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Despertó atenazado por el temor de que la corriente estuviera cortada de nuevo. Sin holófono iba a ser mucho más difícil restablecer su identidad. Recordar lo que Uwef Denoventi le había hecho a Emde le convenció de que no deseaba, drogado, someterse a la hurgadora solicitud de la señora M’te Emdiez…, o a los caprichos de las multitudes en el centro comercial.

Pero el reloj del techo destelló las 08:07 en frías cifras verdes; las luces del cuarto de baño se encendieron a su tos.

Y la nevera zumbaba uniformemente, enfriando su vacío interior. Iba a tener que conformarse con desayunar galletas saladas y un sospechoso paté de atún.

Cuando hubo terminado, dejó el plato en la fregadera y llamó a Uwef Denoventi. Si alguien podía aconsejarle, ése era el viejo ladrón informático.

Tras escuchar lo que había ocurrido, Uwef asintió.

—No necesita saber gran cosa, Ael… Llame a la Dirección de EstadPub y ellos le dirán lo que tiene que hacer. Esto…, ¿está solo en casa, hoy?

—Sí. Muy solo.

Uwef alzó las cejas pero no dijo nada, y Ael se lo agradeció.

—Asegúrese de que todas sus puertas están cerradas y aseguradas por dentro antes de tomar las drogas. Aparte esto, no se preocupe por ello. Volverá a estar en línea en un abrir y cerrar de ojos.

—Gracias, Uwef. Sea prudente, ¿eh? —Pulsó la tecla de desconexión.

La esfera aún no había desaparecido cuando ya había tecleado el número de la Dirección de Estadísticas Públicas, Departamento de ID\Afs, División de Borrados.

Respondió un hombre de mediana edad, con un rostro redondo y una expresión algo molesta.

—Hola. ¿Puedo ayudarle en algo?

—Espero que sí —dijo—. Yo, esto…, parece que he sido borrado. ¿Es ése el número para estas cosas?

—Sí, lo es. Veamos. Necesito su ID\Af completa. No sólo los primeros cinco caracteres, sino toda. ¿De acuerdo?

—Por supuesto. Es…

—Vaya despacio, ¿quiere? —Alzó su mano derecha para mostrar el vendaje que cubría su dedo índice—. Me quemé la otra noche, así que hoy no puedo teclear rápido.

—Oh…, siento lo que le ha ocurrido. Es…

—Estaba haciendo cacao, y toqué el pote.

—Bueno, pero no ha sido nada grave, ¿verdad? —No sabía qué decir exactamente en una conversación tan extraña como aquélla—. Hay que tener cuidado con esos potes de cacao, siempre te quemas con ellos. Mi ID\Af es…

—Espere un momento. —Se inclino sobre su teclado—. Está bien, adelante.

—A. L. L. 8. 0. A. F. A. H. S. C. N. F. F. 6.

—Correcto. No aparece. —El hombre alzó la vista, radiante. Agitó la cabeza hacia arriba y hacia abajo.

—Sí, claro…, ése es precisamente el problema. ¿Puede arreglarlo?

—¡Oh, por supuesto! Eso es lo que voy a hacer. Ahora mismo. —Bajó la vista—. ¿Está usted en el 38-Q de Haven Manor, New Haven, Connecticut, en estos momentos?

—Sí, ahí estoy.

—Bien. —Sonrió vagamente—. Voy a enviar un frasco a su masi. No lo abra de inmediato. Tráigalo al holófono y muéstremelo primero, ¿de acuerdo? ¿Ha entendido?

El problema con los burócratas, pensó Ael mientras se encaminaba hacia la cabina del masi, era que cuando utilizaban palabras sencillas uno nunca sabía si lo hacían en beneficio de su oyente o en el suyo propio. De cualquier forma, le hacían sentir inquieto.

La cabina hizo ding en el momento en que llegaba a la cocina. Bueno, al menos es rápido.

Aguardó a que se apagara la luz, luego abrió la puerta y tomó el frasco, de un llamativo color amarillo, del suelo. Tenía más o menos el tamaño de una lata de cerveza, y pesaba unos cincuenta gramos. Una anilla de plástico rodeaba su cuello. La etiqueta, con gruesas letras de un rojo llameante, anunciaba que era PROPIEDAD DE LA DIRECCIÓN DE ESTADÍSTICAS PÚBLICAS: PROHIBIDA LA POSESIÓN NO AUTORIZADA.

Lo llevó de vuelta al holófono.

—¿Es eso lo que ha enviado?

—Exacto. Bien. Ahora, esto es importante. Sujételo de modo que yo pueda verlo y ábralo.

Manteniéndolo a la altura de la cámara, Ael lo destapó.

Al otro lado sonó un pitido.

—Vacíelo. Ahora. Tengo que verlo.

Hizo caer la gruesa cápsula en su palma izquierda.

—No suelte el frasco. Sujételo por la anilla para que yo pueda verlo.

El frasco heló los dedos de su mano derecha mientras empezaba a sublimarse. Trasteó con él hasta que pudo sujetarlo por la anilla.

—Ahora la cápsula va a descomponerse. No la deje caer, ¿de acuerdo?

La cápsula había empezado ya a oxidarse, hasta el punto en que su contenido se derramo en la palma de la mano de Ael y comenzó a evaporarse. Era de color púrpura y enfrió toda su mano; captó un intenso olor a menta. El frasco había desaparecido ya por completo.

—Ahora, su piel está empezando a absorber la droga. Tenemos que esperar hasta que lo haya hecho por completo. Ya puede soltar la anilla: ya no la necesitamos. Recuerde, no mueva la mano que tiene la droga.

Sujetando el pequeño charco frío y mentolado formando copa con la izquierda, agitó la mano derecha; la anilla cayó a la moqueta.

—Se necesitan unos quince segundos para que la droga sea absorbida por completo. Es un tanto aburrido, ¿no? —Observó la palma de Ael. A medida que transcurrían los segundos, sus labios iban moviéndose en silencio. Finalmente asintió—. Bien, ya está. ¿Cómo se siente?

—Rígido. —Le sorprendió la respuesta, que parecía haber surgido por sí misma…, pero era exacta.

—No se preocupe. Así es como se supone que debe sentirse. Bien. ¿Cuál es su nombre? Completo, por favor.

Su voz respondió antes de que hubiera decidido hacerlo:

—A. L. L. 8. 0. A. F. A. H. S. C. N. F. F. 6.

La mirada del burócrata se desvió hacia un lugar fuera del foco de la cámara, seguramente a alguna pantalla auxiliar. Asintió.

—Por favor, alce ambas manos y abra los dedos…, no tan arriba, a la altura de los hombros será suficiente.

Las manos de Ael se alzaron inmediatamente a la posición requerida.

—Vuélvase lentamente… Alto. Manténgase así, por favor. —Frunció el ceño. Murmuró para sí mismo—: Maldita amplificación, siempre se estropea… ¡Hey, Jake! Problemas con el lector de huellas en la consola sesenta y tres.

Otra voz dijo algo inaudible para Ael.

—Así es como la reglé. ¿Quieres comprobar tú mismo? Ven aquí, sólo… —La exasperación cubrió su rostro—. 78FC, exactamente lo que dice… —Dio una palmada a su consola—. ¡Maldita sea!, ¿por qué no lo decís, eh? ¿Tan difícil es actualizar los jodidos manuales? De acuerdo, de acuerdo, ¿cuál es el nuevo reglaje? 6AF8. Ya lo tengo. —Tendió la mano hacia algo fuera de cámara. Hizo un gesto con el brazo—. Ajá, ya está, ahora funciona. La próxima vez comunícamelo, ¿de acuerdo?

Mientras tanto, Ael aguardaba paciente como un árbol, preguntándose qué demonios pasaba pero sin sentir demasiado interés en averiguarlo. A la siguiente orden del burócrata, su cuerpo reanudó su lenta pirueta hasta haber dado una vuelta completa.

—De acuerdo, señor, sus huellas encajan a la perfección. Ya hemos terminado. Nos tomará un poco volver a ponerle en línea, pero todo tiene que estar funcionando de nuevo dentro de una hora. ¿De acuerdo? ¿Me ha comprendido?

—Ssssí. —Sus labios, rígidos y como de caucho, respondieron sin consultarle antes.

—Estupendo. —De pronto pareció recordar algo—. ¿Está usted solo?

—Ssssí.

—De acuerdo. Cuando diga: «No olvide ser prudente», desconecte su holófono, quédese sentado en la silla de la manera más cómoda posible, y quédese así durante un par de horas. No salga. No deje entrar a nadie. ¿Me ha entendido?

—Ssssí.

—De acuerdo. —Sonrió—. Me alegra haberlo podido arreglar todo tan rápido, señor. No olvide ser prudente. —Agitó una mano en despedida.

La imagen holofónica se contrajo. Los torpes dedos de Ael se tendieron hacia los controles. Antes de poder alcanzarlos apareció una nueva imagen; una nueva voz dijo:

—Alto.

La mano de Ael se detuvo; su brazo quedó suspendido en el aire.

—Míreme.

Su cabeza se volvió hacia la esfera del holófono. Un rostro distinto al de antes le devolvió la mirada. Era estrecho y de larga mandíbula; sonreía de forma maligna.

—No desconecte su holófono.

La boca de Ael dijo:

—Ssssí.

—Va a hacer exactamente lo que yo diga, ¿entiende?

—Ssssí.

El desconocido se reclinó en su silla.

—Déjeme confirmar su identidad. ¿Es usted A. L. L. 8. 0. A. F. A. H. S. C. N. F. F. 6?

—Ssssí.

—Estupendo. No perdamos tiempo entonces. La ACLE le dice adiós: quítese toda su ropa, salga a la terraza, súbase a la barandilla y salte a la calle. ¿Entiende?

—Ssssí.

—Entonces hágalo.

Como un zombi, el cuerpo de Ael se levantó. Sus pies giraron, luego lo arrastraron hacia las puertas correderas de cristal. Su mano derecha las abrió.

El viento azotó su rostro. El sol de la mañana le deslumbró. Mientras sus pies daban un comedido paso hacia delante, sus dedos empezaron a desabrochar su camisa.

Al otro lado de la calle, un muchacho le saludó con la mano.

Sus dedos soltaron el cinturón. Dejó caer los pantalones; sus piernas se libraron de ellos.

Un aullido lobuno flotó por encima del abismo.

Un pie liberó al otro de su zapatilla, luego aguardó a ser liberado a su vez. Sus pulgares se anclaron en la cintura elástica de sus calzoncillos y los empujaron hacia abajo. Sus dedos índices se desembarazaron de los calcetines.

El chico al otro lado de la calle gritó:

—¡Hey! ¡Hey! —Luego se dio la vuelta y corrió dentro de su propio apartamento.

Las dos manos de Ael se aferraron a la barandilla de hierro forjado. El metal estaba más frío que el aire. Su pierna derecha se alzó y pasó por encima de la barandilla, donde quedó montado a horcajadas. Los dedos de su pie derecho encontraron el rugoso cemento del borde. Ahora su pierna izquierda iba a levantarse para alzarse de las baldosas de la terraza para pasar por encima de la barandilla e ir a reunirse con su gemela al otro lado, en cuyo momento sus manos soltarían su presa y sus rodillas harían una ligera flexión que lo lanzaría al aire.

Se preguntó por qué.

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