Origin

Origin


Capítulo 11

Página 13 de 34

CAPÍTULO 11

KATY

Una parte de mí seguía pensando que estaba soñando. Despertaría y Daemon habría desaparecido. Me quedaría sola con mis pensamientos, atormentada por lo que había hecho. El miedo y la vergüenza me impedían contarle lo de Blake. Matar a Will había sido una cosa, ya que había sido en defensa propia, y el muy cabrón aún se las había arreglado para dispararme. Pero ¿Blake? Eso había sido un acto de ira, y nada más.

¿Cómo podía Daemon seguir mirándome del mismo modo sabiendo que era una asesina? Porque eso era lo que había hecho: había asesinado a Blake.

—¿Estás conmigo? —preguntó.

—Sí.

Aparté los pensamientos perturbadores y lo toqué. En realidad, no dejaba de tocarlo para recordarme que realmente se encontraba allí. Creo que él estaba haciendo lo mismo, pero siempre había sido de los que tocan, algo que me encantaba de él. Quería más. Sentía la urgencia desesperada de perderme en él, de una forma que solo había sido capaz de hacer con Daemon.

Recorrí su labio inferior con la punta de mi dedo. Un músculo se flexionó en su mandíbula, y sus ojos se iluminaron. Mi corazón dio una extraña pirueta, y él cerró sus hermosos ojos, tensando la cara. Comencé a retirar la mano.

Él me atrapó la muñeca.

—No lo hagas.

—Lo siento. Es solo que…

Me quedé sin palabras, sin saber cómo explicarlo.

Una sonrisa torcida apareció en su rostro.

—Puedo soportarlo. ¿Puedes tú?

—Sí. —«En realidad, no», tuve que admitir para mis adentros. Pero quería ponerme sobre él, no quería que hubiera nada entre nosotros. Lo deseaba. Pero ponernos a hacer gamberradas no sería apropiado dada la situación, y el exhibicionismo no era una idea que me atrajera, así que me conformé con lo más cercano que había. Entrelacé los dedos con los suyos.

—Me siento mal por alegrarme de que estés aquí.

—No lo hagas. —Abrió los ojos, y las pupilas brillaban como diamantes—. Sinceramente, no querría estar en ningún otro sitio.

Resoplé.

—¿De verdad?

—¿De verdad? —Me besó con suavidad y se apartó con rapidez—. Parece una locura, pero es cierto.

Quería preguntarle cómo tenía planeado sacarnos de allí. Tenía que haber un plan. Eso esperaba. No podía imaginar que hubiera entrado en Dédalo sin pensar en una forma de salir. Por supuesto, yo había estado pensando en formas de escapar, pero no podía ver ninguna ruta de escape viable. Me lamí los labios, y los ojos de Daemon llamearon.

—¿Y si…? —Tragué saliva y mantuve la voz baja—. ¿Y si este es nuestro futuro?

—No. —El brazo alrededor de la cintura me impulsó hacia delante, y un instante después quedé presionada contra él. Su boca se movió sobre el punto sensible detrás de mi oreja mientras hablaba en un susurro bajo—. Este no es nuestro futuro, gatita. Te lo prometo.

Tomé aliento bruscamente. Los recuerdos de estar tan cerca de él no le habían hecho justicia alguna a la realidad. La dureza de su pecho contra el mío me enturbiaba los pensamientos, pero eran sus palabras lo que llenaba mi cuerpo de calidez. Daemon nunca hacía promesas que no tuviera intención de mantener.

Encajé la cabeza en el espacio entre su cuello y su hombro e inhalé el olor a jabón y a aire libre que era único en él.

—Dímelo —susurré.

Su mano se deslizó hacia arriba por mi columna, provocándome escalofríos.

—¿Que diga qué, gatita?

—Ya lo sabes.

Él frotó la barbilla en mi pelo.

—Te quiero… llevar en mi coche, Dolly.

Mis labios se torcieron en una mueca.

—Eso no.

—Oh. —Su voz emanaba inocencia—. No lo sé. Te quiero viendo conmigo Ghost Investigators.

—Eres un imbécil.

Él se rio con suavidad.

—Pero me quieres.

—Pues sí.

Le besé el hombro. Hubo una pausa, y sentí que su ritmo cardíaco se incrementaba. El mío se le puso a la par rápidamente.

—Te quiero —dijo con voz ronca—. Te quiero más que a nada.

Me quedé recostada sobre él, relajándome por lo que probablemente fuera la primera vez desde que había llegado. No era que me sintiera más fuerte porque estuviera ahí, aunque en cierto modo así era. Era porque ahora tenía alguien a mi lado, alguien que me guardara las espaldas. No estaba sola en aquello, y si hubiera sido al revés, yo habría hecho lo mismo que él. Dudaba que…

La puerta de la celda se abrió de repente, y Daemon se puso rígido, al igual que yo. Por encima de su hombro vi al sargento Dasher y a Nancy Husher. Detrás del increíble dúo idiota se encontraban Archer y otro guardia.

—¿Interrumpimos algo? —preguntó Nancy.

Daemon resopló.

—No. Justo estábamos diciendo la pena que nos daba que no hubierais venido a vernos.

Nancy unió las manos. Con su traje de chaqueta negro, parecía un anuncio viviente para mujeres que odiaran el color.

—No sé por qué, pero lo dudo mucho.

Agarré con más fuerza la camiseta de Daemon mientras mis ojos iban al sargento. Su mirada no era abiertamente hostil, pero, claro, eso no me decía demasiado.

El hombre se aclaró la garganta.

—Tenemos trabajo que hacer.

Daemon se sentó increíblemente rápido, y de alguna forma colocó su cuerpo de modo que yo estuviera tras él.

—¿Trabajo de qué? —preguntó, uniendo los dedos sobre sus rodillas—. Y creo que no tengo el honor de conocerte.

—Es el sargento Dasher —expliqué, tratando de moverme para no quedar detrás de él. Pero él cambió de posición, bloqueándome una vez más.

—¿De verdad? —La voz de Daemon se volvió baja y peligrosa, y mi estómago dio una sacudida—. Creo que te he visto antes.

—Lo dudo —respondió Dasher firmemente.

—Ah, sí lo ha hecho. —Nancy hizo un gesto en mi dirección—. Le enseñé el vídeo del primer día que Katy estuvo aquí, y tu encuentro con ella.

Cerré los ojos y murmuré una maldición. Daemon iba a cargárselo.

—Sí, lo he visto. —Cada palabra estaba enfatizada con lo que sabía que era una mirada letal. Abrí un ojo para curiosear. Dasher no parecía completamente impávido, y las líneas alrededor de su boca estaban tensas—. He guardado esas imágenes en un lugar muy especial —terminó Daemon.

Coloqué una mano sobre su espalda.

—¿Qué trabajo tenemos que hacer?

—Necesitamos hacer algunas pruebas conjuntas, y después ya veremos —respondió Dasher.

Mis músculos se agarrotaron, cosa que Daemon notó. ¿Más pruebas de presión? No imaginaba que fueran a ir bien si Daemon se encontraba en medio.

—No será nada demasiado complicado ni intensivo. —Nancy se apartó a un lado e hizo un gesto en dirección a la puerta—. Por favor. Cuanto antes comencemos, antes terminaremos.

Daemon no se movió, y Nancy nos observó con calma.

—¿Necesito recordarte lo que nos has prometido, Daemon?

Le lancé una mirada brusca.

—¿Qué les has prometido?

Nancy respondió antes de que él pudiera hacerlo.

—Prometió hacer cualquier cosa que pidiéramos sin causar problemas si lo llevábamos hasta ti.

—¿Qué?

Me quedé mirándolo, pero él no dijo nada. Casi me entraron ganas de pegarle: solo Dios sabía lo que lo obligarían a hacer. Tomé aliento profundamente, pasé junto a él y me levanté. Un segundo más tarde, él se puso en pie y se colocó delante de mí. Me aparté el pelo hacia atrás y me calcé las deportivas.

No dijimos nada mientras salíamos al pasillo. Eché un vistazo a Archer, pero él estaba observando fijamente a Daemon. Parecía que yo ya no era una amenaza a la seguridad. Cuando nos detuvimos frente al ascensor, sentí la mano de Daemon envolviendo la mía, y parte de la tensión desapareció. ¿Cuántas veces había entrado en esos ascensores? Había perdido la cuenta, pero en esa ocasión era diferente.

Daemon estaba allí.

Nos llevaron hasta el piso de la consulta médica, a una habitación con espacio para dos pacientes. El doctor Roth estaba esperándonos, y su expresión estaba ansiosa mientras nos tomaba la presión arterial.

—Llevo mucho tiempo esperando para hacer pruebas a alguien como tú —le dijo a Daemon con voz aguda.

Él arqueó una ceja.

—Otro fan. Están por todas partes.

—Solo tú podrías ver eso como algo bueno.

Me dedicó una sonrisa.

El color encendió las mejillas del doctor.

—No vemos Luxen poderosos como tú a menudo. Pensábamos que Dawson sería el elegido, pero…

El rostro de Daemon se ensombreció.

—¿Has trabajado con mi hermano?

Oh, oh.

Con los ojos muy abiertos, echó un vistazo hacia donde se encontraban Nancy y el sargento Dasher. Se aclaró la garganta mientras nos quitaba los manguitos.

—Su presión sanguínea es idéntica. Perfecta. Ciento veinte sobre ochenta.

Nancy tomó nota en un sujetapapeles que juraría que acababa de aparecer entre sus manos. Me moví en la silla, volviendo a concentrarme en Daemon, que estaba observando al doctor como si quisiera sacarle la información a golpes.

Después el doctor Roth nos comprobó el pulso. En reposo rondaba los cincuenta, lo cual debía de ser bueno, ya que Roth estaba prácticamente tarareando.

—El pulso de Katy estaba por encima de sesenta todas las veces anteriores, y la presión sanguínea también estaba muy alta. Parece que en presencia de él sus ritmos mejoran, ajustándose a los de él. Eso es bueno.

—¿Por qué es bueno? —le pregunté.

Sacó el estetoscopio.

—Es una buena indicación de que la mutación se encuentra en un nivel celular perfecto.

—O una indicación de que soy la hostia —sugirió Daemon fríamente.

El doctor le dirigió una pequeña sonrisita, y mi ansiedad creció aún más. Uno pensaría que Daemon actuando a su habitual manera arrogante y engreída sería algo bueno, pero yo había aprendido que sus respuestas de listillo significaban que estaba a unos segundos de explotar.

—Los corazones laten en perfecta sincronía. Muy bien —murmuró Roth, girándose hacia Dasher—. Pasó la prueba de estrés, ¿correcto? ¿No hay signos externos de inestabilidad?

—Lo hizo a la perfección, tal como esperábamos.

Tomé aliento bruscamente, poniendo una mano sobre mi estómago. ¿Que había hecho lo que esperaban? ¿Significaba eso que esperaban que matara a Blake? Ni siquiera era capaz de planteármelo.

Daemon me lanzó una mirada y sus ojos se estrecharon.

—¿Qué son esas pruebas de presión exactamente?

Abrí la boca, pero no sabía qué decir. No quería que supiera lo que había sucedido… lo que había hecho. Me volví hacia Dasher, cuya expresión era cautelosa. Recé por que el hombre tuviera sentido común. Si le contaba a Daemon lo de las peleas, era probable que este se pusiera hecho un basilisco.

—Las pruebas de presión no son nada fuera de lo común —explicó—. Estoy seguro de que Kat puede decírtelo.

Sí, totalmente, si es que sufrir palizas y matar a alguien era algo común y corriente. Sin embargo, de alguna forma retorcida apreciaba la mentira.

—Sí, nada fuera de lo común.

La duda cruzó las facciones de Daemon mientras se giraba de nuevo hacia el doctor.

—¿Estas pruebas de presión eran del mismo tipo que las que hacía Dawson?

Nadie respondió, lo cual ya era suficiente respuesta. Daemon estaba muy quieto, pero sus ojos miraban con agudeza y tenía la boca fuertemente apretada en una línea tensa. Después extendió un brazo para cogerme la mano, y la suave presión encajaba muy poco con su comportamiento.

—Así que hoy podemos avanzar hasta la fase más importante de nuestro trabajo. —El doctor caminó hasta un carrito lleno de utensilios—. Uno de los aspectos más extraordinarios de nuestros amigos extraterrestres es su habilidad para curarse no solo a ellos, sino a los demás. Creemos que descifrar esa habilidad nos proporcionará la información necesaria para replicar la función de curar a otras personas que sufran distintas enfermedades.

El doctor cogió algo, pero su mano lo escondió mientras se giraba hacia nosotros.

—El propósito del siguiente ejercicio, Daemon, es ver lo rápido que eres capaz de curar. Necesitamos comprobarlo antes de que podamos continuar.

La ansiedad que había estado invadiéndome explotó como un cañonazo. Eso solo podía llevar a una cosa.

—Tú dirás —dijo Daemon en voz baja.

Roth tragó saliva visiblemente mientras se acercaba a nosotros, y me di cuenta de que Archer y otro guardia permanecían muy cerca.

—Necesitamos que cures a Katy —dijo.

Su mano apretó la mía, y Daemon se inclinó hacia delante.

—¿Que la cure de qué, exactamente? Porque estoy algo confundido. Ya me he ocupado de esos cardenales que, por cierto, me encantaría saber de dónde salieron.

Se me aceleró el pulso mientras observaba a mi alrededor. Los puntos negros estaban por todas partes, y tenía la sensación de que íbamos a quedar cubiertos de nuevo con el encantador abrazo del ónice.

—No será nada serio —explicó el doctor con amabilidad—. Solo un pequeño rasguño que apenas sentirá. Después voy a examinar vuestra sangre y vigilar vuestras constantes vitales. Eso es todo.

De pronto solo podía pensar en Dawson y Bethany, en todas las cosas que le habían hecho a Bethany para obligar a Dawson a curar a los demás. Sentí náuseas y mareos. Dasher no había actuado como si conseguir a Daemon fuera una prioridad, pero ahora que estaba allí veríamos todas las caras de Dédalo. ¿Y cómo iban a traer a otra gente para que las curara sin conocer primero el verdadero alcance de sus habilidades?

—No. —Daemon estaba furioso—. No vas a hacerle daño.

—Lo has prometido —dijo Nancy—. ¿Tengo que estar recordándotelo todo el tiempo?

—No acepté que le hicierais daño —respondió él, y sus pupilas comenzaron a brillar.

Archer se acercó más. El otro guardia se movió junto a la pared, cerca de un botón de aspecto muy poco amistoso. Estaba a punto de liarse una buena, y cuando el doctor Roth mostró lo que tenía en la mano, Daemon se puso en pie de golpe, soltándome la mano y colocándose frente a mí.

—Ni de coña, colega —dijo, apretando los puños.

La luz se reflejaba en el bisturí de acero que sostenía Roth. El buen doctor dio un paso hacia atrás.

—Te prometo que apenas lo sentirá. Soy un doctor, sé cómo hacer un corte limpio.

Los músculos de la espalda de Daemon se tensaron.

Nancy produjo un sonido de impaciencia mientras bajaba el sujetapapeles.

—Esto puede ser fácil o puede ponerse muy difícil.

La cabeza de Daemon se volvió en su dirección.

—¿Difícil para ti o para mí?

—Para ti y para Katy. —Dio un paso hacia delante. Era muy valiente o muy estúpida—. Siempre podemos obligarte. O podemos hacerlo y acabar con esto. La elección es tuya.

Daemon parecía a punto de provocarlos, y yo sabía que ellos seguirían adelante. Si él o yo nos enfrentábamos a ellos, llenarían la habitación de ónice, contendrían a Daemon hasta que me hicieran lo que quisieran hacerme, y después lo liberarían. Iba a suceder de todos modos. La decisión era nuestra: teníamos el camino fácil o el desagradable.

Me puse en pie, y noté las piernas débiles.

—Daemon.

Él me miró por encima del hombro.

—No.

Forcé una sonrisa que se me hacía extraña y me encogí de hombros.

—Va a pasar de todos modos. Confía en mí. —El pánico cruzó su rostro con las tres últimas palabras—. Si lo hacemos, habrá acabado. Aceptaste hacer esto.

—Yo no he aceptado esto.

—Lo sé… Pero estás aquí, y… —Y por eso no quería que estuviera allí. Me volví hacia el doctor y extendí una mano—. No va a dejar que nadie más lo haga. Voy a tener que hacérmelo yo misma.

Daemon se quedó mirándome con incredulidad. El doctor se volvió hacia Nancy, que asintió con la cabeza. Era obvio que su puesto, fuera el que fuese, se hallaba por encima del sargento.

—Adelante —dijo Nancy—. Confío en que Katy sepa lo que sucederá si decide utilizar eso de mala manera.

Le lancé una mirada de odio mientras el doctor depositaba el frío instrumento sobre mi palma. Reuní coraje y me giré hacia Daemon. Él seguía mirándome como si estuviera loca.

—¿Estás preparado?

—No. —Su pecho se hinchó cuando respiró profundamente, y entonces sucedió algo muy extraño. La impotencia cubrió sus ojos, que se volvieron de un tono de verde musgoso—. Kat…

—Tenemos que hacerlo.

Nos miramos a los ojos, y después extendió una mano.

—Yo lo haré.

Me puse rígida.

—Ni de broma.

—Dámelo, Kat.

Había varias razones por las que no iba a darle el bisturí. Principalmente, porque no quería que se sintiera culpable, pero también me preocupaba que fuera a utilizarlo como proyectil. Me moví ligeramente y abrí la mano izquierda. Nunca me había cortado a mí misma antes, al menos, no a propósito. Mi corazón latía con fuerza, y mi estómago dio un salto. El borde del bisturí estaba terriblemente afilado, así que asumí que no tendría que presionar mucho para conseguirlo.

Lo coloqué sobre mi palma abierta y cerré los ojos con fuerza.

—¡Espera! —gritó Daemon, haciéndome dar un respingo. Cuando levanté la mirada, sus pupilas se habían vuelto completamente blancas—. Necesito estar en mi verdadera forma.

Ahora era yo quien lo miraba como si se le hubiera ido la olla, pues muchas otras veces me había curado rápidamente estando en su forma humana. Solo se volvía una antorcha viviente cuando las cosas se ponían serias. No sabía qué era lo que pretendía.

Se volvió hacia Nancy y el sargento, que tenían idénticas miradas de sospecha.

—Quiero asegurarme de hacer esto rápido. No quiero que sufra, y tampoco quiero que le quede una cicatriz.

Parecieron creérselo, porque Nancy asintió en señal de aprobación. Daemon respiró profundamente, y después su cuerpo comenzó a resplandecer. Estaba cambiando. Los contornos de su cuerpo empezaron a desdibujarse, con ropa y todo. Por un segundo olvidé que nos encontrábamos en aquella habitación, que tenía un bisturí con el que estaba a punto de cortarme, y que básicamente éramos prisioneros de Dédalo.

Observarlo mientras tomaba su forma auténtica resultaba absolutamente impresionante.

Justo antes de desvanecerse por completo, comenzó a tomar forma de nuevo. Brazos. Piernas. Torso. Cabeza. Durante un breve segundo, pude verlo, verlo de verdad. Su piel era translúcida, como la de una medusa, y la red de venas tenía un resplandor perlado. Las facciones eran las de Daemon, pero más afiladas y definidas, y entonces comenzó a brillar tanto como el sol. Una forma humana de luz con un tono rojizo, tan hermosa que se me llenaron los ojos de lágrimas al mirarla.

«De verdad que no quiero que hagas esto».

Como siempre, escuchar su voz en mi cabeza me sobresaltó. No pensaba que pudiera acostumbrarme nunca. Estuve a punto de responder verbalmente, pero me detuve a tiempo.

«No deberías haber venido hasta aquí, Daemon. Esto es lo que quieren».

La cabeza luminosa se inclinó hacia un lado.

«Venir hasta aquí por ti era lo único que podía hacer, pero eso no significa que tenga que estar de acuerdo con todo. Ahora hazlo antes de que cambie de opinión y compruebe que realmente no puedo acceder a la Fuente para matar a alguien».

Bajé la mirada hasta el bisturí y me encogí de miedo. Aferré firmemente el mango, sintiendo varios ojos sobre mí. Cobarde como era, cerré los ojos con fuerza, bajé la cuchilla sobre la palma y me corté.

Siseé por el pinchazo de dolor y solté el bisturí, observando cómo el corte se llenaba de sangre inmediatamente. Era como cortarse con un papel un millón de veces más afilado de lo normal.

«Por los clavos de Jesucristo Todopoderoso», dijo la voz de Daemon.

«Creo que la frase no es así», le dije, cerrando la palma para amortiguar la quemazón que sentía.

Fui vagamente consciente del doctor agachándose para recoger el bisturí y mirando hacia arriba. La luz de Daemon me rodeó mientras su mano se extendía, con sus dedos volviéndose más visibles mientras rodeaban mi mano herida.

«Ábrela», dijo.

Negué con la cabeza, y su suspiro fantasmal reverberó en mi cabeza. Me abrió la mano lentamente, y su tacto resultaba tan cálido como la ropa recién sacada de la secadora.

«Esto duele más de lo que pensaba».

Un gruñido grave reemplazó al suspiro.

«¿De verdad pensabas que no iba a dolerte, gatita?».

«Da igual». Dejé que me condujera hasta la silla, me senté y lo observé mientras se arrodillaba frente a mí, con la cabeza inclinada. El calor llameó sobre la palma de mi mano mientras Daemon comenzaba a hacer su trabajo.

—Increíble —susurró el doctor Roth.

Mis ojos estaban fijos en la cabeza resplandeciente de Daemon, que estaba inclinada. La calidez que emanaba de él llenó la habitación. Extendí la mano ilesa y la deposité sobre su hombro. Su luz palpitó, y el rojo de sus bordes se extendió hacia dentro un par de centímetros. Interesante.

«Ya sabes cómo me gusta cuando me tocas de esa forma». Su voz hizo que un escalofrío me recorriera la espalda.

«¿Por qué siempre tienes que hacer que todo suene tan sucio?». Pero no retiré la mano.

Su risa me atravesó, y para entonces el dolor de mi palma se había detenido.

«No soy yo quien tiene la mente sucia, gatita».

Puse los ojos en blanco.

Sus manos rodearon la mía, y en ese momento estuve segura de que ya me había curado.

«Ahora deja de distraerme».

Resoplé.

«¿Yo? Menudo imbécil eres».

—Fascinante —murmuró el doctor Roth—. Están comunicándose. Nunca deja de maravillarme cuando lo veo.

Daemon lo ignoró.

«He adoptado esta forma para decirte que hablé con Luc antes de ir a Mount Weather».

Me puse recta, toda oídos.

«¿Él ha tenido algo que ver con esto?».

«No. Y lo creo. Va a ayudarnos a salir. Necesito…».

—Enséñanos las manos, Katy —lo interrumpió la voz de Nancy.

Quería ignorarla, pero cuando levanté la mirada vi que el otro guardia se acercaba a Daemon empuñando lo que parecía una pistola eléctrica. Liberé la mano de las de Daemon y se la enseñé.

—¿Contentos?

—Daemon, recupera tu forma humana —ordenó Nancy con brusquedad.

Transcurrió un latido, y entonces Daemon se puso en pie. En su forma verdadera parecía más alto y muchísimo más intimidante. Su luz latió una vez, más roja que blanca, y después se atenuó.

Ahí estaba, pero sin aspecto de luciérnaga. Solo sus ojos ardían con luz blanca.

—No sé si te habrás dado cuenta, pero no me gusta que me den órdenes.

Nancy inclinó la cabeza hacia un lado.

—No sé si te habrás dado cuenta, pero estoy acostumbrada a que la gente obedezca mis órdenes.

Daemon le dirigió una sonrisita burlona.

—¿Alguna vez has oído el dicho de que se atrapan más leones con miel que con vinagre?

—Creo que eso es con abejas, no con leones —murmuré.

—Da igual.

El doctor Roth me examinó la mano.

—Impresionante. Solo queda una débil línea rosada. Probablemente habrá desaparecido por completo en menos de una hora. —Se volvió hacia Nancy y Dasher, casi vibrando por la emoción—. Otros Luxen han curado en esta misma cantidad de tiempo, pero no hasta sellar completamente el corte.

Como si Daemon necesitara ayuda para sentirse especial.

El médico sacudió la cabeza y levantó la mirada hacia él.

—Verdaderamente increíble.

Me pregunté si el buen doctor iba a besarlo.

Antes de que pudiera ponerse a babear por Daemon, la puerta se abrió y apareció un oficial sin aliento, con las mejillas rojizas, al igual que su pelo revuelto.

—Tenemos un problema —anunció, respirando profundamente.

Nancy lo miró con malicia, y no pude evitar pensar que probablemente le gritaría más tarde por habernos interrumpido.

Dasher se aclaró la garganta.

—¿Cuál es el problema, Collins?

Los ojos del oficial recorrieron la habitación, pasaron de largo por Daemon y por mí para después volver a mirarnos rápidamente, y entonces se fijaron en el sargento.

—Hay un problema en el edificio B, señor, en el piso nueve. Exige su atención inmediata.

Ir a la siguiente página

Report Page