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Capítulo 15

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CAPÍTULO 15

DAEMON

No me sentía muy bien.

Hacía unos cuatro minutos, el corazón había comenzado a latirme como loco. Noté una sensación enfermiza en el estómago, y apenas podía concentrarme en poner un estúpido pie delante del otro.

La sensación me resultaba vagamente familiar, al igual que la falta de aliento. Había experimentado esa particular clase de infierno cuando habían disparado a Kat, pero eso no tenía sentido. Hablando de forma relativa, ella estaba más o menos a salvo ahí, al menos de psicópatas con pistolas, y no había razones para que nadie fuera a hacerle daño. Al menos, no por el momento; pero sabía que le habían hecho cosas a Beth para forzar a mi hermano a mutar a los humanos.

Un cálido cosquilleo explotó por mi nuca mientras el guardia y yo bajábamos el pasillo del piso de las consultas médicas. Kat se encontraba cerca. Bien.

Pero la sensación enfermiza, la sensación general de horror y la presión que notaba en el pecho no hacían más que incrementarse cuanto más me acercaba a ella.

Algo no iba bien. No iba bien en absoluto.

Tropecé y estuve a punto de perder el equilibrio, y eso me resultó extraño de narices. Yo jamás tropezaba. Tenía un porte perfecto. O equilibrio. Lo que fuera.

El aprendiz de Rambo se detuvo frente a una de las muchas puertas sin ventanas e hizo eso de que le escanearan el ojo. Hubo un clic, y la puerta se abrió. El aire se me escapó de los pulmones en cuanto pude ver bien la habitación.

Mi peor pesadilla se había vuelto realidad, cobrando vida con horripilante claridad y todo lujo de detalles.

No había nadie cerca de ella, pero había gente en la habitación, aunque no era capaz de verlos realmente. Todo lo que veía era a Kat. Estaba tumbada boca abajo, con la cabeza girada hacia un lado. Su rostro estaba tremendamente pálido y crispado, con los ojos apenas abiertos. Una fina capa de sudor cubría su frente.

Dios santo, había tanta sangre… salía de la espalda de Kat, inundando la mesa sobre la que se encontraba y cayendo a los recipientes que había bajo la mesa.

Su espalda… su espalda estaba completamente mutilada. Habían cortado el músculo y expuesto el hueso. Parecía como si Freddy Krueger la hubiera atrapado. Estaba seguro de que su columna… Ni siquiera fui capaz de terminar el pensamiento.

Pasó tal vez un segundo desde que entré en la habitación y me lancé hacia delante, apartando de mi camino al imbécil del guardia. Tropecé cuando llegué hasta ella y extendí las manos para no caerme. Aterrizaron en sangre; su sangre.

—Dios mío… —susurré—. Kat… Oh, Dios, Kat…

Sus pestañas no se movían. Nada. Un mechón de pelo se había pegado a su pálida mejilla empapada de sudor.

El corazón me latía de forma irregular, esforzándose por seguir adelante, y supe que no era el mío el que estaba fallando, sino el de Kat. No sabía cómo había sucedido aquello. No es que me diera igual, porque sí que quería saberlo, pero eso no es lo que importaba en aquel momento.

—Estoy aquí —le dije, sin prestar atención a nadie más en la habitación—. Voy a curarte.

Siguió sin decir nada, y solté una maldición mientras me giraba, preparándome para despojarme de mi piel humana, porque aquello… Aquello iba a requerir todo lo que había en mí para arreglarlo.

Mi mirada se encontró con la de Nancy durante un segundo.

—Puta.

Ella golpeó su portapapeles con el bolígrafo y chascó la lengua.

—Tenemos que asegurarnos de que puedes volver a sanar una herida de lo que consideramos un nivel catastrófico. Se han hecho estas heridas precisamente para ser fatales, pero para que se tomen su tiempo, a diferencia de una herida en el estómago o en alguna otra parte de su cuerpo. Vas a tener que curarla.

Algún día me cargaría a esa tía.

La furia creció, estimulándome, y tomé mi auténtica forma. Un rugido surgió desde las profundidades de mi alma, y la mesa tembló. Los utensilios repiquetearon y cayeron de la bandeja. Las puertas de los armarios se abrieron.

—Jesús —murmuró alguien.

Puse las manos sobre Kat.

«Gatita, estoy aquí. Estoy aquí, cariño. Voy a hacer que esto desaparezca. Todo esto».

No hubo ninguna respuesta, y el intenso sabor del miedo me cubrió. Mis manos irradiaron calidez, y la luz blanca teñida de rojo se tragó a Kat. Apenas pude escuchar a Nancy, que dijo:

—Ha llegado el momento de avanzar hasta la fase de la mutación.

Sanar a Kat me había dejado exhausto. Eso era una gran suerte para todos los que había en la habitación, porque estaba seguro de que podría haberme cargado al menos a dos antes de que lograran contenerme, si hubiera sido capaz de mover las piernas.

Habían tratado de sacarme de la habitación después de haber curado a Kat, pero ni de coña iba a dejarla sola con ellos. Nancy y Dasher se habían marchado hacía algún tiempo, pero el doctor seguía allí, comprobando las constantes vitales de Kat. Dijo que estaban bien. La había curado perfectamente.

Quería matarlo.

Y creo que él lo sabía, porque permaneció lejos de mi alcance.

El doctor acabó marchándose, y solo Archer permaneció allí. No dijo nada, lo cual estaba genial para mí. Había perdido el poco respeto que tenía por aquel hombre en cuanto me di cuenta de que había estado en la habitación todo el tiempo mientras le hacían… le hacían eso. Todo para demostrar que yo era lo suficientemente fuerte como para salvarla estando al borde de la muerte.

Sabía lo que vendría después: una procesión infinita de humanos medio muertos.

Aparté esa realidad de mi cabeza y me concentré en Kat. Estaba sentado junto a la cama, en la estúpida silla giratoria sobre la que había estado Nancy, sujetándole la mano flácida, trazando círculos con el pulgar con la esperanza de que los percibiera de algún modo. Todavía no se había despertado, y esperaba que hubiera estado inconsciente durante todo el proceso.

En algún momento, una enfermera había entrado para limpiarla. No quería que nadie se acercara a ella, pero tampoco me parecía bien que Kat se despertara cubierta en su propia sangre. Quería que despertara y no tuviera recuerdo alguno de aquello, de nada de lo que había pasado.

—Yo me ocupo —dije, poniéndome en pie.

La enfermera negó con la cabeza.

—Pero yo…

Di un paso hacia ella.

—Yo lo haré.

—Déjalo que lo haga —dijo Archer, con los hombros rígidos—. Márchate.

La enfermera tenía aspecto de querer discutir, pero finalmente se marchó. Archer giró la cabeza mientras yo le quitaba a Kat la ropa empapada de sangre y comencé a limpiarle la espalda. Su espalda… Había cicatrices, unas feroces marcas rojas con mal aspecto debajo de los omóplatos, y me recordaron a uno de los libros que tenía en su casa, sobre un ángel caído a quien le habían arrancado las alas.

No sabía por qué le habían quedado cicatrices esta vez. La bala había dejado una tenue marca en su pecho, pero no era nada parecido. Tal vez fuera por lo mucho que tardé en curarla. Tal vez fuera porque el agujero de la bala era pequeño, y esto… Esto no lo era.

Un sonido grave e inhumano subió arrastrándose por mi garganta, sobresaltando a Archer. Reuní toda la energía que aún me quedaba y terminé de cambiarla. Después volví a tumbarla y cogí su pequeña mano. El silencio era espeso como la niebla en la habitación, hasta que Archer lo rompió:

—Podríamos llevarla de vuelta a su habitación.

Apreté los labios contra sus nudillos.

—No voy a alejarme de ella.

—No estaba sugiriendo eso. —Hubo una pausa—. No me han dado ninguna orden específica. Puedes quedarte con ella.

Imaginé que una cama sería mejor. Me puse en pie y tensé la mandíbula mientras pasaba los brazos por debajo de ella.

—Espera. —Archer estaba junto a nosotros, y yo me volví, frunciendo los labios al soltar un gruñido. Él se alejó, levantando las manos—. Tan solo iba a sugerir que yo podía llevarla. No pareces muy capaz de caminar ahora mismo.

—No vas a tocarla.

—Yo…

—No —gruñí, levantando el ligero peso de Kat de la mesa—. Eso no va a pasar.

Archer negó con la cabeza, pero se giró y fue hacia la puerta. Satisfecho, levanté a Kat tan cuidadosamente como pude entre mis brazos, preocupado porque su espalda le causara dolor. Cuando estuve seguro de que se encontraba bien, di un paso hacia delante y después otro.

El viaje de vuelta a la habitación fue tan sencillo como caminar descalzo sobre un suelo de cuchillas. Mi nivel de energía estaba por los suelos, y dejarla tumbada de lado para meterme en la cama junto a ella agotó todas las fuerzas que me quedaban. Quería taparla con la manta para que no tuviera frío, pero mi brazo era como de piedra entre nosotros.

En cualquier otro momento hubiera preferido llevar a Nancy a una cena romántica antes que aceptar la ayuda de Archer, pero no dije nada cuando cogió la manta y la puso sobre nosotros.

Salió de la habitación, y finalmente Kat y yo nos quedamos solos.

La observé hasta que no pude mantener los ojos abiertos. Entonces comencé a contar cada vez que respiraba, hasta que ya no logré recordar cuál había sido el último número. Y cuando eso sucedió, repetí su nombre una y otra vez, hasta que fue lo último en lo que pensé antes de perder la conciencia.

KATY

Me desperté sobresaltada, jadeando en busca de aire y esperando arder desde dentro hacia fuera, que el dolor siguiera ahí, haciendo estragos cada gramo de mi ser.

Pero estaba bien. Algo dolorida, pero por lo demás me encontraba bien, teniendo en cuenta lo que había sucedido. Extrañamente, me sentía distanciada de lo que había hecho el doctor, pero mientras yacía ahí tumbada todavía podía notar las manos fantasmales en mis muñecas y tobillos, manteniéndome sujeta.

Una desagradable sensación me revolvió el estómago, una oleada de emociones que iban desde la furia hasta la impotencia. Lo que habían hecho para demostrar que Daemon podía curar heridas fatales era horrible, y esa palabra parecía demasiado ligera, no era lo bastante severa o fuerte.

Me notaba pegajosa, incómoda en mi propia piel, y me obligué a abrir los ojos.

Daemon estaba tumbado a mi lado, profundamente dormido. Unas sombras oscuras cubrían sus mejillas, y tenía ojeras de un color purpúreo debido al cansancio. Sus mejillas estaban pálidas, y los labios, separados. Varios mechones de ondulado pelo marrón oscuro caían sobre su frente. Nunca lo había visto tan agotado. Su pecho subía y bajaba rítmicamente, pero el miedo corrió por mis venas.

Me incorporé sobre un codo y me incliné hacia él para colocar una mano sobre su pecho. Su corazón latía bajo mi palma, ligeramente acelerado por culpa del mío.

Mientras lo observaba dormir, aquella desagradable oleada de emociones cobró una nueva forma. El odio las revistió, cristalizando en una dura coraza de amargura y rabia. Mi mano se convirtió en un puño sobre su pecho.

Lo que me habían hecho estaba mal, pero lo que le habían obligado a hacer a Daemon iba mucho más allá. Y a partir de entonces, tan solo iría a peor. Comenzarían a llevarle humanos, y cuando no consiguiera mutarlos con éxito, me harían daño a mí para forzarlo.

Me convertiría en Bethany, y él se convertiría en Dawson.

Cerré los ojos con fuerza y solté un largo aliento. No. No podía permitir que eso sucediera. No podíamos permitirlo. Pero, en realidad, ya estaba sucediendo. Una parte de mí se había vuelto oscura por lo que yo había hecho y lo que me habían hecho a mí. Y si todas esas cosas horribles seguían sucediéndose, que lo harían, ¿cómo íbamos a ser nosotros diferentes? ¿Cómo no íbamos a convertirnos en Bethany y Dawson?

Entonces lo comprendí.

Abrí los ojos, y mi mirada fue hasta los anchos pómulos de Daemon. No era que tuviera que ser más fuerte que Beth, porque estaba segura de que ella había sido fuerte, y seguía siéndolo. No era que Daemon tuviera que ser mejor. Teníamos que ser mejores y más fuertes que ellos; que Dédalo.

Bajé la cabeza y deposité un suave beso sobre los labios de Daemon. En ese momento juré que saldríamos de aquello. No era solo Daemon quien me lo prometía a mí. Él no sería el único que tuviera que ocuparse de arreglarlo.

Lo haríamos los dos. Juntos.

De pronto, su brazo me rodeó la cintura para acercarme a él. Abrió un ojo, de un llamativo color verde.

—Hola —murmuró.

—No quería despertarte.

La comisura de su boca subió un poco.

—No lo has hecho.

—¿Llevas un rato despierto? —Cuando su sonrisa se extendió, negué con la cabeza—. ¿Así que te has quedado ahí tumbado y me has dejado mirarte como una acosadora?

—Básicamente, gatita. He supuesto que podía dejarte disfrutar, pero entonces me has besado, y, claro, me gusta involucrarme más en eso. —Abrió los dos ojos y, como siempre, mirarlos tenía algo de estimulante—. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien. En realidad, me siento genial. —Me tumbé junto a él, puse la cabeza sobre su hombro, y su mano comenzó a acariciarme el pelo—. ¿Y tú? Sé que esto ha tenido que costarte mucho esfuerzo.

—No deberías estar preocupada por mí. Lo que han…

—Sé lo que han hecho. Sé por qué lo han hecho. —Bajé la barbilla mientras deslizaba una mano entre nosotros. Él se puso rígido cuando mis nudillos le rozaron el estómago—. No voy a mentirte: dolió muchísimo. Mientras lo hacían, quería… No quieres saber lo que quería, pero estoy bien gracias a ti. Pero odio lo que te han obligado a hacer.

Su aliento me rozaba la frente, y hubo un largo silencio.

—Me impresionas —fue todo lo que dijo.

—¿Qué? —Alcé la mirada—. Daemon, yo no soy impresionante. Lo eres tú. ¿Las cosas que puedes hacer? ¿Lo que has hecho por mí? Tú…

Colocó un dedo sobre mis labios, silenciándome.

—Después de lo que has pasado, ¿te preocupas más por mí? Sí, me impresionas, gatita, realmente lo haces.

Noté una sonrisa que me tiraba de los labios, y resultaba un poco extraño querer sonreír después de todo.

—Bueno, ¿qué te parece esto? Los dos somos impresionantes.

—Eso me gusta. —Bajó la boca hasta la mía, y el beso fue dulce y tierno, pero igual de apasionado que los otros, porque ofrecía una promesa: una promesa de más, de un futuro—. ¿Sabes? No te he dicho esto lo suficiente, y debería hacerlo cada vez que pueda: te quiero.

Tomé aire bruscamente. Oírle decir esas palabras siempre me afectaba enormemente.

—Sé que lo sientes, aunque no lo digas todo el tiempo. —Extendí los dedos y pasé las puntas por la curva de su mejilla—. Te quiero.

Los ojos de Daemon se cerraron, y su cuerpo se tensó. Pareció llevarse las palabras a su interior.

—¿Estás muy cansado? —pregunté tras mirarlo un rato como una idiota.

Su brazo se aferró más a mí.

—Mucho.

—¿No te ayudaría tomar tu auténtica forma?

Él se encogió un poco de hombros.

—Probablemente.

—Pues hazlo.

—Qué mandona, ¿no?

—Cállate y toma tu auténtica forma para que te sientas mejor. ¿Te parezco mandona ahora?

Él se rio con suavidad.

—Te quiero cuando haces eso.

Iba a añadir que cada vez se sentía más cómodo con las palabra que empezaban con «T» y «Q», pero él se movió ligeramente y llevó los labios hasta los míos una vez más. Ese beso fue más profundo, hambriento y urgente. Aunque tenía los ojos cerrados, pude ver la luz blanca cuando comenzó a cambiar. Jadeé sorprendida, perdiéndome en la calidez y la intimidad del momento. Cuando se apartó, apenas podía abrir los ojos por lo brillante que era.

—¿Mejor? —pregunté en voz alta, con la voz pastosa por la emoción.

Su mano encontró la mía. Era extraño ver esos dedos cubiertos de luz entrelazarse con los míos, rodearlos.

«Estaba mejor en cuanto despertaste».

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