ORA:CLE

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IX

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IX

El sol aún estaba oculto tras del horizonte oriental; el aire permanecía inmóvil, como si el mundo estuviera conteniendo la respiración. Ael abrió las puertas correderas y se aventuró en la terraza. Con la regadera medio llena de agua en la mano, observó cautelosamente en busca de dacs.

Había dormido mal. Estaba acostumbrado a luchar por la posesión de las sábanas, a los abrazos soñolientos y a un cuerpo cálido acurrucado contra su espalda. La última noche que había dormido solo había sido la anterior al día de su boda. No le gustaba.

Como tampoco le gustaba salir al exterior cuando su DetectDacs podía haber sido manipulado de nuevo.

Y odiaba el hecho de que su regadera estuviese media vacía. Le recordaba el hecho de que sólo le quedaban dos plantas…, que hoy, debido a que alguien, en algún lugar, deseaba su muerte, nueve queridas obras de arte se pudrían en Chapel Street.

Miró de nuevo a su alrededor, palmeando su bolsillo para tranquilizarse. El cielo se veía pálido y vacío; el bosque, abajo, oscuro y repelente. Había cinco ventanas iluminadas en el edificio de enfrente…, sin duda teleoperadores en turno de noche.

Palpó la tierra del ginkgo. Húmeda todavía; volvería más tarde. Y el olmo chino…, frunció los labios. Sus hojas se estaban poniendo amarillas, presumiblemente a causa del trauma. Y su tierra también estaba húmeda. Podía haberse quedado dentro.

Sobre su cabeza, un helicóptero agitó la calma de antes del amanecer con duros y rítmicos golpes de rotor. Alzó la vista, pero no vio nada. El sonido se alejó.

Dejó en el suelo la regadera, dio a cada maceta un cuarto de vuelta para dejar que el sol alcanzara el lado que había estado en la sombra, a fin de que los dos supervivientes crecieran de forma regular. Luego se inclinó sobre la barandilla y observó cómo se iluminaba el cielo al este.

Del bosque de abajo brotó un grito. Lo ignoró. Lo más seguro era que fuese un callejero luchando con un perro salvaje; no podía ayudar a ninguno de los dos. Y ninguno de los dos apreciaría tampoco su ayuda. Podía llamar a un azul, por supuesto, y el azul echaría al perro, pero luego el callejero se escondería, o el azul lo detendría, o el callejero dejaría al azul fuera de combate… Su acto no habría servido absolutamente de nada.

El informe aún no había llegado a los bancos de datos. El Oráculo había intentado introducirlo durante toda la noche, pero los monitores de la Coalición seguían atrapándolo y borrándolo. Le costaba culparles por ello. Todos los miembros de la Coalición perderían su trabajo y quizá su libertad si la noticia se difundía. Naturalmente, estaban desesperados.

La última gran pregunta era por qué había ocurrido todo aquello.

No era como si el mundo fuera una ciudad confuciana en la que la riqueza derivaba del poder político, el cual a su vez derivaba del nacimiento real o de la riqueza existente o de superar un examen administrativo enteramente basado en un extenso conocimiento de los clásicos. En ese tipo de sociedad, príncipes, mercaderes y eruditos se desafiaban de forma automática entre sí, porque simplemente no había bastante para todo el mundo.

¡Pero esto era 2188! Con riqueza y oportunidades suficientes para todo el que tuviera talento, para cualquiera que poseyera la habilidad, el deseo y la voluntad de desarrollar su potencial. Así que, ¿por qué estaban los políticos eliminando a los intelectuales?

Se reclinó en la balaustrada. El frío hierro forjado se clavó en sus antebrazos. Gebe Unoventa estaba muerto. Otro seeley desaparecido. Parecía imposible, pero…, ¿podía la Coalición haber iniciado aquel incendio? Que la Coalición estuviera asesinando seeleys era una prueba de su locura, pero ¿podían estar tan locos?

Dentro sonó el timbre de la puerta. Abajo, las copas de los árboles se agitaron violentamente…, y un dac surgió aleteando del follaje. ¡Maldita sea, han vuelto a neutralizar la alarma! Con el ceño fruncido, agarró la regadera y corrió de vuelta dentro, cerrando tras él las puertas de la terraza. Suavemente, procurando no despertar a Uwef Denoventi, que roncaba en el armario empotrado junto a la puerta de entrada, llamó:

—Vídeo.

La pequeña pantalla encima de la puerta se iluminó, luego se precisó en la imagen algo borrosa de un camillero con el logotipo del Hospital Yale-New Haven en la frente. Desconcertado, Ael dijo:

—Abre.

La puerta se abrió hacia dentro. La máquina entró en el apartamento sobre sus patas de araña.

—Buenos días, señor Ael Elochenta. —Hablaba con voz apenas más alta que un suspiro—. Traemos a su esposa a casa. —Tras él apareció un segundo camillero; entre los dos llevaban a Emde Ocincuenta en una camilla. Pálida, con círculos oscuros bajo sus ojos, consiguió esbozar una sonrisa y un saludo con la mano—. Los oídos de la señora Emde Ocincuenta están aún muy sensibles, señor. El doctor nos dijo que se lo advirtiéramos, y que se asegurara de que siga llevando sus orejeras. ¿Dónde está el dormitorio?

—Por aquí. —Los condujo hasta allí y apartó las mantas. La metieron suavemente en la cama. Mientras uno esponjaba su almohada, el otro dobló la camilla hasta convertirla en un paquete del tamaño de un maletín. Ael dio a su esposa un beso en la frente.

—Buenos días, amor. Es bueno tenerte de nuevo en casa.

—Es bueno estar en casa —murmuró ella. Los camilleros se preparaban para irse, así que dijo:

—Vuelvo en seguida —y les siguió al vestíbulo—. Disculpen.

Uno de los camilleros volvió su lente hacia él.

—¿Sí, señor?

—¿No es un poco pronto para este tipo de cosas?

—Sí, señor, lo es, pero tenemos un montón de entregas que hacer hoy, y su esposa era una de las pacientes que estaba en condiciones de ser trasladada temprano. Supongo que ha sido eso.

—¿Supone? —dijo secamente.

—Bueno, nosotros no decidimos quién va cuándo. El Departamento de Salidas del Yale-New Haven se limita a entregarnos una lista: esta persona a esta hora, esa otra persona a esa otra hora.

—De acuerdo. —No podía decir nada más sin sonar paranoide.

—Tenemos que irnos. No olvide ser prudente.

—Ustedes tampoco. —Cerró la puerta—. Cierra. —Los pasadores volvieron a su lugar con un ligero chasquido. En el dormitorio, Emde estaba levantada y vistiéndose.

—¡Hey!, ¿qué ha…?

Ella retrocedió y se tapó los oídos.

—Oh, lo siento —dijo en voz mucho más baja—. Lo olvidé. ¿Pero qué estás haciendo?

—Puedo caminar, Ael. De veras. El único problema es que esos nuevos tímpanos estarán muy sensibles durante un tiempo, eso es todo. Y por supuesto tengo un par de costillas magulladas. Pero hubiera podido venir andando desde el helicóptero, si me hubieran dejado. Son las reglas, dijeron. —Se puso unas orejeras en la cabeza.

—Siempre son las reglas. —Ael hizo una mueca—. ¿Quieres que te traiga algo para desayunar?

—¿Café y un poco de zumo?

—Marchando. —Empezó a darse la vuelta.

—Y quizá unos croissants también, si tienes algunos frescos.

No pudo evitar una sonrisa.

—Por primera vez en años, amor, todo es fresco…, te garantizo que nada tiene más de dieciocho horas.

Unos pocos minutos más tarde Emde se sentaba frente a él. Se había aplicado un poco de maquillaje que no conseguía disimular su palidez, pero su ánimo parecía bueno. Dijo:

—Bien…

La tostadora hizo ding.

Se echó hacia atrás ante el sonido, alzando las manos como para protegerse. Luego, al identificar el sonido, hizo una mueca.

—Parece —su voz tembló— que he adquirido un nuevo reflejo.

—Pasará.

—¿Tú crees?

—Seguro. —Deslizó los dos calientes croissants en una bandeja y le ofreció uno. Tomó los dos. Ael alzó las cejas y puso los últimos dos croissants en la tostadora.

—¿Mantequilla?

—Y mermelada también, por favor. —Aceptó la mermelada con una sonrisa—. Bien, ¿cómo ha ido todo?

—Revisamos todas las muertes de los últimos dos años, escribimos un informe completo, que El Oráculo archivó en los bancos de datos…, y los malditos monitores de la Coalición lo borraron.

—Gracias a Dios —dijo ella, con la boca llena de croissant.

—Emde, ¿das las gracias a la censura?

—Apuesta a que sí. —Tragó, se chupó la mermelada de un dedo, y apuntó ese mismo dedo hacia él—. Tú eres un intelectual, yo soy una mujer de negocios. Vemos las cosas de modo distinto. Para ti, sólo se trata de una abstracta infracción de un concepto aún más abstracto…, quiero decir: ¿qué significa exactamente quebrantar la «libertad de expresión»? Para ti es un insulto personal. Para mí, en cambio, lo último que me has dicho es algo que te va a mantener libre de auténticos problemas.

—¿Auténticos problemas? Pero… —La tostadora emitió de nuevo su ding. Emde se sobresaltó un centímetro, pero no más. Ael depositó los croissants en la bandeja.

—Ael, ¿puedes darme un poco más de zumo de naranja, por favor?

—Por supuesto. —Fue a la nevera y llenó de nuevo su vaso. Cuando volvió, Uwef Denoventi estaba sentado en su silla.

—Hola, Ael. Tenían buen aspecto esos croissants. ¿Quedan más?

Ael miró la vacía bandeja.

—No —dijo, controlando su voz, mientras depositaba el zumo frente a Emde—. No, ésos eran los últimos…

—Oh, bueno. —Uwef se inclinó sobre la mesa para darle a Emde un suave pellizco en el mentón. Mantuvo la voz baja, sin embargo—. Emde, muñeca, me encantan sus orejas. Me alegra verla de vuelta tan pronto. Su chico de aquí es una horrible compañía.

—Muchas gracias, Uwef —dijo Ael, mientras Emde dejaba escapar una risita.

—Bien, hay que volver al trabajo, amigos. —Se encaminó hacia el nuevo ordenador, pero se detuvo—. Oh, por cierto, no han metido todavía sus nuevas ID\Af en las ranuras, y la máquina va a dejar de aceptar sus órdenes. Si me las dan… —Tendió la mano.

—¿Ya han llegado? —preguntó Ael.

—Ayer por la tarde…, las puse en el escritorio de Emde.

Ael fue a buscarlas y se las tendió a Uwef, que ya estaba poniendo en marcha el ordenador.

—Aquí están.

—Gracias. —Las introdujo en las ranuras adecuadas—. Ahora vuelven a estar en el mundo.

Ael regresó a la mesa y siguió la discusión allá donde la habían dejado.

—¿Qué quieres decir con auténticos problemas? ¿Hay algo que no sea auténtico en los tres intentos contra mi vida?

—No entiendes.

—Puedes estar segura.

Ella hizo una mueca.

—Por favor, no tan fuerte.

—Lo siento.

—Ael, tiene que haber algún tipo de error. La Coalición no intentaría matar a los seeleys como un asunto político.

—Entonces, ¿por qué…?

—No, espera. De acuerdo, alguien en la Coalición se ha vuelto loco. No hay discusión ahí. Pero resulta igualmente claro, para mí al menos, que la propia Coalición se dará cuenta de ello, y tomará medidas.

—¿Para hacer qué?

—Para detener a esa persona. Pero, si armáis un ruido tremendo al respecto, la única opción que tendrá la Coalición será negar todo el asunto, y luego os hará pagar las molestias que le habréis causado.

—Eso es una locura.

—Por supuesto que lo es. Pero tienes que comprender que estamos luchando con una institución. Ahora bien, una institución cree lo que sus elementos constituyentes creen. Si varios miembros de la Coalición creen que se sienten embarazados por un informe que relaciona la Coalición con esos asesinatos, entonces la Coalición se sentirá embarazada, y será la Coalición quien actuará. Si los miembros creen que el informe les amenaza, entonces la Coalición se sentirá amenazada, y será ella la que actuará. Y Ael, amor, lo último que podéis desear es hacer algo tan grande que la Coalición se sienta amenazada. Realmente, no es muy prudente.

—Pero si nos mantenemos quietos —recuerda sus oídos; no grites—, ¿cómo sabrán entonces los miembros responsables de la Coalición de las manzanas podridas que tienen en su seno? ¿Eh? Dime eso.

—No te preocupes, lo descubrirán. Lo que debéis…

—Perdón, lamento interrumpir, amigos. —Uwef atrajo una silla hacia él y se sirvió una taza de café—. Pero he estado trasteando un poco con esta nueva máquina y vuestras ID\Af y, esto… Ael, tenéis un código RTO en ellas.

—¿Eh?

—UN código RTO. «Registrar Toda Operación». Cada vez que hagáis algo en cualquier ordenador, en cualquier parte, incluso una llamada holofónica, la Inteligencia de la Coalición recibirá una copia de ello. Casi todo el mundo por encima de Setenta tiene un código RTO. —Hizo una mueca—. ¿Imagináis la cantidad de memoria que están malgastando en ese tipo de porquerías?

—Uwef, ¿por qué…?

Alzó un dedo.

—Y tú también tienes un código VEI en tu tarjeta, Ael, y ése es mucho más raro. Empiezo a estar un poco preocupado.

—¿VEI? —dijo Emde.

—«Vigilar E Informar». Cada ordenador en cuya ranura hayas metido tu tarjeta te mantendrá constantemente bajo vigilancia, ya sea a través de sus periféricos estándar o a través de los sensores de cualquier aparato doméstico conectado a él. Como tu DetectDacs, o la cámara de tu puerta. Todo lo que digas y hagas será informado directamente a la Coalición.

—¿Me tienen monitorizado?

—Más que eso. Se trata de un programa terriblemente sofisticado. Del tipo que, si el individuo que está al otro lado pregunta: «¿Dónde está Ael Elochenta?», el programa puede responderle: «Sentado a la mesa del desayuno, bebiendo café malo con su esposa y un huésped».

Emde se puso pálida. Con un inquieto susurro preguntó:

—¿Quiere decir que están escuchándonos en este momento?

Uwef sonrió y depositó dos ID\Af sobre la mesa.

—No. Ninguno de los dos tiene su tarjeta en la ranura del ordenador. Y para mayor seguridad, le dije a su ordenador que Ael había ido abajo.

—Esto es… —Echando espuma por la boca, Ael tomó la tarjeta y examinó la delgada banda magnética de su dorso—. ¿Durante todo el tiempo he estado sometido a vigilancia constante?

Uwef asintió.

Ael se estremeció. Luego, cuando se le ocurrió un nuevo pensamiento, se envaró.

—¿Ha dicho que podían rastrearme a través de los sensores de todos los aparatos domésticos conectados al ordenador?

—Ajá. Alarmante, ¿verdad?

—Peor que eso. —El reloj del techo de su dormitorio tenía un micrófono. Lo bastante sensible como para oír la orden de «Hora» aunque fuera pronunciada en voz tan baja que no despertara a la persona que seguía dormida. Lanzó una mirada de soslayo a Emde, preguntándose si ella se había dado cuenta también de que la Coalición les había estado espiando mientras hacían el amor. Pero sus mejillas no enrojecieron, pese a que siempre había demostrado ser enormemente púdica—. ¡Uwef, eso es un ultraje!

—Sí, eso es exactamente el código VEI. —Se rascó detrás de su oreja derecha—. ¿Quiere que lo borre?

—Por supuesto. —Tendió ambas tarjetas por encima de la mesa a Uwef—. Tan pronto como sea posible.

—¡No! —Emde hizo una mueca ante el volumen de su propia voz.

Los dos la miraron.

—¿Por qué no, Emde? —dijo Ael.

—Porque…, ¡porque entonces ellos lo sabrán!

Uwef agitó la cabeza.

—No. Sólo pensarán que no han metido sus tarjetas en ninguna ranura.

—Por favor, Ael. No lo hagas. Pusieron eso en tu tarjeta por una razón…, no sé qué razón pueda ser, pero sé que tienen una…, y…, y…

—Emde. —Rodeó con sus manos los fríos dedos de ella—. Emde, me doy cuenta de que estás asustada, pero este tipo de intrusión en mi…, en nuestra vida privada es totalmente imperdonable. No pueden tener ninguna razón que lo justifique. Ninguna en absoluto.

—¿Y si lo están haciendo para protegerte?

—¿Eh?

—Bueno, es posible, pueden haber descubierto algo acerca de los asesinos, y así han puesto ese código VEI para asegurarse de que estabas a salvo.

—Emde, no puedes creer eso.

—Ael… —extrajo sus manos de debajo de las de él—. Tengo un presentimiento respecto a todo esto, un mal presentimiento, una intuición de que si tú simplemente te quedas quieto, todo irá bien, pero si das algún paso en falso, si organizas algún tipo de jaleo, le estarás dando a la Coalición una excusa para acabar contigo.

Ael contempló sus aterrorizados ojos azules.

—Lo siento. —Tendió las tarjetas a Uwef y dijo—: Yo también tengo un presentimiento, Emde. Creo que estás equivocada. Creo que lo único que puedo hacer, aparte de salir al suelo y convertirme en un callejero, es resistirme. Si actúo como dices, me vuelvo vulnerable, estoy a su merced en cualquier momento del día y de la noche, porque ellos sabrán siempre dónde estoy. Y, francamente, no deseo eso.

Uwef regresó con las tarjetas ID\Af.

—Hecho —dijo.

—Fue rápido.

—Escuche, Ael…, no he podido evitar el escuchar lo que dijo antes respecto a ese programa monitor que devoraba su informe. Creo que puedo ayudarles en eso.

Ael alzó las cejas.

—Hum, Uwef…, respeto su competencia, pero algunos de los más sofisticados tipos de ordenadores del mundo trabajan para ORA:CLE, y el propio Oráculo en sí es un programa malditamente bueno. Si ellos…

Uwef agitó una escéptica mano.

—Oh, vamos, Ael, todos ustedes son honrados…, apuesto a que ninguno se ha pasado sesenta años estudiando las formas de eludir los programas de protección sin dejar ninguna huella.

—¿Como lo que usted y «Transistor» hicieron con aquél de Cleveland?

Uwef se encogió de hombros.

—He sido atrapado cinco veces en veinte operaciones de gran envergadura y literalmente miles de pequeñas. ¿Ha oído hablar alguna vez de un campeón de blickstrobe que acierte el ochenta por ciento de sus tiros? Por supuesto que no. Es imposible. El récord absoluto es del cuarenta coma ocho por ciento. Lo que quiero decir, Ael, es que soy bueno. Confíe en mí.

—Bueno, no sé…

—Mire, Ael, sólo se trata de descubrir y luego pasar por encima de los códigos que controlan el acceso a los programas censores. Si todavía hay electricidad en Florida, probablemente pueda traer hasta aquí mis archivos. ¿Qué daño puede hacer eso?

—Mucho —dijo Emde—. Ael, Uwef…, si llaman la atención sobre ustedes, se convertirán en blancos, y…

—Emde, muchacha, he pasado toda mi vida no llamando la atención hacia mí. Nadie sabrá nunca que es una de mis pequeñas bellezas la que ha soltado el informe de los seeleys.

—¡Pero sabrán todo lo de Ael!

Uwef se encogió de hombros.

—Ya lo saben. El problema de Ael es que nadie más que ellos lo sabe. Quizá, si más gente conociera su nombre y su situación, esa especie de celebridad le protegiera. De todos modos, es él quien tiene que decidir.

—Déjeme consultar con El Oráculo. —Evitó los ojos de su esposa y entró en la interface, luchando contra la turbulencia de conversaciones.

¡Hey, Oráculo!

#¿Sí, señor Ael Elochenta?#

Le transmitió rápidamente el ofrecimiento de Uwef.

¿Bien?

#Por favor, déle las gracias en nombre de ORA:CLE, y pídale que inicie los programas#.

De acuerdo.

De vuelta al mundo real, le dijo a Uwef:

—Dice que adelante.

Emde se levantó de su silla y fue a la ventana, la espalda rígida, la mandíbula tensa.

Uwef se dirigió apresuradamente a la consola y empezó a teclear instrucciones.

—Era de esperar, murmuró Ael, y se dedicó a los platos.

Pasó media hora antes de que Uwef se levantara de un salto.

—¡Lo tengo!

—¿Tiene qué? —preguntó Ael.

Emde, sentada ahora ante su escritorio, mantuvo la cabeza inclinada sobre la pantalla de su ordenador, alzándola sólo lo suficiente para decirle a la puerta:

—Cierra.

El firme clic del metal ahogó la primera palabra de Uwef; Ael dijo:

—Lo siento, ¿quiere repetirlo?

—Están ustedes en el aire…, y son el Número Uno.

—¿Consiguió pasar los monitores?

—Naturalmente. Y una vez hecho eso, envié una copia a cada uno de los Recomendantes del anuario…, y por lo que he sabido, apenas habían pasado de la primera línea cuando ya lo habían incluido en la lista de «Indispensables». Ustedes…

Los tres holófonos sonaron simultáneamente.

—Oh-o —dijo Ael, recordando la avalancha de llamadas después de su primera aparición en la lista de best sellers.

—No se preocupe. ¿No desea hablar con nadie?

—No particularmente.

—Lo imaginé. Dejemos que la máquina lo arregle. ¡Hey, As!

Los holófonos dejaron de sonar. Ael dijo:

—¿Un filtro?

—Sí. Cualquiera que pida por usted recibe la respuesta: «Lo siento, está ocupado, llame el próximo mes». Cualquier llamada para mí o para Emde, sin embargo, pasa directamente.

—Gracias.

—Ha sido un placer.

De pronto, el vértigo se apoderó de Ael. La fría voz del Oráculo retumbó:

#¡Reunión inmediata de emergencia!#

De acuerdo, dijo interiormente; y luego, en voz alta:

—Acaban de convocar una reunión. —Se dirigió al sofá y se sentó—. Estaré de vuelta dentro de un momento.

Uwef hizo un vago gesto de asentimiento y se encaminó de vuelta a la consola.

Cuando Ael entró, El Oráculo estaba anunciando:

#Los ordenadores centrales de Inteligencia de la Coalición han pedido los nombres e ID\Afs de todos los seeleys vivos. No los he dado. Ahora están iniciando un intento concertado de descifrar mis códigos privados. Por supuesto, estoy resistiendo con toda mi habilidad, pero…, disculpen. Me temo que debo…#

La interface falló bruscamente, arrojando a Ael de vuelta a su sala de estar con el inicio de lo que probablemente iba a ser un serio dolor de cabeza. Se suponía que las cosas no tenían que ocurrir así. El proceso de salida estaba diseñado específicamente para reducir al mínimo el trauma de pasar de un estado al otro. Si El Oráculo se había visto obligado a actuar de otra forma, eso quería decir que algo iba mal.

La puerta de Emde se abrió con un clic, y la voz de la mujer dijo:

—Ael, un helicóptero de la Coalición se dirige hacia el edificio…, ¡y es de la SegPub!

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