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Capítulo 12

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CAPÍTULO 12

KATY

¿Edificio B? Recordaba vagamente haber oído a alguien que mencionaba otro edificio unido a este bajo tierra, pero no tenía ni idea de qué o quién había allí. Sin embargo, estaba preparada para averiguarlo. Fuera lo que fuese, parecía alarmante, porque el sargento Dasher abandonó la habitación sin decir palabra.

Nancy lo siguió rápidamente.

—Llevadlos de nuevo a sus habitaciones. ¿Doctor? —Hizo una pausa—. Tal vez quieras unirte a nosotros.

Y entonces desaparecieron.

Me volví hacia Archer.

—¿Qué está pasando? —pregunté. Él me lanzó una mirada que decía que era tonta por preguntar. Fruncí el ceño—. ¿Qué hay en el edificio B?

El otro soldado dio un paso hacia delante.

—Haces demasiadas preguntas. Tienes que aprender cuándo cerrar la boca.

Pestañeé. Eso era todo lo que hizo falta para que Daemon cogiera al fornido guardia por el cuello y lo estampara contra la pared. Lo miré con los ojos muy abiertos.

—Y tú tienes que aprender a tratar a las señoritas con un poco más de respeto —gruñó.

—¡Daemon! —chillé, preparándome para el ónice.

Pero no llegó.

Daemon quitó los dedos de la garganta del soldado jadeante uno por uno, y se apartó hacia atrás. El soldado se desplomó contra la pared. Archer no había hecho nada.

—¿Por qué le has dejado hacer eso? —acusó el guardia, señalando a Archer—. ¿Qué demonios te pasa, tío?

Archer se encogió de hombros.

—Tenía razón. Debes aprender modales.

Contuve la necesidad de reírme, ya que Daemon estaba observando al soldado como si quisiera partirle el cuello. Me apresuré a acercarme a él, le rodeé la mano con la mía y se la apreté.

Él miró hacia abajo, sin verme al principio. Después bajó la cabeza y rozó mi frente con los labios. Relajé los hombros, aliviada: dudaba que Archer fuera a permitir una segunda ronda.

—Lo que tú digas —escupió el hombre, y después giró sobre sus talones y salió de la habitación, dejando a Archer para que se encargara él solo de nosotros dos.

No parecía preocupado.

El camino de vuelta hasta nuestras celdas transcurrió sin incidentes, hasta que Archer dijo:

—No. No vais a estar en la misma habitación.

Me volví hacia él.

—¿Por qué no?

—Mis órdenes son llevaros a vuestras habitaciones, en plural. —Introdujo el código—. No os pongáis difíciles. Si lo hacéis, lo único que conseguiréis es que os mantengan separados más tiempo.

Comencé a protestar, pero su tensa mandíbula me dijo que no iba a convencerlo. Respiré de forma entrecortada.

Archer miró a Daemon y después a mí. Finalmente murmuró una maldición y avanzó hacia delante, con la barbilla baja. Junto a mí, Daemon se puso rígido, y Archer le lanzó una mirada de advertencia.

—Estoy seguro de que os lo mostrarán con el tiempo —dijo en voz baja—, y probablemente desearéis que no lo hubieran hecho. En ese edificio es donde se encuentran los orígenes.

—¿Orígenes? —repitió Daemon, arrugando las cejas—. ¿Qué demonios es eso?

Archer se encogió de hombros.

—Es todo lo que puedo deciros. Ahora, Katy, entra en tu habitación, por favor.

La mano de Daemon se aferró a la mía, y después él se agachó hacia mí, cogió mi barbilla con la otra mano e inclinó mi cabeza hacia atrás. Su boca se encontró con la mía, y el beso… El beso fue fiero, intenso y profundo, hizo que los dedos de mis pies se enroscaran dentro de mis deportivas y me dejó sin aliento. Mi mano libre cayó sobre su pecho mientras el roce de nuestras bocas me removía por dentro. A pesar de que teníamos público, noté un delicioso calor mientras él continuaba el beso, apretándome con fuerza contra él.

Archer soltó aire sonoramente.

Daemon me guiñó un ojo.

—No pasa nada.

Asentí con la cabeza. Apenas recuerdo haber entrado en la habitación, pero allí estaba, mirando la cama sobre la que Daemon había estado sentado antes, mientras la puerta se cerraba detrás de mí.

Me llevé las manos a la cara, aturdida, durante uno o dos minutos. Cuando me había quedado dormida el día anterior, había estado físicamente exhausta por haber utilizado la Fuente y emocionalmente destrozada por lo que había hecho. Me había tumbado en esa maldita cama, mirando al techo, y la desesperanza me había invadido, e incluso en aquel momento seguía aferrándose a mí.

Pero las cosas habían cambiado. Tenía que seguir diciéndome eso para evitar que la desolación tomara el control por completo. Probablemente los psicólogos de todo el país dirían que no enfrentarme a lo que había hecho no era una práctica saludable, pero no era capaz de hacerlo. Esas horas antes de haberme quedado dormida…

Negué con la cabeza.

Las cosas habían cambiado de verdad: Daemon se encontraba allí. Y, hablando de él, tenía la sensación de que seguía hallándose cerca. El cosquilleo había desaparecido, pero simplemente sabía que se encontraba cerca; lo sentía a un nivel celular.

Me volví y observé la pared. Entonces recordé la puerta del baño. Me giré, corrí hacia el baño y probé el pomo de la puerta. Estaba cerrada. Esperando que mis sospechas fueran correctas, di unos golpecitos.

—¿Daemon?

Nada.

Apreté la mejilla contra la fría madera, cerrando los ojos mientras colocaba las palmas de las manos sobre la puerta. ¿Realmente creía que iban a ponernos en celdas unidas por un baño? Sin embargo, habían mantenido a Dawson y Bethany juntos al principio; ¿no había dicho eso Dawson? Pero mi suerte no era tan…

La puerta se abrió y caí hacia delante. Unos fuertes brazos y un duro pecho me atraparon antes de que llegara al suelo.

—Vaya, gatita…

Subí la mirada, con el corazón latiéndome con fuerza.

—¡Compartimos baño!

—Ya lo veo.

Apareció una pequeña sonrisa y sus ojos brillaron.

Me aferré a su camiseta y me balanceé sobre los talones de mis deportivas.

—No puedo creerlo. ¡Estás en la celda contigua! Tan solo…

Las manos de Daemon, firmes y seguras, fueron a mis caderas y después su boca encontró la mía, continuando ese beso desgarrador que habíamos comenzado en el pasillo. Al mismo tiempo, me estaba moviendo hacia atrás. De algún modo, y realmente lo único que se me ocurría era que tenía unas habilidades increíbles, se las arregló para cerrar la puerta tras nosotros sin quitarme las manos de encima.

Esos labios suyos… Se movían sobre los míos, tentadoramente lentos y profundos, como si estuviéramos besándonos por primera vez. Sus manos me rodearon y, cuando mi espalda golpeó el lavabo, él me levantó y me puso sobre el borde, y siguió apretándose contra mí, separando mis rodillas con sus caderas. Volvió el calor abrasador, una llama que ardía cada vez más con el beso lento y profundo.

Mi pecho subía y bajaba rápidamente mientras me aferraba a sus hombros, perdida casi por completo en él. Había leído suficientes novelas románticas como para saber que un baño y Daemon eran de lo que estaban hechas las fantasías, pero…

Me las arreglé para romper el contacto, aunque no demasiado. Nuestros labios se rozaron cuando hablé.

—Espera. Tenemos que…

—Lo sé —me cortó.

—Bien. —Coloqué mis manos temblorosas sobre su pecho—. Los dos pensamos lo mis…

Daemon volvió a besarme, y mis sentidos enloquecieron. Me besaba sin prisa, explorándome, apartándose y mordisqueándome el labio hasta que yo solté un gemido jadeante que me habría avergonzado en cualquier otra ocasión.

—Daemon…

Detuvo con su boca cualquier cosa que hubiera podido decir. Sus manos subieron deslizándose por mi cintura y se detuvieron cuando las puntas de sus dedos comenzaron a acariciar la parte inferior de mi pecho. Mi cuerpo entero se arqueó, y supe que si no parábamos íbamos a perder un tiempo muy valioso.

Me aparté, tomando bocanadas de un aire que sabía a Daemon.

—Realmente tendríamos que estar hablando.

—Lo sé. —Volvió a aparecer esa media sonrisa—. Eso es lo que estaba tratando de decirte.

Me quedé boquiabierta.

—¿Qué? ¡No estabas hablando! Estabas…

—¿Besándote hasta dejarte sin sentido? —preguntó con inocencia—. Lo siento, es lo único que me apetece hacer cuando estoy contigo. Bueno, no lo único que quiero hacer, pero sí que se acerca bastante a…

—Lo pillo —gruñí. Tenía ganas de abanicarme la cara. Me incliné sobre el espejo de cristal y puse las manos sobre mi regazo. Tocarlo tampoco estaba ayudando. Ni tampoco esa media sonrisa engreída suya—. Vaya.

Con sus manos exactamente donde se habían detenido bajo mi pecho, se inclinó hacia delante y presionó su frente contra la mía.

—Quiero asegurarme de que tu mano está bien —dijo en voz baja.

Fruncí el ceño.

—Está bien.

—Tengo que asegurarme.

Se apartó un poco, mirándome a los ojos de manera significativa, y entonces lo pillé. Sonrió al ver la comprensión que cruzaba mi rostro. Un segundo después, adoptó su auténtica forma, tan resplandeciente en la pequeña habitación que tuve que cerrar los ojos.

«Dicen que no hay cámaras aquí, pero deben de haber puesto micrófonos ocultos —dijo—. Además, no me fío del hecho de que nos dejen estar juntos. Tienen que saber que haríamos esto, así que probablemente hay una razón».

Me estremecí.

«Lo sé, pero a Dawson y Bethany los dejaron estar juntos hasta que… —Me obligué a apartar ese pensamiento de la cabeza. Estábamos perdiendo el tiempo—. ¿Qué te dijo Luc?».

«Dijo que puede ayudarnos a salir de aquí, pero no entró en detalles. Por lo visto, tiene gente comprada aquí, y aseguró que me encontrarían en cuanto consiga algo para él… algo que has mencionado. LH-11».

Me sentí aturdida.

«¿Para qué lo quiere?».

«No lo sé». Las manos de Daemon volvieron a mis caderas, y entonces me bajó del lavabo. Moviéndose demasiado rápido como para darme cuenta, se sentó sobre el retrete cerrado y me puso sobre su regazo. Su mano subió por mi espalda y me presionó la nuca hasta que mi mejilla quedó sobre su hombro. El calor que emanaba de él en su auténtica forma no resultaba tan abrumador como la primera vez. «Y realmente no importa, ¿verdad?».

Saboreé el abrazo.

«¿No? Esa cosa se la dan a los humanos que están enfermos. ¿Para qué iba a quererlo Luc?».

«Honestamente, no puede ser peor que lo que esté haciendo Dédalo, por mucho que digan que están utilizándolo para cosas buenas».

Muy cierto. Suspiré. No me atrevía a esperanzarme con aquello. Aunque Luc realmente estuviera de nuestra parte y pudiera ayudarnos, seguía habiendo muchos obstáculos en nuestro camino, y algunos eran casi imposibles de superar.

«Lo he visto antes —dije—. Tal vez podamos volver a acercarnos a él».

«Tenemos que hacerlo. —Pasaron unos momentos, y después dijo—: No podemos quedarnos aquí todo el tiempo. Tengo la sensación de que nos están permitiendo estar juntos, y si abusamos nos separarán».

Asentí con la cabeza. Lo que no comprendía era por qué permitían esa visita sin supervisión. Era algo que podríamos hacer cada vez que quisiéramos. ¿Estaban tratando de demostrarnos que no iban a mantenernos separados? Después de todo, habían asegurado que ellos no eran los enemigos, pero había tantas cosas de Dédalo que no comprendía, como lo de Blake…

Me estremecí, coloqué la cabeza sobre su hombro y respiré profundamente. Quería obligar a mi cabeza a olvidar el recuerdo de Blake, hacer como si nunca hubiera existido.

—¿Kat?

Levanté la cabeza, abrí los ojos y me di cuenta de que ya no estaba en su verdadera forma.

—¿Daemon?

Sus ojos recorrieron mi cara.

—¿Qué han estado haciéndote aquí?

Me quedé paralizada, nos miramos a los ojos durante un instante, y después me aparté de él, retrocediendo unos cuantos pasos.

—En realidad, nada. Solo unas pruebas.

Él puso las manos sobre las rodillas dobladas y dijo con suavidad:

—Sé que es más que eso, Kat. ¿Cómo te hiciste esos cardenales en la cara?

Me miré al espejo. Tenía la tez pálida, pero no había ninguna señal de las peleas.

—No deberíamos hablar sobre esto.

—No creo que les importe que estemos hablando de esto. Los cardenales han desaparecido porque te los curé yo, pero antes estaban allí… débiles, pero estaban allí. —Se puso en pie, aunque no se acercó a mí—. Puedes hablar conmigo. Deberías saberlo ya.

Mis ojos volvieron hacia él. Dios, claro que lo sabía. Lo había aprendido a las malas el invierno anterior. Si hubiera confiado en él para contarle mis secretos, Adam seguiría con vida y probablemente ninguno de nosotros se encontraría en esa situación.

Noté una amarga sensación de culpa en el estómago, pero esa vez era diferente. Contarle lo de los exámenes y las pruebas de presión tan solo serviría para alterarlo y que actuara en consecuencia. Además, era horrible plantearme siquiera la idea de admitir que había matado a Blake, y que no había sido realmente en defensa propia. No quería pensar en el tema, y aún menos hablar de ello.

Daemon suspiró.

—¿No confías en mí?

—Sí que confío —dije, abriendo mucho los ojos—. Te confiaría mi vida, pero es que… No hay nada que decir sobre lo que ha estado pasando aquí.

—Yo creo que hay mucho que decir.

Negué con la cabeza.

—No quiero discutir sobre esto.

—No estamos discutiendo. —Cruzó la distancia que nos separaba y colocó las manos sobre mis hombros—. Tan solo estás siendo cabezota de narices, como siempre.

—Mira quién habla.

—Una gran película —respondió—. Antes veía muchas películas antiguas en mi tiempo libre.

Puse los ojos en blanco, pero sonreí. Él me colocó una mano en la mejilla mientras bajaba la barbilla, mirándome a través de sus espesas pestañas.

—Estoy preocupado por ti, gatita.

La presión aumentó en mi pecho. Rara vez admitía preocuparse por nada, y eso era lo último que quería que hiciera.

—Estoy bien. Te lo prometo.

Continuó mirándome, como si pudiera ver a través de mí, más allá de mis mentiras.

DAEMON

Pasaron horas desde que Kat y yo nos separamos y me llevaron a la habitación la pobre imitación de una cena. Intenté ver la tele, incluso traté de dormir, pero resultaba difícil de narices cuando sabía que estaba al otro lado de la puerta, o cuando la oía moviéndose en el baño. Una vez, en mitad de la noche, oí sus pasos junto a la puerta, y supe que estaba ahí de pie, luchando contra la misma necesidad que yo sentía. Pero teníamos que ser cuidadosos. Fuera cual fuese la razón que tuvieran para ponernos en un espacio que podíamos compartir no podía significar nada bueno, y no quería arriesgarme a que volvieran a trasladarnos y nos obligaran a alejarnos.

Pero estaba preocupado por ella. Sabía que me ocultaba cosas, que me ocultaba lo que quiera que hubiera pasado allí antes de que yo llegara. Así que, como un idiota sin ningún tipo de autocontrol, me levanté para abrir la puerta del baño.

Estaba oscuro y en silencio, pero tenía razón: Kat se encontraba allí de pie, con los brazos a los lados e increíblemente inmóvil. Verla así me abría un agujero en el pecho. Antes no podía estar de pie ni sentarse quieta durante más de veinte segundos, pero desde que nos habíamos reencontrado…

La besé con suavidad y dije:

—Vete a dormir, gatita. Así los dos podremos descansar.

Asintió con la cabeza y dijo esas dos palabras que siempre lograban que me temblaran las rodillas.

—Te quiero.

Y después volvió a su habitación y yo a la mía. Finalmente, logré dormir.

Cuando llegó la mañana, también lo hizo Nancy. No había nada como ver su expresión remilgada y su sonrisa de plástico para comenzar el día con buen pie.

Esperaba que me reunieran con Kat, pero me llevaron al piso de la consulta médica para sacarme más sangre, y después me mostraron la habitación del hospital de la que me había hablado Kat.

—¿Dónde está la niña? —pregunté, examinando las sillas en busca de la niña pequeña que había mencionado Kat, pero no vi a nadie—. Creo que se llamaba Lori o algo parecido.

Nancy permaneció inexpresiva.

—Por desgracia, no respondió al tratamiento, como habíamos esperado. Falleció hace unos días.

Mierda. Confiaba en que Kat no se enterara de ello.

—¿Le estabais dando el LH-11?

—Sí.

—¿Y funcionó?

Me lanzó una mirada afilada.

—Estás haciendo muchas preguntas, Daemon.

—Eh, me tenéis aquí, y probablemente estaréis utilizando mi ADN para esto. ¿No crees que tengo derecho a sentir un poco de curiosidad?

Me mantuvo la mirada durante un momento y después se giró hacia uno de los pacientes, a quien estaban cambiándole una bolsa de fluidos.

—Piensas demasiado, y ya sabes lo que dicen acerca de la curiosidad.

—¿Que probablemente sea el dicho más tópico y estúpido del mundo?

La comisura de sus labios se alzó ligeramente.

—Me caes bien, Daemon. Eres como un grano en el culo y un listillo, pero me caes bien.

Le dirigí una tensa sonrisa.

—Nadie puede resistirse a mis encantos.

—Estoy segura de que eso es cierto. —Hizo una pausa mientras el sargento entraba en la habitación, hablando en voz baja con uno de los doctores—. Le dimos LH-11 a Lori, pero su reacción no fue favorable.

—¿Qué? —pregunté—. ¿No le curó el cáncer?

Nancy no respondió, y eso me lo confirmó. De algún modo, me di cuenta de que la reacción desfavorable se debía a algo más que al hecho de que el cáncer no se curara.

—¿Sabes lo que pienso? —le pregunté.

Ella inclinó la cabeza hacia un lado.

—No me lo puedo ni imaginar.

—Trastear con ADN humano, híbrido y alienígena probablemente sea una forma de decirle al mundo que estáis buscando problemas. No tenéis ni idea de en dónde os estáis metiendo.

—Pero estamos aprendiendo.

—¿Y cometiendo errores? —pregunté.

Ella sonrió.

—Los errores no existen, Daemon.

Yo no estaba tan seguro de eso, pero mi atención se dirigió hasta la ventana que había al fondo de la habitación y estreché los ojos. Podía ver que ahí había otros Luxen, y la mayoría de ellos parecían tan contentos como un niño en Disneylandia.

—Ah —dijo Nancy con una sonrisa, y asintió en dirección a la ventana—. Veo que te has dado cuenta. Están aquí porque quieren ayudarnos. Ojalá tú fueras igual de complaciente.

Resoplé. Quién sabía por qué estaban ahí, felices como perdices, pero realmente no me importaba. Era consciente de que había partes de Dédalo que de verdad estaban tratando de hacer algo bueno, pero también sabía lo que le habían hecho a mi hermano en el proceso.

A mi alrededor rondaban los doctores y los técnicos de laboratorio. En algunas de las bolsas conectadas a los pacientes había un extraño líquido resplandeciente que me recordaba vagamente a lo que sangrábamos cuando estábamos en nuestra verdadera forma.

—¿Eso es el LH-11? —pregunté, señalando una de las bolsas.

Nancy asintió con la cabeza.

—Es una de las versiones, la más nueva, pero eso no es asunto tuyo. Tenemos…

Sonó una sirena que cortó sus palabras con su ruido estridente y penetrante, y las luces del techo se volvieron rojas. Los pacientes y los doctores miraron a su alrededor, alarmados, y el sargento Dasher salió corriendo de la habitación.

Nancy soltó un juramento en voz baja y se giró hacia la puerta.

—Washington, escolta al señor Black a su habitación inmediatamente. —Señaló a otro guardia—. Williamson, cierra su habitación con llave. Que nadie entre ni salga.

—¿Qué está pasando? —pregunté.

La mujer me lanzó una mirada antes de salir corriendo. Ni de coña quería volver a mi habitación cuando era obvio que las cosas empezaban a ponerse interesantes. En el pasillo, la iluminación era tenue, y las luces rojas parpadeantes producían un molesto efecto estroboscópico.

El Guardia del Momento dio un paso, y el caos estalló en el pasillo.

Los soldados salían de las habitaciones, las cerraban con llave y montaban guardia frente a ellas. Otro bajó por el pasillo, aferrando un walkie-talkie con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

—Hay actividad en el ascensor diez, proveniente del edificio B. Cerradlo ahora mismo.

Vaya, el infame edificio B atacaba de nuevo.

Más allá, otra puerta se abrió al pasillo, y vi a Archer primero y después a Kat. Estaba sujetándola con la mano por la parte carnosa del codo, y tras ella se encontraba el doctor Roth. Mis ojos se estrecharon cuando vi una jeringuilla de aspecto cruel en su mano.

El hombre pasó junto a Kat y Archer y se dirigió directamente al tío del walkie-talkie.

Kat se volvió, y sus ojos se encontraron con los míos. Comencé a avanzar en su dirección: de ninguna manera pensaba estar lejos de ella cuando las cosas se salieran de madre, lo cual era aparentemente lo que estaba sucediendo.

—¿Adónde te crees que vas? —exigió saber Washington, llevando una mano hasta el arma que tenía junto el muslo—. Tengo órdenes de llevarte de vuelta a tu habitación.

Me giré hacia él lentamente, y después hacia los tres ascensores que teníamos enfrente. Todos se habían detenido en diferentes pisos, con las luces rojas.

—¿Y cómo se supone que vamos a llegar hasta mi habitación?

Estrechó los ojos.

—¿Por las escaleras?

El pelele tenía razón, pero no me importaba. Me giré, pero su mano me aferró el hombro.

—Si tratas de detenerme, te destrozaré —le advertí.

Lo que quiera que vio Washington en mi cara debió de dejarle claro que no estaba bromeando, porque no interfirió cuando me lo quité de encima y fui hacia Kat. Le pasé una mano alrededor de los hombros. Tenía el cuerpo tenso.

—¿Estás bien? —le pregunté mientras observaba a Archer. Él también tenía la mano sobre su arma, pero no nos miraba. Sus ojos se dirigían hacia el ascensor del medio mientras escuchaba algo por el auricular, y por la expresión de su cara no podía tratarse de nada bueno.

Kat asintió y se apartó de la cara un mechón de pelo que se le había escapado de la cola de caballo.

—¿Tienes idea de qué está pasando?

—Algo acerca del edificio B. —El instinto me dijo de repente que tal vez estar en nuestras habitaciones sería algo bueno—. ¿Esto no había ocurrido antes?

Kat negó con la cabeza.

—No. Quizá sea un simulacro.

De repente, unas puertas dobles se abrieron al fondo del pasillo y un enjambre de oficiales con equipamiento SWAT las atravesaron, armados hasta los dientes con rifles y protegiendo sus caras detrás de unos escudos.

Reaccioné de inmediato y pasé un brazo alrededor de la cintura de Kat para empujarla contra la pared y protegerla con mi cuerpo.

—Me parece que esto no es un simulacro.

—No lo es —confirmó Archer, sacando su arma.

La luz que había sobre el ascensor del medio parpadeó desde el séptimo piso hasta el sexto, y después al quinto.

—Pensaba que habían cerrado los ascensores —comentó alguien.

Los hombres vestidos de negro avanzaron entre la multitud hasta situarse delante y se arrodillaron frente al ascensor.

—Cerrar el ascensor no va a detenerlos —dijo otra persona—. Ya lo sabéis.

—No me importa —gritó un hombre en su radio—. Cerrad el maldito ascensor antes de que llegue al piso superior. Cubrid el hueco con cemento si tenéis que hacerlo, pero ¡detened el maldito ascensor!

—¿A quién hay que detener? —pregunté mirando a Archer.

La luz roja parpadeó en el cuarto piso.

—A los orígenes —dijo, y un músculo se tensó en su barbilla—. Hay una escalera a la derecha, al otro lado del pasillo. Sugeriría que fuéramos hasta allí ahora.

Mi mirada se dirigió de nuevo hacia el ascensor. Una parte de mí quería quedarse a ver qué demonios era un origen y por qué los demás estaban actuando como si Godzilla estuviera a punto de salir del ascensor, pero Kat se encontraba ahí, y era obvio que, fuera lo que fuese lo que estaba a punto de ocurrir, no iba a ser nada bueno.

—¿Qué demonios les está pasando? —murmuró uno de los hombres con equipamiento negro—. Últimamente no dejan de incordiar.

Comencé a girar, pero Kat me dio un golpe.

—No —dijo, con los ojos grises muy abiertos—. Quiero ver esto.

Se me tensaron los músculos.

—Ni de broma.

Un ding reverberó por todo el piso, señalando que el ascensor había llegado. Estaba a punto de levantar a Kat y ponérmela por encima del hombro, pero ella se dio cuenta y me lanzó una mirada desafiante.

Entonces miró por encima de mi hombro y yo giré la cabeza. Las puertas del ascensor se abrieron lentamente, y los hombres prepararon las pistolas y quitaron el seguro.

—¡No disparéis! —ordenó el doctor Roth, agitando la jeringuilla como si se tratara de una bandera blanca—. Yo puedo ocuparme de esto. Hagáis lo que hagáis, no disparéis. No…

Una pequeña sombra salió del ascensor, y después apareció una pierna cubierta por un pantalón de chándal negro, seguida por un torso y unos hombros pequeños.

Me quedé boquiabierto.

Era un niño… Un niño. Probablemente no tendría más de cinco años, y salió ante todos los hombres adultos que lo apuntaban con pistolas verdaderamente grandes.

El niño sonrió.

Y entonces se armó la gorda.

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