ORA:CLE

ORA:CLE


VIII » 2

Página 26 de 86

2

Instaló los tres nuevos holófonos —uno en el despacho, otro en el estudio y el tercero en la sala de estar— en menos de media hora. Ael y Uwef supervisaron atentamente toda la operación, aunque Ael se sentía como un estúpido haciéndolo, pues él era un sinólogo, no un técnico electrónico. «Transistor» podía cablear paquetes de explosivo plástico en cada receptor, y Ael nunca se daría cuenta de ello.

Le desconcertaba saber la ID\Af del reparador. Era inquietante. Una realidad de la vida era que aquéllos que cuidaban de tus aparatos electrodomésticos se manifestaban sólo en forma de otros aparatos. Llegaban hasta tu puerta como cajas metalizadas que rodaban sobre ruedas de plástico. No tenían nombres, tenían logotipos.

Ael no podía dejar de ver a «Transistor», en vez de sus manipuladores; se preguntaba constantemente dónde viviría el tipo, y si le gustaba su trabajo, y cómo demonios podía haberse visto mezclado alguna vez con alguien como Uwef Denoventi.

Una vez «Transistor» (Ael ya no podía pensar en él como «el carrito») se hubo ido, se lo preguntó a Uwef.

—En una ocasión me ayudó a depurar un programa. —Uwef pareció pensativo por un momento—. Infiernos, el estatuto de limitaciones ya ha expirado, de modo que puedo decirle de qué se trató. Era un programa estupendo. Primero, establecía como unas seis mil cuentas ficticias, esparcidas desde Cleveland a Río, o de oeste a este de océano a océano. Yo tenía un aparato realmente bueno, de modo que sólo necesité diez minutos para llevar a cabo esa parte de la operación. Luego transmitimos el programa a los bancos de la Compañía Eléctrica de Cleveland justo antes de que calcularan su paga. Lo que hizo fue que, después de que su programa de paga calculara lo que la CEC debía a cada persona, pero antes de que el programa bombeara una orden de crédito a la cuenta bancaria de esa persona, nuestro programa cambió su ID\Af y su información bancaria. Así, la orden de crédito fue a parar a nuestras…

—Pero…

—Espere. —Uwef alzó una mano—. Puedo ver adónde quiere ir, pero déjeme terminar. De acuerdo. Tan pronto como el ordenador de la CEC mandó sus órdenes de pago, nuestro programa le dijo que volviera a cambiar las ID\Af y las informaciones bancarias a su estado anterior, y borrara la información falsa. Así (se trata de una compañía pequeña), una hora más tarde se han efectuado todos los pagos. Hay dinero en cuatro mil de esas cuentas ficticias. Nuestro programa procede a borrar todos los registros de las transacciones en la CEC, se desliza a los ordenadores del banco de la CEC, donde hace lo mismo, y finalmente se borra a sí mismo. Luego, y eso es lo realmente astuto…

—Uwef. —Estaba empezando a hacerse tarde. Quería llamar a Emde, no importaba lo que dijeran los doctores acerca de esperar hasta la mañana siguiente—. Me gustaría…

—Espere. Escuche. Es un poco complicado, pero creo que podrá seguirlo. En ese punto teníamos dos millones en cuatro mil cuentas separadas. El programa…

—Que usted ha dicho que se borró a sí mismo.

El rostro de Uwef se crispó, exasperado.

—La copia en las memorias de la CEC, por supuesto. Pero nuestra copia aún se halla funcionando. El programa sigue actuando y cambia todas las ID\Af de esas cuatro mil cuentas, sólo para confundir un poco más las cosas, luego traslada todo el dinero a un millar de cuentas originales que nunca fueron utilizadas, y cierra las primeras cuatro mil cuentas. El rastro ya está malditamente confuso para cualquiera que intente seguirlo, pero cada una de esas mil cuentas «compra» lo suficiente a través de cincuenta y tres casas distintas de masiventa por correspondencia como para vaciar sus saldos. Luego son canceladas. Esas casas de masiventa por correspondencia se hallan en serios problemas financieros, sin embargo, de modo que con el producto de sus ventas pagan a sus doscientos proveedores distintos y cierran el negocio. Esos proveedores, que somos yo, Transistor y el programa, por si aún no lo había comprendido, utilizan entonces el dinero para comprar más productos, que hacen circular y venden a auténticas casas de masiventa por correspondencia. Todo esto en aproximadamente cuarenta y cinco minutos.

—No puedo creer que se saliera usted con bien de todo eso.

—Bueno, la verdad del asunto es… —Uwef se encogió de hombros—. No nos salimos. Nos atraparon unos dos años más tarde, pero por aquel entonces cada uno de nosotros teníamos más o menos unos veinte millones a nuestra disposición, y podíamos permitirnos auténticos buenos abogados.

—Entonces, ¿por qué ha hecho toda esa comedia al principio acerca del estatuto de limitaciones y todo eso?

El viejo sonrió.

—No creí que fuera usted a escucharme hasta el final si empezaba diciendo: «Déjeme contarle un truco que hicimos y que salió mal».

—Oh, Jesús.

—Los tecs del masi ya tendrían que estar aquí…, déjeme llamarles y decirles que se apresuren.

—De acuerdo, y yo llamaré a Emde.

—Suponiendo que esté despierta —dirigió a Elochenta una mirada de conmiseración—, ¿cómo piensa que va a oírle?

—Esto es Connecticut, Uwef. No sé cómo funcionan las cosas allí en Florida, pero aquí todos los holófonos de los hospitales poseen un programa tradvoz.

—Oh. —Pareció avergonzado—. Lo olvidé. Bien, transmítale mis saludos. Y veré si puedo hacer que traigan aquí el masi lo antes posible.

—Gracias. —Fue a su estudio, se sentó en la moqueta desnuda (pero, ahora que había sido lavada a conciencia, sorprendentemente blanda), y llamó al hospital.

No existía la habitación 8792. La señora M’te Emdiez había entendido mal. Así que preguntó por Emde Ocincuenta.

La centralita negó al principio que Emde estuviera allí, luego confesó que el programa que introducía las nuevas admisiones en el directorio había estado fallando últimamente, pero que podía pasarle a Facturación, que seguramente sabría todos los datos que solicitaba puesto que sus máquinas siempre funcionaban a la perfección. Sin ningún fallo.

Facturación, sin embargo, insistió en que el Código de Confidencialidad del hospital impedía revelar nada sobre un paciente que, si no se había registrado voluntariamente en el directorio, era porque obviamente buscaba el anonimato y la intimidad.

Y tras decir esto Facturación se desconectó. Gruñendo, llamó a la Sala de Urgencias, donde no sabían la habitación pero sí sabían la planta, de modo que le pasaron a la oficina de la planta ochenta y dos. Allá, una eficiente enfermera tan almidonada que debía crujir cuando respiraba, le indicó que solamente los familiares más directos podían hablar con la señora Emde Ocincuenta, y que si el que llamaba no podía mostrar una ID\Af a fin de identificarse, podía esperar hasta que la señora Emde Ocincuenta le llamara, el hospital diera de alta a la señora Emde Ocincuenta, o se helara el infierno…, lo que ocurriera primero.

Probó de nuevo la centralita, y obtuvo la misma operadora, que, ahora que conocía el número de planta para reducir la búsqueda, se mostró dispuesta a efectuar un rápido rastreo por eliminación para determinar en qué habitaciones no podía estar Emde. Según el directorio, sólo había dos habitaciones libres en la planta. La servicial operadora probó ambos números para él.

Emde respondió al segundo. Llevaba vendajes en los oídos, una bata de hospital de color limón pálido, y tenía un teclado en el regazo. Sus ojos azules, enrojecidos por la explosión y apagados por los sedantes, consiguieron chispear ligeramente cuando la imagen de su esposo se formó ante ella.

Ael miró su reloj. Veinte minutos. Considerando todas las dificultades a las que había tenido que enfrentarse, era un buen tiempo.

Las palabras impresas aparecieron en una especie de balón blanco que parecía pegado al labio superior de Emde:

—HOLA, AEL. EL TRADVOZ FUNCIONA. PERDONA LA SINTAXIS; TECLEO LENTO. PUEDES LEERLO, O PASAR A VOZ SINTÉTICA. TÚ ELIGES.

Vaya elección. Podía hablarle a un personaje de tira cómica, o escuchar una monotonía metálica. Como El Oráculo, pero con menos sofisticación.

—Leeré. —Al menos eso le permitiría dar a las palabras de Emde la inflexión que desease…—. ¿Cómo te encuentras?

El balón en la boca de ella desapareció cuando él habló; Emde aguardó a que las palabras se formaran en otro balón similar en la imagen de él. Asintió cuidadosamente.

—BIEN, SUPONGO. NO HAY DOLOR. ZUMBIDOS… —Señaló sus vendados oídos—. EL DOC DICE QUE HARÁ UNA OBSEVRA… —Frunció el ceño, pulsó el retroceso y borró las últimas tres letras—. … RVACIÓN ESTA NOCHE. MAÑANA IRÉ A CASA.

—No te preocupes por los fallos de tecleo, ¿eh?

—¿QUÉ? MALDITO PROGRAMA ÉSTE. CITO LO QUE HAS DICHO: «NO TE PREOCUPES POR LOS GALLOS DE (GRUÑIDO)». ¿HAS DICHO REALMENTE ESO?

—Dije… —Se lo pensó mejor y lo refraseó—: No te preocupes por los errores tipográficos. ¿Correcto?

—¡AH! ¡CAPTADO! NO ME PREOCUPE. ¿CÓMO ESTÁS TÚ?

—Muy bien, querida…, terriblemente preocupado por ti, pero estaba fuera, así que no me pasó absolutamente nada.

Por un momento ella pareció desconcertada. Imaginó que el programa traductor debía haber escrito probablemente «querida» como «herida»…, pero luego su frente se alisó de nuevo y escribió:

—¿QUÉ OCURRIÓ?

Dudó unos momentos. Alguien podía estar monitorizando la línea. No se había preocupado por aquello durante la interface, porque El Oráculo no permitía que nadie escuchara sus conversaciones internas, pero ahora… Decidió no preocuparla. Si la Coalición sabía que él sabía, entonces quizá lo dejaran tranquilo…, o lo mataran sobre la marcha, abiertamente. Y mejor que intentaran lo segundo mientras Emde se hallaba fuera de su alcance. No quería que volviera a resultar herida por culpa de él.

—No hay ninguna prueba —dijo—, pero parece que la Coalición desvió un cargamento de gas joviano dirigido al Laboratorio de Astrofísica de Yale hasta nuestro masi.

Emde necesitó unos instantes para asimilar aquello. Parpadeó. Sus dedos se agitaron sobre el teclado.

—¿QUÉ? ¿POR QUÉ?

—No lo sabemos.

—¿«SABEMOS»? ¿TÚ Y UWEF?

—ORA:CLE…, hemos celebrado una conferencia seeley esta tarde. Alguien va tras nosotros…, y ha pillado ya a unos cuantos. ¿Quién tiene ese tipo de poder, excepto la Coalición?

—NADIE. ¿UN ERROR?

—No lo creo. —Le contó brevemente lo que Uwef afirmaba haber descubierto, y luego le relató lo dicho por el estadístico actuario y sus conclusiones—. Más tarde volveremos a reunirnos y…

Ella agitó dubitativa la cabeza.

—¿Qué ocurre?

Tecleó cuidadosamente:

—NO ME GUSTA NADA DE ESTO. ALGO MUY MALO VA A OCURRIR. NO TE MEZCLES EN ELLO.

—Pero ya estoy mezclado.

Emde frunció los labios.

—LA COA HA ESTADO MATANDO TRANQUILAMENTE, DISCRETAMENTE: UNO AQUÍ, UNO ALLÍ. SI LOS CLE ACTÚAN, ARMAN BARULLO, LO QUE SEA, ENTONCES LA COA IRÁ PRIMERO A POR LOS MÁS RUIDOSOS, TE DEJARÁ EN PAZ. SI TE MANTIENES QUIETO, TE MANTENDRÁS A SALVO.

—Hasta que haya terminado permanentemente con todos los «ruidosos». Entonces volverá a por mí.

—¡NO! LA COA TENDRÁ QUE ACABAR CON LOS RUIDOSOS RÁPIDAMENTE, LO CUAL QUIERE DECIR TORPEMENTE. SE ORGANIZARÁ UN GRAN ESCÁNDALO, HABRÁ UNA GRAN INDIGNACIÓN PÚBLICA. LOS ALTOS CARGOS SE VERÁN COMPROMETIDOS, ACUSADOS, IRÁN A PRISIÓN. TODO EL ASUNTO TERMINARÁ, TÚ ESTARÁS A SALVO. ¿ENTIENDES? ES COMO EN LA GUERRA: LA PRIMERA LÍNEA ES PELIGROSA, LA RETAGUARDIA ESTÁ BASTANTE SEGURA.

—Y tú quieres que me esconda en la retaguardia hasta que estalle todo el asunto, ¿no es eso lo que estás diciendo?

—¡Sí!

—Emde, si mueren otros seeleys, yo no puedo…

—TÚ ERES LA ÚNICA PERSONA EN ESTE MUNDO QUE ME PREOCUPA. DEJA QUE LAS ESPOSAS DE LOS OTROS CLE SE PREOCUPEN POR SUS MARIDOS; LO QUE YO TE DIGO ES: NO TE DEJES MEZCLAR EN ELLO.

—Emde…

—MALDITA SEA, ALL80, ¿QUÉ SE SUPONE QUE DEBO HACER YO SI TE MATAN? ¿INCLUSO POR UNA BUENA CAUSA? ¿CON QUIÉN VOY A DORMIR, CON UN RECUERDO? TE QUIERO A TI, NO UNA PLACA EN ALGUNA PARED. SI TE CONVIERTES EN UN MÁRTIR, SERÁS UN CONDENADO MAL MARIDO.

Instintivamente, Ael tendió la mano hacia la holoimagen. Deseaba tocarla, asegurarle que todo iba a ir bien, pero que tenía que mezclarse en el asunto porque tenía que hacer algo para garantizar su supervivencia… Naturalmente, su mano atravesó la esfera de luz, y se sintió como un estúpido.

—Emde, yo…

#Señor Ael Elochenta, la conferencia está a punto de reanudarse#.

Sí. Estaré ahí en un minuto.

#Muy bien, señor#.

—Emde, tengo que irme…, la conferencia va a empezar dentro de un minuto.

Los dedos de Emde se agitaron sobre las teclas:

—ALE…

—Mira, estaré bien, no te preocupes por mí. Simplemente concéntrate en ponerte bien. Oh, Dios —dijo, recordando de pronto—. Escucha: Uwef está reemplazando el mobiliario; será mejor que contactes con él en el número de la sala de estar y compruebes sus gustos. Creo que lo ha encargado todo idéntico a lo que resultó destruido, pero será mejor que lo verifiques. Te llamaré más tarde, ¿de acuerdo? Te quiero, Emde. —Le envió un beso y tendió la mano hacia la tecla de desconexión.

Pero ella estaba escribiendo algo, así que aguardó a leer:

—¡SI HACES QUE TE MATEN, NO VOLVERÉ A HABLARTE EN TODO EL RESTO DE TU VIDA!

—De acuerdo. —Sonrió—. Te veré luego, querida.

Desconectó el holoteléfono. De la cocina llegaban ruidos de roces metálicos; supuso que habían llegado los técnicos con el nuevo masitransmisor. Esperó que Uwef estuviera supervisándolos, porque tenía que entrar en interface.

Se agitó, cansado, y se sumergió en la interminable oscuridad de la caverna.

Ir a la siguiente página

Report Page