaba.

Pestañeé.

—Lo siento. Es solo que… ¿qué acabas de decir?

Él soltó una risa profunda entre dientes y estiró un brazo para entrelazar los dedos con los míos.

—He dicho que nos casemos.

Volví a respirar profundamente y le apreté la mano mientras mi corazón daba otro vuelco.

—¿Lo estás diciendo en serio?

—Tan en serio como jamás he dicho nada —respondió él.

—¿Te has dado un golpe en la cabeza en el baño? Porque has estado ahí durante mucho tiempo.

Daemon soltó una risa semejante a un ladrido.

—No. ¿Debería sentirme ofendido por esa pregunta?

Me sonrojé.

—No. Es solo que… ¿quieres casarte conmigo? ¿Casarte conmigo en serio?

—¿Hay más de un tipo de matrimonio, gatita? —Sus labios volvieron a inclinarse hacia arriba—. No sería legal porque tendríamos que utilizar nuestras nuevas identidades, así que en cierta forma no sería real, pero sí que sería real para mí… para nosotros. Quiero hacer esto. Ahora mismo. No tengo ningún anillo, pero te prometo que te conseguiré uno merecedor de ti en cuanto las cosas… en cuanto las cosas se calmen. Estamos en Las Vegas, así que no hay un lugar mejor. Quiero casarme contigo, Kat. Hoy.

—¿Hoy? —Mi voz salió como un chillido. Pensaba que iba a desmayarme.

—Sí. Hoy.

—Pero somos…

Éramos jóvenes, pero, en realidad, ¿acaso la juventud era algo que importara entre nosotros? Yo tenía dieciocho años, a unos pocos meses de cumplir los diecinueve. Siempre había imaginado que no me ataría hasta que tuviera al menos veintipico años, pero nuestro futuro nos resultaba demasiado desconocido. Y no era el mundo común al que se enfrentaba la gente, ellos no tenían conciencia de lo cortas que podían ser realmente sus vidas. Estábamos en ese maldito lado de la estadística en que no teníamos las cosas a nuestro favor. Si no nos las arreglábamos para ocultarnos y volvían a capturarnos, dudaba que Dédalo estuviera tan dispuesto a permitirnos permanecer juntos. Eso, suponiendo que sobreviviéramos a todo lo que nos esperaba. No teníamos la garantía de tener años para pensar en nuestra relación.

—Pero ¿qué? —preguntó con suavidad.

No estaba segura de que necesitáramos esos años para decidir si queríamos estar juntos. En ese preciso segundo ya sabía que quería pasar el resto de mi vida con Daemon, pero no era así de simple. Algo más debía de ser la razón de su decisión.

Me apretó la mano.

—¿Kat?

Mi corazón latía frenéticamente, alocado. Me sentía como si estuviera en la cima de una montaña rusa.

—¿Quieres hacer esto porque es posible que el mañana nunca llegue? ¿Es por eso por lo que quieres casarte conmigo? ¿Porque tal vez no tengamos oportunidad de hacerlo más adelante?

Él se inclinó hacia atrás.

—¿Puedo decir que eso no influye en el hecho de que quiera hacer esto ahora? No. Sí que influye. Pero no es la única razón por la que quiero casarme contigo, ni siquiera la razón principal. Es más bien el catalizador.

—El catalizador —susurré.

Él asintió con la cabeza.

—Voy a hacer todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que no pase nada malo. Haré lo que sea para asegurarme de que tengamos tiempo para todo lo que queramos, pero no soy lo suficientemente estúpido como para ignorar el hecho de que podrían suceder cosas que no soy capaz de controlar. Y, maldita sea, no quiero echar la mirada hacia atrás y ver que no aproveché la oportunidad de hacerte mía, de demostrar realmente que quiero pasar el resto de mi vida contigo. No quiero echar la mirada hacia atrás y ver que perdí esa oportunidad.

El aire se me escapó, pasando junto al repentino nudo que sentía en la garganta. Las lágrimas ardieron en mis ojos.

—Quiero casarme contigo porque estoy enamorado de ti, Kat. Siempre estaré enamorado de ti. Eso no va a cambiar, ni ahora ni dentro de dos semanas. Dentro de veinte años seguiré estando tan enamorado de ti como lo estoy ahora. —Me soltó la mano y se incorporó ligeramente, poniéndome una mano en la mejilla—. Por eso quiero casarme contigo.

Las lágrimas se me acumularon, y unas cuantas se me escaparon. Él atrapó cada una de ellas con el pulgar.

—¿Las lágrimas son algo bueno o algo malo?

—Es solo… que has dicho algo muy bonito. —Me sequé la cara, sintiéndome como una idiota con exceso de emociones a punto de sufrir un colapso—. Entonces, ¿realmente quieres casarte hoy?

—Sí, Kat, realmente quiero casarme hoy.

—¿Con una toalla?

Él inclinó la cabeza hacia atrás y soltó una risotada profunda.

—Tal vez me ponga algo de ropa.

Mis pensamientos eran frenéticos.

—Pero ¿dónde?

—Hay un montón de lugares en Las Vegas.

—¿Es seguro salir ahí fuera?

Él asintió con la cabeza.

—Creo que sí, si lo hacemos rápido.

¿Una boda rápida en Las Vegas? Casi me reí, porque solo seríamos una pareja entre el millón que acudía a Las Vegas a casarse. Parte del entumecimiento se desvaneció al darme cuenta de lo… común que era hacer eso.

Casarse.

Mi corazón dio un salto mortal hacia atrás.

—Si no estás preparada, no pasa nada. No tenemos por qué hacerlo —dijo, y sus ojos se encontraron con los míos—. No voy a enfadarme si no crees que este sea el momento, pero voy a pedírtelo una vez más. Ni siquiera tienes que decir que no. Tan solo no digas nada. ¿De acuerdo? —Tomó aire rápidamente—. ¿Me convertirías en el cabrón más afortunado de la Tierra casándote conmigo, Katy Swartz?

Mi respiración se entrecortó, y la tensión atravesó todo mi cuerpo. Había imaginado que una pedida de mano sería diferente a eso. No habría ninguna toalla, y pasaríamos un largo periodo como prometidos, planearíamos una boda, y nuestros familiares y amigos presenciarían el momento, pero…

Pero estaba enamorada de Daemon. Y como había dicho él, seguiría estando enamorada de él al día siguiente, y también veinte años después. Eso no iba a cambiar jamás. Las emociones eran complejas, pero la respuesta era simple.

Tomé aire y sentí como si fuera la primera vez que respiraba.

—Sí.

Se quedó mirándome, maravillado.

—¿Sí?

Asentí con la cabeza vigorosamente, como una foca.

—Sí. Me casaré contigo. Hoy. Mañana. Cuando sea.

En un abrir y cerrar de ojos se puso en pie y me atrapó con su fuerte abrazo. Sus brazos eran firmes a mi alrededor, mis pies estaban levantados a unos centímetros del suelo y su boca estaba sobre la mía. Ese beso reclamó su derecho a mí más de lo que cualquier certificado de matrimonio podría.

Me separé para respirar, apretándole los hombros. Había comenzado a brillar con un suave resplandor blanco mientras me miraba con una expresión de admiración en la cara. Sonreí.

—Bueno, comencemos con el espectáculo.

DAEMON

No dejé que Kat se cambiara la camiseta; le tenía cariño. Después de todo, era la primera que le había visto puesta, y me pareció que encajaba.

Sintiéndome como si acabara de escalar el Everest en un segundo, me vestí rápidamente con unos vaqueros y una camiseta. Bueno. Tal vez no fuera rápidamente. No dejaba de distraerme por los labios de Kat, porque esos labios habían dicho que sí, lo que los convertía de pronto en algo que no era capaz de dejar de tocar.

Estaban hinchados para cuando llegamos hasta el piso inferior. Seguía siendo temprano, y Lyla era la única que se había levantado. No me avergonzó en absoluto pedirle que me prestara un coche, porque no quería que Kat fuera caminando por Las Vegas. Lyla me dio sin ningún problema las llaves de un Jaguar, aunque yo se las cambié por las de un Volkswagen que vi en el garaje, junto a otros dos coches que le pertenecían. Los dedos me hormigueaban por las ganas de ponerme tras el volante de un Jaguar, pero eso atraería demasiado la atención.

Honestamente, no pensaba que fuéramos a encontrarnos con ningún problema. El último lugar donde Dédalo buscaría sería un sitio donde pudiéramos casarnos, pero tomé la misma apariencia que había utilizado en el motel, y encontramos unas gafas y un sombrero flexible para proteger a Katy del sol.

—Parezco una famosa de pega —dijo, mirándose en el retrovisor lateral. Se giró hacia mí—. Y parece que tú estés bueno.

Resoplé.

—No sé si debería sentirme ofendido por eso.

Ella soltó una risita.

—¿Sabes? Dee va a matarnos.

Habíamos decidido no decírselo a nadie, principalmente porque lo más probable era que Matthew se opusiera y que Dee flipara. Y, sinceramente, queríamos hacerlo solos: era nuestro momento. Nuestro pequeño pedazo del pastel que no íbamos a compartir.

—Lo superará —dije, a sabiendas de que eso sería difícil. Lo más probable era que Dee me matara por no haber podido formar parte. Conduje el Volkswagen por el camino de entrada al garaje hasta la carretera de acceso, y estiré el brazo para palmearle el muslo a Kat—. Y ahora en serio, ¿vale? Cuando todo esto acabe, si quieres una gran boda con toda la parafernalia, yo te la conseguiré. Tan solo tienes que decírmelo.

Ella se quitó las enormes gafas de sol.

—Las bodas grandes cuestan un montón de dinero.

—Y yo tengo un montón de dinero acumulado. Lo bastante como para asegurarnos de no tener que preocuparnos por nada hasta que averigüemos qué vamos a hacer, así que hay más que suficiente para costear una boda.

Ella negó con la cabeza.

—No quiero una gran boda. Tan solo te quiero a ti.

Casi detuve el Volkswagen ahí mismo para subirme encima de ella.

—Bueno, tú no te olvides de ello cuando llegue el momento si cambias de opinión.

Quería dárselo todo: un anillo tan pesado que tirara de su dedo hacia abajo, y una boda que superara a todas las bodas. Pero nada de eso era factible por el momento… y tenía que admitir que me excitaba el hecho de que no pareciera importarle en absoluto.

Vale. Ella casi siempre me excitaba, pero eso no tenía nada que ver.

—¿Sabes dónde quiero que nos casemos? Vaya. Que nos casemos. No puedo creer que acabe de decir eso. En cualquier caso… —dijo Kat, y sus ojos se iluminaron bajo el ala de su sombrero—. Quiero hacerlo en esa iglesia pequeñita… Esa a la que va todo el mundo para casarse.

Me llevó un momento saber a qué se refería.

—¿Te refieres a la Pequeña Capilla Blanca para Bodas? ¿La que sale en Resacón en Las Vegas?

Kat se rio.

—Es triste que sepas de cuál se trata, pero sí. Creo que hay un par de ellas en Las Vegas, y debería ser perfecto. Dudo que pidan mucho más que el pago de la tasa y el carnet de identidad.

Le lancé una sonrisa.

—Si eso es lo que quieres, lo tendrás.

No nos llevó mucho tiempo entrar en Las Vegas y detenernos en uno de los puestos de venta para turistas. Kat salió del coche y cogió unos cuantos panfletos. Uno de ellos era sobre la capilla: al parecer, las bodas espontáneas eran un tema muy socorrido. Qué sorpresa.

Teníamos que conseguir una licencia matrimonial.

Ella frunció el ceño.

—No quiero hacerlo con nuestros nombres falsos.

—Yo tampoco. —Frené frente al juzgado y dejé el motor encendido—. Pero es demasiado arriesgado utilizar nuestros nombres reales. Además, en el futuro necesitaremos tener la licencia matrimonial con nuestras identidades falsas. Tú y yo siempre sabremos la diferencia.

Ella asintió con la cabeza y fue a abrir la puerta, pero sus dedos se deslizaron y cayeron.

—Tienes razón. Bueno, vamos allá.

—Eh. —La detuve—. Estás segura, ¿verdad? ¿Quieres hacer esto?

Ella se volvió hacia mí.

—Estoy segura. Quiero hacerlo, tan solo estoy nerviosa. —Se inclinó hacia delante, giró la cabeza a un lado y me besó. El borde de su sombrero me rozó la mejilla—. Te quiero. Y tengo la sensación de que esto es lo correcto.

Se me escapó el aire de los pulmones.

—Yo también.

Sesenta dólares más tarde ya teníamos una licencia matrimonial entre las manos, y estábamos de camino a la capilla, que se encontraba en el bulevar. Ya que nuestras identidades falsas tenían las fotos de nuestro auténtico aspecto, tendría que volver a cambiar de forma en cuanto llegáramos al aparcamiento.

Me mantuve atento durante todo el camino por si había alguien sospechoso. El problema es que, en ese momento, todo el mundo me parecía sospechoso. A pesar de lo temprano que era, las calles estaban abarrotadas de turistas y gente que se dirigía al trabajo. Sabía que podía haber infiltrados por todas partes, pero dudaba que hubiera uno vestido como Elvis o escondido dentro de una capilla.

Kat me apretó el brazo cuando apareció la señal de la capilla. El corazón que había al lado era un detalle tan bonito como hortera.

—La Pequeña Capilla Blanca no es tan pequeña —comentó mientras giraba hacia el aparcamiento.

Aparqué el coche y, mientras sacaba la llave del contacto, volví a adoptar la forma a la que Kat estaba acostumbrada.

Una sonrisa complacida iluminó su rostro.

—Mucho mejor.

—Pensaba que el otro tío estaba bueno.

—No tan bueno como tú. —Me dio unas palmadas en la rodilla, y después se apartó—. Tengo la licencia.

Me volví hacia la ventana, y casi no podía creerme que estuviéramos allí. No tenía dudas ni nada parecido, pero no podía creerme que realmente fuéramos a hacer eso, que en una hora o así seríamos marido y mujer.

O Luxen e híbrido.

Nos apresuramos a entrar y nos encontramos con el «coordinador de bodas». Tras darle la licencia, los carnets de identidad y el pago de la tasa, todo se puso en marcha. La rubia de bote que había tras el mostrador trató de vendernos todos los paquetes que tenían, incluyendo aquellos en los que podíamos alquilar un esmoquin y un vestido.

Kat negó con la cabeza. Se había quitado el sombrero y las gafas de sol.

—Tan solo necesitamos que alguien nos case. Eso es todo.

La rubia nos dirigió una sonrisa ultrablanca mientras se inclinaba sobre el mostrador.

—¿Tenéis prisa, tortolitos?

Pasé un brazo por encima de los hombros de Kat.

—Podría decirse que sí.

—Si queréis algo rápido, sin campanas, música ni testigos, entonces tenemos al pastor Lincoln. No está incluido en la tasa, así que pedimos una donación.

—Me parece bien. —Me incliné hacia abajo y rocé la sien de Kat con los labios—. ¿Quieres algo más? Si es así, lo haremos. Sea lo que sea.

Kat negó con la cabeza.

—Tan solo te quiero a ti. Eso es todo lo que necesitamos.

Sonreí y lancé una mirada a la rubia.

—Bueno, pues ya está.

La mujer se puso en pie.

—Sois adorables. Seguidme.

Kat me dio un golpe con la cadera mientras seguimos a la rubia, que entraba en el «Túnel del Amor»… Y, vaya, tenía un montón de comentarios indecentes que hacer al respecto del nombre. Pero me los guardaría para más tarde.

El pastor Lincoln era un hombre mayor que parecía más un abuelo que un tipo que casara a la gente por capricho en Las Vegas. Charlamos con él durante unos minutos, y después tuvimos que esperar otros veinte mientras terminaba algunos preparativos. Los retrasos estaban comenzando a ponerme paranoico, y esperaba que en cualquier momento un ejército irrumpiera en la capilla. Necesitaba una distracción.

Puse a Kat sobre mi regazo y le rodeé la cintura con los brazos. Mientras esperábamos le hablé de las ceremonias que realizaba mi gente, que eran muy parecidas a las bodas de los humanos, a excepción de los anillos.

—¿Hacéis alguna otra cosa en su lugar? —preguntó.

Le coloqué el pelo detrás de la oreja y sonreí un poco.

—Vas a pensar que es asqueroso.

—Quiero saberlo.

Mi mano se quedó merodeando junto a la curva de su cuello.

—Es una especie de promesa de sangre. Tomamos nuestra auténtica forma. —Mantuve la voz baja, solo por si acaso hubiera alguien escuchando, aunque estaba seguro de que se oían cosas mucho más extrañas en el Túnel del Amor—. Nos pinchan los dedos y después los apretamos juntos. Eso es todo.

Me acarició la mano con suavidad.

—Eso no es tan asqueroso. Estaba esperando que dijeras algo como que tenéis que correr por ahí desnudos, o consumar vuestro amor delante de todo el mundo.

Dejé caer la cabeza sobre su hombro y me reí.

—Tienes una mente muy sucia, gatita. Por eso te quiero.

—¿Eso es todo? —Se agachó de modo que su mejilla quedara junto a la mía.

Mi agarre aumentó.

—Sabes que hay mucho más.

—¿Podemos hacer… lo que hacen los tuyos… más tarde? —preguntó, dándome unos golpecitos con el dedo en el pecho—. Cuando las cosas se calmen.

—Si eso es lo que quieres…

—Lo es. Creo que eso lo haría más real, ¿sabes?

—¿Señorita Whitt? ¿Señor Rowe? —La rubia apareció en las puertas abiertas. Estaba seguro de que aquella chica bronceada tenía nombre, pero no era capaz de recordarlo ni aunque me mataran—. Estaremos listos cuando vosotros lo estéis.

Ayudé a Kat a ponerse en pie y le tomé la mano. La parte de la capilla era en realidad muy bonita. Tenía suficiente espacio por si querías que hubiera gente, y había rosas blancas por todas partes: en los bordes de los bancos, dispuestas en ramos en las esquinas, colgando del techo y colocadas sobre los pedestales de la parte frontal. El pastor Lincoln permanecía de pie entre los pedestales, con una biblia en la mano. Sonrió cuando nos vio.

Nuestros pasos no produjeron ningún sonido sobre la alfombra de color rojo. De hecho, podríamos haber estado zapateando y no lo habríamos oído por encima del latido de mi corazón. Nos detuvimos enfrente del pastor. Él dijo algo, y yo asentí con la cabeza. Solo Dios sabía qué había dicho. Nos dijeron que nos pusiéramos cara a cara, y nosotros lo hicimos, con las manos unidas.

El pastor Lincoln siguió hablando, pero era como si fuera el profesor de Charlie Brown, porque no entendí ni una sola palabra. Tenía la mirada fija en la cara de Kat, y la atención centrada en la sensación de sus manos entre las mías y la calidez de su cuerpo junto al mío. En algún momento, escuché las palabras importantes.

—Yo os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.

Creo que mi corazón explotó. Kat tenía la mirada levantada hacia mí, y sus ojos grises estaban muy abiertos y empañados. Por un momento, no fui capaz de moverme, como si hubiera quedado congelado durante unos preciosos segundos, y después me puse en movimiento, le cogí las mejillas con las manos, e incliné su cabeza hacia atrás. La besé. La había besado al menos mil veces, pero esa vez… Oh, sí, esa vez era diferente. Su roce y su sabor entraron dentro de mí y me marcaron el alma a fuego.

—Te quiero —dije mientras la besaba—. Te quiero muchísimo.

Ella me agarró los costados.

—Yo también te quiero.

Antes de darme cuenta, estaba sonriendo, y después estaba riendo como un idiota, pero no me importaba. La atraje hacia mis brazos, y ella reposó la cabeza contra mi pecho. Nuestros corazones latían a toda velocidad, al unísono… Nosotros estábamos al unísono. Y en ese momento pareció que todo lo que habíamos pasado, todo lo que habíamos perdido y todo lo que habíamos tenido que sacrificar, había merecido la pena. Eso era lo que importaba, lo que siempre importaría más que nada.

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