ORA:CLE

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VIII

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Cuando los seeleys hablaban —individualmente, a algunos colegas en particular, o a toda la asamblea—, el Oráculo enviaba cada comentario sólo a tantos individuos como parecían requerir el contexto y las intenciones de quien hablaba. Una conversación entre dos interlocutores podía parecer entonces como una de las antiguas llamadas telefónicas.

Ahora, sin embargo, mientras la asamblea de expertos terminaba de digerir las conclusiones del actuario, todo el mundo quería hablar con todo el mundo. Veinte mil voces rugieron en la oscuridad. Sonaba como una convención celebrada en un ascensor.

#¡Ridículo!#, exclamaba uno; y a continuación:#Ridículo una mierda; ¡tiene que ser cierto!# #¿Está acusándoles de genocidio?# #Sería más bien un aristocidio, pero ¿quién demonios sería lo bastante loco como para…?#

A Ael le dolía la cabeza. No podía mantener un control de quién estaba diciendo qué, no cuando veinte mil voces se entrelazaban y se sobreponían las unas a las otras. Preguntó al Oráculo:

¿Qué efecto tendría sobre la cultura matar a todos los seeleys?

Pero al parecer El Oráculo creyó que también hacía su pregunta a la generalidad, porque alguien respondió:

#¡Absolutamente ninguna!#

#¿Qué dice, eliminar a veinte mil de los más brillantes…?#

#La población mundial…#

#¿No dependería eso a la vez del índice de asesinatos y del índice de reemplazos?#

#Sí, como si retirásemos con una espumadera la crema de…#

#¡Cielos, pasaría un millón de años antes de que alguien observara algún efecto!#

#Tiene razón, y además, piensen en todos los libros almacenados en los bancos…#

¿Están ahí?, preguntó Ael.

#Bueno, sí, por supuesto…#

Mi tesis doctoral ha sido dañada. ¿Qué me dicen de las suyas?

La pregunta partió en oleadas, como la onda de choque de una bomba. Por un momento la cámara en sí pareció contener el aliento. Luego un nuevo estallido de ruido brotó por todas partes a medida que centenares de seeleys descubrían que sus libros, ensayos y artículos habían desaparecido por completo de los bancos de datos.

El Oráculo dijo:

#Damas y caballeros, ¿puedo sugerir un breve receso mientras ordenan sus pensamientos? Con veinte mil de ustedes hablando, e interrumpiendo, simultáneamente, el nivel de confusión general ha ascendido tan alto que controlarlos a todos supera incluso mis capacidades#.

Con lo cual los devolvió a todos al tiempo y al mundo reales.

Aturdido por el brusco final de la interface, Ael miró a su alrededor. Los limpiadores de alquiler se habían marchado, dejando el apartamento despejado y limpio. Terrible, mecánicamente limpio: la moqueta lavada al champú hasta adquirir una resplandeciente esponjosidad; las paredes frotadas, reparados todos los desperfectos y pintadas, pero no replantadas; las ventanas cubiertas con cristales tan nuevos que sólo el sistema acondicionador de aire convenció a Ael de que los marcos sostenían un cristal.

¿Pero dónde habían ido a parar los muebles? El lugar parecía como si estuviera esperando ser alquilado de nuevo. Vagó de habitación en habitación, abriendo puertas al azar y mirando dentro. Ningún mueble en ninguna parte. Sin embargo, en cada rincón había ordenadas pilas de cajas de plástico marrón, cada una llena de papeles, documentos o… Abrió una en la habitación vacía que había sido el despacho de Emde, y dentro encontró los diskettes cuidadosamente etiquetados que ella utilizaba como copias de seguridad de todo lo que tenía almacenado en línea.

—¿Dónde demonios ha ido a parar todo?

Se oyó el resonar de una puerta, y dio un salto.

—Lo siento. —Uwef Denoventi emergió del armario empotrado de la entrada—. No pretendía sobresaltarle. Ya le dije que su compañía de seguros iba a pagar por todo lo que contenía el lugar. Recibirá un nuevo juego de equipo doméstico completo, Ael. Desde el jabón hasta los cascanueces. Empezarán a enviarlo todo tan pronto como esté instalado el masi. —Miró su reloj—. Otro par de horas, supongo.

—Me pregunto si vale la pena —dijo Ael lúgubremente.

—¿Quiere decir que va a mudarse pronto? Bien, podemos preguntarle a Emde, ver si desea que sea reemplazado todo lo destruido, o quizá prefiere aguardar a…

—No, no es eso lo que quería decir. Yo… —Miró fijamente al viejo—. Oh, no importa.

Uwef le devolvió la mirada con unos ojos firmes y brillantes.

—Malas noticias del Oráculo, ¿eh?

—Puede decirlo.

—¿Qué?

—Oh. —Hizo un gesto con la mano.

—No, vamos, cuéntemelo.

—Bueno, mire, Uwef…

—Vamos, ¿piensa que voy a ir por ahí repitiendo todo lo que me diga? Ael, sé ya que la Coalición ha intentado eliminarle un par de veces. ¿Qué puede decirme que sea peor que eso?

Ael lanzó una carcajada corta y lúgubre.

—No se trata sólo de mí. Se trata de todos los seeleys, en todas partes. Los veinte mil.

—¿Han intentado liquidarlos a todos hoy?

—No, no…, parece que lo están haciendo lentamente. Montones de accidentes. Enfermedades. Ese tipo de estadística ha dicho que nuestro índice de mortalidad es el doble del normal. Y no sólo eso: también están borrando nuestros libros. Poco a poco, nos están haciendo desaparecer.

—¡Eso es una locura!

Ael asintió.

—¡Lo que ninguno de nosotros puede imaginar es por qué!

—¿Quiere decir que eso representa alguna diferencia?

Lo inesperado de la pregunta le hizo echarse atrás, con los ojos muy abiertos.

—¿Eh?

—La muerte es la muerte, Ael. —Uwef hundió las manos en los bolsillos de sus pantalones—. Si tiene un perro rabioso mordiéndole los talones, usted no se entretendrá yendo de un lado para otro preguntando: ¿«Por qué»? ¿«Por qué»? ¿«Por qué»? Cerrará su puerta con llave, o echará una red sobre el animal…, o le pegará un tiro. —Sacó su mano derecha del bolsillo. Sujetaba la pistola del dac—. Encontré eso en una de las alacenas de la cocina. Pensé que desearía conservarla. Tome. —Se la tendió—. Tiene una empuñadura rara.

—Oh… —Sopesó el arma en su palma, intentó hallar una explicación.

—No tiene que decir nada. Pero yo mantendría eso más a mano que en la cocina. Si tiene a alguien mordiéndole los talones, puede que la necesite con urgencia.

—Gracias. —Se la metió en el bolsillo.

—Así que, ¿qué es lo que planean hacer ustedes?

—Todavía no tenemos ni la más remota idea, Uwef.

—¿Puedo hacer una sugerencia?

—Por supuesto.

—Hagan lo que hagan, asegúrense de que lo hacen todos juntos. —Tosió en su puño cerrado—. Creo que fue Ben Franklin quien dijo, hace mucho tiempo, cuando estaban planeando la revolución, algo así como: «Dejemos que nos cuelguen a todos juntos, caballeros, o ellos se asegurarán de colgarnos separadamente». Es un buen consejo cuando tienen ustedes algo tan grande como la Coalición tras ustedes.

—Es probable que tenga razón.

—Tengo razón, y usted lo sabe… —Sonó el timbre de la puerta—. Déjeme decirle una cosa: si necesitan ustedes algún tipo de ayuda que yo pueda proporcionarles, simplemente dígamelo, ¿de acuerdo?

—Gracias. —Fue a la puerta—. Vídeo.

Uwef dejó escapar una risita.

—Su ordenador no funciona, ¿recuerda? Tendrá que hacerlo a la manera antigua…, use la mirilla.

—Oh. —Entrecerró los ojos y miró por la pequeña lente. Un carrito azul y blanco aguardaba en el descansillo, agitándose hacia delante y hacia atrás sobre sus ruedas—. La Compañía Holofónica.

—Bien, dejémosle entrar.

Ael hizo girar el pomo de la puerta…, después de meterse la mano en el bolsillo. El metal alienígena le dio confianza. No creía realmente que al otro lado hubiera un asesino disfrazado, pero…, mejor asegurarse que lamentarlo luego. Abrió la puerta.

—Hola, oí que había vuelto a tener problemas. —El carrito entró rodando en el vestíbulo—. ¿Está bien su esposa?

—Estará bien, cuando se haya curado del todo.

—Una dama encantadora; lástima que le haya ocurrido esto. Gas joviano, por Júpiter. —Hizo una pausa, expectante—. Hey, eso fue un chiste.

—No es divertido —dijo Uwef.

—Hey, ¿usted no vivía…? ¿Uwef Denoventi?

—Ajá. ¿Quién…?

—¿El nombre «Transistor» no te dice nada?

—¡Mierda de mierda! ¿Cuánto tiempo hace, treinta años? ¿Qué demonios estás haciendo trabajando para la Compañía Holofónica?

—Mi oficial de Libertad Provisional me lo explicó claramente: si quieres seguir robando, mejor hazlo legalmente. —Volvió sus lentes hacia Ael—. ¿Las mismas localizaciones?

—Por favor.

—De acuerdo. —Las ruedas resonaron sobre el suelo de parquet mientras se dirigía hacia el estudio.

—¿No te importa si miramos? —preguntó Uwef.

—Infiernos, ni siquiera me daré cuenta. La instalación es un trabajo automático, de modo que una vez haya fijado…

—Oh, no —dijeron Ael y Uwef simultáneamente.

El carrito frenó.

—¿Qué ocurre?

—¿Recuerda lo que ocurrió la última vez que su carrito estuvo aquí en automático? —dijo Ael.

—Oh, vamos, muchachos. Estoy llevando tres trabajos a la vez, y…

—Esto… Transistor.

—¿Sí, Uwef?

—¿Te dice algo la ID\Af «EPC70 CFCCUA GPVY»?

El carrito no se movió, pero su altavoz escupió el sonido de una mano dando una fuerte palmada contra una consola.

—¿Cómo descubriste eso, Uwef?

—Transistor, no olvides que estás hablando con Uwef Denoventi. Bien. ¿Vas a manejar esto personalmente? ¿O crees que puedes convencer a tu oficial de LP que realmente no son tus electrohuellas las que figuran en esa reparación?

—¿Reparación? Oh, mierda, tú no me harías eso, Uwef.

—Ael es mi anfitrión aquí. He de demostrarle que soy un buen huésped, ¿sabes?

—Lo cual quiere decir que lo harías, ¿eh?

—Sin parpadear.

—De acuerdo. Instalación personal, marchando. Sólo condúceme al lugar.

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