ORA:CLE

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XV

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XV

En la sala de estar, alguien subió el volumen de la holovisión. Probablemente en beneficio de la vieja señora M’te Emdiez, que se negaba a subir el control de su audífono más allá del primer número.

A lo largo del pasillo y hasta el estudio de Ael llegó la tranquilizadora voz de bajo de un portavoz de la Coalición que leía, con aparente sinceridad, un documento preparado de antemano que negaba todas las acusaciones que había formulado la ACLE.

Era demasiado alto para Ael, demasiado alto y demasiado cierto. Mientras se levantaba para cerrar las puertas, se preguntó cómo los demás podían tolerarlo. Los imaginó a todos excepto a la señora M’te Emdiez frunciendo el ceño, golpeados hacia atrás por una oleada de sonido casi sólida. Podía comprender, como nunca antes lo había comprendido, por qué la mujer se había casado siete veces, por qué sus dos hijos se habían ido de casa tan jóvenes. ¿Quién podía vivir con aquello?

Luego volvió a abrir de golpe la puerta, recordando de pronto los delicados oídos de Emde… El sonido descendió hasta convertirse en un susurro. Ella misma debía haberse hecho cargo de la situación.

Volvió a sentarse en su reclinador y suspiró, dándose cuenta de que estaba intentando ganar tiempo. Más pronto o más tarde tendría que salir e informar, y no le gustaba pensar en ello. Deseaba no haber preguntado nunca al Oráculo la verdad. No tenía ninguna duda acerca de las intenciones asesinas de la Coalición hacia todos los seeleys del mundo…, pero tampoco tenía ninguna duda de que la ACLE había mentido acerca de la implicación de la Coalición con los dacs.

Y eso confundía aún más las cosas, puesto que eliminaba el único motivo concebible que podía haber tenido la Coalición.

A menos que… Agitó la cabeza. No. La Coalición no podía haberse sentido amenazada por los expertos de ORA:CLE, Inc. Aquello no era la China confuciana, donde la erudición confería poder. Aquello era el mundo real, donde lo único que proporcionaba la erudición era la habilidad de sobrevivir. El poder, como había dicho Mao, «brota del cañón de un fusil», y la Coalición era quien tenía los fusiles, reales o simbólicos, desde hacía más de un siglo.

Así que, ¿qué era lo que había empujado a la Coalición al homicidio? Podía comprender por qué la ACLE había recurrido a la Gran Mentira…, cualquier puerto en la tormenta y todo eso, y aquél era probablemente el clima más tormentoso por el que había navegado nunca ORA:CLE, Inc. Pero la Coalición…

No tenía sentido.

¿Y qué iba a hacer él ahora? No podía decirles a sus vecinos que el holoclip del dac y la Directora era un fraude. No se atrevía a decírselo a nadie. Tenía que mantenerse muy discreto al respecto, guardarlo para sí mismo…

¡Y sin embargo, maldita sea! Era un intelectual, consagrado a la persecución y difusión de la verdad. ¿Cómo podía él participar en una mentira tan atroz como aquélla?

¿Cómo podía no participar? Revelar lo que era sería incurrir en la hostilidad de los no afiliados, teñiría de dudas con el mismo pincel la otra y más importante verdad. La población en general se volvería de espaldas a la ACLE, se taparía los oídos mientras los seeleys seguían muriendo a su alrededor.

—¿Ael?

Alzó la cabeza con un sobresalto.

—¿Eh?

L’i Hachveinte estaba de pie en la puerta, con una mano en el pomo.

—Su rostro se retuerce como si sufriera perlesía… ¿Tiene problemas para salirse?

Fraseó su respuesta de una forma que, sin dejar de ser una media verdad, sirviera para engañarla.

—En estos momentos precisamente estoy teniendo un montón de problemas.

Ella abrió la boca, pero fuera del edificio se oyó ruido de motores, como luchando trabajosamente contra una pesada carga. De pronto se convirtieron en un ronroneo. La mujer miró por encima de su hombro hacia la sala de estar. Se oyó ruido de metal estrellándose contra la calle. Sus ojos se desorbitaron. Echó a correr.

Ael se levantó y la siguió. Un gran rugido hueco sacudió Haven Manor.

Emde gimió, mientras la voz de B’jot Uwun se convertía en un agudo chillido:

—¡Dios mío, está ardiendo!

Llegó a la sala de estar tras los talones de L’i. Los otros se apiñaban junto a las ventanas de la terraza. El Detect-Dacs brillaba rojo. En el cubo de la holovisión, el portavoz de la Coalición sonreía como un niño del coro.

—¿Qué ocurre?

La señora M’te Emdiez se volvió en redondo.

—¡Pasó justo por delante de la ventana! ¡Directo hacia abajo! No pude ver si había alguien dentro, sólo fue un atisbo con el rabillo del ojo, yo estaba mirando a la…, ¡pero iba directo hacia abajo! ¡Y entonces un dac se alzó volando!

Mientras hacía una pausa para recuperar el aliento, B’jot Uwun dijo:

—Era un helicóptero. Supongo que estaba siendo remolcado, porque vi un helicóptero de la policía alejarse volando. Supongo que se rompió el cable. Al parecer hizo salir a un dac que estaba investigando la calle.

—Y creo que ahora la zona de aterrizaje del tejado está despejada —dijo Emde. Se dirigió hacia su oficina, conectando su holófono antes de alcanzar su escritorio. Las gruesas paredes de cristal no pudieron retener su urgencia—: Fuego en Chapel, junto a Haven Manor. Un helicóptero. Por la forma que está ardiendo, su depósito de combustible está lleno.

Las sirenas aullaban ya antes de que el humo negro que se alzaba alcanzara la terraza.

Ael se apretó contra una de las puertas correderas de cristal. La terraza cortaba su visión, dándole tentaciones de abrir un poco la puerta y mirar fuera…, pero el DetectDacs brillaba con un ominoso color rubí. Lo último que necesitaba en estos momentos…

La puerta de entrada se abrió. Un hombre con un arrugado traje marrón se detuvo en el umbral, asintiendo para sí mismo mientras se guardaba algo en el bolsillo. Entró; tras él apareció un pelotón de uniformes. Rodeó la jardinera del vestíbulo y examinó el pequeño grupo con fruncidos ojos grises.

—Soy el teniente Dezet Ecuatri. ¿Quién de ustedes es Ael?

—Ése debo ser yo —dijo Ael.

—Venga con nosotros. —El teniente señaló hacia el rellano.

—¿Me permite un minuto para…?

—No.

Ael se encogió de hombros.

—De acuerdo, yo…

Del rellano les llegó una maldición. Una voz recia y ronca dijo:

—Usa eso de nuevo y te lo haré comer, pedazo de mierda.

—Vamos, circulen, circulen, no hay nada que ver aquí…

—Ahí es donde estás equivocado, porque tu jefe está ahí dentro, y es a él a quien voy a ver.

—No. Llame al centro…

—Apártate de mi camino.

—¡Escuche, señor! Yo… mmmfffh…

Un casco de plástico resonó contra la pared del rellano.

Dezet Ecuatri dijo a su escolta en general:

—Id a ver qué pasa ahí fuera.

El policía que estaba más cerca de la puerta salió…, y casi inmediatamente lanzó un seco gruñido y se dobló en dos. Una maciza figura vestida con un mono de dril negro entró en el vestíbulo.

—¡Ajá! ¿Quién es el jodido hijoputa que ha echado mi heli a la calle? —Puntuó su pregunta con secos gestos agresivos de la porra aturdidora que llevaba en la mano.

El teniente inclinó la cabeza hacia un lado y examinó al intruso.

—Yo lo hice. Estaba bloqueando la zona de aterrizaje para helicópteros.

—¿Y quién eres tú, en nombre de Dios?

—Soy el oficial responsable y…

—No, ya no lo eres. Hace ocho minutos que os echamos a todos. Así que mueve tu culo a toda velocidad de vuelta al tejado, sube a tu heli y…

—Una palabra más y…

—Cállate. —Mono Negro blandió la porra aturdidora—. De momento ya te has ganado la más jodidamente grande demanda legal que jamás te hayas echado a tu asquerosa cara; ¿quieres añadirle también algunas acusaciones criminales? Porque quizá no me hayas entendido bien. Los votos han cambiado. El partido Uhuru-Episcopal está ahora a cargo de la seguridad aquí, y vosotros, chicos, habéis sido despedidos.

El oficial de civil se volvió a sus hombres.

—Detenedlo.

El hombre se irguió en toda su estatura y miró al policía que tenía más cerca.

—No lo intentes siquiera, chico. —Alzó la voz y llamó—. ¡Refuerzos!

Por la puerta entró una mujer pequeñita de recia mandíbula. Llevaba un puñado de grandes cuchillos de cocina en la mano izquierda…, y uno en la derecha. Que mantenía encogida. Lista para lanzar la resplandeciente hoja de acero inoxidable contra el primer uniforme que se moviera.

—Ya habéis oído lo que ha dicho el hombre. Así que no lo penséis siquiera.

Por primera vez el hombre de civil pareció inseguro de sí mismo.

—Espere un minuto: yo no soy MV…, soy la Coalición. Y tengo una orden de arresto…

—¿Admites que eres un secuaz de los dacs? —dijo el tipo grande, incrédulo—. ¿Tienes la loca y estúpida osadía de estar ahí de pie y confesar ante todos los que estamos en esta habitación que eres de la Coalición? Hay formas más sencillas de suicidarse, ¿sabes?

Dezet Ecuatri se llevó la mano al bolsillo.

—Quédese donde está, yo…

Un cuchillo silbó rozando su oreja derecha y fue a clavarse en la pared. Se quedó allá, vibrando audiblemente.

La mujer pequeñita sonrió. Ya tenía otro cuchillo en posición de lanzamiento.

—Saca lentamente tu mano de ahí, traidor…, muy lentamente.

Palideció. Y obedeció.

Mono Negro sonrió.

—Ahora, sugiero que todos dejéis caer vuestras porras…

Cayeron ruidosamente al suelo.

—… coloquéis vuestras manos detrás de vuestros jodidos cuellos…

Cinco pares de brazos restallaron a su lugar.

—… y empecéis a moveros hacia el ascensor. Lentamente. Mi amiga de aquí se pone muy nerviosa cuando una mierda amiga de los dacs hace algún gesto brusco.

Los policías desfilaron fuera del apartamento.

Mono Negro fue el último. Antes de cerrar la puerta, se volvió, miró a Ael, y le hizo un guiño.

—No se preocupe. Nos aseguraremos de que no vuelven.

Ael asintió.

—Gracias.

—Créame…, ha sido un placer. —Por un momento pareció pensativo—. De todos modos, haga correr la voz: creo que las cosas van a irse pronto al infierno. Es tiempo de acumular provisiones.

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