Onyx

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Capítulo 32

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CAPÍTULO 32

Cuando volví a casa, todos se habían marchado salvo Matthew, que se había quedado para ayudar a… limpiar. Alguien se había llevado el cuerpo de Vaughn, además de su todoterreno y la camioneta de Blake. Había marcos rotos por todas partes y la mesa de centro estaba completamente arañada. No tenía ni idea de cómo iba a explicar la ventana rota en el pasillo de arriba.

Pero el lugar donde había caído Adam era lo peor.

Un líquido brillante se amontonaba en dos manchas. Matthew estaba intentando limpiarlo con manos temblorosas y la mandíbula apretada. Cogí unas toallas del armario de la ropa y me arrodillé a su lado.

—Yo me encargo —susurré.

Matthew se incorporó, levantó la cabeza y cerró los ojos. Dejó escapar un suspiro entrecortado.

—Esto no debería haber pasado.

Se me llenaron los ojos de lágrimas mientras secaba lo que quedaba de Adam.

—Lo sé.

—Todos son como hijos para mí. Ahora he perdido a otro, ¿y para qué? No tiene sentido. —Le temblaron los hombros—. Nunca tiene sentido.

—Lo siento. —Noté las mejillas húmedas y me limpié la cara con el hombro—. Esto es culpa mía. Adam intentaba protegerme.

Matthew no dijo nada durante varios minutos. Me ocupé de la mancha y empapé dos toallas antes de que colocara su mano sobre la mía.

—No es únicamente culpa tuya, Katy. Te encontraste con este mundo, lleno de traición y avaricia. No estabas preparada para lidiar con él. Como tampoco lo está ninguno de ellos.

Levanté la cabeza, parpadeando para intentar contener las lágrimas.

—Confié en Blake cuando debería haber confiado en Daemon. Dejé que esto pasara.

Matthew se volvió hacia mí y me colocó las manos en las mejillas.

—No puedes asumir toda la responsabilidad de esto. Tú no tomaste las decisiones de Blake. No lo obligaste a hacer lo que hizo.

Un sollozo entrecortado se me quedó atascado en la garganta mientras la pena me desgarraba. Sus palabras no aliviaban la culpa que me corroía, y él lo sabía. Entonces ocurrió algo rarísimo. Me abrazó y me vine abajo. Los sollozos sacudieron todo mi cuerpo. Apreté la cabeza contra su hombro, haciendo temblar su cuerpo, o quizá él también lloraba su pérdida. Pasó el tiempo y llegó un nuevo año. Lo recibí con el rostro cubierto de lágrimas y el corazón destrozado. Cuando mis lágrimas se secaron, tenía los ojos tan hinchados que casi no podía abrirlos.

Matthew se separó y me apartó el pelo.

—Esto no es el final de nada para ti… ni para Daemon. Es solo el principio, y ahora ya sabéis a qué os enfrentáis. No acabéis como Dawson y Bethany. Ambos sois demasiado fuertes para eso.

Me pasé el resto de la noche intentando ocultarle a mi madre lo que había sucedido. Tarde o temprano, tendría que contárselo. Seguramente los satélites habrían captado lo que había pasado la noche anterior. Y estaba el asunto de que parte de lo que Vaughn había dicho no tenía sentido, una persistente sensación de que lo peor aún estaba por llegar. Supuse que ocurriría en los próximos días o semanas. También habría preguntas sobre Adam.

Pero mi madre no tenía por qué saberlo ahora mismo.

La convencí de que el viento había lanzado una rama contra la ventana de arriba. Algo creíble, ya que Daemon había derribado varias fuera. Lo de las fotografías fue más difícil de explicar.

Luego me pasé durmiendo todo el día de Año Nuevo. Cuando desperté el siguiente domingo por la mañana, me comí unas galletas y después volví a dormirme para evitar la agobiante oscuridad que me aguardaba. La culpa me carcomía hasta en sueños. Soñé con Blake y Adam, incluso con Vaughn. Me rodeaban mientras nadaba en el lago, deslizándose bajo la superficie y arrastrándome hasta el fondo.

Así que fue extraño que cuando desperté aquella tarde me diera una ducha, me abrigara bien y saliera rumbo al lugar que atormentaba mis sueños. Mamá ya se había ido y recordaba vagamente haber oído a Will en la casa antes.

Seguía nevando, pero la luna había salido y se reflejaba en la inmaculada superficie, y conseguí llegar al lago sin problemas. Me quedé de pie junto al agua congelada y perfecta, arropada con el jersey y la bufanda que mi madre me había regalado en Navidad. Incluso me había puesto los guantes a juego.

Allí las cosas estaban más claras. No eran menos intensas, pero sí más manejables. Adam había muerto y, con el tiempo, el Departamento de Defensa vendría a buscar a Vaughn. Y, cuando lo hicieran, volverían a por mí… y a por Daemon.

Y había matado. No con mis propias manos, pero los había conducido a todos por esa senda. Había muerto gente: inocentes y otros que no lo eran tanto. Daemon tenía razón: una vida era una vida. Fueran enemigos o no, nunca podría lavarme la sangre de las manos; había calado la piel y había dejado una mancha oscura.

Y, cada vez que cerraba los ojos, veía el cuerpo de Adam. Sentía una opresión en el pecho que era probable que no desapareciera nunca.

No estaba segura de si debía ir al instituto al día siguiente. Parecía algo inútil después de todo. Todavía no tenía ni idea de quién había traicionado a Dawson y Bethany, y había más infiltrados por ahí, vigilándome… vigilándonos a todos. Había aparecido un reloj invisible que marcaba el tiempo que quedaba hasta mi fin, y no podía culpar a nadie salvo a mí misma.

Un minuto después, sentí que un cálido hormigueo me acariciaba el cuello. Me quedé sin aliento y no conseguí que mi cuerpo se girase. ¿Por qué estaba Daemon allí? Tenía que odiarme. Igual que Dee.

La nieve crujió bajo sus pies, lo que me resultó extraño. Podía moverse con tanto sigilo cuando quería… El calor de su cuerpo me envolvió cuando se detuvo justo detrás de mí. No podía ignorarlo para siempre y sabía que podría quedarse allí eternamente si lo decidía. Me volví hacia él, sorprendida y cautelosa.

—Sabía que estarías aquí. —Miró a lo lejos, apretando la mandíbula—. Es adonde yo vengo cuando necesito pensar.

Dije lo primero que me vino a la mente.

—¿Cómo está Dee?

—Sobrevivirá —contestó, con una sombra de tristeza en la mirada—. Tenemos que hablar. —Se inclinó hacia delante antes de que pudiera responder—. ¿Estás ocupada ahora mismo? No estoy seguro de si interrumpo algo. Mirar al lago puede requerir mucha concentración.

No conseguí sacar nada de sus palabras ni de su expresión.

—No estoy ocupada.

Su mirada superbrillante se posó en mí.

—En ese caso, ¿vuelves conmigo?

Me invadió la inquietud. ¿Iba a matarme y a esconder mi cuerpo? Algo drástico aunque probable después de todo lo que había provocado. Se me secó la garganta mientras regresábamos a su casa en silencio. Entré después de él, con las manos húmedas y temblorosas.

—¿Tienes hambre? —preguntó—. No he comido nada en todo el día.

—Sí, un poco.

Fue a la cocina y sacó un paquete de embutido. Me senté a la mesa mientras él preparaba dos sándwiches de jamón y queso. Le puso el doble de mostaza al mío, pues sabía que era así como me gustaba. Comimos en medio de un tenso silencio.

Por fin, después de que él limpiara, me puse en pie.

—Daemon, yo…

—Todavía no —repuso.

Se secó las manos y luego salió de la cocina sin contestarme. Respiré hondo y lo seguí. Cuando empezó a subir las escaleras, se me disparó el pulso.

—¿Por qué vamos arriba?

Daemon me miró por encima del hombro con una mano en la barandilla de color caoba.

—¿Por qué no?

—No lo sé. Es que parece…

Siguió subiendo y no me dejó más alternativa que seguirlo. Pasamos por delante del cuarto vacío de Dee. Parecía la habitación de Barbie: todo era de color rosa. Había otro cuarto con la puerta cerrada. Supuse que sería el de Dawson y que probablemente no lo habían tocado desde que desapareció. Transcurrieron meses antes de que mamá y yo empezamos a sacar las cosas de papá.

—¿Dónde está Dee? —pregunté.

—Con Ash y Andrew. Creo que estar con ellos la ayuda a…

Asentí con la cabeza. Lo que más deseaba en el mundo era retroceder en el tiempo, hacer más preguntas, no ser tan estúpida.

Daemon abrió una puerta y el corazón me brincó en el pecho. Se hizo a un lado y pasé rozándolo.

—¿Tu cuarto?

—Sí. El mejor lugar de toda la casa.

Su habitación era grande y estaba sorprendentemente limpia y organizada. Unos cuantos pósters de grupos colgaban de las paredes, pintadas de un azul intenso. Todas las persianas estaban bajadas y las cortinas corridas. Agitó una mano y la lámpara de la mesita de noche se encendió.

Había muchos aparatos electrónicos caros: un televisor de pantalla plana, un portátil que me dio mucha envidia, un equipo de música e incluso un ordenador de sobremesa. Mi mirada se dirigió a la cama.

Era grande.

Y el edredón azul parecía cómodo y tentador. Había mucho espacio para moverse… o simplemente dormir. No se parecía en nada a mi cama de niña pequeña. Me obligué a apartar la mirada de la cama y me acerqué al portátil.

—Qué ordenador más chulo.

—¿A que sí? —contestó mientras se quitaba los zapatos.

Apenas podía respirar.

—Daemon… —Los muelles de la cama chirriaron bajo su peso mientras yo pasaba los dedos por la tapa del portátil—. Siento muchísimo todo lo que ha ocurrido. No debería haber confiado en él… debería haberte hecho caso. No quería que nadie saliera herido.

—Adam no está herido. Está muerto.

Se me formó un nudo en la garganta cuando me volví hacia él. Sus ojos relucían a la luz de la lámpara.

—Si… si pudiera volver atrás, lo cambiaría todo.

Daemon negó con la cabeza mientras se miraba las manos abiertas. Las cerró.

—Ya sé que no siempre nos llevamos bien y que todo esto de la conexión te asustó, pero sabías que siempre podrías confiar en mí. Cuando sospechaste que Blake estaba con el Departamento de Defensa, deberías haber acudido a mí. —La impotencia le quebró la voz—. Pude haber evitado todo esto.

—Sí que confío en ti. Ciegamente —le aseguré acercándome un poco—. Pero cuando pensé que podría estar involucrado con ellos, no quise meterte. Blake ya sabía y sospechaba demasiado.

Daemon negó con la cabeza, como si no me hubiera escuchado.

—Debería haber hecho algo más. Cuando te lanzó aquel maldito cuchillo, debí intervenir en ese momento y no mantenerme al margen, pero es que estaba tan cabreado…

Se me llenaron los ojos de lágrimas. ¿Cómo podía seguir llorando o pensar que eso mejoraría las cosas? Algunos papeles se agitaron sobre el escritorio a mi espalda.

—Intentaba protegerte.

Levantó los ojos y me traspasó con la mirada.

—¿Querías mantenerme a salvo?

—Sí. —Tragué saliva intentando deshacerme del nudo que me oprimía la garganta—. Al final no resultó así, pero cuando descubrí que Blake y Vaughn estaban emparentados, en lo único en que podía pensar era en que me había engañado… que le había permitido que me engañara. Y él sabía lo unidos que estábamos. Te habrían hecho lo mismo que a Dawson. Nunca podría haber vivido con eso.

Cerró los ojos y volvió la cabeza.

—¿Cuándo supiste con certeza que Blake trabajaba con el Departamento de Defensa?

Era la segunda vez que lo llamaba por su nombre. Así de seria era la situación.

—En Fin de Año… el viernes. Blake apareció mientras dormía y vi el reloj de Simon en su camioneta. Me aseguró que Simon sigue vivo, que el Departamento de Defensa se lo llevó, pero había… había sangre en el reloj.

Daemon soltó una palabrota y luego preguntó:

—¿Mientras dormías? ¿Lo hacía a menudo?

Negué con la cabeza.

—No, que yo sepa.

—Nunca deberías haberte preocupado por si resultaba herido. —Se puso de pie y se pasó las manos por el pelo—. Sabes perfectamente que puedo cuidar de mí mismo. Que puedo arreglármelas solo.

—Ya lo sé —contesté—. Pero no iba a ponerte en peligro a sabiendas. Significas demasiado para mí.

Volvió la cabeza de repente hacia mí y me miró con atención.

—¿Y eso qué quiere decir exactamente?

—Eh… —Negué con la cabeza—. Eso no importa ahora.

—¡Y una mierda que no! —exclamó—. Casi destruyes a mi familia, Kat. Por poco consigues que nos maten a los dos, y nada de esto ha terminado. ¿Quién sabe cuánto tiempo nos queda antes de que llegue el Departamento de Defensa? Dejé que ese capullo se fuera. Sigue por ahí y, por muy terrible que suene, espero que reciba su merecido antes de que pueda informar a nadie. —Daemon soltó una palabrota—. ¡Me mentiste! ¿Y ahora me dices que todo esto es porque sientes algo por mí?

El rubor se apoderó de mi cara. ¿Por qué estaba obligándome a hacer eso? Lo que yo sintiera carecía de importancia ahora.

—Daemon…

—¡Contéstame!

—¡Vale! —Levanté las manos—. Sí, siento algo por ti. Lo que hiciste por mí en Acción de Gracias… me hizo… —Se me quebró la voz—. Me hizo feliz. Tú me hiciste feliz. Y todavía me importas. ¿De acuerdo? Siento algo por ti… algo que ni siquiera puedo expresar con palabras porque todo parece demasiado pobre en comparación. Siempre te he deseado, incluso cuando te odiaba. Te deseo aunque me sacas de quicio. Y sé que lo he fastidiado todo. No solo para ti y para mí, sino también para Dee.

Se me escapó un sollozo. Las palabras salían de mí como un torrente, una tras otra.

—Nunca había sentido esto por nadie. Como si me fallaran las piernas cuando estoy contigo, como si no pudiera respirar. Y me siento viva… ya no me quedo al margen y veo la vida pasar. Nadie me ha hecho sentir nunca nada parecido. —Las lágrimas me ardían en los ojos cuando retrocedí. El corazón me latía tan rápido que me dolía—. Pero nada de eso importa, porque sé que ahora me odias. Y lo entiendo. ¡Ojalá pudiera volver atrás y cambiarlo todo! Me…

De pronto, Daemon estaba delante de mí, con sus cálidas manos en mis mejillas.

—Nunca te he odiado.

Parpadeé para contener la humedad que se me acumulaba en mis ojos.

—Pero…

—No te odio, Kat. —Me miró fijamente a los ojos—. Estoy furioso contigo… y conmigo. Estoy tan enfadado que puedo saborearlo. Quiero encontrar a Blake y hacerlo picadillo. Pero ¿sabes en qué estuve pensando ayer durante todo el día? ¿Toda la noche? ¿El único pensamiento del que no puedo escapar, por muy cabreado que esté contigo?

—No —susurré.

—Que tengo suerte, porque la persona que no puedo sacarme de la cabeza, la persona que significa más para mí de lo que puedo soportar, sigue viva. Sigue aquí. Y esa persona eres tú.

Una lágrima me bajó por la mejilla. La esperanza me invadió tan rápido que me dejó mareada y sin aliento. Aquella sensación se parecía a saltar del borde de un precipicio sin saber lo profunda que sería la caída. Peligrosa y excitante.

—¿Y eso… qué significa?

—No tengo ni idea. —Siguió con el pulgar el recorrido de una lágrima por mi mejilla mientras esbozaba una leve sonrisa—. No sé qué nos deparará el mañana, cómo van a ser las cosas dentro de un año. Joder, puede que acabemos matándonos el uno al otro por alguna estupidez la próxima semana. Es una posibilidad. Pero lo único que sí sé es que lo que siento por ti no va a cambiar.

Oírle decir eso solo consiguió hacerme llorar más fuerte. Daemon inclinó la cabeza y me secó las lágrimas con los labios hasta que las atrapó todas con su aliento. Entonces sus labios encontraron los míos y la habitación se desvaneció. El mundo entero desapareció durante esos preciados momentos. Quise perderme en aquel beso, pero no pude. Me aparté, jadeando.

—¿Cómo puedes seguir queriendo estar conmigo? —pregunté.

Daemon apoyó su frente contra la mía.

—Oh, todavía quiero estrangularte. Pero estoy chiflado. Y tú estás loca. Tal vez por eso. Hacemos buena pareja.

—Eso no tiene sentido.

—En cierto modo sí, al menos para mí. —Me besó de nuevo—. Puede que tenga que ver con que por fin has admitido que estás profunda e irremediablemente enamorada de mí.

Solté una carcajada débil y vacilante.

—Yo no he admitido nada de eso.

—No con esas palabras, pero los dos sabemos que es verdad. Y me parece bien.

—¿En serio? —Cerré los ojos y respiré hondo. Tenía la impresión de que hacía meses que no podía respirar de verdad. Tal vez años—. ¿Y tú sientes lo mismo?

Su respuesta fue besarme… y besarme otra vez. Cuando al fin levantó la cabeza, estábamos en la cama y me tenía en sus brazos. No recordaba que nos hubiéramos movido. Así de buenos eran sus besos. Tuve que esperar a que el corazón me latiera más despacio para poder hablar.

—Esto no cambia lo que he hecho. Todo esto sigue siendo culpa mía.

Daemon estaba tumbado de costado a mi lado, con una mano apoyada en la tela que me cubría el vientre.

—No es solo culpa tuya. Tomos somos responsables. Y estamos juntos en esto. Nosotros podremos hacerle frente a lo que quiera que nos aguarde, juntos.

El corazón se me desbocó al oír aquellas palabras.

—¿Nosotros?

Daemon asintió con la cabeza mientras me desabrochaba los botones del jersey y dejó escapar una risa suave cuando llegó a la parte donde estaban mal abotonados.

—Si hay algo, es un «nosotros».

Levanté los hombros y me ayudó a quitarme el jersey.

—¿Y qué significa exactamente «nosotros»?

—Tú y yo. —Daemon se desplazó hacia abajo y me sacó las botas—. Nadie más.

La sangre me bombeó con fuerza mientras me quitaba los calcetines de un tirón y volvía a acostarme.

—Creo que… que me gusta cómo suena.

—¿Crees? —Me colocó una mano en el estómago, la deslizó hacia abajo y la introdujo debajo del dobladillo de mi camiseta—. Creer no es suficiente.

—Vale. —Di un brinco cuando extendió los dedos sobre mi piel—. Me gusta.

—A mí también. —Bajó la cabeza y me besó con suavidad—. Apuesto a que te encanta.

Mis labios se curvaron en una sonrisa contra los suyos.

—Desde luego.

Daemon hizo un sonido profundo en el fondo de la garganta mientras me cubría de besos la mejilla todavía húmeda, abrasándome la piel y encendiendo un fuego. Nos susurramos cosas el uno al otro, y las palabras lograron cerrar lentamente la herida que se me había abierto en el pecho. Creo que a él le pasó lo mismo. Le conté todo lo que Blake había dicho y hecho. Él me habló de lo enfadado que había estado al verme con Blake. Atesoré las verdades que admitió.

El miedo que había sentido al ver a los Arum y a Blake ese fin de semana estaba presente en cada leve y delicado roce de sus dedos. Puede que hasta entonces no hubiéramos pronunciado aquellas preciadas palabras, pero había amor en cada caricia y en cada suave gemido. No necesitaba que me lo dijera, porque me rodeaba su amor por mí.

El tiempo se detuvo para nosotros. El mundo y todo aquello de lo que habíamos formado parte solo existían al otro lado de la puerta cerrada del dormitorio, pero allí solo estábamos nosotros. Y, por primera vez, no había nada entre nosotros. Nos mostramos abiertos y vulnerables ante el otro. Nuestra ropa fue desapareciendo. Su camisa. La mía. Un botón se desabrochó en sus vaqueros… y también en los míos.

—No tienes ni idea de cuánto deseo esto. —Su voz sonó ronca contra mi mejilla. Áspera—. Creo que incluso he soñado con ello. —Las puntas de sus dedos se deslizaron sobre mi pecho y bajaron por mi vientre—. Qué locura, ¿eh?

Todo parecía una locura. Encontrarme en sus brazos así, cuando estaba convencida de que nunca me perdonaría. Levanté la mano y recorrí su mejilla con los dedos. Daemon giró la cabeza al sentir la caricia y apretó los labios contra la palma de mi mano. Y, cuando bajó la cabeza de nuevo hacia la mía, cobré vida bajo él, solo para él.

A medida que nuestros besos se hacían más profundos y nuestras exploraciones aumentaban, nos perdimos en la forma en que nuestros cuerpos se movían el uno contra el otro, en la sensación de que no lográbamos acercarnos lo suficiente. Las prendas de ropa que todavía llevábamos eran un obstáculo del que quería librarme, porque estaba preparada para dar el siguiente paso y podía sentir que Daemon también. Ni mañana ni la próxima semana estaban garantizados. Nunca lo estaban, pero en nuestro caso las cosas no parecían estar para nada a nuestro favor. Solo contábamos con el ahora, y yo quería aprovechar el momento y vivirlo. Quería compartir el momento con Daemon… para compartirlo todo con él.

Sus manos… sus besos me abrumaban por completo. Y, cuando su mano bajó por mi vientre y se deslizó aún más abajo, abrí los ojos y pronuncié su nombre con un susurro apenas audible. Un débil brillo rojo y blanco recorría el contorno de su cuerpo, proyectando sombras por las paredes del cuarto. Había algo de una arrolladora belleza en encontrarse a punto de perder el control, de lanzarse a lo desconocido, y yo quería caer y no volver a emerger nunca.

Pero Daemon se detuvo.

Levanté la mirada hacia él mientras recorría con las manos su firme abdomen.

—¿Qué pasa?

—No… no vas a creértelo. —Depositó otro beso dulce y tierno en mis labios—. Pero quiero hacer esto bien.

Empecé a sonreír.

—Dudo que pudieras hacerlo mal.

En los labios de Daemon se dibujó una media sonrisa de suficiencia.

—Ya, pero no estoy hablando de eso. Eso lo haría a la perfección, pero quiero… quiero que tengamos lo que tienen las parejas normales.

Aquellas estúpidas y malditas lágrimas me anegaron los ojos y parpadeé para contenerlas. Ay, Dios mío, iba a ponerme a berrear como un bebé.

Daemon me acunó la mejilla y dejó escapar un sonido estrangulado:

—Lo que menos me apetece en este mundo es parar, pero quiero llevarte por ahí… que tengamos una cita o algo así. No quiero que todo lo demás ensombrezca lo que estamos a punto de hacer.

Daemon se apartó de mí (lo que pareció costarle un gran esfuerzo) y se tumbó con cuidado en su lado de la cama. Me rodeó la cintura con un brazo y me atrajo de nuevo hacia él. Me rozó la sien con los labios.

—¿Está bien?

Eché la cabeza hacia atrás y clavé la mirada en aquellos ojos verde oscuro. Aquello… aquello estaba más que bien. Me hicieron falta varios intentos para poder hablar, porque la emoción me atenazaba la garganta.

—Creo que tal vez te quiero.

Daemon me apretó con el brazo mientras me besaba la mejilla ruborizada.

—Ya te lo dije.

Esa no era la respuesta que esperaba.

Soltó una risita y se apoyó sobre el costado… bueno, más bien sobre mí.

—La apuesta… he ganado. Te dije que me confesarías que me quieres en Año Nuevo.

Le rodeé el cuello con los brazos y negué con la cabeza.

—No. Has perdido.

Daemon frunció el ceño.

—¿Por qué lo dices?

—Mira la hora. —Hice un gesto con la barbilla hacia el reloj—. Es más de medianoche. Estamos a dos de enero. Has perdido.

Se quedó mirando el reloj un momento, como si fuera un Arum al que estuviera a punto de hacer papilla, y luego me miró a los ojos y sonrió.

—No. No he perdido. Aun así gano.

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