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Moviéndose con exagerada precaución, Ael dejó caer tres cubitos de hielo en el vaso de agua. Sujetó firmemente la botella verde, y llenó el vaso hasta la mitad con escocés doce años. Dejó el grifo abierto unos instantes, luego acabó de llenar el vaso con agua fría. Era su quinto escocés con agua aquella tarde. Se dijo que podía acabar con éste antes de dejarse caer, borracho perdido, en el sofá.

Podía dormir en la cama, por supuesto; oh, sí, la tenía toda para él, y podía moverse de un lado para otro bajo las sábanas todo lo que quisiera sin molestar ni irritar a nadie. Podía dormir en cualquier lado: en el suelo, en la bañera, de pie… Las vacas dormían de pie, ¿no? ¿O sólo eran los caballos? No era que hubiera visto nunca a ninguno de los dos excepto en los holos, pero eso era irrelevante, eso enredaba la cuestión, eso no tenía nada que ver con la situación, que era que no importaba en absoluto donde durmiera, porque iba a dormir solo. Completamente solo. Por el resto de su vida.

Con un resoplido de autocompasión, dio un buen sorbo del líquido. Era tan bueno, pasaba tan suavemente…, odiaba estar solo. Tenía dentro tantas cosas que deseaba sacar al exterior, y nadie sobre quien derramarlas. Uwef estaba fuera toda la tarde. Emde estaba… No quería pensar en dónde estaba Emde.

Se enderezó, sujetando fuertemente el vaso, e inició su travesía hacia el sofá de la sala de estar. Parecía una distancia terriblemente larga, un camino repleto de peligrosos obstáculos y amenazadores quicios de puertas, pero lo conseguiría. De alguna manera.

Apenas acababa de emerger de la cocina cuando sonó el timbre de la entrada. Miró sorprendido hacia el vestíbulo. Todavía era temprano. Uwef no regresaría hasta dentro de varias horas.

—Vídeo.

El rostro de L’i Hachvente le sonrió tímidamente desde el monitor.

Dejó el vaso en la encimera y se metió los faldones de la camisa en el pantalón.

—Abre.

L’i entró con un tímido:

—¿Es demasiado tarde para las disculpas?

Parpadeó e intentó mantenerse estable.

—¿Eh? No, no… lo es. Nunca es demasiado tarde para esas cosas. ¿Puedo ofrecerle algo de beber? ¿O de comer? ¿O algo?

Ella apoyó sonriente una mano sobre su brazo.

—No, gracias, Ael, está bien así. —Lo guió con una suave presión sobre su bíceps izquierdo hasta el diván—. Me detuve sólo para decirle cuánto lamento haberme comportado de una forma tan detestable hace un rato. No he tenido oportunidad de descansar desde hace días, y me temo que me dejé dominar por la tensión. —Se sentó, palmeó un almohadón a su lado, y miró directamente a los ojos de él—. ¿Aceptará mis sinceras disculpas…, por favor?

—Oh, claro, claro. —Se dejó caer cerca de ella. Su perfume llenó su olfato. Era un aroma fresco, como un bosque de pinos tras la lluvia, pero tan delicado que tuvo que concentrarse para gozar de él. Cerró los ojos e inspiró profundamente. Sentía que la cabeza le daba ligeramente vueltas, pero al cabo de un momento lo atribuyó al escocés. Luego se dio cuenta de la impresión que debía estar dando—. Lamento que no hayamos podido localizar el programa, ¿sabe? Está ahí dentro, eso es seguro, pero le diré…

—Oh, lo sé. —Lo dijo como en un suspiro, y se inclinó hacia él—. Consulté a uno de nuestros técnicos expertos después de salir de aquí, y cuando oí lo que me dijo, Ael, me sentí tan avergonzada de mí misma que mi primer pensamiento fue que debía evitar el encontrarme con usted al menos hasta que usted hubiera olvidado todo el incidente. Luego me di cuenta de que era una forma cobarde de actuar. Merece usted mis más humildes disculpas.

Sus ojos tenían el tono rosado más fascinante que hubiera visto nunca…

—Yo…, esto… Gracias. Acepto sus disculpas, es agua pasada y todo eso. ¿De acuerdo?

—¡Oh, sí! —Le sonrió. Luego su expresión se tiñó de simpatía—. He sabido lo de Emde, deseaba decirle cuánto lo siento. Sé lo que debe estar pasando, y si necesita algún oído amigo, o un hombro…, recuerde que yo estoy aquí. —Palmeó ligeramente la rodilla de Ael—. ¿Entendido?

—Gracias. —Su calidez y su evidente preocupación le emocionaron profundamente. Notó que se le humedecían los ojos; tuvo que volver la cabeza.

—Debe sentirse muy solo —dijo ella—. Perder la fuente de su apoyo moral justo en el momento en que ha aceptado una tremenda responsabilidad cívica tiene que ser algo devastador. ¿Lo soporta bien?

Se encogió de hombros, hizo una inspiración, carraspeó.

—Yo…, bueno…

—Comprendo perfectamente. —Apretó su antebrazo—. Creo que necesita usted a alguien que le abrace fuertemente, Ael Elochenta.

Él la miró sorprendido, tanto por su oferta como por su propia hambre de aceptarla. Sin embargo, no dijo nada. Los ojos de la mujer se sumergieron, rosados y sagaces, en los de él cuando lo rodeó con sus brazos. Sus labios se unieron suavemente, se demoraron unos instantes, luego se entreabrieron.

Hundiendo su rostro en el hombro de él, L’i lo abrazó con fuerza. Pese a su incómoda postura de medio lado, el abrazo le hizo bien. Sus esbeltos brazos tenían una poderosa fuerza que le ofrecía refugio, seguridad. Su suave pelo blanco era como seda en su garganta. Emitió un ligero sonido.

—¿Hum?

Arrodillándose en el sofá, ella apoyó las manos en los hombros de él y lo empujó hacia atrás.

—Así —dijo. Se tendió a su lado.

Ael pasó un brazo en torno a la espalda de ella y la atrajo hacia sí. Respiró su perfume, acarició su pelo con una torpe mano tentativa, y la besó de nuevo.

Al cabo de un largo minuto ella rompió el beso y se apartó de él. Le miró directamente a los ojos, y él sintió como si aquella mirada perforara, ardiente, hasta su alma.

Ella adelantó una mano hacia la cadera de él y le acarició.

—¿Seremos molestados aquí?

—No por un tiempo. —Tuvo dificultad en hablar. Su garganta no deseaba pronunciar palabras—. Un par de horas.

—Demasiado, demasiado pronto. —Con un ligero movimiento, saltó del canapé y se puso en pie. Le tendió las manos—. Ven.

Él aceptó su fuerte y fría presa y se puso en pie.

—¿Dónde?

—Por aquí. —Deslizó una mano en torno a su cintura, y le condujo directamente al dormitorio.

Cerró la puerta por dentro.

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