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Capítulo 16

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CAPÍTULO 16

DAEMON

Dédalo no perdió el tiempo en cuanto se aseguraron de que tenía muy buenas habilidades curativas. Cuando pensaron que ya había descansado lo suficiente, me llevaron hasta una habitación del piso de la consulta médica. No había nada en el espacio de paredes blancas, a excepción de dos sillas de plástico, una enfrente de la otra.

Me volví hacia Nancy con las cejas en alto.

—Tenéis una decoración muy bonita aquí.

Ella me ignoró.

—Siéntate.

—¿Y si prefiero quedarme de pie?

—En realidad, me da igual. —Se giró hacia una cámara que había en la esquina y asintió con la cabeza. Después me miró—. Ya sabes lo que se espera de ti. Vamos a comenzar con uno de nuestros nuevos reclutas. Tiene veintiún años y, por lo demás, buena salud.

—¿Salvo por la herida mortal que vais a provocarle? —Nancy me lanzó una mirada afable—. ¿Y ha firmado para esto?

—Lo ha hecho. Te sorprendería saber cuánta gente está dispuesta a arriesgar la vida para convertirse en algo grande.

Me sorprendía más el nivel de estupidez de algunas personas. Firmar para una mutación que tenía un índice de éxito de menos del uno por ciento no me parecía una idea muy brillante, pero ¿qué sabía yo?

Ella me entregó un ancho brazalete.

—Esto es un trozo de ópalo; estoy segura de que sabes muy bien lo que hace. Potenciará la sanación y servirá para asegurarnos de que no te canses.

Tomé el brazalete de plata y me quedé mirando la piedra negra con la marca roja en el centro.

—Estás dándome un trozo de ópalo, sabiendo que contrarresta el efecto del ónice.

Ella me miró fijamente.

—Y tú sabes que tenemos soldados armados con esas armas tan desagradables de las que te hablé. Eso contrarresta el hecho de que tú tengas el ópalo.

Me lo puse alrededor de la muñeca y agradecí la sacudida de energía. Levanté la mirada hasta Nancy, y la descubrí observándome como si fuera un caballo de carreras ganador. Tenía la sensación de que, incluso si salía corriendo de una habitación a otra, cargándome a todo el mundo, no sacarían sus enormes pistolas. No a menos que hiciera una verdadera locura.

Simplemente, yo era demasiado especial.

Y también era alguien que estaba muy cabreado, pues podía haberme dado el trozo de ópalo cuando había tenido que sanar a Kat. Algún día iba a hacerle daño de verdad a aquella mujer.

Un soldado rebosante de energía y entusiasmo entró en la habitación y se sentó en una de las sillas sin esperar instrucciones. El chico parecía joven, como si acabara de cumplir los veintiuno, y aunque traté de no sentir nada al respecto, noté un pinchazo de culpa.

No era porque tuviera planeado fastidiarla ni nada por el estilo. ¿Por qué habría de hacerlo? Si no creaba con éxito a un híbrido, acabarían poniendo sus ojos malvados y sádicos en Kat.

Así que sí, realmente cumplía aquello de tener un «deseo auténtico» de curar a la persona, pero seguía sin tener ni idea de si funcionaría. Si no lo hacía, el amiguete que había entrado iba o bien a vivir su vida como un ser humano aburrido y corriente, o se autodestruiría en unos pocos días.

Por su bien y por el de Kat, esperaba que llegara sano y salvo al mundo de los híbridos felices.

—¿Cómo vamos a hacerlo? —le pregunté a Nancy.

Ella hizo un gesto hacia uno de los dos guardias que habían entrado en la habitación con el Paciente Cero. Uno de ellos avanzó hacia delante, blandiendo un cuchillo de aspecto desagradable, como el que utilizaba Michael Myers en las películas de Halloween.

—Maldita sea —murmuré, cruzando los brazos. Aquello iba a ponerse feo.

El Paciente Demasiado Estúpido Para Vivir cogió el cuchillo con confianza. Antes de que pudiera hacer nada con él, la puerta se abrió y Kat entró con Archer pisándole los talones.

Los brazos me cayeron a los costados mientras mi inquietud se convertía en alarma.

—¿Qué está haciendo ella aquí?

Nancy sonrió tensamente.

—Hemos pensado que te vendría bien la motivación.

La comprensión me encendió como un petardo. El tipo de motivación de Dédalo era una advertencia. Sabían que nosotros éramos conscientes de lo que le pasaba a Bethany cuando Dawson fracasaba. Vi que Kat se quitaba la mano de Archer de encima y se iba pisando fuerte hasta la esquina. Se quedó allí.

Me concentré en Nancy, fulminándola con la mirada hasta que finalmente, tras unos momentos, rompió el contacto visual.

—Seguid adelante, pues —dije.

Ella hizo un asentimiento al Paciente Que Probablemente Iba A Morir, quien, sin decir ni una maldita palabra, tomó aliento profundamente y se clavó el cuchillo de asesino en serie directamente en el estómago, con un gruñido jadeante. Después se sacó el cuchillo y lo dejó caer. Un guardia se lanzó hacia delante y lo recogió.

—Joder —solté, con los ojos muy abiertos. El Paciente Cero tenía huevos.

Kat hizo una mueca y apartó la mirada mientras la sangre manaba de la herida abierta.

—Eso… eso ha sido perturbador.

Probablemente le quedaran menos de dos minutos de vida si la sangre seguía saliendo a ese ritmo de su cuerpo. El chico, que cada vez estaba más pálido, tenía una mano en el estómago y se había doblado hacia delante. Un olor metálico llenaba el aire.

—Hazlo —dijo Nancy, cambiando su peso de pierna con los ojos llenos de impaciencia.

Sacudí la cabeza con una fascinación macabra, me arrodillé junto al tío y le puse las manos en el estómago. La sangre me las cubrió inmediatamente. Yo no era muy remilgado, pero, maldita sea, podía ver los intestinos del chico. ¿Qué demonios se había bebido para estar dispuesto a hacerse aquello a sí mismo? Dios.

Dejé que mi forma humana desapareciera, y la luz blancuzca y rojiza se tragó al chico y la mayor parte de la habitación. Me concentré en la herida y me imaginé los bordes serrados sellándose, deteniendo la pérdida de sangre. Honestamente, no tenía la menor idea de cómo funcionaba la curación; era algo que básicamente sucedía por su cuenta. Me imaginaba la herida, y a veces unos ramalazos de energía parpadeaban en mi cabeza sin que yo lo pensara siquiera. En lo que sí me concentré fue en la luz que se filtraba a través de las venas… y en Kat.

Levanté la mirada mientras tomaba aliento. Nancy tenía una expresión de éxtasis en el rostro, la de una madre que ve a su hijo por primera vez. Busqué a Kat, y ahí estaba. Me devolvió la mirada con el asombro dibujado en su hermoso rostro.

El corazón me dio un vuelco, y me volví de nuevo hacia el chico al que estaba sanando.

«Estoy haciéndolo por ella —le dije—. Más te vale que sea suficiente, por tu propio bien».

El chico levantó la cabeza. El color ya estaba volviendo a sus mejillas.

Con el ópalo no me sentía para nada agotado, como normalmente me ocurriría tras un proceso de curación tan enorme.

Detuve el flujo de energía, me puse en pie y di un paso hacia atrás. Permanecí en mi forma auténtica el tiempo suficiente para que el chico se pusiera en pie sobre piernas temblorosas, y volví a mirar a Kat. Tenía una mano apretada contra la barbilla. Junto a ella, Archer parecía un poco desconcertado por todo el asunto. Entonces se me ocurrió algo.

Volví a cobrar mi forma humana y me giré hacia Nancy, que estaba mirando al Paciente Cero con tanto asombro y esperanza que resultaba realmente enfermizo.

—¿Por qué no pueden hacer híbridos ellos? —pregunté—. Los orígenes son capaces de sanar. ¿Por qué no pueden hacerlo?

Nancy apenas me miró mientras hacía un gesto en dirección a la cámara.

—Pueden curar prácticamente cualquier herida, pero no son capaces de curar enfermedades ni mutar. No sabemos por qué, pero es su única limitación. —Guio al chico de vuelta a su asiento, tratándolo con sorprendente amabilidad—. ¿Cómo te sientes, Largent?

Tras tomar aliento profundamente varias veces, Largent se aclaró la garganta.

—Algo dolorido, pero por lo demás me siento bien… Me siento genial. —Sonrió mientras nos miraba alternativamente a Nancy y a mí—. ¿Ha funcionado?

—Bueno, estás vivo —dije secamente—. Es un buen comienzo.

La puerta se abrió y el doctor se apresuró a entrar, con el estetoscopio dando golpecitos sobre su pecho. Me lanzó una mirada.

—Increíble. Estaba observando a través de los monitores. Verdaderamente extraordinario.

—Sí, sí. —Comencé a ir hacia Kat, pero la voz penetrante de Nancy sonó como garras sobre una pizarra.

—Quédate ahí, Daemon.

Giré la cabeza lentamente, consciente de que los otros guardias se habían colocado entre Kat y yo.

—¿Por qué? He hecho lo que querías.

—No hemos visto nada, salvo que lo has curado. —Nancy se movió alrededor de la silla, observando al doctor y a Largent—. ¿Cómo son sus constantes vitales?

—Perfectas —dijo el doctor, poniéndose de pie mientras se envolvía el estetoscopio alrededor del cuello. Metió una mano dentro de su bata de laboratorio y sacó una caja pequeña de color negro—. Podemos comenzar con Prometeo.

—¿Qué es eso? —pregunté, observando al doctor mientras sacaba una jeringuilla llena de un reluciente líquido azul. Por el rabillo del ojo vi que Archer inclinaba la cabeza hacia un lado mientras miraba la aguja.

—Prometeo era griego —dijo Kat—. Bueno, era un titán. En la mitología, fue él quien creó al hombre.

Un destello de diversión apareció en mis ojos, y ella se encogió de hombros.

—Salía en un libro de romance paranormal que leí una vez.

No pude reprimir una pequeña sonrisa. Ella y sus hábitos de lectura frikis. Hacía que me entraran ganas de besarla, y también de otras cosas. Se dio cuenta, porque un rubor tiñó sus mejillas, pero desafortunadamente eso no iba a pasar.

El doctor Roth le subió la manga a Largent.

—Prometeo debería actuar con mayor rapidez, sin necesidad de esperar a que llegue la fiebre. Acelerará el proceso de mutación.

Maldita sea, me preguntaba si a Largent realmente no le importaba ser el primer conejillo de indias. Pero eso daba igual. Le inyectaron aquella porquería azul. Se hundió en la silla, lo cual no era una buena señal, y Roth se puso en modo doctor. Sus constantes vitales estaban por las nubes, y la gente comenzaba a parecer un poco nerviosa. Nadie me prestaba atención realmente, así que comencé a moverme en dirección a Kat. Estaba a mitad de camino cuando Largent se levantó de golpe, y el doctor cayó al suelo de culo.

Me coloqué entre Kat y la zona donde se encontraba Largent. Él avanzó un poco a traspiés y después se inclinó hacia delante, sujetándose las rodillas. Tenía la frente cubierta de sudor, que goteaba en el suelo. Un hedor enfermizo y dulce reemplazó el metálico.

—¿Qué está pasando? —quiso saber Nancy.

El doctor comenzó a desenrollar el estetoscopio mientras se dirigía hacia el soldado y colocaba una mano sobre su hombro.

—¿Qué es lo que sientes, Largent?

Los brazos del hombre estaban temblando.

—Calambre —jadeó él—. Un calambre por todo el cuerpo. Siento como si mi interior estuviera…

Se puso recto de golpe y echó la cabeza hacia atrás. Se aferró la garganta, abrió la boca y soltó un grito.

De su boca se derramó una sustancia azulona y negruzca que salpicó la bata blanca de laboratorio del doctor. Largent se bamboleó hacia un lado, y su ronco grito terminó en un sonido como de espeso borboteo. El mismo líquido le salió por el rabillo de los ojos y se derramó desde su nariz y sus orejas.

—Madre mía… —dije, apartándome—. Creo que lo que quiera que le hayáis inyectado no ha funcionado.

Nancy me lanzó una mirada envenenada.

—Largent, ¿puedes decirme lo que…?

El soldado se dio la vuelta y corrió hacia la puerta, y cuando digo que corrió me refiero a que lo hizo a la velocidad de la luz. Kat gritó y se llevó las manos a la boca. Me moví para bloquear la horripilante visión, pero era demasiado tarde. Largent se dio contra la puerta con un sonido húmedo y carnoso, golpeándola con la misma velocidad que si se hubiera tirado desde la ventana más alta de un edificio de cincuenta pisos.

Cayó el silencio, y después Nancy habló:

—Vaya, eso ha sido una decepción.

KATY

Por mucho que viviera, jamás lograría sacar de mi mente la visión del soldado yendo de un estado relativamente normal a algo que parecía la primera fase de una infección zombi, y de ahí a estamparse contra la puerta.

Tuvimos que esperar en la habitación hasta que llegó el personal y limpió el desastre lo suficiente como para que pudiéramos marcharnos sin pisar los… eh, los restos. No nos dejaron acercarnos a Daemon y a mí a más de dos centímetros mientras esperábamos, como si de algún modo fuera culpa suya. Él había sanado al chico, había cumplido su parte. Lo que quiera que hubiera en Prometeo era lo que había causado aquello. No era Daemon quien tenía las manos manchadas de sangre.

En el pasillo, los soldados se llevaron a Daemon por un lado, y Archer me llevó por otro. Estábamos a medio camino de los ascensores cuando las puertas de uno de los que se encontraban a la derecha se abrieron, y de ellas salieron dos soldados que escoltaban a un niño.

Me detuve.

No era un niño corriente. Era uno de ellos, uno de los orígenes, y se me erizó el vello de todo el cuerpo al verlo. No se trataba de Micah, pero tenía el mismo pelo oscuro cortado de la misma forma. Tal vez fuera un poco más pequeño, aunque nunca se me ha dado bien calcular la edad.

—Sigue caminando —me ordenó Archer, colocando una mano sobre mi espalda.

Me obligué a mover las piernas. No sabía qué era lo que tenían esos niños que me asustaba tanto. Bueno, probablemente esos niños tenían muchas cosas que podrían asustarme. Lo principal era esa inteligencia anormal que brillaba en sus ojos de colores extraños, y también las sonrisitas infantiles que parecían burlarse de los adultos a su alrededor.

Dios, Daemon y yo teníamos un montón de razones para salir de aquel sitio.

Mientras nos cruzábamos con ellos, el niño levantó la cabeza y me miró directamente. En el momento en que nuestras miradas se cruzaron, un fuerte hormigueo de entendimiento subió por mi columna vertebral y explotó en la parte posterior de mi cráneo. Noté una oleada de mareo que me invadía y volví a detenerme, con una sensación extraña. Me pregunté si el niño estaría haciéndome alguna clase de truco Jedi extraño.

Abrió mucho los ojos.

Los dedos comenzaron a hormiguearme.

«Ayúdanos, y nosotros te ayudaremos».

Me quedé con la boca abierta. No… No podía. Mi cerebro dejó de funcionar, y las palabras se repitieron. El niño rompió el contacto visual, y después quedaron detrás de nosotros, y yo permanecí ahí de pie, temblando por la adrenalina y la confusión.

La cara de Archer apareció en mi campo visual, estrechando los ojos.

—Te ha dicho algo.

Me libré de mi estupor y me puse a la defensiva inmediatamente.

—¿Por qué piensas eso?

—Porque tienes cara de asustada. —Puso una mano sobre mi hombro, me giró y me dio un pequeño empujón en dirección al ascensor. Cuando las puertas se cerraron, él apretó el botón para detener el ascensor—. No hay cámaras en los ascensores, Katy. Además de los baños, es la única zona del edificio libre de ojos que vigilen.

No tenía ni idea de qué quería decir con eso, y seguía flipando por todo lo que había pasado. Di un paso hacia atrás y golpeé la pared.

—Vale.

—Los orígenes son capaces de captar pensamientos. Es una de las cosas que Nancy no te ha contado. Pueden leer los pensamientos, de modo que será mejor que seas muy cuidadosa con lo que piensas cuando estés cerca de uno de ellos.

Jadeé.

—¿Pueden leer la mente? Espera, ¡eso significa que tú también puedes hacerlo!

Él se encogió de hombros, sin decir ni que sí ni que no.

—Intento no hacerlo. Escuchar los pensamientos de los demás resulta bastante molesto, más que cualquier otra cosa, pero cuando eres joven realmente no le das importancia. Simplemente lo haces. Y ellos lo hacen todo el tiempo.

—Yo… Esto es una locura. ¿También pueden leer la mente? ¿Qué más pueden hacer?

Me sentía como si hubiera caído por una madriguera de conejos para despertar en un cómic de los X-Men. ¿Y todas las cosas que había pensado estando cerca de Archer? Estaba segura de que en algún momento había pensado en escapar de allí, y…

—Nunca le he dicho a nadie nada de lo que he captado de ti —dijo.

—Oh, Dios mío… Lo estás haciendo ahora. —El corazón me latía con fuerza—. ¿Por qué debería confiar en ti?

—Probablemente porque nunca te he pedido que confiaras en mí.

Pestañeé. ¿No había dicho Luc algo parecido?

—¿Por qué no se lo has dicho a Nancy?

Él volvió a encogerse de hombros.

—Eso no importa.

—Sí. Claro que…

—No. No importa. No ahora. Mira, no tenemos mucho tiempo. Ten cuidado cuando estés cerca de los orígenes. He captado lo que te ha dicho. ¿Has visto la película Parque Jurásico?

—Eh, sí.

Menuda pregunta más extraña. Apareció una sonrisa irónica en su rostro.

—¿Recuerdas a los Velociraptor? Dejar sueltos a los orígenes sería como quitar el cerrojo de las jaulas de los Velociraptor. ¿Entiendes lo que estoy diciendo? Estos orígenes, el grupo más reciente, no se parecen nada a los que ha tenido Dédalo en el pasado. Están evolucionando y adaptándose de formas que nadie puede controlar. Son capaces de hacer cosas que yo ni siquiera podría imaginar. Dédalo ya está teniendo problemas para mantenerlos a raya.

Me esforcé por procesar aquello. Extrañamente, mi sentido común no dejaba de negarlo todo, cuando en realidad yo sabía que todo era posible. Yo misma era una híbrida de humano y alienígena, al fin y al cabo.

—¿Por qué son diferentes estos orígenes?

—Les han dado Prometeo para ayudar a acelerar su aprendizaje y sus habilidades. —Archer resopló—. Como si lo necesitaran. Pero, a diferencia del pobre Largent, con ellos ha funcionado.

El cuerpo mutilado de Largent apareció junto a mí, e hice una mueca.

—¿Qué hay en el suero Prometeo?

Él me miró con escepticismo.

—Ya sabes lo que era Prometeo en la mitología griega. No me puedo creer que no lo hayas averiguado todavía.

Jo, menuda forma de hacerme sentir estúpida. Él se rio, y yo lo fulminé con la mirada.

—Estás leyéndome los pensamientos, ¿verdad?

—Lo siento. —No parecía que lo sintiera en absoluto—. Lo has dicho tú misma. Se supone que fue Prometeo quien creó a la humanidad. Piensa en ello. ¿Qué está haciendo Dédalo?

—Está tratando de crear la especie perfecta, pero eso realmente no me dice nada.

Él negó con la cabeza, estiró un brazo y me dio unos golpecitos con el dedo por la parte interior de mi codo.

—Cuando mutaste por primera vez, te dieron un suero. Fue el primer suero que creó Dédalo, pero quieren algo mejor, algo más rápido. Prometeo es lo que están probando ahora, y no solo en los humanos sanados por los Luxen.

—Yo… —Al principio no lo entendía, pero entonces me acordé de esas bolsas en la habitación donde los pacientes enfermos estaban recibiendo la medicación propia de Dédalo—. Están dándoselo a los humanos enfermos, ¿verdad?

Él asintió con la cabeza.

—Entonces, ¿eso significa que Prometeo es el LH-11? —Cuando él volvió a asentir con la cabeza, me obligué a no ir más allá, por si acaso Archer estaba tratando de entrometerse en mis pensamientos—. ¿Por qué me estás contando esto?

Él se giró ligeramente y volvió a poner en marcha el ascensor. Me dirigió una larga mirada y dijo simplemente:

—Tenemos un amigo en común, Katy.

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