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Capítulo 21

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CAPÍTULO 21

KATY

Me puse en pie rápidamente, aferrándome a la pistola.

—¿Estás seguro? —Hice una mueca—. Vale. Eso ha sido una pregunta estúpida.

—No…

Un golpe resonó en la puerta del motel, alterándome hasta el punto de que casi solté la pistola, y Daemon me lanzó una mirada de preocupación. Yo me sonrojé: realmente necesitaba tranquilizarme. Respiré profundamente y asentí con la cabeza.

Avanzó en silencio hasta la puerta, con la gracia de un depredador letal, mientras que yo iba dando traspiés como un potro. Me acerqué más y me dije que estaba preparada para utilizar la pistola. Utilizar la Fuente, que sería igual de peligroso, sería demasiado arriesgado. Disparar una pistola atraería la atención, pero esperaba que solo de las personas que se encontraban cerca.

Daemon se inclinó para echar un vistazo a través de la mirilla.

—¿Qué demonios…?

—¿Qué?

El corazón me dio un vuelco. Él me miró por encima del hombro.

—Es Paris… El Luxen que estaba con Luc.

Me costó un momento recordar quién era… El Luxen rubio tan guapo que había estado en el club de Luc con él.

—¿Es amigo?

—Ya veremos. —Daemon cuadró los hombros y abrió la puerta. No podía ver nada más allá de su espalda desnuda, lo cual, si tenía que quedarme mirando algo, al menos no estaba mal—. Me sorprende que hayas venido hasta aquí.

—¿Debería sorprenderte? —fue la respuesta.

—Dímelo tú. ¿Por qué estás aquí? ¿Y por qué no debería hacerte volar en pedazos?

Me sudaba la mano que sujetaba la pistola. En realidad, Daemon no iba a cargarse a Paris. Espera. Sí, lo haría, fuera arriesgado o no.

—Porque eso atraería demasiada atención —respondió Paris con su voz suave—. Y, además, no estoy solo.

Daemon debió de ver a alguien más, porque sus hombros se relajaron medio centímetro y se apartó a un lado.

—Bueno, entrad.

Paris atravesó la puerta, con pasos largos y seguros. Me miró mientras sostenía la pistola.

—Bonita camiseta.

Yo miré hacia abajo, olvidando que llevaba la camiseta de la carretera extraterrestre.

—Gracias.

Entonces apareció Archer, limpio y con buen aspecto. No tenía en absoluto la pinta de alguien que se hubiera pasado la noche corriendo por el desierto, y la sospecha creció como una mala hierba. Echó un vistazo a Daemon.

—¿Estamos interrumpiendo algo?

Los ojos de Daemon se estrecharon mientras cerraba la puerta.

—¿Qué está pasando?

Archer metió una mano en un bolsillo de sus vaqueros y sacó una caja de cristal. Se la entregó a Daemon.

—Aquí está el LH-11. Pensaba que estaría bien dejarte hacer los honores. —Me miró—. ¿Vas a dispararme, Katy?

—Puede ser —murmuré, pero bajé la pistola y me senté en el borde de la cama—. ¿Dónde has estado?

Archer frunció el ceño mientras Paris se paseaba por ahí, observando la habitación con una mirada de desprecio algo desagradable.

—Bueno, he estado ocupado toda la noche manteniendo a la mitad de los militares lejos de vuestro rastro. Entonces, cuando venía a encontrarme con vosotros, me topé con nuestro amigo.

—Yo no lo consideraría un amigo —dijo Daemon, dirigiéndose hasta donde yo me encontraba y quedándose allí de pie.

Paris se llevó una mano al pecho.

—Me hieres.

Daemon puso los ojos en blanco y después, en voz más baja, dijo:

—Puedes bajar la pistola, gatita.

—Oh. —Me sonrojé. Me estiré y la coloqué encima de la mesa. Después me dirigí a Archer—. Tenemos que darte las gracias por… por todo. —Esperé a que Daemon dijera algo. Como no lo hizo, le di una patada en la pierna.

—Gracias —murmuró.

Archer curvó los labios, divertido, y creo que fue la primera vez que lo vi sonreír de verdad. Me sorprendió lo joven que parecía al hacerlo.

—No tienes ni idea de lo mucho que me alegra oírte decir eso, Daemon.

—Puedo imaginármelo.

—En serio —intervine—. Muchas gracias. Nunca hubiéramos conseguido llegar hasta aquí de no ser por ti.

Él asintió con la cabeza.

—No ha sido solo por vosotros dos.

—¿Me lo explicas? —dijo Daemon.

Paris resopló mientras se subía de un salto al escritorio. Menos mal que no se le arrugaron los pantalones bien planchados.

—¿De verdad creéis que a Archer le gustaba ser el ejemplo perfecto de Dédalo de cómo debería ser un origen?

—Supongo que no. —Daemon se sentó junto a mí—. Y supongo que a Luc tampoco.

Paris levantó un hombro esbelto.

—Y supongo que a ti tampoco te gustaba ser su perfecto creador de mutantes, ¿verdad?

—Ah, sí, Nancy estaba totalmente prendada de ti. —Archer cruzó los brazos—. Eras su Luxen estrella. ¿Cuántos humanos conseguiste mutar en tan poco tiempo? Más que cualquier otro Luxen.

Daemon se puso rígido.

—En realidad, eso no tiene nada que ver con esto. ¿Por qué nos estás ayudando y por qué estás con Paris?

—¿Y dónde está Luc? —intervine, imaginando que no podía hallarse demasiado lejos.

Paris sonrió.

—Está por aquí.

—No tenemos mucho tiempo para preguntas, pero puedo darte la versión corta y resumida —replicó Archer—. Le debía un favor a Luc, y Paris tiene razón. Tú también tenías razón, Katy: estar en Dédalo significa no tener vida. Controlan cada aspecto de ella. No importa cómo me hayan creado. —Extendió los brazos hacia los lados, con las palmas hacia arriba—. Lo que importa, lo que siempre importa, es vivir.

—¿Por qué ahora? —preguntó Daemon, con un áspero matiz de desconfianza en la voz.

—Esa es la pregunta del año, ¿eh? —se metió Paris, sonriendo como si se hubiera tragado unas pastillas de la felicidad o algo parecido—. ¿Por qué iba a elegir Archer este momento para arriesgarlo todo, incluyendo su vida, la poca vida que tenía?

Archer le lanzó una mirada envenenada.

—Gracias, Paris, por añadir eso. Escapar de Dédalo no es fácil. Además de Luc y unos pocos más, nadie lo ha conseguido. Sí, podría haber huido un centenar de veces, pero me habrían encontrado. Necesitaba una distracción.

Entonces lo comprendí.

—Nos has utilizado como distracción.

Él asintió con la cabeza.

—Nancy y el sargento Dasher van a preocuparse más por encontraros a ti y a Daemon. Yo no voy a estar en lo más alto de su lista de prioridades.

Parte de la tensión de Daemon se desvaneció.

—Nancy dijo que había otros orígenes aquí fuera, en el mundo, que fingían ser humanos normales.

—Hay algunos —confirmó Archer—. Dudo que ellos supongan un problema ahora. Llevan vidas notorias, así que no se acercarán a menos de quince kilómetros de nosotros.

Había algo que seguía sin entender.

—¿Por qué Luc no hizo que le consiguieras tú el LH-11 y ya está? Podía haberte ocultado.

Paris rio con suavidad.

—¿Crees que la locura de Luc sigue un método?

—Eso esperaba yo —murmuró Daemon, pasándose una mano por el pelo.

—En realidad, sí que hay un método. Además del hecho de que podía hacer de espía para mantener a Luc… y a algunos otros informados con lo que estaba pasando en Dédalo, sabía que habían cambiado la composición del LH-11, y eso es lo que quería Luc, la nueva versión: Prometeo. Nunca había estado cerca de la nueva droga, nadie lo había estado. Hasta que te llevaron allí —le dijo Archer a Daemon—. Era una situación perfecta para todos. Pero no sé por qué quiere la droga Luc.

—Y yo no se lo preguntaría —añadió Paris ominosamente.

Me estremecí ante su tono, pero después pensé en lo que me había contado Archer.

—¿Qué pasa con los Luxen, esos que según el sargento Dasher quieren invadirnos? ¿Es eso verdad?

Archer dirigió la mirada hasta Daemon.

—Es cierto, y al parecer tu chicarrón conoce a uno de ellos.

Los ojos de Daemon se estrecharon.

—Sal de mi cabeza.

Me volví hacia él.

—¿De qué está hablando?

—Tan solo es algo que me dijo Ethan White. ¿Lo recuerdas? —preguntó, y yo asentí con la cabeza. Había tenido un breve encuentro con el anciano Luxen—. Cuando me fui de la colonia para venir a buscarte, dijo algo de que la Tierra no sería de los humanos para siempre, pero realmente no pensé mucho en ello porque… Venga ya, estoy seguro de que hay Luxen ahí fuera que quieren tomar el control, pero eso no va a suceder nunca.

Archer no parecía convencido, y yo tampoco lo estaba, pero entonces el origen inclinó la cabeza hacia un lado.

—Hablando del rey de Roma…

Un momento después, la puerta del hotel se abrió. Daemon se puso en pie, y sus ojos se volvieron blancos mientras yo iba a por la pistola, con el corazón en la garganta.

Luc entró tranquilamente, con una bolsa de plástico y una caja rosa. Tenía el pelo recogido hacia atrás en una corta cola de caballo, y una gran sonrisa que cruzaba su rostro angelical.

—¡Hola, chicos! —dijo alegremente—. He traído dónuts.

Pestañeé lentamente mientras volvía a sentarme.

—Dios santo, casi me da un ataque al corazón por tu culpa.

—Estoy bastante seguro de que le había echado el cerrojo a la puerta —gruñó Daemon.

Luc dejó la caja de los dónuts sobre la mesa, y yo los observé como si tuvieran la respuesta al origen de la vida.

—Y yo estoy bastante seguro de que he entrado. ¡Hola, Katy!

Me sobresalté al oír mi nombre.

—Hola, Luc…

—Mira lo que tengo. —Metió la mano en la bolsa y sacó una camiseta de la carretera extraterrestre—. Ahora podemos ir de gemelos.

—Eso… Hum, eso está muy bien.

Paris frunció los labios.

—¿Realmente vas a llevar esa camiseta?

—Claro que sí. Cada día de mi vida. Creo que es bastante irónico. —Los ojos de amatista de Luc recorrieron la habitación y volvieron a caer sobre mí—. Bueno, me parece que tenéis algo para mí.

Daemon soltó un suspiro y cogió la caja de cristal. Se la lanzó a Luc, que la atrapó al vuelo.

—Ahí tienes.

El chico abrió la estrecha cajita, soltando aire lentamente. La cerró con reverencia y se la metió en el bolsillo trasero de los vaqueros.

—Gracias.

Tenía la sensación de que, al igual que Daemon, no daba las gracias a menudo.

—Entonces… ¿qué hacemos ahora? —pregunté.

—Bueno… —Luc alargó la palabra—. Las cosas están a punto de irse a la mierda. Dédalo no va a escatimar recursos ni vidas para volver a poner sus mugrientas manos encima de ti, Daemon. Van a poner esta ciudad patas arriba. Ya lo están haciendo, y utilizarán todos los medios posibles para encerrarte de nuevo.

Daemon se puso rígido.

—Van a ir a por mi familia, ¿verdad?

—Probablemente —respondió Luc—. De hecho, puedes contar con ello. ¡Por cierto! —Luc se giró hacia Archer con tanta rapidez que el otro origen dio un paso hacia atrás—. He conseguido unas ruedas nuevas.

—¿En serio? —dijo Archer.

—Y hay espacio suficiente para los cinco. —Luc volvió a girarse hacia mí y hacia Daemon con esa sonrisilla traviesa que no auguraba nada bueno—. Tengo una sorpresa para vosotros. Pero, antes, os sugiero que os pongáis algo de ropa. —Metió la mano en la bolsa, sacó una camiseta y se la lanzó a Daemon. Era una camiseta lisa de color blanco—. Kat y yo estaremos adorables con camisetas de la carretera extraterrestre, pero tú parecerías estúpido. Ya me darás las gracias luego.

Me pregunté cómo demonios sabría Luc que Daemon también tenía una de esas camisetas.

—Y comed algunos malditos dónuts. Da igual el orden.

Daemon frunció el ceño, pero a mí me alegraba poder ponerme a comer dónuts. Eché un vistazo en el interior de la caja. Glaseados: mis favoritos.

—¿Qué clase de sorpresa? —preguntó Daemon, sujetando la camiseta sin hacer ningún intento de ponérsela.

—Venga ya, si te lo dijera no sería una sorpresa. Pero necesitamos salir a la carretera pronto, así que comed y recoged vuestras cosas. Hay sitios a los que tenemos que ir.

Daemon exhaló por la nariz y después me echó un vistazo. Podía ver por su expresión que no le hacía mucha gracia que Luc se pusiera a darle órdenes, pero tenía la boca llena de delicia glaseada, así que realmente no había mucho que pudiera añadir al momento.

Finalmente, asintió.

—De acuerdo, pero si…

—Lo sé. Si os la estoy jugando, encontrarás la forma de que mi muerte sea lenta y dolorosa. Lo pillo. —Luc guiñó un ojo—. Considérame advertido.

—Por cierto —dijo Archer mientras Daemon se inclinaba sobre mi hombro para coger un dónut—, no os olvidéis de la caja de condones que hay en el suelo.

Miré el suelo rápidamente. Allí estaban, justo donde Daemon los había soltado la noche anterior. La cara me ardía como el maldito infierno, y estuve a punto de ahogarme con el dónut mientras la risa de Daemon resonaba en mis oídos.

DAEMON

Desde luego, no me olvidé de los condones cuando guardé las pocas cosas que teníamos en nuestra bolsa de mano alienígena. Kat seguía estando algo roja, y me costó todo mi autocontrol no meterme con ella despiadadamente. Me porté bien con ella, porque estaba increíblemente mona con su estúpida camiseta y esas zapatillas baratas, apretándose al marcianito de peluche contra el pecho.

Le pasé el brazo sobre los hombros mientras nos dirigíamos al brillante resplandor del sol del desierto en agosto.

Archer pasó junto a nosotros, y su mirada cayó en lo que estaba llevando.

—Bonita bolsa.

—Cállate —respondí.

Él resopló.

Doblamos la esquina del motel, y vi por primera vez el coche en el que iríamos.

—¡Vaya! ¿Esas son tus ruedas?

Luc se pasó la camiseta por encima de los hombros mientras daba unas palmaditas al parachoques trasero de un Hummer negro.

—Me gusta pensar que encaja conmigo.

Kat se cambió el muñeco de mano mientras observaba el monstruo.

—¿Has venido conduciendo desde Virginia en ese coche tan pequeño?

Él se rio.

—No. Lo he tomado prestado.

Sí. Tenía la sensación de que Luc lo había «tomado prestado» al igual que yo había «tomado prestado» el coche de Matthew. Fui hasta el lado del conductor y abrí la puerta trasera para Kat.

—¿Crees que podrás subirte tú sola?

Ella me lanzó una mirada por encima del hombro, y yo sonreí. Negó con la cabeza, se agarró a la barra y montó de un salto. Por supuesto, siendo el chico servicial que soy, la ayudé con un empujón en un muy buen lugar.

Kat me miró rápidamente, con las mejillas rojas.

—A veces eres un canalla.

Me reí entre dientes mientras subía de un salto junto a ella.

—Recuerda lo que hemos dicho sobre las caricias.

—Sí, lo recuerdo.

—Mantenlo en mente para más tarde. —Me estiré y cogí el cinturón antes de que ella pudiera hacerlo.

Suspiré mientras levantaba los brazos para apartarlos.

—Sabes que soy perfectamente capaz de ponerme yo misma el cinturón, ¿verdad?

—Qué monos —dijo Archer desde la otra puerta, que estaba abierta. Se subió al otro lado de Kat.

—Estoy haciendo esto por una razón —repliqué ignorándolo, deslizando la correa de la cintura por encima de su regazo. Ella soltó un suave gemido mientras mis manos se deslizaban por la parte baja de su estómago. Le dirigí una sonrisa malvada mientras abrochaba el cinturón—. ¿Lo entiendes ahora?

—Como he dicho, eres un canalla —murmuró ella, pero sus ojos se habían vuelto de un gris suave.

Me incliné para presionar mis labios sobre su sien, y después levanté el brazo. El cinturón estaba lo suficientemente holgado como para que pudiera acurrucarse junto a mí.

—Entonces, ¿este coche es mi sorpresa? Puedo conformarme con él.

Luc se rio desde el asiento del copiloto.

—Ni de coña. Creo que este me lo voy a quedar.

—Vosotros sentaos y disfrutad del viaje —dijo Paris, poniendo en marcha el Hummer—. En realidad, es un viaje muy aburrido. Además de las señales graciosas sobre los alienígenas en la carretera y una o dos vacas, no hay mucho que ver.

—Qué divertido.

Cambié las piernas de posición y eché un vistazo a Archer. Estaba dando unos golpecitos con los dedos sobre sus rodillas cubiertas por los vaqueros, y tenía los ojos entrecerrados y fijos en la parte trasera del asiento. Realmente no confiaba en nadie de aquel coche, no al cien por cien. Podrían estar llevándonos de vuelta al Área 51.

Archer giró la cabeza hacia mí.

«No vamos a traicionaros, ni a ti ni a Katy».

Estreché los ojos.

«Por última vez: sal de mi cabeza».

«Es difícil hacerlo. Eres muy cabezota». La comisura de uno de sus labios se curvó hacia arriba mientras volvió a mirar el asiento que tenía delante. «Además, ¿cómo iba a poder llevaros de nuevo hasta allí? Has visto lo que he hecho para sacarnos de ese lugar».

No le faltaba razón.

«Podría ser una trampa, igual que con Blake. Él hizo lo mismo».

«Yo no soy Blake. Yo quiero escapar de ellos tanto como tú».

No respondí a eso. Dirigí mi mirada hacia la ventana y observé las pequeñas casas y las señales de las aguas termales que pasaban en un borrón hasta que, finalmente, se desvanecieron en la ancha carretera abierta, donde no había nada salvo pequeños matorrales y tierra marrón. Hasta que vi la señal no me relajé un poco.

—¿Las Vegas? ¿Vais a llevarnos a jugar y ver espectáculos?

Luc negó con la cabeza.

—No, salvo que te gusten esas cosas.

No sabía adónde íbamos, ni por qué eso me inquietaba. Me mantuve en guardia, con los ojos fijos en la carretera, en busca de cualquier vehículo sospechoso que se acercara demasiado. Poco más de unos diez kilómetros después de comenzar el viaje de casi dos horas, Kat se quedó dormida. Cogí el peluche antes de que cayera al suelo y lo sujeté. Me aliviaba que estuviera descansando más. Lo necesitaba.

Me tensaba cada vez que nos acercábamos a un coche de la policía, preparado para que nos detuvieran por una multitud de razones, que variaban desde haber robado un coche hasta haber luchado contra personal militar. Pero ninguno nos detuvo. No pasó ni una puñetera cosa en todo el viaje, salvo que Luc y Paris discutían por la radio como si fueran una pareja de ancianos casados. No era capaz de entenderlos. Claro que tampoco era capaz de entenderme a mí mismo.

Pensé toda clase de locuras durante el viaje a Las Vegas. Y me refiero a algunas cosas realmente descabelladas. No sabía si tenía algo que ver con el hecho de que había dos personas en el coche que potencialmente podían estar mirando dentro de mi cabeza, pero me ponía a pensar en cosas de las que de verdad no quería que otras personas se enteraran.

Todo comenzó cuando aparté la mirada de la ventana y centré la atención en mi pierna. La mano izquierda de Kat estaba cerrada contra mi muslo. Durante unos minutos, no fui capaz de apartar la mirada. ¿Qué pasaba con la mano izquierda? Era tan solo una mano, y Kat tenía unas manos geniales y todo eso, pero no se trataba de aquello.

Era lo que normalmente iba en la mano izquierda, en el dedo anular.

Dios, pensar en anillos y en la mano izquierda hacía que me entraran ganas de salir del vehículo y dar unas cien vueltas corriendo, pero casarme con Kat… ¿casarnos? Mi cerebro tropezó con la palabra, pero realmente no sería terrible. No, sería lo más alejado de eso. Sería algo así como… perfecto.

Pasar el resto de mi vida con Kat era algo que planeaba hacer. No había cuestiones ni dudas al respecto. La veía a ella en mi futuro, solo a ella. Tomar una decisión como aquella no hizo que comenzara a notar un sudor frío. Tal vez era porque los de mi especie se emparejaban jóvenes, normalmente nada más salir del instituto, y nuestra versión del matrimonio realmente no se diferenciaba de la de los humanos.

Pero éramos jóvenes. Prácticamente unos chiquillos, o al menos eso era lo que diría Matthew.

¿Por qué demonios estaba pensando siquiera en eso en un momento así, cuando nuestras vidas eran un completo desastre? ¿Tal vez fuera porque cuando todo es caótico y no sabes si habrá un mañana, comienzas a plantearte esas cosas? ¿Hace que te entren ganas de sellar el trato, por así decirlo? Odiaba pensar en ello, pero tal vez no tuviéramos un par de años más para casarnos.

Aparté los pensamientos de mi cabeza, apreté más a Kat con el brazo con el que la rodeaba, y me concentré en la carretera. Cuando comenzaron a aparecer los rascacielos, la desperté con suavidad.

—Eh, dormilona, echa un vistazo.

Ella levantó la cabeza de mi hombro y se frotó los ojos. Pestañeó unas cuantas veces, y después se inclinó y miró por la ventana frontal.

Abrió mucho los ojos.

—Vaya… nunca había estado en Las Vegas.

Luc se giró en su asiento, con una sonrisa.

—Es mejor verla de noche, con todos los edificios iluminados en La Franja.

La mirada de Kat se llenó de entusiasmo, pero volvió a reclinarse en su asiento, bajando los hombros. Por mucho que me gustara sacarla por ahí, no íbamos a hacer turismo: sería demasiado arriesgado.

Me incliné hacia ella, presioné los labios sobre su oreja y dije:

—La próxima vez. Te lo prometo.

Ella se volvió ligeramente y cerró los ojos.

—Lo tendré en cuenta.

Le di un beso en la mejilla e ignoré la mirada especulativa que me dirigió Archer. Mientras entrábamos en Las Vegas, Kat no dejaba de inclinarse por encima de mí para verlo todo. La línea de palmeras que rodeaba La Franja, la ancha avenida que era una de las más famosas de Estados Unidos, probablemente le resultaba familiar, pero el barco pirata que había frente al hotel Treasure Island no era algo que se viera todos los días.

Nos llevó una eternidad abrirnos camino entre el tráfico rebosante, y normalmente eso habría hecho que estuviera a punto de sacarme los ojos por la impaciencia, pero no estaba tan mal. No con Kat prácticamente saltando, medio encima de mí, señalando lugares famosos muy conocidos, como el Bellagio, el Caesar’s Palace y la torre Eiffel del Hotel París.

Era algo así como el paraíso.

Desafortunadamente, esa versión del paraíso tenía una audiencia. Maldita sea.

Mientras llegábamos a las afueras de Las Vegas comencé a cansarme de toda esa mierda de la sorpresa, especialmente cuando Paris abandonó la avenida principal y siguió por otra carretera alrededor de un club de campo y un enorme campo de golf. Seguimos alejándonos más por la carretera, lejos de la ciudad abarrotada. No había nada allí, a excepción de unas pocas mansiones, y después apareció de la nada una pared de seguridad de seis metros de alto, una reluciente estructura de arenisca.

Me incliné hacia delante, colocando la mano sobre la parte trasera del asiento de Paris.

—¿Eso de la roca es cuarcita?

—Ya lo creo que sí.

Kat me lanzó una mirada, abriendo mucho los ojos al darse cuenta de lo que eso significaba, mientras Paris se detenía frente a una verja de hierro forjado con pequeñas motas de cuarzo en ella. Nunca había visto algo parecido.

Se encendió un intercomunicador, y Paris dijo:

—Toc, toc.

Se oyó un sonido de estática, y después una voz de mujer.

—¿Quién es?

Kat levantó una ceja en mi dirección, y yo me encogí de hombros.

—La vaca que interrumpe —replicó Paris, echando un vistazo a Luc. Este sacudió la cabeza.

Volvió a sonar la voz desde el intercomunicador.

—¿La vaca que…?

—¡Muuuuu! —interrumpió Paris, con una risita.

Kat también se rio. Archer puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

Hubo un bufido audible desde el intercomunicador.

—Eso ha sido una estupidez. Voy a abrir las puertas, espera un segundo.

—Eso ha sido muy cutre —dije.

Paris rio entre dientes.

—Lo he visto en internet y me ha hecho mucha gracia. Tengo más. ¿Queréis oírlas?

—No. —Mi negativa se unió a la de Archer. Algo en lo que estábamos de acuerdo. Vaya. Quién me lo iba a decir.

—Qué pena. —Paris siguió avanzando con el coche cuando las puertas de la verja se separaron y se abrieron—. Esa ni siquiera era la mejor.

—Ha sido muy bueno —dijo Kat, y sonrió cuando le lancé una mirada—. A mí me ha hecho gracia.

—Tú eres muy impresionable.

Ella fue a darme un golpe en el brazo, pero yo le atrapé la mano. Entrelacé los dedos con los suyos y le guiñé el ojo. Ella sacudió la cabeza.

—Pues a mí no me impresionas.

Me lo hubiera creído si tanto ella como yo no supiéramos que las cosas eran muy distintas.

Me costó unos segundos darme cuenta de que la carretera también tenía grandes cantidades de cuarcita incrustadas en el asfalto. La primera casa a la que llegamos, una estructura modesta, tenía aspecto de que alguien le hubiera vomitado cuarcita encima: en el tejado, en las contraventanas, y en la puerta principal.

Joder.

Dado que no había formaciones naturales de cuarcita en las proximidades, habían tenido que traerla para proteger a la comunidad Luxen.

—¿No sabías nada de esto? —La voz de Luc estaba teñida por la sorpresa.

—No. Es decir, no es que pensara que fuera imposible utilizar así el cuarzo, pero ha tenido que costar un dineral, y ni siquiera sabía que aquí hubiera una comunidad.

—Interesante —murmuró Luc, y su mandíbula se tensó en una línea dura.

Paris le echó un vistazo, y no comprendí la mirada que intercambiaron.

—Dédalo tampoco lo sabe —dijo Archer—. Está justo bajo sus narices. Es el escondite perfecto.

—Esto es una locura. —Sacudí la cabeza mientras pasábamos junto a más casas cubiertas de cuarzo, cada una más grande que la anterior—. ¿Cómo es que no sabía nada sobre esto? ¿Conoces a alguien de aquí, Luc?

Él negó con la cabeza.

—En realidad, no. Tengo algunos… amigos en Arizona, pero debemos hacer una parada rápida aquí primero. Tenemos que dejar que la cosa se tranquilice durante un par de días, para que no sea tan peligroso viajar por carretera.

—Entonces, ¿después iremos a Arizona? —preguntó Kat, mirándonos alternativamente a Luc y a mí.

Luc se encogió de hombros.

—Es una posibilidad que tenéis. Allí es adonde irá Archer para esconderse durante un tiempo, pero todo depende de vosotros. Podéis aceptar mi ofrecimiento de hospitalidad o metérmelo por el culo.

Kat frunció el ceño.

—A mí me da lo mismo —añadió Luc.

Ella movió un poco la cabeza.

—No entiendo por qué estáis todos dispuestos a arriesgar tantas cosas para ayudarnos.

Buena pregunta.

Luc la miró por encima del hombro.

—Tenemos un enemigo en común, y nosotros somos más numerosos que ellos. Igual que en las películas de terror.

Comencé a captar a los otros Luxen que debían de estar en las casas, o tras los altos muros que rodeaban la mayoría de los jardines. En realidad no me lo podía creer: una comunidad entera aparentemente oculta a los ojos de Dédalo y protegida de los Arum por unos depósitos artificiales de cuarzo.

Vaya. Era flipante.

Finalmente llegamos hasta otro muro, y la puerta se abrió ante nosotros. La casa, si es que se podía llamar así a esa cosa monstruosa, surgió delante de nuestras narices como un espejismo.

—¿Es allí adonde vamos? —preguntó Kat, y una expresión de asombro cruzó su rostro—. Es un palacio.

Aquello me hizo sonreír.

La verdad es que el lugar era absurdamente grande. Debía de tener alrededor de unos dos kilómetros cuadrados, tal vez más. El edificio era de tres pisos, con una cúpula sobre la parte del medio y un ala que flanqueaba cada lado. Como el resto de las casas, era de arenisca blanca con cuarzo bien incrustado en la estructura, y tenía también un alto muro que ocultaba lo que quiera que hubiera detrás de la casa.

Paris condujo por el camino de entrada y se detuvo dentro del círculo que había frente a los anchos escalones. En medio había una estatua de mármol. De un delfín. Qué extraño.

—Muy bien, chicos, ¡ya estamos aquí! —Luc abrió la puerta del copiloto y comenzó a subir los escalones. En el porche, se dio la vuelta hacia el Hummer—. Voy a hacerme viejo de tanto esperar.

Respiré profundamente y le cogí la mano a Kat.

—¿Estás preparada?

—Sí. —Me dirigió una pequeña sonrisa—. Quiero ver qué aspecto tiene por dentro.

Me reí.

—Yo apuesto por una absurda opulencia.

—Yo igual —murmuró Archer mientras salía del coche.

Nos bajamos del Hummer y lo rodeamos. Esa vez Kat cogió la bolsa de mano y metió dentro el alienígena de peluche de modo que su cabeza sobresaliera por la parte superior. Le di un apretón en la mano y subí los escalones mientras me preparaba para Dios sabía qué. El modo en que Luc estaba sonriendo me causaba recelo. Parecía como si…

La sensación que bajó por mi columna era cálida y familiar, pero totalmente imposible. También lo fue el inesperado ramalazo de energía que me hizo soltar la mano de Kat. No podía ser.

Me alejé un paso de la puerta.

Kat se volvió hacia mí, con el rostro fruncido por la preocupación.

—¿Estás bien? ¿Qué pasa?

Me fallaron las palabras mientras me quedaba mirando la puerta. Lo único que pude hacer fue sacudir una vez la cabeza. Una parte de mí estaba entusiasmada, mientras que la otra mitad estaba horrorizada por lo que sentía… Esperaba que tan solo fuera mi imaginación.

Kat caminó hasta mí y colocó las manos sobre mi antebrazo.

—¿Qué está…?

La puerta pintada de rojo se abrió, y cuando una forma salió del sombrío vestíbulo, mis sospechas quedaron confirmadas.

—Hemos venido todo el camino hasta aquí a toda prisa para salvarte el culo, pero al final acabas salvándotelo tú mismo antes de que podamos hacer nada. —Dee se puso las manos en las caderas y alzó la barbilla obstinadamente—. Menuda forma de robarnos toda la gloria, Daemon.

Luc dio una palmada.

—¡Sorpresa!

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