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Capítulo 2

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CAPÍTULO 2

KATY

Empapada y calada hasta los huesos, conseguí levantarme del suelo. No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado desde que habían liberado la primera dosis de ónice y la última oleada de agua helada me había tirado de espaldas.

Rendirme y dejarles hacer lo que quisieran no había parecido una opción al principio. Primero el dolor había merecido la pena, porque no pensaba ponérselo fácil ni de coña. En cuanto mi piel quedaba libre de ónice y podía volver a moverme, corría de nuevo hacia la puerta. Pero no estaba haciendo ningún progreso, y tras el cuarto ciclo de ser empapada de ónice y después ahogada, ya estaba harta.

Estaba muy, muy harta.

En cuanto pude ponerme en pie sin derrumbarme, me arrastré hacia la fría mesa con pasos lentos y dolorosos. Estaba bastante segura de que la mesa tenía una fina capa de diamantes sobre la superficie. El dinero que habría costado llenar de diamantes una habitación, por no decir un edificio entero, debía de ser astronómico… y ayudaba a explicar el problema de deuda pública del país. Y, la verdad, de todo en lo que debería estar pensando, aquello no tendría que estar siquiera en la lista, pero parecía que el ónice me había cortocircuitado el cerebro.

El sargento Dasher había ido y venido durante todo el proceso, reemplazado por hombres con ropa militar. Las boinas que llevaban ocultaban buena parte de sus caras, pero por lo que pude ver no parecían mucho mayores que yo; tal vez tendrían poco más de veinte años.

Dos de ellos se encontraban en la habitación en ese momento, con sendas pistolas en los muslos. Una parte de mí estaba sorprendida de que no hubieran utilizado los tranquilizantes, pero el ónice ya cumplía esa función. El que llevaba una boina verde oscuro permanecía cerca de los controles, observándome, con una mano en la pistola y la otra en el botón del dolor. El otro, con el rostro oculto bajo una boina caqui, vigilaba la puerta.

Puse las manos sobre la mesa. A través de mi pelo empapado, mis dedos parecían demasiado pálidos. Tenía frío y estaba temblando tanto que me pregunté si estaría experimentando un ataque.

—Estoy… Estoy harta —dije con voz ronca.

Un músculo se tensó en la cara de Boina Caqui.

Traté de subirme a la mesa, pues sabía que si no me sentaba iba a caerme, pero el intenso temblor de mis músculos me hizo tambalearme a un lado. La habitación dio vueltas durante un segundo. Tal vez me habían causado daños permanentes. Casi me reí, porque ¿de qué serviría a Dédalo si me destrozaban?

El doctor Roth había permanecido ahí todo el tiempo, sentado en una esquina de la habitación con aspecto agotado, pero se puso en pie con el manguito para la presión arterial en la mano.

—Ayudadla a subir a la mesa.

Boina Caqui fue hacia mí, con la mandíbula tensa por la determinación. Me eché hacia atrás en un débil intento de poner algo de distancia entre nosotros. El corazón me latía con fuerza, enloquecido. No quería que me tocara. No quería que ninguno de ellos me tocara.

Con las piernas temblando, di otro paso hacia atrás, y mis músculos dejaron de funcionar. Me di de culo contra el suelo con fuerza, pero estaba tan entumecida que realmente ni siquiera noté el dolor.

Boina Caqui se quedó mirándome, y desde mi posición pude ver su cara entera. Sus ojos eran de un azul de lo más sorprendente y, aunque tenía aspecto de estar bastante cansado de aquella rutina, parecía haber algo de compasión en su mirada.

Sin decir palabra, se agachó y me levantó en brazos. Olía a detergente, el mismo que utilizaba mi madre, y se me llenaron los ojos de lágrimas. Antes de que pudiera resistirme, lo cual habría resultado inútil, me puso sobre la mesa. Cuando se alejó, me aferré a los bordes, con la sensación de que había estado allí antes.

Y lo había estado.

Me dieron otro vaso de agua, y yo lo acepté. El doctor soltó un fuerte suspiro.

—¿Has terminado ya de resistirte?

Solté el vaso de papel sobre la mesa y obligué a mi lengua a moverse. La notaba hinchada y me costaba controlarla.

—No quiero estar aquí.

—Por supuesto que no. —Colocó el diafragma bajo mi camiseta, como había hecho antes—. Nadie de esta habitación o siquiera de este edificio espera que quieras, pero enfrentarte a nosotros antes de que sepas qué intenciones tenemos solo va a terminar perjudicándote. Ahora, respira profundamente.

Respiré, pero el aire se quedó atrapado dentro de mí. La línea de armarios blancos que había al otro lado de la habitación se emborronó. No iba a llorar. No iba a llorar.

El doctor siguió con su trabajo de forma mecánica, comprobando mi respiración y mi presión sanguínea antes de volver a hablar.

—Katy… ¿puedo llamarte Katy?

Se me escapó una risa corta y ronca. Qué educado.

—Claro.

Sonrió mientras colocaba el manguito sobre la mesa y después retrocedió, cruzando los brazos.

—Necesito hacerte un examen completo, Katy. Te prometo que no te dolerá. Será como cualquier otro examen físico que te hayan hecho anteriormente.

El miedo me atenazó el pecho. Me rodeé la cintura con los brazos, temblando.

—No quiero hacerlo.

—Podemos posponerlo un poco, pero tenemos que hacerlo. —Se dio la vuelta y caminó hasta uno de los armaritos, del cual sacó una manta marrón oscuro. Volvió a la mesa y la puso sobre mis hombros encogidos—. Cuando recuperes tus fuerzas, te llevaremos a tu habitación. Allí podrás lavarte y ponerte ropa limpia. También hay un televisor por si quieres ver algo, o puedes descansar. Es bastante tarde, y mañana te espera un gran día.

Me aferré a la manta, temblando. Hablaba como si estuviera en un hotel.

—¿Un gran día?

Asintió con la cabeza.

—Tenemos muchas cosas que enseñarte. Confiamos en que comprendas entonces cuál es el verdadero propósito de Dédalo.

Luché contra el deseo de reír otra vez.

—Ya sé cuál es vuestro propósito. Sé que…

—Únicamente sabes lo que te han dicho —me interrumpió el doctor—. Y lo que sabes es solo cierto a medias. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Sé que estás pensando en Dawson y Bethany. No conoces la historia completa.

Entrecerré los ojos y sentí un calor interno provocado por una oleada de furia. ¿Cómo se atrevía a volver lo que Dédalo había hecho a Bethany y Dawson en su contra?

—Sé lo suficiente.

El doctor Roth miró a Boina Verde, que estaba junto a los controles, y asintió con la cabeza. Boina Verde salió silenciosamente de la habitación, dejando atrás al doctor y a Boina Caqui.

—Katy…

—Sé que básicamente los torturasteis —lo atajé, cada segundo más furiosa—. Sé que trajisteis gente y obligasteis a Dawson a que los curara, y cuando no funcionó, esos humanos murieron. Sé que los mantuvisteis separados y utilizasteis a Beth para conseguir que Dawson hiciera lo que queríais. Sois peor que malvados.

—No conoces la historia completa —repitió firmemente, sin inmutarse en absoluto por mis acusaciones. Miró a Boina Caqui—. Archer, ¿estabas aquí cuando trajeron a Bethany y Dawson?

Me volví hacia Archer, y este asintió.

—Cuando trajeron a los sujetos, resultaban claramente difíciles de tratar, pero después de que la chica pasara por la mutación, se volvió incluso más violenta. Se les permitió estar juntos hasta que resultó obvio que había un problema de seguridad. Por eso se los separó y se los acabó mandando a lugares distintos.

Negué con la cabeza y me aferré más a la manta. Quería gritarles a todo pulmón.

—No soy estúpida.

—No creo que lo seas —respondió el doctor—. Los híbridos son notoriamente desequilibrados, incluso los que han mutado con éxito. Beth era y es inestable.

Se me formó un nudo en el estómago. Recordaba sin esfuerzo lo loca que había estado Beth en casa de Vaughn. Parecía haberse encontrado bien cuando la hallamos en Mount Weather, pero no siempre había estado así. ¿Estaban Dawson y todos los demás en peligro? ¿Podía creer algo de lo que me dijera esa gente?

—Por eso necesito hacer un examen completo, Katy.

Miré al doctor.

—¿Estás diciendo que soy inestable?

No respondió de inmediato, y sentí como si la mesa que tenía debajo hubiera desaparecido.

—Hay posibilidades —admitió—. Incluso con las mutaciones exitosas, hay un problema de inestabilidad que surge cuando el híbrido utiliza la Fuente.

Apreté la manta hasta que volví a recuperar la sensibilidad de los nudillos y deseé que mi corazón se ralentizara. No funcionó.

—No me lo creo. No me creo nada de lo que dices. Dawson estaba…

—Dawson fue un caso triste —dijo, cortándome—. Y llegarás a entenderlo. Lo que pasó con Dawson no fue intencionado. Habríamos acabado dejándolo libre en cuanto nos hubiéramos asegurado de que sería capaz de adaptarse de nuevo. Y Beth…

—Para —gruñí, y mi propia voz me sorprendió—. No quiero oír más tus mentiras.

—No tienes ni idea, señorita Swartz, de lo peligrosos que son los Luxen y de la amenaza que suponen aquellos que han sido mutados por ellos.

—¡Los Luxen no son peligrosos! Y los híbridos tampoco lo seríamos si nos dejarais en paz. No os hemos hecho nada. No os habríamos hecho nada. No estábamos haciendo nada hasta que vosotros…

—¿Sabes por qué vinieron los Luxen a la Tierra? —preguntó.

—Sí. —Me dolían los nudillos—. Los Arum destruyeron su planeta.

—¿Sabes por qué fue destruido su planeta? ¿O cuáles son los orígenes de los Arum?

—Estaban en guerra. Los Arum estaban tratando de robarles sus habilidades y matarlos. —Estaba completamente al día en mi clase de Alienígena Básico. Los Arum eran lo contrario a los Luxen, más sombra que luz, y se alimentaban de los Luxen—. Y vosotros estáis trabajando con esos monstruos.

El doctor Roth negó con la cabeza.

—Como en cualquier gran guerra, los Arum y los Luxen han estado luchando durante tanto tiempo que dudo que muchos sepan siquiera qué fue lo que provocó la primera batalla.

—¿Así que estás tratando de decir que los Arum y los Luxen son como la Franja de Gaza intergaláctica? —Archer resopló al oír eso—. Ni siquiera sé por qué estamos hablando de esto —continué, sintiéndome de pronto tan cansada que no estaba segura de que pudiera pensar en condiciones—. Nada de eso importa.

—Sí que importa —replicó el doctor—. Es una muestra de lo poco que sabes acerca de todo esto.

—Entonces, supongo que vas a explicármelo.

Sonrió, y quise quitarle a golpes esa expresión condescendiente de la cara. Era una lástima que para ello tuviera que soltar la manta y hacer acopio de mis energías.

—Durante su etapa de plenitud, los Luxen eran la forma de vida más poderosa e inteligente del universo entero. Como sucede con cualquier especie, la evolución creó un predador natural como respuesta: los Arum.

Me quedé mirándolo.

—¿Qué estás diciendo?

Me devolvió la mirada.

—Los Luxen no fueron las víctimas en su guerra. Fueron la causa.

DAEMON

—¿Cómo has escapado? —me preguntó Dawson.

Me costó un gran esfuerzo no estamparle el puño en la cara. Me había calmado lo suficiente como para que derrumbar la casa sobre sus cimientos fuera poco probable, pero seguía siendo una posibilidad.

—Mejor pregúntame a cuántos he dejado fuera de combate para llegar hasta aquí. —Me quedé tenso, esperando. Dawson estaba bloqueando la entrada—. No te enfrentes a mí en nada de esto, hermano. No serás capaz de detenerme, y lo sabes.

Me sostuvo la mirada durante un momento y después soltó una maldición y se hizo a un lado. Pasé junto a él y mis ojos fueron a la escalera.

—Dee está durmiendo —dijo, pasándose una mano por el pelo—. Daemon…

—¿Dónde está Beth?

—Aquí —dijo una voz suave desde el comedor.

Me volví y, demonios, era como si la chica se hubiera materializado del humo y las sombras. Había olvidado lo pequeña que era. Delgada y delicada, con abundante pelo castaño y una barbilla pequeña, puntiaguda y tenaz. Estaba mucho más pálida de lo que recordaba.

—Hola. —No tenía ningún problema con ella. Miré a mi hermano—. ¿Crees que es sensato tenerla aquí?

Él fue junto a ella y le pasó un brazo por los hombros.

—Tenemos planeado marcharnos. Matthew iba a mandarnos a Pensilvania, cerca de South Mountain.

Asentí con la cabeza. La montaña tenía una cantidad decente de cuarcita, pero ninguna comunidad Luxen de la que supiéramos.

—Pero no queríamos marcharnos todavía —añadió Beth en voz baja, recorriendo la habitación con los ojos sin detenerse en nada en especial. Llevaba una de las camisetas de Dawson y unos pantalones de chándal de Dee. Las dos prendas le quedaban enormes—. No nos parecía correcto. Alguien debería estar aquí con Dee.

—Pero no es seguro para vosotros dos —señalé—. Matthew puede quedarse con Dee.

—Estamos bien. —Dawson agachó la cabeza y besó la frente de Beth antes de dirigirme una mirada seria—. No deberías haber salido de la colonia. Te llevamos hasta allí para mantenerte a salvo. Si te ve la policía o la…

—La policía no va a verme. —Su preocupación tenía sentido. Ya que creían que Kat y yo habíamos desaparecido, o que nos habíamos fugado juntos, mi reaparición suscitaría muchas preguntas—. Y tampoco la madre de Kat.

No pareció convencido.

—¿No te preocupa el Departamento de Defensa? —No dije nada, y él negó con la cabeza—. Mierda.

Junto a él, Beth cambió su escaso peso de un pie al otro.

—Vas a ir a buscarla, ¿verdad?

—Ni de coña —soltó mi hermano, y cuando yo no respondí soltó tantos tacos que hasta me impresionó—. Maldita sea, Daemon, de todos nosotros soy yo quien mejor sabe lo que sientes, pero lo que estás haciendo es una locura. Y, en serio, ¿cómo escapaste de la cabaña?

Avancé a zancadas hacia la cocina y pasé junto a él, rozándolo. Era extraño volver a estar allí. Todo seguía igual: encimeras de granito gris, electrodomésticos blancos, los horrendos adornos campestres que Dee había puesto en las paredes, y la pesada mesa de roble.

Me quedé mirando la mesa. Kat apareció ahí como un espejismo, sentada en el borde. Un dolor profundo me atravesó el pecho. Dios, la echaba de menos, y me mataba no saber qué estaba sucediéndole realmente o lo que estaban haciéndole.

Pero podía imaginármelo bastante bien. Sabía lo suficiente de lo que les habían hecho a Dawson y Beth, y eso me ponía físicamente enfermo.

—¿Daemon? —Dawson me había seguido.

Aparté la mirada de la mesa.

—No tenemos que tener esta conversación, y no estoy de humor para señalar lo obvio. Sabes lo que voy a hacer. Por eso me mandasteis a la colonia.

—Ni siquiera sé cómo escapaste. Había ónice por todo el lugar.

Cada colonia tenía cabañas diseñadas para albergar a los Luxen que se habían vuelto peligrosos para nuestra clase o para los humanos y que los ancianos no querían llevar a la policía.

—El que quiere, puede —dije, y sonreí cuando sus ojos se estrecharon.

—Daemon…

—He venido para coger unas cuantas cosas, y después me iré. —Abrí el frigorífico y saqué una botella de agua. Tomé un trago y lo miré. Medíamos lo mismo, así que nuestros ojos se encontraban a la misma altura—. Lo digo en serio. No me presiones con esto.

Se encogió, pero sus ojos verdes se encontraron con los míos.

—¿No hay nada que pueda decir para que cambies de opinión?

—No.

Dio un paso hacia atrás y se frotó la mandíbula con la mano. Tras él, Beth estaba sentada en la silla, con los brazos alrededor de la cintura y la mirada en cualquier parte, salvo en nosotros.

Dawson se apoyó sobre la encimera.

—¿Voy a tener que darte una paliza para que me hagas caso?

Beth levantó la cabeza de golpe, y yo me reí.

—Me gustaría verte intentándolo. Después de todo, tú eres el pequeño.

—El pequeño. —Se burló, pero una débil sonrisa le tiró de los labios. El alivio resultaba evidente en el rostro de Beth—. Solo eres mayor que yo por unos segundos —añadió.

—Los suficientes.

Tiré la botella de agua a la basura.

Pasaron unos segundos y entonces dijo:

—Te ayudaré.

—Ni de coña. —Crucé los brazos—. No quiero vuestra ayuda. No quiero que ninguno de vosotros forme parte de esto.

Apretó la mandíbula con determinación.

—Tonterías. Tú nos ayudaste a nosotros. Es demasiado peligroso que lo hagas por tu cuenta. Así que, si vas a ponerte terco e ignorar el hecho de que me mantuviste a raya, cosa que estás haciendo, no voy a dejarte hacer esto solo.

—Siento haberte refrenado. Ahora, sabiendo exactamente cómo te sentías, hubiera ido a ese maldito sitio la misma noche que llegaste a casa. Pero no voy a dejar que me ayudes. Mira lo que pasó cuando fuimos todos juntos. No puedo preocuparme por vosotros. Os quiero a ti y a Dee lo más lejos posible de esto.

—Pero…

—No voy a discutir contigo. —Coloqué las manos sobre sus hombros y le di un apretón—. Sé que quieres ayudarme, y lo aprecio. Pero, si de verdad quieres ser de utilidad, no trates de detenerme.

Dawson cerró los ojos e hizo una mueca mientras su pecho subía bruscamente.

—No está bien dejar que hagas esto solo. Tú no me dejarías.

—Lo sé. Voy a estar bien. Siempre estoy bien. —Me incliné y pegué la frente a la suya. Agarré los lados de su cara y mantuve la voz baja—. Acabas de recuperar a Beth, y no debes irte por ahí conmigo. Te necesita. Tú la necesitas, y yo necesito…

—Necesitas a Katy. —Abrió los ojos y, por primera vez desde que todo se jodió en Mount Weather, había comprensión en su mirada—. Lo entiendo. De verdad.

—Ella también te necesita —susurró Beth.

Dawson y yo nos separamos. Él se volvió hacia ella. Seguía sentada junto a la mesa, abriendo y cerrando las manos sobre su regazo en movimientos rápidos y repetitivos.

—¿Qué has dicho, cariño?

—Kat lo necesita. —Levantó las pestañas y, aunque su mirada estaba fija en nosotros, no estaba mirándonos, no de verdad—. Al principio le dirán cosas. La engañarán, pero las cosas que le harán…

Sentí como si hubiera desaparecido todo el oxígeno de la habitación.

Dawson fue junto a ella de inmediato y se arrodilló para que tuviera que mirarlo. Le cogió la mano y se la llevó a los labios.

—No pasa nada, Beth.

Ella siguió sus movimientos de forma casi obsesiva, pero sus ojos tenían un extraño brillo, como si estuviera alejándose aún más. Se me erizó el vello de la nuca y di un paso hacia delante.

—No estará en Mount Weather —dijo Beth, con la mirada vagando por encima del hombro de Dawson—. Se la llevarán muy lejos y la obligarán a hacer cosas.

—¿A hacer qué? —Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. Dawson me lanzó una mirada por encima del hombro, pero la ignoré.

—No tienes que hablar sobre esto, cariño. ¿Vale?

Pasó un largo momento antes de que Beth volviera a hablar.

—Cuando lo vi con vosotros, lo supe, pero parecía que vosotros también lo supierais. No es de fiar. Él también estaba allí conmigo.

Apreté los puños al recordar la reacción de Beth al verlo, pero habíamos tenido que callarla.

—¿Blake?

Ella asintió lentamente.

—Todos ellos son malos. No quieren serlo. —Su mirada fue hasta Dawson, y después susurró—: No quiero serlo.

—Oh, cariño, tú no eres mala —dijo Dawson, y colocó una mano sobre su mejilla—. No eres mala en absoluto.

El labio inferior de la chica tembló.

—He hecho cosas terribles. No tienes ni idea. He mata…

—No importa. —Dawson se arrodilló—. Nada de eso importa.

Beth se estremeció, y después levantó la mirada y clavó los ojos en los míos.

—No permitas que le hagan esas cosas a Katy. La cambiarán.

No podía moverme ni respirar.

Arrugó el rostro.

—A mí me han cambiado. Cierro los ojos y veo sus caras… las de todos. No puedo librarme de ellas, sin importar lo que haga. Están dentro de mí.

Dios santo…

—Mírame, Beth. —Dawson movió su cara para que volviera a mirarlo—. Estás aquí conmigo. Ya no estás allí. Lo sabes, ¿verdad? Sigue mirándome. No tienes nada dentro de ti.

Ella negó con la cabeza con fuerza.

—No. No lo entiendes. Tú…

Me alejé y dejé que mi hermano se ocupara de aquello. Le habló en voz baja y reconfortante, pero, cuando se calmó se quedó mirando hacia delante, moviendo la cabeza lentamente de un lado a otro, con los ojos y la boca muy abiertos. No pestañeaba y no parecía percatarse de mi presencia o de la de Dawson.

Me di cuenta de que estaba totalmente ida.

Mientras Dawson hablaba con ella de lo que la afligía, el terror (terror auténtico y verdadero) me congeló por dentro. El dolor que había en los ojos de mi hermano mientras le apartaba el pelo de su pálido rostro me destrozaba. En ese momento parecía que no hubiera nada que quisiera más que cambiar su lugar por el de ella.

Me aferré a la encimera detrás de mí, incapaz de apartar la mirada.

Podía verme a mí mismo en su lugar. Salvo que no sería Beth a quien abrazaría tratando de devolverla a la realidad: sería Katy.

Solo estuve en mi habitación el tiempo suficiente para cambiarme de ropa. Estar ahí era una bendición y una maldición. Por alguna razón, me hacía sentir más cerca de Kat. Tal vez fuera por lo que habíamos compartido en mi cama y los momentos antes de eso. Pero también me destrozaba, porque no estaba entre mis brazos y no estaba a salvo.

No sabía si volvería a estar a salvo alguna vez.

Mientras me ponía una camiseta limpia, sentí a mi hermana antes de que hablara. Solté aliento suavemente, me volví y me la encontré de pie en el umbral de la puerta, con el pijama rosa chicle que le había regalado por Navidad el año anterior.

Parecía sentirse tan mal como yo.

—Daemon…

—Si vas a empezar con que debo esperar y pensarlo mejor, puedes ahorrártelo. —Me senté en la cama y me pasé una mano por el pelo—. No va a cambiar lo que quiero hacer.

—Sé lo que quieres hacer y no te culpo. —Entró con cautela en mi habitación—. Nadie quiere que te hagan daño… o algo peor.

—Lo peor es lo que Kat debe de estar pasando en este mismo momento. Es tu amiga. O lo era. ¿Y te parece bien esperar? ¿Sabiendo lo que podrían estar haciéndole?

Se encogió, y sus ojos brillaron como esmeraldas en la penumbra.

—Eso no es justo —susurró.

Tal vez no, y en cualquier otro momento me habría sentido fatal por el golpe bajo, pero no era capaz de empatizar.

—No podemos perderte —dijo después de unos momentos de un silencio incómodo de narices—. Tienes que entender que hicimos lo que hicimos porque te queremos.

—Pero yo la quiero a ella —repliqué sin dudarlo.

Sus ojos se ensancharon, probablemente porque era la primera vez que me oía decir en voz alta que quería a alguien; bueno, a alguien que no formara parte de mi familia. Deseé haberlo dicho más a menudo, especialmente a Kat. Es gracioso cómo acaban estas mierdas al final. Cuando estás inmerso en algo, nunca dices o haces lo que debes. Es solo después, cuando ya es demasiado tarde, cuando te das cuenta de lo que deberías haber dicho o hecho.

No podía ser demasiado tarde. El hecho de que siguiera vivo era prueba de ello.

Las lágrimas llenaron los ojos de mi hermana mientras decía en voz baja:

—Ella también te quiere.

El ardor de mi pecho se expandió y llegó hasta mi garganta.

—¿Sabes? Supe que le gustabas antes de que me lo admitiera a mí o a sí misma.

Sonreí ligeramente.

—Sí, yo también.

Dee se retorció el pelo en las manos.

—Sabía que sería… sería perfecta para ti. Nunca toleraría tus gilipolleces. —Suspiró—. Sé que Kat y yo tuvimos nuestros problemas por… por Adam, pero yo también la quería.

No podía hacer eso, quedarme ahí sentado y hablar sobre ella como si estuviéramos en una especie de velatorio o funeral. Era demasiado.

Tomó un corto aliento, señal de que estaba a punto de soltarlo todo.

—Desearía no haber sido tan dura con ella. Quiero decir que necesitaba saber que tendría que haber confiado en mí y todo eso, pero, si lo hubiera dejado antes, entonces… Bueno, ya sabes lo que quiero decir. Hubiera sido mejor para todos. Odio la idea de que tal vez nunca… —Se detuvo rápidamente, pero sabía a qué se refería. Tal vez nunca volviera a ver a Kat—. De todos modos, le pregunté antes del baile si tenía miedo de volver a Mount Weather.

Mi pecho se contrajo como si alguien me hubiera dado un abrazo de oso.

—¿Qué te dijo?

Dee soltó su pelo.

—Dijo que sí, pero, Daemon, fue muy valiente. Incluso se rio, y le dije… —Se miró las manos, con expresión abatida—. Le dije que tuviera cuidado y os mantuviera a Dawson y a ti a salvo. Y, ya sabes, dijo que lo haría, y de algún modo lo hizo.

Jesús.

Me froté el pecho con una mano, y tuve la sensación de que se me había abierto un agujero del tamaño de un puño.

—Pero antes de que le hubiera preguntado eso, ella había estado tratando de hablar conmigo sobre Adam, y yo la corté con esa pregunta. Ella no dejaba de intentar redimirse, y yo no dejaba de alejarla. Probablemente me odiaba…

—Ese no es el caso. —La miré fijamente—. No te odiaba. Kat lo entendía. Sabía que necesitabas tiempo, y ella… —Me puse en pie, con la repentina necesidad de salir de aquella habitación y de aquella casa para ir a la carretera.

—No nos hemos quedado sin tiempo —dijo en voz baja, casi como si estuviera rogando… y, maldita sea, eso dolía—. Todavía no.

La furia me invadió, y me costó toda mi fuerza de voluntad no lanzarme a su cuello. Haberme mantenido en esa maldita cabaña no había sido más que una pérdida de tiempo. Tomé aliento profundamente varias veces e hice la pregunta cuya respuesta no estaba seguro de querer escuchar.

—¿Has visto a su madre?

Su labio inferior tembló.

—Sí.

La miré a los ojos y mantuve su mirada.

—Dímelo.

Su expresión me dijo que aquello era lo último que quería hacer.

—La policía estuvo en su casa durante todo el día después de… de que volviéramos. Hablé con ellos y después con su madre. La policía piensa que os habéis fugado juntos, o al menos eso es lo que le han dicho a su madre, pero creo que uno de ellos era un infiltrado. Estaba demasiado empeñado en ello.

—Por supuesto —murmuré.

—Sin embargo, su madre no se lo cree. Conoce a Katy. Y Dawson ha estado manteniendo una actitud discreta con Beth y todo eso. Parecería sospechoso para cualquiera con dos neuronas. —Se sentó y dejó caer los brazos sobre su regazo—. Ha sido muy difícil. Su madre estaba muy mal. Se notaba que estaba pensando lo peor, sobre todo después de que Will y Carissa «desaparecieran» —dijo, dibujando comillas en el aire—. Estaba fatal.

La culpa explotó como un disparo, dejando docenas de agujeros en mi cuerpo. La madre de Kat no debería estar pasando por aquello; preocuparse por su hija, echarla de menos, temerse lo peor.

—¿Daemon? No nos abandones. Encontraremos la forma de recuperarla, pero, por favor, no nos abandones. Por favor.

Me quedé mirándola en silencio. No podía hacerle una promesa que no tenía intención de mantener, y ella lo sabía.

—Tengo que irme. Lo sabes. Tengo que recuperarla.

Su labio inferior tembló.

—Pero ¿y si no la recuperas? ¿Y si te atrapan allí con ella?

—Entonces, al menos estaré con ella. Estaré allí para ella. —Caminé hasta mi hermana y puse las manos en sus mejillas. Se le derramaron las lágrimas, mojándome los dedos. Odiaba verla llorar, pero odiaba aún más lo que estaba pasándole a Kat—. No te preocupes, Dee. Estamos hablando de mí. Sabes condenadamente bien que puedo escapar de cualquier sitio. Y sabes que la sacaré de allí.

Y nada en el mundo iba a impedírmelo.

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