Onyx

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Capítulo 29

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CAPÍTULO 29

Casi se me sale el corazón por la boca al oír aquella pregunta. Me levanté bruscamente, permitiendo que el torrente de energía me recorriera la piel; pero, en cuanto miré a la persona que estaba en la puerta, solté una exclamación ahogada.

La luz de la luna que entraba por la ventana bañó el pálido rostro de Bethany cuando se adentró en la habitación. Llevaba unos tejanos y una camiseta holgados que cubrían su cuerpo delgado, y el pelo le caía formando mechones sucios.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Bethany? —pregunté con voz ronca.

Inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Katy? —Su voz imitó la mía.

Me quedé mirándola, desconcertada por el hecho de que supiera cómo me llamaba.

—¿Cómo sabes quién soy?

Una sonrisa débil y espeluznante le tiró de los labios.

—Todo el mundo sabe quién eres —dijo con una voz que me recordó a la de una niña—. Y yo también.

Tragué saliva.

—¿Te refieres al Departamento de Defensa?

—Me refiero a que quienquiera que esté observando lo sabe. Siempre lo saben. Y siempre tienen la esperanza. Cada vez que nos acercamos. —Hizo una pausa y cerró los ojos, suspirando—. Tienen la esperanza de que nos acerquemos.

Ay, Señor, esa chica estaba como una cabra.

—Beth, ¿el Departamento de Defensa te retiene?

—¿Retenerme? —Soltó una risita—. Ya nada puede retenerme. Él lo sabe. Aunque no deja de atraparme. Es casi como un juego. Un juego interminable en el que nadie gana. Vine aquí y mi familia… Mi familia ya no está aquí. —Suspiró—. No deberías estar aquí. Si te ven, te cogerán.

—Ya lo sé. —Me sequé el sudor de las manos en los vaqueros—. Beth, podemos…

—No confíes en él —susurró, recorriendo la habitación con la mirada—. Yo lo hice. Le confié mi vida, y mira lo que pasó.

—¿En quién? ¿En Blake? —Aunque no necesitaba que me lo dijera—. Mira, puedes venir conmigo. Podemos mantenerte a salvo.

Se enderezó y negó con la cabeza.

—Ya no podéis hacer nada por mí.

—Claro que sí. —Di un paso hacia delante, extendiendo una mano hacia ella—. Podemos ayudarte, protegerte. Podemos recuperar a Dawson.

—¿Dawson? —repitió, abriendo mucho los ojos.

Asentí con la cabeza con la esperanza de haber dado con la clave para hacer que me escuchara.

—¡Sí, Dawson! Sabemos que está vivo…

Bethany levantó una mano y una ráfaga de viento huracanado se estrelló contra mi pecho, levantándome del suelo. Choqué contra la pared con tanta fuerza que juraría haber oído agrietarse el yeso. Y me quedé allí, clavada a más de un metro del suelo, con las manos y las piernas pegadas a la pared.

Al parecer, nombrar a Dawson no había sido una buena idea.

Se movió tan rápido que no la vi hasta que la tuve debajo. Unos largos y greñudos mechones de pelo se elevaron de sus hombros y se extendieron alrededor de su cabeza como si fuera una Medusa moderna. Sus pies se separaron del suelo a la vez que el contorno de su cuerpo se volvía borroso y quedaba envuelto en una luz azulada. En cuestión de segundos, estuvo a la misma altura que yo.

Dios mío… Nunca había visto a Blake hacer nada parecido.

—No hay esperanza para mí —dijo abandonando la voz de niña—. Ni siquiera estoy segura de que haya esperanza para ti. Así que deberías marcharte de aquí, arriésgate con los Arum si quieres, pero no con ellos… o acabarás como yo.

Un gélido escalofrío de miedo me bajó por la espalda.

—Bethany…

—Escúchame, y escucha con atención. —Ahora estaba por encima de mí y me miraba desde lo alto casi rozando el techo abovedado con la cabeza—. Todo el mundo miente. ¿El Departamento de Defensa? —Se rio con una risita aguda—. Ellos ni siquiera saben lo que planean. Ya vienen.

—¿De qué estás hablando? —Intenté despegar la cabeza de la pared, pero no me dejaba moverme—. ¡Beth!, ¿quién viene?

La luz azul la envolvió por completo.

—¡Tienes que irte YA!

Me caí de la pared de repente y choqué contra el suelo delante de la puerta con un fuerte gruñido. Me puse en pie a toda prisa y di media vuelta.

Bethany tenía el mismo aspecto que un Luxen, salvo porque su luz era azul y menos intensa. Flotó por el techo y su voz me resonó en la cabeza: «Vete. Vete antes de que sea demasiado tarde. ¡VETE!».

Un pulso de energía me hizo salir por la puerta y me empujó por el pasillo. No me estaba dejando demasiadas opciones. En lo alto de las escaleras, me volví y lo intenté una vez más.

—Bethany, podemos…

Se deslizó por la pared y levantó las manos. Antes de poder gritar siquiera, me caí del primer escalón y descendí de espaldas por la empinada escalera. Me detuve a treinta centímetros del rellano, rebotando en el aire como si estuviera enganchada a una cuerda elástica.

Mis pies se posaron en el descansillo y, de repente, me encontré de pie.

«Vete», me rogó su voz. «Vete muy lejos de aquí».

Y me fui.

Tenía las manos frías y temblorosas cuando le di al contacto del coche. La nieve caía sin cesar, cubriendo las calles. Era preciso que llegara a casa antes de quedarme atascada. Tenía los neumáticos defectuosos, y no podrían hacerle frente a más de dos centímetros de nieve. Y, sinceramente, no quería quedarme allí tirada. Me mantuve ocupada pensando en esas cosas. Tenía que mantener todo lo demás a raya hasta poder llegar a casa y flipar como es debido. Ahora solo debía llegar hasta allí sin salirme de la carretera ni chocar contra un árbol.

A mitad de camino, dos faros se aproximaron a toda velocidad por el otro carril, yendo en la dirección de la que yo acababa de venir. Cuando el vehículo se me acercó, sentí un hormigueo en la nuca. Los neumáticos del todoterreno chirriaron cuando dio media vuelta y se situó rápidamente detrás de mí.

—Mierda —susurré mientras le echaba un vistazo al salpicadero. Era casi medianoche.

Daemon fue pisándome los talones hasta casa, llamándome una y otra vez. Ignoré las llamadas para concentrarme en la creciente falta de visibilidad debido a la nieve. Apareció al lado de mi coche cuando aparqué en la entrada y abrió la puerta bruscamente.

—¿De dónde diablos venías? —preguntó, enfadado.

—¿Y tú adónde ibas? —repuse mientras salía del coche.

Me fulminó con la mirada.

—Tengo el presentimiento de que al mismo lugar del que venías, pero no dejo de repetirme que no puedes ser tan estúpida.

Le lancé una mirada que no desmerecía la suya mientras subía los escalones dando unos buenos pisotones.

—Bueno, puesto que tú ibas hacia allí, supongo que eso quiere decir que también eres un estúpido.

—Has ido de verdad, ¿no? —preguntó con incredulidad mientras entraba detrás de mí—. Por favor, dime que no has estado allí. Que solo has ido a dar una vuelta en coche a medianoche.

Lo miré con cara de póquer por encima del hombro.

—He ido a casa de Vaughn.

Se quedó mirándome un rato. Unos copos de nieve se derritieron humedeciéndole los mechones de pelo que se le pegaban a las mejillas.

—Estás loca.

Me saqué la sudadera mojada y la tiré a un lado. Debajo solo llevaba una camiseta sin mangas y se me erizó la piel.

—Igual que tú.

Torció los labios carnosos haciendo una mueca.

—Yo puedo cuidarme solo, gatita.

—Yo también. —Me aparté el pelo de la cara—. No estoy indefensa, Daemon.

Se quedó inmóvil un momento, y luego un estremecimiento le recorrió el cuerpo. Un segundo después lo tenía delante de mí, con las manos en mis gélidas mejillas.

—Ya sé que no estás indefensa, pero hay cosas que yo sería capaz de hacer y tú no. Cosas con las que sé que no podrías vivir, pero yo sí. ¿Qué habrías hecho tú si alguien te viera? ¿Qué habría hecho yo si te hubieran capturado o…?

No terminó la frase, pero supe a qué se refería. Esa noche podrían haberme capturado o algo peor, y no le preocupaba que la conexión hubiera acabado provocando su propia muerte. Estaba preocupado por mí.

No sé por qué hice lo que hice a continuación. Tal vez fue por todo lo que había pasado esa noche. O tal vez fue el tono de su voz… el miedo detrás de sus palabras. Demasiadas emociones bullían en mi interior. Me sentía en la cuerda floja por dentro, inclinándome primero en una dirección y luego en la otra.

Coloqué las manos en sus mejillas. Estaban calientes, como siempre: como el roce de un rayo de sol. Su piel suave vibró bajo mis manos. Me incliné hacia él y no se movió… ni respiró. Me invadió un embriagador torrente de poder al saber que podía provocar eso en él. Cerré los ojos y le rocé los labios con los míos.

—Gatita —gruñó con voz ronca.

Lo besé con suavidad y pasé las manos por su sedoso pelo dejando que los mechones se deslizaran entre mis dedos. Saboreé en él mi creciente deseo, mi propia necesidad y angustia. Era excitante, aterrador. Me aparté.

—Gatita —repitió con voz tensa—. No puedes hacer eso y luego parar. No funciona así.

Lo miré y me quedé sin aliento.

—No cuando eres mía. —Daemon retrocedió arrastrándome con él, se deslizó pared abajo y me subió a su regazo hasta que quedé a horcajadas sobre él—. Y eres mía.

Me agarré a sus hombros cuando acercó mi boca a la suya. Ese beso fue perezoso, exploratorio… y sensual. Por una vez, no luché contra la intensidad de mi respuesta. Le di la bienvenida, disfrutando de la calidez que me invadió. Fui yo la que profundizó el beso. Daemon emitió un sonido en el fondo de la garganta y me rodeó con los brazos, apretándome contra él.

Encontré con los dedos los mechones de pelo que se le rizaban en la nuca y los hundí en ellos. No tenía suficiente de él… nunca lo tendría. No recordaba haber sentido nunca eso por nadie. No recordaba que nadie me hubiera besado nunca así. No sé durante cuánto tiempo nos besamos, pero me pareció una eternidad, y al mismo tiempo no fue suficiente.

—Espera, espera —jadeé mientras me apartaba un poco. Cerré los ojos y respiré hondo—. Hay algo importante.

Me colocó las manos en las caderas y me empujó hacia abajo apretándome contra él.

—Esto es importante.

—Ya lo sé. —Dejé escapar una exclamación ahogada cuando deslizó las manos por debajo del dobladillo de mi camiseta y me acarició las costillas—. Pero esto es muy importante. He encontrado algo en casa de Vaughn.

Daemon se quedó inmóvil y abrió los ojos. Eran luminosos, hermosos, míos.

—¿Has entrado en casa de Vaughn?

Asentí con la cabeza.

—Sí, así es.

—¿Ahora eres una delincuente profesional? —preguntó en voz baja. Cuando negué con la cabeza, torció el gesto—. Tengo curiosidad por saber cómo te has metido en su casa, gatita.

Me mordí el labio y me preparé.

—Abriendo la cerradura.

—¿Con qué…?

—De la misma forma que lo harías tú.

Se le contrajo un músculo en la mandíbula.

—No deberías hacer ese tipo de cosas.

Me retorcí un poco, incómoda por el rumbo de la conversación, pero Daemon me agarró más fuerte. Si empezábamos a discutir sobre lo que se suponía que debía o no debía hacer, nunca acabaríamos.

—He descubierto algunas cosas. Y también he encontrado a alguien. —Intenté levantarme, pero apretó los brazos a mi alrededor—. ¿Piensas soltarme?

Me dedicó una sonrisa tensa.

—No.

Suspiré y junté las manos de forma remilgada en el pequeño espacio que nos separaba.

—Nos han estado vigilando. Desde el momento en que me mudé aquí. —Por el modo en que le brillaban los ojos, me di cuenta de que aquello iba a ir bastante bien. Le hablé de las fotografías, los recibos y las transferencias de dinero—. Pero eso no es todo. Ha aparecido Bethany.

—¿Qué? —De repente, los dos estábamos de pie. Daemon retrocedió, buscando espacio—. ¿Te ha dicho algo de Dawson?

—La verdad es que no… bueno, no le ha sentado bien oír su nombre.

Me lanzó una mirada fría y circunspecta.

—Explícate.

—Se ha puesto en plan ninja alienígena conmigo. —Tenía demasiado calor, así que busqué un coletero y me recogí el pelo—. Me ha tirado contra la pared.

Daemon alzó las cejas, interesado, y puse los ojos en blanco.

—De esa manera no, pervertido. Es como una mutante superpoderosa. Incluso ha hecho eso de parecerse a un gusiluz.

Se frotó la barbilla.

—¿Te ha dicho algo útil?

Le conté lo que me había dicho, haciendo hincapié en el hecho de que la mayor parte no tenía sentido.

—Creo que está chiflada. Y se ha puesto como loca cuando he mencionado a Dawson. No me ha dado muchas opciones de seguir interrogándola. Me ha echado de la casa.

—Mierda —exclamó entre dientes mientras se volvía—. Aparte de atrapar a uno de los agentes del Departamento de Defensa, ella era mi última esperanza para averiguar dónde puede estar Dawson.

—Hay algo más. —Rebusqué en el bolsillo y saqué el trozo de papel—. He encontrado esto.

Daemon lo cogió y puso cara de sorpresa.

—¿Crees que DB significa Dawson Black?

—Es posible. —Apretó el papel con fuerza—. ¿Puedo usar tu portátil? Quiero ver dónde está esta dirección.

—Claro.

Fui a la mesa de centro, abrí el ordenador y cerré rápidamente la página que había estado mirando. No quería contarle lo de la posible implicación de Blake en todo aquello. No hasta que supiera la verdad.

Daemon se sentó a mi lado y tecleó rápidamente la dirección en Google Maps. La tecnología moderna resultaba aterradora. No solo nos proporcionó indicaciones para llegar hasta la mismísima puerta, sino que Daemon pudo usar la vista satélite y ver que se trataba de un edificio de oficinas en Moorefield.

Me mordí una uña mientras Daemon garabateaba cómo llegar hasta allí.

—¿Vas a ir?

—Me gustaría ir ahora mismo, pero primero tengo que echarle un vistazo al lugar. Lo comprobaré mañana y volveré más tarde. —Se metió el trozo de papel de cuaderno en el bolsillo y me miró. En sus ojos había un brillo de esperanza—. Gracias, Kat.

—Te lo debía, ¿no? —Me froté los brazos, tiritando—. Tú me has salvado el culo muchas veces.

—Y menudo culo. Pero te has arriesgado demasiado al hacer esto. —Estiró un brazo por detrás de mí, tiró de la manta y me la colocó sobre los hombros. Mantuvo los bordes unidos mientras me examinaba la cara con atención—. ¿Por qué lo has hecho?

Bajé la mirada.

—Estaba pensando en todo lo que está pasando y quería ver qué había dentro.

—Ha sido una locura muy peligrosa, gatita. No puedes volver a hacer nada parecido. Prométemelo.

—Vale.

Me cogió el borde de la barbilla con los dedos y me hizo levantar la cabeza para mirarlo.

—Prométemelo.

Encorvé los hombros.

—Ni hablar. Vale. Te lo prometo. Pero tú tienes que prometerme lo mismo. Ya sé que no puedes olvidarte de esto. Lo entiendo, pero tienes que ir con cuidado, y tampoco puedes largarte sin mí.

Daemon puso mala cara.

—No deberías involucrarte en esto.

—Ya lo estoy —insistí—. Y no soy una frágil humana, Daemon. Estamos juntos en esto.

—¿Juntos? —Le dio vueltas en la cabeza a aquella palabra y luego se le dibujó una lenta sonrisa en los labios—. De acuerdo.

Le sonreí de manera vacilante.

—¿Eso quiere decir que me llevarás cuando vayas a comprobar la dirección?

Daemon asintió con una sonrisa de resignación. Hablamos de las fotografías y de cuánto debía de saber el Departamento de Defensa. Él se estaba tomando aquella violación de nuestra intimidad mucho mejor que yo, pero descubrí que estaba acostumbrado a que el Gobierno se metiera en sus asuntos.

—¿Qué crees que ha querido decir Bethany con «ya vienen»? —le pregunté.

Estaba recostado contra el respaldo del sofá (la viva imagen de la arrogancia relajada y perezosa), pero yo sabía que por dentro estaba alerta y listo para actuar.

—No tengo ni idea.

—Supongo que quizá no sea nada. Me refiero a que parecía un poco pirada.

Daemon asintió con la cabeza, con la vista clavada al frente. Transcurrieron varios segundos antes de que volviera a hablar.

—No puedo dejar de preguntarme cómo estará ahora mi hermano. ¿Estará igual? ¿Pirado? No creo que pueda… enfrentarme a algo así.

La desesperación que noté en su voz me partió el corazón. Quién sabe qué nos depararía el mañana, y las cosas todavía estaban bastante en el aire entre nosotros, pero Daemon… me necesitaba.

Me acerqué unos centímetros. La mirada casi salvaje que me lanzó hizo flaquear mi confianza. Seguí avanzando y me acurruqué contra él, apoyando la cabeza en su hombro. Daemon realizó una inspiración brusca y yo apreté los ojos con fuerza.

—Aunque esté… pirado, podrás afrontarlo. Tú puedes hacerle frente a cualquier cosa. No me cabe la menor duda.

—¿En serio?

—En serio.

Me pasó un brazo por los hombros muy despacio y noté que apoyaba la barbilla sobre mi cabeza.

—¿Qué vamos a hacer, gatita?

Su voz profunda me hizo estremecer.

—No lo sé.

—Tengo unas cuantas ideas.

—Estoy segura. —Sonreí.

—¿Te las cuento? Aunque se me da mucho mejor la práctica que la teoría.

—Te creo.

—Si no estás convencida, puedo ofrecerte un avance. —Hizo una pausa y pude oír la sonrisa en su voz—. A los amantes de los libros os encantan los avances, ¿no?

Solté una carcajada.

—Veo que has estado investigando en mi blog.

—Tal vez —respondió—. Como ya te he dicho, tengo que echarte un ojo, gatita.

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