ORA:CLE

ORA:CLE


XVIII

Página 85 de 130

X

V

I

I

I

1

Con un cauteloso ojo clavado en el cielo, Ael se deslizó a la terraza para regar sus bonsáis. El propio clima estaba contra él. Como si quisieran proporcionar protección a los dacs al acecho, las nubes cargadas de lluvia flotaban bajas y pesadas sobre New Haven. Jadeando, escrutó sus hinchados vientres grises mientras se mantenía con la espalda apoyada contra la pared. El índice de anhídrido carbónico del día tenía que ser más alto aún que el higrométrico. El aire tenía regusto a sobras.

Los problemas de Emde envolvían la mente de Ael tan apretadamente como las nubes envolvían la ciudad. No creía que el Mediador quisiera —o pudiera— hacerle ningún daño a Uwef si ella se negaba a pagar, pero lo que importaba no era lo que él creyese.

Ella estaba aterrada. Emde Ocincuenta pensaba que el hombre podía hacer matar a Uwef. Había mantenido a Ael despierto toda la noche con su inquietud, aferrando bruscamente su brazo cada vez que la dominaba un espasmo de remordimiento. Por la mañana pequeñas manchas de sangre salpicaban la sábana en media docena de lugares, mientras pequeñas costras empezaban a formarse en sus muñecas.

Tenía que convencerla de que no había ningún motivo de alarma.

O de otro modo comprarle un par de guantes.

En realidad, se enfrentaba a dos problemas. En primer lugar, la amenaza: aunque tenía que tratarse de una bravata, la respuesta instintiva de un criminal decepcionado, repetida con la esperanza de atemorizar al contrario, para poder desecharla Ael tenía que probar que carecía de fundamento. Era mucho más difícil probar que algo no era cierto que lo contrario…

En segundo lugar, Emde estaba en una forma psicológica terriblemente baja. Le habían ocurrido demasiadas cosas en los últimos cuatro días. Ya se había derrumbado una vez, estaba sometida a un dolor constante aunque cada vez menor, se enfrentaba cara a cara con la bancarrota…, estaba al borde de la locura, y la vida estaba intentando empujarla al otro lado. Lo que necesitaba era unas cuantas semanas de paz y tranquilidad para recuperarse. Esperaba poder conseguirlas. Cualquier aumento de la presión podía destruirla.

Un trueno retumbó al sur; el relámpago se perdió en las chapoteantes aguas de Long Island Sound. Pronto iba a llover. El viento ya se estaba agitando, empujando frías ráfagas contra su rostro. Dio un cuarto de vuelta a cada maceta y volvió dentro.

La holovisión pasó de adorno a objeto utilitario apenas él cerró las puertas correderas de cristal. Una voz profesionalmente tranquila dijo:

—Y ahora, un importante comunicado de Londres.

Los colores vibraron hasta formar la imagen del inglés que se había erigido en el

primus inter pares de los seeleys. Una vez más, estaba sentado en un lujoso despacho tras un despejado escritorio que resplandecía con las luces de las cámaras de holovisión.

Hizo un gesto con la cabeza a su supuesta audiencia.

—Amigos, nos enfrentamos a una crisis, una crisis precipitada por la brusca abdicación del anterior régimen. Por primera vez en nuestra memoria global, carecemos de una auténtica moneda mundial. Los rumores que nos llegan de todas partes del mundo hablan de emergencia financiera para millones de ciudadanos. Además, en algunas zonas rurales alejadas los callejeros se han aprovechado de nuestra situación temporal y están desencadenando incursiones de pillaje sobre los convoyes automatizados que transportan los productos agrícolas a las plantas de procesado. No es necesario decir que esta amenaza a nuestra seguridad, incluso a nuestra supervivencia, no puede permitirse que continúe.

»Pero el auténtico problema —su índice pareció atravesar el aire— es que, a fin de controlar más eficientemente el mundo, la Coalición instaló centenares de programas de ordenador que aún siguen funcionando, aún siguen dictando casi cualquier faceta de nuestra vida cotidiana. Por esa razón y por otras, la Asociación de Consejeros por Lazo Electrónico se ha presentado voluntaria para servir como reemplazo provisional del anterior régimen mientras los distintos partidos democráticamente elegidos investigan la mejor manera posible de cumplir con los anhelos, los deseos y la voluntad del pueblo.

Una gota de sudor descendió por la mejilla del hombre. La ignoró; unió las manos sobre su escritorio y miró directamente a las cámaras.

—Desearía poder traerles buenas noticias. Desearía poder ofrecerles optimismo. Desearía poder decir: «Tranquilícense, conciudadanos, porque todos nuestros problemas están resueltos». No puedo. Inevitablemente, la corrección de los errores de la Coalición debe ir acompañada de algunos trastornos. Haremos todo lo posible para minimizar esos trastornos. Nadie trabajará más duramente que nosotros en restablecer un cuerpo de gobierno democráticamente elegido que realice la tarea crucial de proporcionar a nuestra sociedad una fuerza directriz y una filosofía central.

«Una cosa puedo asegurarles: seremos muy competentes. Al contrario que el anterior régimen, cuyos líderes eran ante todo capaces de atraer los votos de otros individuos capaces de atraer el voto popular, la Asociación de Consejeros por Lazo Electrónico está compuesta enteramente por hombres y mujeres incisivos, informados, independientes, que han demostrado una competencia mucho mayor en sus campos respectivos que casi cualquier otra persona viva en el mundo. Pueden descansar tranquilos de que nuestra gestión no degradará su herencia. Entregaremos, en el momento oportuno, una administración central que llevará sus tareas democráticamente asignadas con diligencia, honestidad y compasión».

«Gracias, y no olviden ser prudentes hoy».

La esfera se encogió hasta desaparecer. Volvió a formarse gradualmente hasta convertirse en un girante globo lechoso con ardientes valles que se abrían a un cegador núcleo blanco. Arrojaba una franja de luz que borraba las sombras de las paredes.

Hundido en el diván, Ael meditó en el discurso. Sonaba como una pura y simple toma del poder, un golpe de mano incruento en un palacio vacío. Y sin embargo aún había cosas que era necesario hacer…, decisiones urgentes que no podían ser retrasadas. ¿Y quién mejor para administrar las vitales operaciones de la Coalición que los eruditos que no deseaban más que el retorno a sus estudios tan pronto como fuera posible?

El repentino resplandor de un relámpago pareció sorber por unos momentos todo el color de la habitación; el trueno restalló casi en la terraza. El edificio se estremeció. En el dormitorio, Emde dejó escapar un gemido.

Se levantó y cruzó la habitación. Las tormentas siempre lo inquietaban. Cuando su salvaje energía cargaba el aire, parecía como si le empapara, provocándole una agitación incontrolable. Nunca se sentía más vivo que cuando la lluvia azotaba las ventanas con gruesas y pesadas gotas que golpeaban como un millón de pequeños puños llamando para entrar.

Se dejó caer en una silla del comedor, miró en torno, hizo una mueca ante el pensamiento de trabajar en la instalación de la jardinera, luego volvió a ponerse en pie y se encaminó al dormitorio. Quizá era mejor que comprobara que Emde estaba bien. La pobre mujer nunca había podido tolerar la pirotecnia de la naturaleza. Entonces recordó el estado de sus tímpanos, y se sintió como un tonto.

Metió la cabeza en la habitación. Emde había polarizado las ventanas y apagado todas las luces excepto la de la mesilla de noche. Estaba sentada en la cama, con un libro en el regazo. Lo sostenía del revés.

—Hey, doc, ¿estás bien?

—¿Por qué no tendría que estarlo?

—Bueno, perdona, sólo… Quiero decir, gemiste cuando hubo el rayo, y pensé…

—Fue un poco demasiado fuerte para mis oídos, eso es todo. —Cerró el libro de golpe—. ¿Hay alguna ley contra eso? ¿Alguien ha dicho que también era ilegal sentir dolor? —Dio una palmada al interruptor de la luz de la mesilla de noche y sumió la habitación en la oscuridad—. Si no te importa, me gustaría volver a dormir un poco.

Por un instante la odió. Por un instante soñó en gritarle: «De acuerdo, si es eso lo que quieres», y cerrar de un portazo y alejarse a grandes zancadas llenas de justa indignación…

Pero no, eso era una estupidez. ¿De qué serviría? Hacer que su estómago digiriera sus propios ácidos, nada más. Eso, y amargura, y soledad. No, cuando alguien a quien quieres se vuelve loco por la tensión y el miedo tienes que ser tolerante, tienes que encogerte de hombros ante la tormenta como había hecho el edificio con el trueno. Parte del amor consistía en no odiar, y tenías que hacer el esfuerzo.

Así que hizo una profunda inspiración, luego dejó escapar lenta y silenciosamente el aire.

—De acuerdo, doc. Descansa un poco. Estaré en la sala de estar.

—¿No vas a trabajar hoy? —Su voz sonó aguda e insegura, como nerviosa ante una oscuridad que no podía despejar sin perder parte de su orgullo.

—Estoy de guardia. —Se apoyó en el marco; no deseaba dejarla encerrada en la habitación, a solas con la oscuridad—. Pero el volumen de consultas está en su punto más bajo hoy, de modo que extraoficialmente estamos de régimen de vacaciones.

—Oh. —Se volvió hacia el otro lado en la cama—. Si llama alguien, estoy durmiendo. Cierra la puerta cuando salgas.

—De acuerdo. Te veré luego. —Cerró la puerta a sus espaldas y suspiró, deteniéndose un momento en el pasillo, preguntándose qué podía decir o hacer para conseguir que ella se sintiera un poco mejor. Luego agitó la cabeza. No podía ayudar a alguien que no estaba dispuesta a ayudarse a sí misma.

De nuevo en la sala de estar, se sentó delante del ordenador y pasó ociosamente los dedos por encima de las teclas. El monitor reflejó la hora, el día de la semana y la fecha. ¿Qué podía hacer? ¿Quizá jugar a algo?

En vez de ello pidió las diez principales noticias de la última hora, y parpadeó cuando la pantalla quedó en blanco, excepto la línea «Servicio temporalmente suspendido».

De acuerdo, a veces —sobre todo con una tormenta eléctrica— ocurría que el programa que medía la popularidad de las noticias empezaba a mostrar tonterías y la gente de mantenimiento del sistema se veía obligada a abortarlo. Era raro, sin embargo; el tiempo no parecía tan malo como para provocar una interrupción.

Tecleó en el ordenador del apartamento para buscar en los bancos de noticias los artículos más importantes relativos a la ascensión al poder de la ACLE y se reclinó en su asiento, aguardando a que apareciera el primero en la pantalla.

Transcurrió un momento, luego otro.

Frunció el ceño.

El vídeo parpadeó, luego exhibió: NINGÚN ARCHIVO.

—Imposible —murmuró. Se inclinó sobre el teclado y pidió el directorio del BANKINFO/MR, y revisó el listado de la letra «A».

Acuarios, gran éxito de los artículos para; Ambidextros, teleoperadores; Antiguas pompas, exhibición de; Aomori, mareas; Apalaches, desarrollo de las cosechas en los; Argentino, extinción del ganado; Astrofísica, cierre de un departamento de; Atlántico, un barco contenedor hundido en el…

Pulsó rápidamente el botón de pausa. La «Asociación de Consejeros por Lazo Electrónico» tendría que aparecer antes de «Astrofísica». Volvió atrás, examinando más atentamente todos los títulos.

Pasaron cuatro minutos antes de que se diera cuenta de que ningún artículo tenía fecha posterior a las 09:00 EDT de la mañana de ayer.

—Hey, espera un momento —se dijo a sí mismo—. ¿Nadie archivó

nada ayer? No puede ser…

—¿Qué es lo que no puede ser? —dijo Emde.

Hizo girar en redondo su silla.

—¡Doc! Pensé que estabas…

—No conseguía dormirme. Y te he oído gruñir aquí fuera, de modo que me he levantado para ver qué ocurría. ¿Cuál es el problema?

—No, nada. Sólo que estaba buscando las noticias sobre la ACLE y la Coalición, y no puedo encontrar ninguna.

—Claro que no. La ACLE las está reteniendo todas.

—Oh, vamos, no creerás eso.

Ella señaló al ordenador.

—Eres tú quien dices que no hay nada en los archivos.

—Sí, pero… —Dudó mientras buscaba las palabras que pudieran explicar lo que quería decir sin ofenderla. Emde estaba saltando a conclusiones irracionales, sucumbiendo a la paranoia porque un burócrata avaricioso la había amenazado.

Los eruditos nunca censurarían las noticias. Quizá esas noticias no reflejaran toda la verdad, pero constituían ciertamente una primera aproximación, y a los eruditos les gustaba tanto la verdad que en épocas pasadas algunos habían dado sus vidas por ella.

Una

ráfaga de viento hizo retemblar las puertas correderas; volvió la cabeza hacia la terraza.

—Es probable que sea la tormenta.

Ella volvió también la cabeza y miró fuera.

—Vamos, eso es una explicación estúpida, Ael; realmente estúpida.

—No, mira… —Hizo chasquear los dedos—. Espera un momento. Sé cómo arreglar esto. Quizá no a tu satisfacción, pero sí a la mía.

Ella alzó una ceja.

—¿Cómo?

—Se lo preguntaré a ellos… Quiero decir: yo soy, en teoría, un miembro de la ACLE, ¿no?

Ella abrió mucho los ojos.

—¡Ni te atrevas!

—Pero…

—No voy a permitir que pongas de nuevo a la gente contra ti; ¡no voy a permitirlo! —Su voz se quebró, y su frente se frunció por el dolor, pero no por ello se detuvo.

Ael no deseaba causar en ella más tensión: no podría soportarlo. Alzó las manos.

—Lo haré a través del Oráculo. Nadie sabrá quién soy.

—Si crees que…

—Emde, sabes lo bueno que es el programa del anonimato. —Captó una ligera suavización en sus ojos, y empujó un poco más—: Y es una forma segura de averiguar la verdad, ¿no?

—Bueno…

—Estaré de vuelta en un minuto. —Cerró los ojos, miró hacia dentro, y se sumergió directamente en la interface. Conseguirlo de una forma tan rápida le sorprendió.

#Hola, señor. Hoy estamos en régimen de vacaciones; ya sabe que no necesita pasar su tiempo aquí#.

Oh, no es por eso por lo que estoy aquí… ¿Hay algún miembro de la ACLE responsable de los bancos de noticias?

#Por supuesto. ¿Quiere que le ponga en comunicación con él?#

Le preocupó que alguien se hubiera hecho cargo de los bancos de noticias. Poca gente asume el poder sin intención de utilizarlo. ¿Tendría razón Emde? ¡

Espere!

#¿Sí?#

Esto… No es mi intención ofenderle, pero antes de que lo haga, efectúe «Verificación de seguridad con paridad impar y control de dígitos». Le disgustaba hacer que El Oráculo probara que mantendría su anonimato —la orden era algo demasiado cercano a una acusación—, pero también necesitaba recordarse constantemente que El Oráculo era tan sólo un programa de comunicación al que cualquier persona cualificada podía dar todo tipo de instrucciones.

#Muy bien, señor#. Sonó helado, pero probablemente se trataba de su propia imaginación.

Su implante cobró vida. Los números desfilaron ante sus ojos: la ejecución del programa de verificación por parte del Oráculo. Otra lista de números resplandeció dentro de su cabeza: las respuestas «correctas» predeterminadas a la verificación. Su atención pasó del flujo de números a la lista y de nuevo al flujo, asegurándose de que cada línea del exterior se correspondía con la siguiente línea del interior.

Se correspondían. Todo iba bien. El Oráculo mantendría su nombre secreto para cualquiera, no importaba quién.

Gracias.

#A su disposición. ¿Debo comunicarle ahora?#

Sí.

En la distancia sonaba el murmullo de conversaciones, como hojas agitadas por el viento.

#¿Sí?#

Era la voz del Oráculo, pero con otra entonación.

Inspiró profundamente, consideró unos instantes el enfocar el asunto con un cierto tacto, luego se dijo que al infierno con ello.

¿Por qué está censurando los bancos de noticias?

#¿Qué?#

Su portavoz afirmó que la ACLE iba a hacer un montón de cosas buenas para la raza humana, así que, ¿por qué está censurando los bancos de noticias?

#¡Buen Dios! Yo no estoy… Un momento, por favor#.

La línea quedó bruscamente muerta. Permaneció sentado, inmóvil, irritado por la rudeza del otro. Al menos podía haberle avisado…

#Lamento mucho haberle tenido esperando#. El hombre sonaba turbado. #Esto es embarazoso. Yo… Nosotros… Ninguno de nosotros tenía la menor idea de que algo iba mal. Debo confesarlo, no he tenido tiempo de examinar los bancos de noticias desde la noche pasada; han sido catorce horas de lo más ajetreado, puedo asegurárselo. Al parecer, la situación es ésta: en sus últimas horas, la Coalición preparó un programa borrador de noticias, y lo puso en línea. Y el maldito programa aún está funcionando. Hemos mantenido una estrecha vigilancia del sistema holofónico, sin embargo, y no parece haberlo afectado, gracias a Dios#.

Sonaba terriblemente sincero. Quizá ahora era el momento para la diplomacia.

Entiendo, dijo Ael pensativo.

#Por supuesto, le agradecemos enormemente el haber llamado nuestra atención sobre este extremo, y le aseguro que tomaremos las medidas adecuadas a la primera oportunidad#

Bien.

#Y en este momento tengo mucha prisa, así que si no hay nada más…#

No, no hay nada más. Muchas gracias.

#Y no olvide ser prudente ahora#.

Seguro, seguro; usted tampoco.

Abrió los ojos. Emde estaba sentada frente a él, observándole intensamente. Se estiró y bostezó.

—Todo arreglado.

—¿Qué se supone que significa esto?

Le resumió su conversación con el miembro de la ACLE.

—¿Y te lo has tragado?

—Emde…

—Dios, eres el rey de los crédulos. Esa gente roba todo el dinero de nuestros impuestos, derriba a la Coalición, nos conduce a ti y a mí a la bancarrota irrevocable…, ¿y crees realmente que van a restablecer la libertad de prensa? ¡Ja! —Se puso violentamente en pie y se encaminó a la cocina.

Él la siguió.

—Emde, robaron el Tesoro de la Coalición, no nuestras cuentas bancarias…, y tuvieron que hacerlo para librarnos de la Coalición. Quizá no lo recuerdes, pero ¿quiénes eran los que intentaban matarme? Supongo que no estarás diciendo que preferirías tenerlos aún al control, ¿verdad?

Ella terminó de llenarse con labios temblorosos su taza de café, luego depositó a un lado suavemente la cafetera.

—¡Al menos no estaría

arruinada! He pasado toda mi vida levantando mi negocio, y vienen ellos y, ¡puf! Todo abajo. Todo lo que tenemos está bloqueado como garantía de nuestras deudas, ¿lo sabes? Han echado sus lazos sobre todo. —Lágrimas de desesperación inundaron sus ojos—. Y hay un hombre en Hartford que va a asesinar a Uwef porque yo no tengo dinero para pagarle. ¡Y todo eso es porque vosotros, malditos seeleys, os creéis mejores que todos los demás! —Su mano temblaba tan violentamente que el café se derramó por toda su muñeca—. ¡Ay! —Se la contempló con aire impotente.

Ael sintió deseos de decir:

Esto también es culpa mía, pero supo contenerse a tiempo. Con dos rápidos pasos estaba a su lado. Le quitó la taza de la mano y la condujo hasta la fregadera.

—El agua fría suele ayudar.

Abrió el grifo, metió la mano de ella debajo, y deslizó su brazo por los hombros de la mujer. Ella se envaró, pero no se apartó.

—Emde, escucha, comprendo lo que han sido estos últimos cuatro días para ti. Sé que los oídos te duelen como el infierno, y lo que significa tu negocio para ti, y que ese Mediador te aterra. Pero no te preocupes, ¿de acuerdo? Tus oídos están curándose, y lo demás se arreglará de una u otra manera.

Con rostro inexpresivo y voz apagada, agitó lentamente la cabeza.

—Me han destruido.

—No intencionadamente, sin embargo, ¿no te das cuenta? Simplemente ha ocurrido. No han ido tras de ti. No como hizo la Coalición conmigo. Y van a hacer algo acerca de ese problema de las comisiones sobre las transacciones, lo han dicho. Vamos, todo se arreglará. No pienses en ello. Lo único que consigues es sentirte peor.

Se volvió para mirarle. El dolor inundó sus ojos: dolor, y amargura, y desolación. Luego se apartó y corrió silenciosamente hacia el dormitorio. Ael se lo pensó dos veces y no la siguió.

Ir a la siguiente página

Report Page