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Capítulo 5

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CAPÍTULO 5

KATY

En cuanto Blake y yo salimos de mi celda, dos militares nos rodearon. Uno de ellos era Archer. Ver su rostro familiar no me hizo sentir mejor: tanto él como el otro tío iban enormemente armados.

Nos acompañaron a Blake y a mí hasta el ascensor, y estiré el cuello tratando de ver más allá de ellos para descubrir cómo era el entorno que nos rodeaba. Había varias puertas como la mía, y el pasillo parecía igual que el de Mount Weather. Una mano pesada aterrizó en la parte baja de mi espalda, sobresaltándome.

Era Archer.

Me lanzó una mirada que no pude descifrar, y después me encontré en el ascensor, aplastada entre él y Blake. Ni siquiera podía levantar la mano para apartarme el pelo húmedo y frío que se pegaba a mi cuello sin golpearlos.

Archer se inclinó hacia delante y pulsó un botón que no pude ver porque lo tapaba su enorme cuerpo. Fruncí el ceño, dándome cuenta de que ni siquiera sabía cuántos pisos tenía aquel lugar.

Como si estuviera leyéndome la mente, Blake bajó la mirada hacia mí.

—Estamos bajo tierra ahora mismo. La mayor parte de la base lo está, a excepción de los dos niveles superiores. Estás en el séptimo piso. Los pisos sexto y séptimo son para alojar a los… bueno, a los visitantes.

Me pregunté por qué estaría diciéndome todo eso. La distribución del edificio tenía que ser información importante. Era como… como si me confiara ese conocimiento, como si yo ya fuera uno de ellos. Aparté la ridícula idea de mi cabeza.

—¿Te refieres a los prisioneros?

Archer se puso rígido detrás de mí.

Blake me ignoró.

—En el quinto piso se encuentran los Luxen que todavía están integrándose.

Dado que los últimos Luxen habían llegado junto a Daemon y su familia, hacía más de dieciocho años, no podía imaginar cómo era posible que cualquiera de ellos todavía estuviera integrándose. Mi hipótesis era que se trataba de Luxen que ellos creían que no «encajaban» entre los humanos por una razón u otra. Me estremecí.

¿Y bajo tierra? Odiaba la idea de estar bajo tierra. Se parecía demasiado a estar muerta y enterrada.

Serpenteé para salir de entre ellos dos, y di un paso hacia atrás mientras respiraba profundamente. Blake me observó con curiosidad, pero fue Archer quien puso una mano sobre mi espalda, guiándome hacia delante para que no estuviera tras ellos, como si fuera a apuñalarlos por detrás en plan ninja con un cuchillo invisible.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. De inmediato capté el aroma de la comida: pan recién hecho y carne cocinada. Mi estómago cobró vida con un rugido, gruñendo como un trol.

Archer levantó una ceja.

Blake se rio.

Mis mejillas se incendiaron. Era bueno saber que mi sentido del orgullo y la vergüenza seguía estando intacto.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —me preguntó Archer. Era la primera vez que hablaba desde que había estado con él y el doctor Roth.

Dudé.

—No… No lo sé.

Frunció el ceño, y aparté la mirada mientras salíamos al pasillo ancho y bien iluminado. Honestamente, no tenía ni idea de qué día era, ni de cuántos días había permanecido inconsciente. Hasta que olí la comida, ni siquiera había sentido hambre.

—Irás con el doctor Roth —dijo Blake, dirigiéndose hacia la izquierda.

La mano en mi hombro se volvió más firme y, a pesar de que quería quitármela de encima, me quedé muy quieta. Archer tenía aspecto de saber romper un cuello en seis segundos. La mirada de Blake fue de la mano de Archer a su cara.

—Primero irá a comer algo —replicó Archer.

—El doctor está esperando —protestó Blake—. Y también…

—Pueden esperar un par de minutos para que la chica coma algo.

—Como quieras. —Blake levantó una mano como diciendo «es tu problema, no el mío»—. Se lo haré saber.

Archer me condujo hacia la derecha. Solo entonces me percaté de que el otro militar se había ido con Blake. Por un segundo, todo me dio vueltas mientras avanzábamos. Caminaba como Daemon, con zancadas largas y rápidas. Me esforcé por mantener el ritmo mientras trataba de absorber cada detalle de donde me encontraba. Lo cual no era demasiado. Todo era blanco y estaba iluminado por resplandecientes luces de riel. Había puertas idénticas que recorrían ambos lados del interminable pasillo. El tenue zumbido de las conversaciones detrás de las puertas cerradas apenas resultaba perceptible.

El olor a comida se volvió más fuerte, y después llegamos hasta unas puertas dobles de cristal. Las abrió con la mano libre. Me sentía como si estuvieran llevándome hasta el despacho del director en lugar de a una cafetería de aspecto bastante normal.

Unas mesas limpias y cuadradas estaban dispuestas en tres filas. La mayoría de las que teníamos enfrente estaban ocupadas. Archer me condujo hasta la primera mesa vacía y me empujó para que me sentara en una silla. No me gusta que me maltraten, así que le lancé una mirada envenenada.

—Quédate aquí —dijo, y dio media vuelta.

¿Adónde demonios pensaba que iba a ir? Lo observé caminar hacia la parte frontal, donde había una pequeña cola de gente que esperaba.

Todavía podía tratar de correr y arriesgarme a no saber adónde ir, pero mi estómago dio una sacudida ante la idea. Sabía cuántos pisos teníamos encima. Examiné la habitación y el corazón me dio un vuelco. Había pequeños puntos negros por todas partes, y las cámaras no estaban tan escondidas. Probablemente alguien estaría observándome en aquel preciso momento.

Había hombres y mujeres con batas de laboratorio y trajes de faena deambulando por ahí, aunque ninguno me lanzaba más que una rápida mirada al pasar junto a mí. Me senté incómodamente recta, preguntándome lo común que sería para ellos ver a una adolescente secuestrada y aterrorizada.

Probablemente más de lo que me gustaría saber.

«Estamos aquí para detener su invasión».

Recordé las palabras de Blake y tomé aliento. ¿Que nos invada quién? ¿Cómo podían ser los Luxen los malos? Mi mente iba a toda velocidad, a medio camino entre desear averiguar lo que quería decir y no creer nada de lo que había dicho.

Archer regresó con un plato de huevos con beicon en una mano y un pequeño cartón de leche en la otra. Los colocó frente a mí sin decir una palabra y después sacó un tenedor de plástico.

Me quedé mirando el plato mientras él se sentaba frente a mí. Se me formó un nudo en la garganta mientras estiraba el brazo lentamente y dejaba la mano flotando sobre el tenedor. De pronto recordé lo que había dicho Blake de su estancia en aquel lugar, de que todo había estado cubierto de ónice. ¿Había sido eso verdad? El tenedor parecía obviamente inofensivo, pero ya no tenía ni idea de qué creer.

—No pasa nada —dijo Archer.

Mis dedos rodearon el tenedor de plástico, y al no sentir dolor solté un suspiro de alivio.

—Gracias.

Él me observó, y su expresión me dijo que no tenía ni idea de por qué le daba las gracias, y yo también me lo pregunté un poco. Me sorprendía su amabilidad. O al menos lo veía como amabilidad. Podía haber sido como Blake y el otro tío y no importarle un pimiento que estuviera muriéndome de hambre.

Comí rápidamente. Todo resultaba incómodo hasta el punto de ser doloroso. No habló ni me quitó los ojos de encima ni una sola vez, como si estuviera esperando a que hiciera alguna gamberrada, aunque no estaba segura de qué esperaba que hiciera con un plato y un tenedor de plástico. Una vez pareció dirigir la mirada a mi mejilla izquierda, y no sabía muy bien qué estaba observando. No me había mirado en el espejo al prepararme.

La comida me sabía a serrín, y la mandíbula me dolía de masticar, pero dejé limpio el plato, suponiendo que necesitaría energía.

Cuando terminé, el plato y el cubierto se quedaron en la mesa. Archer volvió a colocar una mano encima de mi hombro. Nuestro viaje de vuelta fue silencioso, y el pasillo estaba algo más lleno. Nos detuvimos frente a una habitación cerrada. Abrió la puerta sin llamar.

Otra sala médica.

Paredes blancas. Armarios. Bandejas con instrumentos médicos. Una mesa con… estribos.

Di marcha atrás, negando con la cabeza. El corazón me latía a una velocidad de locos mientras mi mirada iba del doctor Roth a Blake, que estaba sentado en una silla de plástico. El otro tío que se había ido con Blake antes no se encontraba en ningún lugar visible.

La mano de Archer se volvió más firme, y me detuvo antes de que pudiera salir por la puerta completamente.

—No —dijo con suavidad, lo suficientemente alto como para que solo yo lo oyera—. Nadie quiere repetir lo de ayer.

Mi cabeza se movió hacia él, y lo miré fijamente a los ojos azules.

—No quiero hacer esto.

No pestañeó.

—No tienes elección.

Las lágrimas se agolparon en mis ojos mientras sus palabras calaban. Miré al doctor y después a Blake. Este apartó la mirada, con un músculo tenso en la mandíbula. La desesperanza de la situación me golpeó. Hasta ese momento, no sabía en qué había estado pensando realmente. Quizá pensaba que todavía tenía algo que decir en lo que iba a pasar a mi alrededor y en lo que iba a pasarme a mí.

El doctor Roth se aclaró la garganta.

—¿Cómo te sientes hoy, Katy?

Quería reírme, pero solo me salió un graznido.

—¿Tú qué crees?

—Mejorará. —Se apartó a un lado, haciendo un gesto en dirección a la mesa—. Especialmente cuando acabemos con esto.

Noté una presión en el pecho y mis manos se abrieron y cerraron a mis costados. Nunca había tenido un ataque de pánico, pero estaba bastante segura de que me encontraba a unos segundos de tener uno.

—No quiero que estén aquí.

Las palabras salieron de mi boca rápidas y roncas.

Blake miró a su alrededor y después se levantó, poniendo los ojos en blanco.

—Esperaré fuera.

Quería darle una patada mientras pasaba junto a mí, pero Archer seguía estando allí. Me volví hacia él, con la sensación de que los ojos se me iban a salir de sus órbitas.

—No —dijo, moviéndose hasta quedar frente a la puerta. Unió las manos—. No voy a marcharme.

Quería llorar. No podría resistirme. La habitación, como el pasillo y la cafetería, tenía paredes brillantes. Sin duda se trataba de la mezcla de ónice y diamante.

El doctor me entregó una de esas horribles batas de hospital y señaló hacia una cortina.

—Puedes ir allí a cambiarte.

Confundida y entumecida, me dirigí al otro lado de la cortina. Mis dedos se movieron torpemente sobre mi ropa y después sobre la bata. Al salir de detrás de la cortina notaba el cuerpo frío y cálido, y las piernas débiles mientras caminaba hacia delante. Todo era demasiado brillante, y los brazos me temblaban mientras me subía a la mesa acolchada. Apreté los cordeles de mi bata, incapaz de levantar la mirada.

—Primero voy a sacarte un poco de sangre —explicó el doctor.

A continuación, estuve hiperconsciente o completamente indiferente a todo lo que sucedió después. Noté la afilada aguja que se deslizaba en mi vena por todo el cuerpo, hasta en los pies, y luego el ligero tirón del tubo siendo reemplazado encima de la aguja. El doctor estaba hablándome, pero no lo escuchaba realmente.

Cuando todo terminó y volví a ponerme la ropa, me senté en la mesa mirando hacia abajo, a las zapatillas de deporte que me habían dado. Eran de mi talla, me encajaban perfectamente. Mi pecho subía y bajaba con respiraciones lentas y profundas.

Estaba adormecida.

El doctor Roth me explicó que examinarían mi sangre; algo acerca de comprobar el nivel de la mutación, de hacer pruebas de mi ADN para poder estudiarlo. Me dijo que no estaba embarazada, cosa que yo ya sabía; casi me reí al respecto, pero me sentía demasiado mareada como para hacer otra cosa que no fuera respirar.

Después de que todo terminara, Archer dio un paso al frente y me condujo fuera de la sala. No había dicho nada en todo el tiempo. Cuando puso una mano encima de mi hombro, yo la aparté, pues no quería que nadie me tocara. Él no volvió a ponerla.

Blake estaba recostado sobre la pared al otro lado de la sala, y abrió los ojos cuando la puerta se cerró detrás de nosotros.

—Por fin. Vamos con retraso.

Mantuve los labios sellados, porque si abría la boca para decir algo me echaría a llorar. Y no quería llorar. No delante de Blake, ni de Archer, ni de ninguno de ellos.

—Vale —dijo Blake lentamente mientras bajábamos por el pasillo—. Esto va a ser divertido.

—No hables —replicó Archer.

Blake hizo una mueca, pero permaneció en silencio hasta que nos detuvimos frente a unas puertas dobles cerradas como las que hay en los hospitales. Presionó un botón negro en la pared y las puertas se abrieron, dejando a la vista al sargento Dasher.

Estaba vestido como antes, con uniforme militar completo.

—Me alegra que te unas por fin a nosotros.

Aquella risa nerviosa y demente volvió a borbotear en mi garganta.

—Lo siento.

Se me escapó una risita.

Los tres me lanzaron una mirada, la de Blake la más curiosa, pero yo negué con la cabeza y respiré profundamente. Sabía que tenía que mantener la compostura. Debía prestar atención y ser inteligente. Había traspasado líneas enemigas. Volverme loca y que me llenaran de ónice no iba a ayudarme. Ni tampoco ponerme histérica y buscar una esquina donde balancearme.

Era difícil, probablemente la cosa más difícil que hubiera hecho jamás, pero logré recobrarme.

El sargento Dasher giró sobre sus talones.

—Hay algo que me gustaría enseñarte, Katy. Espero que esto te ponga las cosas más fáciles.

Lo seguí, aunque dudosa. El pasillo se dividía en dos, y bajamos por el de la derecha. Aquel lugar debía de ser gigantesco; un enorme laberinto de pasillos y habitaciones.

El sargento se detuvo frente a una puerta. Había un panel de control en la pared con una luz roja parpadeante al nivel de los ojos. Se puso delante. La luz se volvió verde, hubo un suave sonido de succión y la puerta se abrió, revelando una gran habitación cuadrada llena de doctores. Era un laboratorio y una sala de espera al mismo tiempo. Entré, haciendo una mueca de inmediato ante el olor a antiséptico. La visión y el olor me trajeron una oleada de recuerdos.

Reconocía las habitaciones como aquella; había estado en habitaciones como aquella antes.

Con mi padre, cuando estaba enfermo. Había pasado el tiempo en una habitación muy parecida a aquella cuando estaba recibiendo tratamiento contra el cáncer. Me quedé paralizada.

Había varias estaciones en forma de U en mitad de la habitación; cada una con diez sillones reclinables que sabía que serían cómodos. La mayoría estaban ocupados por personas (humanas) en distintas etapas de enfermedad; desde los optimistas recién diagnosticados de ojos brillantes hasta los frágiles, que apenas eran conscientes siquiera de dónde se encontraban. Todos ellos estaban conectados a bolsas de fluidos y algo que no se parecía en nada a la quimio. Era un líquido claro, pero resplandecía bajo la luz, como solía hacer Dee cuando aparecía y desaparecía.

Los doctores deambulaban por ahí, comprobando las bolsas y charlando con los pacientes. Hacia el fondo se encontraban varias mesas largas donde había gente mirando en microscopios y midiendo medicinas. Algunos estaban frente a los ordenadores, y sus batas blancas de laboratorio se hinchaban alrededor de sus sillas.

El sargento Dasher se detuvo junto a mí.

—Esto te resulta familiar, ¿verdad?

Lo miré bruscamente, apenas consciente de que tenía a Archer pegado a un lado y de que Blake había retrocedido. Era obvio que no hablaba tanto cerca del sargento.

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

Apareció una sonrisita.

—Hemos estado investigando. ¿Qué clase de cáncer tenía tu padre?

Me encogí. Las palabras «cáncer» y «padre» seguían siendo un duro golpe.

—Tenía cáncer cerebral.

La mirada del sargento Dasher se dirigió hacia la estación más cercana a nosotros.

—Me gustaría presentarte a alguien.

Antes de que pudiera decir nada, dio un paso hacia delante y se detuvo frente a uno de los sillones reclinables, que se encontraba de espaldas a nosotros. Archer asintió, y me moví de mala gana para ver a quién estaba mirando el sargento.

Era un niño. Tendría nueve o diez años, y con la piel cetrina y la cabeza calva no sabría decir si se trataba de un niño o una niña, pero sus ojos eran de un azul brillante.

—Esta es Lori. Es paciente nuestra. —Le guiñó un ojo a la niña—. Lori, esta es Katy.

Lori me miró con ojos grandes y amistosos y me tendió una mano pequeña y terriblemente pálida.

—Hola, Katy.

Tomé su mano fría y se la estreché, sin saber muy bien qué otra cosa hacer.

—Hola.

Su sonrisa se ensanchó.

—¿Tú también estás enferma?

Al principio no supe qué decir.

—No.

—Katy está aquí para ayudarnos —explicó el sargento Dasher mientras la niña retiraba la mano y la metía bajo la manta gris pálido—. Lori tiene un linfoma primario del SNC de cuarto grado.

Quería apartar la mirada, porque era una cobarde y lo sabía. Aquel era el mismo tipo de cáncer que tenía mi padre, posiblemente terminal. No parecía justo. Lori era demasiado pequeña para algo así.

Le sonrió a la niña.

—Es una enfermedad agresiva, pero Lori es muy fuerte.

Ella asintió con la cabeza fervientemente.

—¡Soy más fuerte que la mayoría de las chicas de mi edad!

Forcé una sonrisa que no sentía mientras el sargento se apartaba a un lado, permitiendo que un doctor comprobara las bolsas. Los brillantes ojos azules de la niña nos recorrieron.

—Están dándome medicina para que me ponga mejor —explicó, mordiéndose el labio inferior—. Y esta medicina no me hace sentir tan mal.

No supe qué responder y no pude hablar hasta que nos alejamos de la niña y fuimos a una esquina donde no estábamos en el camino de nadie.

—¿Por qué me enseñas esto? —le pregunté.

—Comprendes la severidad de la enfermedad —dijo el sargento, dirigiendo la mirada al suelo del laboratorio—. Cómo el cáncer, las enfermedades autoinmunes, las infecciones por estafilococos y tantas otras cosas pueden robarle su vida a una persona, a veces antes de que empiece realmente. Se ha buscado durante décadas la cura para el cáncer o el alzhéimer, sin éxito. Cada año aparece una nueva enfermedad capaz de destruir la vida.

Todo era cierto.

—Pero aquí —continuó, extendiendo los brazos— luchamos contra la enfermedad con vuestra ayuda. Tu ADN tiene un valor incalculable para nosotros, igual que la composición química de los Luxen. Podríamos inyectaros el virus del sida y no enfermaríais. Lo hemos probado. Sea lo que sea lo que haya en el ADN de los Luxen, hace que tanto ellos como los híbridos sean resistentes a todas las enfermedades humanas conocidas. Pasa lo mismo con los Arum.

Un escalofrío me recorrió la columna.

—¿De verdad habéis inyectado enfermedades a los híbridos y a los Luxen?

Asintió con la cabeza.

—Sí. Nos permite estudiar cómo el cuerpo del híbrido o del Luxen lucha contra la enfermedad. Esperamos ser capaces de replicarlo, y en algunos casos hemos tenido éxito, especialmente con el LH-11.

—¿LH-11? —pregunté, observando a Blake. Estaba hablando con otro paciente joven, un niño al que estaban administrándole fluidos. Estaban riendo. Parecía… normal.

—Replicación de genes —explicó el sargento—. Ralentiza el crecimiento de los tumores inoperables. Lori ha respondido bien a él. El LH-11 es producto de años de investigación. Esperamos que sea la respuesta.

No sabía qué decir mientras recorría la habitación con la mirada.

—¿La cura para el cáncer?

—Y muchas, muchas otras enfermedades más, Katy. Este es el objetivo de Dédalo, y tú puedes ayudar a hacerlo posible.

Me recliné sobre la pared y estiré las palmas de las manos. Una parte de mí quería creer lo que estaba viendo y escuchando, que Dédalo solo estaba tratando de encontrar la cura para las enfermedades, pero no era tan estúpida. Creer en eso sería como creer en Santa Claus.

—¿Y eso es todo? ¿Tan solo estáis tratando de convertir el mundo en un lugar mejor?

—Sí. Pero, fuera del ámbito de la medicina, hay distintas maneras de hacer del mundo un lugar mejor. Maneras en las que tú podrías ayudarnos a hacer del mundo un lugar mejor.

Me sentí como si estuviera tratando de venderme algo, pero incluso desde la posición en la que me encontraba era capaz de reconocer lo poderosa que podría ser una cura para enfermedades tan mortales, y cuánto cambiaría el mundo a mejor. Cerré los ojos y respiré profundamente.

—¿Cómo?

—Ven. —Dasher me tomó del hombro, sin darme mucha opción a elegir. Me condujo hasta el extremo opuesto del laboratorio, donde una sección de la pared parecía ser una ventana con persianas. Dio unos golpecitos en la pared y las persianas subieron con una serie de chasquidos metálicos—. ¿Qué ves?

Se me escapó el aire de los pulmones.

—Luxen —susurré.

No tenía la menor duda de que las personas sentadas en sillones reclinables a juego al otro lado de la ventana, y que dejaban que los doctores tomaran su sangre, no eran de la Tierra. Su belleza lo dejaba clarísimo. También lo hacía el hecho de que muchos de ellos se encontraban en su forma auténtica. Su suave resplandor inundaba la habitación.

—¿Te parece que alguno de ellos no quiere estar aquí? —preguntó en voz baja.

Puse las manos sobre el cristal y me incliné hacia delante. Los que no parecían una bombilla humana estaban sonriendo y riéndose. Algunos estaban comiendo, y otros charlando. La mayoría eran mayores, supuse que de veinte o treinta años.

Ninguno de ellos tenía aspecto de ser un rehén.

—¿Te lo parece, Katy? —insistió.

Negué con la cabeza, totalmente confusa. ¿Se encontraban ahí por su propia voluntad? No era capaz de entender por qué.

—Quieren ayudar. Nadie los obliga.

—Pero me estáis obligando a mí —señalé, consciente de que Archer se encontraba ahora detrás de nosotros—. Obligasteis a Bethany y Dawson.

El sargento Dasher inclinó la cabeza hacia un lado.

—No tiene por qué ser así.

—¿Así que no lo niegas?

—Hay tres clases de Luxen, señorita Swartz. Están aquellos que son como los que se encuentran al otro lado de esta ventana, Luxen que entienden que su biología puede mejorar enormemente nuestras vidas. Después están aquellos que ya se han integrado en la sociedad y no suponen ningún riesgo o prácticamente ninguno.

—¿Y el tercer grupo?

Permaneció en silencio durante un momento.

—El tercer grupo es el que las generaciones anteriores a nosotros temían antes de la llegada de los Luxen. Ellos son quienes quieren invadir la Tierra y subyugar a la humanidad.

Giré la cabeza hacia él.

—¿Qué demonios…?

Sus ojos se encontraron con los míos.

—¿Cuántos Luxen crees que hay, señorita Swartz?

Negué con la cabeza.

—No lo sé. —Una vez Daemon había mencionado cuántos creía que había en la Tierra, pero no recordaba la cantidad—. ¿Miles?

Dasher habló con autoridad.

—Hay aproximadamente cuarenta y cinco mil Luxen viviendo en la Tierra.

Vaya, eso era un montón.

—Alrededor del setenta por ciento de esos cuarenta y cinco mil se han integrado. Podemos confiar completamente en otro diez por ciento, como aquellos que se encuentran en la otra habitación. ¿Y el último veinte por ciento? Son nueve mil Luxen que quieren ver a la humanidad bajo su poder; nueve mil seres que pueden ejercer tanta destrucción como un misil. Apenas logramos mantenerlos bajo control tal como están las cosas, y lo único que necesitarían para provocar una revolución en nuestra sociedad es arrastrar más Luxen a su lado. Pero ¿quieres conocer otra cifra alarmante?

Me quedé mirándolo, sin tener ni idea de qué decir.

—Déjame hacerte una pregunta, señorita Swartz. ¿En qué categoría crees que se encuentran exactamente Daemon Black, su familia y sus amigos?

—¡Ellos no están interesados en subyugar ni a una mosca! —Solté una risa áspera semejante a un ladrido—. Insinuar eso es simplemente ridículo.

—¿Lo es? —Hizo una pausa—. Nunca puedes conocer real y completamente a nadie. Y estoy seguro de que cuando conociste a Daemon y su familia jamás hubieras imaginado lo que son, ¿correcto?

Ahí me había pillado.

—Tienes que admitir que si eran tan buenos en esconder el hecho de que ni siquiera eran humanos, deben ser muy buenos también en esconder algo tan invisible como su lealtad —señaló—. Te olvidas de que no son humanos, y no forman parte, te lo aseguro, del diez por ciento en el que confiamos.

Abrí la boca, pero no salió ninguna palabra. No me creía lo que decía, no podía creerlo, pero lo había dicho sin ningún desdén. Como si solo estuviera señalando un hecho, como un doctor diciéndole a un paciente que tiene cáncer terminal.

Se volvió hacia la ventana y alzó la barbilla.

—Se especula que hay cientos de miles de Luxen allí fuera, en el espacio, que viajaron a otros puntos del universo. ¿Qué crees que pasaría si vinieran aquí? Recuerda, esos son los Luxen que han tenido escaso o ningún contacto con la humanidad.

—Yo… —Un estremecimiento de inquietud me subió por la columna hasta los hombros. Dirigí la atención hacia la ventana y vi a un Luxen recuperar su auténtica forma con un parpadeo. Cuando hablé, no reconocí mi propia voz—. No lo sé.

—Nos arrasarían.

Tomé aliento bruscamente, sin querer creer todavía lo que estaba diciendo.

—Eso suena un tanto extremista.

—¿Ah, sí? —Hizo una pausa, con aspecto curioso—. Mira nuestra historia. Una nación más fuerte toma el control de otra. La mentalidad de los Luxen, e incluso de los Arum, no es demasiado distinta de la nuestra. Darwinismo básico.

—La supervivencia del más apto —murmuré, y por un momento casi pude verlo. Una invasión de proporciones hollywoodenses, y sabía lo suficiente acerca de los Luxen como para saber que, si muchos llegaban a la Tierra y querían dominarnos, lo conseguirían.

Cerré los ojos y volví a negar. Me estaba comiendo la cabeza. No había ningún ejército de Luxen a punto de invadirnos.

—¿Qué tiene que ver eso conmigo?

—¿Aparte del hecho de que eres fuerte, al igual que el Luxen que te mutó, y que tu sangre podría ayudarnos a acercarnos un poco más a un lote exitoso del LH-11? Nos encantaría estudiar la conexión que hay entre ti y el que te mutó. Muy pocos han sido capaces de hacerlo exitosamente, y sería un gran logro tener a otro Luxen capaz de mutar exitosamente a otros humanos y crear híbridos estables.

Pensé en todos esos humanos que Dawson había sido obligado a mutar y había visto morir. No podría soportarlo si Daemon tuviera que pasar por eso, creando híbridos que tan solo…

Respiré profundamente.

—¿Eso fue lo que le pasó a Carissa?

—¿Quién?

—Ya sabes quién —dije con cansancio—. Fue mutada, pero era inestable. Vino a por mí y se autodestruyó. Era una…

Buena persona. Pero me detuve, porque me di cuenta de que, si el sargento sabía algo acerca de Carissa, o bien no iba a decirme nada o bien le daba igual.

Pasaron unos momentos antes de que el hombre continuara.

—Pero esa no es la única preocupación de Dédalo. Tener aquí al Luxen que te mutó sería estupendo, pero ese no es nuestro objetivo principal.

Lo miré fijamente, y mi ritmo cardíaco se aceleró. Me sentí sorprendida. ¿Su objetivo no era atraer ahí a Daemon?

—Te queríamos a ti —explicó el sargento Dasher.

Sentí como si el suelo se moviera bajo mis pies.

—¿Qué?

Su expresión no era cálida ni fría.

—Mira, señorita Swartz, están esos nueve mil Luxen con los que necesitamos ayuda para manejarlos. Y cuando el resto de su especie venga a la Tierra, y vendrán, necesitaremos todo en nuestro arsenal para salvar a la humanidad. Eso significa híbridos como tú, y esperamos que muchos más, que puedan luchar.

¿Qué co…? Estaba segura de que había caído en algún universo alternativo. Mi cerebro prácticamente implosionó.

Dasher me observó de cerca.

—Así que la cuestión es esta: ¿te unirás a nosotros o te enfrentarás a tu propia raza? Porque tendrás que tomar una decisión, señorita Swartz. Entre tu propia gente o la de aquel que te mutó.

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