ORA:CLE

ORA:CLE


II » 3

Página 11 de 86

3

Las diez plantas supervivientes estaban tan secas como había esperado, pero ninguna había empezado a marchitarse. Si pasaban demasiada sed, los bonsáis empezaban a perder sus hojas como si hubiera llegado el otoño. Incluso aquella ligera falta de agua precipitaría probablemente algún deshoje parcial.

Recorrió toda la hilera, regando suavemente, procurando no perjudicar el ligero mantillo y las pequeñas plantas de raíces poco profundas que crecían en casi todas las macetas. Una mancha verde en el tronco del gingco llamó su atención; instintivamente tendió la mano hacia el brote, con la intención de arrancarlo antes de que creciera más y se convirtiera en una rama que estropeara la forma del árbol. Luego se detuvo, imaginando el aspecto que tendría el árbol si dejaba —si animaba incluso— que aquella rama se desarrollara, digamos, hasta aquí, y luego la ato para que se doble un poco de este modo, la pellizco, por supuesto, y dejo que el tercio superior, no, la mitad, desarrolle tantas hojas como quiera… Retiró los dedos, complacido por anticipado con la nueva forma que podía adoptar el árbol, viendo ya su maduración.

Siguió recorriendo la hilera, inclinando la regadera, cuya roseta rompía el chorro en una sucesión de pequeñas gotitas que caían como una suave y cálida lluvia sobre los troncos enanos y sobre el musgo y las retorcidas y entrelazadas raíces. Mientras aguardaba a que el agua sobrante brotara por los agujeros del fondo de las macetas y golpeara contra el suelo, inspeccionó tallos y ramas y hojas, arrancando de aquí una oruga de lagarta, frunciendo el ceño ante el borde retorcido y amarronado de la punta de una hoja de glicina. Un par de gorgojos habían invadido el tejo, pero no lo suficiente como para causar alarma. Todavía.

Su DetectDacs sonó al unísono que el de la señora M’te Emdiez. La mujer exclamó:

—¡Dacs, Ael! —y desapareció en el interior de su apartamento con un roce de tela acolchada.

Se volvió en redondo, buscándolos…, allá estaban, en las afueras del puerto, a medio kilómetro de altura: un par de dacs jugando a perseguirse sobre el agua. Pero había que ser prudente. Cruzó la terraza, se metió dentro, cerró las puertas y las aseguró por dentro con un gesto reflejo de los dedos. Un encuentro al día era más que suficiente para él.

Se detuvo y miró al DetectDacs, preguntándose por qué había funcionado esta vez y no la anterior. Luego agitó la cabeza. Investigar aquello estaba más allá de sus posibilidades. Esperaba simplemente que Yei le hiciera saber lo que había ocurrido.

Dejó la regadera en una estantería entre la cocina y el comedor, cruzó el masitransmisor (porque le hacía sentirse valiente; siempre lo había hecho. Era perfectamente seguro: sensores en el suelo, paredes y techo bloqueaban cualquier recepción hasta que la cabina hubiera sido evacuada…, pero pese a todo le gustaba ese ligero hormigueo de excitación), y se dirigió a su reclinador.

Echó el respaldo hacia atrás, tomó el teclado del ordenador de su repisa y conectó la pantalla. Ajustó el ángulo del monitor para poder mirarlo sin tener que doblar el cuello. Sus dedos se agitaron sobre las teclas: caracteres, palabras, frases, aparecieron en la pantalla. Le sorprendió lo fácil que le resultaba contar su historia…, hasta que se dio cuenta de que la estaba comparando a la preparación de un documento erudito. Está bien, dijo, retrocediendo para cambiar «grande» por «amplio», porque ya había utilizado «grande» cuatro veces en aquella misma página, no necesito poner notas a pie de página en esto. Se va mucho más rápido cuando no tienes que abrir las ventanas de tu memoria cada tres líneas.

En menos de una hora lo había contado todo, incluso la nausea que se había apoderado de él cuando la cabeza alienígena había golpeado hacia atrás contra el suelo de la terraza. Acudió a un programa rápido de revisión de estilo y gramática, y lo dejó listo para enviarlo al terminal de Emde.

Entonces se detuvo. Se mordió el labio, volvió a leer los párrafos que hablaban de los otros que habían matado a dacs y sus destinos. No estaba seguro, pero parecía probable —dados los hábitos de la Coalición— que Yei Betrentiseis deseara revisar el artículo antes de que Ael y Emde lo registraran. Uno nunca sabía lo que esa gente podía considerar como una amenaza a la eventual erradicación de los dacs por parte de la Coalición, y siempre resultaba prudente consultarlo antes.

Tecleó el número local de la Coalición en su holófono, y aguardó a que la esfera de luz se coagulara en un recepcionista.

Tomó su tiempo. Dieciocho timbrazos, de hecho.

—¿Sí? —Tenía una cabeza cerúlea y una nariz quirúrgicamente recortada. Una triple papada pendía bajo su garganta. Su voz no podía sonar más hastiada.

—Desearía hablar con el comandante Yei Betrentiseis, por favor.

—¿Y el resto de su ID\Af?

—Lo desconozco, lo siento.

El recepcionista lanzó un ligero bufido y consultó su teclado. Sus delgadas cejas negras oscilaron una vez. Luego alzó la vista.

—Lo siento —dijo.

Ael frunció el ceño.

—¿No está disponible?

—No tengo la menor idea respecto a su disponibilidad, señor…

—Ael Elochenta. No entiendo lo que quiere decir.

—¿De veras? —El recepcionista frunció los labios—. Entonces déjeme decírselo más claramente: nadie con ese nombre trabaja aquí.

El reclinador recuperó su posición habitual con un chasquido cuando Ael se inclinó bruscamente hacia delante.

—¿Qué? Pero…

La brillante esfera estalló como una pompa de jabón. Una ligera voluta de humo se alzó del alojamiento láser.

Ir a la siguiente página

Report Page