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Capítulo 18

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CAPÍTULO 18

KATY

«Tú te quedas con nosotros, Daemon».

Oh, Dios mío, casi le clavé la aguja en el ojo a Nancy. Menos mal que no lo había hecho, porque eso habría acabado con mi verdadero propósito.

Crucé los brazos, cubrí la jeringuilla con las manos y la mantuve oculta debajo de mi brazo. Seguí obedientemente a Daemon y a Archer fuera de la habitación, casi esperando que alguien me placara desde atrás.

Nadie lo hizo.

Con la emoción de una mutación potencialmente exitosa, nadie me había prestado atención. Nadie salvo Daemon lo hacía alguna vez esos días, a excepción de Archer, y si me había estado leyendo los pensamientos, desde luego no había dicho nada.

Realmente no me lo había pensado mucho cuando cogí el suero, pero mientras lo sostenía en la mano supe que, si me pillaban, probablemente iba a lamentarlo. Y Daemon también. Si Archer estaba captándome los pensamientos en ese mismo momento y no trabajaba con Luc, estábamos bien jodidos.

Fuimos hasta el ascensor, al tiempo que Nancy y el híbrido recién mutado se dirigían en la otra dirección. Estábamos solos, solo nosotros tres, mientras las puertas del ascensor se cerraban. Casi no podía creer nuestra suerte. Mi corazón latía con fuerza por la emoción y el miedo, como si fuera un solo de tambor.

Di un golpecito a Daemon en el hombro para captar su atención. Él me miró y yo bajé la mirada hasta mi mano, abriendo los dedos cuidadosamente. Solo la punta de la parte superior de la jeringuilla resultaba visible. Abrió mucho los ojos y los subió hasta encontrarse con los míos.

En ese instante, ambos supimos lo que aquello significaba. Con el LH-11 en las manos, no nos quedaba tiempo. Alguien acabaría dándose cuenta de que no estaba, o tal vez me habrían visto en las cintas de seguridad. Sea como fuere, era el momento de hacerlo o morir.

Las puertas del ascensor se cerraron, y Archer se volvió hacia nosotros. Daemon se movió hacia delante, pero Archer extendió la mano. Se me quedó el aire atascado en la garganta cuando su mano golpeó el panel de control. El ascensor permaneció inmóvil.

La mirada de Archer fue hasta mi mano. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado.

—¿Tienes el LH-11? Dios. Sois… No creía que fuerais a hacerlo. Luc dijo que lo haríais. —Sus ojos fueron hasta Daemon—. Pero realmente no pensaba que ninguno de los dos lo consiguiera.

El corazón me latía con tanta fuerza que los dedos me hormigueaban alrededor de la aguja.

—¿Qué vas a hacer al respecto?

—Ya sé lo que estás pensando. —Archer tenía la atención puesta sobre Daemon—. ¿Por qué no le conseguí el suero a Luc? Esa no es la razón por la que estoy aquí, y no tenemos tiempo para explicarlo. Van a darse cuenta de que no está muy pronto. —Hubo una breve pausa, y volvió a dirigirse hacia mí—. Y el plan que tienes en mente es una locura.

Había estado pensando en los orígenes, pero después comencé a pensar en dibujos animados y series de televisión. Lo que hiciera falta para mantener a Archer fuera de mi cabeza.

Hizo una mueca.

—¿En serio, chicos? —dijo, quitándose la boina. La guardó en su bolsillo trasero—. ¿Qué esperabais conseguir exactamente? Vuestro plan tiene un índice de fracaso del cien por cien.

—Eres un listillo —replicó Daemon, con los hombros rígidos—. Y no me caes bien.

—Y a mí no me importa. —Archer se volvió hacia mí—. Dame el LH-11.

Mis dedos se aferraron más a él.

—Ni de coña.

Estrechó los ojos.

—Vale. Sé lo que estáis a punto de hacer. Incluso aunque os he advertido que no lo hicierais, estáis planeando liberar al circo de los monstruos, y después, ¿qué? ¿Salir corriendo? Además del hecho de que no sabéis cómo llegar a ese edificio, vais a necesitar las manos, y no quieres clavarte esa aguja. Créeme.

La indecisión me inundó.

—No lo entiendes. Cada vez que hemos confiado en alguien, hemos salido escaldados. Si te entregara esto…

—Luc nunca os ha traicionado, ¿verdad? —Negué con la cabeza, y Archer me dirigió una mueca—. Y yo jamás traicionaría a Luc. Hasta a mí me da miedo ese capullo.

Miré a Daemon.

—¿Tú qué opinas?

Hubo un momento de silencio, y después dijo:

—Si nos traicionas, no me lo pensaré dos veces para matarte delante de todo el mundo. ¿Lo entiendes?

—Pero necesitamos sacar el LH-11 de este complejo —dije.

—Voy a ir con vosotros, os guste o no. —Archer guiñó un ojo—. He oído que el Olive Garden es un buen restaurante.

Recordé nuestra conversación acerca de él teniendo una vida normal, y por alguna razón eso hizo que lo que estaba a punto de hacer fuera un poco más fácil. No comprendía por qué estaba ayudándonos a nosotros o a Luc, ni por qué no se había hecho antes con el LH-11, pero, como había dicho, ya estábamos hasta el cuello en todo ese asunto. Tragué saliva con fuerza y le entregué la jeringuilla, con la sensación de que estaba entregándole mi vida, cosa que de algún modo era cierta. Él la tomó, cogió la boina y la utilizó para envolver la jeringuilla. Después metió el fardo en su bolsillo frontal.

—Pues comencemos con el circo —dijo Daemon, observando a Archer mientras bajaba la mano y me apretaba la mía brevemente.

—¿Llevas un fragmento de ópalo? —preguntó Archer.

—Sí. —Daemon mostró una sonrisa audaz—. El flechazo que siente Nancy por mí es bastante útil, ¿eh? —Agitó la muñeca, y el rojo del interior del ópalo pareció parpadear—. Es hora de ser increíble.

—Conviértete en Nancy —ordenó Archer, y pulsó el botón del piso inferior—. Rápido.

La forma de Daemon parpadeó y se transformó, empequeñeciendo unos cuantos centímetros. Su pelo ondulado se alisó en un pelo oscuro y fino sujeto con una cola de caballo. Sus facciones se emborronaron por completo. Le salieron tetas, y ahí fue cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. Un traje de chaqueta apagado más tarde, Nancy Husher se encontraba de pie junto a mí.

Pero no era Nancy.

—Esto es muy extraño —murmuré, mirándolo, o mirándola, o lo que fuera, en busca de una señal de que era realmente Daemon.

Sonrió con suficiencia.

Sí. Seguía siendo Daemon.

—¿Crees que esto va a funcionar? —le pregunté.

—Diré que el vaso está medio lleno.

Me puse unos mechones sueltos detrás de la oreja.

—Eso resulta muy reconfortante.

—Vamos a tener que liberar a los niños, y después volver al ascensor para subir hasta el nivel del suelo. —Miró a Archer con cada gramo de autoridad que tenía Nancy—. Voy a darle a ella el ópalo cuando salgamos al exterior. —Me lanzó una mirada—. No discutas conmigo en esto. Vas a necesitarlo porque tendremos que correr, y deberemos hacerlo más rápido que nunca. ¿Podrás hacerlo?

El plan no me sonaba muy bien. En el exterior no había más que un terreno baldío y desértico, probablemente de más de ciento cincuenta kilómetros, pero asentí con la cabeza.

—Bueno, al menos sabemos que no te matarán. Eres demasiado genial.

—Y tanto que sí. ¿Estás preparada?

Quería decir que no, pero dije que sí, y entonces Archer pulsó el botón del noveno piso. Mientras el ascensor se ponía en movimiento con una sacudida, el corazón me martilleó con fuerza en el pecho.

El ascensor se detuvo en el quinto piso.

Mierda. No teníamos planes al respecto.

—No pasa nada —dijo Archer—. Es así como se accede al edificio B.

El terror se acumuló en mi estómago mientras salíamos al ancho pasillo. Todo aquello podría ser otra trampa o algún engaño, pero ya no había vuelta atrás.

Archer colocó una mano sobre mi hombro, como hacía normalmente cuando me escoltaba por ahí. Si eso no le gustaba a Daemon, él no lo demostró: su expresión siguió siendo aquella fría y desdeñosa tan propia de Nancy.

Había gente en el pasillo, pero realmente nadie nos prestó atención alguna. Llegamos hasta el final del corredor y nos metimos en un ascensor más espacioso. Archer presionó el botón señalado como «B», y el aparato se puso en marcha. En cuanto se detuvo, salimos a otro pasillo y lo cruzamos hasta llegar a un ascensor más, donde él escogió el noveno piso.

Nueve pisos bajo tierra. Uf.

Parecía un largo camino para que los pequeños orígenes escaparan, pero, claro, eran como mini Einsteins dopados.

Con la boca seca, procuré ralentizar el ritmo de mi corazón antes de que me diera un ataque de pánico. En unos segundos el ascensor se detuvo, y las puertas se abrieron. Archer se apartó a un lado y dejó que Daemon y yo saliéramos primero. Por el rabillo del ojo, vi que presionaba el botón para detener el ascensor.

Las puertas se habían abierto a un vestíbulo pequeño y sin ventanas. Había dos soldados apostados delante de unas puertas dobles. Se envararon inmediatamente en cuanto nos vieron.

—Señora Husher. Oficial Archer —dijo el de la derecha, asintiendo con la cabeza—. ¿Puedo preguntar por qué la traen aquí abajo?

Daemon avanzó y unió las manos, tal como hacía siempre Nancy.

—He pensado que sería buena idea que viera nuestros mayores logros en su propio entorno. Tal vez eso la ayude a comprender mejor cómo son las cosas aquí.

Tuve que obligarme a cerrar la boca, porque las palabras que había dicho eran tan propias de Nancy que me entraron ganas de reírme. Y tampoco se trataba de una risa normal, sino de una risita alocada e histérica.

Los guardias intercambiaron unas miradas. El señor Hablador avanzó hacia delante.

—No sé si eso es una buena idea.

—¿Estás cuestionándome? —preguntó Daemon con la voz altanera de Nancy.

Me mordí el labio inferior.

—No, señora, pero esta zona está cerrada para todo el personal que no tenga acreditación y… y para los invitados. —El señor Hablador me lanzó una mirada, y después a Archer—. Esa es la orden que usted ha dado.

—Entonces debería poder traer a quien quiera aquí abajo, ¿no te parece?

Sabía que se nos estaba agotando el tiempo con cada latido. La mano en mi hombro se tensó, y me di cuenta de que Archer también estaba pensando lo mismo.

—S-sí, pero esto va en contra del protocolo —balbuceó el señor Hablador—. No podemos…

—¿Sabes lo que te digo? —Daemon dio un paso hacia delante y levantó la mirada. No vi ninguna cámara, pero eso no significaba que no las hubiera—. Mira lo que pienso del protocolo.

Daemon/Nancy extendió una mano y un rayo de luz brotó de su palma. El arco de energía se dividió en dos, y uno golpeó al señor Hablador en el pecho y el otro al guardia silencioso. Cayeron al suelo, y había humo elevándose desde sus cuerpos. El olor de la ropa y la carne quemada me llegó a la nariz.

—Bueno, esa era una forma de hacerlo —dijo secamente Archer—. Ya no hay vuelta atrás.

Daemon/Nancy le lanzó una mirada.

—¿Puedes abrir estas puertas?

Archer avanzó hacia delante y se inclinó. La luz roja del panel se volvió verde. El cierre hermético hizo un ruido, y las puertas se abrieron.

Casi estaba esperando que alguien apareciera de un salto y nos apuntara a la cara con una pistola. Contuve el aliento mientras entrábamos en la zona abierta del noveno piso. Nadie nos detuvo, aunque nos ganamos unas cuantas miradas extrañas del personal que merodeaba por ahí.

El piso tenía una distribución diferente a los otros que había visto antes, pues tenía forma de círculo, con varias puertas y ventanas alargadas. En medio había algo que me recordaba a un puesto de enfermería.

Archer bajó la mano y noté que me presionaba algo frío contra la mía. Miré hacia abajo, y me sobresaltó ver que estaba sujetando una pistola.

—No tiene seguro, Katy. —Después fue junto a Daemon. En voz baja, dijo—: Tenemos que hacer esto rápido. ¿Ves esas puertas dobles de allí? Ahí es donde deberían estar a estas horas. —Hizo una pausa—. Ya saben que estamos aquí.

Un escalofrío descendió por mi espalda. Notaba la pistola demasiado pesada en mi mano.

—Bueno, eso no es escalofriante en absoluto —replicó Daemon, y después me lanzó una mirada—. Quédate cerca.

Asentí con la cabeza, y a continuación rodeamos el puesto en dirección a las puertas dobles, que tenían dos pequeñas ventanas. Archer se encontraba justo detrás de nosotros.

Apareció un hombre.

—Señora Husher…

Daemon lanzó el brazo hacia delante y le asestó un fuerte golpe al tipo en el pecho. El hombre salió volando por los aires, y su bata blanca de laboratorio aleteó como las alas de una paloma antes de estamparse contra la ventana de la enfermería. El cristal se resquebrajó, pero no se rompió mientras el hombre se deslizaba hacia abajo.

Alguien gritó, y el sonido resultó chirriante. Otro hombre con bata de laboratorio se precipitó hacia la entrada del puesto. Archer se volvió y lo cogió por el cuello. Un segundo más tarde, un borrón blanco salió disparado junto a mi cara y golpeó la pared contraria.

Estalló el caos.

Archer bloqueó la entrada al puesto, que debía de contener cosas que no queríamos que obtuvieran, y mandaba a una persona tras otra por los aires, hasta que el resto del personal se había apiñado frente a la puerta… la puerta por la que necesitábamos entrar.

Daemon avanzó hacia ellos, y las pupilas de sus ojos se volvieron blancas.

—Si yo estuviera en vuestro lugar, me apartaría de mi camino.

La mayoría de ellos salieron corriendo como ratas. Dos se quedaron.

—No podemos dejar que hagas esto. No comprendes de lo que son capaces…

Levanté la pistola.

—Moveos.

Se movieron.

Eso era bueno, porque nunca había disparado una pistola. No es que no supiera cómo utilizarla, pero apretar el gatillo parecía más difícil que mover un dedo.

—Gracias —dije, y después me sentí estúpida por haberlo hecho.

Daemon corrió hacia la puerta, todavía con el cuerpo de Nancy. Vi un panel y me di cuenta de que necesitábamos a Archer. Comencé a girarme hacia él, pero entonces el sonido de los cerrojos abriéndose resonó como un trueno. Volví a darme la vuelta de golpe, con el aire estancado en el pecho mientras las puertas se deslizaban dentro de las paredes.

Daemon dio un paso hacia atrás, y yo hice lo mismo. Ninguno de nosotros estaba preparado para aquello.

Micah se hallaba en la puerta de la clase. Todas las sillas estaban ocupadas por niños pequeños de diferentes edades, chicos, y todos llevaban el mismo corte de pelo. Los mismos pantalones negros. Las mismas camisetas blancas. Todos tenían ese aspecto de tener una inteligencia perturbadoramente aguda, y se habían girado en sus asientos para mirarnos. En la parte frontal de la clase había una mujer tirada en el suelo, con la cara hacia abajo.

—Gracias —dijo Micah con una sonrisa, y salió por la puerta. Se detuvo frente a Archer y levantó un brazo. Un estrecho brazalete negro le rodeaba la muñeca.

En silencio, Archer movió los dedos sobre el brazalete, y oí un suave clic. Se deslizó por el brazo de Micah y cayó al suelo con estrépito. No tenía ni idea de lo que era, pero suponía que se trataba de algo importante.

Micah se volvió hacia donde se apiñaba el resto del personal. Inclinó la cabeza hacia un lado.

—Lo único que queremos es jugar. Ninguno de vosotros nos deja jugar.

Entonces fue cuando comenzaron los gritos.

Los miembros del personal comenzaron a caer como moscas, golpeando el suelo con las rodillas, aferrándose las cabezas. Micah no dejó de sonreír.

—Vamos —dijo Archer, arrastrando una silla hasta la puerta. La colocó ahí para mantenerla abierta.

Eché un vistazo más a la clase y vi que los chicos estaban de pie, yendo en dirección a la puerta. Sí, desde luego, era hora de marcharnos.

Los hombres seguían inconscientes en el pasillo, y nosotros fuimos hasta el ascensor de la derecha. Una vez dentro, Archer presionó el botón del nivel del suelo.

Daemon bajó la mirada hasta mi mano.

—¿Seguro que no te importa llevar eso?

Forcé una sonrisa.

—Esto es todo lo que tengo hasta que salgamos de este estúpido edificio.

Él asintió con la cabeza.

—Tan solo ten cuidado de no pegarte un tiro… o pegármelo a mí.

—O a mí —añadió Archer.

Puse los ojos en blanco.

—Menuda fe tenéis en mí.

Daemon bajó la cabeza hacia la mía.

—Oh, yo tengo fe en ti. Y hay otra…

—Ni se te ocurra siquiera decir algo sucio o tratar de besarme mientras sigas en el cuerpo de Nancy.

Le puse una mano en el pecho para apartarlo, y él se rio, entre dientes.

—Qué aburrida eres.

—Debéis concentraros en la tarea que tenemos entre manos…

Una sirena comenzó a sonar en algún lugar del edificio. El ascensor se detuvo con una sacudida en el tercer piso. Las luces se atenuaron, y una luz roja comenzó a parpadear en el techo.

—Ahora sí que va a ponerse divertido —dijo Archer mientras la puerta del ascensor se abría.

En el pasillo, los soldados y el personal corrían de un lado a otro, dando órdenes a gritos. Archer derribó al primer soldado que miró hacia nosotros y gritó, y Daemon hizo lo mismo. Un soldado sacó una pistola y yo levanté la mía. Disparé, y el retroceso me sobresaltó. La bala impactó en la pierna del hombre.

Daemon abandonó la forma de Nancy y cobró la suya. Me miraba con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? —pregunté—. ¿No pensabas que fuera capaz de hacerlo?

—¡A las escaleras! —gritó Archer.

—No me había dado cuenta de que verte disparando una pistola sería tan sexy. —Daemon me tomó de la mano libre—. Vamos.

Corrimos por el pasillo, alrededor de un metro por detrás de Archer. Sobre nuestras cabezas las luces se apagaron, y fueron reemplazadas por luces rojas y amarillas que parpadeaban. Archer y Daemon lanzaban bolas de energía como locos, manteniendo alejados a la mayoría de los soldados. Pasamos junto a unos ascensores. Dos se abrieron y de ellos salió un puñado de orígenes. Seguimos avanzando, pero miré hacia atrás; tenía que ver lo que iban a hacer. Tenía que saberlo.

Eran la distracción perfecta.

Todo el mundo tenía la atención puesta en ellos. Uno de los niños se había detenido en mitad del pasillo. Se agachó y recogió un revólver caído, y vi que no tenía el brazalete en la muñeca. La pistola echó humo y después se fundió, para cobrar la forma de una pelota pequeña.

El niño soltó una risita.

Y después se giró y lanzó los restos retorcidos de la pistola a un soldado que se acercaba a él con sigilo. La pistola le atravesó el estómago directamente.

Mis pasos vacilaron. Joder.

¿Habíamos hecho lo correcto dejándolos en libertad? ¿Qué pasaría si lograban salir fuera, al mundo real? La clase de daños que podrían causar era inconcebible.

Daemon me agarró la mano con más fuerza, arrastrándome de nuevo hasta la tarea que teníamos por delante. Ya tendría tiempo de preocuparme por ellos más tarde. O eso esperaba.

Doblamos la esquina a toda velocidad, y de pronto me encontré con una pistola apuntándome a la frente, tan cerca que pude ver el dedo en el gatillo y la pequeña chispa cuando disparó. Se me atascó un grito en la garganta. Daemon rugió, y el sonido reverberó alrededor de mi cráneo.

La bala se detuvo, y la punta chamuscó mi frente, pero no fue más allá. Simplemente se detuvo. Se me escapó el aire de los pulmones.

Daemon tiró la bala a un lado y después me apretó contra su pecho mientras girábamos. Micah estaba allí a unos metros de nosotros, con una mano en alto.

—Eso no ha estado bien —dijo con esa monótona voz infantil—. Me caen simpáticos.

El soldado palideció y después cayó al suelo de cara, sin gritar ni agarrarse la cabeza, y la sangre comenzó a manar de debajo de él.

Otro origen apareció detrás de Micah, y después otro, y otro, y otro. Los soldados que bloqueaban el camino a las escaleras cayeron al suelo. Pum. Pum. Pum. El camino quedó libre.

—Vamos —nos urgió Archer.

Me volví hacia Micah y clavé los ojos en los suyos.

—Gracias.

Micah asintió con la cabeza.

Con una última mirada, me giré y corrí entre los cuerpos. Las delgadas suelas de mis zapatos se deslizaban sobre el suelo húmedo, suelo resbaladizo por la sangre. Ya comenzaba a filtrarse por la planta de mis zapatos. Pero no podía pensar en eso.

Archer abrió la puerta que daba a las escaleras, y mientras se cerraba tras nosotros, Daemon se volvió hacia mí y me cogió repentinamente los antebrazos. Me apretó a él bruscamente, dejándome de puntillas.

—He estado a punto de volver a perderte. Otra vez.

Sus labios rozaron el punto caliente de mi frente y después me besó, un beso profundo y enérgico que sabía a miedo residual, desesperación y furia. El beso era tan intenso que me mareé, y cuando se apartó me sentí desnuda.

—No hay tiempo para desmayarse —dijo con un guiño.

Después comenzamos a subir las escaleras a zancadas, cogidos de la mano. Archer se enfrentó a un soldado en el rellano. Lo lanzó brutalmente por encima de la barandilla, y una serie de crujidos nauseabundos hicieron que mi estómago se revolviera con violencia.

Los soldados salieron al rellano del segundo piso. No tenían armas normales en las manos, sino lo que parecían pistolas paralizantes.

Daemon me soltó y, utilizando la barandilla, saltó un nivel. Un soldado pasó volando junto a mí y aterrizó dos niveles por debajo, sobre un costado. Archer se encontraba justo detrás de Daemon. Le quitó a alguien la pistola eléctrica y me la lanzó. Yo la cambié a mi mano izquierda y me apresuré a subir el resto de las escaleras. Disparé contra el primer soldado que tuve cerca.

Como sospechaba, era alguna clase de arma de electrochoque, y de ella salieron dos cables que golpearon al soldado en el cuello. El hombre comenzó a retorcerse como si le estuviera dando un ataque y cayó al suelo. Después los cables se soltaron y me permitieron atacar al que se abalanzaba sobre Archer.

En cuanto el rellano quedó limpio, Daemon arrastró a dos de los hombres inconscientes hasta la puerta y los apiló el uno sobre el otro.

—Vamos —nos urgió Archer mientras cruzaba el rellano, despojándose de su camiseta de camuflaje de manga larga. Llevó una mano hasta su cuello y se metió unas placas de identificación bajo la camiseta blanca.

Con todo el ónice y el diamante del edificio, yo era prácticamente inútil sin mi pistola y el arma de electrochoque. Los músculos de mis piernas comenzaban a arderme, pero los ignoré y seguí avanzando.

Cuando llegamos al nivel del suelo, Archer miró por encima del hombro, hacia nosotros. No habló en voz alta, y dirigió el mensaje a los dos.

«No vamos a tratar de robar ninguno de los vehículos que tienen en el hangar. En cuanto estemos en el exterior, seremos más rápidos que cualquier cosa que tengan. Iremos al sur en dirección a Las Vegas, por la Great Basin Highway. Si nos separamos, nos encontraremos en Ash Springs. Está a algo menos de ciento veinte kilómetros de aquí».

¿Ciento veinte kilómetros?

«Hay un hotel llamado The Springs. Están acostumbrados a que se presente gente rara». Me pregunté qué clase de gente rara sería, y después me di cuenta de que era estúpido pensar en ello. Archer metió una mano en su bolsillo trasero y sacó una cartera. A continuación le puso dinero en efectivo en la mano a Daemon. «Esto debería ser suficiente».

Daemon asintió cortésmente, y después Archer me miró.

—¿Preparada?

—Sí —grazné, y mis dedos apretaron más aún las pistolas.

Con un miedo tan espeso que pude saborear su sabor fuerte y amargo, tomé aliento profundamente y volví a asentir con la cabeza, más para mí misma que por cualquier otra cosa.

La puerta se abrió y respiré aire fresco del exterior por lo que parecía la primera vez en meses. Era aire seco, pero limpio, no manufacturado. La esperanza brotó dentro de mí, dándome las fuerzas necesarias para seguir adelante. Podía ver un fragmento de cielo más allá de los vehículos, el color del ocaso, azul pálido y rojo anaranjado. Era la cosa más bonita que había visto en la vida. La libertad estaba justo ahí.

Pero entre nosotros y la libertad había un pequeño ejército de soldados. No eran tantos como esperaba; supuse que muchos seguirían todavía bajo tierra, ocupándose de los orígenes.

Daemon y Archer no perdieron tiempo. Unos estallidos de luz blanca iluminaron el hangar, rebotando en los vehículos militares marrones, atravesando las lonas. Saltaron chispas. Se lanzaron puñetazos en combate cercano. Yo hice mi parte, y utilicé el arma de electrochoque contra cualquiera que se acercara lo suficiente.

Mientras corría entre los cuerpos caídos, vi que había un cargamento de artillería en la parte trasera de un camión plataforma.

—¡Daemon!

Él se volvió y vio lo que estaba señalando. Corrí hacia allí, evitando por los pelos que me atraparan. Me giré y lancé otra ronda, y los dientes de metal se clavaron en la espalda del soldado. Una luz blanca y brillante de tonos rojizos crepitaba sobre los hombros de Daemon, envolviendo su brazo derecho. La energía palpitó y trazó un arco a través del espacio que había entre él y el camión.

Viendo lo que se disponía a hacer, varios soldados corrieron y se refugiaron bajo los grandes vehículos militares. Yo hice lo mismo, y me dirigí hacia una hilera de vehículos mientras Daemon golpeaba la parte trasera del camión, que estalló como si fueran los fuegos artificiales del Día de la Independencia. La explosión hizo temblar el hangar, una poderosa oleada que me sacudió por dentro y me hizo caer de culo. Un espeso humo gris cubrió el recinto. En un instante, perdí de vista a Daemon y Archer. Por encima de las explosiones, me pareció oír al sargento Dasher.

Me quedé aturdida e inmóvil durante un segundo, pestañeando por el hedor acre del metal ardiente y la pólvora. Un segundo fue todo lo que hizo falta.

Un soldado apareció de entre el espeso humo. Me senté y saqué la pistola eléctrica.

—Ah, no, eso no —dijo, y me cogió el brazo con las dos manos, por encima del codo y por debajo, y me lo retorció.

El dolor me atravesó el brazo y me estalló por los hombros. Me giré para librarme de su brutal agarre. El soldado estaba bien entrenado, e incluso con todo el trabajo que Dédalo había dedicado a entrenarme a mí, yo no era rival para él. Volvió a cogerme el brazo, y el dolor se hizo más agudo e intenso. Solté la pistola eléctrica y el soldado me lanzó un doloroso puñetazo a la mejilla.

No sé lo que sucedió después. Tenía la otra pistola en la mano izquierda. Me pitaban los oídos, y el humo me escocía en los ojos. Mi cerebro se había puesto en modo supervivencia. Disparé la pistola, y un líquido cálido me roció la cara.

Con la pistola en la mano izquierda no tenía muy buena puntería, y la bala impactó en el lado izquierdo de su pecho. Ni siquiera estaba segura de a qué parte de su cuerpo estaba disparando, pero le había dado. Hubo un sonido borboteante que me resultó extraño, porque pude oírlo por encima de los chillidos, por encima de los gritos y por encima de las armas que seguían disparando. Una sensación de náusea me subió desde el estómago.

Una mano aterrizó sobre mi hombro.

Grité y me volví de golpe, y estuve a punto de cargarme a Daemon. Casi se me paró el corazón.

—Maldita sea. Me has asustado.

—Se suponía que tenías que quedarte conmigo, gatita. Eso no ha sido quedarse conmigo.

Lo fulminé con la mirada y después eché un vistazo desde detrás de uno de los vehículos militares. El cielo nocturno cada vez más oscuro nos llamaba como una sirena. Archer se encontraba a unos pocos vehículos de distancia. Nos vio, miró hacia la apertura y asintió con la cabeza.

—Espera —dijo Daemon.

Dasher salió de una de las puertas, rodeado de guardias. Su pelo, normalmente pulcro, estaba hecho un desastre, y tenía el uniforme arrugado. Estaba examinando los escombros esparcidos, dando órdenes que yo no podía entender.

Daemon levantó la mirada, y sus ojos siguieron los focos. Apareció una media sonrisa en sus labios y después me miró a los ojos con un guiño.

—Sígueme.

Dimos marcha atrás, arrastrándonos por el lateral del vehículo militar. Miré hacia la lona chamuscada y vi que no había nadie. Daemon se apresuró a correr junto a los vehículos y se detuvo frente a un poste de metal que subía hasta el techo.

Cuando colocó las manos sobre él, la Fuente llameó desde la punta de sus dedos. Una oleada de luz subió por el poste y se extendió por el techo. Las bombillas explotaron, una tras otra, a todo lo largo del hangar, dejando el lugar sumido en una oscuridad casi completa.

—Muy buena —murmuré.

Daemon rio entre dientes y me cogió la mano. Comenzamos a correr otra vez y llegamos hasta Archer. Oímos unas voces asustadas que se alzaban, proporcionándonos una distracción para que pudiéramos dirigirnos a la salida, en dirección contraria a la gente de Dasher. Pero, en cuanto salimos de la hilera de vehículos militares, el tenue resplandor que entraba desde el exterior era luz suficiente.

Dasher nos vio de inmediato.

—¡Deteneos! —chilló—. Esto no va a funcionar. ¡No podéis marcharos! —Avanzó empujando a los guardias, apartándolos literalmente de su camino. Estaba completamente hecho polvo, probablemente a sabiendas de que el niño mimado de Nancy estaba a unos pasos de la libertad—. ¡No vais a marcharos!

Daemon se volvió bruscamente.

—No tienes ni idea de cuántas ganas tenía de hacer esto.

Dasher abrió la boca, y Daemon lanzó un brazo hacia delante. Un golpe invisible de la Fuente levantó a Dasher del suelo y lo mandó volando por el aire, como un muñeco de trapo. Golpeó la pared del hangar y cayó hacia delante. Daemon comenzó a caminar hacia él.

—¡No! —gritó Archer—. No tenemos tiempo para hacer esto.

Tenía razón. Por mucho que quería que se cargara a Dasher, un segundo más y nos superarían, así que tiré del brazo de Daemon y lo arrastré hasta la entrada cada vez más oscura del hangar.

—Daemon —supliqué—, tenemos que irnos.

—Ese hombre ha sido tocado por Dios, lo juro. —Daemon se giró, con un músculo tenso en la mandíbula.

El sonido de las botas resonó sobre el pavimento como si fueran truenos a nuestro alrededor, mientras Archer se movía hasta el frente.

—Agachaos.

Los brazos de Daemon me rodearon la cintura mientras nos agachábamos, y envolvió mi cuerpo con el suyo con un abrazo que estuvo a punto de aplastarme. A través de la pequeña abertura entre sus brazos, vi que Archer colocaba una mano sobre la parte trasera de uno de los vehículos. No sé cómo lo hizo, pero lo levantó por los aires a pesar de sus casi tres mil kilos y lo lanzó como si se tratara de un frisbee.

—Dios santo —dije.

El vehículo golpeó a los otros. Como si se tratara de una fila de fichas de dominó, provocó una reacción en cadena que destruyó prácticamente toda la flota de vehículos e hizo que los soldados salieran corriendo.

Daemon se levantó, arrastrándome con él. Se quitó el brazalete de plata de la muñeca y lo puso alrededor de la mía. Casi de inmediato, me atravesó un estallido de energía. El agotamiento desapareció, mis pulmones se expandieron y mis músculos se flexionaron. Era como tomar cafeína pura. La Fuente cobró vida con un rugido, y un torrente cálido recorrió mis venas.

—¡No disparéis! —gritó Nancy, que salió corriendo desde un lateral del hangar—. ¡No disparéis a matar! ¡Los necesitamos con vida!

La mano de Daemon se aferró a la mía, y después echamos a correr junto a Archer. Cada paso nos acercaba más al exterior. Aumenté la velocidad, y ellos también.

Y entonces estuvimos fuera, bajo el cielo de un profundo color azul. Levanté la mirada durante un segundo y vi que comenzaban a aparecer las estrellas, resplandeciendo como un millar de diamantes, y quise llorar porque habíamos logrado salir.

Habíamos logrado salir.

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