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XIX

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Mientras el analizador de tensión aparente efectuaba su test de diagnóstico, Ael se echó hacia atrás en su reclinador y se frotó los ojos. El software del analizador tenía que estar manipulado. En las últimas cuarenta y ocho horas había holofoneado a ciento ochenta y tres antiguos supervisores de la Dirección de Redes Públicas de la Coalición. Había interrogado a cada uno de ellos respecto a los programas monitores y de censura. Cada uno de ellos había negado tener algún conocimiento de tales programas. Según el analizador, todos habían dicho la verdad.

Uwef tampoco había tenido mejor suerte en la pesca de los programas. De hecho, a juzgar por el constante murmullo de maldiciones que le llegaban de la sala de estar, el viejo seguía dándose cabezazos contra paredes de ladrillos.

Además, el cuestionario electrónico que Ael había enviado a los diecisiete mil exempleados de la DRPC no había dado como resultado tampoco ninguna respuesta.

El analizador zumbó suavemente, luego emitió un pitido.

Entreabrió un párpado. El código de diagnóstico en el panel de autotest del LED indicaba «000». La máquina afirmaba estar funcionando perfectamente.

Con un suspiro, pues hubiera preferido poder dedicarse a sus bromeliáceas supervivientes, enderezó el respaldo de su asiento.

—El siguiente.

El ordenador activó el holófono y llamó al siguiente nombre de la lista que había compilado Ael. Era el exempleado número ciento ochenta y cuatro de la DRPC. Cruzó los dedos. Si aquello seguía mucho tiempo, iba a perder la voz.

La esfera pulsó mientras sonaba el timbre. A la cuarta llamada parpadeó y se concentró en la imagen de una mujer de mediana edad de piel color café y sonrisa tentativa.

—Hola —dijo la mujer.

Ael le devolvió la sonrisa, se presentó, y explicó el motivo de su llamada.

Ella pareció sorprendida.

—¡Ni siquiera sabía que existieran! Ya sabe cuántos equipos había en la DRPC…, ni siquiera sabíamos qué otros equipos trabajaban allí, y mucho menos a qué se dedicaban. Yo me ocupaba del CURRÍCULUM, y…

—¿CURRÍCULUM? —Echó una ojeada al analizador de tensión aparente: ninguna luz de aviso—. ¿Qué es eso?

—Un programa que deseábamos poner en línea el año próximo. Se trataba de una opción del servicio básica, cara pero buena. La versión preliminar buscaría en principio en todos los bancos públicos cualquier referencia de una persona determinada, y organizaría los hechos en una breve biografía, al tiempo que proporcionaba una bibliografía de todas sus obras, y otra, listando autor, título y número de control, de todos los comentarios públicos sobre su persona. Más adelante se pondrían a punto otras versiones posteriores que abarcaran casi cualquier tema sobre el que alguien deseara saber algo. Supongo que nunca llegará a ponerse en servicio ahora…, ¡pero piense en qué herramienta de investigación hubiera sido! —Sus ojos castaños brillaron con entusiasmo—. Se podría obtener un informe completo de cualquiera o cualquier cosa con sólo pulsar un par de teclas. —Sus ojos se apagaron—. Seis meses más, eso es todo lo que necesitábamos. Después de cuatro años…

La máquina insistía en que estaba diciendo la verdad. Ael intentó no fruncir el ceño.

—¿Le advirtieron alguna vez, en cualquier sentido, que los programas de censura que había sueltos en el sistema podían interferir con su programa?

—No. —Frunció el ceño, y se mordisqueó el labio superior mientras pensaba—. ¿Sabe?, no estoy segura que hubieran interferido. No, CURRÍCULUM hubiera seguido funcionando perfectamente; el problema hubiera aparecido en la compilación del informe…, el resultado obtenido sería parcial. Lo que usted viera sería exacto. Sólo que no vería todo lo que estaba en los bancos… —dejó escapar una risa desconsolada—. Y eso hubiera sido la negación misma de la finalidad de CURRÍCULUM, por lo que hubieran tenido que advertirnos.

A menos, pensó Ael, que la auténtica finalidad de CURRÍCULUM fuera, no trabajar, sino parecer que trabajaba… Dijo en voz alta:

—Bien, gracias. Aprecio su tiempo y su ayuda. Si se le ocurre alguna otra cosa, por favor llámeme inmediatamente. Necesitamos saber.

—Por supuesto. —Hizo un gesto con la mano y cortó.

El ordenador de Ael zumbó; en la esquina superior derecha de su pantalla brillaron las palabras: «Recibiendo mensaje».

Pulsó ACCEPT, con la esperanza de que el masivo cuestionario hubiera provocado al fin una respuesta. Un breve memorándum llenó la pantalla. Lo leyó. Llevaba la ID\Af de su casera. Aumentaba el alquiler del apartamento en cincuenta dólares mensuales.

—¡Maldita sea! —Se dio un puñetazo en la palma de su mano izquierda. Luego dio una palmada contra el brazo de su reclinador y llamó—: Hey, Emde…

Notó que se le encendían las mejillas. Rechinó los dientes. Cerró fuertemente los ojos y murmuró:

—Estúpida, estúpida…

—¿Ha llamado? —preguntó Uwef.

Se puso cansadamente en pie y se dirigió a la sala de estar. Necesitaba una pausa. Necesitaba hablar con alguien, no con programas elusivos que brotaban de un mar electrónico. Uwef le comprendería. Pese a su locuacidad, el viejo sabía escuchar.

¿Por qué le resultaba tan difícil recordar que su esposa se había ido? Ahora ya tendría que haberse hecho a la idea, pero seguía dando vueltas por el apartamento vacío, esperando encontrar a Emde Ocincuenta en cualquier parte. Quizá Uwef pudiera explicárselo.

Cuando llegaba a la sala de entrar sonó el timbre de la entrada.

—Vídeo.

La pantalla chasqueó, luego mostró a Ape Emcuarenta, vestido aún con su mono de dril negro.

—Abre.

—Hola, Ael. —Olía como si hubiera estado sudando mucho… la noche antes.

Ael no deseaba realmente invitarle a entrar, pero no podía ser tan descortés. Se apartó a un lado y mantuvo la puerta abierta.

—Gracias. —Ape inclinó la cabeza para entrar. Pura vanidad. Hubiera tenido que dar un pequeño salto para que su cabeza golpeara contra el dintel—. Escuche, lamento molestarle, pero esos aseeleys han puesto el hacha sobre nuestro rastrillanubes, y he pensado que usted tal vez pudiera hablarles de nuestra parte.

Ael cerró la puerta, pero no abrió camino hacia el sofá. Apoyó su espalda contra la pared.

—¿Su rastrillanubes?

—Esa cosa antiaérea que habíamos encargado. Sólo Dios sabe por qué, pero la fábrica les dijo a los aseeleys lo que queríamos, y ellos cancelaron la orden. Nos devolvieron inmediatamente el dinero, pero ésa no es la cuestión…, no deseamos el dinero, deseamos las armas.

—No estarán pensando dispararles a los dacs, ¿verdad? —dijo Uwef desde el ordenador del apartamento.

Ape se volvió.

—Bueno, sí, pero lo habíamos pensado mejor para las naves nodriza. Son blancos más grandes, y perderlas dolerá mucho más a los dacs…, pero sí, usaremos las armas también para los dacs individuales.

Mientras Ape le daba la espalda, Ael hizo girar los ojos. Uwef se dio cuenta y ahogó su risa con una tos. Ael dijo:

—¿La ACLE supo de eso, y anuló su orden?

—Correcto.

Estuvo tentado de decir Gracias a Dios, pero sospechaba que el hombre lo hubiera interpretado mal.

—Así pues, ¿qué es lo que quiere que yo haga?

—Bueno, usted es un seeley, ¿no?

—Sí.

—Querríamos que les llamara y les metiera un poco de sentido común en la cabeza. Que les hiciera comprender que necesitamos esas armas.

Casi lo último que Ael deseaba en su vida era que los Ren-Am tuvieran a su disposición una batería antiaérea…, pero no conseguía hallar ninguna manera de decirlo de una forma conveniente.

—Hum, supongo que ustedes ya se lo habrán dicho, ¿no?

—Bueno, sí, un poco… ¿Pero cree que nos han escuchado? No. —El irritado movimiento de su brazo dispersó el olor a sudor agrio—. No, se han limitado a montar en su gran caballo y nos han dicho que nos larguemos.

—¡Eso es exactamente lo que me dirán a mí!

El hombre entrecerró los ojos.

—Usted es uno de ellos.

—No, sólo soy… —Se encogió de hombros para ocultar su media mentira—. Soy un seeley, sí, pero no soy uno de los que están a cargo de las cosas. No suelen consultarme antes de tomar una decisión. Ni siquiera saben quién soy. —Pero pensándolo bien, ni él ni nadie sabía quiénes eran ellos…, los líderes de la ACLE eran tan anónimos en la política como lo habían sido en la academia—. Lo que estoy intentando decirle es que no puedo ayudarle.

Ape se tensó. Dobló ligeramente las rodillas y la cintura, y aquello le confirió un aire de amenaza.

—¿No puede ayudarnos…, o no quiere ayudarnos?

Ael hizo marcha atrás.

—Si hablara por ustedes —se apresuró a decir—, no les haría ningún bien. Su gente importante tiene mucha más influencia que yo…, y si los, esto, aseeleys ignoran a su gente importante…

—¡Maldita sea, Ael! ¿Es ése el agradecimiento que recibo? —Sus enormes manos se crisparon en puños, luego volvieron a abrirse como garras, como si estuviera inseguro de si primero debía golpear o agarrar.

—Hey, espere un momento. —Intentó adoptar un tono de voz tranquilizador, razonable. De una forma absurda, se dio cuenta de que se estaba preguntando por qué nadie le había dicho al hombre que necesitaba una ducha—. Yo…

Ape agarró a Ael por la pechera de la camisa y tiró de él hacia arriba, alzando al seeley sobre la punta de sus pies.

—Escuche, va a llamarles usted…

La hoja de un cuchillo acarició la garganta de Ape. Uwef y el cuchillo simplemente se habían materializado detrás del gigante.

—Suéltelo.

El sudor brillaba en el rostro de Ape.

—Es usted un auténtico estúpido, viejo.

—El hombre que tiene el cuchillo no es nunca el estúpido.

Ape frunció los labios.

—Haré que se trague esa maldita hoja.

—Suéltelo.

Lentamente, los enormes dedos se abrieron. La camisa de Ael quedó libre de su presa. Se dejó caer sobre sus talones y lanzó un suspiro de alivio.

—Ael —dijo Uwef—, ¿quiere asegurarse de que la puerta de entrada esté abierta para que nuestro invitado pueda marcharse sin que nadie le retenga?

—Correcto. —La abrió de par en par, luego se echó a un lado para que Uwef pudiera conducir al hombre del mono negro hasta fuera y cerrarla de un puntapié tras él—. Gracias.

Se oyó un golpe en el rellano.

—No es nada. —El refugiado pasó su dedo a lo largo del poco afilado borde del cuchillo para la mantequilla y agitó la cabeza—. Absolutamente nada. —Se dirigió a la cocina; el cuchillo resonó contra la fregadera—. Será mejor que vuelva al trabajo.

—Y yo a…

Sonó el timbre de la puerta.

—Oh, mierda. —El corazón de Ael empezó a latir más fuerte. Se preguntó si los pasadores resistirían un decidido asalto del corpachón del hombre. Probablemente no—. Vídeo.

Por entre el rielar de nieve de la pantalla apareció una cabellera blanca, un rostro alzado, unos agudos ojos rosas.

Uwef abrió el cajón donde se guardaban los cuchillos de trinchar.

—¿Problemas?

—No, es L’i Hachveinte. —Le sorprendió que su voz pudiera mantenerse firme mientras sus rodillas no—. Abre.

La mujer entró con paso elástico.

—Buenos días, Ael. ¿Qué le ha hecho a ese hombre para contrariarle tanto? —Señaló hacia el rellano—. Le dio un puñetazo tan fuerte a la pared que creí que iba a atravesarla.

—Oh… Es una larga historia, doctora… L’i.

—Agua.

—Sí. Lo siento. Agua. —Se plantó de nuevo en el vestíbulo, decidido a no invitar a nadie a la sala de estar—. Sea como sea, le ruego que me disculpe, pero estoy trabajando, así que, esto…, ¿qué puedo hacer por usted?

—Últimamente hemos tenido algunos problemas con la censura, y nos hemos dicho que usted era la persona a la que acudir.

—¿Nos hemos dicho? —repitió Ael, sorprendido.

—El partido Social-Tec. Hay algo en el sistema que borra nuestros comunicados de prensa cada vez que los entramos en los bancos…, ¡y acabamos de dar el visto bueno a una nueva e importante invención que no aparece por parte alguna en la prensa!

—Le está ocurriendo a todo el mundo —dijo Ael apaciguadoramente—. Estamos trabajando en ello, pero esa gente de la Coalición se limitó a soltar sin más su programa borrador. No hay documentación, ni directorio que liste el programa por ninguna parte…, nada. Tan pronto como lo encontremos podremos librarnos de él, pero…

Ella frunció los labios.

—Ael, nunca creí que usted adoptara la línea del partido.

—¿Eh?

L’i hizo un gesto de impaciencia.

—No le está ocurriendo a todo el mundo: cada vez que conecto la holo las letras ACLE me abofetean el rostro…, pero eso no ocurre con la competencia.

—Bueno, no sé nada respecto a la holovisión. —Se rascó la cabeza—. No, no sé nada. Uwef y yo nos dedicamos solamente a los bancos de datos.

—Sí, seguro.

—De veras, lo estamos buscando. Uwef está pasando dieciocho horas al día ocupándose de ello. He revisado todos los registros que he podido encontrar, he hablado con casi doscientas personas…, nada.

—Y una mierda.

—Agua, yo… ¿Quiere una solución provisional?

Ella frunció el ceño.

—¿Cuál?

—Olvide los bancos de datos durante las próximas dos semanas. Compre tiempo de holovisión. Ahí no hay censura.

—Ael, gastamos millones en mantener y promocionar los bancos de datos. No estamos preparados para la holovisión en directo. Y tampoco podemos permitírnosla. Tenemos que disponer de nuevo de los bancos.

—Bien, de acuerdo, no funcionará. Lo siento. Estamos haciendo todo lo que podemos; tan pronto como terminemos, el problema habrá desaparecido.

—Dios, he oído eso mismo tantas veces. —Agitó disgustada la cabeza—. Será mejor que haga algo rápido, eso es todo lo que puedo decir. —Se volvió y caminó a pasos largos hacia la puerta—. Abre —llamó—. Adiós.

La puerta se cerró de golpe tras ella.

Durante unos segundos Ael se quedó contemplando la pared, sin verla, frustrado más allá de todo lo expresable, casi dudando de su propia integridad. Él, Ael Elochenta…, ¡acusado de deshonestidad y corrupción! Nunca en toda su vida… Se agitó bruscamente, como un perro recién salido de la lluvia.

—¿Cómo va usted, Uwef?

El viejo alzó la vista de su teclado.

—Bueno, le diré, Ael, estoy pasando un tiempo horrible intentando echarle el lazo a ese programa censor. Si no fuera por el hecho de que las noticias siguen desapareciendo, me sentiría inclinado a decir que el maldito asunto existe solamente en la imaginación de alguien. —Mordisqueó la deshilachada punta de su trenza derecha, luego la escupió—. Me estoy volviendo loco, eso es lo que me pasa.

—Sí, yo también… —Se dejó caer en el diván y se estiró, las manos unidas detrás de su cabeza y los pies apoyados en el brazo más alejado—. No puedo creer que Emde se haya ido realmente.

—No lo ha hecho.

Ael se sentó de un salto en el diván.

—¿Qué?

—Piense un poco en ello. A menos que lo tuviera planeado todo desde hace seis meses, tiene que haber ido a algún lugar de Haven Manor, porque no puede haber arreglado el asunto del transporte en sólo dos días. Las direcciones no dan status de prioridad a los problemas matrimoniales. Puesto que probablemente ha reclamado su correo a su nueva dirección, dos segundos en su ibn Daoud tienen que decirle dónde está exactamente.

Ael gruñó y se volvió a dejar caer en el diván.

—¿Quiere que lo haga yo por usted? —dijo Uwef.

—No. —Cerró los ojos. Le escocían.

—Creí que la echaba a faltar.

Inspiró profundamente.

—Así es.

—¿Entonces?

—No lo sé. —Hizo una mueca—. Sí, sí lo sé. No voy a abandonar este cargo de DFIP hasta que haya acabado el trabajo.

—Imagina que eso es lo que hay que hacer, ¿verdad?

—Sí, me temo que sí… Mierda, Uwef, si pudiera hacerla volver diciéndole tan solo: «Vuelve, te quiero, te necesito», lo haría…, pero no hay forma alguna de que esto sea suficiente. No se fue porque yo no la amara. Se fue porque casi se había vuelto loca y paranoica respecto al gobierno. —Se volvió y se apoyó en un codo, tironeó con aire ausente de un hilo suelto de uno de los almohadones del diván—. En cierto modo es culpa mía. Sabía cómo se sentía ella, y seguí adelante y acepté el trabajo pese a todo.

—Puede ser —dijo el viejo—. También puede ser que…

Pero nunca llegó a terminar su frase, porque la holovisión se iluminó y una voz suave y de vocalización perfecta dijo:

—Disculpen por interrumpir su programación habitual. Prometo ser breve.

Ael se sentó envarado.

—¿Qué ocurre?

—Chitón —dijo Uwef.

El rostro familiar en el cubo sonreía tristemente.

—Con franqueza, nosotros en la ACLE habíamos esperado que los partidos compitieran armoniosamente por el privilegio de servir al pueblo. En vez de ello, los descubrimos enfrascados en ásperas y violentas recriminaciones mutuas. La situación política se halla en plena confusión. ¡Un partido incluso ha intentado adquirir armas!

—Su amigo de los pantalones sucios —dijo Uwef.

—No es mi amigo.

—De acuerdo, niegue que lo conoce.

—En consecuencia, nosotros los de la ACLE hemos decidido sacrificar por el momento nuestras aspiraciones a fin de asegurar que su próximo gobierno central tenga en mente sus mejores intereses. Vamos a efectuar extensas y profundas investigaciones sobre la personalidad de todos los líderes de los partidos, y decidiremos la aptitud para servir de cada uno de ellos. Aquéllos considerados inelegibles deberán retirarse de la vida pública, o sus partidos serán eliminados de las elecciones, que desde este momento quedan fijadas para principios de enero de 2196. Gracias por su atención, y no olviden ser prudentes hoy.

El cubo parpadeó un instante, luego el rostro desapareció.

Ael se dio cuenta de pronto de que tenía la boca abierta. La cerró.

—¡Dos mil ciento noventa y seis! Eso son ocho años. No me lo creo.

Uwef inclinó la cabeza hacia un lado y lo observó tranquilamente.

—No está creyendo en muchas cosas estos últimos días, ¿eh?

—Pero esto es una absoluta locura…, no pueden tomarse unas vacaciones sabáticas de ocho años. Quiero decir, prometieron que…

—Bienvenido al maravilloso mundo del poder —dijo Uwef.

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