Onyx

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Capítulo 28

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CAPÍTULO 28

De vuelta en mi casa, nos sentamos en el sofá frente a frente con las piernas cruzadas. Yo sostenía una humeante taza de chocolate caliente que él me había colocado entre las manos, pero no conseguía entrar en calor. No dejaba de repasar en mi cabeza todo lo que había ocurrido, terminando con los hombres convertidos en cenizas. Me recordaba a los vídeos de la bomba atómica que lanzaron sobre Hiroshima. La onda de calor había sido tan intensa que había convertido a la gente en ceniza y había dejado grabadas sus sombras para siempre en los edificios.

Habíamos llevado su coche al bosque y luego Daemon lo había frito, calcinándolo hasta que no quedó prácticamente nada. Habíamos eliminado toda prueba de nuestra presencia allí, pero con el tiempo echarían en falta a los dos hombres y empezarían a hacer preguntas, sobre todo sus familias. Porque tenían familias…

La gorra de béisbol había acabado sobre la mesa de centro, pero no conseguía leer nada en los ojos de Daemon. Había estado callado durante todo el camino de regreso.

Apreté la taza caliente.

—Daemon… ¿estás bien?

Asintió con la cabeza.

—Sí.

Di un sorbo y lo miré.

—¿Qué había dentro del edificio?

Se frotó la nuca mientras cerraba los ojos un instante.

—No había nada en el primer par de habitaciones, solo oficinas vacías, pero es evidente que usan mucho ese sitio. Había tazas de café y ceniceros llenos por todas partes. Al adentrarme más, he visto… jaulas. Unas diez. Una parecía que la habían usado hacía poco.

Me entraron náuseas.

—¿De verdad crees que tenían personas ahí?

—¿Luxen? Sí. Y puede que a otros como tú. —Dejó caer las manos sobre las piernas—. En una de las jaulas había sangre seca. Todas tenían cadenas y esposas recubiertas con una piedra de color rojo oscuro que nunca había visto.

—Yo he visto algo fuera del edificio, encima de las puertas. Era brillante y me pareció negro porque estaba oscuro. —Aparté la taza—. Ese hombre me tocó la mejilla con algo y, Dios, me dolió una barbaridad. Me pregunto si sería lo mismo que viste tú.

Las comisuras de sus maravillosos labios descendieron.

—¿Cómo te sientes ahora?

—Perfectamente. —Le resté importancia con un gesto de la mano—. ¿Has visto algo más?

—No me ha dado tiempo de subir, pero tengo la sensación de que había… algo allí arriba. —Se puso en pie con un movimiento fluido y elegante y colocó los brazos detrás de la cabeza—. Tengo que volver a entrar.

Lo seguí con la mirada.

—Es demasiado peligroso. Van a darse cuenta de que los agentes han desaparecido. No puedes volver.

Dio media vuelta y me miró.

—Mi hermano tal vez esté allí o algo que me diga dónde está. No puedo rendirme así sin más solo porque sea demasiado peligroso.

—Eso lo entiendo. —Me levanté, apretándome las manos—. Pero ¿de qué vas a servirle a Dawson (o a Dee) si te capturan?

Daemon se quedó mirándome un rato.

—Tengo que hacer algo.

—Ya lo sé, pero tiene que estar mejor planeado que las ideas que has tenido hasta ahora. —Hice caso omiso del destello de enfado que apareció en su brillante mirada—. Porque esta noche podrían haberte capturado.

—No me preocupa lo que me pueda pasar, Kat.

—¡Pues eso es un problema!

Daemon entrecerró los ojos.

—Nunca te habría implicado en esto si hubiera sabido que ibas a rajarte.

—¿Rajarme? —Los sucesos de aquella noche acentuaron mis emociones y me sentí abrumada, a punto de perder el control y sentarme en algún rincón—. Yo soy la que te involucró a ti. Yo vi a Bethany.

—Y yo acepté dejarte venir conmigo. —Se pasó una mano por el pelo revuelto mientras soltaba un fuerte suspiro—. Si te hubieras quedado en el coche, podría haberme dado tiempo de revisar las plantas superiores.

Me quedé boquiabierta.

—Te habrían pillado dentro. ¡He salido del coche porque no respondías a mi mensaje! Si me hubiera quedado allí, ahora los dos estaríamos en esas jaulas.

La parte superior de las mejillas se le tiñó de rojo mientras apartaba la mirada.

—De acuerdo. Ahora mismo los dos estamos cabreados. Deberíamos dejarlo por esta noche y descansar un poco o lo que sea.

Yo no quería dejarlo, pero él tenía razón. Me crucé de brazos.

—Vale.

Después de dedicarme una última mirada, cogió la gorra de la mesa y se volvió para marcharse, pero se detuvo. Le temblaron los hombros y su voz fue un susurro:

—Nunca había matado a un humano.

De repente, su cabreo tenía más sentido. No se trataba únicamente del sentimiento de impotencia por no poder hacer nada. La necesitad de consolarlo, de tocarlo, se volvió algo físico. Le coloqué una mano en el brazo.

—No pasa nada.

Daemon apartó el brazo con el ceño fruncido.

—Sí que pasa, Katy. He matado a dos humanos. Y no… no hagas nada.

Me estremecí, más por el hecho de que usara mi verdadero nombre que por su comportamiento. Daemon desapareció y la puerta principal se cerró de golpe. Me pasé las manos por la cabeza y me mordí el labio tan fuerte que noté un sabor metálico en la boca.

Daemon no iba a volver a ese almacén. Ni en un millón de años.

Pero ni siquiera logré convencerme a mí misma.

Esa noche me costó dormir y me pasé la mayor parte del día siguiente tensa como la cuerda de un arco. No dejé de vigilar la entrada de la casa de al lado, asegurándome de que el coche de Daemon seguía allí. Podría regresar al almacén en un santiamén sin su todoterreno, pero ver el vehículo me proporcionaba cierto alivio.

Los siguientes días de las vacaciones de invierno transcurrieron lentamente. La mayor parte del tiempo esperaba que en cualquier momento los SWAT irrumpieran en mi casa exigiendo saber qué les había ocurrido a los agentes. Pero no ocurrió nada. El día antes de Nochevieja, Dee se pasó por casa.

—¿Te gustan mis botas nuevas? —Extendió una de sus esbeltas piernas. Las botas de cuero negro le llegaban justo por debajo de las rodillas. Tenían una barbaridad de tacón—. Me las regaló Daemon.

—Son una pasada. ¿Qué número calzas?

Dee soltó una risita y luego volvió a meterse una piruleta en la boca.

—Vale, antes de que me digas que no, ya tengo el visto bueno de Ash.

—¿Para qué? —pregunté frunciendo el ceño.

—Ash va a dar una pequeña fiesta de Nochevieja en su casa. Solo vamos a ir unos pocos. Incluido Daemon.

—Eh, dudo que a Ash le parezca bien que vaya a su fiesta.

—Que sí, en serio. —Dee revoloteó por la sala de estar como una mariposa atrapada—. Me ha asegurado que no le importa. Creo que en el fondo le caes bien.

—Muy bien —murmuré. Me estaba mareando de mirarla—. No sé yo…

—Oh, vamos, Katy. Hasta puedes invitar a Blake si quieres.

Hice una mueca.

—No voy a invitarlo.

Dee se detuvo de pronto con la piruleta colgando de los dedos.

—¿Tenéis problemas? —preguntó esperanzada.

—¿Sabes? Si de verdad estuviera saliendo con él, me habría molestado ese tono de alegría; pero, como no estoy saliendo con él, me da igual.

Mi amiga entrecerró los ojos con suspicacia.

—¿Y qué os traéis entonces entre manos?

—Nada —contesté con un suspiro.

Chupó la piruleta un momento mientras me observaba.

—Y a mi hermano tampoco le ocurre nada, ¿no? Se pasa el día dando vueltas por la casa sin ninguna razón.

Fruncí la boca.

—Dee…

—Es mi hermano, Katy. Y lo quiero. Y tú eres mi mejor amiga, aunque últimamente no te hayas comportado como tal. —Me dedicó una rápida sonrisa antes de continuar—. Así que me siento atrapada entre vosotros. Sé perfectamente que ninguno de los dos me ha puesto en esta situación, pero quiero que… los dos seáis felices.

Me senté preguntándome cómo habíamos terminado hablando de eso.

—Es muy complicado, Dee.

—No puede ser tan complicado —repuso ella, recordándome a Lesa—. Os gustáis, y ya sé que Daemon arriesgaría mucho al tener una relación contigo, pero es decisión suya. —Se sentó a mi lado. El cuerpo le vibraba, rebosante de energía—. En fin, que creo que tenéis que hablar o… no sé, ceder a la pasión.

Solté una carcajada.

—Ay, Dios mío, ¿lo dices en serio?

Sonrió de oreja a oreja.

—Bueno, ¿vas a venir con nosotros mañana por la noche?

Por muchas ganas que tuviera de ver la casa de los Thompson, porque estaba segura de que sería chulísima y superpija, no acababa de decidirme.

—Me lo pensaré.

—¿Prometido? —Me dio un golpecito con el codo—. Me haría muy feliz que vinieras.

Ir de fiesta con ellos sonaba mejor que lo que yo tenía planeado, que era nada. Dee se quedó un poco más, me pidió prestados un par de libros y luego se marchó. Entonces, más o menos a la hora de cenar, apareció Will con comida china. No rechacé la comida, pero no estaba de humor para charlar. Mamá prácticamente flotaba por la cocina, disfrutando de un subidón de enamoramiento.

Cuando se fueron, me pasé el resto de la tarde leyendo. Terminé un libro para un blog tour y empecé otro nuevo que no había planeado leer. Era agradable y relajante tener tiempo para la lectura. Podía sentir cómo una pequeña parte de mi antiguo yo regresaba poco a poco. No Katy, la tímida, sino la que hacía lo que quería porque le gustaba.

Cuando fueron casi las diez, dejé el libro y me planteé llamar a Daemon. ¿Pensaba volver al almacén sin mí? Era muy probable. Para distraerme, entré en uno de los sitios web de noticias locales y busqué alguna mención de los dos agentes desaparecidos. Lo había comprobado cada noche, sin resultados.

Pero esa noche fue diferente.

El titular del Charleston Gazette decía:

«MÉDICO LOCAL VENCE LA LEUCEMIA Y APOYA LA FINANCIACIÓN DE UN NUEVO CENTRO DE TRATAMIENTO CONTRA EL CÁNCER EN EL CONDADO DE GRANT».

Recorrí el artículo con la mirada. Se trataba de Will. Había una fotografía suya que probablemente le habían sacado durante las rondas de tratamiento, porque reconocí el aspecto demacrado.

No podía creérmelo. ¿Mamá lo sabía? Es decir, el cáncer no era una razón para no salir con alguien, pero ¿después de todo por lo que había pasado con papá? ¿Podría volver a pasar por algo así si el cáncer regresaba?

En cuanto a mí, si aquel tipo acababa gustándome, si no era un infiltrado, ¿podría hacerle frente a eso otra vez? Volví a la página de búsqueda, incapaz de asimilar ese nuevo dato.

Hice una pausa para buscar una taza de chocolate y retomé mi investigación. Mis dedos se quedaron suspendidos encima del teclado mientras un sentimiento de culpa me encendía las mejillas. Entonces, con una mueca de vergüenza, busqué «Blake Saunders», diciéndome a mí misma que solo quería ver su antiguo blog, ya que nunca me había dicho cómo se llamaba.

Los primeros enlaces llevaban a un atleta de universidad, pero más abajo, casi al final de la primera página, vi una noticia sobre los asesinatos de su familia. Pinché en el enlace y leí el desgarrador artículo sobre las muertes de sus padres y su hermana. Describía el suceso como un brutal robo con allanamiento.

Había otro puñado de artículos que decían lo mismo, y luego encontré el obituario de sus padres, que me llevó a la página de una funeraria en Santa Mónica: Acres Soleados. ¿A quién diablos se le había ocurrido llamar a una funeraria Acres Soleados? Negué con la cabeza y tomé un sorbo de chocolate antes de pinchar en las fotografías de la familia que había en la página. Blake era muy mono de niño, igual que su hermana. Se me encogió el estómago al ver las fotografías de su hermanita y él jugando en unos columpios. Era una niña tan pequeña y probablemente había tenido una muerte horrible… Parpadeé para contener las lágrimas que me quemaban los ojos, conmovida por alguien a quien ni siquiera había conocido. Pero es que no estaba bien ni era justo. Por lo general, aquellos adjetivos nunca se podían aplicar a la muerte, pero eso… eso estaba mal.

Seguí recorriendo las fotografías y me detuve en una más antigua del padre de Blake. Pude ver el parecido en la sonrisa fácil y los ojos color avellana. El hombre situado junto a su padre me resultó extrañamente conocido. Compartía algunos rasgos con el padre de Blake, pero tenía la cara más redonda. Algunas imágenes iban acompañadas de un pie de foto, pero esa no. Revisé otras cuantas fotografías más con avidez y entonces me detuve en una que parecía una reunión familiar cerca de Navidad.

Me incliné para acercarme más y dejé la taza sobre la mesa antes de derramarla. Una punzada de asombro me dejó sin respiración cuando conseguí ver bien al tipo que estaba en la otra fotografía con el padre de Blake.

El hombre agarraba con una mano el hombro de un Blake más joven y le sonreía a la cámara desde debajo de un hirsuto bigote castaño claro. El pie de foto lo identificaba como Brian Vaughn.

Los pensamientos se me agolparon en la cabeza mientras volvía a pinchar rápidamente en el obituario y le echaba un vistazo buscando miembros de la familia vivos. Decía que Brian Vaughn era el hermanastro del difunto… del padre de Blake.

Dejé escapar una risa de sorpresa que sonó estrangulada, me puse en pie y recorrí la habitación con la mirada, expectante, aunque no estaba segura de qué buscaba. La sorpresa se apoderó de mí, luchando por contener la creciente oleada de rabia.

Blake estaba emparentado con un agente del Departamento de Defensa.

Qué… coincidencia.

Empecé a caminar de un lado a otro de la sala de estar, respirando de forma rápida y entrecortada. La parte ilógica de mi cerebro intentaba convencerme de que no era más que una coincidencia, que se trataba de otro Brian Vaughn que se parecía al agente de Defensa. Pero me asaltó la cruda realidad de haber sido engañada… de haberme puesto yo solita en manos del Departamento de Defensa.

Su relación con el Departamento de Defensa explicaba por qué Blake sabía tanto sobre los Luxen y los humanos mutados. Por qué me había preguntado tantas veces quién me había curado. Por qué se había vuelto tan imprudente y peligroso durante las sesiones de entrenamiento.

Ni siquiera sabía dónde vivía; pero sí dónde vivía Vaughn.

Me obligué a detenerme antes de coger las llaves del coche. No iría a casa de Vaughn ni de coña. ¿Qué iba a hacer? ¿Irrumpir allí? Esa idea era peor que los típicos planes de Daemon.

Debatiéndome entre hablar con Daemon y olvidarme del tema hasta saber a qué me enfrentaba, volví a sentarme y pegué las rodillas al pecho. ¿De verdad me había engañado tanto? ¿Había estado todo ese tiempo trabajando con alguien ligado al Departamento de Defensa?

La rabia y el miedo se alternaban. Uno de ellos se apoderaba de mí durante varios minutos y luego me liberaba, permitiendo que la otra emoción me apresara.

Mi mirada se posó en las llaves del coche. Vaughn no había estado en su casa y Blake afirmaba que estaría fuera hasta que se reanudaran las clases visitando a la familia con su… tío. Aquella era la oportunidad perfecta para ver si podía encontrar alguna prueba irrefutable que indicara que Blake trabajaba con el Departamento de Defensa.

—¡Mierda! —exploté mientras me ponía en pie de un salto.

La furia cobró vida en mi interior, tiñéndolo todo con una luz blanca rojiza. Una parte iba dirigida a mí misma, pero la mayoría tenía un blanco. Blake había estado en mi casa, había hablado con mi madre, se había ganado mi confianza y me había besado. Esa clase de traición era tan profunda que me dejó una huella permanente en el alma.

Daemon era la última persona a la que debía acudir en ese momento. Si Blake estaba trabajando para el Departamento de Defensa, necesitaba mantener a Daemon bien lejos de todo eso. Por lo menos hasta estar segura de que no se lanzaría a hacer algo aún más estúpido que lo que yo estaba a punto de hacer.

Una vez tomada la decisión, cogí la sudadera y me la pasé por encima de la cabeza. Agarré las llaves y el móvil y salí de la casa.

Había cometido muchísimas tonterías en mi vida. Acariciar a la cría de zarigüeya había sido una de ellas y ponerme delante de aquel camión, otra. Incluso me había cabreado una vez por la piratería de libros y había publicado un manifiesto casi sin sentido en mi blog.

Aquello, sin embargo, probablemente encabezara la lista.

Pero cuando llegué a la carretera, aferrando el volante con las manos, me recordé que ahora era una persona muy diferente. Podía darle una buena paliza a alguien si era necesario y no permitiría que Blake se saliera con la suya.

Aparqué dos calles más abajo de donde vivía Vaughn y salí al gélido aire con olor a nieve. Me coloqué la capucha sobre la cabeza, metí las manos en el bolsillo central y caminé hasta la casa de Vaughn. Y yo que le echaba la bronca a Daemon por su falta de planificación, ahora entendía que a veces ciertas situaciones requerían estupidez bien planeada.

Esta era una de ellas.

La casa de Vaughn me pareció vacía cuando me acerqué por detrás. Por suerte, las dos casas situadas más cerca estaban algo separadas. Una tenía un cartel de ejecución hipotecaria y la otra estaba igual de oscura. Empezaron a caer pequeños copos de nieve mientras me dirigía sigilosamente a la parte delantera. Mi aliento salía en forma de bocanadas de vapor, que se quedaban suspendidas en el aire como si fueran nubes.

No había ningún coche en la entrada.

Consciente de que aquello no significaba que la casa estuviera completamente vacía, consideré el siguiente paso. No había ido hasta allí para quedarme mirando el exterior de la casa. Quería entrar. Quería encontrar pruebas que vincularan a Blake con Vaughn y quería ver si había algo acerca del paradero de Dawson y Bethany.

Me dirigí a la parte trasera de la casa e intenté abrir la puerta. Estaba cerrada con llave, como me esperaba, pero entonces recordé que tanto Daemon como Blake habían mencionado lo fácil que era manipular cerraduras. Debería ser pan comido.

Un sistema de alarma ya sería otro tema.

Me pegué a la puerta con los ojos cerrados y visualicé la cerradura. La corriente de energía estática me bajó por los brazos y saltó de las puntas de mis dedos, atravesando la madera. El chasquido de la cerradura al girar sonó como el estallido de una bomba nuclear en mi cabeza.

Me tomé un momento para prepararme para lo que podría estar esperándome al otro lado de la puerta. Si había alguien dentro, tendría que defenderme. La idea de herir a alguien, puede que incluso matarlo, me asqueaba; pero sabía que quienquiera que fuese no se lo pensaría dos veces antes de encerrarme en una jaula.

Diciéndome a mí misma que podía hacerlo, abrí la puerta y entré despacio en la cocina. Había una luz encendida encima de los fogones que proyectaba un tenue resplandor por la habitación. Cerré la puerta detrás de mí y respiré hondo. «Esto es una locura». Avancé con sigilo, agradecida de que mis botas tuvieran la suela fina.

Ya no era Katy, la tímida… Me había convertido en toda una allanadora de moradas.

Apreté los puños bajo las mangas de la sudadera y continué por el pasillo. El comedor estaba vacío salvo por un saco de dormir enrollado en el suelo. En la sala de estar había dos sofás pegados a la pared, pero ningún televisor. Me recordó a una casa piloto, donde todo es falso.

Se me pusieron los pelos de punta.

Subí las escaleras despacio, conteniendo la respiración. Nada en esa casa parecía real. No percibía los olores típicos de un hogar, como a sobras de comida o perfume. Olía a vacía. En la parte superior de las escaleras había un baño que era evidente que se había usado. Había productos para el pelo en el lavamanos y dos cepillos de dientes.

Salí del baño con el estómago encogido. Las puertas de todos los dormitorios estaban abiertas. Cada uno contaba únicamente con una cama y una cómoda. Todos estaban vacíos.

La última habitación al final del pasillo era una especie de despacho. En el centro había un enorme escritorio, pero por lo demás la habitación estaba vacía. Sobre el escritorio había un monitor, pero sin disco duro. Rodeé la mesa y abrí el cajón central. No había nada. Revisé los cajones laterales y me frustré cuando los encontré todos vacíos. Abrí el último de un tirón.

—Bingo —susurré.

Saqué una carpeta gruesa y pesada del fondo del cajón. La levanté con cuidado, la coloqué sobre el escritorio y la abrí. Contenía fotografías, cientos de ellas.

Me temblaron las manos al revisarlas. Noté un zumbido en los oídos mientras iba pasando foto tras foto.

Una mía caminando de mi coche a la parte delantera del instituto en manga corta. Había varias sacadas desde el exterior del Smoke Hole Diner, en las que apenas pude distinguirnos a Dee y a mí sentadas delante de la ventana, y luego otra de nosotras dos saliendo por la puerta en la que yo llevaba algo en el brazo y Dee se reía. Otras muchas nos mostraban juntas, en el instituto, en mi porche y en su coche. Había una en la que nos abrazábamos delante de FOOLAND el día que la conocí.

También había fotografías de Daemon. Lo habían captado con los ojos entrecerrados y una expresión de enfado en la cara mientras rodeaba su todoterreno apretando las llaves en la mano. Había otra en la que estaba en su porche, sin camiseta y en vaqueros, y en la que yo lo fulminaba con la mirada desde los escalones.

Cogí una y la sostuve bajo la luz que entraba por la ventana. Yo llevaba mi biquini rojo de pie en la orilla del lago. Estaba mirando hacia un lado y Daemon me observaba sonriendo (sonriendo de verdad) sin que me diera cuenta. No sabía que sonriera estando conmigo en aquel entonces.

Dejé caer la foto como si me hubiera quemado la piel. Era surrealista.

Había más. Fotografías que dejaban constancia cronológica de mi vida desde el momento en que llegué a ese lugar hasta hace unos días. Había fotos de mi madre dirigiéndose al trabajo y algunas de ella y Will. Aunque no había ninguna de Blake y yo juntos.

Sin embargo, la peor de todas, la que casi me hace caer de rodillas, era una de Daemon llevándome en brazos desde el lago la noche que había enfermado. Estaba oscura y se notaba el grano en la imagen, pero pude distinguir la camiseta de dormir blanca, la forma en que el brazo me colgaba inerte y la expresión de absoluta concentración en el rostro de Daemon mientras ponía un pie en el escalón del porche.

Mierda, ¿tal vez estaban vigilándome en ese preciso momento? No podía permitirme pensar en eso.

La sensación que me produjo aquella violación me atravesó la piel y el hueso. Habían estado vigilándonos desde el principio. Quise llevarme todas esas fotografías. Quise quemarlas. Donde debería haber habido miedo, solo había rabia. ¿Quién les había dado el derecho de hacer eso? Invadida por una ira tan potente que podía saborearla, reuní las fotografías y volví a colocarlas en la carpeta. Sabía que no podía llevármelas. Las metí de nuevo en el cajón y me quedé allí de pie con manos temblorosas.

El fondo del cajón estaba levantado por una esquina. Aparté la carpeta y busqué a tientas hasta que conseguí agarrar el borde. Al despegar el papel adhesivo, vi varias hojas de papel. La mayoría eran recibos, algo que parecía extraño que alguien quisiera ocultar, teniendo en cuenta todo lo demás. También había comprobantes bancarios que mostraban transferencias de dinero. Casi se me salen los ojos de las órbitas al ver las cantidades. Otro trozo de papel tenía una dirección con las letras «DB» escritas debajo.

¿Dawson Black? ¿Dee Black? ¿Daemon Black?

Me metí el papel en el bolsillo, volví a pegar el papel adhesivo y guardé la carpeta. Cerré el cajón, aturdida, y me dispuse a levantarme.

—¿Qué estás haciendo aquí? —me preguntó una voz.

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